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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 1

TIMO, Troll, Tutor

 

Aquello tenía que ser una broma. Simplemente, no podía ser. Draco tendría que haberse reído porque, en efecto, eso debía ser un chiste.

 

Y de muy mal gusto, por cierto.

 

Levantó los ojos del pergamino y buscó la mirada de su hijo, esperando encontrar en la actitud de Scorpius, alguna explicación de aquella aberración y fallando en el intento, pues el muchacho, de pie frente a él, sólo se miraba las uñas con enorme indiferencia.

 

Parpadeando, Draco estuvo más que convencido de que ahí tenía que existir un error de algún tipo. Sí, seguramente, eso era. Alguna equivocación a la hora de redactar las notas, alguna secretaria estúpida que no se había fijado bien al momento de transcribir o de tomar el dictado. Porque no era posible pensar que su hijo, el heredero de la fortuna Malfoy y por cuyas venas corría la sangre más limpia y mágica de toda Inglaterra, hubiera fallado en algo tan banal como esa materia.

 

Draco volvió a mirar la carta. Sus ojos se pasearon por las diez primeras notas, ésas que eran todo un deleite para la vista, las que hinchaban su corazón de satisfacción: seis “E” y cuatro “S”, de Extraordinario y Supera las Expectativas, respectivamente. Pero al llegar a la última, aquella que marcaba el resultado logrado por Scorpius en el TIMO de Defensa contra las Artes Oscuras, su corazón se desinflaba, todo su cuerpo daba un respingo nada placentero y se le revolvía el estómago. Por no mencionar que, incluso, los ojos le ardían y se veía en la necesidad de entrecerrarlos.

 

Es que, eso era inconcebible.

 

Scorpius Hyperion Malfoy, su bien amado unigénito, su talentoso e inteligente hijo, había suspendido una asignatura cuyos hechizos y encantamientos practicaba en casa desde que había mostrado las primeras señales de magia. Porque si algo le había preocupado a Draco mucho más que enseñar a su hijo a volar en escoba (algo que también había hecho, por supuesto, no por nada Scorpius era la estrella de quidditch de su casa en Hogwarts), había sido entrenarlo en magia defensiva desde muy pequeño. Uno nunca sabía cuando podía surgir otro demente como Voldemort. O como Potter, por ejemplo.

 

Pero a pesar de toda la historia del chico y de sus habilidades mágicas, en la carta enviada por el Tribunal de Exámenes del Ministerio, en medio de todas aquellas hermosas “S” y “E” bien merecidas, se daba constancia de que Scorpius no sólo no había acreditado Defensa contra las Artes Oscuras, sino que, para colmo de males, ¡había obtenido la peor calificación posible!

 

Una “T” de Troll.

 

Tenía que ser una equivocación. ¿Qué acaso Scorpius no había notado que alguien (y quienquiera que fuera, lo pagaría caro, Draco ya se encargaría de ello) había cometido un gran error en sus calificaciones?

 

—No esperaba menos de ti, hijo —comentó Draco al fin, nervioso pero intentando sonar despreocupado y levantando los ojos hacia Scorpius. Su hijo correspondió su mirada sin inmutarse—. Tus notas son dignas de tu apellido. De tus habilidades y de tu herencia mágica.

 

Hizo una larga pausa, dándole a Scorpius la oportunidad de decir algo. Pero Scorpius, para desesperación de su padre, no abría la boca. Sólo sonrió muy pagado de él mismo, y al final, después de unos segundos que a Draco le parecieron eternos, asintió con la cabeza.

 

—Gracias, papá. Me place sobremanera haber logrado que te sientas orgulloso de mí.

 

—¿Pero…? —comenzó Draco, gesticulando con una mano hacia su hijo, incitándolo a continuar. Sin embargo, Scorpius no continuó nada. Bueno, eso no era preciso, porque lo que sí continuó haciendo fue sonreír de manera enigmática. Dándose por vencido, Draco preguntó de manera directa—: ¿No piensas escribir al colegio o al Ministerio para pedir la corrección del error?

