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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 2
El Empleado del Señor Malfoy

 

McGonagall respondió en seguida informándole que su petición había sido aceptada y que el tutor asignado a Scorpius comenzaría el lunes inmediato. Ningún nombre salía a relucir en la misiva que la directora le enviaba, pero ella le aseguró a Draco que el docente asignado era un miembro de su personal, completamente capacitado y confiable. Le comunicó además que el profesor llegaría vía red flu a las nueve en punto, y le rogaba liberar las protecciones de su chimenea para permitirle la entrada.

 

Fue entonces, ya con un peso menos en el ánimo, cuando Draco comenzó a cavilar en las evidencias del raro comportamiento de su hijo. ¿Sería posible que el chico encontrara algún atractivo en mantener clases privadas en casa y que por eso había reprobado la materia? ¿Sería acaso que se aburría durante el verano?

 

Draco no le encontraba mucha lógica a eso, pues Scorpius siempre había hallado maneras de entretenerse dentro de la Mansión y fuera de ella. Volar en su escoba, salir de vacaciones, leer, practicar encantamientos, e incluso, para ejercitarse y aprovechar el magnífico clima, los últimos años se había acercado al vecino poblado muggle, Bradford-on-Avon, donde había hecho amigos y donde éstos lo habían invitado a unirse a su equipo amateur de rugby, curioso deporte muggle muy parecido al quidditch pero donde los jugadores no montaban escobas —solo corrían— y, a falta de bludgers, usaban su mismo cuerpo como arma para golpear a los contrincantes.

 

Por tanto, era obvio que Scorpius, aburrido no estaba. Meneando la cabeza y sintiendo que cada año comprendía menos a su hijo, Draco se congratuló que los TIMOs sólo se efectuaran una vez en la vida. Hubiera sido realmente insoportable pasar por todo eso durante todos y cada uno de los años escolares del muchacho.

 

Pero, el lunes siguiente a las nueve en punto, cuando se paró frente a la chimenea del salón principal a esperar el arribo del profesor, comprendió que bastaba ese desastre una sola vez en la vida para que la situación fuera realmente insoportable.

 

Harry Potter.

 

Harry Potter era el tutor de su hijo.

 

Draco, que mantenía una postura erguida y elegante con sus manos en la espalda, tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no brincar del susto cuando fue Potter quien emergió de la llamarada verde de su enorme chimenea de mármol.

 

Draco dio un paso hacia atrás, observando fijamente al hombre que, delante de él, le devolvía una mirada desconfiada y resignada. Fastidiada. Una actitud que decía a gritos que estaba ahí muy, pero MUY, en contra de su voluntad. Draco se sintió realmente ofendido y molesto por ello. Además, para su horrible sorpresa y en contra de todo lo que había pensado, Potter no estaba gordo, ni anciano, ni feo.

 

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Draco al darse cuenta de que Potter no se había oxidado con los años ni tampoco era “un pobre viudo acabado” como había estado esperando, sino que parecía haberse vuelto mucho más atractivo de lo que él recordaba que había sido. Porque Potter sí había tenido su encanto, con todo y que vestía ropas horribles y no se peinaba.

 

Pero en ese momento, Potter ya no era aquel jovenzuelo flacucho y greñudo de hacía años, oh, no. Ahora era un hombre de hombros anchos, de cuello grueso y cuerpo no muy delgado; su rebelde cabello negro recortado de manera mucho más decente y con unas pocas vetas de gris que le daban un aire mucho más interesante. Iba vestido con túnicas formales de mago, las que seguro usaba diariamente para trabajar y que, lamentablemente, no se apretaban lo suficiente como para entrever la figura que reposaba debajo de ellas. Y por si todo eso fuera poco, había cambiado sus antiguas gafas redondas por unas ovaladas mucho más estilizadas.

 

Se veía… bien.

 

—Potter —lo saludó Draco, recordando de repente que él era el anfitrión y obligándose a decir algo. Apretó la mandíbula, demasiado tenso como para relajarse, recordando que la última vez que Potter había estado en esa casa había sido en calidad de prisionero.

 

Seguro que el otro lo recordaría también. Draco lo supo porque Potter echó un rápido vistazo a su alrededor, entrecerrando los ojos mientras los paseaba por el salón. Justo ahí, en ese sitio, a pocos metros de donde los dos estaban parados, su tía Bella había torturado a la amiga de Potter, Granger. Un escalofrío recorrió a Draco al recordar los horribles eventos de aquella ya tan lejana noche, noche en la que Potter lo había dejado sin varita y luego, el Señor Tenebroso los había castigado a todos por dejarlo escapar.

