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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Costo de Aprender lo que Cuestan las Cosas

 

Parte 1

 

Del día que Harry supo lo que costaba un Pensadero

 

—Definitiva y decididamente —masculló Harry mientras terminaba de sacudirse del cabello y la ropa los restos del Vociferador que le había explotado encima—, todo, todo esto… es culpa… ¡de ustedes! —Se giró hacia Terry y Michael, quienes lo miraban divertidos y cuyo gesto socarrón lo enfureció todavía más—. ¡Y ahora TIENEN que arreglarlo!

 

—Por favor, Harry. Exageras —concluyó Terry restándole importancia.

 

—Sí, hombre —agregó Michael—. Ya se le pasará, así son todas las mujeres. Les encanta el drama.

 

—¡Oye! —replicó Cho mirando con el ceño fruncido a su novio. Michael le guiñó un ojo a modo de disculpa y entonces Cho se volteó hacia Harry—. Me parece que en esta ocasión Ginny sí habla muy en serio, Harry. ¿Y sabes qué es lo peor? Que tiene toda la razón.

 

Harry resopló sin interrumpir la pesca de pedacitos de papel rojo chamuscado que flotaban descaradamente en su jugo de calabaza.

 

—¡Pero se está enfadando por algo que no es verdad! ¡Ginny ya debería saber de qué calaña están hechos los reporteros de El Profeta! —Miró el plato de su almuerzo con cara de asco antes de empujarlo por encima de la mesa. Tenía tanto papel carbonizado que ya era imposible consumirlo—. ¡Y toda la culpa es de tu noviecito y de Terry! Si no me hubieran arrastrado a ese bar nudista de mierda… ¿Cómo diablos iba yo a saber que un estúpido fotógrafo nos estaba siguiendo?

 

Parvati rodó los ojos antes de unirse a la defensa del género femenino.

 

—Pero Harry, Ginny no tenía modo de saber que la foto estaba trucada y que en realidad no eres tú el que aparece besándose con esa… —soltó una risita—, bruja nudista.

 

—¡Pe-pero… es que ella debería habérselo imaginado! ¡Me conoce, sabe que le he sido fiel! Mierda… ¡maldito fotógrafo! ¡Cuando noté que nos estaba tomando fotografías jamás me imaginé que haría algo así! Y ahora; ¿qué diablos voy a hacer para demostrarle a Ginny que ése no era yo sino Terry?

 

—Si yo estuviera en lugar de Ginny, ni siquiera te perdonaría haber ido a un lugar de ésos, Harry —opinó Padma en tono aburrido. Sentada junto a su hermana y completamente sumergida en la lectura de un libro, era la menos interesada en el dramático asunto.

 

Harry la miró largamente.

 

—Gracias, Padma. Qué consolador es tu punto de vista —dijo con sarcasmo. Agachó la cara y la apoyó entre sus brazos—. Y ahora; ¿qué voy a hacer?

 

—A mí me preocuparía más la reacción de Ron —añadió Parvati con gesto asustado—. Cuando sepa que engañaste a su hermana se va a poner como basilisco.

 

—¡Pero es que YO no la engañé! —gritó Harry levantando la cabeza otra vez—. ¿Es que nadie puede entender que ESE es el punto, precisamente?

 

—Potter, por Dios… qué escándalo armas—. Todos se congelaron y voltearon a ver a Draco Malfoy, quien pasaba junto a la mesa con la bandeja de su almuerzo en la mano. Zabini y Parkinson iban a su lado y los tres parecían muy divertidos por la situación. Claro, pues cómo no—. Por cierto, bonita foto la del periódico de hoy. Era justo lo que la sociedad mágica necesitaba ver: a nuestro héroe atrapado con las manos en un trasero… quiero decir, en la masa.

 

Los tres ex Slytherins soltaron la risa y Harry se enojó aún más. Se puso de pie y encaró a Malfoy, quien dejó de reírse al instante y sólo lo miró con desprecio.

 

—¿Por qué no vas y te ocupas de tus propios asuntos, Malfoy?

 

Malfoy lo miró de arriba abajo.

 

—¿No te habías enterado de que la vida de los famosos es asunto de todos, Potter? Es el precio que hay que pagar por ser popular, según he escuchado.

 

—¡Harry! —exclamó Parvati, mirando hacia la entrada del comedor—. ¡Siéntate! El profesor Higgs viene hacia acá.

 

Todos se giraron a ver hacia donde Parvati señalaba. En efecto, ahí estaba el joven profesor Higgs, cuya preferencia por los ex Slytherin eran más que conocida por toda la Academia, habiendo sido él mismo un miembro de esa casa cuando estudió en Hogwarts. Eso, sumado al hecho de que había jugado como buscador para Slytherin en aquel legendario partido de quidditch en el que Harry casi se traga la snitch, hacía del moreno uno de sus alumnos menos favoritos. Porque aunque no mencionara nada al respecto, Harry estaba casi seguro que no le había perdonado haberle ganado la snitch en el que fuera el primer juego de él y uno de los últimos de Higgs. Más le valía no darle otro motivo que lo hiciera odiarlo aún más.

 

Rápidamente, se sentó de nuevo.

 

Malfoy soltó un resoplido de burla y mientras se alejaba flanqueado por su par de amigos, iba diciendo en tono mordaz:

 

—Yo que tú no me preocuparía tanto. Si tu noviecita en verdad es una bruja tan poderosa como todo el mundo pregona, será muy capaz de utilizar la legeremancia contigo y averiguar si dices la verdad. ¿No crees, Potter?

