Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

La Familia de Draco

Capítulo 2

 

Draco no tenía idea de qué era lo que había pasado, pero no se quedó ni un minuto más a investigarlo. En cuanto se recuperó de su desvanecimiento y lo primero que vio fue la cara de un preocupado Harry Potter encima de él, lo empujó violentamente para quitárselo de encima, se puso de pie a toda prisa y, sin vestirse, cogió su varita y el primer abrigo que encontró a la mano.

 

—¿Draco, qué te su…? —Alcanzó a escuchar que Potter le preguntaba antes de desaparecerse de su habitación, ignorando olímpicamente la muy asombrada mirada del cretino, la de su madre y la de aquel monstruito que le estaban endilgando como hijo.

 

Se apareció en su penthouse, justo en medio del salón como acostumbraba. Sin embargo, una mesita ratonera colocada en el preciso sitio donde se materializó, provocó que Draco cayera encima de ella y se desplomara cuan largo era hasta el piso.

 

—¡JODER! —gritó, completamente enfurecido y adolorido. Era la segunda vez que probaba el suelo en el día y eso ya estaba comenzando a cansarlo.

 

Se frotó la pierna más lastimada al tiempo que se levantaba lo más rápido que podía. Draco estaba comenzando a preguntarse quién demonios había cambiado esa mesita de lugar, cuando se dio cuenta que esa mesita no era de él. Jamás la había visto, ¿cómo diablos había llegado hasta su salón?

 

—¡Grandísima mierda, ¿qué demonios ha pasado aquí?! —bramó Draco cuando echó un vistazo a su alrededor y se dio cuenta de que todos sus bellos y costosos muebles habían desaparecido, y en su lugar, se encontraban otros de muy inferior calidad.

 

—¡No se mueva o lo mato! —gritó una trémula voz masculina detrás de él. Instintivamente, Draco levantó las manos, comprendiendo que alguien había entrado al penthouse a robar.

 

Lo que no le quedaba claro era porqué el ladrón, en vez de simplemente llevarse sus cosas, le estaba dejando otras a cambio. Mucho más feas, eso sí, pero, ¿por qué molestarse en hacerlo?

 

—¿Quién es usted y cómo entró? —volvió a gritar el hombre a su espalda.

 

Draco se atrevió a girar la cabeza para mirarlo. Se trataba de un muggle mucho mayor que él –y muy feo y gordo-, que, con manos temblorosas, le apuntaba con una pequeña pistola. Y Draco supo que era un muggle porque un mago jamás usaría un arma de fuego en vez de una varita. Lo que le preocupó –y mucho- fue el hecho de que aquel hombre estaba prácticamente desnudo. Vestido sólo con unos calzoncillos verdes con motivos navideños, que dejaban toda su excesiva masa corporal a la vista.

 

Ohhh, por Merlín, pensó Draco, comenzando a aterrorizarse. ¿Sería algún tipo de depravado sexual que pensaba violarlo?

 

—Llévese todo lo que quiera —comenzó a decir Draco, intentando distraer al loco mientras veía algún modo de sacar su varita para someterlo—, pero no me haga daño… por favor.

 

El gordo depravado lo miró con extrañeza, acercándose un paso hacia él y sin dejar de apuntarle.

 

—¿De qué habla? —preguntó con un grito medio histérico—, ¡si usted es el que ha entrado a mi casa! ¿Está demente o qué?

 

Draco volvió a mirar a su alrededor, analizando lo recién dicho por el gordinflón. Éste aseguraba que ésa era su casa, además, los muebles no eran los mismos y, de cualquier manera, no había modo alguno de que un muggle hubiera logrado atravesar las protecciones mágicas que Draco solía colocar en su penthouse. Un mal presentimiento lo invadió. ¿Y si de verdad ésa era…?

 

—¿Su casa? —dijo en voz alta casi sin darse cuenta, girándose en su sitio para ver mejor.

 

—¡NO SE MUEVA! —gritó el muggle, apuntándole con más insistencia—. ¡La pistola está disparada y juro que la cargaré…! —Draco lo miró, extrañado—. Di-digo, ¡ya sabe lo que quise decir!

 

—Claro, seguro —respondió Draco, quedándose muy quieto pero sin dejar de pasear los ojos por el lugar. Descubrió un rincón con algunas fotografías enmarcadas, y tuvo que suspirar resignado cuando vio que un par de ellas habían sido tomadas en ese mismo lugar. En su penthouse. O mejor dicho, en el del gordo. Y Draco no aparecía en ellas.

