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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Bi-Curious

Capítulo2

 

—Usted es gay.

 

Snape arqueó una ceja y un amago de sonrisa presuntuosa se dibujó en su cara.

 

—¿Vengo hasta acá a devolverte tu varita y eso es lo único que se te ocurre decir? —preguntó el ex profesor y espía mientras le ofrecía a Draco el susodicho instrumento mágico.

 

Draco lo tomó sin dar las gracias, mirando a Snape con expresión desconfiada. Ser la mano derecha de Voldemort colocaba al hombre en un puesto envidiable a la hora de recopilar información que brindarle a la Orden, y por eso mismo, siempre era recibido en Grimmauld Place con enorme beneplácito. Especialmente por Remus Lupin. Y Draco no se tragaría la excusa de que si iba a esa casa de porquería, sólo lo hacía para visitarlo a él.

 

Al ver que Draco no decía nada, Snape bufó y continuó hablando.

 

—Estoy faltando a mi palabra al entregártela, espero que sepas agradecer eso.

 

—Entonces, ¿por qué lo hace? ¿Para tener un motivo para venir aquí? ¿Qué excusa utilizará la siguiente ocasión? ¿Traer leche y huevos para el desayuno?

 

La sonrisa de Snape no amainó.

 

—Créelo o no, a veces te recuerdo y me remuerde un poco la consciencia por haberte dejado aquí, rodeado de Gryffindors. Y desarmado.

 

Snape, el muy cínico, sonrió más. Draco lo miró frunciendo el ceño, sabiendo que el maldito sabía que él tenía una vida de mierda ahí, aguantando las bromas de los Weasley y aburriéndose hasta desear morir.

 

En todas las ocasiones anteriores en las que Snape había visitado Grimmauld Place, Draco prácticamente le había saltado encima para suplicarle que se lo llevara con él, que no le importaba exponer el pellejo, que lo prefería todo con tal de no estar ahí soportando la mugre y a los Weasley. Sin embargo, ese día, ya no se lo pidió más.

 

Draco se guardó la varita sin pensar mucho en eso. Tenía algunas preguntas en la punta de la lengua y no eran precisamente acerca de la guerra ni de sus padres.

 

—Pero, usted es gay, ¿verdad?

 

La sonrisa de Snape desapareció y sólo miró a Draco con algo que rayaba entre el desprecio y la curiosidad.

 

—¿Y qué si lo fuera?

 

Draco tuvo que resistirse para soltar un bufido. Lo sabía, sabía que el hombre era gay. Su padre se lo había dicho. Nadie le conocía romance con bruja alguna y, por si fuera poco, tenía esa extraña obsesión con el licántropo, lo que a Draco le despertaba muchas sospechas. No le pasaban desapercibidas las “reuniones” que el hombre lobo y Snape sostenían a puerta cerrada en la habitación del primero.

 

¿Y qué si lo fuera?, le había preguntado. Definitivamente, eso sonaba a una confesión y Draco, que no había esperado que Snape lo reconociera así de rápido, se encontró con que no supo qué era lo que quería preguntar.

 

—Ten-tengo algunas dudas —balbuceó, repentinamente nervioso.

 

Snape volvió a arquear una ceja.

 

—¿Tienes dudas acerca de tu sexualidad, Draco? —le preguntó en un tono que gritaba oh, cómo disfrutaré contarle a tu padre acerca de esto y burlarme de él en su cara.

 

Draco se enfureció.

 

—¡No, no tengo dudas, muchas gracias! Soy tan hombre como un mago sangre pura lo puede ser, y me gustan las mujeres, el quidditch y el whiskey de fuego. Simplemente que…

 

Simplemente, ¿qué? Draco enmudeció y Snape intensificó su mirada inquisitiva.

 

—Tengo en casa un libro acerca de la homosexualidad en el mundo mágico y los hechizos más comúnmente utilizados por la comunidad LGBT —comenzó Snape en tono condescendiente—. Ahora que tienes tu varita podrás ser capaz de ejecutarlos. ¿Y quién es el afortunado que te ha hecho salir del armario, Draco?

 

Draco enrojeció hasta la raíz del cabello. Preguntarle eso a Snape había sido una muy mala idea.

 

—¡Para su información, es con la chica Weasley con quien me estoy magreando, no con un “afortunado”! —le espetó. Claro que eso había dejado de ser verdad hacía más una semana, desde que Potter y compañía habían llegado. Pero Snape no tenía porqué saberlo.

