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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Bi-Curious

Capítulo 3

 

No tuvo que esperar mucho tiempo después de finalizar el desayuno: mientras aguardaba por Ginny en el corredor de las escaleras, la miró dirigirse hacia la biblioteca. Parecía que la pelirroja sabía que Draco querría hablar con ella y que la estaría acechando.

 

Draco estuvo seguro de eso al entrar al recinto de los libros y verla sonriéndole ampliamente, sentada en su butaca de siempre. Draco soltó un bufido, el más despreciativo que pudo encontrar en su amplio catálogo de bufidos de vilipendio.

 

—Me encantaría, Weasley —siseó—, que me contaras que es lo que encuentras tan divertido en mí, pues invariablemente, me ves y te sonríes. Parece ser que esta mañana desperté con un bufón pintado en la cara.

 

Ginny soltó una risita.

 

—Draco, Draco, Draco —canturreó socarronamente—. ¿Los Malfoy son así de desconfiados por naturaleza?

 

Draco sólo arqueó una ceja e hizo un mohín casi con desgana. Se acercó a ella y le preguntó:

 

—¿Sabes a dónde han ido Potter y su pandilla?

 

Ginny no pareció sorprenderse por la pregunta.

 

—No tengo idea, Draco. Si lo supiera, créeme que yo sería la primera en ir con ellos.

 

—Tú no puedes salir de aquí. Eres menor de edad y no puedes hacer magia.

 

—Tú tampoco. No tienes varita y además, mi estimado Malfoy, nadie confiaría en ti como para permitirte hacerlo.

 

Draco se enfureció y retrocedió un paso.

 

—¡Perdí mi libertad y me lo he pasado arriesgando el pellejo por la Orden y por la causa de Potter, ¿y todavía te atreves a decir que no confiarían en mí?!

 

Ginny no respondió nada y Draco supo que no tenía caso discutir sobre aquello. Suspiró sonoramente y se giró para salir de ahí.

 

—Malfoy, espera… —le llamó Ginny cuando estaba a punto de atravesar el umbral. Draco se detuvo y la miró por encima del hombro—. Lo que acabo de decir no es cierto. La verdad, yo sí confío en ti. Todos lo hacemos… tal vez con excepción de Ron, pero supongo que él no importa mucho. —Y agregó, aparentemente después de pensarlo bien—: Y Harry, encima de todos los demás, es quien más confía en ti.

 

—¿Potter? —preguntó Draco tontamente, interesándose de repente en el derrotero que había tomado la conversación. Giró su cuerpo para encarar de nuevo a la chica.

 

—Sí. Harry. —Ginny suspiró ruidosamente antes de comenzar a hablar—. Verás, desde que llegaste a Grimmauld Place y mis hermanos y yo empezamos a hacerte bromas y a divertirnos un poco a tu costa, el único que nos reprendía por eso, era Harry. Siempre nos sermoneaba con el cuento que esta casa era más tuya que de nadie porque eres pariente de los Black, todo el tiempo nos recordaba lo que habías hecho junto a Snape, que eras parte del equipo, que habías arriesgado mucho por la causa, bla-bla. Que te dejáramos tranquilo.

 

Una curiosa emoción invadió el corazón de Draco. No supo qué responder, así que optó por quedarse callado. Ginny lo observó durante un momento y al ver que no contestaba nada, continuó diciéndole:

 

—¿No te das cuenta, Draco? Le gustas.

 

—¿A quién? —preguntó Draco abriendo mucho los ojos y ocasionando que Ginny rodara los suyos.

 

—A Snape, imbécil… ¡Pues a Harry, a quién, si no!

 

—Bueno, eso no sorprende —comentó Draco obligándose a no sentirse turbado ante la nueva, tratando de aparentar confianza y serenidad. Pero con esa epifanía de repente ante él no era fácil disimular. Cierto que ya lo había sospechado, pero recibir la confirmación fue terriblemente avasallante. Tuvo que fingir que la declaración no estaba haciéndolo temblar—. Soy tan guapo que no dudo que hasta Potter se sienta atraído por mí.

 

Ginny rodó los ojos y meneó la cabeza.

 

—No es sólo atracción, Draco. Le gustas. ¿No entiendes la diferencia? Quiere decir que siente por ti algo, no que sólo te encuentra guapo. Estoy segura de que es así desde que llegaste aquí. Tanta preocupación, tanta comprensión… y todo se hizo más evidente cuando se enteró de que tú y yo nos estábamos besuqueando.

 

—Entonces, ¿era de mí de quién estaba celoso, y no de ti?

 

Ginny soltó un resoplido exasperado.

 

—¿Qué no es obvio?

 

—Pero yo no soy gay —masculló Draco casi para él mismo, intentando descubrir porqué la idea de ser el objeto de deseo de Potter no le repugnaba en absoluto sino todo lo contrario—. ¿Cómo podría gustarle así?

 

—¡Vamos, Malfoy! ¡Por supuesto que lo eres! —le espetó Ginny ante su enorme indignación—. ¡Supéralo ya! Imagino que debe ser duro aceptar que se es homosexual, pero es un hecho innegable para cualquiera que se tome un minuto para observarte. Hay que ser estúpido para no darse cuenta de que a ti también te gusta Harry.

 

Draco abrió la boca tanto que le dolió.

