Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Bi-Curious

Capítulo 4

 

Potter sujetó a Draco de los hombros, mirándolo fijamente a los ojos como buscando en ellos la respuesta a una pregunta todavía no formulada. Draco tragó, esperando lo que sea que fuera a suceder y dejando todo en manos del moreno. Así, creía él, podría echarle toda la culpa después. Alegar que simplemente se había dejado llevar por la curiosidad que sentía y por la alevosía y ventaja del Gryffindor.

 

Pero, si a Draco le había pasado por la cabeza que Potter iba a besarlo —aunque no fuese plenamente consciente de ello—, no pudo entonces llevarse un chasco mayor, porque lo único que el cretino hacía era apretar los delicados hombros de Draco de manera nada amable. Tan duro, que Draco tuvo que reprimir un gemido de dolor.

 

Confundido y ligeramente asustado, Draco estaba comenzando a preguntarse si acaso ese tipo de demostraciones tan brutas sería el común denominador en las relaciones entre gays, cuando se percató de que la cara de Potter y todo su lenguaje corporal parecían demostrar más disgusto que placer por verlo ahí con él.

 

—¿Qué estás haciendo aquí, fuera del cuartel? —le preguntó Potter de repente, en un tono más duro del que había empleado mientras hablaba con Longbottom. Mucho más duro.

 

Entonces y muy a su pesar, Draco tuvo que reconocer que aquello no era el abrazo de cálida bienvenida que había estado esperando, sino todo lo contrario.

 

—¿Qué? —exclamó Draco, empezando a enfurecerse cuando el agarre de Potter amenazó con arrancarle los brazos del tronco—. ¿Cómo que qué hago aquí? ¿No es obvio que…?

 

—¿Cómo te has atrevido a salir de Grimmauld Place? —lo atajó Potter con brusquedad, usando un tono de voz que Draco no le había escuchado jamás. Al menos, no cuando se dirigía a él. Algo así como una rara mezcla de rabia, preocupación y ansiedad—. ¿Quién te ha dejado salir?

 

Draco, bastante enojado ya, metió las manos entre los dos y, apoyándolas en el pecho de Potter, lo empujó, alejándolo de él y consiguiendo que lo soltara.

 

—¡Lupin y Snape! —le gritó en respuesta, no deseando reconocer que le dolía aquel recibimiento cuando, por un momento, había cruzado por su mente que Potter iba a llenarlo de besos—. ¡Ellos fueron los que me mandaron aquí! Y no es como si esté pensando en escaparme, te lo ase…

 

—¿LUPIN Y SNAPE? —repitió Potter, incrédulo e interrumpiendo a Draco otra vez. Éste comenzó a temer seriamente por su integridad, ya que Potter parecía arder en furia. Tenía el rostro enrojecido y los ojos verdes le brillaban amenazadores. Draco se alejó un paso de él, por si las dudas—. Pe-pero, ¿SE HAN VUELTO LOCOS, O QUÉ? —continuó bramando Potter, tartamudeando a causa del enojo.

 

¿Locos? —preguntó Draco casi como para él mismo, antes de soltar un largo bufido de desprecio. ¿En serio Potter creía que había que estar loco para confiarle una misión?

 

De repente se encontró con unas ganas locas de estar encerrado de nuevo en Grimmauld Place. La decepción que sentía lo estaba lastimando como nunca se imaginó que podía doler el rechazo de otro ser humano, y vaya que en su vida se había visto repudiado por muchísima gente como para haber desarrollado cierta inmunidad contra el sentimiento.

 

—¡SÍ! ¡LOCOS! —respondió Potter aún chillando con todas sus fuerzas. Draco dio otro paso hacia atrás, aguantándose las ganas de sacar la varita para callarlo—. Si no, ¿cómo explicar que hayan permitido que salieras del cuartel? ¿En qué demonios estaban pensando? —Potter miró hacia la espada y la señaló antes de añadir con voz estrangulada—: ¡Y sobre todo, cargando contigo un objeto como ÉSE!

 

Sin despegar la mirada del energúmeno de pelo negro y gafas que tenía frente a él, Draco se odió a él mismo por sentirse como se sentía, y se odió aún más al recordar que había creído que Potter se lo llevaría a la cama apenas lo tuviera al alcance de su mano. Le parecía increíble que ahora estuviera dudando de su lealtad cuando Ginny le había contado que él mismo había sido de los primeros de la Orden del Fénix en tenerle confianza y en defenderlo ante los demás.

 

Fue entonces cuando Draco lo comprendió todo, y al hacerlo, casi pudo sentir que la sangre se le congelaba en las venas: la muy zorra lo había engañado. Seguramente se trataba de otra de las malditas bromas que solía gastarle con tanto entusiasmo.

 

Odió a Ginny Weasley por haberle mentido, tanto como se odiaba a él mismo por haberle creído.

 

—En tiempos de guerra surge la necesidad de confiar en gente con la que jamás te imaginaste que confraternizarías, Potter —dijo Draco en voz baja, peleándose ante la abrumadora sensación de desilusión que lo embargaba. Nunca se había sentido así y en lo único que podía pensar era en salir del sitio lo más rápido posible—. Y no, yo no lo llamaría locura. Simplemente, es el sentido común de reconocer a un mago capaz y leal cuando se tiene a la vista… —Miró despectivamente a Potter antes de finalizar—: Cualidad de la que tú careces, como resulta obvio.

 

Sin darle tiempo al otro de seguir gritándole, Draco se dio la vuelta y comenzó a caminar a toda prisa y muy resueltamente hacia la puerta.

 

—¡Draco! ¡¿Adónde crees que vas?! —rugió el otro.

 

Temblando de la rabia, Draco se giró para encararlo.

