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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

Perla Negra - Harry Potter Slash Fanfiction

Síntomas de un Amor no Correspondido

So many times, it happens too fast, you trade your passion for glory
Don't lose your grip on the dreams of the past, you must fight just to keep them alive.
It's the Eye of the Tiger, it's the thrill of the fight
Rising up to the challenge of our rival.

 

Eye of the Tiger, Survivor

 

 

Capítulo 1

 

"¿Qué demonios estoy haciendo aquí?", se preguntó Draco por centésima ocasión durante ese rato. "¡Yo podría estar en cualquier otro lado, siendo jefe, siendo el mejor!", continuó, quejándose amargamente en su interior aunque muy en el fondo sabía que no serviría de nada y que ni siquiera a él mismo se convencería.

 

"Sin tener que verle la cara de zopenco a ese imbécil y mucho menos, sin tener que competir con él, y mucho menos tener que…"

 

La línea de su pensamiento murió al acercarse peligrosamente a la zona donde caía en cuenta de que si estaba ahí, lidiando con Potter en el Ministerio, era porque él, Draco Malfoy, lo había querido así. En el par de años que llevaba laborando en ese departamento, había sostenido ese diálogo interno miles de veces, y siempre lo interrumpía antes de llegar a cualquier conclusión; después de todo, era mucho más fácil culpar a cualquier otra cosa que tomar la responsabilidad que seguramente le correspondía a él.

 

Tenía varios favoritos a quien culpar, pero El Señor Destino era, de todos, su preferido. Aunque a veces también se le ocurría que podía ser víctima de un terrible hechizo de magia oscura desconocido hasta ese momento por todos, menos por el malévolo y retorcido mago que se lo hubiese arrojado. Porque, a ratos, a Draco le parecía que una ineludible maldición pesaba sobre él, condenándolo a estar siempre en competencia contra el Niño que Vivió, intentando demostrar que él era mejor mago, más capaz y preparado. Pero, lamentablemente, siempre fallando. La fama y el carisma que poseía el Chico Dorado del mundo mágico eran un estigma bastante duro de vencer.

 

"Lo que estás haciendo aquí, es luchar por lo que quieres, te lo he dicho muchas veces, Y LO VAS A LOGRAR", se respondió a él mismo con tono severo y aún sin estar muy convencido. ¿Realmente tenía alguna oportunidad de sobresalir cuando su competencia era el mismísimo Potter?

 

De muy mal humor, como se ponía siempre que pensaba en el tema, Draco terminó de escribir la información requerida para refundir de por vida al último delincuente que había capturado su escuadrón. Después de dejarlo a sorteo, Draco había resultado ser el "afortunado" que tendría que llenar todo el papeleo, situación que venía a confirmar que El Señor Destino estaba en contra suya. O que tal vez Weasley era demasiado hábil para hacer trampa en el "Piedra, Papel y Tijera", lo cual resultaba un tanto perturbador.

 

Draco suspiró profundamente antes de firmar y, cerrando la carpeta con violencia, la arrojó con fastidio hacia un lado de su escritorio.

 

"El día que YO sea el jefe, no tendré que volver a llenar un maldito papel jamás", pensó, intentando darse ánimos mientras se frotaba sus doloridos dedos. No estaba seguro de qué era peor: si estar realizando el trabajo de los demás —al escribir el reporte de los arrestos— o tener que salir a arriesgar el pellejo en las misiones de campo. Al menos, cuando estaba encerrado en su oficina escribiendo, tenía la ventaja de estar a solas gozando de su propia compañía y sin tener que soportar convivir y trabajar con sus colegas, los cuales eran en su mayoría, una bola de mensos. Estúpidos incompetentes en general que le hacían pensar a cualquiera "Si ésos se supone que son los magos de élite, no quiero conocer a los demás, muchas gracias" y que volvían su estancia en el departamento de aurores aún más trágica y cargante de lo que era ya.

 

A veces, como ese día, se preguntaba si había sido sensato dedicarse a la carrera de auror. Pero no le duraba mucho tiempo el pensamiento amargo, pues casi de inmediato se decía que sí, porque eso era lo que quería ser, llegar a ser el jefe de toda la panda de babosos que integraban el departamento y demostrarles lo que un buen liderazgo era capaz de lograr. Callarles la boca a todos los que dijeron que él jamás podría llegar a ser parte importante e influyente del sistema que alguna vez persiguió a la propia familia Malfoy.