 

—¡Por supuesto que no! ¡Eso es una calumnia! ¿De dónde lo has sacado? —Una idea le pasó por la mente y caminó rápidamente hacia Ginny antes de preguntarle—: ¿Se lo dijiste? —exigió saber—. ¿Le dijiste a Potter que crees que él me gusta?

 

Ginny tuvo el descaro de reírse ante su inquietud.

 

—¿Y qué más da? No debería preocuparte, no eres gay.

 

—Te lo advierto, Weasley… Mira que tu madre todavía no sabe nada acerca de la bromita que le aplicaste a mi ropa…

 

Ginny rodó los ojos.

 

—De acuerdo, traidor. No, no le he dicho nada a Harry. En realidad, hace apenas un momento me acabo de dar cuenta de lo mucho que te gusta.

 

Algo hizo clic en el cerebro de Draco. Miró a la Comadrejilla con el ceño fruncido.

 

—Me estabas probando allá abajo, en la cocina, al decirme que Potter estaba con Longbottom, ¿cierto?

 

Ginny soltó una carcajada.

 

—¡Debiste haber visto la cara que pusiste, Malfoy! ¡Parecías a punto de estallar en llamas!

 

Obviando las burlas de la chica, Draco se aferró de aquella pequeña esperanza. Y preguntó, interrumpiéndola:

 

—Entonces, ¿no es verdad que Longbottom está con ellos…?

 

Ginny apenas podía hablar en medio de los espasmos de su risa.

 

—¿Neville? Sí, eso sí es verdad. Está con ellos, tal como lo dije en la cocina.

 

Un escalofrío recorrió la piel de Draco.

 

—¿Ellos todavía…? Quiero decir, ¿Potter y Longbottom…?

 

Ginny lo miró con gesto socarrón y una sonrisa torcida.

 

—Sinceramente, Malfoy, no lo sé.

 

—Eres una zorra mentirosa —le reclamó Draco, furioso por tanto engaño y por ser el continuo blanco de las burlas de la chica—. Por supuesto que lo sabes.

 

—Lo único que sé es que Harry y Neville no llevan nada en serio. Lo que ha sucedido entre ellos han sido sólo… encuentros, si entiendes lo que quiero decir —completó con una sonrisa—. Ya sabes, un tipo de experimentación mientras encuentran novio, supongo.

 

Draco no se sintió mejor ante la revelación. No entendía por qué, pero así fuera sólo un “encuentro”, le enfurecía la sola idea de que Potter volviera a follarse a Longbottom después de lo que había pasado entre él y Draco.

 

Aunque en realidad no era que hubiera pasado nada, habían sido sólo palabras. Pero, aún así…

 

El maldito de Potter lo traía de cabeza, por más que Draco se negara a aceptarlo. No dejaba de imaginarlo haciéndole lo que le había narrado, no dejaba de sentirse confundido acerca de él. Quería entender qué era lo que le pasaba, qué era lo que sentía, por qué le enfurecía tanto saberlo con Longbottom… pero no podía. Estaba dolido, aunque eso último era lo que más se negaba a aceptar.

 

—Me voy —le dijo a una sonriente Ginny. Sin esperar respuesta y sumido en sus pensamientos, Draco salió de la biblioteca.

 

Después de una hora paseándose por su habitación lo suficiente como para hacer una zanja en el piso, Draco llegó a una conclusión.

 

Él no era gay, y tampoco le gustaba Potter. Definitivamente. Porque no podía ser, porque cualquiera de esas dos posibilidades iba más allá de lo decentemente aceptable para un Malfoy. Pero lo que sí sentía y no podía negar, era una enorme curiosidad y sólo eso, por supuesto. Sólo curiosidad por experimentar un poco, por saber, por conocer…. Para comprobar si lo que Potter le había dicho era verdad. Y como un buen Malfoy nunca dejaba nada a medias, Draco tendría que llegar al fondo de ese asunto a como diera lugar. Sólo por averiguar, claro.

 

Sí, sólo por eso. Como ese tipo de reporteros que tenían que meterse a las prisiones o a los manicomios para experimentar en carne propia lo que era vivir en esos lugares, de esa misma manera Draco tenía que ponerse en los zapatos de un gay para ahondar (literalmente) en el tema.

 

Pero para eso tenía que asegurarse de encontrar al sujeto adecuado para el estudio, y de eso no le cabía duda alguna de quién estaría gustoso de aceptar prestarse al experimento. Sólo era cuestión de encontrarlo antes de que otro le ganara el puesto.

 

Draco palpó la varita que traía en el bolsillo trasero de los viejos vaqueros de Potter (ya que continuaba usando su ropa) y tomó su decisión. Salió a toda prisa de su habitación, sabiendo a ciencia cierta con quién tenía que hablar para solucionar aquello.

 

Todavía no era muy tarde y estaba casi seguro que aún lo encontraría en su habitación, pues la noche anterior había dormido ahí, en Grimmauld Place. Llegó ante su puerta y golpeó con fuerza, consciente de que si no ese hombre no lo ayudaba, nadie más podría hacerlo.

 

El alma le volvió al cuerpo de puro alivio cuando Remus Lupin le abrió la puerta de su cuarto. El mago miró a Draco mostrando un gesto de sorpresa. Al menos, durante unas milésimas de segundo antes de sonreír ampliamente.