 

Harry miró a aquellos tres alejarse mientras cuchicheaban y se reían entre dientes, sin atreverse siquiera a suponer que aquel hubiera sido un consejo bien intencionado. Pero por mucho que detestara a Malfoy, Harry tenía que reconocer que durante los dos años que llevaban juntos en la Academia de Aurores, Malfoy había mostrado hacia él cierto respeto y deferencia que el moreno atribuía era algún tipo de agradecimiento por haberle salvado la vida.

 

Aunque Harry creía que un “Gracias Potter por haberme sacado de aquel salón en llamas, y más considerando que fue un amigo mío el que trató de matarlos y que yo estaba ahí cumpliendo órdenes de Voldemort para impedir tu misión y todo eso…” no hubiera estado de más. Sí, claro. En sueños.

 

—Oye, no es mala idea; ¿eh? —exclamó Terry sacando a Harry de sus cavilaciones—. ¡Todos podemos permitirle a Ginny que use legeremancia con nosotros y así se cerciorará de que decimos la verdad!

 

Una aprobación general siguió a la moción de Terry. Pero Harry los interrumpió con gesto derrotado y pesimista:

 

—Sería genial si Ginny pudiera hacer eso… pero me temo que es una habilidad que está muy por encima de sus intereses. Jamás quiso aprender a usarla.

 

—¡Harry! —gritó Michael tan alto que todos brincaron en su asiento—. ¡Un pensadero! Así Ginny podría ver los recuerdos de todos y será imposible que no nos crea.

 

—Pero… —rebatió Harry—. ¿De dónde diablos voy a sacar un pensadero? El único que conozco está en Hogwarts y no creo que McGonagall me lo preste para algo tan trivial como esto.

 

—Higgs —susurró Padma sin levantar la vista de su volumen Estrategias Avanzadas de Camuflaje—. Tiene uno en su oficina. Yo lo he visto.

 

—¿Higgs? —repitió Harry mientras observaba por encima de su hombro. En ese momento, Terence Higgs estaba de pie junto a la mesa ocupada por Malfoy y sus amigos, conversando animadamente con ellos.

 

Aunque era innegable que la mayor parte del tiempo el profesor intentaba ser justo e imparcial con todos sus alumnos, no podía evitar sentir cierto aprecio por los marginados ex Slytherins, que dicho sea de paso, no tenían más amigos que ellos mismos. Y siendo Higgs de los pocos que no se dejaban impresionar por la deslumbrante fama de Harry después de haber vencido a Voldemort, era evidente que todo el protagonismo del moreno y su increíble popularidad lo enfermaban.

 

En eso se parecía tanto a Snape, que Harry estaba firmemente convencido que a Higgs no le dolería demasiado tener una excusa para sacarlo a patadas de la Academia, tal como Snape lo habría hecho de Hogwarts. Suspiró antes de decir:

 

—Pues… supongo que no pierdo nada con pedírselo prestado, pero no creo que acceda a…

 

—¿De qué hablas Harry? —le espetó Michael—. ¡Claro que aceptará prestártelo, todo el mundo te idolatra! Y Higgs no puede ser la excepción.

 

Ante la mirada de escepticismo de Harry, todos los presentes empezaron a brindarle diferentes palabras de ánimo.

 

—Si no fuera por ti, el equipo de quidditch de la Academia apestaría…

 

—Todo el mundo sabe que eres el mejor buscador que podríamos tener…

 

—¡Tienes suerte que Higgs sea un apasionado del quidditch!

 

—Eres su consentido, como lo eres de todos los profesores. Tal vez no lo demuestre abiertamente, pero…

 

Para finalizar con un consejo de Terry:

 

—Sólo menciónale que si no te presta el pensadero, tu novia no podrá ver nuestros recuerdos y dará por terminada su relación contigo. Entonces, tú estarás tan deprimido que no podrás presentarte a las pruebas de la semana próxima… ¡Y verás que ante el riesgo de perderte como buscador, te ayudará de inmediato a probar tu inocencia ante Ginny!

 

————————————

 

Más tarde, Harry tendría que haber sabido que toda aquella sarta de ex Gryffindors y ex Ravenclaws no podían estar más equivocados. Salió a toda prisa del despacho de Higgs rabiando, con la cara roja de la indignación y creyendo que sería buena idea que alguien les dijera a sus amigos que con los Slytherins nunca había que dar las cosas por sentado.

 

Pues como Harry acababa de comprobar, se necesitaba mucho más que una insinuante amenaza acerca estar indispuesto el día de las pruebas para que un antiguo residente de la mazmorra de Slytherin aceptara dejar un valiosísimo objeto de su propiedad en manos de un “estudiante promedio que no ha demostrado tener la madurez y objetividad propias de un mago de su rango, y que se dejaba envolver en la lambisconería que le brindaban los que, cegados por su famoso nombre, pululaban como moscas a la miel todo el tiempo a su alrededor”.

 

Pero lo peor… lo peor de todo había sido cuando, asomándose por la ventana de su despacho hacia el jardín, Higgs había visto a Malfoy sentado contra un árbol y con un libro sobre el regazo, y entonces dijo algo que fulminó toda esperanza de Harry por convencerlo:

 

—Observe al señor Malfoy, con todo el peso que carga sobre sus hombros, y sin embargo, es un estudiante modelo, responsable y puntual. Si usted fuera un poco como él tal vez consideraría otorgarle semejante confianza, Potter… —Y para dar el tiro de gracia había finalizado comentado como quien no quiere la cosa: —Además de todas esas cualidades, tengo entendido que en Hogwarts ocupó mi lugar en el equipo de quidditch de Slytherin, y que no lo hizo del todo mal. Y ahora que lo recuerdo; ¡fue buscador!… ¡Igual que usted, señor Potter! Qué casualidad; ¿verdad?