 

Cerró los ojos, maldiciendo a Snape y a toda su grasienta familia. No tenía idea de qué tipo de maldición o maleficio había logrado hacer un jodido fantasma como el de su ex profesor de Pociones, pero sin duda, estaba siendo efectivo. Aquella no era su casa. Ya no.

 

Sin más que hacer en el sitio, Draco se desapareció de ahí de inmediato, antes de al gordo se le ocurriera “cargar” la pistola sobre él.

 

La siguiente parada que hizo fueron sus oficinas. Como no pudo aparecerse dentro por alguna razón desconocida (pero sospechada), tuvo que hacerlo exactamente afuera, en la callejuela dentro del barrio mágico que daba a la fachada.

 

Levantando lentamente la vista, Draco no se sorprendió demasiado al encontrarse con que su restaurado, nuevo y moderno edificio no existía más. O mejor dicho, nunca había existido, porque en su lugar continuaba en pie la misma vejete construcción que Draco había comprado y reparado hacía más de cuatro años.

 

Se quedó ahí afuera, de pie en la helada calle, despeinado y con la cara sin lavar. Vestido con su mejor pijama pija y solamente un abrigo encima, calzado con zapatillas y mirando desconsolado a las que, en otra vida que no entendía como había perdido, fueran sus hermosas oficinas.

 

Cuando pasó una pareja joven a su lado y se rieron de él, algo en lo más profundo de la mente de Draco anheló poder reaccionar y salir de ahí de inmediato. Era una vergüenza estar presentando semejante apariencia, él, que siempre vestía mejor que modelo de pasarela.

 

Pero, por alguna razón, no podía hacerlo. Para eso tendría que regresar a la Mansión, y eso era lo último que quería hacer. Porque si volvía y se encontraba con que Potter y aquel demoniaco bebé continuaban ahí, entonces ahora sí perdería la chaveta… Si es que no la perdí ya.

 

Por lo tanto, por el bien de su cordura y echándole a Potter toda la culpa, Draco se quedó ahí, tanto tiempo y luciendo tan patético, justo la mañana de Navidad, que la poca gente que pasó junto a él lo miró con la mayor lástima del mundo. Incluso, un anciano le obsequió un par de knuts y le dio una palmadita en la espalda, animándolo a que fuera a comprarse un café. Draco admiró el par de monedas depositado en su mano y se dio cuenta de lo bajo que estaba cayendo. Había perdido todo y, por culpa de Potter y de Snape, en ese momento también estaba dejando escapar su dignidad.

 

Draco, sufriendo de congelación extrema y mucha hambre, suspiró y se resignó.

 

No tenía idea de qué era lo que había hecho el maldito de Snape, pero había hecho algo, de eso ya no le cabía duda. Su vida ya no era la misma. Parecía la misma fecha, el mismo año, el mismo tiempo, pero las cosas habían cambiado por completo. Él no era ya el soltero más codiciado entre los magos gays, con un hermoso penthouse de varios millones de libras y una enorme fortuna, sino un hombre con pareja, con un hijo de quien preocuparse y que, para colmo, vivía en la misma casa que su madre.

 

Gimiendo, se cubrió la cara con las manos y deseó poder cavar un agujero para meterse en él, quedándose ahí hasta morir o hasta mimetizarse con la tierra, lo que ocurriese piadosamente primero.

 

Draco caminó un buen trecho por las callejuelas, arrastrando tanto los pies que, estaba seguro, las zapatillas tendrían hoyos por toda la suela. Sabía que no podría postergar mucho más el momento de volver a casa. El hambre lo estaba atosigando y la vergüenza de andar caminando en pijama por la calle se estaba volviendo insoportable.

 

Pero entonces, llegó hasta una de sus cafeterías favoritas y se sorprendió de encontrarla abierta. Meneando la cabeza, caviló en que los empresarios de la actualidad ya no tenían nada de espíritu navideño. ¿Cómo era posible que estuviesen trabajando justo el día de Navidad?

 

Encogiéndose de hombros, decidió aprovechar la circunstancia y entró en el lugar, importándole poco su pésima presentación. Antes de salir de ahí, siempre podría realizarles un obliviate a todos los empleados y clientes.

 

Como era de esperarse, el local estaba completamente solo. Después de todo, ¿quién demonios estaría fuera de su casa ese día tomando un café? Aparte de un pobre hombre en pijama viviendo una pesadilla como él, claro está.

 

Buscó la mesa más alejada de la puerta y se desplomó en una silla, esperando por la bonita camarera que siempre lo atendía.