 

Y sobre todo, lo que más deseaba con el alma, era ganarle ese puesto a Potter. Cosa que estaba dispuesto a conseguir aun así fuera a costa de redactar un millón de informes —cosa que él hacía mucho mejor que Potter— o de salir a arriesgar la vida persiguiendo a un peligroso delincuente. Bueno, aunque en esto último el truco era hacer creer al jefe que "arriesgaba" la vida, pero la verdad era que Draco jamás lo hacía de esa manera. Su integridad y su vida eran demasiado importantes para él y para su familia, mucho más que el ver tras las rejas al peor mago oscuro visto en el Reino Unido después de Voldemort.

 

Mientras observaba los papeles que acababa de terminar de llenar y trataba de adivinar la siguiente misión que le sería asignada, Draco se pasó la pluma por los labios sin poner mucha atención a lo que hacía. Con un poco de suerte y manteniendo el estupendo récord que llevaba, tal vez Shacklebolt ahora sí se decidiría al fin a nombrarlo jefe a él (tenía que hacerlo, Draco era el mejor por mucho, jamás había cometido un error, ni siquiera de ortografía). El puesto de jefe de aurores llevaba casi un año vacante, pues Shacklebolt alegaba que nadie ahí tenía las agallas ni la inteligencia como para dirigir a toda la banda de desastrosos aurores, pero el impecable servicio de Draco tendría que hacerlo cambiar de opinión tarde o temprano. Tenía que ser, porque para Draco, convertirse en el líder, en el jefe de todos (y sobre todo del cabeza rajada de chorlito, Potter), era su más grande sueño dorado.

 

—Quisiera ser pluma para besarte los labios así… Malfoy.

 

Draco entrecerró los ojos con molestia, sin ni siquiera dignarse a levantar la vista hacia el recién llegado. Suspiró con fastidio (esperando que el otro lo comprendiera así), tiró la pluma hacia un lado y le señaló la carpeta con los pergaminos que acababa de terminar de escribir.

 

—Ya puedes llevárselo a tu jefe. Dile que he terminado y antes de que preguntes, la respuesta es sí: he escrito hasta el último detalle del delito y del arresto —soltó Draco con rapidez, mirando con desprecio al mago parado ante su puerta—. Y no necesitas desear ser una pluma, Pucey —agregó con una sonrisa perversa—, tú ya tienes pluma de sobra para dar y repartir. De hecho, eres tan gay que Emmett parece hetero a tu lado.

 

Adrian Pucey, el asistente personal de Shacklebolt y ex compañero de Draco del colegio, soltó una risita mientras daba un par de pasos hasta su escritorio y tomaba la carpeta.

 

—¿Emmett? —preguntó con sorna—. ¿Quién es ése?

 

Draco rodó los ojos. Claro, un vago como Pucey no se habría molestado en averiguar qué era la televisión ni aun al final de la guerra, cuando todos los sangre puras inteligentes —como Draco— habían decidido informarse sobre el mundo muggle para adaptarse a los tiempos que corrían. Partiendo de esa base, resultaba natural que no conociera a aquel personaje de ficción. Draco no se molestó en sacar a su interlocutor de la ignorancia; tenía cosas mucho más importantes qué hacer.

 

—Olvídalo. Ah, por cierto, también eres tan idiota que haces que Michael, amigo de Emmett, parezca un genio.

 

Esa vez, el gesto de Pucey se arrugó con una mueca de desagrado.

 

—¡Deja de llamarme idiota, Malfoy! —le gritó, señalándolo con la carpeta y perdiendo todo gesto seductor.

 

—Porque si no, ¿qué? —preguntó Draco arrastrando las palabras con infinito aburrimiento. Vio que Pucey empalidecía por momentos, recordando que él no era rival para Draco; jamás lo había sido en sus tiempos de colegio, mucho menos ahí en el Ministerio. Al final, dio un paso hacia atrás y le dedicó una sonrisa sarcástica.

 

—Sé que no duermes pensando en mí, Malfoy —le dijo y Draco arrugó la cara con un gesto de asco—. Sé que sueñas en cómo seducirme pero te cuesta aceptarlo porque siempre has sido así de orgulloso. —Draco bufó pero Pucey no se calló—: Sé que te mueres por intimar conmigo y así conocer el secreto que me ha llevado hasta donde estoy parado…

 

Esa vez, Draco se rió con ganas.