 

—¡Para ti soy Malfoy, maldita sea! ¡NO VUELVAS A LLAMARME DRACO!—Potter lo miró atónito y Draco continuó sin hacer pausas, ni siquiera para respirar—: ¡Me voy porque ya no tengo más que hacer aquí! ¡Mi misión era traerte esa espada y la he cumplido cabalmente, a pesar de las serias dudas que puedas tener y de lo mucho que no estés de acuerdo con la decisión de Lupin y Snape! Y ahora, con tu permiso o sin él, me regreso al cuartel, hecho del que también tienes dudas, aparentemente, y que por cierto me brinda la oportunidad de decirte que ¡ME IMPORTA UN SOBERANO GUSARAJO LO QUE PIENSES DE MÍ! —Potter abrió la boca como queriendo decir algo, pero Draco continuó sin darle oportunidad—: Cumpliré cualquier cosa que se me mande a hacer: Limpiar la mierda de Kreacher, colarme entre las filas del Señor Tenebroso, seducir a algún troll a cambio de información… ¡Cualquier cosa, ¿lo oyes?! ¡Cualquier cosa será preferible a volver a trabajar contigo y tener que mirar tu horrible cara de zoquete!

 

Potter, en el colmo de la necedad, negó enérgicamente con la cabeza.

 

—No, de ninguna manera te irás. Pronto oscurecerá, y… No, no puedo permitirlo. Te quedarás a dormir con nosotros, y mañana podrás irte. Yo mismo te escoltaré al cuartel.

 

Draco no podía creer lo que estaba escuchando.

 

—¿Quedarme a dormir? ¿Con ustedes? —Se rió, fingiendo burla y desprecio cuando muy en el fondo sabía que justamente eso era lo que tanto había deseado inicialmente. Pero en ese momento ya no quería estar cerca de Potter. No quería quedarse ni un momento más a su lado sabiendo que desconfiaba de él, sabiendo que dormiría bajo el mismo techo que Potter, pero que éste estaría acostado con Longbottom, y no… Draco no quería. No quería—. Absolutamente, no —le respondió con fingida voz dura, su corazón haciéndose añicos por culpa del anterior pensamiento—. Yo me voy en este mismo momento. Si tienes algún inconveniente, te sugiero que mandes una misiva al departamento de quejas de la Orden. Si es que tienen alguno.

 

Diciendo eso, volvió a girarse y a caminar rumbo a la puerta. Llegó ante ella y levantó la mano para coger la perilla.

 

¡Fermaportus! —gritó Potter detrás de Draco, y entonces la puerta emitió un ruido de succión al tiempo que se sellaba, volviéndose imposible de abrir. Al menos, no sin magia.

 

Contando hasta mil para lograr contenerse de sacar su propia varita y asesinar al Niño Dorado, Draco se dio la media vuelta con la mayor lentitud que pudo. Potter lo estaba viendo con una expresión de desesperación en los ojos, el rostro sonrojado y la respiración agitada; su mano derecha sosteniendo fuertemente la varita y aún apuntándole a la puerta.

 

—He dicho que no sales de aquí hasta mañana y así será, Malfoy —afirmó Potter con decisión, su aura mágica casi visible y pulsante, tanto que Draco juraba que podía percibirla—. Te guste o no.

 

Draco lo observó entrecerrando los ojos y deseándole una estadía muy larga en cada uno de todos los infiernos por los que Dante había tenido el honor de pasar. Suspirando profundamente como un recurso para tranquilizarse, Draco se llevó la mano al bolsillo interior de su túnica y sacó su apreciada varita.

 

—Me temo que no —siseó mientras apuntaba hacia la puerta. Acto seguido, ejecutó un Finite no verbal, eliminado así el anterior encantamiento sellador de Potter—. Por muy “elegido” que seas, Potter, harías bien en recordar que soy tu aliado, no tu subordinado. No eres mi jefe ni nunca lo serás, así que ni se te ocurra volver a darme una orden, ¿escuchaste?

 

La cara de asombro que Potter puso no tenía precio; parecía realmente anonadado de que Draco le hablara de esa manera, de que no lo idolatrara como los demás. Bueno, pero eso no era extraño, así había sido las cosas entre ellos desde el colegio. O tal vez, lo que sucedía era que Potter no dominaba los encantamientos no verbales tan bien como él, y por eso se sorprendía. O tal vez…

 

—Harry, Gutdrak está babeando tanto que me preo… Oh.

 

Granger acababa de entrar a la sala de estar, interrumpiendo su frase al ver a Draco. Parpadeó un par de veces, pero se recuperó con rapidez

 

—Malfoy, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó la chica con genuino interés y, a diferencia de Potter, de manera mucho más amable. Draco, que no tenía ganas de volver a dar explicaciones, se sintió enormemente fastidiado por la pregunta. Pero antes de que pudiera decir nada, Granger reparó en la varita que traía en la mano y, al igual que Potter, abrió mucho los ojos con evidente asombro—. ¡Tu varita, Malfoy! ¿Te han levantado ya la prohibición de usarla?

 

Ah.

 

Sintiéndose como un idiota, Draco levantó su mano derecha, mirando a su varita como si fuera la primera vez que lo hacía.

 

—Justamente eso mismo pensaba preguntarte, Malfoy —comentó Potter con un ligero dejo de amargura en la voz—. No sabía que traías varita —sentenció, cargando cada palabra con enorme significación. Significación que Draco comprendió perfectamente.

 

Se quedó de una pieza sin saber qué decir, y por más de una buena razón. Porque, en primer lugar y para su infinito desconcierto, Granger parecía feliz de que tuviera de nuevo su varita con él. Y en segundo lugar, porque eso le recordaba que ninguno de ellos estaba enterado de que Snape se la había devuelto. Y eso, válgame todos los trolls del mundo en tutú, explicaba muchísimas cosas…

 

Draco dejó de admirar a su varita y buscó la mirada de Potter, sintiéndose súbitamente halagado al comprender el porqué de la reacción del otro. Y Potter, a juzgar por la expresión de angustia que tenía en la cara, también parecía haber entendido por qué Draco estaba fuera de Grimmauld Place y el motivo por el que se había ofendido tanto ante sus gritos.