 

Ante su exabrupto, Snape arrugó la cara en un franco gesto de desagrado. Seguramente encontraba la idea de magrearse con la Weasley tan repugnante como Draco encontraba la de hacerlo con un chico.

 

—Sólo es un pasatiempo—aclaró—. Nada serio. Supongo que usted comprenderá que uno se aburre de no hacer nada. De estar aquí, abandonado a mi suerte por las personas en las que confiaba.

 

Snape no pescó el anzuelo. Se levantó de la silla, dispuesto a dar por finalizada la conversación con Draco. Seguramente no cabía en las ganas de ir a buscar a Lupin a su habitación.

 

—Pues cambia eso. Te he traído tu varita y no eres ningún inútil. Gánate la confianza de los de la Orden y busca que te envíen a alguna misión. —Caminó hacia la puerta de la biblioteca, pero antes de salir se giró hacia Draco y añadió—: Por cierto, sé que Potter es de los nuestros.

 

—¿Mortífago espía? —preguntó Draco, creyendo que nada acerca del Niño-que-vivió podría sorprenderlo más.

 

Snape lo miró con algo que parecía lástima.

 

—No, Draco. Me refiero a que es homosexual. Mi gaydar nunca me falla.

 

Draco trató de no sentirse ofendido por haber sido incluido en ese conjunto de los nuestros que en realidad era el conjunto de los maricas.

 

—Ah.

 

Snape se quedó en silencio durante un momento, la negra mirada perdida en la nada mientras suspiraba y agregaba, para enorme disgusto de Draco:

 

—Me dejaría cortar un brazo antes de reconocerlo delante de él, pero a Potter lo encuentro mucho mejor parecido que a la chica Weasley. Lástima que le llevo tantos años y que me recuerda al imbécil de su padre, porque si no… —Draco abrió la boca, horrorizado ante la revelación. Pero antes de que pudiera decir nada, Snape finalizó—: El punto es, que tal vez, Potter podría aclararte tus dudas.

 

Snape le guiñó un ojo y salió de la biblioteca. Draco miró la espalda de su ex profesor alejarse sin poder creer en el papelón que acababa de hacer delante de él y en todas las tonterías que éste le había dicho. Definitivamente, un ídolo acababa de caerse de su pedestal.

 

Lo pensó durante un momento antes de decidirse y salir a toda prisa tras él para seguirlo a la distancia.

 

Si Snape no le respondía sus dudas de manera verbal, Draco buscaría una explicación en vivo y a todo color.

 

Escondido al otro lado del pasillo que llevaba a la habitación del licántropo, Draco esperó hasta que escuchó la puerta cerrarse. Entonces caminó lentamente hacia ahí, dando cada paso con asombrosa cautela y confiando en no encontrarse con alguna tabla suelta debajo de la roída alfombra. Llegó ante la puerta del cuarto de Lupin, que, oh, casualidad, no vivía ahí pero siempre estaba presente en la casa cuando Snape los visitaba.

Art por Nessa
Art por Nessa

 

Draco se agachó hasta que su ojo quedó a la altura del agujero de la cerradura. Su campo visual se limitó a un pequeño espacio entre el suelo y la cama, y ni Snape ni Lupin estaban dentro de él.

 

Tampoco podía escuchar bien. Sólo unos cuantos murmullos de voces y sí, en efecto, ruido de telas. Aguzó el oído, rogando a todo lo que le era bendito que se les ocurriera colocarse justo donde él alcanzara a verlos.

 

Si al final de todo, ésa era la única manera en la que él podría enterarse si de verdad todos los gays lo hacían así como Ginny se lo había dicho, bienvenida fuera. No quiso ni se permitió pensar de él mismo como un vouyerista, claro que no, los Malfoy nunca eran nada de eso. Sólo era un chico inteligente y curioso, hambriento por aprender y con un irrefrenable deseo por ser mejor que los demás. Era un investigador de campo, ni más ni menos. Sí, eso. De campo.

 

Con el corazón acelerado, Draco se quedó inclinado sobre la puerta y con el ojo fijo en la cerradura. Y así hubiera permanecido si no hubiera llegado alguien que lo tomó por el cogote y tiró de él hacia arriba con tanta fuerza que, Draco sabía, su hermoso cuello quedaría magullado de por vida.

 

Antes de que pudiera pensar en qué era lo que estaba ocurriendo, tuvo los ojos verdes y furiosos de Potter clavados en los suyos y su mano aun fuertemente asida de su nuca, quitándole toda oportunidad de escapar. A pesar de que Draco sabía que no estaba haciendo nada malo, no pudo evitar sonrojarse repentinamente.

