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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Bi-Curious

Capítulo 1

 

Un Bi-Curious es una persona que no se identifica como homosexual o bisexual pero siente o manifiesta interés por relacionarse o experimentar con alguien de su mismo sexo.

 

O sea, un negado total.

 

 

Draco salió de la ducha envuelto en una pequeña toalla. Observó a ambos lados del pasillo para asegurarse de que no viniera nadie; era lo suficientemente humillante haber perdido la totalidad de su ropa como para que encima alguien lo viera en sus señoriales cueros. Soltando un bufido de desesperación, caminó a toda prisa derechito a la porquería de cuarto que ahora tenía que llamar “su habitación”.

 

Vivir en las miserias de Grimmauld Place era lo peor que le había pasado en su aristocrática vida. Nunca antes de ese momento había visitado semejante pocilga, ya que, según recordaba, su padre y su tía abuela Walburga diferían en ciertas ideas con respecto a la decoración, hecho que volvía imposible que Lucius Malfoy soportara acudir a semejante abominación. Su tía abuela prefería colgar cabezas de elfos domésticos por la casa, y su padre, en cambio, optaba por tener aves exóticas y gays pululando por el jardín. Era obvio que la clase y el buen gusto no iban de la mano con el apellido y la cuenta de galeones en el banco, pensaba Draco.

 

Y ahora, el chico podía entender perfectamente porqué su padre se estremecía tan solo de oír hablar de Grimmauld Place. El lugar era horrible, oscuro, y estaba sucio y lleno de plagas. Entre ellos, la peor de toda, era la representada por los miembros de la Orden del Fénix. Aunque claro, sus parientes Black no tenían mucha culpa de eso. Bueno, tal vez su tío Sirius sí.

 

Aunque igual le agradecía al difunto hombre que no les hubiera dejado en herencia esa casa a ellos, a los Malfoy. Mejor que fuera Potter quien tuviera que lidiar con ese tugurio, oda y monumento al mal gusto. Tal como era Potter. Tal vez ese era el motivo por el que Sirius había creído que obraba bien. Quizá había creído que sería el hogar perfecto para Potter. Draco podía entenderlo.

 

Draco frunció los labios y el ceño mientras examinaba la ropa que Ginny le había dejado sobre una de las dos camas que tenía en su habitación, la cual, afortunadamente, era sólo para él. Aparentemente nadie más en esa casa deseaba estar cerca de Draco, cosa que a él no le molestaba en absoluto. Mejor. Más privacidad y oportunidad para pajeársela pensado en los besos que Ginny le daba en los momentos furtivos que compartían durante el día.

 

Qué horror, pensó Draco mientras revisaba la ropa con desdén. Meneó la cabeza, gimiendo de pura frustración. Ginny le había dejado, tal como le había prometido, ropa de su hermano (la Comadreja menor, el tal Ron) y también del mismísimo Potter. Draco no sabía cuál era peor.

 

Suspirando con nostalgia, echó un vistazo hacia su armario, el cual estaba lleno a rebosar con túnicas finas, costosos pantalones y camisas de diseñador… con el único inconveniente que hasta la más interior de sus prendas estaba adornada por estampados infantiles que la malévola Comadrejilla les había colocado pensando que sería una broma a la mar de divertida.

 

En aquella ocasión, acontecida una semana atrás, Draco había bajado casi desnudo a reclamarle. Seguramente la vista de su escultural cuerpo había derretido a la chica, quien prometió repararle su ropa en cuanto tuviera la oportunidad. Y además, lo había besado en compensación. Besos que se habían estado repitiendo a lo largo de esos días, acompañados por caricias cada vez más audaces.

 

Draco sabía que estaba jugando con fuego, pues los hermanos de Ginny lo matarían si se llegaban a enterar. Aunque siempre le quedaba la opción de pedir el uso de un Pensadero y demostrar que había sido la descocada chica quien lo había besado primero. Atacado, pensaba Draco a veces al recordarlo.

 

Se encogió de hombros mientras optaba, como lo había hecho los últimos siete días, en vestirse con la ropa vieja y enorme de Potter. La de la Comadreja le daba demasiado asco. Tenía toda la pinta de ser hecha en casa —Made by Mamá Weasley— y eso le repugnaba en extremo. Al menos la de Potter —aunque muggle y de mal gusto— parecía haber sido elaborada por algún tipo de diseñador. Tenían una etiqueta que así lo avalaba.

