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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Síntomas de un Amor no Correspondido

 

There you were on your own, looking like you were the only one around.
I had to be with you, nothing else that I could do.
I should have been away but I knew I had to stay.

 

Last train to London, Electric Light Orchestra

 

 

Capítulo 2

 

El estrecho valle de Coe, asiduo destino turístico entre los muggles y considerado uno de los sitios naturales más bellos de Escocia, no poseía grandes ciudades ni complejos hoteleros. Con apenas un puñado de habitantes, el pueblo de Glencoe albergaba unas cuantas posadas, pubs y restaurantes que, increíblemente, sí resultaban suficientes para brindar alojamiento nocturno a los agotados caminantes que se aventuraban durante el día entre las hermosas cañadas que rodeaban el valle.

 

Fue en una de esas pequeñas posadas a donde fue a parar el trío de aurores del cual Draco formaba parte, y no porque tuvieran muchas ganas de socializar o de celebrar alguna misión triunfal, oh, no.

 

Draco, al igual que los otros dos, llegó al pub de la posada con un humor de

perros, literalmente arrastrado por Potter y por Weasley porque, le dijeron ellos, no podían regresar a Londres a presentar su informe sin haber elaborado un plan previo para enfrentar las consecuencias de su error. Para desgracia de Draco, que lo único que quería era regresar a su casa para darse un baño, la Comadreja hizo abuso de su autoridad como el "líder" de la misión para subordinarlo a su puto antojo y casi sólo por fastidiar.

 

Los tres estaban que no los calentaba el sol después de aquel agotador día, de una ardua búsqueda e investigación, de haber peleado tres contra uno y aun así, haber perdido vergonzosamente. De los tres, Draco —como siempre— se había llevado la peor parte: había sido petrificado, estado a punto de morir bajo el peso de una piedra gigante y, por si todo eso fuera poco, ahora era culpado por Weasley de su fracaso. Y todo porque Potter, que había acorralado al mago fugitivo y estaba a punto de atraparlo, lo había dejado escapar sólo para salvar a Draco.

 

De nada le sirvió a Draco alegar que todo había salido mal por la estupidez de Weasley, que insistió en hacer las cosas "correctamente" y atenerse a las putas reglas en vez de actuar por instinto. Porque, sí, todo había ido bien hasta el momento en que la comadreja al mando decidió portarse educado.

 

Todo había ido bien cuando establecieron contacto con el detective muggle con el que los había mandado Shacklebolt, y el cual les brindó la información que necesitaban además de indicarles el sitio exacto de las desapariciones. Todo seguía yendo bien cuando se trasladaron a la agreste región, y después de una serie de hechizos para revelar presencia mágica, notaron una choza oculta justo en el medio de la zona donde habían ocurrido las desapariciones. Incluso todo siguió yendo bien cuando descubrieron que la pequeña vivienda, escondida bajo un hábil tipo de encantamiento desilusionador y el cual le servía de perfecto camuflaje, resultó ser el hogar de un hostil, viejo y feo mago, bastante poderoso para su edad y para el gusto de Draco.

 

Entonces, ahí fue cuando las cosas dejaron de ir bien. Weasley, en la cúspide del absurdo y la estupidez, insistió en que siguieran las reglas que les prohibían catear viviendas si no existía una prueba contundente de culpabilidad ("¿Qué tal si es la casa de una pobre ancianita, o de una bruja soltera con ocho hijos que…?"), por lo que los tres aurores se habían visto obligados a tocar amablemente a la puerta de aquel ermitaño gruñón.

 

Shacklebolt había tenido razón al decir que alguien que había cometido tantos crímenes sin ser descubierto tenía que ser alguien inteligente y capaz, muy duro de pelar. Y sobre todo, había tenido razón al haberles advertido que no se confiaran. Fue realmente lamentable que fuera justo ese consejo al que menos caso hicieran: cuando el mago les había abierto la puerta, los tres jóvenes magos lo miraron tan decrépito y acabado que realmente dudaron que fuera el sospechoso al cual estaban siguiéndole el rastro.