 

—Así que… mucha curiosidad, ¿no? —le susurró Potter en un tono tan irascible que a Draco se le puso la piel de gallina—. ¿Qué mierda crees que estás haciendo?

 

—La culpa de todo la tienes tú —masculló él en respuesta, intentando con todas sus fuerzas no pensar en lo que esa misma mañana Ginny le había contado acerca de Potter y su encuentro con Longbottom. Pero el simple hecho de pensar en que no debía pensar, hizo que su miembro presentaba una semi-erección.

 

Sin soltarlo, Potter abrió mucho la boca en un gesto de incredulidad.

 

—¿Yo? —espetó.

 

—¡Claro que sí! —respondió Draco sumamente indignado—. Si hubieras tenido la amabilidad y generosidad de brindarme algunas respuestas, yo no me vería en la necesidad de estar haciendo investigación por mi propia cuenta.

 

Potter lo observó durante unos segundos sin decir nada. Draco pudo ver cómo entrecerraba los ojos y apretaba el agarre sobre su cuello. Sin poder evitarlo, Draco gimió del dolor. Sin embargo, no hizo nada para zafarse.

 

—¿Cuáles respuestas?

 

Potter había hecho la pregunta en un tono cadencioso y lento, como si hubiera pensado mucho antes de formularla o tuviera miedo de lo que Draco iba a contestar. Éste trató de pensar frenéticamente a cuales respuestas se estaba refiriendo. La verdad, no tenía ni idea de qué era lo que deseaba o necesitaba saber.

 

—Ehm… —comenzó, sintiendo que enrojecía más—. Pues, como… por ejemplo, er… ¡Que estoy seguro que me has mentido! —dijo a toda prisa, como inspiración de último momento.

 

El gesto de suspicacia de Potter se incrementó notoriamente. Draco no podía dejar de pensar en la mano del jodido héroe sosteniéndolo del cuello y mandándole oleadas de calor por todo el cuerpo. ¿Se daría cuenta Potter de lo que le estaba haciéndole sentir?

 

—¿Qué yo te he mentido? —repitió Potter, enojándose más—. Tú y yo apenas sí cruzamos palabra… ¿Cuándo te mentí?

 

—En el modo en que los gays lo hacen… —susurró Draco, recordando de repente que Snape y Lupin estaban al otro lado de la puerta haciéndolo, precisamente—. Lo que me dijiste es falso —afirmó.

 

Por fin, Potter lo soltó y dio un paso atrás. Draco trastabilló un poco mientras recuperaba el equilibrio y se convencía que no echaba de menos la ardiente mano de Potter sobre él.

 

—¿Falso? —preguntó Potter. ¿Pero, qué el estúpido no podía mantener una conversación civilizada sin estar repitiendo todo lo que Draco decía?

 

—Los gays no lo hacen así como me dijiste —respondió Draco con seguridad aunque en realidad no estaba nada convencido de lo que estaba diciendo. Recursos desesperados para poder salir del paso—. Eso… eso es materialmente imposible.

 

Potter cambió su postura. Se cruzó de brazos y levantó una ceja en un gesto que a Draco se le antojó adorablemente arrogante.

 

—¿En serio? —exclamó el gilipollas—. Oh, perdone, su divinidad. No me dí cuenta cuando obtuviste tu master en Sexualidad. Entonces, ahora no me explico cómo diablos todo este tiempo yo he conseguido hacerlo si resulta tan imposible como tú lo aseguras.

 

Furia helada recorrió la piel de Draco, provocándole escalofríos nada placenteros. Frunciendo los labios y tratando de ignorar el último comentario de Potter, dijo:

 

—No tienes que ser tan presuntuoso, Potter, que no te queda bien. No tendré supremos conocimientos en sexualidad como otros, pero sí sé que es imposible que tú-ya-sabes-qué quepa en tú-ya-sabes-dónde.

 

Potter soltó una carcajada y Draco, horrorizado ante la posibilidad de que las personas dentro del cuarto se dieran cuenta que ellos estaban ahí, se movió hacia él implorándole silencio con un dedo sobre los labios.

 

—¡Cállate, Po…!

 

Potter lo interrumpió al dejar de reír tan repentinamente como había empezado a hacerlo y tomándolo fuertemente de la muñeca con una de sus manos.

 

—¿No puedes ser un poco más infantil, Malfoy? ¿Tan mojigato y estrecho eres que no puedes llamar a las cosas por su nombre? —le preguntaba, presa de una súbita furia—. Ahora veo que Ginny acertó completamente al decorar tu ropa con motivos de bebé.