 

—Draco —saludó con su acostumbrado tono pausado—. ¿En qué puedo ayudarte?

 

—El profesor Snape me ha devuelto mi varita y consideré oportuno informarle del hecho —le soltó Draco a bocajarro. La expresión atónita que borró la sonrisa del licántropo no tuvo precio.

 

—¿El profesor Snape? —repitió—. ¿Te devolvió tu… varita?

 

—Ajá —confirmó Draco, importándole muy poco si con esa información metía en líos a Snape o no—. Y en base a que de nuevo tengo conmigo mi instrumento mágico, además de que soy mayor de edad, bastante diestro con la aparición y un elemento entrenado y valioso para la Orden, me considero apto para presentarme ante usted listo y dispuesto para ser enviado a la acción.

 

—¿A-a la acción…? —tartamudeó Lupin.

 

—Así es. Me encuentro perfectamente capacitado para cumplir cualquier misión. Por cierto, tengo entendido de que Potter se encuentra en este momento…

 

—Draco… —lo interrumpió una voz a su espalda—. ¿Qué haces importunando a Lupin con tus ególatras charlas?

 

Draco se giró para encontrarse frente a frente con su ex profesor de Pociones, quien le dirigió una dura mirada. Nervioso, Draco se quitó del umbral de la puerta de manera que le otorgaba el acceso a Snape. Y antes de que pudiera decir nada, Lupin ya estaba abogando a su favor, como era su costumbre y para buena fortuna de Draco.

 

—No me importunaba, Severus —aclaró, volviendo a sonreír ante la llegada del otro—. De hecho, me estaba contando cosas bastante interesantes —añadió en un tono astuto bastante inusual en él.

 

Para gozo enorme de Draco, Snape abrió mucho los ojos y pareció quedarse sin palabras durante un momento. Echó un rápido y amenazante vistazo hacia Draco y éste supo que la siguiente ocasión que lo pillara a solas, estaría perdido. Pero no importaba. En ese momento lo único que deseaba era conseguir su objetivo.

 

—He traído la espada —informó Snape de repente, ignorando lo dicho por Lupin. Y entonces, les mostró una hermosa espada de plata que Draco no había visto nunca y que pareció sacar de la nada.

 

El arma, resplandeciente y exquisitamente tallada, tenía rubíes del tamaño de huevos engarzados en el mango, y Draco, acostumbrado a ver joyas hechas por diferentes criaturas artesanales, supo de inmediato que ésa era una reliquia elaborada por duendes.

 

Boquiabierto, observó la preciosa arma pasar de manos de un mago al otro. Lupin la recibió casi con devoción, admirándola con ojos brillantes durante un breve momento. Fue entonces cuando Draco se percató de que la espada tenía letras grabadas en la hoja: era el nombre de Godric Gryffindor.

 

Lupin, que parecía haber olvidado todo ante la presencia de la espada, sonrió cálidamente hacia Snape.

 

—Perfecto —dijo—. Ahora sólo tengo que encontrar el modo de hacérsela llegar a Harry.

 

Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos magos giraron su cabeza hacia Draco y éste supo que su momento estelar había llegado.

Sonrió y sacando la varita de su bolsillo, dijo:

 

—Por favor. Sólo digan ubicación y yo estaré ahí dispuesto a todo.

 

Lo que Lupin y Snape no sabían era hasta qué punto ese “dispuesto a todo”, era completamente cierto.

 

Gutdrak.

 

Así se llamaba el duende que sería el contacto. El medio por el cual Draco podría entregarle la espada a Potter, o al menos, eso era lo que Lupin le había asegurado. Se suponía que nadie conocía la ubicación exacta de Potter y sus amigos. Joder, ni siquiera sabían qué era lo que estaban haciendo. De lo único de lo que estaban seguros es que necesitaban aquella espada para algo y que ese tal duende era la manera de encontrarlos.

 

Apareciéndose en un oscuro rincón del Callejón Knockturn, Draco se ajustó la capucha de la vieja túnica que traía puesta, intentando no pensar en que era una prenda de Potter y tratando de adivinar que había hecho el héroe durante las ocasiones que la usó y el aroma que habría tenido antes de ser lavada.

 

Se palpó la espada colocada estratégicamente a lo largo de su costado izquierdo y escondida debajo de la rugosa tela de la túnica, echándose un último vistazo para asegurarse de que no se notara nada. Miró a ambos lados de la calle antes de salir del callejón y, entonces, armándose de valor, echó a caminar cuesta arriba con rumbo al Callejón Diagon.

 

Llevando la cabeza inclinada para no ser reconocido y la mano derecha lista para tomar la varita, Draco se dirigió a toda prisa hacia Gringotts, lugar que afortunadamente no estaba lejos de ahí. Rápidamente, la alta y torcida construcción de mármol estuvo frente a sus ojos, y, escabulléndose por la escalinata principal, Draco logró llegar hasta la puerta principal.

 

Ahí, los dos duendes que flanqueaban la entrada lo miraron con sus oscuros ojillos entrecerrados, impidiéndole el paso.

 

—Vengo a ver a Gutdrak —dijo Draco enronqueciendo la voz para no ser reconocido. No tenía idea de cuál era el bando en el que jugaban los duendes, pero más valía prevenir.