 

Harry también había echado un vistazo a través de la ventana para mirar al imbécil de Malfoy, aunque ciertamente con mucho menos aprecio que el que Higgs le dedicaba. De hecho, había deseado con todas sus fuerzas que el árbol que estaba a su espalda de repente colapsara y aplastara al rubio con todo y libro… Pero no tuvo tanta suerte.

 

Harry caminó a toda velocidad por el pasillo evitando a propósito las áreas de la Academia en las que estarían sus compañeros esperándolo para comprobar si había conseguido o no el pensadero, pues en ese momento de lo que menos tenía ganas era de hablar con todos ellos.

 

En contra del inherente desagrado que los ex Slytherins le inspiraban, tuvo que reconocer que Higgs tenía toda la razón cuando decía que la cargante atención que la mayoría de los magos y brujas le brindaban a Harry era completamente exagerada. Y era en esas ocasiones, cuando se sentía asfixiado por tanta solicitud, cuando más extrañaba a Hogwarts y a las amistades sinceras y desinteresadas que Ron y Hermione le habían otorgado allá. Era una verdadera pena que ninguno de los dos hubiera ingresado a la Academia de Aurores junto con él, y a pesar de que Harry entendía sus motivos, no por eso dejaba de lamentarlo.

 

Con un suspiro pensó también en Ginny y en lo lejos que se encontraba desde hacía casi un año. Se había mudado a Gales para dedicarse por completo a entrenar en la reserva de las Arpías de Holyhead, destacando pronto como una jugadora talentosa y con gran futuro. Harry y ella habían decidido continuar con su noviazgo, pero la distancia era un obstáculo difícil de superar y más cuando sucedían cosas ajenas a su control como esa maldita foto aparecida en un periódico de circulación nacional.

 

————————————

 

—No dormiste bien; ¿verdad, Potter? —le preguntó Anthony Goldstein la mañana siguiente.

 

Harry levantó la cabeza del pupitre.

 

—Si tú hubieras pasado la noche entera teniendo que darles explicaciones de esa maldita foto a todos y cada uno de los Weasley… tampoco hubieras dormido mucho, créeme. No aguanto el dolor de las rodillas por todas las horas que pasé hincado frente a la chimenea.

 

—Entonces; ¿las cosas ya se arreglaron con Ginny? —cuestionó a su vez Morag MacDougal uniéndose a la conversación.

 

Harry negó con la cabeza.

 

—Ella fue la única Weasley con la que no hablé… Tiene su chimenea bloqueada y me devolvió una carta sin ni siquiera abrirla—. Gimiendo de cansancio y frustración, volvió a recostarse sobre la mesa.

 

La clase de Estrategias de Persecución y Cacería le pasó totalmente desapercibida, pues no cesaba de pensar en lo que haría para arreglar las cosas con su novia. Ni siquiera las bromas que Anthony y Morag solían hacer le alegraron la mañana, a pesar de que ver a ese par haciendo sus mariconeadas siempre era una de las principales distracciones en ésa, la clase más aburrida de todas las que cursaban.

 

Y a la hora del almuerzo todo fue de mal en peor.

 

La mesa donde se sentaba y que por costumbre estaba siempre rebosante de compañeros y admiradores, tenía esa mañana ambiente de cortejo fúnebre.

 

—¿Qué diablos les pasa? —preguntó Harry apenas al llegar.

 

—El Profeta, Harry —dijo Padma al ver que nadie se atrevía a decirle nada.

 

La chica le arrojó el periódico encima de sus huevos fritos y antes de que Harry tuviera tiempo de quejarse, la noticia se develó ante sus ojos. Tragó saliva mientras leía, mirando alternadamente entre el texto y una foto de Ginny donde aparecía vestida con su uniforme de las Arpías y con una expresión dura y sagaz en la cara.

 

Los del periódico habían ido hasta Gales a entrevistarla. Faltaba más, pensó Harry con furia.

 

Cuestionada respecto al escándalo suscitado por la foto de Harry, Ginny había respondido con toda seguridad y confianza que eso no le había afectado en absoluto porque Harry y ella no sostenían ya ningún tipo de relación, y que, además, hacía mucho tiempo que había dejado de estar enamorada del salvador del mundo mágico.

 

—Auch —masculló Harry. Eso si era grave.

 

—No lo tomes en serio, Harry —comentó Cho, aunque no sonaba muy decepcionada en realidad—. Está despechada, es todo. Por eso dice que ya no te quiere, es normal… Es lo que yo hubiera hecho también.

 

—¡Harry, tienes que conseguir ese pensadero! —le exigió Parvati, que lucía más preocupada que Cho—. Mira; ¿recuerdas que este sábado es el cumpleaños de Hermione?

 

Harry rodó los ojos.

 

—¡Es mi mejor amiga, Parvati! ¿Cómo demonios crees que voy a olvidar que es su cumplea…?

 

Parvati continuó, interrumpiéndolo:

 

—Bien, pues yo voy a ofrecerle una fiesta en mi casa y estoy segura que Ginny no faltará. Será el momento ideal para que todos coloquen sus recuerdos en el pensadero y así se los podrás mostrar.

 

Murmullos de aprobación siguieron a la idea de la chica. Harry hizo muecas conforme su cerebro trabaja a marchas forzadas intentando obtener alguna idea que lo pudiera ayudar a obtener prestado ese pensadero. Pero siendo Higgs digno aprendiz de la empatía de Snape, Harry dudaba que algo funcionara con él.