 

—¿Qué desea ordenar el día de hoy, señor Malfoy? —preguntó la voz de Snape, justo a su lado—. Nuestra especialidad del día es café incrédulo con panecillos de negación.

 

Apretando fuertemente la mandíbula de pura rabia, Draco levantó la cabeza hacia Snape. Lentamente.

 

—Si no estuviera muerto, Snape, le juro que… —comenzó a decir Draco mientras lo apuntaba con un dedo, pero se detuvo cuando la mueca burlona de Snape le demostró que no tenía caso proseguir. Tal como Draco lo había supuesto—. ¿Por qué hace esto, Snape? —preguntó en un tono que sonaba algo leve, pero indignamente, desesperado—, ¿No se supone que los fantasmas nada más andan por ahí, habitando alguna casa y espantado muggles?

 

—No soy un fantasma común, Draco. Ya te lo había dicho —respondió Snape sin dejar de mirar la libreta en la que anotaban los pedidos las camareras. Sólo entonces Draco se percató de que Snape estaba vistiendo el uniforme de los empleados del lugar. Mejor dicho, de las empleadas del lugar. Con túnica color rosa y todo.

 

Pero Draco estaba muy ocupado en discutir para encontrarlo gracioso o para decir algún comentario sarcástico. Diablos. Esa sí que era mala señal.

 

—De acuerdo, usted es especial —reconoció Draco rodando los ojos—. Especial y único, uy. Ahora dígame cuál es su precio.

 

Snape al fin apartó los ojos de la libreta y miró a Draco.

 

—¿Por qué los ricos siempre quieren arreglar todo con galeones? —preguntó como para él mismo. Draco no se molestó en responder.

 

—Bien, de acuerdo. Dinero no. Pero debe querer otra cosa, sino, ¿por qué me estaría haciendo esto? No creo que esté jodiendo sólo por joder. —Se inclinó hacia su ex profesor y lo cogió fuertemente de la ropa—. ¡Suéltelo, Snape, ¿qué quiere a cambio de dejarme en paz?!

 

Snape lo miró largamente y suspiró. Se quitó a Draco de encima y se alisó con una mano el delantal con volantes que llevaba puesto sobre la túnica, luciendo tan sobrio y serio como cuando en vida vestía sus túnicas negras.

 

—Es un regalo, Draco. Te lo ganaste. Yo no quiero nada a cambio, ya te dije que sólo estoy cumpliendo una misión.

 

Draco se puso de pie de golpe, presa de una súbita furia, y provocando que la silla donde había estado sentado cayera hacia atrás.

 

—¿UN REGALO? —le gritó a Snape en la cara—. ¡Esto no es un regalo, Snape! ¡Esto es un puto castigo y usted lo sabe! ¡Yo no quiero esto, yo no lo pedí! ¡Quiero mi apartamento, mi trabajo, MI VIDA! ¡QUIERO MI VIDA DE VUELTA!

 

Snape frunció el ceño, mirando muy duramente a Draco mientras éste jadeaba después de semejante gritería. La verdad era que no se sentía ni una pizca mejor después de haberlo hecho.

 

—Snape… Por favor, dígame qué quie… —comenzó a suplicar Draco, pero Snape lo interrumpió al levantar una mano.

 

—El hecho de que no lo reconozcas como un regalo, es una perfecta indicación de que necesitas vivirlo.

 

—¿Qué? —interrogó Draco, cada vez más desesperado—. No entiendo qué qui…

 

—Que este vistazo durará hasta que te des cuenta de qué es lo que te hace falta en tu vida real.

 

Una luz de esperanza iluminó a Draco.

 

—¿Quiere decir que esto no es real y que terminará tarde o temprano? ¿Es sólo un sueño?

 

Snape negó con gesto fastidiado.

 

—Un sueño, no. Aunque, propiamente hablando, al final resultará que así lo verás. En realidad, esto es un vistazo.

 

—¿Un vistazo de qué?

 

—De lo que pudo haber sido tu vida si hubieras tomado otra decisión.

 

Angustiado, desesperado y no sabiendo qué más decir para convencer a Snape de que lo dejara salir de eso, Draco colocó las palmas sobre la mesa que tenía delante de él, apoyando todo el peso de su cuerpo.

 

—No entiendo qué quiere decir, Snape. ¡No entiendo una mierda y yo sólo quiero…! —comenzó a gritar, pero se detuvo cuando se dio cuenta que Snape ya no estaba a su lado.