 

Potter, recuperándose con rapidez, inclinó un poco la cabeza hacia él a manera de saludo.

 

—Soy el tutor de Scorpius Malfoy —comenzó a decir en un tono excesivamente formal, como si jamás en la vida hubiera visto a Draco y ése fuera su primer encuentro—, enviado aquí de parte del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, con el fin de ayudarlo a aprobar, en una segunda oportunidad, la materia Defensa contra las Artes Oscuras.

 

—Dios mío, ¿te has convertido en un maldito memorándum parlanchín o qué? —se burló Draco en tono cortante, cada vez más enojado y luchando por contener la avalancha de sentimientos que la simple vista de aquel mago había desatado en él.

 

Se sintió todavía más indignado por ese aire indiferente y profesional de parte de Potter. ¿Qué diablos se estaba creyendo? ¿Quién pensaba él que eran los Malfoy? ¿Lacras de la sociedad? ¿O sería acaso que el gran héroe era demasiado bueno para rebajarse a darle clases privadas al nieto de un mortífago, como si acaso Scorpius tuviera la culpa de lo hecho por el abuelo que ni siquiera conoció?

 

Potter frunció el ceño, pero solo un poco, y no dijo más. Era obvio que también él hacía gala de todo su autocontrol para no llegar a los puños con Draco. Y Draco, sencillamente, no podía creerlo. La presencia de aquel mago en su casa parecía gritar “ERROR” por donde quiera que se le mirase, y Draco tenía que hacer algo al respecto. Decidió que lo mejor era ir directo al grano con él, y escribirle de inmediato a McGonagall para solicitar el cambio de tutor.

 

Ignorando al recién llegado, Draco se giró hacia un lado y gritó:

 

—¡MANDY! —Una elfina se apareció entre ellos, inclinándose tanto que ninguno de los dos pudo mirarla a la cara—. Conduce al profesor… —Draco miró de reojo a Potter, luchando con todas sus fuerzas en demostrar el desprecio que realmente sentía—, Potter a la biblioteca. Y si Scorpius todavía no se encuentra ahí, avísale que su tutor ha llegado y que acuda de inmediato.

 

La elfina se inclinó más, y tomó a Potter de la túnica, comenzando a caminar y tirando de él.

 

—Por aquí, si es tan amable, profesor, señor.

 

Potter miró una vez a Draco, tal vez con la intención de despedirse, pero Draco le dio la espalda y lo ignoró lo mejor que pudo, por lo que el otro salió sin decir más.

 

Potter y Mandy se alejaron y Draco se dio cuenta de que estaba temblando. Tuvo que respirar con profundidad para tranquilizarse, apretando los puños y rabiando. ¡Bendita decisión tomada por McGonagall! ¿En qué maldito mundo vivía esa mujer que no se daba cuenta de la equivocación que cometía al mandar a Potter ahí?

 

¿Acaso no recordaba nada de su historia? ¿De lo que había sucedido entre los dos y de lo que Potter había vivido en esa Mansión?

 

Bufando, Draco decidió ir a la chimenea de su despacho para recordárselo, ya que la vieja bruja parecía incapaz de hacerlo por su propia cuenta.

Draco pasó las siguientes tres horas recorriendo su despacho de arriba abajo. No había hecho otra cosa después de que se hubiera comunicado a Hogwarts vía chimenea, exigiendo hablar directamente con McGonagall y no cejando hasta haberlo conseguido, demandándole el cambio de tutor en cuanto había tenido su rostro enfrente. Pero McGonagall, quien lucía francamente escandalizada ante lo que ella denominó como “una actitud retrógrada e infantil”, le informó que dadas las inusuales circunstancias del caso de Scorpius, el profesor Potter era el único miembro disponible ese año para impartir la materia.

 

—¿Inusuales circunstancias? —había preguntado Draco, temiendo más la respuesta que el quedarse con la duda.

 

Minerva había apretado los labios, toda ella una oda a la irritación, antes de responder:

 

—Por supuesto. ¿No sabe, señor Malfoy, que su hijo ha sido el único estudiante de quinto año que ha reprobado su TIMO de Defensa contra las Artes Oscuras?