 

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Draco al darse cuenta de que Potter no había dudado de su lealtad ni había creído que escaparía al salir de ahí, sino que había temido por su bienestar porque pensaba que andaba desarmado. Incluso se había indignado contra Lupin, a quien admiraba y respetaba tanto, y todo porque Draco le preocupaba.

 

El rubio sintió que comenzaba a acalorarse, todavía no muy seguro de poder creer en las evidencias que demostraban que él le importaba a Potter.

 

—Yo… —comenzó Draco, mirando fijamente a Potter pero hablando con Granger—. Sí, bueno… se puede decir que fue Snape quien decidió devolvérmela, considerando que ya era hora de que hiciera algo útil para la Orden en vez de pasarme la vida vagando por Grimmauld Place. Y Lupin, necesitando a alguien que les trajera la espada, pues… no objetó mucho al respecto.

 

Granger desvió la mirada, buscando por la sala. Sus ojos se posaron en la espada y los abrió todavía más, si acaso eso era posible. Una enorme sonrisa iluminó su cara.

 

—¡Harry! —exclamó, llamando la atención del otro, quien hasta ese momento no había tenido ojos más que para Draco—. ¡La espada! Ahora ya podremos entrar al banco a terminar con aquello. ¿No es genial?

 

—Sí-sí, claro —asintió Potter—. Genial.

 

—Harry y yo sabíamos que serías de gran ayuda, Malfoy —le dijo ella a Draco—. Nos parecía un desperdicio que te tuvieran encerrado en Grimmauld Place como si fueras un prisionero, considerando tu talento. ¡Me alegra que hayas venido!

 

La chica parecía realmente aliviada de que Draco estuviera ahí con ellos, y éste se imaginó que era porque así tendrían muchas más probabilidades de salir con vida de cualquier misión al ponerlo a él al frente cual vulgar carne de cañón. Justo estaba abriendo la boca para decirlo, cuando lo pensó de nuevo y la cerró rápidamente sin decir ni pío. No había ido hasta ahí para terminar insultando a Granger con algún comentario mordaz, y así, perder su oportunidad con Potter.

 

Dios, ¿por qué continúo pensando que tengo una “oportunidad” con Potter?, se reprendió a él mismo, enojado y clavando la mirada en el suelo.

 

Un tenso silencio se extendió en la sala, Granger mirando a uno y a otro chico con gesto inquisitivo. Draco no entendía por qué estaba prolongando su estadía ahí; tendría que haber sido más sensato y orgulloso y haberse ido de inmediato, ahora que podía hacerlo. Pero no lo hizo.

 

—Me preguntaba… —comenzó a decir Granger, y Draco levantó la mirada—, si alguno de ustedes podría ayudarme con Gutdrak. Tengo verdadero miedo que se ahogue con sus babas, y además, estoy harta de ejecutar hechizos de limpieza en su cama y en su almohada. ¡Es un desastre!

 

—Hay un encantamiento que… —empezó a decir Draco casi sin pensar, arrepintiéndose de inmediato. Pero cuando toda la atención de Granger y de Potter estuvieron sobre él, se dio cuenta que era demasiado tarde para quedarse callado—. Um, como decía, hay un encantamiento que mi tía Bellatrix solía hacerle a su marido para que no roncara ni babeara durante el sueño. Es un poco agresivo, pero muy efectivo —finalizó, sofocando una risita al recordar lo mucho que lo divertía mirar cuando Bella se lo hacía a Rodolphus. Era inevitable que se lo hubiera aprendido de memoria.

 

Para su enorme sorpresa, Potter sonrió ampliamente.

 

—¿Agresivo? Si tú lo calificas de esa manera, seguro que debe ser un tipo de tortura medieval.

 

Casi sin proponérselo, Draco también sonrió.

 

—Exageras, Potter. Es un simple sellamiento de paladar y labios, básicamente. Casi lo mismo que tú acabas de hacer con esta indefensa puerta.

 

—Malfoy, eso suena justamente como lo que necesito. ¿Podrías…? —preguntó Granger, interrumpiéndose como si no se atreviera a pedirle el favor a Draco. Sin embargo, lo miraba con ojos suplicantes, recordándole a éste lo mucho que se preocupaba por criaturas tan detestables e inferiores como duendes y elfos. Si por Draco hubiese sido, no se molestaría en cuidar a un duende ebrio para evitar que se ahogase con su propia saliva como ella lo estaba haciendo.

 

—Claro —respondió, imaginando que ese era el tipo de misiones desagradables que Snape le había comentado a veces tendría que cumplir para la Orden—. Sólo llévame con él, y asunto resuelto. Te enseñaré a ejecutarlo para que tú misma puedas hacérselo.

 

—¡Magnífico! —chilló ella, entusiasmada de más. Draco se imaginó que no tenían demasiadas diversiones en esa casa olvidada del Callejón Knockturn si reaccionaban así a un simple encantamiento realizado por él.

 

Pobrecillos. Después de eso, nadie podría decir que Draco Malfoy no era un alma caritativa.

 

Granger le pidió que lo acompañara y luego caminó alegremente hacia el interior de la casa. Al seguir a Granger rumbo al cuarto del duende, Draco pasó junto a Potter. Ninguno de los dos dijo nada, pero Draco pudo ver de reojo la enorme sonrisa que el otro le dedicó. Y entonces, se dio cuenta de que malgastar su magia con un duende borracho podía retribuirle cosas mucho más gratificantes que el efusivo agradecimiento de Granger.