 

Miró por todo el lugar y se dio cuenta que no había nadie más ahí. En realidad todo el tiempo había estado cerrado, con sólo Snape y él hablando ahí.

 

Snape.

 

—¡JÓDASE! —gritó Draco con todas sus fuerzas mientras se colocaba de nuevo el abrigo que se había quitado apenas al entrar—. ¡Usted y su maldito vistazo, y esta puta vida, y NO, no hay nada que me haga falta! ¿Oyó, Snape? ¡NO ME HACE FALTA NADA!

 

Respirando agitadamente pero satisfecho después de haber dejado las cuentas claras, salió de la cafetería y se desapareció rumbo a la Mansión. Si tenía que averiguar qué era lo que tenía que hacer para lograr que esa pesadilla terminara, el único lugar adecuado sería donde todo eso había comenzado. Y entre más pronto lo consiguiera, mejor.

 

Después de todo, tenía una importante venta que cerrar en su vida real. En su vida real, ahí donde no había Potters despertándose con él la mañana de Navidad, ni bebés morenos y babosos que algún día le dirían “papá”.

 

Se apareció en su habitación y no le sorprendió encontrarla vacía. Agudizó el oído para cerciorarse de que no hubiera nadie en el baño o tras la puerta, y al asegurarse de que no, comenzó a echar un vistazo por el que había sido su cuarto desde niño.

 

Aparentemente todo estaba igual: los mismos muebles elegantes, la misma enorme cama, los adornos puestos exactamente en el mismo lugar… Lo único que diferenciaba el sitio eran las pocas cosas que seguramente pertenecían a Potter, colocadas por aquí y por allá.

 

El corazón de Draco casi se detuvo cuando éste se paró ante la cómoda y descubrió una serie de fotografías de Potter y de él. Juntos. En lo que parecían ser diferentes etapas de un largo noviazgo y posterior vida en común. Y había una, una donde ambos vestían túnicas de color claro y estaban sonriendo de manera estúpidamente feliz. Seguramente había sido el día de su boda.

 

Aterrorizado, Draco dejó caer la fotografía. Ésta se hizo añicos al chocar contra el mueble de madera.

 

¡Se había casado con Potter!

 

En algún momento de su vida, ésta había cambiado radicalmente debido a alguna decisión que Draco había tomado –y que Hades se lo llevara a los infiernos si podía pensar en cuál-, y él había terminado casándose con Harry Potter.

 

Gimió, caminó, se tiró de los pelos y se arrastró por toda su habitación. Por más que pensaba y pensaba, no podía estar seguro de cuál decisión había sido aquella. Y como fuera, ¿cómo era posible que una sola y maldita decisión, (¡UNA!) había cambiado las cosas tanto como para hacerlo caer en semejante error?

 

Porque eso era un error. Estar casado era un error. Y peor, estar casado con un Gryffindor –y no cualquier Gryffindor, Salazar sacrosanto— era un horror. Draco pensó frenéticamente, tenía que darse cuenta; tal vez si lo descubría, Snape lo dejaría en paz y le permitiría despertar de aquella pesadilla.

 

Se sentó en la cama, intentado tranquilizarse. ¿Acaso habría sido aquella ocasión en un partido de Quidditch donde Draco pudo entrar hasta los vestidores y había observado a Potter duchándose? Quizá, en esa vida alterna, se le había ocurrido hacerle una mamada o algo así, lo que había derivado en toda esa locura.

 

¿O tal vez habría sido la ocasión en que se habían encontrado en la misma fiesta y Potter le había invitado un trago, el cual Draco había rechazado? ¿O, tal vez, más seguramente, había sido el momento en que Draco casi le confesaba que las mejores pajas de su vida eran las que se hacía después de verlo jugar en un partido cualquiera?

 

En eso estaba cuando, súbitamente, se abrió la puerta del cuarto. Draco levantó la cabeza y vio a Potter parado ahí en el umbral, mirándolo con una mezcla de enojo y decepción en la cara.

 

Draco agachó la mirada y luego cerró los ojos, recordándose que nada de eso era real. Recordándose que él tenía otra vida, otra, una verdadera, no esa, no… No esa.

 

Él no quería seguir con esa farsa. Él no quería estar casado con alguien que no amaba. Era la mayor humillación del mundo y en verdad, no sabía como lo soportaría.

 

Ahogó un rugido de impotencia al abrir los ojos y descubrir que Potter seguía ahí, que nada había cambiado. Que no podía despertar de semejante pesadilla.