 

Draco había jadeado muy vergonzosamente antes de poder evitarlo. Lo único que pudo hacer fue confiar en que la directora no había alcanzado a escucharlo a través de la red.

 

—¿El… único? —consiguió preguntar.

 

—Así es. El único. ¿Debería agregar que, dado el rotundo éxito entre sus alumnos para aprobar sus TIMOs, el profesor Potter está considerado desde ya como el mejor que hemos tenido en muchos años? —Ante el silencio de Draco, quien sentía que le daba un ataque de algo, ella prosiguió—: Y siendo el titular de la materia y no habiendo alumnos reprobados (a excepción de Scorpius), no consideramos necesario contratar más profesores para las tutorías. Por lo tanto, el profesor Potter es, en este momento, la única opción disponible para su hijo, señor Malfoy. ¿Lo toma o lo deja? Usted decídalo.

 

Draco sólo la había mirado con exasperación. Como si fuera a decir que no.

 

Y en ese momento, llegada la hora de almorzar y después de tres vasos de whisky de fuego, Draco ya se sentía levemente resignado y listo para tener que enfrentar a Potter cada maldito día, de lunes a viernes, durante los siguientes sesenta días.

 

O tal vez no. De hecho, estaba pensando muy seriamente en hablar con Scorpius y convencerlo de que, después de todo, reprobar un TIMO no era el fin del mundo ni mucho menos…

 

Unos golpes en la puerta lo hicieron pegar un brinco.

 

—Adelante —gruñó, molesto por su reacción.

 

Abrieron la puerta y Mandy asomó su puntiaguda nariz.

 

—El profesor Harry Potter solicita audiencia con el amo Malfoy, señor.

 

Draco suspiró profundamente y se dirigió hacia la parte trasera de su escritorio.

 

—Déjalo pasar.

 

Se sentó al mismo tiempo que Mandy se retiraba y Harry Potter hacía su entrada. Por el rabillo del ojo, Draco lo observó echar una apreciativa mirada por su despacho exquisitamente amueblado, y, luego, caminar hacia él.

 

Draco evitó mirarlo a los ojos, dispuesto a mostrarse lo más descortés que le fuera posible. Fingió estar trabajando con todos los papeles de pendientes que tenía sobre su mueble.

 

—Siéntate. ¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó de muy mala gana.

 

Potter no se sentó de inmediato. Y aunque Draco simulaba estar leyendo unos pergaminos con tal de no prestarle atención, pudo percibir la tensión en el aire, el enojo de Potter, su aura mágica vibrando con incomodidad y frustración. Pero no decía nada, situación que asombraba a Draco porque recordaba perfectamente que Potter era un impertinente. Y fue entonces cuando Draco se dio cuenta, de repente, que él estaba pagando por esas clases privadas. Por ende, se podía decir que era el jefe de Potter.

 

Él, Draco Malfoy, tenía el control.

 

Casi soltó una carcajada por la alegría que le produjo el repentino descubrimiento. ¿En qué demonios había estado pensando antes que no se había percatado de eso? Decidió que, si no podía deshacerse de Potter, entonces haría su estadía ahí un infierno.

 

Potter tomó asiento al fin y Draco dejó los papeles para mirarlo, sintiéndose mucho mejor después de haber llegado a esa conclusión.

 

—Como parte de mi trabajo —comenzó a decir Potter en tono falsamente amable—, necesito hablar contigo para informarte acerca de mi modo de laborar, al inicio, y después, brindarte informes periódicos conforme transcurran las…

 

—Señor, por favor —lo interrumpió Draco.

 

Potter se quedó boquiabierto durante un momento.

 

—¿Qué?

 

—Que cuando te dirijas a mí, me llames “señor Malfoy”. No quiero que me tutees, Potter. No somos amigos. Y tú, aquí, no eres más que un empleado.

 

Potter enrojeció y frunció los labios.

 

—Tiene razón, señor Malfoy —respondió al fin, recalcando las dos palabras con odio, y Draco sintió una extraña alegría bastante enfermiza al escucharlo llamarlo así—. Como le decía, mi manera de laborar será como sigue: le brindaré a Scorpius tres horas de teoría de Defensa de nueve a doce, tendremos dos horas para almorzar, y continuaremos con la clase práctica dos horas más, finalizando el día a las cuatro.