 

Cosa extraña en él, durante unos momentos Draco no supo qué responder. Retorció el brazo intentando que Potter lo soltara, pero éste parecía apretar su afiance más y Draco dejó de luchar.

 

—Es que… —comenzó, desesperado por huir de ahí, por alejarse de ese maldito niñato que removía los cimientos de su ya de por sí poco estable mundo como nunca nadie más lo había hecho—. Es imposible, Potter. Tienes que reconocerlo. Es técnicamente imposible. No cabe.

 

El desgraciado sonrió. Presuntuoso y malévolo.

 

Draco tragó.

 

—¿No cabe? —repitió Potter en tono burlesco—. Te sorprenderías, Malfoy.

 

Draco negó con la cabeza aunque no estaba seguro a qué era a lo que estaba diciéndole que no.

 

—No. No quiero sorprenderme. Yo… sólo quiero saber.

 

Potter lo miró a los ojos durante un breve momento; todo atisbo de burla desapareciendo de su rostro y expresión. Entonces, pareció tomar una decisión y comenzó a caminar, alejándose de ahí y arrastrando a Draco con él. Jadeando, Draco no tuvo más remedio que seguirlo si es que quería seguir conservando la mano unida a su brazo.

 

Potter se dirigió derecho a la habitación que los dos compartían desde hacía cinco días y, metiéndose con todo y Draco, cerró la puerta tras ellos. Bruscamente, arrojó a Draco contra la pared más cercana y caminó hacia él.

 

Olvidándose por completo que ya tenía su varita consigo, Draco se encogió temiendo lo peor.

 

—Bien —dijo Potter en un tono inusualmente duro—. ¿Quieres saber, no? Entonces, eso haré. Voy a informarte. Aunque antes, tengo que advertirte… los muggles tienen un dicho —decía mientras inmovilizaba a Draco colocando sus manos encima de cada hombro del rubio, atrapándolo—, donde afirman que la curiosidad mató al gato. —Sonrió traviesamente antes de añadir—: Confiemos en que no suceda lo mismo con las serpientes.

 

Draco no podía ni respirar. Potter estaba tan cerca de él que podía percibir su calor irradiando en pequeñas pero fulminantes ondas que azotaban todo su cuerpo. Un estremecimiento tras otro no le permitía recuperar una postura digna ni tampoco le daba tiempo para contraatacar con algún comentario mordaz.

 

—¿Qué… qué vas a hacer? —fue todo lo que consiguió preguntar.

 

Potter lo miró sin dejar de sonreír.

 

—Darte lo que estás pidiendo a gritos —le dijo.

 

Draco sintió que un agujero se abría en el suelo de tan rápido que el alma le caía hasta los pies.

 

—¿Qué-qué? —balbuceó—. ¿Qué vas a darme, qué?

 

El jodido héroe soltó una risita, muy divertido, el grandísimo cabrón.

 

—Información, Malfoy. ¿No es eso lo que quieres?

 

Y sin darle tiempo de más, se inclinó hacia Draco hasta que su boca quedó a centímetros de la oreja del rubio. Draco intentó alejar su cara, pero los fuertes brazos de Potter no le permitían moverse nada.

 

—Te explicaré la manera en que el sexo entre gays no sólo es posible, sino completamente placentero —susurró contra el oído de Draco y éste sólo se removió inquietamente sin decir palabra—. Te voy a revelar el secreto de cómo no solamente te obligaría a aceptar que me permitieras follarte, sino que haría que me suplicaras hacerlo.

 

—¿Yo? —atinó a preguntar Draco en un susurro desesperado.

 

Potter alejó un poco la cabeza y lo miró a los ojos antes de responder.

 

—Hipotéticamente hablando, claro. —El cabrón sonrió.

 

Draco entrecerró los ojos. Hipotéticamente hablando, un carajo. Potter lo hacía con toda la intención de seducirlo, pero Draco no se lo permitiría. Después de todo, él no era gay, pensaran todos lo que pensaran.

 

Sin embargo, en contra de todo buen sentido común, Draco no hizo nada para impedir que Potter se acercara de nuevo y casi pegara su mejilla contra la suya.

 

—Primero, por supuesto, te besaría hasta el cansancio aún con la ropa puesta. Así como estamos en este momento, por ejemplo —dijo Potter justo junto a su oído, con la voz murmurante y llena de calidez—. Tú contra la pared, yo pegando mi cuerpo contra el tuyo. Te besaría, metería mi lengua en ti y te oprimiría, rozando mi erección con la tuya y demostrándote lo mucho que te deseo.