 

Incluso Draco, observando el comportamiento amable y e inofensivo del anciano, llegó a creer que tal vez Weasley había tenido razón al no permitirles entrar a la fuerza a la choza (no que hubiera pensado en decírselo a la Comadreja, claro). Entonces, los aurores comenzaron a interrogarlo con la guardia más que baja, pero en cuanto le mencionaron que iban de parte del Ministerio, aquel mago (que más tarde los chicos sabrían —por su firma mágica— que se llamaba Roderick Campbell) respondió a la gentil (y ridícula) solicitud de los aurores lanzándoles maldiciones a diestra y siniestra, bastante determinado a convertirlos en parte de sus estadísticas de indeseables exterminados sin contemplación y que obligó a los aurores a ponerse a resguardo tras unas rocas enormes.

 

Sin embargo, Draco fue alcanzado por un encantamiento paralizador —del cual no estaba del todo seguro que su autor hubiese sido Campbell— justo antes de poder ocultarse. Potter aprovechó ese leve momento de distracción para salir de su refugio, con Campbell en la mira y listo para detenerlo. Pero antes de que pudiera atacar con nada al anciano, éste levitó una de las tantas piedras gigantescas que rodeaban su casa y la lanzó directo hacia Draco, quien, horrorizado, la vio venir sin poder hacer nada para protegerse. Fue entonces cuando toda su vida pasó ante sus ojos: escasos milisegundos en los que vio la historia de su breve existencia.

 

Campbell no era nada estúpido. Había hecho justo eso para quitarse la atención de Potter de encima, pues éste, en vez de atacarlo como había estado a punto de hacerlo, se giró hacia Draco para lanzarle un bruto y mal conjurado Depulso —qué ironía, el mismo encantamiento empujador que apenas unas horas antes Draco había usado contra Pucey—que arrastró a Draco por el rocoso suelo el par de metros que eran necesarios para salvarle la vida. Y esos segundos bastaron para que Campbell corriera a una velocidad sorprendente —tratándose de un anciano—, hacia un sitio donde poder desaparecerse.

 

Draco nunca supo cuál cosa lo sorprendió más: si el hecho de que Potter lo salvara de nuevo, o el descubrimiento de que, durante la visión de toda su vida, fuera Potter una de las personas que apareciese con mayor frecuencia en los eventos importantes de la misma, superado apenas por sus propios padres.

Por Merlín. ¿Qué demonios significaba aquello?

 

"¿Cuál aquello?", escuchó Draco que le preguntaba su propia consciencia cuando Weasley y él se sentaron nada suavemente sobre un par de duras sillas de madera en el pub mientras Potter iba a la barra por cerveza para los tres. "¿Que Potter te haya salvado la vida otra vez cuando le habría caído de perlas que la roca te aplastara? ¿O el hecho de que sea él un gran protagonista en tu breve y miserable vida?"

 

Draco se aseguró de darle una patada fortísima a su consciencia por preguntar cuestiones imposibles de responder y aceptó sin discutir —pero también sin agradecer— la pinta con cerveza oscura que Potter le colocó en la mano, dedicándole una mirada cargada con el más puro y profundo odio. Potter le correspondió la mirada del mismo dulce modo.

 

Incluso para Draco, era difícil saber cuál de los dos estaba más enojado.

 

Draco estaba completamente fuera de sus casillas desde que Potter le había salvado la vida, gritándole a él y a Weasley que prefería morir mil veces antes de continuar siendo salvado por el Chico Dorado una y otra vez.

 

—¡¿NO ENTIENDES, IMBÉCIL?! —le había gritado Draco a Potter en cuanto Weasley le quitó de encima la maldición que lo mantenía paralizado—. ¡Con cada ocasión que me salvas la vida, mi deuda de mago se acrecienta cada vez más! ¡MÁS Y MÁS!

 

Potter lo había mirado llanamente, lidiando cómo estaba él con sus propios problemas inferiores, como si él mismo no pudiese creer que el sospechoso se le hubiese escapado de aquella manera, usando el baratísimo y viejo truco de atacar a uno para que el otro se viese obligado a ayudarle. Era la primera vez en todos sus años como aurores que les sucedía algo así a cualquiera de ellos dos. Weasley no contaba porque él siempre acompañaba a Potter a las mismas misiones, así que, de manera automática, los éxitos de Potter eran también los del oportunista pelirrojo.