 

Suavemente, Potter cerró la puerta tras él y caminó con paso lento hasta la cómoda. Sin decir palabra, sacó su varita de uno de los bolsillos de sus pantalones muggles y reparó el marco de la fotografía que Draco había quebrado. Entonces, la levantó con una mano, y después de mirarla durante un breve momento, suspiró y la colocó en su lugar.

 

—No quiero ni pensar en lo esto significa, Draco —dijo en voz baja.

 

Draco tragó y cerró los ojos. A pesar de que no sentía nada por Potter –así estuviera casado con él en esa vida de horror-, el dolor que el cretino había impreso en su voz lo había dejado impactado.

 

—Fue un accidente —se escuchó decir con voz hueca. Bueno, en realidad sí lo fue.

 

—Claro —dijo Potter, girándose para encararlo. Lo miró directamente durante un minuto o dos, como esperando a ver si Draco decía algo. Al ver que no, comenzó a hablar—: Nos has tenido completamente preocupados. A Narcisa casi le dio un ataque de pánico cuando te desmayaste, y ni mencionar cuando te desapareciste de aquí sin decir a dónde te marchabas.

 

Draco sólo lo miró sin decir nada. Potter negó con la cabeza, una enorme decepción en sus ojos.

 

—¿Ni siquiera me dirás a dónde huiste durante toda la mañana de Navidad?

 

Draco continuó sin hablar y Potter comenzó a impacientarse.

 

—¡Demonios, Draco, di algo! —bramó al tiempo que daba un paso hacia él y se detenía a menos de un metro—. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Te has perdido la primera Navidad de Eltanin! ¡Su primera Navidad, Draco! No has visto su alegría al descubrir todos los regalos bajo el árbol, ni lo has visto romper el papel de envoltura con sus manitas, impaciente y emocionado, ni…

 

Potter se interrumpió, dejando caer los brazos a los costados con gesto derrotado. Draco lo miró directo a los ojos, sintiendo una culpa que él sabía, no debería sentir.

 

Esto no es real, se recordó. Potter no es real. Ni mi matrimonio con él, ni ese niño que llama Eltanin, ni…

 

—Eltanin —dijo Draco en voz alta casi sin pensar, como saboreando el nombre entre sus labios. Y antes de poderlo evitar, sonrió ampliamente—. Eltanin —repitió con más convicción—. Debí haber sabido que si alguna vez tenía un hijo, lo llamaría así.

 

Potter lo miró con gesto incrédulo.

 

—¿De qué demonios estás hablando, Draco? Mira que ya me estás preocupando…

 

—¿Y cuál es su segundo nombre, Potter? —preguntó Draco antes de poder evitarlo, interrumpiendo al otro—. ¿Ése se lo has puesto tú?

 

La dura mirada que Potter le dirigió lo desconcertó.

 

¿Potter? —escupió él y Draco se dio cuenta de su error. Obviamente, nadie llamaría a su esposo por el apellido—. Hacía años que no me decías así, Malfoy. Y además, ¿qué tiene que ver el segundo nombre de Eltanin con todo esto?

 

Suspirando, Draco se dio cuenta de que si no jugaba la misma farsa que todos los demás, su estadía en ese vistazo sería un infierno y seguramente Snape no lo dejaría salir nunca de ahí. Además, no era como si le agradara andar haciendo o diciendo cosas que a los demás les hicieran pensar que estaba loco. Y menos que nada, lo que Draco quería era que Potter creyera que él estaba loco. Faltaba más.

 

Así que, si se trataba de jugar y actuar, si eso era lo que el maldito Snape quería…

 

Draco podía jugar. Oh, sí. Claro que podía hacerlo. Si de eso dependía su vida y su libertad.

 

—Lo siento, Harry, lo siento —dijo, sintiendo en su lengua aquel nombre extraño por vez primera, pero también percibiéndolo demasiado familiar y añorado—. He tenido un mal día. Un día muy raro, de hecho. Durante la noche soñé… tuve un sueño increíble y largo. Como si hubiera vivido otra vida completamente diferente a... esta.

 

Para su enorme sorpresa, Potter le sonrió condescendiente. Y a Draco no le gustó nada esa mirada. ¿Cómo se atrevía el héroe a encontrar divertido el problema de Draco?

 

—¿Así que fue eso? ¿Una pesadilla? —le preguntó Potter con voz comprensiva—. Debiste haberlo dicho antes. En materia de sueños malos, yo soy un experto. ¿Quieres dormir una siesta? Le puedo pedir a un elfo que te traiga poción para dormir sin sueños.