 

—No… yo no —logró murmurar Draco, cerrando los ojos y dejándose llevar aunque sabía que no debía hacerlo. La imagen de Potter besándolo así era tan real y tan cercana que no podía evitar desear que en realidad estuviese pasando.

 

—Sí —contradijo Potter, pero no se acercó más ni trató de besarlo. Sólo continuó hablando—. Comenzaría a desabrocharte la camisa, acariciaría tu pálido torso… te pediría perdón por haberte ocasionado aquella herida con el Sectumsempra, me agacharía a lamer tus pezones, tan desconocidos para mí pero que al primer contacto con mi lengua reaccionarían de inmediato, poniéndose erectos y duros y deliciosos…

 

Draco cerró los ojos más apretadamente. Estaba seguro que sus pezones ya estaban erectos ante el simple pensamiento de la lengua de Potter moviéndose sobre ellos, ante la imagen de su cabeza con aquel pelo imposible justo sobre su pecho. La camiseta que traía puesta en ese momento comenzó a sentirse incómoda sobre su piel.

 

—Pero… —jadeó, intentando recuperar la cordura—. Eso no tiene nada que ver con…

 

—Claro que tiene que ver, Draco —lo interrumpió Potter, aún junto a su oído, atreviéndose a llamarlo por su primer nombre—. Todo tiene que ver. Porque de tus pezones, mi lengua viajará hasta tu ombligo, sumergiéndose en él y revoloteando mientras mis manos, presurosas, abren tu pantalón.

 

Draco volvió a jadear, pero ahora no dijo palabra. No podía. Las manos de Potter, de alguna manera, habían reptado sobre sus hombros y ahora estaban posadas a ambos lados de su cuello, y el perverso estaba usando sus pulgares para acariciar la temblorosa mandíbula de Draco.

 

—Y entonces, Draco, te bajaré los pantalones y los calzoncillos —susurró Potter sin dejar de acariciarlo levemente, sus dedos como mariposas sobre la piel de Draco, apenas rozándolo—, dejándote al descubierto y mirándote por primera vez, conociéndote…

 

La visión de los ojos de Potter clavados en su erección estremeció a Draco sin poderlo evitar. Fue entonces que fue consciente de que, efectivamente, en ese momento la tenía más dura que nunca.

 

Tragó fuerte mientras Potter continuaba su narración.

 

—Y no podría soportarlo más, Draco, dejaría que mi lengua cayera sobre ti, probándote, lamiendo esa minúscula gota que ya tendrás en la punta de tu orgulloso miembro erecto, por mí, para mí…

 

Draco volvió a jadear. Imaginarse eso era avasallante, y Merlín bendito, sin darse cuenta de lo que hacía, arrojó sus caderas adelante. Pero Potter reaccionó rápidamente y alejó la parte inferior de su cuerpo antes de que Draco pudiera rozarlo.

 

Draco se reacomodó en su lugar junto a la pared sin poder evitar soltar un gemido de insatisfacción.

 

—Yo estaré ansioso por saborearte, y te lameré entero, te comeré entero —continuó Potter roncamente, ignorando los intentos de Draco por tocarlo y sus gemidos—. Depositaré lo más que pueda de ti dentro de mi boca, hasta dentro, haciendo que tu punta toque mi garganta y cerrándola fuerte a tu alrededor. Y tú sentirás la presión de toda mi boca, de mi lengua, mis labios, y querrás correrte, Draco, pero yo no te lo permitiré porque aún faltaría lo mejor.

 

Draco no podía pensar en algo mejor que eso que Potter le estaba describiendo. Nunca en su vida nadie le había hecho una mamada, pero no por eso podía dejar de haber imaginado mil veces en cómo podría ser. Aunque claro, la protagonista de su sueño jamás había sido Potter ni por remoto asomo.

 

Pero ahora ahí estaba, deseando estúpidamente que Potter se callara de una puta vez y pusiera en práctica eso que le estaba prometiendo. Incapaz de pedirlo en voz alta, Draco volvió a gemir, esa vez, mucho más alto.

 

Potter lo ignoró y continuó su maldita narración de mierda.

 

—Terminaría de quitarte toda la ropa y te doblaría boca abajo sobre la cama, Draco. Tú temblarás al encontrarte en esa posición tan incómoda y sumisa, pero el miedo te durará poco. Yo me agacharé tras de ti y me arrodillaré entre tus piernas, tomando tus hermosas nalgas con mis manos y apartándolas para abrirte ante mí.