 

Además, Weasley no era uno de los candidatos a ser jefe de departamento, según le había contado Pucey a Draco. Se suponía que la batalla por el puesto se libraba entre Potter y Malfoy, y nadie más, siendo éstos dos los favoritos y consentidos de Shacklebolt.

 

Aunque a partir de su fracaso de aquella tarde, Draco dudaba que el Ministro continuara considerándolos del mismo modo.

 

Fue así que los tres aurores terminaron aquella desafortunada noche, sentados en silencio alrededor de una mesita junto al fuego en un pequeño pub de Glencoe, rumiando su derrota, bebiendo a sorbos una cerveza que les sabía mucho más amarga de lo normal y cada uno lidiando con sus propias furias y demonios interiores.

 

Draco empinó su pinta y la terminó de un trago. Colocó el vaso ruidosamente sobre la mesa, atrayendo la mirada de Potter y de Weasley hacia él. Había un detalle que le molestaba mucho más que el haber dejado escapar a Campbell, y no iba a permitir que pasara un segundo más sin averiguar el motivo.

 

—¿Por qué, grandísimo estúpido, preferiste empujarme a mí de debajo de la roca en vez de detener a Campbell? —le preguntó a Potter en un peligroso y silbante susurro—. Lo tenías en la mira, pudiste haberlo atrapado… ¿Por qué lo dejaste escapar?

 

Potter también colocó su vaso sobre la mesa, aún con bebida y con mucha más delicadeza que Draco. Miró al rubio directamente a los ojos, y Draco notó que los verdes del héroe brillaban con algo que parecía desesperación e impotencia. Weasley, en cambio, se removió inquietamente en su lugar, como si prefiriera estar en mil sitios diferentes en vez de ahí pero al mismo tiempo, sin atreverse a dejar a aquellos dos a solas.

 

Draco miró a Weasley con bastante resentimiento, todavía culpándolo a él por todo lo que acababa de acontecer.

 

—No está en mi naturaleza permitir que otros mueran o sufran daño si puedo evitarlo, Malfoy —respondió Potter mascullando entre dientes. Se oía molesto, pero también preso de una extraña calma.

 

Draco volvió la cara hacia él y lo miró con más odio, si cabía. Le hacía hervir la sangre que Potter pudiera estar tan tranquilo cuando él, en cambio, se sentía completamente furioso contra aquellos dos.

 

—Eres un tonto redomado, Potter —le dijo Draco, con ganas de herirlo de alguna manera, deseando desestabilizarlo, necesitando demostrar que él también era capaz de remover los cimientos del otro. Clavó sus ojos directamente en los del héroe y las palabras salieron solas, sabiendo bien que serían las que más herirían; porque si había algo con lo cual siempre un Slytherin podía contar, era con atacar los escrúpulos de un Gryffindor—: ¿No te das cuenta que al escapar, Campbell continuará asesinando gente? ¿No te remorderá la conciencia saber que tú pudiste haber evitado la muerte de todos aquellos a los que él mate de hoy en adelante?

 

Potter pareció titubear ante sus palabras. El gesto de su rostro se descompuso en uno de gran preocupación y Draco supo que había dado en el blanco, que a Potter ni siquiera se le había ocurrido pensar en eso. Sonrió con burla, sintiéndose ligeramente mejor al torturar a su compañero de aquella manera.

 

—No estás siendo nada justo, Malfoy —intervino Weasley con voz rabiosa—. ¿Cómo puedes reprocharle a Harry el haberte salvado la vida? —Draco abrió la boca para responder, pero Weasley lo atajó—: ¡Y no me salgas con la patraña de la deuda de mago y estupideces de esa índole! Siendo compañeros de equipo, es nuestro deber cuidarnos la espalda, cuidar unos de los otros. Seguramente habrá alguna ocasión en la que tú tengas que hacer lo mismo por Harry o por…

 

Draco echó la cabeza hacia atrás y se rió con tantas ganas que medio pub se giró a ver cuál era el motivo de tanta diversión.