 

Esa vez Ginny le había llevado una camiseta larga y floja de color verde oscuro y unos vaqueros que habían conocido mejores días en los que habían sido de color negro. Sonrió presuntuoso mientras se ponía las prendas. Esos colores le gustaban; parecía que la Comadrejilla ya había empezado a conocerlo. Tal vez era hora de premiarla con una sesión extra-doble de besuqueo.

 

O quizá de algo más.

 

Draco salió de la habitación ilusionado ante la perspectiva de que esa noche tal vez Ginny lo visitaría (y se quedaría) en su habitación. Habían planeado la cita un par de días atrás, y Draco no había dejado de repasar con frenesí los hechizos de índole sexual que conocía. Claro que sólo los recordaba y recitaba en voz baja, pues no tenía su varita con él en ese momento. Y dado que Ginny aún era menor de edad, Draco veía difícil el hecho de poder dar uso a cualquier encantamiento.

 

Esperaba que Ginny pensara en eso y no olvidara traer con ella esas cosas que los muggles solían usar para evitar embarazos y demás males… unas bolsas transparentes llamadas cordones o algo por el estilo, aunque Draco no les hallaba ningún parecido con un cordón. Tal vez era porque te ataba el… ejem, bueno, ataba a los… ahm, bueno, mantenía a los soldaditos del regimiento a buen resguardo. Sí, eso. Mantenía el área acordonada, tal vez era por eso que se llamaban así, cordones.

 

Las cosas que inventan los muggles, pensó Draco. De pronto cayó en cuenta de que había pensado como el patriarca Weasley y se odió profundamente por ello.

 

Iba dando vuelta en el primer corredor justo afuera de su habitación con rumbo a la biblioteca, cuando se topó frente a frente con alguien que venía en sentido contrario. Chocaron y Draco se quedó momentáneamente ciego mientras cerraba fuerte los ojos y se frotaba su hermosa nariz.

 

—¡Mierda! —gritó, despertando al retrato de su tía abuela y con eso, la furia segura de todos los que estaban en la casa.

 

—¡Malfoy! —gritó la otra persona por encima de los berridos de Walburga Black—. ¿Qué demonios estás haciendo con mi ropa?

 

Oh, no. Draco abrió un ojo, y luego el otro. Efectivamente, ahí estaba Potter, con su maldita expresión de perplejidad y mirándole boquiabierto. Tal vez estaba sorprendido de lo bien que se veía Draco con su horrible ropa.

 

—Eh… ¿tu ropa?

 

Potter le dirigió una mirada que, si Draco no hubiera sabido que Potter tenía el coeficiente intelectual de un ghoul, hubiera jurado que era de suspicacia y profunda desconfianza.

 

—Ahh, ¡eeeeesto! —dijo Draco señalándose la camiseta verde hojarasca, que dicho sea de paso, pensaba robársela—. Tu ropa.

 

El ceño de Potter se frunció más. Draco observó que el cretino abusador se llevaba la mano derecha hacia el bolsillo y eso lo hizo entrar en un ligero ataque de pánico. ¿Sería capaz el héroe mágico de atacar a Draco sabiendo que éste no tenía su varita consigo? Maldita la hora en que Snape había accedido a dejarlo desarmado con tal de que la Orden aceptara mantenerlo en Grimmauld Place como refugiado.

 

Se encontró con que no supo qué decir en su defensa. Ginny le había jurado que Potter, la Sangre Sucia y la Comadreja no volverían hasta dentro de mucho. Andaban por algún lado de Gales cumpliendo Merlín sabía qué misiones.

Pero la logística había fallado y ahí lo tenía. Furioso como sólo el gran Potter sabía estarlo.

 

—¡Ahhh, te refieres a tu ropa!

 

Potter sacó su varita y apuntó a un aterrorizado Draco al pecho.

 

—Te voy a contar hasta tres para que te qui…

 

—¡Harry!

 

Nunca una voz Weasleyana le había parecido más dulce a Draco. Ginny había aparecido de la nada como caída del cielo, interponiéndose entre Potter y él y salvándole el pellejo. Draco la miró con aristocrático agradecimiento, similar al que solía emplear con sus elfos domésticos cuando le servían las tostadas a la hora de desayunar.

 

—¡Ginny! —exclamó, y Potter lo miró atónito. Seguramente se preguntaría el porqué el nombre de pila y de inmediato Draco se pateó mentalmente por estúpido—. ¡Weasley! —se corrigió, rezando porque no fuera tarde—. ¡Explícale a Potter antes de que me mate!

 

—Nadie te está matando, Malfoy —dijo Potter sin dejar de mirarlo con los ojos entrecerrados y un curioso brillo de inusual inteligencia—. Aunque ganas no faltan, he de confesar.