 

————————————

 

El viernes llegó y Harry seguía sin poder convencer a Higgs de que era un miembro honorable de la sociedad mágica a quien podía confiarle sin temor alguno su pensadero por un brevísimo fin de semana. Y para colmo de males, Ginny seguía sin aceptar tener ningún contacto con él.

 

Por todo eso, no fue extraño que durante el entrenamiento de quidditch que solían tener después de clases, Harry estuviera con la cabeza hecha un manojo de ideas inverosímiles en vez de concentrarse en buscar la snitch y darles indicaciones a sus compañeros.

 

Habiendo sido seleccionado como el buscador del equipo durante sus dos primeros años de Academia, Harry había llevando al anteriormente desastroso conjunto a ganar juego tras  juego hasta echarse a la bolsa los Campeonatos Interacadémicos. Para todos los aspirantes a auror, era más que obvio que Harry no tenía competencia y que las victorias del equipo se debían a su estupendo capitaneo y motivación. No obstante, Harry no había podido evitar preguntarse más de una vez por qué Malfoy nunca había intentado, como él, hacer las pruebas para ingresar al equipo.

 

Restándole importancia a esa inquietud, Harry había concluido que, tal vez, su anterior rival estaba falto de condición física y de práctica, pues no había vuelto a jugar quidditch desde su quinto año de colegio.

 

Pero sobre todas las cosas, lo que Harry no había cesado de cuestionarse todo ese tiempo, era qué diablos pretendía Malfoy al intentar convertirse en Auror. Simplemente, no podía comprenderlo.

 

Y aquella tarde, en vez de jugar apropiadamente, Harry se distrajo sobrevolando muy por encima de los demás y recordando su último año en Hogwarts… aquel en el que Hermione, Ron y él habían tenido que volver después de la guerra para cursar su séptimo año perdido. Los tres se habían quedado muy sorprendidos cuando, a la hora de presentar los EXTASIS, Malfoy se les unió. Y no sólo eso, sino que consiguió presentar estupendos exámenes, casi igualando la calificación obtenida por Hermione.

 

Posteriormente y ante la estupefacción de Harry, Malfoy realizó su solicitud a la Academia de Aurores igual que él, y entonces Harry se había preguntando si no estaría siguiéndole los pasos con el único afán de fastidiarlo.

 

Pero no era así, y Harry pronto tuvo que darlo por sentado. Puesto que, haciendo honor a la verdad, tenía que reconocer que después de la guerra Malfoy nunca más había vuelto a ser el mismo patán que había sido sus primeros años de colegio.

 

Y aquella tarde, desde lo alto del campo de quidditch de la Academia y pensando en Malfoy sin ninguna buena razón, Harry echó un vistazo a las pocas y pequeñas gradas casi convencido de que, como en cada sesión de entrenamiento, Malfoy ahí estaría sentado. Harry inclinó su escoba para bajar un poco y entonces lo descubrió: tal como lo había pronosticado, Malfoy estaba ocupando su lugar de siempre entre los pocos espectadores que los observaban practicar. Su cabello platinado y ropas negras eran inconfundibles aun a tal distancia, y aunque siempre fingía estar leyendo un libro, Harry sabía muy bien que no perdía detalle del entrenamiento.

 

Lo que Harry jamás se hubiera podido imaginar era que en ese momento descubriría que, lo que Malfoy estaba observando con tanto interés, no era a la práctica en general, sino justamente a él, a Harry.

 

Éste parpadeó un par de veces, no muy seguro de creer que acaba de descubrir a Malfoy mirándolo como un bobo. Pero cuando Harry se acercó un poco más hacia las gradas y miró otra vez, Malfoy ya estaba con el libro cubriéndole la cara.

 

Harry lo fulminó con la mirada sin entender qué demonios pretendía al vigilarlo.

 

Repentinamente Parkinson y Zabini llegaron junto al rubio y, después de discutir un momento, se lo llevaron consigo. No era difícil deducir que el lugar al que se largaban era la biblioteca, pues, después de todo, parecía que esos tres jamás salían de ahí.

Harry los miró marcharse sintiéndose intrigado y molesto a partes iguales. Intrigado porque no lograba adivinar el motivo por el cual Malfoy lo miraba entrenar precisamente a él (¿estaría copiándole sus tácticas de buscador?) y molesto porque envidiaba la suerte del rubio al tener a dos de sus mejores amigos ahí con él, cuando lo único que Harry tenía era una sarta de lameculos que se pasaban la mayor parte del tiempo alabándolo sin motivo y sin descanso.

 

————————————

 

Llegó temprano —cosa extrañísima en él— a la residencia de la familia Patil. Las gemelas tenían la suerte de vivir todavía con sus padres en una enorme casa del antiguo barrio de Greenwich, por lo cual se habían ganado entre sus amigos el irritante mote de ser las hijas perdidas de Slytherin por el significado casi literal que tenía el nombre de su pueblo: “las brujas verdes”.

 

AL verse casi de inmediato sitiado por una multitud de admiradores, Harry se escabulló como pudo, ya que lo que realmente anhelaba era ver un rostro familiar y querido. Se dedicó exclusivamente a buscar a Hermione o a Ron entre la muchedumbre, y pronto encontró a su amiga en medio de un pequeño grupito de personas que la felicitaban calurosamente, tanto por su cumpleaños número veintidós como por haber obtenido el premio anual en la Academia de Leyes Mágicas y Muggles. Orgulloso y feliz, Harry la sorprendió abrazándola desde atrás.

 

—¡Felicidades! —exclamó.

 

—¡Oh, Harry! —dijo Hermione antes de girarse para abrazar a su amigo con propiedad. Soltó un lastimoso suspiro y le susurró—: Siento tanto lo que ha ocurrido con Ginny.