 

No había transcurrido ni una hora cuando aquel pequeño grupo de rebeldes ya había aceptado a Draco como uno de los suyos. Bueno, al menos Potter y Granger parecían sinceramente contentos con su presencia, como si todo ese tiempo lo hubiesen estado esperando o como si por fin se hubiesen enterado del tipazo que en verdad era Draco. Longbottom, por su parte, lucía resignado y casi indiferente, y Weasley no tuvo más remedio que tragarse sus gruñidos y murmuraciones a partir del momento en que Granger se encerró con él en uno de los cuartos y lo riñó a gritos durante un cuarto de hora.

 

A pesar de saber que se merecía todos los honores, Draco se resistía a aceptar aquella amable acogida así de fácil. Su lado Slytherin le susurraba de manera cruel e implacable que, si lo estaban tolerando ahí con ellos, lo hacían por conveniencia más que por simpatía u por otra razón.

 

La acalorada discusión que había sostenido con Potter un par de horas antes pareció sepultarse rápidamente en el olvido de ambos. Ni Draco mencionó de nuevo que se marcharía, ni Potter volvió a preguntarle nada al respecto, aunque Draco no estaba muy seguro si no lo hacía porque ya había dado el asunto por zanjado o porque estaba esperando para pillarlo a solas y hablar con él. Sólo pensar en esas palabras juntas (“Potter”, “pillarlo”, y “a solas”), hacía que el corazón de Draco se acelerase hasta que la taquicardia se volvía francamente insoportable. Y lo peor es que ni siquiera estaba seguro de si pasaría la noche ahí.

 

Sin embargo, Granger y Longbottom comenzaron a preparar la cena contando a Draco como un comensal más sin ni siquiera preguntar si se quedaría o no. Parecían darlo por hecho, así que Draco también lo aceptó como tal.

 

Sentado en la sala con Potter y Weasley mientras los otros cocinaban, Draco fue informado escuetamente de que al siguiente día entrarían todos ellos al banco para destruir cierto artefacto de Señor Tenebroso que sólo podía ser dañado con la espada de Gryffindor. No compartieron más detalles con él y Draco no insistió; eran secretos a los que ni Lupin ni Snape tenían acceso, por lo que ni siquiera se sintió ofendido. Todo lo contrario, Draco disfrutó muchísimo de aquella breve charla, sobre todo porque la cara de enfado que Weasley tenía era todo un poema, y ni hablar de las continuas defensas que Potter hacía de él cuando Weasley se ponía pesado. Música celestial para los oídos de Draco.

 

Éste no se había sentido tan satisfecho de él mismo desde aquel día que había conseguido reparar el armario evanescente en Hogwarts. Simplemente, era genial ser considerado un miembro de valía, y más por el mismo Potter. Si todos los meses que permaneció encerrado en Grimmauld Place junto con Ginny y Molly Weasley habían sido el pago por esos momentos de placer, Draco aceptaba de buena gana el costo. Valía la pena. Estar cerca de Potter mientras éste se deshacía en alabanzas hacia él, valía la pena.

 

Tal vez jamás lo reconocería, pero Draco se moría por quedarse a solas con Potter. Sin embargo, Weasley no mostró señales de querer abandonar la sala.

 

Finalmente, Granger los llamó a cenar, y Draco pasó la cena completa intentando captar alguna mirada furtiva que Potter dirigiera hacia él, pero, para su profunda indignación, el moreno parecía haber perdido cualquier interés en Draco. Mantuvo sus ojos clavados en el plato de guisado el tiempo completo, aparentemente sumido en alguna conflictiva cavilación. Su ceño fruncido daba muestras de ello.

 

Durante la cena, Granger, que hablaba hasta por los codos y parecía ser quien se hacía cargo de los menesteres domésticos, puso a Draco al tanto de que la propiedad pertenecía a la familia Longbottom, pero que su presencia ahí era un secreto hasta para la abuela de Neville. Además, Granger le comunicó que el inmueble sólo contaba con tres cuartos, explicándole que uno de ellos estaba enteramente reservado para mantener a Gutdrak a buen resguardo. El duende, que estaba colaborando con la Orden a cambio de whisky de fuego ilimitado, sólo se despertaba para emborracharse y volverse a dormir. Las otras habitaciones estaban ocupadas por ellos, le dijo Granger, y —en medio de un sonrojo impresionante al que también se le sumó Weasley—, susurró en voz baja que uno era para ella y su novio pelirrojo, y que en el último dormirían Potter y Longbottom.

 

Un doloroso vuelco en el estómago sacudió a Draco al oír eso, y las náuseas subsecuentes casi provocaron que vomitara su recién devorada cena sobre la mesa. Dirigió una rápida y breve mirada hacia Potter, descubriendo que éste parecía más inmerso en su plato de comida que un momento antes. Longbottom, en cambio, lucía una sonrisa endiablada y espectacular. Draco tuvo que respirar profundamente antes de hablar.

 

—No te hagas problemas, Granger —consiguió decir al fin—. Sólo pasaré esta noche aquí. Perfectamente puedo dormir en la sala.

 

—Oh, no, Malfoy —repuso ella—. El sillón no es lo suficientemente cómodo. Yo podría dormir con Gutdrak; en su cuarto hay una cama que no es usada por nadie. Tú puedes dormir con Ron…

 

—¿QUÉ? —gritó la comadreja, mirando atónito hacia su novia—. ¡De ninguna manera, Hermione! Ni tú dormirás con ese bicho ni yo dormiré con… este otro bicho.

 

—¡Ron! —gritó Granger a su vez—. ¡Por favor, no comiences de nuevo!

 

—¡Que sea él quien duerma con Gutdrak! —chilló Weasley como un niño pequeño.

 

—Yo lo haré —los interrumpió Potter con voz calma. Draco no lo miró. Simplemente, no podía hacerlo, no después de saber que continuaba siendo el amante de Longbottom a pesar de lo que le había dicho en Grimmauld Place.