 

—¡Harry! —volvió a chillar Weasley—. Yo le he prestado tu ropa.

 

—¿Qué? —preguntó Potter luciendo como el gran papanatas que era. Weasley lo tomó del brazo y comenzó a arrastrarlo mientras le decía:

 

—Verás, ¿recuerdas aquella broma que planeamos George y yo, la de los estampados infantiles para la ropa de Malfoy? —Potter asintió y él y Weasley se alejaron por el corredor, dejando a Draco respirando con seria dificultad. Weasley continuaba explicando—: Ah, bueno, pues resulta que sí salió todo bien, pero para evitarme problemas, yo…

 

Antes de dar vuelta a la esquina, Potter giró su cabeza hacia atrás por encima del hombro y le echó una curiosa mirada a Draco. Una que, Draco sabía, poco tenía que ver con la ropa que traía en ese momento. Era entendimiento y una amenaza velada.

 

Potter sabe, pensó Draco con desolación. Sintió que sus esperanzas de pasar una noche con la Weasley quedaban hechas trizas. Mierda. Tendría que volver a recurrir a su querida y siempre fiel mano derecha.

 

Después de todo, a Potter le gustaba la Comadrejilla. Y tal vez, todavía le gusta.

Era el pensamiento que Draco se repetía una y otra vez durante la cena de esa noche en la mesa de la repugnante cocina de los Black. Si no, ¿qué otra explicación podría haber para tanto odio repentino?

 

De por sí ya era bastante malo para Draco tener que compartir sus refinadas maneras ante tanto ojo hortera como eran Weasley madre e hija (y la ocasional visita de su prima Tonks), para encima tener que sufrir los ruidos insoportables que Ron Weasley hacía al comer, la cháchara interminable de Granger y las miradas de resentimiento que Potter le estaba lanzando.

 

¿A dónde huir, oh Salazar Sacrosanto?

 

No podía hacerlo aunque quisiera. Aunque aceptara la fatalidad de su destino con gracia y resignación, y decidiera que prefería caer muerto por un hechizo de Voldemort que sufrir muerte lenta en ese lugar de chifladura… aunque quisiera salir de ahí, existían fuertes hechizos de protección que no podría sortear sin su varita.

 

Por eso mismo se había enredado con la Comadrejilla. Había concluido inteligentemente (como todo lo que hacía él, ni más ni menos), que tener a la chica de su lado le haría la vida menos pesada. Y menos aburrida. Pasaría de ser un blanco de sus bromas estúpidas a ser objeto de amor y devoción.

 

Pero ahora…

 

La presencia de Potter y flotilla tiraba todo por la borda. El jodido héroe no dejaba de mirarlo mientras hacía algo particularmente destructivo con manos o dientes. Draco no pudo evitar sentir su mirada mientas Potter partía su hogaza de pan con tanta fuerza como si fuera un leño, o masticaba el estofado como si fuera un durísimo pedazo de grava.

 

Draco hizo su mejor esfuerzo para ignorarlos a todos. Tal como venía haciéndolo desde el día que tuvo que ir a vivir ahí si quería seguir existiendo, precisamente. Su carrera como espía al lado de Snape había sido más breve que el sabor de una goma de mascar, y ahora tenía que estar al resguardo. Saber que estaba en la lista negra de Voldemort no era bueno para su salud ni para su piel (trasnocharse pensando en eso resecaba su cutis y le causaba ojeras, por Dios).

 

A veces —sólo a veces, muy ínfimas veces— podía entender un poco al paranoico Niño-que-Vivió.

 

Draco terminó de cenar y agradeció educadamente a la señora Weasley. La mujer le chocaba un poco, pero Draco tenía que reconocer que como cocinera se desempeñaba muy bien. Sus platos no eran ni la mitad de glamorosos como lo que habría estado comiendo en la mansión, pero tenía mejor mano que los estúpidos elfos domésticos. Había que reconocerlo.

 

Pidió permiso para retirarse y así lo hizo, dejando atrás a los Weasley, Granger y Potter. Sintió sobre su espalda y nuca la mirada penetrante de éste último, pero hizo su mejor esfuerzo por ignorarla. Tragando saliva, se preguntó si el imbécil se habría convencido con la explicación que la Weasley les había dado a todos ellos de porqué Draco estaba usando su ropa.

 

Era lógico creer que Potter y compañía no querrían que Ginny tuviera que pagar por el costoso guardarropa de Draco, y si la chica les había pedido su ayuda y comprensión, Draco estaba seguro que todos ellos habían cedido. Después de todo, a Potter le gustaba Weasley.