 

—Me encantaría… Harry —respondió Draco con voz cansada, fingiendo estupendamente algo de cariño en su tono.

 

—Voy a la cocina, entonces. Y a avisarle a Narcisa que has llegado y que deseas dormir un rato. La pobre está que no la calienta ni el sol.

 

Potter salió a toda prisa de ahí, dejando a Draco a solas. Éste se dio cuenta que en realidad sí se sentía muy cansado, así que se acostó y cerró los ojos.

 

Tuvo la secreta esperanza de que, tal vez, si se dormía, al despertar todo estaría normal de nuevo.

 

Por favor, por favor…

 

Debió haber sabido de antemano que Snape era demasiado sádico cómo para dejarle las cosas así de sencillas. Despertó un par de horas después y en cuanto lo hizo, supo que nada había cambiado.

 

Escuchaba el suave murmullo de la ducha en el baño contiguo a su habitación, y la inconfundible voz de Potter tarareando alegremente una canción. A pesar de lo desgraciado de su situación, no pudo evitar sonreír. Jamás hubiera imaginado que el tímido y parco héroe era un cantante de ducha.

 

Swinging to the music, swinging to the music, wooooao —comenzó a berrear Potter cada vez con más ganas—. ¡Wooooao!

 

Cantaba tan desafinado pero con tanto ánimo que Draco no pudo evitar reírse de él. Hundió la cabeza en la almohada para ahogar una carcajada, sintiéndose mucho mejor después de eso. Entonces se levantó y, estirándose como gato, se dio cuenta de que una curiosa y apaciguada resignación se había apoderado de él. Después de todo, no había nada que un Slytherin como él no pudiera hacer.

 

It's everything I wish I didn't know, but you… give me something I can feel… Feeeeeel.

 

Draco se asomó por la ventana hacia los jardines y descubrió que el sol ya estaba poniéndose. Seguramente pronto sería hora de cenar. Tragó duramente, comenzando a experimentar cierta ansiedad. Ahora tendría que bajar y fingir ante su madre el haber vivido una vida que no recordaba para nada. Y peor, ver a aquel infante y tratar de demostrar un cariño por él que estaba muy lejos de poder sentir.

 

Además, le preocupaba lo que su madre pensara de él y de su abochornante huida de la mañana. Esperaba que Potter le hubiera dicho lo que fuera y ella no le preguntara nada al respecto. Se le caía la cara de vergüenza.

 

La puerta del baño se abrió de golpe, y un animado Harry Potter salió del vaporoso cuarto de aseo envuelto en una mullida toalla y escurriendo agua del cabello.

 

Draco se giró hacia él, arrepintiéndose al momento. No era la primera vez que miraba casi desnudo al héroe, pero jamás había sido así de cerca. No se había dado cuenta de lo duros, bien formados y tentadores que parecían ser sus pectorales.

 

Potter lo miró y le sonrió ampliamente, abriendo mucho los brazos y finalizando con la canción que había estado cantando antes.

 

All of this, all of this can be yours… Just give me what I want and no-one gets hurt —cantó con la voz enronquecida y mucho más lentamente.

 

Draco volvió a tragar. Potter le cerró un ojo y comenzó a caminar hacia el armario al mismo tiempo que se quitaba la toalla de la cintura y se la llevaba a la cabeza para secarse el pelo.

 

Se agachó para poder alcanzarse con más facilidad la nuca, ofreciéndole a Draco todo el espectáculo de su trasero desnudo, húmedo y abierto… muy abierto. Draco sintió que también su mandíbula, efectivamente, estaba tan abierta que se encontraba golpeando contra el suelo.

 

—¡¿Qué-qué…?! —comenzó a gritar Draco, pero logró callarse a tiempo. Había estado a punto de preguntarle a Potter qué significaba ese descaro y cómo se atrevía a mostrarle el culo de aquella manera.

 

Ahhh, gimió Draco mentalmente. ¡Claro que te mostrará el culo! ¡Se supone que es tu maldito marido! ¿Recuerdas?

 

Potter finalizó con el secado de cabello y se incorporó. Dejó caer la toalla al piso y comenzó a rebuscar en el armario, dándole la espalda a Draco. Esto era bueno, porque Draco ya se encontraba hiperventilando.

 

—¿De qué, Draco? —preguntó Potter.

 

—¿Qué de qué? —cuestionó Draco a su vez.

 

Y se dio cuenta demasiado tarde de que había cometido un error al ponerse a charlar con Potter. Éste se giró hacia él, todavía desvestido, y entonces Draco tuvo que tragarse toda la vista frontal del Niño-que-se-había-vuelto-un-hombre-buenísimo.