 

Los duendes intercambiaron una mirada, pero ninguno de los dos se movió como para permitirle pasar. Draco suspiró antes de decir la contraseña:

 

—“Y la raza duende prevalecerá” —recitó monótonamente recordando las palabras de Lupin.

 

Aquellas horribles criaturas se apartaron al fin. Una de ellas se adelantó sin decir palabra, y Draco supuso que tenía que seguirla. Tentativamente pasó al lado del otro duende, y al ver que no reaccionaba, apuró la marcha detrás del primero.

 

Afortunadamente para Draco, la oficina o lo que fuera el lugar donde estaba Gutdrak no quedaba más que a unos metros de la puerta principal. Eso lo reconfortó, pues era un alivio poder estar en un lugar cerrado lejos de miradas indiscretas en vez de atravesar el pasillo principal con el montón de duendes y magos mirándolos.

 

La puerta de Gutdrak (demasiado alta aún para los magos, exorbitantemente descomunal para un duende) ostentaba el título de Director. Draco soltó un bufido de desprecio mientras el duende que lo escoltaba abría la larga hoja de madera, pues sabía que el tratamiento no era más que una pantalla. Una fachada detrás de la cual gobernaba un consejo de los duendes más viejos e inteligentes, y no ese mentado Gutdrak. El llamado “Director” era sólo un títere en las manos de los miembros del consejo, falso responsable de las elecciones llevadas a cabo en por los socios y dueños, pero que conservaba su puesto porque era descendiente directo del duende que había fundado el banco.

 

El duende que acompañaba a Draco le permitió la entrada a la polvorienta oficina, se dio la media vuelta sin decir palabra y cerró la puerta, dejando a Draco a solas, más nervioso que nunca y con la mano derecha tensa sobre la túnica. ¿Y si todo aquello no era más que una trampa? Estaba completamente acorralado, peor que un ratón entre un muro y un gato.

 

Echó un inquieto vistazo al sitio, buscando alguna posible escapatoria en caso de necesitarla. Afortunadamente, se dio cuenta de que en el muro que daba a la calle había un par de largas ventanas, cuyos cristales empañados dejaban traslucir a duras penas el sol de afuera. Draco hizo algunos cálculos y supuso que, en caso de emergencia, podría romper el vidrio con magia y salir saltando por ahí, si es que no estaban encantados para evitar ser quebrados.

 

Tranquilizándose un poco, Draco se permitió dirigir una mirada inquisitiva por el lugar. Supuso que el despacho de Gutdrak tenía la intención de parecer elegante, y en efecto lo era, pero de una manera que resultaba rancia y avejentada. Sucia y descolorida. Todo estaba lleno de polvo y telarañas, y la enorme silla recargada y forrada de terciopelo rojo tras el escritorio, estaba vacía.

 

O al menos eso pareció en un principio.

 

Repentinamente y asustando a Draco casi hasta hacerlo saltar, una oscura figura de duende emergió desde abajo de la silla hasta quedar sentado encima de ella, como si hubiera estado acostado o metido debajo de la mesa. Aferrándose del escritorio, aquel duende tiró de su cuerpecillo hasta lograr incorporarse encima de su asiento. Draco lo miró fijamente mientras la criatura se balanceaba de atrás hacia delante y pestañeaba ante él como si tuviera problemas de la vista y no lograra enfocarlo. Pero pronto, Draco se dio cuenta de lo que en verdad ocurría con el duende: Gutdrak estaba completamente borracho.

 

Draco se aclaró la garganta, incómodo al ver que el “Director” del banco no decía palabra. Creyendo que tal vez no alcanzara a verlo, Draco dio un par de pasos hasta él sólo para quedar más cerca de su campo visual.

 

—Buenas tardes —saludó Draco, todavía fingiendo la voz—. Vengo a…

 

—¡SHHH! —lo calló el duende groseramente, colocándose un dedo sobre los macilentos labios y arrojando baba a su alrededor—. ¡Ya sé a qué viene, desagradable mago rubio! ¡Cállese!

 

Draco abrió la boca, comenzando a enfurecerse. Sabía bien que los duendes eran groseros y que detestaban a los magos, pero este se pasaba de la raya. Sin embargo, antes de que Draco pudiera decir nada, el duende continuó hablando, arrastrando las palabras en esa forma tan característica en que lo hacían los ebrios:

 

—Viene a realizar un depósito… ¿cierto? —afirmó más que preguntó. Ante eso y sin dejar de sentirse un poco desconcertado, Draco asintió. Lupin le había indicado que dijera que iba a dejar una joya en su bóveda—. Lo sabía —croó el duende con una sonrisa enigmática—. Bien. Para tal efecto, debemos salir de aquí.

 

Gutdrak se bajó de la silla, o mejor dicho, se dejó caer de ella. Azotó contra el suelo de piedra haciendo un ruido seco, y mientras Draco se debatía en el dilema de acercarse a ayudarlo o no, el duende se levantó como sin nada y le dio la vuelta a su enorme escritorio. Caminó hacia Draco con pasos tambaleantes, y a un par de metros del chico, se detuvo y movió uno de sus dedos largos y grises de manera que le pedía que se acercara a él. Draco se inclinó hacia el duende y éste le susurró en medio de un pestilente vaho alcohólico:

 

—Aquí, las paredes tienen largas orejas y grandes ojos.