 

Draco arrugó el ceño ante el pensamiento. Sabía que habían sido novios el año anterior en el colegio (¿quién no se había enterado, después de todo?) pero Weasley le aseguró que entre ellos ya no había nada desde la muerte de Dumbledore. Sin embargo, eso no quitaba que Potter no sintiera nada todavía por ella.

 

Y esas miradas de odio que le había estado otorgando durante toda la cena, eran por un motivo mucho más serio que el simple hecho de traer su ropa puesta.

 

—Todavía le gustas y sabe que tú y yo estamos juntos —fue lo primero que Draco soltó en cuanto la chica Weasley entró en su habitación más tarde—. Lo sé.

 

Ginny rodó los ojos.

 

—Claro que no. Sólo está enfadado porque tú te ves mucho mejor que él en su ropa vieja.

 

—No soy tonto, Weasley —insistió Draco. Después de todo, ya tenía casi tres meses viviendo ahí y Potter no solía emplear tan apasionadas miradas cuando Draco estaba frente a él. Más bien se había dedicado a ignorarlo fría pero educadamente. Así que todo eso era demasiada casualidad—. Le gustas, sabe que estamos juntos y está celoso —repitió.

 

Ginny soltó un suspiro exasperado.

 

—Que no. Eso es imposible. Yo no le gusto. Lo más probable es que nunca le gusté.

 

—¿Qué? —preguntó Draco con extrañeza—. ¿Me perdí de algo? ¿Qué vosotros no tuvisteis un rollito en Hogwarts…?

 

Ginny asintió con gesto condescendiente.

 

—Sí, pero fue porque él estaba confundido. Trataba de negarse a su realidad, pero ahora ya lo está aceptando bastante bien. —Miró hacia otro lado, frunciendo el cejo con enojo—. Después de todo, yo misma lo atrapé con Neville.

 

—¿Longbottom? ¿Qué tiene que ver ese gordo con todo esto?

 

—Neville no es gordo —defendió Ginny poniendo los brazos en jarras y empezando a impacientarse. Draco vio sus posibilidades de magrearse con ella alejarse a la rapidez de la luz—. Al igual que Harry, yo lo encuentro muy bien parecido. Lástima, ¿verdad?

 

Draco no entendía ni jota. —¿Lástima, qué?

 

Ginny lo miró como si no entendiera la pregunta. —¿No sabías que Harry y Neville son gays?

 

Un hipogrifo podría habérsele metido por la boca a Draco. No supo qué contestar.

 

—No lo sabías —dijo Ginny casi como para ella misma—. A eso me refería cuando te dije que lo atrapé con Neville… Fue hace unos meses, aquí mismo en Grimmauld Place. Neville vino a una junta, y en un momento dado, él y Harry se desaparecieron por ahí. Los busqué y… bueno…

 

Se sonrojó y se mordió el labio inferior, como intentando ocultar una sonrisita.

 

—¿Bueno, qué? —quiso saber Draco. ¿Qué era lo que había visto la Weasley como para sonreír así?

 

Ginny negó con la cabeza.

 

—No te lo diré. Al menos, no con detalles. Sólo que los encontré en una posición… interesante.

 

Draco se quedó pensando durante un momento. En primer lugar, lo tenía impactado la noticia de que el gran héroe mágico no era más que un jodido maricón. Aunque en el fondo no le extrañaba, siempre lo encontró bastante rarito. En cuarto año lo había atrapado más de una vez mirando a Diggory como una fan enamorada. No era que Draco se hubiera fijado también en lo bien parecido que era Diggory. O Krum. Simplemente era buen observador.

 

Lo que estaba picando su curiosidad era saber qué era lo que Ginny lo había visto

hacer con Longbottom. Lo pensó un poco más, olvidándose por completo de que la presencia de Ginny ahí en su cuarto había sido para un fin completamente diferente que el estar charlando acerca del maricón más famoso del mundo mágico.

 

No tenía idea de qué era lo que hacían los gays cuando estaban juntos. Después de todo, los dos tenían las mismas piezas anatómicas, por Dios. ¿Cómo era que lograban…?

 

Se acercó a Ginny y la tomó de los brazos, atrayéndola hacia él.

 

—¿Estás segura que no quieres contarme lo que viste? Creo que no te desagradó mucho… —la provocó.

 

Ginny se sonrojó más.

 

—Bueno, al principio me descolocó bastante, sobre todo porque Harry todavía me gustaba, pero… después de observar durante un minuto o dos, fue…

 

Draco se rió.