 

—¿Yo? —consiguió preguntar cuando pudo parar de reírse, dándose cuenta de que Potter lo miraba con intenso resentimiento, y Weasley, simplemente, parecía anonadado—. ¿Salvarles la vida… a ustedes? —Se rió un poco más—. Qué poco me conoces, Weasley. Jamás haría tal cosa si eso implica dejar en libertar a un asesino peligroso. Yo soy de la idea que a veces hay ciertos sacrificios que vale la pena realizar por el bien común.

 

Aquellas palabras fueron como una losa de piedra en el ánimo de los otros dos, quienes intercambiaron una mirada llena de significación. Weasley parecía decirle a Potter "¿No te lo dije?".

 

Un incómodo silencio se extendió entre ellos y Draco se preguntó si no habría ido demasiado lejos al confesar su verdadero sentir. Parecía que existían temas demasiado sensibles para los ánimos Gryffindor y los cuales era mejor tratar con precaución.

 

—Además —añadió, dándole vueltas a su vaso vacío entre las manos y preguntándose vagamente por qué la camarera no venía a su mesa para volverlo a llenar—, el asunto de las deudas de mago no es tan banal como tú crees, Weasley. No es cuestión de palabra, sino de magia involuntaria. Es un tipo de sortilegio antiguo que se convoca por sí mismo, aún si ninguna de las partes lo desea así. —Miró fijamente a Weasley y a Potter, y se sorprendió al descubrir que ambos lucían… ¿nerviosos? Sin comprender el motivo, continuó diciendo—: La deuda de mago es un contrato, y no tengo idea, nadie la tiene, de qué sucede si la acción se repite en varias ocasiones.

 

—¿Quieres decir —comenzó a preguntar Weasley, de repente menos malhumorado y sí más interesado en lo que Draco estaba explicando—… que si un mago continúa salvándole la vida a otro, se "refuerza" esa deuda, por así decirlo?

 

Draco se encogió de hombros.

 

—No lo sé, Weasley. ¿No te lo acabo de decir? Nadie lo sabe. Creo que, en toda la historia de la magia, ningún mago se había encaprichado tanto como tu amigo Potter en desear salvar la vida de alguien en particular —finalizó con gran amargura.

 

A Draco no le producía ninguna gracia ser el sujeto de semejante excepción a la regla. Lo hacía sentirse débil y poco capaz saber que, de no haber sido por Potter, él ya no continuaría en ese mundo... desde hacía mucho.

 

Potter soltó un resoplido de burla.

 

—Yo no tengo la culpa de estar en el mismo sitio que tú en los instantes que te has encontrado en peligro mortal —gruñó, y Draco se sorprendió al escuchar en la voz de Potter casi tanta amargura como la que él sentía—. Supongo que es uno de esos ejemplos perfectos del "Encontrarse en el sitio equivocado, en el momento equivocado"… ¿Qué hubieras querido que hiciera, que te dejara morir sólo para preservar tu mal encaminado orgullo?—espetó con una mueca de burla—. No necesito que me debas nada, yo de buena gana te regalo semejantes deudas… —Bajó la vista y agregó con voz baja—: De verdad me cuesta creer que prefieras estar muerto a deberme algo a mí.

 

—A mí lo que me cuesta creer es en tus motivos para hacerlo, Potter —siseó Draco con rabia—. ¿Sabes qué es lo que pienso? Que usas mi propia vida como un medio para humillarme ante los demás, especialmente ante Shacklebolt, y así, ensalzarte tú mismo ante sus ojos. Porque, estoy seguro, en otras circunstancias, mi integridad no te importaría en lo más mínimo. —Meneó la cabeza y sonrió sarcástico antes de concluir—: Sé que no es más que una manera tuya para ganarme el puesto de jefe… Bastante Slytherin de tu parte, Potter, debo reconocer.

 

Potter abrió la boca con lo que parecía ser indignación. Draco se imaginó que se debería a que le molestaba que éste no tuviera un pelo de tonto y se diera exacta cuenta de cuáles eran sus planes.

 

—¿Alguien quiere pedir algo de cenar? —preguntó Weasley de repente con tono enojado. Draco y Potter lo ignoraron, demasiado ocupados en asesinarse con la mirada—. ¡Si van a cenar, ahora es el momento! —exclamó el otro—. Tenemos que despejarnos la cabeza para planear la manera de atrapar a Campbell, y ustedes sólo están perdiendo el tiempo discutiendo sus niñerías —agregó con tono severo.