 

Draco abrió los ojos, impactado ante las imágenes mentales que se le ofrecían por culpa de la pecaminosa explicación de Potter. Se dio cuenta que éste tenía los ojos cerrados, en un gesto de dolorosa concentració repente, las manos de Potter recorrieron su cuello y lo tomaron de las mejillas, mientras éste intensificaba la sensualidad en su tono y decía:

 

—Y no sabes lo hermoso que eres, Draco, no lo sabes. La vista que me estarás ofreciendo, así… boca abajo, con tu culo abierto, tu entrada… Dios, Draco, eres… tan bello. Tan…

 

Draco jadeó y cerró los ojos de nuevo, y su cabeza, sola y por propia voluntad, se giró hacia la de Potter. No sabía, Draco no sabía qué era lo que quería, pero necesitaba algo. Algo que le demostrara que lo que Potter le estaba narrando no era sólo eso. Necesita cerciorarse que a Potter le estaba afectando tanto como a él.

 

—Y voy a besarte ahí, Draco, justo ahí. Y meteré mi lengua dentro tuyo, saboreando y acariciando, enseñándote lo bueno que es, lo genial que será. Y tú levantarás tus caderas en una muda plegaria, en una silenciosa petición… porque mi lengua y mis labios se sentirán fenomenales sobre tu entrada, pero serán insuficientes y tú querrás más… y…

 

Draco sentía su corazón a mil. Con la boca buscó la de Potter, quedando separado de la misma apenas por unos centímetros. Se dio cuenta que estaba deseando ser besado por él como nunca antes había anhelado nada más y en contra de todo lo que hubiera creído, eso no le pareció tan horroroso.

 

Pero Potter continuó hablando y Draco dejó de pensar en nada más que en él mismo desnudo y vulnerable debajo de él y el pensamiento era tan real que casi podía sentir la lengua del moreno introduciéndose en su culo. Y no era malo, Merlín, no era malo.

 

—Tú no te darás cuenta porque estarás completamente sumergido en tus sensaciones, pero mientras te toqueteo con la lengua habré llenado mis dedos con lubricante. Y entonces introduciré uno en ti, moviéndolo suavemente, ayudándote a dilatar tu entrada, relajándote…

 

Hizo una pequeña pausa y Draco percibió que sin su voz, el único ruido en la habitación era el sus respiraciones agitadas. Podía distinguir el hálito caliente de Potter mientras susurraba y eso lo estaba volviendo loco.

 

—Luego sumergiré otro… y tal vez, otro. Y yo te daré lo que me pides, Draco. Porque ya lo quieres, porque ya estás listo. Tu entrada, lista y empapada de mi saliva y de lubricante, tus caderas en alto. Retiraré mis dedos y acomodaré mi erección, pulsante y ansiosa, justo frente a ti.

 

Draco gimió tan alto que estaba seguro todos en la casa lo escucharían. No pudiendo soportarlo más, levantó sus brazos y se aferró de las caderas del chico que lo tenía aprisionado contra la pared, deseando tirar de él y oprimirlo contra su cuerpo. Escuchó a Potter tragar fuertemente.

 

—Y poco a poco entraré en ti, en tu hermoso culo, mirando hacia abajo, despacio para no lastimarte. Pero no te dolerá porque estarás listo, porque mi boca y mis dedos te han dejado dilatado, abierto, húmedo, deseoso… Mi miembro será devorado por tu cuerpo, Draco, centímetro a centímetro tú me aceptarás dentro de ti.

 

—¿Si? —Draco se escuchó decir, pero antes de que tuviera tiempo de horrorizarse, Potter siguió murmurando.

 

—Sí, Draco. Sí. Y te encantará, lo juro, porque yo seré cuidadoso, y comenzaré a entrar y salir de ti lentamente, tan lento que te desesperarás y querrás más, y sobre todo cuando mi erección toque ese punto dentro de ti, ese punto especial que hará que tu cuerpo gire y caiga en espirales de deseo, y haga que te corras tan duro y tan largo como nunca antes, con tu entrada apretándome en cada explosión de tu miembro y yo…

 

Potter se interrumpió, respirando ardiente y agitado sobre la boca de Draco. Éste se quedó muy quieto, esperando. Imaginando. Sabía que Potter tenía que hacérselo, lo sabía, porque no podía, el muy maldito, sólo hablarle de ello y no…

 

Pero tan repentinamente como había comenzado todo, Potter lo soltó y se alejó de él, y Draco tuvo que dejarlo ir. Se quedó un instante con las manos levantadas, y entonces, rápidamente las bajó.