 

Harry se separó y miró por encima de su cabeza.

 

—¿Ella ya está aquí?

 

—¿Ginny? —preguntó Hermione—. No… ¿No lo sabías? Avisó que no podía venir, que… dijo que hoy les realizaban unas pruebas, que le resultaba imposible… y bueno…

 

La decepción debió cruzar el rostro de Harry porque Hermione le acarició una mejilla en un comprensivo gesto. Intentando no arruinar el día especial de su amiga, Harry le ofreció una sonrisa y le pasó la caja envuelta en papel brillante que traía bajo uno de sus brazos.

 

—Para ti, Hermione. Espero que sea de tu agrado y talla, sino… bueno. Ya sabes que puedes ir a la tienda y cambiarlo.

 

Hermione recibió el regalo con un gesto que aseguraba saber de antemano que fuera lo que fuera, seguramente no iba a ser de su medida. Repentinamente se fijó en el otro paquete que Harry traía consigo.

 

—¿Qué más traes ahí, Harry? ¿Es algo para los Patil?

 

—¿Qué…? —Harry había olvidado por un momento que traía eso, y al verse descubierto enrojeció—. ¡Ah! ¿Esto? —Levantó con cuidado el pequeño paquete cuadrado—. Esto es… mmh… —Evitó a propósito la mirada de Hermione mientras respondía: —Era para… eh, era un regalito para Ginny. Por si venía. Ya sabes… para tratar de arreglar las cosas.

 

—Si son chocolates, yo me los comeré con gusto en su lugar y te perdonaré en su nombre —dijo Ron inesperadamente, llegando hasta ellos. Le dio una cariñosa palmada a Harry en la espalda—. ¿Qué hay, compañero? ¿Todo bien? —Pero antes de que Harry pudiera responder, Ron se volteó rápidamente hacia Hermione y la envolvió entre sus brazos—. Feliz cumpleaños, guapa.

 

El par se volvió uno solo y se olvidaron de Harry por completo. Éste, suspirando, decidió dejarles un momento a solas. Sabía bien que ellos no tenían mucho tiempo para verse, pues entre los estudios de Hermione y la labor que Ron desempeñaba en el negocio de la tienda de bromas de George, no les quedaban muchas horas libres para disfrutar de su noviazgo.

 

Harry empezó a caminar entre los invitados en busca de algo para beber. Y todavía no le daba su primer trago a una cerveza de mantequilla cuando ya estaba rodeado por un grupito de compañeros de Academia de Hermione, quienes estaban ávidos por saber acerca de ciertas implicaciones legales acontecidas durante la guerra.

 

—¡HARRY!

 

—¡Ahí está! ¿Ves, estúpido? ¡Te lo dije!

 

Harry se giró un poco hacia atrás para descubrir quien le había gritado de aquel modo, y de pronto se vio atrapado en un nudo de brazos y entre un par de cuerpos que parecían querer fundirse con él—. ¡Anthony! ¡Morag! ¿Qué diablos les pasa?

 

—¡Harry! —gimoteó Morag frente a su rostro, provocando que sintiera náuseas debido a su fuerte aliento a alcohol—. Essste maldito rubbbio y yo… —dijo refiriéndose a Anthony—, hemos hecho una apuesta y necessssitamos de… de…

 

Anthony, que lucía un poco más sobrio que Morag, completó:

 

—Harry… Si tú fueras gay; ¿a cuál de los dos elegirías?

 

—¿Qué?

 

—Ssssí, Harry… Anthony y yo, o yo o Anthony, o… cómo sea. ¿Verdad que yo soy más apuesto?

 

—Pe-pero —tartamudeó Harry intentando zafarse de aquellos dos locos—, ¿qué ustedes dos no son novios? ¿Qué interés pueden tener conmigo?

 

Ambos chicos se rieron con ganas.

 

—Que follemos de vez en cuando no quiere decir nada, Harry —respondió Anthony tristemente—. Con tan pocos magos gay alrededor uno no puede darse el lujo de… Pero no eludas la pregunta. Anda, dinos: si fueras gay... ¿con cuál de nosotros te quedarías?

 

—Mmm… —Harry los miró alternadamente, pensando que en realidad ninguno llenaba sus expectativas aún en el desesperado y poco probable caso de que él fuera gay. Y justo ahora que lo pensaba, no pudo evitar recordar haber oído rumores de que Malfoy también era homosexual. Con un golpe de calor y sintiéndose bastante avergonzado por el pensamiento, se sorprendió al darse cuenta que si tuviera que elegir a alguien, no sería a ninguno de ésos dos, sino al arrogante pero realmente atractivo ex Slytherin. Sonrojándose, tartamudeó: —Yo—yo, no sé, chicos… este…

 

—¡Ya sssé, Anthony! ¡Hay que besarlo para que pueda elegir!

 

—¡NO! ¡Chicos, esperen! —exclamó Harry, riéndose juguetonamente pero sintiéndose bastante preocupado por liberarse del par de ebrios. Forcejeó con ambos durante un par de segundos antes de que el ruido de algo quebrándose paralizara a los tres. Todos miraron hacia el suelo y Harry casi se desmaya al ver el paquete que había traído con él. Era más que obvio, por el ruido que había hecho al caer, que el contenido de la caja se había hecho pedazos—. Oh, por Merlín —susurró Harry con los ojos muy abiertos.

 

Su par de amigos lo liberaron y uno de ellos se agachó a recoger la cajita.