 

—¿Cuál error?

 

Los colores comenzaron a pintar el rostro de Draco, él lo sabía bien. El calor en sus mejillas era un claro indicio de ello.

 

—¿Quieres decir que no hay ningún error? —preguntó en tono peligroso, conteniendo la furia que lo comenzaba a invadir su corazón anteriormente desinflado.

 

—A ver… —comentó Scorpius, arrebatándole suavemente el pergamino a Draco de las manos. Observó durante un momento sus notas haciendo un gesto de indiferencia y negando con la cabeza—. No —dijo al fin—. Yo pienso que todo está bien… creo que es lo que me merecía en cada materia.

 

—¡Pe-pero, hijo! —tartamudeó Draco, olvidándose de lo indigno que era aquello y dejándose dominar por la turbación. Se puso de pie, apoyando las manos sobre el escritorio de su despacho—. ¡Has obtenido una “T” en Defensa contra las Artes Oscuras! ¡UNA “T”!

 

Scorpius depositó la carta sobre el mueble, cruzándose de brazos.

 

—Lo sé —dijo, arrugando la cara en un gesto despectivo—. Las cosas no marcharon del todo bien en el examen práctico.

 

—¿No marcharon del todo bien? —preguntó Draco en un siseo—. ¿NO MARCHARON DEL TODO BIEN? —repitió a gritos—. ¡Exijo que me expliques de qué manera las cosas no pudieron marchar bien! ¡ESPECIALMENTE PARA TI, UN MAGO SANGRE PURA QUE SABE HACER UN PATRONUS DESDE LOS 13 AÑOS DE EDAD!

 

Scorpius arqueó una ceja y sonrió.

 

—¡Es cierto! —dijo y se rió bajito—. ¡Lo había olvidado! Tal vez debí mencionárselo al examinador, seguramente eso me habría subido la nota…

 

Draco lo miró boquiabierto.

 

—¿Lo olvidaste…? —preguntó en voz baja, incrédulo y asombrado.

 

Scorpius sólo se encogió de hombros. Por más que pensaba y pensaba, Draco no podía imaginarse en qué terrible escenario podía Scorpius haber reprobado aquella materia. No-era-posible. Sencillamente, no lo era.

 

Respiró con profundidad y volvió a sentarse. Miró durante un momento hacia la ventana, buscando en el hermoso paisaje veraniego de afuera algo que lo tranquilizase. Ver a Astoria tomando el té en el solario del jardín sólo para coquetear con el guapo jardinero nuevo, definitivamente, no era algo que ayudara para calmar sus nervios. Se llevó una mano a la frente, preguntándose por millonésima vez por qué tenía que haberse casado con aquella mujer tan poco discreta. Suspiró de nuevo y se giró hacia su hijo, quien continuaba pacientemente de pie frente a él.

 

—Scorpius, ¿serías tan amable de explicarme cómo alguien como tú, preparado en hechizos defensivos desde su más tierna edad, pudo haber obtenido la peor nota en esa materia?

 

—Bueno —comenzó Scorpius, abriendo un poco las piernas como para afirmar su posición, apretando más los brazos, los cuales permanecían cruzados sobre su pecho. Evitó mirar a Draco a la cara y en vez de eso, clavó sus ojos en algún punto indeterminado a su izquierda. Draco frunció el ceño. “Va a mentirme”, pensó aún antes de que Scorpius comenzara a hablar—: Como te acabo de decir, olvidé que sé hacer un patronus. ¡El examinado nunca me preguntó si sabía hacerlo!

 

Draco lo miró con los ojos entrecerrados, cada vez más enfadado, no tanto porque hubiese reprobado, sino porque, de alguna manera presentía que su hijo estaba intentando tomarle el pelo.

 

—Hacer un patronus no es materia de los TIMOs, Scorpius. Lo sabes. El examinador no tenía por qué preguntar si lo sabías conjurar o no.

 

Scorpius soltó otra risita.