 

—¡Pero qué pervertida! ¿Estuviste mirando durante minutos enteros?

 

Ginny se removió entre sus brazos, cada vez más acalorada. Parecía que esos recuerdos la estaban emocionando de la misma manera que los besos de Draco lo hacían.

 

—Es que… ¡Merlín, Draco! No sabes lo apasionados que pueden ser los gays…

 

—No, no lo sé, a Merlín gracias —respondió Draco repentinamente indignado pero sin soltar a Ginny—. No logro entender qué puede tener de agradable ver eso. A mí me hubiera resultado repugnante —añadió arrugando la nariz.

 

—Pues no lo es. De hecho, es… estimulante. Ver a dos chicos así, desnudos y…

Draco sintió a la chica estremecerse contra su cuerpo y supo que esa noche sería suya al fin. No importaba si Ginny se calentaba por recordar a Potter y al gordo retozando juntos o no, lo importante era lo que Draco obtendría de la situación. La narración completa de las perversiones de Potter y un acostón con la pelirroja.

 

—¿Si? —la animó a continuar mientras le besaba el cuello seductoramente.

 

—Y… —Ginny se estremeció—. Haciéndolo.

 

Draco dejó de besarla y separó un poco la cabeza.

 

—¿Haciéndolo?

 

Ginny lo miró, colorada y sudorosa.

 

—Sí, haciéndolo. El amor. Ya sabes…

 

—Pero, ¿cómo es…?

 

La puerta de la habitación se abrió de improviso. Draco se interrumpió y aventó a Ginny lejos de él como si le quemara. Ambos se quedaron congelados mirando a Potter parado en el umbral.

 

El niño héroe tenía la cara deformada de furia ante la situación. Los tres se quedaron sin decir nada durante varios segundos, y al final, fue Ginny la que habló primero.

 

—Eh… bueno, en vista que ya tienes la ropa para mañana, me voy, Malfoy —dijo y rápidamente pasó a un lado de Harry sin mirarlo a la cara, huyendo despavorida.

 

Harry la miró irse con los ojos muy abiertos, mientras Draco suspiraba con enfado y se cruzaba de brazos.

 

—¿Qué demonios quieres, Potter?

 

Potter giró su cabeza de nuevo hacia él y le clavó los relampagueantes ojos.

 

—Me voy a quedar a dormir aquí, en esta habitación.

 

Durante algunos segundos, Draco se vio incapacitado para responder.

 

—¿QUÉ? ¿Por qué? ¡Tú tienes tu propia habitación, la que compartes con Weas…!

 

—Esta noche, Hermione duerme ahí —respondió Potter en tono lacónico y entrando sin permiso al cuarto de Draco.

 

—No, no —se negó Draco, desesperado—. No quiero tenerte aquí —dijo, viendo cómo las oportunidades de magrearse con Ginny se le escurrían de las manos.

 

Potter se acercó a él hasta quedar a menos de unos centímetros de su cara y lo fulminó con una mirada cargada de resentimiento.

 

—No me importan tus malditos prejuicios. Te aseguro que no voy a saltar a tu cama en medio de la noche para violarte.

 

—¿Qué? —Draco se quedó estupefacto. ¿Así que Potter suponía que Draco no lo quería ahí por ser gay? Bueno, era cierto que a veces era un elitista, pero en realidad nunca había sido homofóbico—. No, Potter, no es por lo que estás pensando…

 

—¿Ah, no? —lo retó Potter—. Pues igual te jodes. Ron y Hermione se han adueñado de mi cuarto y no pienso estar ahí con ellos ni un segundo más. Y aquí, tú tienes una cama de sobra.

 

Draco miró la otra cama gemela a la suya, la cual estaba llena de la ropa de Potter y de Weasley que Ginny le había estado llevando esos días. Potter llegó hasta ella y después de soltar un bufido de desprecio, arrojó las prendas al suelo.

 

—¡Oye! —gritó Draco.

 

—No te esponjes, Malfoy. Kreacher las recogerá mañana.

 

Sin decir una sola palabra más, Potter, que ya traía su pijama puesto, se metió dentro de las sábanas y se acostó.

 

Draco lo miró sin poder creer en semejante frescura. Potter le había quitado el último vestigio de dignidad y privacidad que le quedaba en esa vida de fugitivo de mierda en la que se había metido por culpa de la Orden. Pero, ¿qué más podía hacer?

 

Bufando y más que defraudado por haber perdido su noche con Ginny, se acostó también y trató de dormir. Le costó bastante tiempo; la frustración sexual y las ganas de matar a alguien no eran una buena mezcla a la hora de querer conciliar el sueño.