 

Draco, luchando para no arrugar la nariz, se incorporó y asintió, comprendiendo el punto. El duende asintió más profundamente y arqueó sus peludas y blancas cejas. Draco esperó a que el duende le indicara el camino a seguir, y entonces, Gutdrak caminó con paso medio vacilante hacia la puerta de su despacho, la abrió y salió por ella sin mirar atrás. Meneando la cabeza con incredulidad, Draco lo siguió.

 

Llegaron hasta la calle y continuaron andando. Draco no se sorprendió mucho de que los duendes de la puerta principal del banco no sólo no se hubieran despedido de su Director, sino que incluso le hubiesen dedicado un par de miradas de profundo desprecio. Imaginó que todo era culpa del evidente alcoholismo de su supuesto jefe y de su falta de verdadera autoridad.

 

Draco y Gutdrak avanzaron con relativa rapidez entre las serpenteantes callejuelas del barrio mágico, cosa excepcional contando el duende con aquellas piernas tan cortas y presentando semejante estado de embriaguez. Fue casi como volver sobre el mismo camino que anteriormente Draco había recorrido: entraron al Callejón Knockturn y siguieron todavía un largo trecho, llegando a una zona de oscuros e intrincados laberintos que seguramente no habían recibido un rayo de sol en toda su existencia. Los torcidos edificios que los rodeaban parecían cernirse sobre ellos, a punto de caerles encima.

 

Draco comenzó a sentirse todavía más nervioso que cuando había estado en el banco. Aquel sitio era perfecto para una emboscada, además de que se dio cuenta de que el duende lo estaba haciendo pasar más de una vez por el mismo sitio. Estaban marchando en círculos.

 

—Oiga… —lo llamó Draco, dando una larga zancada para colocarse a su lado—. Gutdrak, escúcheme…

 

Los ojos negros del duende lo miraron con desdén.

 

—Preferiría que tú, Draco Malfoy, no me llamaras por mi nombre —le dijo entre dientes—. Eres indigno de hacerlo. Todos los magos lo son, pero tú eres todavía peor.

 

Draco no supo si horrorizarse o enfurecerse con el duende.

 

—¿Cómo sabe usted mi nombre? —le preguntó, todavía caminando apresuradamente a su lado.

 

El duende, sin dejar de caminar, desvió la vista haciendo un claro gesto de repugnancia.

 

—Sé de ti mucho más de lo que te imaginas. Sé que eres un mago asqueroso que se acuesta con otros magos en vez de con brujas, como naturalmente debería ser. Ustedes son los peores de todos, los de ralea más baja —masculló aquella despiadada criatura.

 

Sin poderlo evitar, la sangre hirvió en la cabeza de Draco. Apretó los puños, los cuales le temblaban incontenibles, luchando contra él en su deseo de golpear a aquel infeliz. Estaba a punto de abrir la boca para rebatir aquello, aunque no estaba muy seguro si valía la pena discutir con la impertinente criatura, cuando ésta volvió a hablar entre dientes y destilando veneno:

 

—Igual que el repugnante de Harry Potter —dijo, casi escupiendo el nombre del héroe—. No sé cual de ustedes dos es peor. Si tú, el hijo de un honorable mago de renombre, o él, que se supone debe liberar al mundo de la perversión… ¿Cómo logrará tal cosa, si de todos, él es el pervertido más…?

 

—¡CÁLLESE YA! —gritó Draco, no pudiendo soportarlo más— ¡No sabe de lo que está hablando!

 

Ante el grito de Draco, el duende detuvo su marcha. Y Draco también se detuvo. Se quedaron parados frente a frente, mirándose fijamente a los ojos y ambos respirando con agitación. Draco, del enojo; el duende, de la carrera, tal vez.

De repente, la túnica (que Draco traía puesta pero que pertenecía a Potter, como no podía dejar de pensarlo) se sintió demasiado pesada y caliente; Draco creyó que estaba ardiendo por la furia. Si no hubiera necesitado la espada que traía escondida, y si tampoco hubiera necesitado a esa cosa llamada duende para encontrar a Potter…

 

Gutdrak lo miró de arriba abajo antes de hablar, pausado y tranquilo, como si su situación no fuera la de estarse peleando a gritos con un mago en medio de un oscuro callejón.

 

—¿Tanto te molesta que te compare con el asqueroso Harry Potter?

 

—¡Deje de llamarlo así! —bramó Draco, no muy seguro de por qué estaba defendiendo a Potter, pero sintiéndose bastante molesto por los adjetivos que el duende le adjudicaba como para no hacerlo—. ¿Qué tipo de aliado es usted que se atreve a expresarse así de nuestro Elegido, en quien todos tenemos puestas nuestras esperanzas, incluyéndolos a ustedes, y…?

 

—¡Es un pervertido y un marica!

 

—¡Es quien nos salvará a todos! ¿Qué le importa a usted si él prefiere magos en vez de brujas? ¡Debería estar agradecido de que arriesgue su pellejo por la causa de todos nosotros!

 

—¡Le gusta el arroz con popote, es un cochino, un enfermo, batea para el otro lado y se divierte en…!

 

—¡… es generoso, su inclinación sexual no determina ni define el tipo de persona que…!

 

—¡…muerde-almohadas! ¡Puñetero! ¡MARICÓN!