 

Vaya con el valiente donjuán, pensaba Draco, tratando de seducirme cuando está de novio con otro. Pero, no es como si eso debiera importarme, ¿o sí?, luchaba frenéticamente por convencerse. Después de todo, lo mío sólo es curiosidad.

 

—Dormiré con Gutdrak, y le cederé a Malfoy mi cama —continuó diciendo Potter, interrumpiendo su línea de pensamiento. Draco podía sentir sus ojos fijos en él pero, tercamente, se negó a dignar a Potter con una mirada suya—. Después de lo que ha hecho por nosotros, no es justo que pase la noche con ese saco de babas ruidoso y apestoso.

 

Un momento de silencio se extendió en el comedor, y Draco lo tomó como señal de que todos estaban de acuerdo con lo dicho por el héroe. Entonces, Draco iba a pasar la noche con Longbottom. Frunció el ceño; eso era mucho más que irónico, era humillante. Pero al menos le quedaría la certeza de que él y Potter no estarían haciendo el amor mientras Draco dormía bajo el mismo techo. Alegre consuelo, pensó con enorme amargura y deseando fervientemente poder encontrarse en cualquier otro sitio del planeta o del universo.

 

Tragó el doloroso nudo que desde hacía rato se le había formado en la garganta. No tenía idea de cómo estaba logrando contener la cena en su estómago.

 

—No, Harry —dijo Longbottom de repente, provocando que todas las miradas se dirigieran hacia él—. Tú eres muy valioso como para pasar la noche con ese duende malnacido. Yo no me fío de sus borracheras. Es capaz de despertar a media noche y tratar de asesinarte mientras duermes por tratar de robarte la espada. Mejor lo haré yo.

 

—Neville, no soy un bebé para no… —comenzó a discutir Potter, pero Longbottom lo atajó.

 

—Nada, Harry. Tú dormirás con Malfoy, yo con Gutdrak. Punto final. Cada uno vigilará a su sospechoso, ¿no crees que eso será lo más conveniente?

 

Draco se sonrojó violentamente ante lo dicho por Longbottom, aunque no comprendía totalmente a qué se refería. Agachó la cara y no se sintió con ánimo de continuar sentado ahí un momento más, todo el optimismo y alegría que había sentido una hora antes desvaneciéndose a la velocidad del rayo de su alma Se levantó y se disculpó en voz baja:

 

—Con su permiso, me retiro. Voy al… —señaló con un dedo hacia donde estaba el baño. Incapaz de mirar a Potter o a Longbottom a la cara, se concentró en Granger (algo que jamás se habría creído capaz de hacer)—. Eh… gracias por la cena, Granger. De verdad, agradezco tu hospitalidad.

 

Sin esperar respuesta, huyó a toda velocidad hacia el baño. Ahí se mantuvo encerrado hasta que un furioso Weasley golpeó la puerta y le “pidió amablemente” que saliera de ahí y les diera oportunidad a los demás de entrar. Al menos Weasley tuvo la delicadeza (de muy mala gana, por cierto) de señalarle la habitación donde se suponía iba a dormir, lugar a donde Draco se dirigió casi corriendo y rogando para que Potter no estuviera todavía ahí.

 

No le costó ningún trabajo adivinar cuál era la cama de Potter. Sobre ella reposaba el mismo pijama que el mago había estado usando las pocas noches que había dormido en la misma recámara de Draco, allá en Grimmauld Place. Una indeseable y abochornante sensación de nostalgia invadió a Draco antes de que pudiera evitarlo. ¡Qué lejanos le parecían ahora aquellos tiempos en que el mayor logro de su día consistía en besuquearse con la pelirroja Weasley, sin enterarse de que, si Potter se ponía verde de celos, era por Draco y no por Ginny! Le costaba aceptar no haberlo descubierto antes y que hubiera sido la misma chica quien se lo tuvo que hacer notar…

 

Sacudiéndose esas patéticas lamentaciones de la mente, Draco se encaminó hacia la otra cama, que, supuso, era la de Longbottom. Se desnudó como alma que lleva el diablo, temiendo que Potter entrara en el cuarto en cualquier momento y lo encontrara despierto, pues tenía pensado fingirse dormido para no hablar con él. Le pesaba la falta de un pijama, pero no estaba dispuesto a pedirle a nadie uno prestado… era ya lo suficientemente humillante tener que vestirse con la ropa vieja de Potter durante el día como para también hacerlo por la noche. Quedándose al final sólo con los calzoncillos y los calcetines puestos, se metió a toda velocidad bajo las sábanas y el cobertor, cubriéndose hasta el cuello a pesar de que hacía un poco de calor.

 

Los minutos pasaron lentamente, y Draco sabía que le iba a costar horrores conciliar el sueño. Las emociones del día completo (haber salido al fin de su encierro, haberse paseado de incógnito por todo el sector mágico con la espada de Gryffindor bajo la túnica y haberse encontrado cara a cara con el protagonista de todas sus dudas y pesadillas), hacían imposible que pudiera relajarse como para poder dormir.

 

Estar ahí con aquellos perdedores, apestaba. Pero estar en Grimmauld Place con Ginny y su madre, apestaba peor. La vida de Draco era peste completa, y lo único que podía hacer al respecto era ayudar al Elegido para que venciera al Señor Tenebroso lo más pronto posible y, así, poder volver por fin a su vida de holgazanería y lujos en la Mansión Malfoy. Volver al lado de sus padres, con aquel añorado ejército de elfos domésticos que solía tener a su disposición y, lo mejor de todo, con un costoso y merecido guardarropa nuevo.

 

El agradable pensamiento de su hogar y su familia comenzó a llevarlo a un estado de sopor que parecía comenzar a adormecerlo, pero que desgraciadamente fue interrumpido por la entrada del héroe a la habitación.