 

Se quedó en silencio como esperando que Draco dijera algo. Al ver que no, preguntó:

 

—¿Estás… quiero decir, está usted de acuerdo? —Draco podía escuchar el sarcasmo en su voz por mucho que Potter trataba de ocultarlo, y eso le fascinó. Jamás, jamás se había podido imaginar que estaría disfrutando de aquello.

 

—Me parece que son demasiadas horas, Potter.

 

Potter pestañeó durante un momento.

 

—¿Me está sugiriendo, señor, que reduzca el horario?

 

—No. No te sugiero nada. Te lo estoy exigiendo —dijo con ese tono de jefe que le quedaba tan bien y Potter lo miró asombrado—. No creo, sinceramente, que Scorpius esté tan mal como para tomar tres horas diarias de teoría. Por favor. Con una hora al día será suficiente. Las otras dos horas las dedicarás a la práctica. Así, terminarás a las doce y no habrá necesidad de que regreses a las dos.

 

—¿De que… regrese? —preguntó Potter, todavía con la bocota abierta y más enrojecido que un momento antes.

 

—Por supuesto —afirmó Draco, revolviendo entre sus documentos aunque en realidad no estaba buscando nada—. ¿No estarías esperando que te invitara a almorzar con nosotros cada maldito día, o sí? Suficiente tengo con pagar tus honorarios como para, además, permitirte gorrear mi comida.

 

Draco dejó lo que estaba haciendo para mirar a Potter. Éste, definitivamente, se había convertido en fuego puro, ardiendo de rabia y vergüenza.

 

—Por supuesto que no. Jamás lo esperé —afirmó entre dientes, y Draco supo que estaba mintiendo.

 

—Bien, me alegra que sepas dónde está tu lugar como empleado en esta Mansión. Puedes retirarte. Ya conoces el camino a la chimenea del salón. He modificado las protecciones para que puedas salir y entrar por ella dentro del horario convenido.

 

Potter se levantó con brusquedad y, sin despedirse, se dio la media vuelta y comenzó a caminar con rapidez hacia la puerta. Sin embargo, antes de salir, se detuvo.

 

—Por favor… señor Malfoy, ¿sería usted tan amable de informar a su hijo que la clase de esta tarde está cancelada debido a los cambios que usted ha hecho con el horario? —le dijo a Draco, la furia trasluciéndose en cada una de sus palabras—. Comenzaremos mañana, sólo tres horas, como usted lo ha requerido.

 

Draco sólo asintió, como restándole importancia, y entonces, Potter salió rápidamente de ahí, cerrando la puerta tras él.

 

Draco dejó sus papeles en paz y, durante un largo rato se entretuvo mirando la puerta cerrada, preguntándose por qué, en esa ocasión, molestar a Potter no le había producido la misma satisfacción que había sentido en sus años de escuela. En vez de sentirse eufórico por humillar así al bastardo, la verdad era que lo único que sentía era un gran y raro vacío interior. Especialmente porque el otro no le había presentado batalla, simplemente se había sometido a los ridículos deseos de Draco sin más. Y de esa manera, las peleas no sabían igual.

 

Draco sonrió de lado, casi con amargura, sorprendiéndose él mismo al darse cuenta de que echaba mucho de menos las discusiones, los duelos, e incluso, las peleas a puño limpio que había sostenido con Potter durante sus días de colegio. ¿Quién lo hubiera creído?

 

Negándose a pensar más al respecto, se levantó y salió de su despacho, dispuesto a disfrutar de lo que restaba del día sin Potter aleteando a su alrededor.

Disfrutar del día. Sí, cómo no.

 

Scorpius, quien había dejado de hacer berrinches hacía años, se lució ese día armando un escándalo con patadas al piso y todo, cuando Draco le informó que él y su tutor habían reducido las horas de estudio a sólo las tres matutinas a partir de ese momento. Su argumento era que realmente necesitaba todas esas horas de enseñanza si es que quería una buena nota al final.

 

Y Draco, que no había visto a Scorpius en todo el día hasta la hora del almuerzo, se sorprendió al descubrir lo acicalado y perfumado que iba su vástago. Negando con la cabeza, Draco no comprendía qué era lo que Scorpius veía en Potter como para desear ganarse así su respeto, admiración, o lo que fuera. ¿Qué era lo que Scorpius estaba esperando obtener de Potter?, se preguntaba Draco una y otra vez.