 

—Lo siento Harry —se disculpó Anthony mientras le pasaba el magullado paquete. Gotas de un líquido plateado escurrían de ella, desvaneciéndose en el aire como si fueran de humo—. Supongo que un simple Reparo bastará.

 

Harry recibió aquel machucado fardo sabiendo que lo que se acaba de quebrar no se podía arreglar con un “simple Reparo”. Y también, sabiendo que podía considerarse hombre muerto.

 

————————————

 

Harry no podía dejar de retorcerse los dedos mientras esperaba el diagnóstico experto, y cuando miró al dueño de la tienda negar con la cabeza sintió que el mundo le caía encima.

 

—¿No? —preguntó en un susurro—. ¿Está usted seguro?

 

El dependiente, un mago de edad madura y bastante calvo, removió una vez más las piezas del pensadero que estaban desparramadas encima de su mostrador. Levantó los ojos hasta Harry y con verdadera pena, le anunció algo que de cualquier manera él ya había sospechado:

 

—Lo siento, señor Potter. Un pensadero no es un objeto mágico cualquiera, supongo que usted lo sabe. En el remoto caso de que conociera algún hechizo que reparara el recipiente, de todas formas no podríamos recuperar la sustancia cogitatus. Una vez perdida, perdida está para siempre.

 

Harry se pasó las manos por el cabello, casi al borde de la desesperación. Estaba seguro que no se escaparía de esa, pues al día siguiente cuando Higgs entrara a su despacho y descubriera la ausencia de su pensadero, estaría convencido de que Harry había sido quien lo tomó sin autorización. Y eso, sin ninguna duda, ameritaría su expulsión de la Academia de inmediato.

 

—¡Tiene que haber algo que podamos hacer, señor Mendford! —prorrumpió. Señaló con un pulgar hacia la puerta de la tienda mientras mascullaba: —¡Su-su letrero anuncia que usted repara cualquier cosa!

 

—¡Señor Potter! —exclamó el hombre, asustado ante la angustia de Harry—. De verdad lo lamento mucho, créame que para mí hubiera sido un honor poder ayudar a nuestro querido héroe de guerra, pero… no hay reparación posible. Al momento de su manufacturación, el pensadero recibe la sustancia cogitatus por medio de un complicado rito que no permite una sustitución. Ambos pasan a formar parte el uno del otro, y es imposible que…

 

—¡Uno nuevo, entonces! —gritó Harry agarrando al hombre por las solapas de su túnica. Las piezas del pensadero roto cayeron por todos lados cuando Harry empezó a agitar frenéticamente al mago—. ¡Compraré un pensadero nuevo! ¿Usted sabe dónde los venden?

 

—Bueno… —Mendford arrugó el entrecejo en un gesto que hacía notar que creía que Harry se había vuelto loco—. Aquí en Londres no hay lugar donde los tengan en venta, pero…

 

—¿Pero…?

 

Harry soltó a Mendford y éste se alisó su túnica mientras completaba:

 

—Casualmente yo tengo uno que heredé de mi abuelo. Si usted en verdad lo desea tanto supongo que puedo vendérselo. De cualquier forma no es que yo tenga muchos pensamientos qué guardar…

 

—¿En serio? —Harry sintió que sus esperanzas renacían y llevándose una mano hacia el bolsillo donde traía la billetera, le preguntó: —¿Cuánto quiere por él?

 

—Por ser usted, señor Potter, con mil galeones bastarán.

 

Harry pestañeó.

 

—¿Perdón? ¿Cuánto dijo?

 

—Mil galeones, señor Potter.

 

—¿Mil? —Harry se apoyó con las dos manos sobre el mostrador cuando creyó que se desmayaría—. Pe—pero... ¿por qué tanto?

 

—¡Actualmente su precio es mucho mayor a ése, señor Potter! —increpó Mendford con aires de ofendido—. Claro que siempre le queda la opción de viajar hasta Escandinavia, donde vive el último Druida que se dedica a fabricar pensaderos, hasta donde yo sé…

 

¿Escandinavia? —susurró Harry sintiendo como todas sus esperanzas se hacían trizas igual que aquellas pequeñas y viejas piezas de barro—. Mierda… Estoy perdido.

 

—Lo siento, señor Potter. Pero eso es lo que hay.

 

Ahora sí podía considerarse formalmente expulsado de la Academia, pues estaba seguro de que cuando Higgs lo descubriera estaría encantado de proceder en su contra y ser el causante de que el famosito héroe (cómo él lo llamaba despectivamente) quedara ante la sociedad mágica como lo que realmente era: un chico indisciplinado y arrogante capaz de brincarse cualquier regla con tal de obtener beneficio personal.

 

El rostro de Harry ardió de furia. Casi podía ver la sonrisa con la que el jodido Higgs y los ex Slytherins le dirían adiós el día de su expulsión. No podía permitirlo, tenía que hacer algo. Lo que fuera.

 

—Señor Mendford… —empezó a decir y el hombre lo miró arisco—. No tengo el dinero conmigo, ni tampoco puedo disponer de tal cantidad de mi cuenta personal, pero… —puso las manos juntas en un gesto de súplica: —Por favor. Véndame el pensadero a cambio de otra cosa. Seré su empleado sin sueldo el tiempo que usted quiera, o… ¡Merlín, le juro que haré lo que sea!

 

—Pe-pero, señor Potter, yo no…

 

—¿Lo que sea? Por Salazar bendito, qué oferta tan tentadora—. La voz arrastrada y sardónica de Draco Malfoy se dejó escuchar a sus espaldas y Harry volteó tan rápido que casi tropieza con sus propios pies—. No cualquiera tiene la oportunidad de que el niño dorado se le ofrezca de esa forma, señor Mendford. Sería una pena no aprovechar tal situación.