 

Potter y Draco se miraron durante un segundo. Líder de la misión o no, Weasley tenía razón, ellos lo sabían. Estaban ahí para organizar un plan "B", no para discutir sobre sus problemas personales. Y siendo Potter el principal problema de Draco, la mejor manera de quitárselo de encima era no cayendo de la gracia de Shacklebolt

 

—Armemos un plan, entonces —concedió a Weasley, pero con la mirada fija en Potter—. Pero no quiero cenar. Se me ha quitado el hambre.

 

Potter le dedicó una tensa mueca que intentaba ser una sonrisa fingida.

 

—¡Qué casualidad, a mí también!

 

Draco le hizo un gesto desdeñoso mientras que con la mano llamaba la atención de la camarera. Otra cerveza era justo lo que estaba necesitando.

 

 

 

 

Tantear terrenos seguros, como lo era armar planes para atrapar delincuentes mágicos, le devolvió a Draco parte del ánimo que había perdido durante los eventos de la tarde. Pronto el asunto quedó zanjado y los tres quedaron en libertad para disfrutar de la noche de la manera en que más les placiera.

 

Draco y Weasley se habían enfrascado en una calurosa discusión acerca de cuáles serían los motivos de Campbell para asesinar a tantas personas y si habría modo de encontrar los cadáveres (Draco tenía cierta teoría con la gran cantidad de rocas que había alrededor de la choza), cuando Potter, aparentemente aburrido de la conversación de los otros dos, se levantó y se dirigió hacia la barra. Él era el tipo de auror que no le importaba en lo más mínimo si un asesino podía tener motivos o no; su única ambición era meterlos tras las rejas sin cuestionarse sus porqués.

 

Draco y Weasley continuaron hablando durante un rato más del mismo tema, pero pronto pareció que se quedaban sin nada que decir y Draco se dijo a sí mismo que era hora de dar la noche por finalizada. Después de todo, el trabajo había terminado y no tenía ninguna intención de pasar más de su valioso tiempo con la Comadreja. Estaba por ponerse de pie, cuando de pronto notó que en la barra Potter estaba conversando muy animadamente con un chico muy guapo y mucho más joven que él.

 

Draco sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. No podía creer que Potter pudiera dedicar esa sonrisa a alguien —¡a un desconocido, por dios!— después de haber fracasado en una misión… ¿Qué estaba pensando el imbécil, cómo demonios podía estar tan feliz?

 

A pesar de que ya no estaba intercambiando ni una sola palabra con Weasley, Draco se quedó sentado donde mismo, dando leves traguitos a su cerveza para hacer tiempo, sin poder evitar echar continúas miradas hacia Potter y su nuevo amigo. Amigo que pronto pareció no poder tener las manos quietas, pues no dejaba de tocar a Potter por aquí y por allá, cuando no el brazo, lo hacía en la pierna. Draco apretó los labios al notar que a Potter ese manoseo no parecía molestarle en lo más mínimo. ¿Con qué derecho estaba tan relajado y dejándose seducir así, por el amor de Dios, después de que por su culpa Campbell había escapado?

 

Weasley pareció notar su incomodidad, porque le preguntó en tono divertido:

 

—¿Sabías que Harry es gay, cierto?

 

Draco entrecerró los ojos mientras se giraba hacia Weasley. ¿Tanto se notaba que estaba observando a Potter?

 

—Claro que lo sé, Weasley —masculló, furioso con él mismo por haberse dejado pillar mirando al otro—. Mi gaydar me lo indicó aún antes de que el mismo Potter se hubiese dado cuenta.

 

—¿Tu qué?

 

—Gaydar, imbécil —respondió con desprecio—. Eso quiere decir que yo también lo soy.

 

Weasley resopló.

 

—Como si no lo hubiera notado ya.

 

El jovencito con el que Potter estaba sentado en la barra pareció elegir ese momento para introducir los dedos de su mano en uno de los bolsillos traseros de los vaqueros del auror. Potter pareció sorprenderse durante un momento, pero casi de inmediato reanudó la animada charla con el chico, llevando él también una mano hacia la pierna del otro. Draco tragó un inesperado nudo de hiel que se le había formado en la garganta.