 

Potter miró fijamente a Draco durante unos segundos, con el horror in crescendo en el gesto de su cara. Los dos jadeantes y con los rostros sonrojados, como si de verdad hubieran estado haciendo todo eso que Potter le había narrado.

Draco también miraba a Potter, sabiendo que no podía negar la evidente realidad: fuera lo que fuera que el cretino había intentando hacer, había resultado. Draco la tenía tan dura que era doloroso y angustiante. Con un rápido vistazo hacia abajo, Draco pudo constatar que Potter estaba tan excitado como él, y eso, estúpidamente, lo hizo sentir menos miserable.

 

Un repentino gesto de culpa atravesó la expresión de Potter.

 

—Merlín, Malfoy —masculló—. Lo siento mucho. No debí… no debí hacer esto.

 

Con eso, Potter salió a toda prisa de la habitación, cerrando la puerta tras él y dejando solo a Draco, caliente como el infierno y completamente desconcertado.

 

Gimiendo de insatisfacción, Draco se giró hacia la pared. Apoyó la frente contra ella y, no pudiendo resistirlo más, se desabrochó a toda prisa los pantalones. Se acarició apenas un par de veces antes de correrse justo ahí, de pie y contra el muro de su mugrosa habitación.

 

Pensando en Potter, imaginando a Potter. Recordando sus roncas palabras, anhelándolas y odiándose por ello.

Esa noche, Potter no durmió en la habitación de Draco. En realidad, Draco no volvió a verlo en lo que restó del día; el cobarde ni siquiera bajó a cenar.

 

Ya en su cama y pensando en el asunto, Draco estuvo despierto hasta muy tarde, sin estar plenamente consciente de qué era lo que estaba esperando.

Seguramente, el imbécil de Potter estaba demasiado apenado como para plantarle la cara. Tal vez se había enterado que Snape le había regresado su varita a Draco y tenía miedo del hechizo que éste le pudiera lanzar durante la noche mientras dormía.

 

Aunque en el fondo, Draco sabía que era un secreto que su varita había vuelto a sus manos, así que tenía que descartar la idea. Potter no tenía manera de saberlo.

 

Harry tiene la polla más bonita que te puedas imaginar.

 

Se estremeció como siempre que la declaración de la Weasley revoloteaba en su cabeza, impertinente y persistente. ¿Por qué cada vez que pensaba en eso, su cuerpo se sentía arder y congelar al mismo tiempo?

 

Las palabras de Potter, las que había susurrado contra su oído y boca, recorrían la mente de Draco acariciándola con gentileza, tal como los dedos del cretino lo habían hecho con su cuello. Cada frase, cada promesa, le producía estremecimientos, y como en una película, revivía en la imaginación lo sucedido en la tarde y no sólo eso, sino que también alcanzaba a vislumbrar lo que sería realmente vivir lo que Potter le había narrado.

 

Se preguntaba una y otra vez si realmente sería así de bueno como se oía. Si realmente sería tan delicioso como para perder la cabeza.

 

Porque justamente eso era lo que le estaba sucediendo a Draco: estaba dejando la cordura de lado.

Al otro día se levantó maldiciendo a Potter y a la imagen horrorosa que el espejo le presentó. El enano Cuatro Ojos tenía toda la soberana culpa de que Draco hubiese pasado la noche en vela; ya le cantaría las cuarenta en cuanto lo tuviera en frente.

 

Bajó a desayunar con la esperanza de encontrárselo, pero sólo vio a Ginny sentada ante la mesa de la cocina. Su madre andaba aún limpiando los restos de un muy mañanero desayuno. A su pesar, Draco no pudo evitar un funesto presentimiento.

 

—Buenos días —saludó en su mejor tono cortés, dirigiéndose sobre todo a la mujer que día con día lo alimentaba y le dedicaba una sonrisa como si las diferencias entre sus familias jamás hubieran existido.

 

—Buen día, Draco querido —le respondió la señora Weasley—. Siéntate aquí con mi Ginny. En un momento te serviré el desayuno.

 

Draco obedeció y saludó a Ginny con un asentamiento de cabeza mientras lo hacía. Ginny lo miró arqueando las cejas y sonriendo ampliamente. Draco frunció el ceño. No alcanzaba a comprender qué era lo que la pelirroja encontraba tan divertido o placentero.