 

AHHH.

 

—Es que tú me preguntaste, “¿qué?” cuando salí de la ducha —respondió Potter.

 

Draco tardó muchos más segundos de lo normal en procesar eso que le estaba diciendo. Merlín, qué papelón estaba haciendo delante de ese estúpido. Tenía que componerse, pero ya.

 

—¿Yo?

 

Potter arqueó las cejas y Draco hizo acopio de cada gramo de voluntad para mantener los ojos fijos en su cara y no mirar más abajo.

 

—Ajá. Tú.

 

Draco no podía soportarlo más. Sus ojos insistían en seguir esa línea de vello negro que se perdía debajo del ombligo de Potter. Echó un rápido vistazo (uno rapidito, nada más) y tuvo que morderse los labios para no gemir.

 

—La canción —jadeó.

 

—¿La canción? —preguntó Potter y Draco asintió, frenético. Para su enorme alivio, Potter sonrió y le volvió a dar la espalda—. ¿No la recuerdas? Es de aquel grupo muggle que una vez fuimos a ver a Irlanda.

 

Y entonces, Draco lo observó vestirse mientras que el moreno comenzaba una amena charla donde intentaba refrescarle la memoria acerca de un magno concierto al aire libre, al que los dos habían asistido juntos cuando apenas llevaban un par de semanas saliendo. Potter hizo un evidente gesto de decepción cuando notó que, dijera lo que dijera, Draco parecía no recordar nada.

 

—Fue cuando tú… cuando dejaste que te follara por primera vez. En el hotel donde nos quedamos. ¿No te acuerdas de eso? —preguntó Potter con un tono que dejaba denotar su contrariedad.

 

—¿Cuándo fue ese concierto? —quiso saber Draco, tan preocupado por enterarse de cosas como por no pasar como un loco con Alzheimer delante de Potter.

 

—Cuando teníamos como un mes saliendo juntos, ya te lo dije —respondió Potter, cada vez más disgustado. Draco arqueó una ceja, dándole a entender a Potter que con ese dato no le quedaba claro. Potter soltó un bufido de enojo y terminó de responder—: Hace tres años, Draco.

 

¿Tres años? Oh.

 

Entonces, el momento de su vida al que Snape se refería, aquel donde había tomado una decisión que pudo haberlo llevado a esa relación con Potter, había tomado lugar hacía más de tres años, por lo visto. Más tarde tendría que ponerse a analizarlo.

 

—¿A qué hora cenamos? —preguntó Draco intentado desviar el tema.

 

Potter lo miró con gesto resentido mientras terminaba de abrocharse los zapatos, sin responderle ninguna pregunta más.

 

Draco dejó que Potter se adelantara al comedor, alegando que él tenía que refrescarse un poco y vestirse con ropa limpia antes de bajar a cenar.

 

Así lo hizo, demorando más de una hora completa en arreglarse delante del espejo. Estar limpio, peinado y con ropa elegante lo hacía sentir mucho mejor persona.

 

Draco salió de su habitación y bajó las escaleras a toda prisa. En el vestíbulo principal se encontró con su madre, quien lo miraba con gesto preocupado. Mierda, Draco recordó lo de la mañana y casi estuvo seguro de que se estaba sonrojando.

 

—¡Draco! ¿Ya te encuentras mejor?

 

Draco se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

 

—Sí, madre. Siento haberte preocupado. Feliz Navidad —le dijo—. Te debo tu regalo, yo… no recuerdo donde lo dejé.

 

Narcisa sonrió y le dio un golpecito en la mejilla.

 

—De verdad que estás distraído. Si me lo has dado anoche, ¿cómo lo has olvidado?

 

Draco arqueó una ceja y no respondió.

 

Narcisa lo observó durante un momento y suspiró largamente.

 

—Esta noche tenemos invitados a cenar —le informó con una sonrisa—. Andrómeda y Teddy.

 

Draco abrió la boca y estuvo a punto de preguntar ¿Quién?, pero se contuvo a tiempo. ¿Así que, en esa realidad alterna su madre se había reconciliado con la hermana que, durante toda la vida, había considerado como la oveja negra de la familia? ¿Y ella y su extraño nieto eran invitados a la mesa?

 

—Ah —exclamó Draco, sólo por decir lo que fuera—. Qué bien. Supongo que… estarás contenta.

 

Narcisa lo miró cada vez más extrañada.