 

—Malfoy, ¿sucede algo malo? —preguntó Weasley en tono serio—. Pareces querer matar a Harry sólo porque está divirtiéndose. ¿Cuál es tu problema con eso?

 

Draco bajó la vista, sin ni siquiera comprender él mismo por qué el flirteo de Potter le molestaba tanto.

 

—Mi problema es que pone en vergüenza a todo el departamento de aurores —mintió con rapidez, intentando convencerse al tiempo que hablaba de que ésa era la razón—. Está demasiado ebrio.

 

Weasley entrecerró los ojos, mirándolo con furia.

 

—¡Harry no está ebrio! De hecho, ha tomado menos que tú.

 

—¡No son momentos para pensar en ligar con nadie en un bar!

 

—¡El trabajo de hoy ha terminado ya! Les dije que podían hacer lo que les diera la gana, ¿o no, Malfoy?

 

—Ese chico con el que está, podría ser un ladronzuelo, o un espía. —Jadeó cuando una idea se le vino a la mente—: ¡o quizá Campbell lo envió para ponernos una trampa!

 

Weasley lo miró intensamente, como si no alcanzara a discernir si Draco estaba jugándole una broma o no.

 

—Malfoy… Tú realmente no crees lo que estás diciendo, ¿verdad?

 

—Vamos, Weasley… ¿de qué otro modo un chico así de joven y atractivo se acercaría a alguien tan feo y hortera como Potter?

 

La Comadreja se ofendió con ganas.

 

—¡Harry es lo suficientemente atractivo, según me han dicho, como para llamar la atención de ése chico o de cualquiera! —escupió—. ¡Sé de buena fuente que hay montones de personas, magos y brujas, que darían lo que fuera por una noche con Harry! Que tú lo odies y te parezca horrible no quiere decir que a los demás también. ¿No lo crees, Malfoy?

 

—Sí tú lo dices —masculló Draco, apretando los dientes y sintiéndose inexplicablemente furioso por eso. La verdad era que Weasley tenía razón. Potter no era feo, no que Draco hubiese pensado mucho en ese hecho, pero era cierto. Lo que sí ignoraba era que hubiera "montones" de personas haciendo fila para pasar una noche en los brazos de Potter. ¡Qué cosa más ridícula!

 

—Es más —comenzó a decir Weasley, sonriendo como idiota—, ahora que lo pienso, podríamos alquilarle una de las habitaciones del hostal para que suba con el chico a hacer lo que tenga que hacer con él, mientras le…

 

Draco se levantó intempestivamente, haciendo tanto ruido con su silla que incluso Potter se giró a verlo.

 

—No, gracias —resopló, lívido de furia. No tenía idea de por qué, pero el pensamiento de Potter revolcándose con alguien le producía náuseas. Seguro era por lo mucho que lo odiaba, oh, sí, tenía que ser—. Yo no tengo tiempo de hacer de la nana de ningún irresponsable. Me voy a casa a dormir.

 

—De acuerdo —concedió Weasley con el ceño fruncido—. Nos vemos mañana a primera hora en la oficina —le ordenó, recordando de pronto su papel como "líder" de la misión.

 

Draco lo miró con profundo enojo y salió como tromba de ahí en búsqueda de un sitio solitario dónde poder desaparecerse. O al menos, eso fue lo que intentó.

 

Apenas había atravesado la puerta del pub y salido al solitario corredor del hostal que conducía hacia la calle, cuando una mano enorme, por segunda vez en ese día, lo tomó del brazo y lo obligó a girarse hacia su maleducado dueño.

 

Potter. Claro.

 

—¿Qué demonios quieres? —le espetó Draco en cuanto estuvo cara a cara con él, sacudiéndose el brazo para librarse de su agarre—. No deberías dejar solo a tu pequeñajo, ¿qué tal si necesita que le cambies el pañal?

 

Aquellas palabras habían dejado su boca sin que se diera cuenta, y al terminar de decirlas fue demasiado tarde para arrepentirse. Sólo esperaba que el tonto de Potter no hubiera alcanzado a percibir la amargura que estaba implícita en ellas.

 

Pareció que no. Potter sólo lo miró con desconcierto.