 

El señor Mendford le sonrió a Malfoy con familiaridad y, a opinión de Harry, con alivio. Lo más probable era que viera en Malfoy un salvador en el supuesto caso que Harry se volviera loco y decidiera atacarlo para robarle el pensadero.

 

—¡Draco! Qué gusto verte, hacía bastante tiempo que no te pasabas por aquí… Ejem, supongo que conoces al señor Potter; ¿verdad?

 

Malfoy miró a Harry con una ceja arqueada y su sonrisa desapareció. Harry lo observó con los ojos entrecerrados y sabiendo que, ahora sí, estaba completamente perdido, pues en el caso que consiguiera hacerse del pensadero, lo más seguro era que Malfoy le iría con el cuento a Higgs.

 

—Potter —saludó Malfoy—. Por supuesto que nos conocemos. No tanto como me gustaría… pero sí.

 

Harry no estaba seguro a qué se refería Malfoy con eso, pero no pudo evitar sonrojarse un poco. Inclinó la cabeza en lo que esperaba fuera un amago de saludo y analizando la posibilidad de aplicarle un Obliviate a Malfoy en cuanto salieran de la tienda.

 

—Enseguida estoy contigo, hijo —le dijo el señor Mendford a Malfoy—. El señor Potter y yo ya estábamos terminando—. Mirando de nuevo hacia Harry, el mago se quedó en espera de su decisión.

 

Harry miró de reojo hacia Malfoy y se ruborizó todavía más al descubrir que estaba sonriendo burlonamente. El desgraciado estaba gozando de lo lindo con el jodido apuro en el que Harry estaba metido, pues cómo no. Meneando la cabeza en un gesto negativo, Harry le dijo al viejo mago:

 

—No tengo suficiente... eh, dinero, señor Mendford. Lo que me resta de la herencia de mis padres apenas sí me alcanza para solventar mis gastos durante el año que me queda en la Academia.

 

—En el hipotético caso de que puedas continuar en la Academia —murmuró Malfoy sin dejar de sonreír y Harry lo fulminó con la mirada.

 

El dueño de la tienda suspiró dramáticamente.

 

—Entiendo perfectamente que mil galeones no son cualquier bicoca, señor Potter. Créame que de verdad lo siento, pero no puedo rebajarle el precio, espero que comprenda mis razones—. Repentinamente le sonrió y dijo a modo de despedida: —Que pase feliz domingo, señor Potter. Fue un placer atenderle… ¿quiere llevarse con usted las piezas rotas de su pensade…?

 

—¡No, espere un momento! —exclamó Harry sorprendiendo al hombre. A su lado escuchó a Malfoy soltar una risita y furioso, decidió ignorarlo—. Espere por favor, señor Mendford. Tiene que ayudarme… mi carrera y mi futuro dependen de ese pensadero. Yo… no tengo el dinero ahora, pero tal vez usted… o alguien que usted conozca, me pudieran hacer el préstamo... Yo podría empezar a pagar una vez que esté trabajando como auror…

 

El hombre negó con la cabeza.

 

—Lo siento, yo no…

 

Malfoy carraspeó interrumpiendo al señor Mendford, y tanto él como Harry lo miraron con curiosidad.

 

—Yo podría financiar tu noble causa, Potter. Claro, siempre que aceptes la ayuda de una persona tan poco grata como yo.

 

—¿Tú? —bufó Harry, mirándolo con enorme desconfianza—. ¿A cambio de qué?

 

Malfoy no le respondió enseguida. Se buscó en el interior de su túnica y, ante los ojos de Harry, colocó una pesada bolsa de cuero sobre el mostrador del señor Mendford. Desató el amarre y las doradas monedas quedaron a la vista.

 

—Mil galeones constantes y sonantes. Qué casualidad que los trajera conmigo justo hoy; ¿verdad, Potter?

 

—Sí, ya lo creo que es mucha casualidad —masculló Harry entre dientes—. Mira, Malfoy, si crees que te voy a creer que haces esto por caridad o bondad, creo que deberías creer que no soy tan estúpido.

 

Malfoy volvió a soltar una de sus risitas presuntuosas que siempre provocaban que la sangre de Harry amenazara con hervirle en las venas.

 

—Pues crees bien Potter, efectivamente no es por caridad. Tengo ciertos… intereses.

 

—¿Intereses? ¿Cómo para tirar así como así mil galeones? —cuestionó Harry en tono incrédulo. Frente a ellos, el señor Mendford los observaba con la boca abierta.

 

—Digamos que para mí esto representaría un tipo de inversión. Y que bien vale cada galeón, Potter.

 

Harry lo observó durante algunos segundos, intentando adivinar qué demonios podría traerse esa sabandija entre manos. Lo único que se le venía a la mente era el presentimiento de que Malfoy le pediría que fuera su esclavo por algunos días o algo así de humillante.

 

—¿Y… qué quieres a cambio?

 

Draco sonrió ampliamente.

 

—Quiero rentarte.

 

El señor Mendford soltó un silbidito y Harry abrió tanto la boca que las quijadas le dolieron.

 

—¿RENTARME? —gritó destempladamente—. ¿Estás demente o qué? ¿Crees que soy un… un…? ¿Quién demonios crees que soy?

 

—Un mago popular, famoso y bastante desesperado por obtener dinero: una mezcla perfecta —respondió Malfoy en el acto—. Y yo, en cambio, soy un mago que, oh casualidad, tiene el dinero exacto que necesitas y que quiere que finjas ser su novio durante un mes.