 

—Bueno, sí… sólo que sea por eso. —Ambos, padre e hijo, se quedaron callados, y Draco arqueó las cejas invitando a Scorpius a continuar. Éste carraspeó antes de proseguir—: Durante el examen, el hombre me pidió que abriera un baúl donde estaba un boggart para ver si podía repelerlo.

 

—¿Y? ¿Eso no es algo que también sabes hacer?

 

—¡Claro que lo sé hacer! —soltó Scorpius con indignación—. ¡Pero nunca pude demostrarle al examinador que soy capaz de ejecutar el Riddikulus porque, en primer lugar, me negué a abrir el baúl!

 

—¿Te… negaste… a… abrir el baúl? —preguntó Draco con un hilo de voz. Ante el gesto afirmativo de Scorpius, su padre le preguntó, cada vez más exasperado—: Pero, ¡¿por qué hiciste tal cosa?!

 

—Me dio vergüenza que la gente mirara la forma de mi boggart.

 

—Te dio… vergüenza… —repitió Draco lentamente.

 

—Papá, francamente… ¿cuántos magos en el mundo conoces que tengan el mismo miedo que yo?

 

Draco suspiró. Bueno, Scorpius tenía un buen punto. Una máquina de capuchinos no era el más grande miedo de cualquiera. Suponía que eso podía arrancar más de una risa entre los presentes y hacer que Scorpius quedara marcado durante los dos años que le restaban de colegio. Pero aún así…

 

—Bueno —dijo Draco en tono impaciente—, si te negaste a realizar esa prueba, tuvo que haber algo más, ¿no? ¿Algún otro hechizo que el examinador te hubiera pedido hacer para acreditar? ¡No tenías por qué reprobar!

 

—Pues sí, claro. Lo hubo. Me ordenó que me pusiera en guardia mientras me lanzaba un par de encantamientos. Y me exigió que los detuviera.

 

Un largo silencio.

 

—¿Y? ¿No lo hiciste? —preguntó Draco al fin con la voz más calma que consiguió.

 

Scorpius se removió inquieto en su lugar antes de responder.

 

—No me gustó el tono en que me pidió las cosas, ni tampoco me agradó la idea de ponerme bajo su merced. ¡Quién sabe qué tipo de hechizos malignos podía haberme arrojado! Le dije que regresaría más tarde, cuando tuviera ganas de portarse amable conmigo y no de hechizarme. Entonces,me despedí y me salí.

 

—¿Cuándo tuviera… ganas de… TE SALISTE? —balbuceó Draco, lívido ante la frescura de su hijo y de sus insólitas acciones.

 

—Sí. Pero cuando regresé más tarde, ya se habían ido. —Volvió a encogerse de hombros—. Supongo que por eso me dieron la nota más baja, ¿no?

 

Algo que no pasaba en años, sucedió esa tarde de verano: Draco se quedó boquiabierto sin saber qué pensar, mucho menos, qué decir.

 

No era posible que su hijo hubiera hecho eso.

Al menos, claro, que tuviese algún motivo oculto que lo llevara a actuar de esa manera tan rara; motivo que Draco no tardó mucho en averiguar. O, mejor dicho, en creer que lo había averiguado.

 

Inmediatamente después de la llegada de la carta del Tribunal de Exámenes, Astoria intentó hacer entrar en razón a Draco al explicarle que Scorpius había obtenido demasiados TIMOs como para preocuparse por haber fallado solamente en uno. De hecho, el único TIMO que no había conseguido, aparte del no acreditado de Defensa contra las Artes Oscuras, era el de Estudios Muggles, materia que repelía a cualquier buen Malfoy que se apreciara de serlo y que ni siquiera había sido cursada por el chico.

 

No obstante, Draco —que no había fallado uno solo de sus TIMOs en su quinto año— tenía muy clavada la espina de la vergüenza en el costado del orgullo. Su hijo podía haber pasado la materia. Tenía el conocimiento, la experiencia y la astucia. Draco no comprendía por qué no le dolía el no haberlo conseguido; si eso le hubiera ocurrido a él, estaría bastante avergonzado, como mínimo.