 

—¡… valiente, y debería agradecerle cada sacrificio que hace, porque al final todos resultaremos beneficiados con la muerte del Señor Os…!

 

—¡PUTO!

 

Draco no lo soportó más. En contra de todo buen juicio, sacó su varita de la túnica y de un rápido movimiento cogió al duende del cogote, acercándolo más a él y encajándole la varita en el cuello.

 

—Se lo advierto, Gutdrak… —dijo con voz calma pero helada—, una sola ofensa más en contra de Potter y no respondo. No le contaré a él una palabra de lo que usted ha dicho, sobre todo porque quiero creer que es su estado alcoholizado lo que lo lleva a pronunciarse así… Pero quiero que se calle YA. Ni. Una. Palabra. Más.

 

Gutdrak, sudando la gota gorda bajo la explícita amenaza de Draco, se quedó en silencio al fin, sólo mirándolo con profunda diversión. Repugnado, Draco lo soltó, asegurándose de hacerlo con la fuerza suficiente como para que el duende rebotara y se golpeara con la pared que estaba detrás de él.

 

—¿Me va a llevar con Potter, sí o no? —preguntó Draco agriamente y sin guardar la varita.

 

La sonrisa socarrona del duende se acrecentó muchísimo más.

 

—¿Te mueres por ser su perra, verdad?

 

—¡Maldito hijo de puta! —exclamó Draco fuera de sí, apuntándole de nuevo con la varita, deseando con todas sus fuerzas pegarle la lengua al paladar, dejarlo mudo y no tener que seguir oyendo sus impertinentes groserías. Sin embargo, no quería echar a perder la misión; tenía que llegar con Potter a como diera lugar, y si soportar a ese asqueroso bicho era la única manera...

 

Se contuvo, respirando lentamente y bajando la varita. Al fin, suspiró con profundidad y se guardó su instrumento mágico en la túnica, desviando la mirada.

 

—Lo que yo vaya a hacer con Potter no es asunto suyo, Gutdrak. Cumpla con su parte, cualquiera que esta sea, y déjeme en paz.

 

—Pero dime, Draco —continuó torturándolo el duende, hablando detrás suyo pues Draco se había girado para darle la espalda—. ¿Realmente Potter te gusta tanto como para dejarte follar por él? ¿Ya no te van las brujas? ¿Ya no prefieres las tetas, redondas y bonitas, y las perfumadas vaginas?

 

Draco torció el gesto ante semejantes palabras, preguntándose si todos los duendes sostendrían siempre temas de conversación de ese tipo o si sólo Gutdrak sería así de vulgar.

 

—Eso es algo que no le incumbe, tal como se lo he dicho con anterioridad —respondió Draco, tragándose la humillación y deseando salir de eso cuanto antes.

 

—Por supuesto que me incumbe —afirmó Gutdrak de manera enérgica y quien de pronto ya no parecía tan ebrio como al principio— ¿Te gusta Potter, sí o no?

 

Tanta insistencia consiguió que algo hiciera clic en la cabeza de Draco. Tal vez todo eso no era más que una prueba para demostrar su fidelidad hacia Potter y su pandilla. Tal vez el duende sólo lo estaba catando para descubrir si era de fiar o no. Entonces, para completar su misión, quizá Draco tenía que mostrarse como un arrastrado enamorado de Potter, igual como todo el mundo en la Orden del Fénix, ¿no? Convencido de que de eso se trataba, Draco se giró hacia el duende.

 

—La verdad —dijo en un fingido tono que esperaba demostrara timidez—, sí me gusta mucho. Y por supuesto que me gustaría ser su perra, ¿a quién no? —Draco casi suelta la carcajada ante la cara de sorpresa que puso Gutdrak por sus palabras. Era todo un poema. Seguro que nunca se imaginó que Draco admitiría algo así—. Pero, por favor, Gutdrak —le suplicó Draco poniendo las manos juntas en un gesto de ruego—, ¡no se lo diga a nadie! ¡Mucho menos a Harry, que me moriría de la vergüenza!

 

—¿A-ahora hasta le llamas Harry? —tartamudeó Gutdrak, a todas luces bastante desconcertado.

 

Draco se rascó la nuca pero no dijo más. Sólo se encogió de hombros. Gutdrak lo miró largamente, como si sopesara lo recién dicho por él y todavía no terminara de creerlo. Al final, reanudó el camino por el oscuro callejón.

 

—Sígueme, Malfoy. Te llevaré con él.

 

—¡Aprisa, aprisa, que se me acaba el tiempo! —le masculló Gutdrak a Draco mientras le sostenía abierta una puerta para que pudiera entrar. Draco se introdujo en aquel tenebroso edificio, sabiendo que si era una trampa no tendría ninguna oportunidad de escapar.

 

—Ya voy —se quejó mientras el duende lo empujaba hacia dentro para cerrar la puerta—. Después de que parecía que a usted no le importaba perder los minutos discutiendo sobre los gustos sexuales de la gente, ahora resulta que se le acaba el tiempo… —dijo Draco de mala manera. Por toda respuesta, Gutdrak lo empujó más poniendo sus flacuchas manos de dedos largos sobre el trasero de Draco—. ¡Oiga! —le gritó éste, manoteando hacia atrás para quitárselo de encima.