 

—Claro, Pucey, claro… como si ser el perro faldero del actual Ministro fuera mi más grande aspiración. —Volvió a mirar a Pucey aun con más asco que antes—. Y respecto a lo otro, te aseguro que tenerte cerca de mí no es ningún maldito sueño, sino una completa y espeluznante pesadilla, grandísimo imbécil.

 

La cara de Adrian Pucey estaba tan roja que Draco creyó que ardería en cualquier momento.

 

—¡No-no sabes lo que te estás perdiendo! —comenzó a balbucear su antiguo compañero de Slytherin, dando un amenazador paso hacia Draco, blandiendo hacia él la carpeta de los papeles como si fuera una espada—. ¡No tienes idea de la cantidad de hombres que desearían tener la oportunidad que tú tienes conmigo! —De pronto cambió su semblante enojoso por una mueca provocativa y añadió en voz baja—: Yo podría interceder por ti para que Shacklebolt te nombrara jefe de aurores, Malfoy. Lo único que tendrías que hacer es… agradecérmelo un poco.

 

—Oh, ¿en serio? —preguntó Draco, inclinándose hacia delante y bajando la voz del mismo modo que Pucey lo había hecho. Su fingido interés provocó que Pucey resplandeciera con una sonrisa triunfal.

 

—En serio, Draco —afirmó Pucey, la lasciva brillando en sus ojos negros—. Puedo asegurarte el puesto, Shacklebolt tiene en muy alta estima mi opinión. No sabes el centenar de cuestiones que ha decidido después de haberme consultado. Con respecto a este asunto del futuro jefe de aurores me he reservado comentarle nada. Quería saber si tú estás dispuesto a… ser amable conmigo a cambio de recomendarte.

 

Draco se quedó en silencio durante algunos segundos, como si realmente pensara en la propuesta de Pucey, pero lo que en verdad analizaba era en cuál sería la mejor manera de quitarse al fin animal de encima. A pesar de no ser feo, Pucey le causaba repugnancia por ser tan completamente rastrero y conformista. No podía tenerle respeto a alguien que siempre había estado tan debajo de él, tan a la sombra.

 

—Yo sería capaz de mucho por llegar al puesto que merezco —susurró finalmente, haciendo que Pucey se inclinara más sobre el escritorio para escucharlo mejor—, incluso sería capaz de ponerle el culo a un lambiscón como tú si estuviera convencido de que en verdad serviría de algo. Pero la verdad es que una recomendación de tu parte sería contraproducente; para Shacklebolt no eres más que el mugroso elfo que le sirve su té todas las mañanas, sin cerebro y sin gracia suficiente como para emitir una opinión decente.

 

De nuevo, el expresivo rostro de Pucey mudó de gesto a velocidad vertiginosa.

 

—¡Maldito arrogante! —gritó, incorporándose un poco y golpeando la carpeta con violencia contra el escritorio de Draco—. ¡Haré que te tragues tus palabras!

 

Draco sacó su varita de debajo del escritorio en el instante mismo que Pucey se acercó más hacia él, invadiendo desagradablemente su sagrado espacio personal y llevándose la mano al bolsillo de la túnica, seguramente en búsqueda de la de él.

 

¡Depulso! —exclamó Draco, hechizándolo aún antes de que Pucey se diera cuenta siquiera de que Draco le estaba apuntando.

 

El encantamiento empujó con gran fuerza a un incrédulo Pucey hasta el corredor, provocando que se golpeara contra el muro y que los pergaminos que todavía tenía en una de sus manos salieran desparramados por todos lados. Draco se puso de pie con gran rapidez y caminó hacia la puerta, sin bajar la varita y sin dejar de apuntarle al desgraciado.

 

Pucey lo miró con los ojos desorbitados cuando Draco llegó hasta él y le colocó la varita en la garganta.

 

—Ahora, ¿quién es el que se va a tragar algo, Pucey? —masculló Draco, oprimiendo la varita con saña. Pucey sólo gimió mientras cerraba los ojos—. Ya te había dicho en repetidas ocasiones que no me interesas, que no me interesarás jamás y que yo no mezclo los negocios con el placer. ¿Por qué no puedes comprender las sutilezas? Déjame tranquilo de una puta vez o te arrepentirás —finalizó con voz grave—. ¿De acuerdo?