 

Justo al día siguiente de la llegada de las notas de Scorpius, llegó otra carta a la Mansión dirigida también al joven heredero de los Malfoy. Sólo que ahora, venía directamente desde Hogwarts.

 

En cuanto Draco la miró, frunció el ceño y presintió que eso no podía indicar nada bueno.

 

Para su mala suerte, él y sus presentimientos rara vez se equivocaban en nada.

—¿Un tutor? —preguntó, todavía luchando por asimilar las nuevas que no tenían nada de buenas.

 

Resultaba que, en medio de todas las reformas pedagógicas implementadas en la comunidad mágica del Reino Unido por el departamento de Educación en el Ministerio (encabezadas por Granger, para horror de Draco), existía una nueva norma enfocada en brindar a los estudiantes varias oportunidades de aprobar las materias escolares, y no solamente una, como antaño. Draco, que sabía que así se manejaban los exámenes en el sistema muggle, no estaba muy seguro de qué pensar al respecto. Por una parte, creía que el estudiante suficientemente preparado no tenía por qué reprobar desde la primera ocasión que se le examinaba, aunque, por otra parte, si ese cambio en la estructura le permitía a Scorpius acreditar Defensa contra las Artes Oscuras, tal vez no sería tan mala idea, después de todo.

 

Maldita doble moral.

 

—Sí, un tutor. ¿No te parece una magnífica idea?

 

Scorpius sonrió discretamente tras su copa de jugo de calabaza, intentando esconder su gesto divertido del ojo avizor de Draco. Éste lo observó durante un momento, olvidándose del desayuno e, incluso, de la presencia de Astoria (asunto difícil de lograr, si se podía agregar). Encontraba bastante sospechoso el hecho de que su hijo pareciera tan alegre ante la perspectiva de tener un tutor en casa durante todos los días de los dos meses de vacaciones. Clases privadas otorgadas por un profesor asignado por el mismo colegio y que ofrecían al estudiante una segunda oportunidad de aprobar la materia.

 

—Clases de lunes a viernes, durante julio y agosto —recitó Draco mientras leía la carta recién llegada de Hogwarts—. Y al final, un examen realizado por ese mismo profesor. —Suspiró profundamente y dejó la carta a un lado—. ¿No existe otra manera?

 

La idea de tener a quien-sabe-quién durante todo el verano en su casa, no le entusiasmaba en absoluto. Después de todo, su matrimonio con Astoria no era del todo “normal” y siempre, muy en el fondo, lidiaba con el temor de que las circunstancias de su vida marital lograran colarse fuera de casa y los rumores comenzaran a circular. Siendo Astoria tan impertinente como era, Draco sabía que sería imposible que un visitante asiduo a la Mansión no se diera cuenta.

 

—Nop —aseguró Scorpius, demasiado contento para el gusto de Draco—. Es la única manera de aprobar.

 

Draco volvió a suspirar.

 

—Ya me temía que dirías eso. De acuerdo, si no existe alternativa… En cuanto finalicemos el desayuno, subiré a mi despacho a escribir la respuesta a Hogwarts para solicitar tu tutor. —Miró a Scorpius inquisitivamente—. ¿Tienes idea de quién te será asignado como tal?

 

Scorpius negó con la cabeza demasiado rápido y poniendo cara de pascua.

 

—Sé que el profesor titular de la materia está disponible, pero si no, creo que el colegio cuenta con toda una plantilla para cubrir los puestos. La intención es que todos aprobemos, y por eso se ha invertido en…

 

Scorpius continuó enumerando las maravillas del nuevo sistema educativo, y Draco tuvo que desconectar sus oídos y su cerebro antes de que tantas alabanzas a la idea de Granger le arruinaran su recién tomado desayuno. Jamás hubiera creído, si alguien se lo hubiera dicho, que su propio hijo algún día halagaría la inteligencia de la sangre sucia y sus planes tan horriblemente influenciados por la vida de los muggles. Ver para creer.