Después de tres días de lo mismo, Draco estaba convencido que la verdadera razón por la que Potter estaba compartiendo habitación con él era porque quería evitar que pudiera encontrarse con Ginny a solas. Y ahora que sabía que era gay y que la teoría de los celos quedaba descartada, no le quedaba más que imaginarse que lo que Potter estaba tratando de hacer era proteger el honor de la menor de los Weasley como un tipo de hermano mayor y celoso.

 

¡Era exasperante!

 

Sobre todo porque, negada su oportunidad de hacer algo con Ginny, la tensión sexual se acumulaba en el cuerpo de Draco a niveles alucinantes y ni siquiera tenía el valor de hacerse una paja con propiedad, no teniendo al Niño-que-vivió-para-follarse-a-otros-tíos ahí con él, en la misma habitación. Tenía que recurrir a su valioso tiempo en la ducha, el cual era brevísimo debido a que el agua caliente duraba menos que un helado al sol.

 

Punto y aparte, no podía sacarse de la cabeza lo que Ginny le había contado acerca de Potter y su noche de pasión con Longbottom. Draco pasaba la noche escuchando la respiración pausada de Potter y preguntándose cómo, en nombre de todos los dioses, los gays podían hacerlo. Lamentablemente, con el trío maravilla ahí en casa, sus probabilidades de pillar a Ginny a solas se habían reducido a cero y también la posibilidad de preguntarle acerca de ello.

 

La cuarta noche que Potter durmió en su habitación, Draco no pudo más con su curiosidad.

 

—Potter… —le llamó en medio de la oscuridad, aproximadamente diez minutos después de que habían apagado la luz. ¿Estaría dormido el gilipollas?

 

—¿Mmmm? —respondió el otro con aparente mal humor.

 

—¿Te puedo preguntar algo?

 

—¿No estás haciéndolo ya? —contestó Potter girándose sobre la cama para encarar a Draco. A pesar de la oscuridad, Draco podía ver sus facciones resplandeciendo con la poca luz de luna que entraba por la ventana. Los ojos le brillaban con algo que Draco esperaba no fuera furia asesina.

 

Ignorando el comentario anterior, Draco continuó:

 

—¿Me podrías explicar cómo es que ustedes los gays, lo hacen?

 

Potter se quedó en silencio e inmóvil por los siguientes diez segundos. Parecía no poder creer lo que Draco le acababa de preguntar.

 

—¿Hacemos, qué?—preguntó a su vez.

 

Draco rodó los ojos y esperaba que Potter lo hubiera visto hacerlo.

 

—Dios, Potter. Qué lentitud. ¡Pues tener sexo, obviamente!

 

Más silencio.

 

—Malfoy, de verdad no entiendo tu pregunta.

 

Desesperado por tanta ineptitud, Draco se incorporó y se sentó en la cama mirando hacia el Cuatro Ojos.

 

—Merlín, Potter. Y yo no entiendo cómo eres tan estúpido. —Decidió recurrir a la vieja explicación del caballito de mar volador y la flor. En su mejor tono condescendiente, comenzó a explicar—: Verás, Potter, tú sabes que cuando un caballito de mar volador y una florecita se encuentran, sucede algo que los profesores denominan polinización, pero que, técnicamente, es parecido a cuando…

 

—¡Dioses, Malfoy, cállate! Si lo que estás haciendo es tratar de explicarme cómo funciona el coito entre un hombre y una mujer, créeme que lo tengo muy claro. Ahórrate tus idioteces.

 

Con eso, se giró sobre la cama dándole la espalda a Draco, como si diera por finalizada su conversación. Pero Draco no se daría por vencido tan fácilmente.

 

—¿Ves? Exactamente a esto es a lo que me refiero: es una completa injusticia —dijo en ese tono de niño consentido que nunca le fallaba con sus padres.

 

Funcionó. No había Gryffindor en el mundo que pudiera resistirse a ser testigo de una injusticia y no hacer nada al respecto.

 

Potter se giró de nuevo hacia él.

 

—¿De qué estás hablando?

 

—De que tú sí sabes cómo funciona entre los heterosexuales, ¡pero yo no sé cómo funciona entre vosotros, los gays!

 

Potter se quedó en silencio tanto tiempo que Draco creyó que tal vez se había dormido con los ojos abiertos.

 

—¿Lo dices en serio? —preguntó al fin—. ¿De verdad no lo sabes?

 

Draco se frotó la cara con las manos. ¿Era posible que fuera tan bobalicón?

 

—No, Potter, no lo sé. Por eso justamente es que te lo estoy preguntando.