 

Pucey comenzaba a asentir frenéticamente con la cabeza cuando un grito resonó desde el fondo del corredor:

 

—¡Malfoy!

 

Una manaza lo tomó del brazo y lo obligó a girar. Y antes de que pudiera pensar en nada, Draco se encontró bajo la penetrante mirada verde de su compañero y rival, el "Me Meto Hasta en Donde no me Llaman", Harry Potter.

 

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gritó Potter bastante alterado. Parado junto a un divertido Ron Weasley, miraba alternadamente entre Draco y Pucey, regalándoles a ambos expresiones ubicadas en el mismo grado de desconfianza, como si no estuviera seguro cuál de esos dos ex Slytherins tenía la culpa del altercado—. ¿Qué es lo que está sucediendo aquí? —preguntó al fin, bajando la voz pero sonando tan indignado como si fuera el dueño del lugar.

 

Draco miró a los otros dos aurores con resentimiento, intentando esconder la varita y sabiendo que ya era demasiado tarde para ello. Lo último que necesitaba era que Shacklebolt recibiera un reporte de mala conducta o de abuso de poder de él y mucho menos presentado por el mismísimo Harry Potter y la madre que lo parió.

 

Se guardó la varita con gran parsimonia y les dirigió a Potter y Weasley la mejor de sus falsas sonrisas.

 

—Qué gusto, Potter. Siempre tan puntual. —Potter respondió a su saludo con un arqueamiento de cejas—. A Pucey —comenzó a narrar Draco, haciendo un gesto con la cabeza hacia el mencionado y quien todavía se encontraba apoyado contra la pared como si su vida dependiera de ello—, lo ha estado molestando un pervertido los últimos días. Y yo, con la piedad que me caracteriza, me ofrecí a ayudarle enseñándole un poco de defensa personal —finalizó Draco con voz melosa.

 

Weasley resopló y meneó la cabeza mientras se cruzaba de brazos y clavaba la mirada en el suelo, como si no pudiera decidir si la mentira de Draco lo divertía o no lo sorprendía en lo más mínimo. Potter, por su parte, miró inquisitivamente hacia Pucey.

 

—¿Eso es cierto? —le preguntó sin pizca de amabilidad. Era obvio que a él tampoco le agradaba el asistente de Shacklebolt en lo más mínimo.

 

Eso bastó para que Pucey recuperara su aplomo y habitual sarcasmo. Enderezó su postura y los colores le volvieron al rostro de inmediato.

 

—En efecto, así fue —respondió, mintiendo aún con más soltura que el mismo Draco (éste estaba seguro de que Pucey temía una demanda de acoso sexual tanto como a él le aterrorizaba la idea de pensar en Potter como el futuro jefe del departamento de aurores). Pucey titubeó un poco ante la severa mirada del Nene Dorado y se giró hacia Draco—. Bien, Malfoy, gracias por todo. Espero que pronto podamos continuar con… las lecciones —le dijo, las últimas dos palabras pronunciadas de una manera tan sugerente que ni siquiera un despistado como Potter podía no darse cuenta de la insinuación latente.

 

Draco frunció los labios, furioso por no poder decirle a Pucey por dónde podía meterse "sus lecciones" y casi deseando que de verdad se presentase una segunda ocasión de poder darle su merecido. Tuvo que conformarse con responderle a Pucey con un inexpresivo arqueamiento de cejas. Sin embargo, observó, casi con satisfacción, la manera en que Potter entrecerraba los ojos con enorme desconfianza hacia el asistente. Incluso Weasley había dejado de sonreír, como si presintiera que la situación era más seria de lo que en un principio aparentaba. Pucey se alejó con rapidez de ellos, y los tres aurores lo miraron partir sin decir palabra.

 

—Malfoy —soltó Potter de repente, concentrando toda su fastidiosa atención en Draco—, ¿estás seguro de que aquí no sucede… algo más?

 

Draco ni siquiera lo miró a la cara mientras liberaba un bufido y se cruzaba de brazos.

 

—Nada que no pueda solucionar sin la sagrada intervención del milagroso San Potter, muchas gracias.