 

Draco se vio invadido de nuevo por un estado de alerta total; abrió mucho los ojos a pesar de que su plan inicial había sido mantenerlos cerrados firmemente. Al menos, confiaba en que el cuarto estuviese lo suficientemente oscuro como para que Potter no pudiese notar que en realidad no estaba dormido. Durante un momento, aquel pedazo de imbécil se quedó parado en el umbral, su silueta recortada contra la luz del pasillo.

 

Pero entonces entró y cerró la puerta sin hacer ruido. Bueno, al menos es considerado, caviló Draco.

 

De inmediato se regañó por pensar eso y luchó por recordar que Potter era un casanova mentiroso y pervertidor. Pensamiento que fue completamente contraproducente y que sólo le trajo a la mente las ardientes palabras que Potter le había susurrado el día anterior y que lo ponían duro como una roca casi al instante. Apretó los labios para ahogar el gemido que amenazaba con escaparse entre ellos.

 

Es curiosidad, insistía cabezudamente en decirse a él mismo, es sólo curiosidad por saber si es verdad todo lo que me dijo.

 

Y aunque había estado dispuesto a pedirle a Potter que hiciera lo propio para satisfacer aquella insana curiosidad, en ese momento la situación era completamente diferente. Saber que seguía sosteniendo una relación con Longbottom cancelaba cualquier decisión anterior. Porque Draco no era ningún usurpador ni le agradaba ser plato de segunda mesa. Podría no tener su propia ropa ni su propia habitación, pero tenía una dignidad Malfoyresca tal que hasta le sobraba para dar y repartir.

 

Sirviéndose de la casi nula luminosidad que entraba por la rendija inferior de la puerta, Draco pudo ver a Potter llegar ante su cama y comenzar el proceso de desvestirse. Con el corazón a punto de salírsele por la garganta, Draco miró con los ojos muy abiertos aquel involuntario espectáculo de nudismo presentado por el héroe del mundo mágico, aunque sólo fuese un oscuro contorno humano contra el todavía más oscuro fondo de la habitación. Una sombra perdida entre las sombras, delgada y de estatura apenas un poco más inferior a la de Draco, con su mata de cabello inconfundible e indomable, con aquellos trozos de piel resplandeciendo de repente al reflejarse la luz sobre el cuerpo. Ansioso, Draco se bebió aquella visión como si fuera un vaso de cristalina agua brindado a un sediento nómada perdido en el desierto. Así era como se sentía él.

 

Estaba tan anegado en el momento que casi gimió de frustración cuando la silueta de Potter se colocó el pantalón de su pijama. Y justo cuando Draco pensaba que ya todo había terminado y que Potter se dormiría al fin, miró como éste se quedaba de pie junto a su cama, como si titubeara.

 

—¿Malfoy? —dijo de repente con voz muy baja, casi susurrando. Draco se tensó en la cama, por poco cediendo a la tentación de responderle—. ¿Malfoy? —repitió Potter igual de bajito—. ¿Duermes?

 

—Merlín, Potter —contestó Draco sin poder contenerse—. ¿Tienes que ser tan estúpido? ¿Cómo me preguntas eso? Ni modo que te responda: “sí, sí duermo”. De verdad que a veces…

 

Escuchó la suave y vibrante risita de Potter y su cuerpo completo se estremeció. ¿Cómo era que Potter conseguía aquellos efectos en él?

 

—Sí, supongo que a veces te darán ganas de matarme —comentó Potter en voz más alta—. Tengo la mala suerte de provocar ese efecto en mucha gente. Especialmente en Hermione y en Snape.

 

Draco no respondió. No sabía qué esperar de aquella conversación, la cual se suponía que no debería estar llevándose a cabo. Cogió las sábanas y se cubrió más; estar casi desnudo debajo de ellas lo hacía sentir extremadamente vulnerable.

 

Después de unos momentos en los que tal vez Potter esperaba que Draco le dijera algo, éste lo miró dar un par de pasos hacia su cama. Bueno, la cama de Longbottom, como se recordaba firmemente. Asustado, se tensó tanto que creyó que si Potter llegaba hasta él y lo tocaba, seguramente pegaría un salto tal que llegaría hasta el techo.

 

—¿Podemos hablar un momento? —le preguntó Potter con voz ansiosa, todavía caminando lentamente hacia él. Draco se sorprendió enormemente, pues Potter jamás le había pedido un momento para charlar. Por lo general, en sus noches juntos allá en Grimmauld Place, había sido Draco quien lo había importunado con preguntas curiosas que el otro le había respondido de muy mal humor.

 

—Sí, sí, supongo —respondió Draco rápidamente, con la esperanza de que así Potter detuviera su amenazante marcha.

 

Así fue. Potter se detuvo a medio camino entre las dos camas, y Draco pudo notar la silueta de su brazo cuando aquel levantó una mano para rascarse la nuca.

 

—Te debo una disculpa, Malfoy —le dijo con voz acongojada—. Bueno, de hecho, te debo dos.

 

A Draco le gustó el derrotero que tomaba la charla. Siempre que alguien le ofrecía una disculpa no hacían más que acrecentar la excelente opinión que tenía de él mismo. Después de todo, un ser tan perfecto como un Malfoy rara vez cometía un error y mucho menos pedía perdón. Draco, emocionado, se incorporó sobre la cama hasta quedar sentado, creyendo que así le daría ánimos a Potter para continuar.

 

—¿En serio? —preguntó, fingiendo demencia—. Pues no sé de qué será.

 

—En primer lugar —comenzó Potter hablando con lentitud, como si estuviera pensando muy bien cada palabra antes de pronunciarla—, lo que sucedió hoy a tu llegada. He repasado lo que te dije y creo que soné como si me molestara que te hubieran dejado salir del cuartel.