 

—¿TU NOVIO? ¿DURANTE UN MES? —Harry meneó la cabeza—. ¡Estás loco! ¿Con qué objeto?

 

Malfoy se encogió de hombros mientras suspiraba. Entonces, antes de responder, se apoyó de lado contra el mostrador y se retiró algunos mechones rubios de la frente en un gesto que Harry encontró desesperadamente seductor. Y de inmediato, ese pensamiento lo aterrorizó provocando que mirara hacia otro lado. Escuchó que Malfoy empezaba a explicar:

 

—Lo único que puedo decirte es que tengo la teoría de que ser novio del Chico-que-vivió-y-dos-veces aumentará mi deteriorada popularidad tanto en la Academia como en la totalidad del mundo mágico.

 

Harry lo encaró de nuevo.

 

—¿Popularidad? Pe-pe… ¿Pero cómo podría yo ser tu novio? ¡Tú sabes bien que no soy gay!

 

—¿Y quién mencionó que tenías que serlo? Dije que sólo fingirías ser mi novio, no que lo serías en realidad.

 

—¡Pues la respuesta es NO! —gritó Harry en un explosivo arrebato de indignación. Caminó un par de pasos hacia atrás dirigiéndose hacia la puerta—. En todo caso, Malfoy… si yo estuviera en renta, te aseguro que te costaría muchísimo más que sólo mil galeones.

 

Malfoy arqueó una ceja mientras asentía con la cabeza.

 

—Tienes toda la razón, Potter. No cabe duda que eres consciente de lo que vales. Bien—, sonrió de lado y le dio la espalda—, nos veremos mañana en tu despedida de la Academia.

 

Diciendo eso, procedió a ignorarlo mientras entablaba una conversación en voz baja con el señor Mendford y dejando a Harry en estado casi catatónico. Éste terminó de recorrer el camino que lo separaba de la puerta y, chocando contra ella, se quedó muy quieto analizando sus posibilidades.

 

No tenía ninguna. Si salía de esa tienda sin comprar el pensadero, se podía considerar prácticamente expulsado de la Academia. No podría ser auror, y su vida quedaría arruinada para siempre.

 

Aprovechando que Malfoy no lo veía, Harry se entretuvo observando su cuerpo inclinado sobre el mostrador mientras pensaba en la situación. Malfoy estaba apoyado contra el mueble con un dejado y casual aire de elegancia, y Harry no pudo evitar pensar que, aún de espaldas y con una pesada túnica, Malfoy no parecía ser feo. Alto, esbelto y de aristocrático porte, tal vez no sería tan repugnante tener que fingir que era su… su… ¡Mierda, ni siquiera podía pensar en la palabreja! Gimiendo de frustración, se dio cuenta que no tenía otra salida.

 

Caminó hacia Malfoy tan lento y desganado como un condenado a muerte que se dirige hacia el cadalso. Se paró justo al lado de su compañero de Academia, quien, al darse cuenta de su presencia, volteó a verlo sin preocuparse en disimular una enorme sonrisa de satisfecha presunción.

 

—¿Si, Potter? ¿Olvidaste algo?

 

Harry tragó saliva y luchó por encontrar su voz.

 

—Acepto —susurró.

 

—Perdón, me parece que no te escuché.

 

Harry entrecerró los ojos y le obsequió su mejor mirada de odio.

 

—Dije que acepto el trato. Seré tu… tu—lo—que—sea durante un mes a cambio del pensadero. ¡Pero sólo fingir! ¿Eh? ¡Y nada de besos, abrazos ni cosas de ese tipo!

 

Malfoy sonrió y miró al señor Mendford.

 

—¿Será capaz de guardarnos el secreto, Mendford?

 

El viejo vendedor y reparador de objetos mágicos sonrió pícaramente.

 

—Seré una tumba, Draco. Es lo menos que puedo hacer por uno de mis ex alumnos favoritos.

 

—¿Ex alumno? —masculló Harry mirando interrogativamente a Malfoy—. Pero, ¿cuándo…?

 

Malfoy suspiró.

 

—¿De dónde crees que yo obtuve los conocimientos para presentar y aprobar los EXTASIS cuando se me prohibió el regreso a Hogwarts para cursar el séptimo año, Potter? Mis padres tuvieron que contratarme tutores para todas las materias… No todos tenemos tus privilegios, Niño-que-vivó. —Harry se mordió la lengua sabiendo que si respondía con la furia que sentía echaría a perder cualquier trato y arreglo. Malfoy lo observó intensamente durante un momento más y al ver que no comentaba nada, se giró de nuevo hacia el señor Mendford—. Empáqueme el pensadero, por favor. Mi novio se lo lleva a casa.

 

Harry no pudo evitar notar el dejo de repugnancia con que Malfoy había pronunciado la palabra “novio” y se sintió bastante ofendido. Aunque era absurdo sentirse así, reflexionó.

 

—Si tanto te molesta fingir que eres algo mío... ¿entonces por qué demonios lo haces? —le espetó.

 

Malfoy se incorporó del mostrador donde había estado recargado y encaró a Harry.

 

—Ya te lo dije, Potter. Tengo ciertos intereses y tú eres el medio para obtenerlos. Sólo son negocios, es todo. —Empezó a caminar hacia la salida dejando la bolsa del dinero en la mesa detrás de él—. Te veo mañana en la Academia —dijo sin voltear a verlo—. Y más vale que a la hora del almuerzo me busques y me lleves a tu mesa. Me muero por ser presentado ante tus amigos como tu novio, amorcito.

 

Salió de la tienda riéndose descaradamente y dejando a Harry con las casi insoportables ganas de arrojarle toda la mercancía del señor Mendford encima de él.

 

 

 

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