 

—¿Te conformarías esta mañana sólo con salchichas y huevo, Draco? —preguntó la señora Weasley, haciendo que Draco levantara la mirada—. Me temo que nos hemos quedado sin tocino. Harry y Ron parecían tener mucha hambre y tuve que preparárselos todo. Siempre se ponen así, los pobres, antes de partir.

 

Draco la observó, asintiendo con la cabeza e intentando corresponder la sonrisa. ¿Antes de partir?

 

—Andando en esas misiones no comen como cuando están en casa —continuó hablando la mujer casi para ella misma, usando la varita para romper dos pares de huevos sobre la sartén. Se veía genuinamente preocupada y Draco casi sintió lástima por ella.

 

Agachó la cabeza, pensando en su propia madre. ¿Así de angustiada se habrá quedado Narcisa el día que Draco la dejó en la Mansión en pos de cumplir sus misiones como espía? Nunca regresó a despedirse de ella antes de encerrarse en Grimmauld Place y tenía prohibido mandarle correo. Sabía que, con el tiempo, Snape se las había ingeniado para avisarle que Draco se encontraba con bien, pero igualmente éste presentía que estaría permanentemente preocupada por él.

 

—Sí, pobres —agregó Ginny mientras jugueteaba con su propia comida—. Lo único bueno es que ahora no estarán tan solos. Harry me dijo que Neville se encontraría con ellos y los acompañaría.

 

Draco volvió a levantar la vista de su plato todavía vacío. Miró fijamente a la Comadrejilla, ansiando poder encontrar en su cara prontas respuestas a sus silenciosas preguntas.

 

¿El trío dorado está con Longbottom? ¿POTTER está con LONGBOTTOM? ¿Con Longbottom, el soy-gay-y-me-dejo-follar-por-Potter?

 

Joder.

 

Ginny, que parecía darse perfecta cuenta de lo que Draco estaba pensando, sólo miró al rubio y le obsequió una amplísima sonrisa. Se veía demasiado feliz, pensó Draco con rabia.

 

Acalorándose por culpa de una furia de la cual no podía entender la razón, Draco intentó convencerse de que entre Potter y Longbottom ya no había nada. Merlín, no podía haber nada, porque anoche, había sido a él a quien Potter había azotado contra una pared, sostenido de los hombros y dicho entre susurros la manera en que se lo follaría.

 

A él, no a Longbottom. ¿Cierto? Dioses, tenía que ser cierto.

 

—En eso tienes razón, querida —asintió su madre mientras le sonreía débilmente—. Y justo ahora que se ha convertido en un chico tan valiente y es tan buen mago. En más de una ocasión, su abuela me ha contado lo orgullosa que está de él, de que cada vez se parece más y más a Frank, su padre.

 

—Eso es completamente cierto —afirmó Ginny, echándole furtivas miradas a Draco—. Es todo un hombre. Y tan bien parecido. El sueño hecho realidad para cualquier bruja… o mago.

 

La última palabra de Ginny había sido dicha en voz tan baja, que Draco estaba seguro había sido con la intención de que sólo él la escuchara. Miró a la chica con los ojos entrecerrados, cada vez más dolido y encolerizado.

 

—¿Sabes a dónde han ido? —preguntó, aunque sabía que la respuesta sería negativa.

 

Ginny, que tenía una sonrisa que nada envidiaba a la de la Gioconda (después de todo, Draco siempre había creído que la sonrisa de la mujer de esa horrible pintura muggle no tenía nada de bella y sí mucho de perversa), negó con la cabeza tal como Draco había esperado que lo hiciera.

 

—No tenemos idea —respondió la matriarca Weasley, quizá creyendo que la pregunta había sido para ella—. Son misiones secretas que, al parecer, les fueron asignadas por Dumbledore antes de morir —concluyó con una sonrisa de compasión al tiempo que le servía a Draco su desayuno.

 

Éste se apresuró, comiendo lo más rápido que pudo. Un desayuno que le supo a pergamino y que dolorosamente y a duras penas, se asentó en su estómago.

 

No tenía ganas de estar un momento más delante de la Comadrejilla, tolerando sus burlescas sonrisas y no teniendo modo alguno de hacérselas pagar. Pero sobre todo, no podía soportar estar pensando en Potter y Longbottom juntos, tal vez solos, allá afuera, en alguna maldita misión.

 

Sentía que entre más rápido saliera de ahí, más rápido dejaría de pensar en el tema. Pero no era así y lo sabía. Sabía que por más que corriera por toda la maldita casa, no podría huir de sus pensamientos. Y mucho menos de sus propios deseos.

 

 

 

 

 

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