 

—Sí, algo así —confirmó Draco cruzándose de brazos—. Como un completo desagradecido y desconfiado, debo añadir.

 

—¿En serio? —peguntó Potter miserablemente, la pena reflejada en el sonido de su voz. Draco no pudo evitar sonreírse; le agradaba mortificar a quien muchos consideraban un estoico héroe invencible—. Merlín, Malfoy… esa no era mi intención. Comprendo que te hayas enojado. La verdad no me pasó por la cabeza que era lógico que Snape y Lupin te hubieran regresado tu varita antes de mandarte a la calle a una misión. —Se rió bajito—. Como verás, pensar racionablemente no es mi fuerte.

 

Draco sonrió de nuevo, pero esta vez no fue de manera presuntuosa.

 

—Lo veo, Potter. Pero no te angusties. Fue un malentendido y se ha arreglado, así que duérmete y deja de preocuparte.

 

—Sí, claro.

 

Pero Potter no se acostó. Se quedó ahí de pie como si deseara decir algo más, y Draco recordó que había mencionado que quería disculparse por dos cosas.

 

—¿Y…? —presionó, picado por la curiosidad de saber qué era lo otro.

 

—Bueno, lo que pasó ayer… en tu habitación de Grimmauld Place —Potter fue bajando la voz hasta volverla un murmullo casi imperceptible, al tiempo que inclinaba la cabeza como si mirara hacia el suelo y encorvaba la postura; todo su lenguaje corporal gritando su culpabilidad y remordimiento—. Las cosas que te dije, la manera en que… me aproveché de tu curiosidad, de tus dudas, para… Pues, pa-para hacer lo que hice. No debí. —Hizo una pausa, removiéndose desdichadamente en su lugar—. Lo siento mucho.

 

Draco se encontró con que no sabía que decir ante eso. De ninguna manera iba a reconocer ante Potter que las palabras dichas por él lo habían excitado, que habían estimulado su imaginación más que cualquier cosa erótica que hubiese leído o visto antes. Que lo había dejado tan caliente que se había visto en la necesidad de eyacular casi al momento mismo que Potter había dejado la habitación. Que si había acudido hasta ahí había sido, más que con el propósito de ayudar a su misión, para encontrarse con él y obligarlo a finalizar lo que había dejado comenzado en su cuarto. A obligarlo a satisfacer su curiosidad.

 

Potter no tenía por qué saberlo. Ya no.

 

—¿No dices nada? —insistió Potter al ver que Draco se quedaba callado, su voz escurriendo nerviosismo y preocupación. Comenzó a hablar apresuradamente y cada vez con mayor intensidad—: Es que, ¿sabes? No quisiera que me guardaras rencor por eso, aunque tal vez me lo merezca, pero la verdad es que me gustaría que fuéramos amigos. Sólo si lo crees posible, claro. Eres un gran mago y yo, bueno, tú y Snape me han ayudado tanto, y… En un solo día de trabajo en la Orden has hecho más por nosotros que mucha gente, y yo… bueno, yo… Merlín, Draco, sé que fui un canalla, sé que no eres gay y que yo no debí abusar de tus dudas. Por culpa de cabrones como yo es que los gays tenemos tan mala fama, y sé que Ginny te gusta, y yo estuve interfiriendo entre ustedes a propósito, pero… —Se quedó callado un breve momento y agregó de manera más pausada y cadenciosa—: Fui un tonto. Eres un chico muy… eh, muy atractivo, y por un momento, creí… bueno, que tal vez, tú y yo… Pero ahora sé que no. —Otra larga pausa—. Sin embargo, sí me gustaría ser tu amigo. Claro, siempre y cuando no me repudies por haber abusado de ti.

 

Los ojos de Draco estaban ya tan acostumbrados a la penumbra que creía poder notar el resplandor de los ojos verdes de Potter, cuya mirada estaba clavada en él. Se asustó al suponer que tal vez Potter también pudiera verlo, por lo que intentó no dejarse dominar por la sonrisa que le había causado el soliloquio de expiación que el otro acababa de pronunciar. Si Potter caía en manos enemigas, todos podían darse por muertos. Cantaba los secretos mejor que un prisionero torturado.

 

—Potter… —comenzó Draco, buscando las palabras adecuadas para expresar su verdadera molestia ante la situación—, vayamos por partes, ¿quieres? —A través de la penumbra, notó que Potter asentía vigorosamente—. De acuerdo. En primer lugar, no te guardo rencor. En segundo, tal vez ya lo olvidaste, pero yo siempre deseé ser tu amigo, tú fuiste quien desdeñó mi mano y mi amistad. Antes que digas nada, sólo agregaré que veo difícil que ahora podamos ser íntimos, pero al menos, enemigos no. En tercer lugar, Weasley no me gusta y no tengo nada con ella. Y en cuarto y último, ciertamente eres un cabrón, pero yo no llamaría un abuso a lo que pasó entre nosotros. Yo más bien diría que…

 

Se interrumpió.

 

Merlín, ¿qué era lo que acababa de decir? Casi se golpea la frente. ¡Por supuesto que aquello había sido un abuso de parte de Potter, especialmente porque el gilipollas lo había dejado completamente duro y había huido sin finalizar el trabajo que había comenzado!

 

—¿Qué? —preguntó Potter ansiosamente.

 

—Pues… yo… yo diría que fue una disertación muy convincente —finalizó Draco en voz baja. Por todos los magos, ¿qué diablos estaba pasando con él? Se enfureció con Potter, él tenía la culpa por sacarle la verdad de aquella manera—. ¿Ya estás feliz? —le espetó.

 

Pero Potter no parecía nada feliz. Se quedó de pie sin decir nada, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro. Al final, pareció armarse de valor y caminó resuelto hasta la cama del otro. Draco se encogió en su lugar, moviéndose instintivamente hacia atrás y subiéndose la sábana hasta el cuello.