 

Gutdrak soltó una risita.

 

—Nada mal, nada mal. Ahora veo por qué Harry está loco por ti y hasta te sueña por las noches, Malfoy. Con un culo así…

 

Draco se paralizó en el sitio. Lentamente se giró hacia atrás, incrédulo y necesitando comprobar con sus propios ojos lo que sus oídos le estaban diciendo, pues aquellas palabras ya no habían sido dichas por la voz de Gutdrak, sino por la de otra persona que Draco hacía mucho no veía, pero que no podría olvidar jamás, y mucho menos había olvidado durante ese día en el que no había hecho otra cosa que pensar en él y en Potter, juntos allá afuera, cumpliendo alguna misión y haciendo quién sabe qué cosas más.

 

—Longbottom —dijo Draco en voz baja, mirando al chico de Gryffindor que había ocupado tan testarudamente sus últimos pensamientos y que en ese momento se aparecía ante él.

 

Con una enorme sonrisa en la cara que lo hacía más digno de pertenecer a Slytherin que a ninguna otra casa, Longbottom estaba quitándose a toda prisa las ahora diminutas ropas que lo había vestido cuando había sido el duende Gutdrak. Draco todavía no terminaba de asimilar el giro en la situación, cuando Longbottom ya se había quedado totalmente desnudo enfrente de él.

 

—Malfoy —saludó Longbottom con voz divertida—. ¿Trajiste la espada? —preguntó sin más y como si no hubieran estado conversando durante todo el camino.

 

De repente, el peso de todo lo que le había confesado al que él había creído un simple duende ebrio, azotó a Draco con intensidad. Oh, por toda la sagrada mierda del universo…, fue lo único que pudo pensar.

 

—¿La espada? —preguntó sin estar muy seguro a qué se refería aquel chico desnudo que había sido su compañero en el colegio, y que ahora, según podía apreciar Draco, ya no tenía nada de obeso. Ginny había tenido razón, caramba… Longbottom estaba mejor que nunca, mucho mejor que cualquier otro chico que Draco hubiese visto desnudo en las duchas. Una dolorosa punzada atravesó el alma de Draco ante el descubrimiento. Ahora comprendía por qué Potter gustaba de él.

 

—Sí, Malfoy, la espada —respondió Longbottom, evidentemente encontrando todo aquello muy gracioso, pues no dejaba de sonreír— Una cosa que es como un cuchillo pero más grandote, y de plata, y que tiene unas letras que dicen Go…

 

—¡Cierra la boca, Longbottom! —explotó Draco, la furia sustituyendo la vergüenza y la sorpresa— ¡Maldita sea! ¡Malditos duendes y malditos Gryffindors! ¡Sí, sí traigo la jodida espada, y también traigo un mensaje para Potter! —Longbottom abrió la boca para replicar algo, pero Draco no se lo permitió. Continuó berrando a sus anchas—: ¡Además, sólo se entregaré la espada a Potter en persona, Longbottom, y a nadie más! Así que no me moveré de aquí hasta que lo…

 

—¿Malfoy?

 

La voz de Potter, llegada a oídos de Draco desde algún lugar atrás de su espalda, interrumpió su berrinche y lo dejó congelado en su lugar. Draco abrió mucho los ojos sin dejar de mirar a Longbottom y casi deseando arrojarse a sus pies para suplicarle que no fuera a decir nada de lo que habían hablado entre los dos.

 

—Neville, ¿qué hace Malfoy aquí? —preguntó Harry en tono nervioso.

 

Longbottom tuvo el descaro de soltar una risita. Draco meneó casi imperceptiblemente la cabeza en un suplicante gesto negativo, sin dejar de mirar al cabrón, rogándole que tuviera piedad de su alma.

 

—Es el enviado de Lupin, Harry— respondió Longbottom sin dejar de ver a Draco a los ojos y mostrándole toda la burla de la que era capaz. Venganza segura por todo lo que Draco le había hecho en el colegio—. Parece que no encontró a nadie mejor para mandarnos algo tan valioso como la espada. ¿Puedes creerlo?

 

Draco enrojeció y entrecerró los ojos, aún sin el valor para volverse y mirar a Potter.

 

—Neville… —dijo Potter en tono de advertencia—, ya te he dicho muchas veces que…

 

Longbottom suspiró exageradamente interrumpiendo a Potter. Comenzó a caminar, pasando junto a Draco y mostrándole su esplendorosa desnudez sin ningún pudor.

 

—Ya, ya sé, Harry. Ahórrate tu letanía acerca de las virtudes de Malfoy.

 

Draco abrió mucho los ojos ante ese comentario, pero continuó sin poderse mover. ¿Letanía de virtudes? ¿En verdad Potter tenía algo bueno qué decir acerca de él? Y Ginny le había asegurado que Potter siempre lo defendía de todos los demás…

 

Sumido en esos muy agradables pensamientos, Draco se quedó muy quieto y mirando fijamente el pedazo de muro que tenía ante él y donde un momento antes Longbottom había estado parado quitándose la ropa mugrosa del duende Gutdrak. Insisto. Eso era demasiado astuto para haber sido la idea de un Gryffindor. ¿Longbottom habría estado usando multiugos? ¿A quién se le habría ocurrido hacerse pasar por un duende borracho? Draco arqueó una ceja cambiando de parecer y concluyendo que tal vez eso no era tan astuto como parecía en un principio.