 

Pero bueno, tampoco hubiera creído que su hijo reprobaría semejante TIMO, así que…

 

Se cuestionó si en ese momento podría haber algo que lo sorprendiera más que eso. Y mucho más tarde, lamentaría habérselo preguntado.

 

—¿Quién imparte Defensa en este momento? —preguntó con el afán, más que de saber, de interrumpir a Scorpius en su perorata. Se corrían rumores de que la materia tenía una maldición, y por lo mismo, pocos eran los valientes que se atrevían a enseñarla.

 

Para su más grande asombro, notó que Scorpius se sonrojaba. Pero, ¿qué coño…? Su hijo balbuceó algo mientras devoraba sus copos de avena, y Draco no pudo entenderle ni jota.

 

—Scorpius, no hables con la boca llena… —lo regañó Astoria.

 

—Repite lo que has dicho, que no te he oído ni una palabra —le exigió Draco de mala manera.

 

—Lo siento. Nuestro profesor es Harry Potter —respondió su hijo con voz más clara pero los ojos aún clavados en su plato. Junto a él, Astoria ahogó un chillido de emoción mientras que Draco, por su parte, sentía que la tierra se abría ante sus pies.

 

—Harry Potter —repitió Draco en tono lúgubre. El pobre y miserable Harry Potter, quien se había quedado viudo un par de años atrás y después había renunciado a su puesto de jefe de los aurores en pos de llevar una vida más segura y tranquila. O al menos, eso era lo que la prensa había anunciado—. ¿Así que ahora imparte clases en la materia maldita, no? —preguntó casi como para él mismo.

 

—Bueno, sí, él es el profesor titular, efectivamente —respondió Scorpius todavía con su juvenil rostro bastante sonrojado.

 

—¿Y él será tu tutor? —preguntó Astoria intentando disimular su fascinación pero fallando estrepitosamente, como siempre. Draco la miró con fastidio, pero ella lo ignoró, como siempre.

 

Scorpius, acostumbrado que su madre se interesase en todos los magos atractivos de su alrededor, no le dio importancia al hecho de que se mostrara tan entusiasmada con la posible presencia de Potter en su casa. Draco frunció más el ceño, asqueado ante la ironía que su todavía esposa se engatusara con Harry Potter. Pero no, seguro que Potter, a esas alturas y con la viudez encima, sería un cuarentón gordo y descuidado, lleno de canas y feo. Sin duda alguna.

 

Se tranquilizó un poco al pensar eso. Además, Astoria estaba en ese momento suspirando por Denny, el jardinero. Potter era demasiado feo como para que ella cambiara el atractivo veinteañero por él.

 

—No, no lo creo —contestó Scorpius al cuestionamiento de su madre e interrumpiendo los pensamientos de su padre. Draco no dejaba de observarlo, preguntándose por qué demonios su hijo parecía tan abochornado con la conversación—. Tendría que ser yo muy… afortunado de que el profesor Potter fuera asignado como mi tutor —concluyó en voz baja y Draco soltó un resoplido, atrayendo la atención de Scorpius—. ¡Es en serio, papá! —exclamó al ver que Draco lo dudaba seriamente—. Es muy bueno en su trabajo.

 

—¿Y si es tan bueno, cómo es que tú no acreditaste la materia? —rezongó Draco cada vez más decepcionado del reciente mal gusto manifestado por Scorpius. Primero la sangre sucia Granger y sus reformas, y ahora, ni más ni menos que el viudo Potter.

 

—Draco, no comiences otra vez, por favor —le pidió Astoria con tono suplicante y Draco, por una vez, le hizo caso. De cualquier manera, lo hecho, hecho estaba y no había ningún punto en discutirlo.

 

Suspiró por enésima vez y sólo rogó que no fuera Potter el tutor que le enviarían a casa.

 

Obviamente, debió haber sabido que no tendría tanta suerte.

 

 

 

 

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