 

—No necesitas hacerte el gracioso, Malfoy —se entremetió Weasley con voz airada—. Harry sólo está tratando de…

 

Draco giró su cuerpo hacia él, con tal mueca de hastío en el rostro que Weasley se silenció de inmediato, pero no por eso dejó de mirarlo como si Draco fuera el bicho más feo del planeta.

 

—Sé lo que Potter está tratando de hacer, Weasley. Fingir un interés en mi bienestar que en realidad no siente, para luego salvarme de oh-no-sé-cuántas desventuras y quedar bien con Shacklebolt, jugando al héroe, como siempre.

 

Weasley abrió la boca para decir algo, y por el sonrojo en su cara se le notaba que estaba demasiado alterado por lo recién establecido por Draco, quien no comprendía cuál era el punto de aquella discusión; ¿desde cuándo a ésos dos les importaba lo que Draco pensara de ellos? No obstante, antes de que Weasley pudiera decir "pío", Potter se le adelantó:

 

—Piensa lo que gustes, Malfoy —le dijo duramente.

 

Draco le dedicó una enorme y encantadora sonrisa.

 

—Ya lo hago, muchas gracias por tu bendición.

 

Su sonrisa tuvo un extraño efecto en Potter, pues de repente éste se le quedó mirando casi boquiabierto y como si hubiera olvidado de qué iba su conversación.

 

Weasley resopló con enfado y tomó al Cara Rajada del brazo, tironeando de él.

 

—De acuerdo, Malfoy. Bien dicen que el dragón cree que todos son de su condición —dijo Weasley con voz socarrona—. Pero mientras te burlas de nosotros y piensas lo peor de lo peor, aprovecha el tiempo y mueve tu pálido trasero hacia la oficia de Shacklebolt.

 

Draco sintió que comenzaba a sudar frío. Potter y Weasley no podían acusarlo de mala conducta después de todo, ¿o sí? El héroe y la comadreja parecieron notar su desconcierto porque ambos se soltaron a reír mientras pasaban de largo ante Draco, tomando el rumbo hacia los ascensores del Ministerio.

 

Draco vaciló en seguirlos. ¿El gilipollas estaba hablando en serio o no?

 

Weasley lo miró por encima del hombro y le dijo, una gran sonrisa iluminando su cara de idiota:

 

—Antes de que te cagues, Malfoy: Shacklebolt quiere vernos a los tres en su oficina, pero no para regañarte por tus desmanes, sino para asignarnos una nueva misión.

 

Draco le hizo gestos despectivos y comenzó a caminar detrás de ellos, procurando dejar una gran distancia de por medio y haciéndolo lo más digno que pudo conseguir. Pero no pudo evitar, a pesar de los metros que los separaban, escuchar a Potter riéndose entre dientes y murmurar "Nunca dejará de ser el mismo cobarde de siempre". "Y el mismo insensible", escuchó que le respondía Weasley.

 

—Dios mío, qué par de reinonas —murmuró Draco entre dientes, deseando poder seguir encerrado en su oficina.

 

Y era en momentos como ése cuando Draco se cuestionaba sin cesar si sus padres no tendrían razón en lo que le decían a cada oportunidad: que elegir la carrera de auror como medio de sustento había sido un error garrafal.

 

 

 

 

Debido a la falta de un jefe en el departamento de aurores, era el mismo Shacklebolt en persona quien se encargaba de asignar los escuadrones que salían a las misiones de campo. Por alguna extraña razón, el Ministro parecía tener una insana obsesión por verlo a él furioso y a punto de perder los estribos. Porque si no, Draco no comprendía por qué, invariablemente, lo integraba en el mismo equipo donde estaban Potter y Weasley.

 

Si Draco no hubiera estado tan convencido de que él era del agrado de Shacklebolt y que éste lo consideraba uno de sus aurores más valiosos del cuerpo, hubiera creído que el mandarlo a misiones con Potter era una manera de presionarlo para que renunciara y se largara corriendo de ahí.

 

—Básicamente —dijo de repente la desagradable voz de Potter, sacando a Draco de su ensimismamiento—, nuestra misión consiste en ir a Glencoe, revisar el perímetro y asegurarnos de que las desapariciones no tienen relación alguna con eventos o criaturas mágicas, ¿cierto?

 

Shacklebolt pareció pensarlo durante un momento antes de responder.