 

Potter, groseramente y sin invitación, se sentó al borde de la cama, inclinándose hacia Draco y apoyando una mano sobre el colchón. En la otra traía su varita, la cual utilizó para ejecutar un lumos muy tenue que iluminó la cara de ambos.

 

—¿De verdad fui convincente, Draco? Creo que es la primera vez que me dicen algo como eso —dijo Potter con voz seria pero con una media sonrisa en el rostro—. ¿Realmente no necesitas más pruebas acerca del tema?

 

Draco, sintiéndose muy incómodo con aquella invasión a su espacio personal, no podía enterrarse más en el colchón por mucho que intentara hacerlo. Además, tener de repente a Potter frente a él y bajo una luz que le permitía apreciar sus ojos sin gafas y su pecho desnudo, era inquietante, por decir lo menos. Resolló bruscamente antes de responder, sintiendo que le faltaba el aliento:

 

—No-no, creo que no. En realidad, en este momento no puedo pensar con suficiente claridad… ¿te parece si me dejas cavilarlo un poco y te resuelvo otro día?

 

—¿Ya no tienes dudas? —le preguntó Potter con voz ronca y baja. Draco, no tenía idea cómo ni por qué, pero las vibraciones de aquella voz parecieron haber viajado justo hasta su miembro y fue casi como una caricia directa sobre él.

 

—Yo… pues, no sé… tal vez.

 

Potter se quedó ante él por unos segundos. Draco podía escucharlo respirar, podía ver el brillo de sus pupilas, podía percibir el calor que emanaba su piel. Tan nítidamente que embriagaba.

 

—¿Quieres que yo… que yo te resuelva esas dudas? ¿Te gustaría, Draco? —le cuestionó con un susurro, pronunciando su nombre con anhelo. Draco suprimió un escalofrío—. Sin compromisos, sólo para que… para que sepas. No se lo diré a nadie. Sólo… sólo será como un pequeño experimento. Y nuestro secreto.

 

Draco tragó. Era vergonzoso, pero en ese momento la tenía tan dura que creía que Potter podría verla a través de la sábana y las mantas. Tiró de éstas para cubrirse bien la entrepierna.

 

—Tengo que reconocer que tu oferta es tentadora, Potter. Pero hay un pequeño inconveniente: no me gusta rayar en pergaminos ajenos.

 

Potter se movió un poco hacia atrás.

 

—¿Qué quiere decir eso?

 

—Que por más “experimento” que sea —explicó Draco sin poder evitar que la palabra sonara llenara de amargura—, yo soy mucha pieza para tener que robarle el novio a alguien. No me interesa meterme entre lo que sea que tengan Longbottom y tú.

 

—¿Neville? —preguntó Harry, sonando positivamente extrañado—. ¡Pero Neville y yo no somos nada! Digo, sólo amigos, claro.

 

Draco se olvidó momentáneamente de su desnudez bajo las sábanas y enderezó su postura, repentinamente indignado.

 

—¿Qué no son NADA? —exclamó en voz muy alta, importándole muy poco si lo escuchaban en las habitaciones contiguas—. ¿Y por eso duermen JUNTOS? ¿Y por eso Ginny Weasley los descubre en la biblioteca haciendo, eh…lo que hacen ustedes dos? ¿Lo engañas conmigo y todavía tienes el descaro de negar tu relación con él?

 

Potter estaba anonadado.

 

—¿Qué Ginny nos descubre, haciendo QUÉ? —preguntó a su vez—. ¡Merlín, Draco, lo que ocurrió entre Neville y yo terminó hace meses! Si Ginny te ha dicho que nos ha visto últimamente, entonces está mintiendo. Y si dormimos juntos, es… porque… no hay… más… — Potter fue bajando la voz hasta enmudecer, repentinamente distraído por algo.

 

Draco lo miró interrogativamente, pero Potter pareció no enterarse. Tenía la mirada clavada en algún sitio abajo de la cara de Draco.

 

Éste entrecerró los ojos; Potter parecía auténticamente embobado. Tragando fuerte, Draco siguió la trayectoria de su mirada y se dio cuenta que Potter estaba hechizado por su pecho desnudo. La sábana se había deslizado hasta dejarlo completamente descubierto de la parte superior de su cuerpo, y Potter realmente se lo estaba comiendo con los ojos.

 

Draco volvió a levantar la mirada, demasiado aterrorizado y avergonzado como para tirar de la sábana y cubrirse. Notó la manzana de Adán de Potter bajar y subir bajo la piel de su garganta, e irreflexivamente, deseó poder tocarla al momento que hacía semejante movimiento. Potter levantó la vista y lo miró a los ojos, tenía los labios entreabiertos y brillantes. Draco se relamió, embargado y casi temblando de avidez.

 

Era increíble como todas las excusas que se había planteado para no experimentar con Potter de repente parecían haberse desvanecido bajo la densa humareda que le invadía la mente, bajo esa cortina abrumadora que le había desconectado el cerebro por completo. Todo lo que Draco podía percibir era el deseo casi insoportable de tocar a Potter, de ser tocado por él, de sentir su peso encima y morir aplastado con su cuerpo.

 

—Draco… —murmuró Potter, la pregunta implícita y anhelante en el nombre pronunciado.

 

Draco, sin pensarlo dos veces, asintió apenas perceptiblemente. Miró a Potter arquear las cejas en un suave gesto de incredulidad y sorpresa.

 

—¿En serio? —susurró Potter, acercando su cara a la de Draco.

 

Draco intentó asentir de nuevo, pero ya no era necesario. Potter lo estaba besando.

 

 

 

 

 

Regresar al Índice

 

Capítulo Anterior                                                 Capítulo Siguiente