 

Potter se volvió a tomar su tiempo en hablar.

 

—¿Y por qué quieres saberlo? ¿Eres… gay?

 

Draco se estremeció ante el mero pensamiento.

 

—¡Arhg, no! ¡Claro que no! Simple curiosidad, nada más.

 

Algo cruzó el rostro de Potter por un breve segundo, y si no hubiera estado tan oscuro Draco podría haber asegurado que era algo parecido a la decepción. Tal vez había sido un poco brusco con su último comentario.

 

—Quiero decir… —intentó rectificar—. Que no soy homofóbico ni nada parecido. Digo, cada quién sabe que hace con su vida. Por eso mismo quería saber, ya sabes, para comprenderlos mejor y esas cosas… —mintió.

 

Potter pareció pensarlo un rato.

 

—Y con exactitud, ¿qué es lo que quieres saber? —preguntó con voz apagada.

 

—Pues… —Draco buscó una manera elegante de decirlo—. Cómo funciona el coito entre ustedes. Si es que lo hay. ¿O sólo son…? —No pudo decir mamadas, así que rápidamente agregó—: ¿caricias, besos y esas cosas?

 

Potter pareció sonreír.

 

—¿De verdad no sabes del coito anal o me estás tomando el pelo?

 

¿Anal? ¿Había oído bien? ¿Así que de eso se trataba? ¡¿ESO era lo que Ginny había visto suceder entre Longbottom y él?!

 

Ante su silencio, Potter soltó un largo suspiro.

 

—No, por lo visto no me tomas el pelo. Desde aquí puedo ver cómo te has horrorizado. Buenas noches, Malfoy. —Y con eso, se giró de nuevo, cubriéndose con las mantas hasta el cuello.

 

Draco lo dejó en paz. Estaba demasiado ocupado asimilando aquello… Es que, no podía ser cierto, ¿o sí? Él había escuchado hablar de ese tipo de coito entre chico y chica, y le habían dicho que, aunque placentero para él, podía resultar muy doloroso para ella. Por eso jamás lo había tomado como una opción real para utilizar en su vida sexual… cuando tuviera una, claro.

 

Pero resultaba que los gays lo hacían todo el tiempo así. Era increíble su nivel de sadomasoquismo. Con razón siempre caminaban tan rarito.

No dejó de pensar en eso hasta que pilló a Ginny a solas en la biblioteca de la casa al día siguiente. Tenía que saber.

 

El trío fantástico había salido a hacer algunas compras, así que técnicamente Ginny y él estaban solos en la casa pues su madre rara vez salía de la cocina.

 

Cuando Draco entró al recinto, la cara de la chica se iluminó. Draco pensó brevemente que tal vez Ginny esperaba alguna sesión de besuqueo, pero él tenía otra cosa en mente.

 

—Ginny —jadeó después de haber subido corriendo las escaleras—. ¿Recuerdas lo que me contaste, acerca de Potter y Longbottom?

 

Ginny pareció decepcionarse un poco ante la pregunta.

 

—Claro que recuerdo, ¿por qué?

 

—Necesito que me digas qué fue lo que viste… con exactitud.

 

A Ginny le brillaron los ojos con picardía.

 

—Ahh, ya entiendo. A ti también te pone, ¿no es verdad? ¿Quieres que te cuente mientras nos besamos?

 

Draco tardó un poco en entender qué era lo que la chica le estaba diciendo.

 

—¿Qué? ¡No! Sólo quiero saberlo porque Potter me dijo que entre gays lo hacen por medio del coito a… este, por detrás, y yo… ¿Ginny, eso fue lo que viste?

 

Ginny enrojeció enormemente.

 

—Sí —respondió después de un breve titubeo.

 

Draco no pudo evitar hacer un gesto que era mezcla de asco y dolor.

 

—Arghhh, ¿y quién se lo, ejem, a quién?

 

Ginny se aclaró la garganta, visiblemente muy nerviosa.

 

—Harry se lo hacía a Neville.

 

Claro, y que el pobre Longbottom se jodiera, ¿no? Típico del héroe favorito de todos.

 

—¡Pobre Longbottom! —murmuró Draco sin poder evitar sentir cierta y mínima lástima por él.

 

—¿Pobre? —preguntó Ginny como si no comprendiera a qué se refería Draco—. ¿Pobre? —repitió, más divertida—. Yo te aseguro que se lo estaba pasando muy bien.

 

—¡Bromeas! —exclamó Draco. Ni de coña se creería que alguien se lo podría pasar bien haciendo eso. Y recibiendo aquello. Y por ahí.