 

—Bueno, sí. Aunque no es como si Teddy no estuviera aquí casi todo el tiempo —explicó Narcisa—. Ya sabes, siendo Harry su padrino, pareciera que pasa aquí la mitad de su vida.

 

Draco casi rueda los ojos. Potter, padrino del fenómeno. ¿Cómo no lo había adivinado antes?

 

—¡Mira! —exclamó su madre mientras miraba hacia un punto detrás de la espalda de Draco—. Hablando del rey de Roma, y éste que se asoma…

 

Draco se giró y vio, parado en la puerta que conducía al comedor, a un niño delgado y de cabello color púrpura, no mayor de nueve u ocho años. El chicuelo miraba a Draco con enorme recelo, entrecerrando los ojos y frunciendo la boca. Draco se preguntó si esa era la primera vez que ambos se encontraban.

 

—¡Teddy! —saludó Narcisa con voz cantarina—. Hola, amor. ¿Ya les has dicho hola a Eltanin y a tu tío abuelo?

 

Draco giró su cabeza hacia su madre tan rápido que creyó que se desnucaría. ¿Abuelo? ¿De quién? ¿El marido de Andrómeda no había muerto en la guerra?

 

—Sí, tía abuela—respondió aquel extraño niño, hablando con Narcisa pero mirando fijamente hacia Draco—. Ya los he saludado. Y el tío abuelo me ha dado mi regalo.

 

—¿Y te ha gustado…? —comenzó a preguntar Narcisa mientras ella y el niño caminaban de regreso al comedor, dejando a Draco atrás.

 

Temblando de pies a cabeza, Draco también comenzó a caminar. Paso a paso, negándose a creer lo que acababa de escuchar hasta poder verlo con sus propios ojos. Porque si era cierto lo que su madre y el niño decían, en esa familia sólo podía haber un “tío abuelo” de Teddy, y ése era…

 

Conteniendo la respiración, Draco empujó la puerta del comedor y entró en la enorme habitación.

 

Ahí, sentados alrededor de la gran mesa, estaba su “familia” en pleno. Su casi desconocida tía Andrómeda, Potter, su madre y el niño raro de cabello morado. Y en la silla principal, abrazando al bebé de cabello negro, estaba el padre de Draco.

 

—Draco —saludó Lucius con un asentimiento de cabeza mientras todos se giraban a verlo—. Llegas tarde, hijo.

 

Draco quiso tragar, pero no podía. No tenía saliva. Quiso hablar, pero no pudo encontrar la voz. Quiso correr y abrazar a su padre, pero eso sólo haría que todos ahí creyeran que se había vuelto loco.

 

Podía sentir, encima de él, las miradas de todas las personas sentadas en ese comedor. La de Potter era especialmente intensa. Pero en ese momento a él no le importaba. No tenía ojos más que para su padre. Lucius Malfoy, el padre que en su otra vida había muerto hacía más de cinco años, en esa realidad alterna continuaba ahí. Con vida. Al lado de su madre. Al lado suyo.

 

Vio a Lucius darle un beso a un sonriente Eltanin antes de pasárselo a Potter, quien lo recibió con una enorme sonrisa y se lo sentó en las piernas. El niño comenzó a gritar de alegría mientras cogía la cuchara más cercana y la golpeaba un y otra vez contra la mesa.

 

Draco, ignorando la algarabía y las miradas de todos, sintió que el suelo se derrumbaba bajo sus pies y todo él caía en picada, cuerpo y alma desplomándose hacia el vacío de la culpa y el dolor.

 

No supo cómo fue que lo hizo, pero después de unos momentos que le parecieron eternos, logró sentarse ante la mesa junto con los demás, y entonces, la cena comenzó. Todos charlaban amenamente menos él, que en el más estoico silencio, no dejaba de contemplar a su padre, llenándose la vista con su imagen, con su sonrisa, y con el brillo de orgullo que resplandecían sus ojos grises cada vez que éstos se posaban en Eltanin.

 

Draco comió, junto con los demás, una elegante cena de tres tiempos sin enterarse en absoluto en qué consistían cada uno de los platillos que estaba consumiendo. Mirando a su padre como si éste estuviera a punto de desaparecer e ignorando, a su vez, las tristes miradas que Potter dirigía hacia él.

 

 

 


Notas finales:

Eltanin quiere decir "serpiente" en árabe y es el nombre de una estrella de la constelación de Draco.

La canción que Harry canta en la ducha es "Vertigo", de U2.

 

 

Capítulo Anterior                                         Capítulo Siguiente

 

Regresar al Índice