 

—¿Y Gutdrak? —escuchó Draco que Longbottom le preguntaba a Potter. Los dos estaban en algún punto indeterminado de ese oscuro caserón, justo detrás de Draco, charlando en voz baja. Multijugos, entonces, pensó Draco al darse cuenta que Gutdrak sí existía en verdad.

 

—En su cuarto, ahogado de borracho, como siempre —respondió Potter con un tono extraño en la voz—. Hermione está con él y Ron salió a buscar lo que ya sabes. ¿Todo salió bien en el banco?

 

—Sí, sí, como siempre —contestó Longbottom a su vez, con voz bastante fastidiada—. Ya sabes que los duendes en Gringotts desprecian tanto al inútil de Gutdrak que ni siquiera me dirigen la palabra. Simplemente, me dejan ir y venir por todo el banco sin hacer preguntas.

 

—Entonces, ¿conseguiste entrar a la cámara…? —La voz de Potter fue bajando de volumen hasta convertirse en un susurro que Draco no alcanzaba a descifrar. Longbottom le respondió algo en la misma forma, y Draco supuso que los dos chicos estarían conversando algo que no deseaban que él escuchara. O tal vez, para su enorme deshonra, Longbottom le estaría contando a Potter su anterior conversación.

 

Cautelosamente, Draco se atrevió a mirar por encima de su hombro. Tal como lo había imaginado, Potter y Longbottom estaban muy cerca el uno del otro, y el segundo todavía seguía en cueros. Potter no se mostraba impresionado en absoluto por ese hecho, lo que sólo ocasionó que un amargo sentimiento de rabia y desazón invadiera el corazón de Draco. Seguramente los dos eran amantes tan regulares que Potter estaba acostumbrado a verlo así en su desnudez total.

 

Draco desvió la mirada antes de que algún gesto de amargura en su cara pudiera traicionarlo. No quería que Potter notara lo mucho que lo afectaba verlo así, tan íntimo y desenvuelto con Longbottom. Y mucho menos ahora que había visto que éste era atractivo y deseable, y que Draco le había asegurado que a él le gustaba Potter, y que lo había defendido de los insultos de Gutdrak-que-no-es-Gutdrak-sino-Longbottom probándolo en las calles oscuras del Callejón Knockturn. Grandísima mierda.

 

Potter y Longbottom continuaron susurrándose por algunos momentos más, y de repente todo se silenció. Draco continuó parado como monigote, sin tener idea de qué hacer. Arrojar la espada al suelo y salir corriendo le parecía la opción más apetecible y mejor.

 

Estaba a punto de levantar la mano para sacar la espada de su escondite, cuando unos dedos toquetearon su hombro con leves golpecitos.

 

De un brinco, Draco se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Potter. Con un rápido escaneo por la habitación, que ahora que miraba bien se daba cuenta era una acogedora sala de estar, Draco se percató de que Longbottom ya no estaba a la vista. Piadosamente, al fin parecía haber ido a vestirse. Era obvio que aún había un poco de justicia divina en el mundo.

 

Pero no pudo desviar la mirada de la cara de Potter por mucho tiempo. Después de todo, lo tenía plantado frente a él a menos de unos cuantos centímetros. La intensidad con que esos ojos verdes y miopes lo estaban observando, lo asustó.

 

—Yo tampoco tengo ropa y no me ando paseando desnudo por todos lados, Potter —balbuceó a toda prisa, nervioso en extremo y sabiendo que, aunque tenía ante él lo que había deseado tanto, de repente ya no encontraba qué hacer con eso—. Ya recordarás que prefiero usar tu espantoso guardarropa en vez de andar en cueros, y no porque yo sea feo, no señor. Lo que pasa es que yo sí tengo dignidad, no como tus amigos. Imagino que la ropa apestosa de un duende no será mejor opción que la ropa de Weasley, pero…

 

—Malfoy… —lo interrumpió Potter, sonriendo de una manera muy rara que aterrorizó a Draco—. Cállate, por amor a lo más sagrado.

 

—Pero, pero…

 

Entonces, Potter le puso las manos sobre los hombros y lo acercó a él. Draco abrió la boca de la sorpresa, pero Potter la abrió más cuando la hoja de la espada que Draco tenía bajo la túnica le lastimó al presionarse contra ella.

 

—¡Merlín! —gritó Potter mientras se movía hacia atrás—. ¿Qué demonios traes ahí?

 

Draco se abrió la túnica con dedos temblorosos. Potter abrió mucho los ojos cuando miró la brillante espada de plata.

 

—Ah —fue todo lo que dijo. Dio un paso hacia Draco, le sacó la espada del cinto y la colocó sobre un sillón cercano.

 

Draco lo miró hacer todo eso sabiendo que debía haber aprovechado el momento para escapar. Pero no lo hizo. Y cuando Potter volvió a tomarlo de los hombros y lo acercó a él, supo que ya ni tenía caso pensar en fugas imposibles. No cuando lo que él deseaba era quedarse y dejar que Potter hiciera cualquier cosa con él. Lo deseaba tanto, que dejó de importarle si se tratara de simple curiosidad por saber o si era porque realmente lo estaba anhelando. Con toda su alma.

 

 

 

 

 

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