 

—No, Draco, no bromeo —dijo Ginny en un tono bastante serio e inusual en ella—. Te aseguro que estaba más que feliz de… Bueno, el punto que es yo lo vi. Es tu problema si quieres creerme o no.

 

La chica se cruzó de brazos, notoriamente enfurruñada, pero a Draco no le importó. En ese momento de cruciales secretos develados, no podía pensar siquiera en besarla. No le apetecía en absoluto. Lo único que deseaba era satisfacer su curiosidad.

 

—Pero… —comenzó, no muy seguro de qué preguntar—. ¿Dices que lo estaba disfrutando? —Ginny asintió de mala manera—. ¿Y Potter también, supongo? —Ginny volvió a asentir—. Y…

 

—Draco, ¿qué es exactamente lo que quieres saber? —cuestionó ella de bastante mal humor.

 

—Ehh… bueno, es que… no logro imaginármelo.

 

Ginny sonrió y suspiró hondamente.

 

—También tú eres gay, ¿verdad?

 

—¡¿QUÉ?! ¡Por supuesto que no! —Pero, ¿qué demonios se creían todos ellos? ¿Creer que Draco era gay simplemente porque quería saber? Era tan cierto como afirmar que Granger quería ser elfina doméstica por el simple hecho de montar toda aquella parafernalia del PEDO o como se llamase—. Es simple curiosidad, nada más.

 

Ginny lo miró divertida durante un momento. La verdad a Draco no le importaba lo que pensara de él, mientras le otorgara respuestas. La ignorancia era inherente a la gente de la clase baja y no había nada que Draco pudiera hacer al respecto.

 

—De acuerdo. Te lo contaré con lujo de detalles —consintió ella por fin.

A Draco se le hizo la boca agua y realmente no quiso preguntarse porqué. Se sentó en una butaca y Ginny hizo lo mismo junto a él. La chica tenía en la cara un gesto de curiosa resignación que Draco no alcanzaba a comprender qué significaba.

 

—Imagina esto… —comenzó Ginny y Draco abrió mucho los ojos—. Aquí mismo, en la biblioteca…

 

—¿Aquí? —interrumpió Draco, escandalizado.

 

—Ajá. Todos los demás estábamos abajo, y los idiotas olvidaron poner algún hechizo en la puerta. Total, que yo los estaba buscando y al ver la puerta entrecerrada, supuse que estaban aquí. Asomé la nariz un poco, y vi a Harry de pie, dándome la espalda, con los pantalones hasta los tobillos y moviéndose hacia delante y hacia atrás…

 

Draco tragó. Intentó imaginarse el trasero desnudo de Potter y le pareció que debía ser bastante… eh, ¿bonito? Después de todo, el cabrón lucía tan bien en sus viejos vaqueros… oh, no, Draco no acababa de pensar eso. Se concentró en lo que Ginny decía para olvidar su desliz.

 

—Tenía a Neville doblado boca abajo justo sobre esa mesa. —Ginny señaló una gran mesa de madera detrás de ellos, y Draco no pudo evitar mirarla e imaginar a Potter ahí, justo detrás, con toda la parte inferior de su cuerpo al descubierto—. Y bueno, por lo menos desde mi punto de observación, se veía que lo estaban pasando bastante bien. Los dos.

 

—Pero… —Draco se dio cuenta que estaba salivando y tuvo que tragar antes de continuar hablando—. ¿Viste…? —Con las manos hizo señas de algo que entraba por otro algo y Ginny sonrió ampliamente.

 

—No tienes idea de lo bien que se ve eso, Draco —dijo con la voz más traviesa que Draco le había escuchado jamás.

 

—No te creo —respondió sin mucha convicción.

 

Ginny suspiró hondamente y se apoyó en la silla, cerrando los ojos.

 

—Harry tiene la polla más bonita que te puedas imaginar. Es una verdadera lástima que resultara homosexual —concluyó con gesto melodramático.

 

De súbito, Draco tuvo una imagen mental que lo hizo desear no haberle preguntado a Ginny eso jamás. Horrorizado, percibió un bulto bajo sus pantalones y casi se muere de la vergüenza, aunque dudaba que Ginny lo hubiera visto.

 

—¿Eso es todo o quieres saber algo más? —preguntó Ginny, aún sonriendo enigmática.

 

—Creo que eso ha sido más que suficiente. Gracias.

 

Con eso, Draco se puso de pie y salió a toda prisa de la habitación. La ducha helada sería su castigo por dejarse llevar a ese extremo por su curiosidad.

 

 

 

 

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