 

—En la mañana tuve una interesante charla con McGonagall —le informó Draco a un enfurecido Scorpius, quien palideció de inmediato al escuchar eso. Draco no estaba dispuesto a dejar pasar un día más sin averiguar la verdad, por lo que utilizaría toda la artillería a su disposición.

 

—¿Ah, sí? —comentó Scorpius, de repente muy interesado en su roast beef, olvidando que apenas un segundo antes había estado enojado y haciendo una rabieta.

 

—Sí —respondió Draco, mirando fijamente a su hijo—. Me ha informado que tú has sido el único alumno en todo Hogwarts que reprobó el TIMO de la materia del grandioso profesor Potter.

 

—¿El único? —preguntó Astoria, que, hasta ese momento, había permanecido inusualmente muda. Draco estaba seguro de que la mujer, al igual que Scorpius, también estaba emberrinchada porque él había despachado a Potter sin que ella hubiera tenido siquiera la oportunidad de echarle un vistazo—. ¡Qué vergüenza, Scorpius!

 

—Así es. Una vergüenza. ¿Qué dices a eso, Scorpius?

 

El chico no habló durante un par de segundos. Al final, se encogió de hombros.

 

—Ya te conté lo que ocurrió —dijo, el rostro completamente sonrojado—. No tengo nada más qué decir.

 

Draco apretó los labios con fuerza, sin despegar los ojos de su hijo ni un solo segundo.

 

No era ningún idiota. Y fue en ese momento cuando se dio cuenta de qué era lo que en verdad estaba pasando; rabia asesina invadiendo su corazón sin saber si quería cobrarse como víctima a su hijo o al cabrón pervertido de Harry Potter. ¡Maldito él y su encantadora pose de héroe!

 

Porque Scorpius había reprobado a propósito; esa era una conclusión a la que Draco había llegado casi desde el primer día que se había enterado. Lo que no había averiguado —hasta ese momento—, era el porqué. Y ahora que la evidencia estaba ante sus ojos (el enorme interés de Scorpius hacia Potter, sus sonrojos y el cuidado de su persona), le estaba gritando una terrible y dura realidad, la cual se negaba a aceptar.

 

Se levantó de la mesa sin pedir disculpas, abandonando el comedor ante la indignación de Astoria y el asombro de Scorpius. Caminó a grandes zancadas hasta su habitación.

 

Ahí, se encerró y dio vueltas hasta que se cansó.

 

Scorpius, su Scorpius. No, no podía ser.

 

Su Scorpius era homosexual. Igual que yo.

 

Pero esa no era la mala noticia. Porque, además, podía ser que el chico sólo estuviese experimentando alguna fase transitoria.

 

Lo que realmente enfurecía a Draco, era el hombre en quien su hijo se había fijado. Parecía una terrible y vengativa jugarreta del destino: Scorpius Malfoy, hijo de Draco, némesis de Potter, enamorado de él. Del eterno rival de Draco. De Potter, de quien Draco, alguna vez, en el pasado, también…

 

—No, otra vez no. La historia no puede estar repitiéndose así —gimió, sentándose pesadamente en su cama y cubriéndose la cara con las manos.

 

No podía ser. Es que, ¿jamás, por más años que transcurrieran, dejaría de pagar sus pecados? Y ahora, ¿la vida se los cobraría con las lágrimas de su vástago?

 

No.

 

Se levantó y fue al baño a lavarse la cara. Un poco de agua fría y se sintió mucho mejor.

 

“No”, se repitió. Scorpius no sufriría una decepción a manos del imbécil de Potter. Draco lo mataría primero

 

—Primero muerto. Yo, él o Harry Potter. Pero no lo permitiré —le dijo al espejo—. ¡Maldito pervertido! —siseó entre dientes—. Donde yo me entere que ha fomentado este enamoramiento de Scorpius, lo asesinaré del modo más doloroso posible…

 

—Muy bien, Draco. Así es como hablan los Malfoy —le respondió su imagen en el espejo mágico, sonriéndole ampliamente y guiñándole un ojo.

 

Draco rodó los ojos y salió a enfrentar a su familia y a pensar qué era lo que iba a hacer para solucionar ese peligroso encaprichamiento de su hijo.

 

Porque, jamás, jamás, permitiría que Potter le pusiera una mano encima a su unigénito.

 

 

 

 

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