 

—¿Te refieres a Johnny? —Draco, por supuesto, no le respondió. Sólo se cruzó de brazos y Potter continuó—: Como sea, él no importa. Sólo es un amigo.

 

—Claro, así les dicen ahora… ¿Qué es lo que quieres, Potter? —repitió Draco con voz peligrosa.

 

—¿Yo? Ah, sólo quería saber… por qué te estabas marchando solo. ¿Ron te hizo… o te dijo algo? —le preguntó con cara de desasosiego—. Sentí que estabas —se interrumpió y enrojeció súbitamente—… Quiero decir, me di cuenta de que estabas enojado. ¿Lo estabas?

 

A Draco lo descolocó el hecho de que Potter pareciera genuinamente preocupado por él. ¿Sería que estaba más borracho de lo que Draco pensaba?

 

—¿Y cómo pudiste darte cuenta de eso si no estabas mirándome? —le rebatió—. Tenías toda la atención puesta en tu ligue de la noche.

 

Oh, no… ¿qué demonios había sido eso? Draco casi se patea el culo él mismo. ¿Qué le sucedía que estaba actuando como una estúpida damisela celosa? Gracias al cielo que Potter era demasiado bobalicón como para darse cuenta de nada.

 

—Yo —dijo Potter, todavía con la cara roja—, digamos que me di cuenta y ya. Y ya te dije que Johnny es sólo…

 

—Sí, sí, como sea —lo interrumpió Draco. Se sentía tan mal y furioso con él mismo que no pudo evitar el torrente de palabras que salió a continuación de su boca y, que sabía muy bien, eran puros golpes bajos para el Gryffindor—: No tendría por qué contarte nada, pero para que vivas tranquilo, te lo diré: me estoy largando de aquí porque la existencia tuya y la de Weasley me parecen tan absurdas que me niego estar respirando el mismo aire que ustedes por más tiempo del necesario. Me largo porque tampoco soporto estar observando la manera en que avergüenzas a todo el departamento de aurores con tu comportamiento, y aunque es una suerte que todos los imbéciles aquí presentes sean muggles y no tengan la más mínima idea de que nosotros somos supuestos magos de élite, aún así… me das una-enorme-pena-ajena —finalizó, arrastrando largamente las últimas palabras.

 

Potter boqueó durante unos segundos antes de replicar con tono indignado:

 

—¿De qué comportamiento mío estás hablando?!

 

Draco soltó un resoplido de burla.

 

—¿Te parece adecuado embriagarte cuando estamos tratando asuntos de trabajo y, por su fuera poco, ligarte a un chico muggle tan joven que parece menor de edad? —preguntó Draco, ignorando prestamente a su subconsciente que trataba de recordarle que, después de todo, ninguna de las dos afirmaciones era demasiado verdadera.

 

—¡Yo no estoy borracho! —gritó Potter, comenzando a enojarse, llamando la atención de un pareja que pasaba por el corredor rumbo al bar—. Y… y en cuanto a-a Johnny —balbuceó, bajando la voz—, él sólo… no creo que sea menor de edad, si no, no lo habrían dejado entrar al pub —finalizó, no demasiado convencido y echando un vistazo hacia la puerta donde la pareja acababa de entrar.

 

A Draco, por alguna extraña razón, le enfureció que Potter no negara que estaba en sus planes largarse a follar con el chico. Dio varios pasos hacia él hasta quedar a un palmo de narices. Potter, en vez de amedrentarse, pareció aumentar unos centímetros su altura cuando se estiró para enfrentarlo, la cara contraída con estupefacción.

 

—Sólo espero que ese muggle idiota con el que te vas a acostar hoy —comenzó a sisearle Draco, con toda la saña que fue capaz, con todas las ganas de hacerle el mayor daño posible—, no sea mañana la siguiente víctima de Campbell, porque si así fuera, sería entera y completamente tu culpa —dijo, picoteándole el pecho con el dedo índice—. No quiero ni ver el cargo de conciencia que te cargarás por ser tú el responsable de su muerte y de la de todos los muggles que…

 

Se interrumpió cuando Potter lo atrapó de los brazos, sosteniéndole cada uno con sus fuertes manos y empujándolo hacia atrás.