 

—Si yo fuera ustedes, no estaría tan confiado en que esto no tiene nada que ver con magia, Harry. Del mismo modo, tampoco creo que sea algo sencillo ni mucho menos inofensivo. Hay que tener en cuenta que no son ni dos ni tres los desaparecidos. Son más de cien personas extraviadas en esa ruta de paseantes en menos de cinco meses. No quiero que se distraigan ni por un segundo, ni que olviden que pueden estar tras la huella de un peligroso y muy listo asesino de muggles.

 

Revisó los pergaminos que tenía sobre su elegante escritorio y, tomando un mapa, que Draco sabía, ubicaba los posibles rastros de eventos mágicos en la zona mostrada, Shacklebolt lo desplegó y colocó encima de todo lo demás, mostrándoselo a los aurores y obligándolos a inclinarse sobre el papel para poder mirar bien.

 

—Las Tierras Altas Escocesas —dijo Shacklebolt con solemnidad y haciendo que su voz sonara todavía más ronca y profunda—. Hermosos y salvajes parajes, fríos, traicioneros, implacables. Y, lo peor, llenos de magia antigua y en muchos casos, para desventaja de los muggles, poblado de seres que odian su presencia invasora ahí. —Shacklebolt suspiró y meneó la cabeza, como si no pudiera comprender las razones que alguien podría tener para salir de la seguridad de sus hogares e ir a pasear por los helados páramos del norte de Escocia—. Ese mismo peligro latente parece actuar como un imán para los muggles. Les encanta ese tipo de cosas que ellos llaman "deportes extremos". ¿Alguien comprende por qué pueden querer ponerse en riesgo y lo peor, sin poseer magia alguna? ¡Su obsesión por encontrar al dragón que ellos llaman "Nessie" supera lo increíble! Nos ha traído infinidad de problemas desde hace años; el departamento de Criaturas Mágicas se las ve negras para mantener oculto al dragón en el fondo del lago.

 

—Entonces —comenzó a hablar Draco en cuanto Shacklebolt terminó de quejarse de la legendaria intrepidez muggle—, ¿usted cree que esos muggles desaparecidos han sido efectivamente asesinados por algún agente mágico?

 

Shacklebolt suspiró y usó su varita para iluminar un área en el mapa. Era un círculo perfecto alrededor de lo que parecía ser la nada, alejado a kilómetros de cualquier población.

 

—Todas las desapariciones han ocurrido justo dentro de este perímetro. Ningún cuerpo, ninguna señal de violencia. Simplemente, los muggles parecen desvanecerse en el aire. La policía muggle está tan desconcertada que han obligado a su Primer Ministro a recurrir a nosotros. Y yo, personalmente… no creo que sea coincidencia que estos extraños eventos ocurran en un espacio de tierra tan pequeño y no sean obra de la magia.

 

Draco bajó la vista hacia el mapa y suspiró. A pesar de que los muggles no eran santo de su devoción, no pudo evitar tener que reprimir un escalofrío al imaginar el destino de aquellos desdichados… cuerpos tal vez convertidos en algo menos que una piedra, o devorados por quién sabe cuál criatura mágica y espantosa.

 

Shacklebolt sacó otro pequeño papel del montón que tenía en su escritorio.

 

—Estos son los datos de su contacto en Glencoe. Y esto —dijo, tomando una botella vacía de alguna bebida muggle—, es el traslador que deberán tomar en cuanto estén preparados para partir.

 

Draco y Potter estiraron el brazo hacia Shacklebolt al mismo tiempo, bruscamente y casi tumbándose el uno al otro en el proceso. El ministro los miró a los dos con enojo mal disimulado y, sin decir palabra, le pasó los dos artículos a Weasley.

 

—Weasley, tú quedas asignado como el líder en esta misión —destinó Shacklebolt con molestia—. Hazme favor de poner a éste par a trabajar en equipo.

 

Weasley les dedicó una enorme y malévola sonrisa burlona a Potter y a Draco, la cual, ésta ya sabía, no presagiaba nada bueno.

 

—Será un placer, jefe —dijo Weasley antes de darse la media vuelta y salir.

 

Draco y Potter se dedicaron el uno al otro una mirada de mutuo y profundo odio y, apenas despidiéndose del Ministro, salieron a toda prisa detrás de Weasley.

 

 

 

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