 

—¡Oh, no, Malfoy! ¡Sé lo que tratas de hacer y te lo advierto: CÁLLATE! —le gritó Potter, estampándolo contra una pared—. ¿Me oíste? ¡Cállate! No intentes hacerme sentir culpable por haberte salvado. ¡Fue la decisión correcta y no me arrepentiré jamás!

 

—¡CLARO QUE NO TE ARREPENTIRÁS! —respondió Draco también a gritos. Potter, apenas a unos centímetros de él y con las manos manteniéndolo empotrado contra la pared, sólo lo miró con asombro mientras Draco continuaba despotricando—. ¿Cómo vas a arrepentirte si eso te hará llegar a ser el jefe? ¡Eres un cínico, un mentiroso, UN HIPÓCRITA! ¡No finjas que mi vida o la de los muggles te importan! ¡Nadie te importa, ni yo ni ellos! Sólo nos utilizas a tu conveniencia… ¿La vida de cuántos civiles te costará el nuevo puesto, oh, su falso defensor?

 

Potter lo observaba con ojos desorbitados, como si no pudiera dar crédito a lo que Draco le estaba diciendo.

 

—Eres… eres tan increíblemente rastrero y…

 

Draco soltó una risa cruel, bizarramente feliz de haber logrado su objetivo: hacer que Potter se sintiera tan furioso como él mismo.

 

—¡Así es! Ése soy yo. Así que, ¿cuándo dejarás de simular que te preocupa mi bienestar? ¡Estoy tan harto de que me salves que podría vomitar, sobre todo porque sé que en realidad mi vida no te importa más que…!

 

—¡ESO NO ES CIERTO! —bramó Potter, la cara contraída de furia, apretando tanto a Draco de los brazos que lo hizo sisear de dolor, tirando un poco de él hacia delante justo antes de azotarlo con más fuerza contra la pared, obligándolo a callarse. Acercó su cara más a la suya, tanto, que Draco pudo percibir sobre sus labios el aire caliente que Potter exhalaba con tanta intensidad por la nariz—. No es cierto —repitió Potter en voz baja, tranquilizándose súbitamente, acercándose demasiado a Draco, invadiendo su sagrado espacio personal de tal manera que éste casi podía sentirlo completamente pegado a su cuerpo—. Estás… estás muy equivocado. A mí realmente me importas. Quiero decir, me… preocupa que, de verdad… oh, Malfoy…

 

Draco se estremeció ante la manera en que Potter pronunció su apellido. Jamás lo había escuchado hablar así; jamás lo había escuchado llamarle "Malfoy" con algo que parecía ser anhelo, desesperanza, mortificación. Jamás lo había escuchado decir su nombre apenas a unos centímetros de su boca y con su aliento cálido, húmedo y apestoso a cerveza golpeándole en los labios.

 

Se relamió, presa de pronto de un deseo irrefrenable por comprobar si Potter sabría tan bien como se veía, mientras Potter continuaba mascullando tonterías, disculpas, excusas que Draco ya no estaba escuchando. Algo muy en el fondo de su mente le cuestionaba sin parar por qué no se quitaba a Potter de encima, por qué le permitía que lo tuviera agarrado así y en aquella cercanía… pero Draco tampoco estaba escuchando a la voz de su conciencia. En lo único que podía pensar era en qué significaban todas aquellas ganas tan extrañas y todas esas necesidades sin nombre que lo habían invadido por completo y que lo hacían desear callar a Potter de una vez por todas con un maldito beso.

 

—… yo no quiero que te pase nada, Draco. Tu vida vale tanto, y quizá más, que la de cualquiera—continuó balbuceando Potter, su mirada fija en los labios de Draco—. Eres… eres… Desde aquel día, eres…

 

Lo que Draco era desde quién sabe qué día, no fue algo que pudiera averiguar en ese momento. Porque Potter se silenció y en vez de continuar con su discurso, se inclinó hacia Draco y aprovechando su franco estupor, plantó su boca sobre la suya, tan duro que dolió, tan salvaje que lo dejó sin aliento.

 

Draco no sabía qué le costaba creer más: que Potter lo estuviera besando, o que él lo estuviese permitiendo.

 

 

 

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