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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Síntomas de un Amor no Correspondido

Time can never mend the careless whisper of a good friend.
To the heart and mind ignorance is kind.
There's no comfort in the truth, pain is all you'll find.
This matter is so wrong, so wrong that you had to leave me alone.

 

Careless Whisper, George Michael

 

 

Capítulo 4

 

Lo dicho por Pucey —y lo peor, el tono de certeza con que lo había dicho— hizo que el alma de Draco cayera hasta sus pies. Si no hacía algo pronto, si no pensaba en algo rápido, Draco estaba seguro de que podía considerarse hombre muerto.

 

Miró a Pucey inclinarse hacia él con toda la intención de tratar de besarlo en la boca. Un desesperado movimiento de su cabeza consiguió evitar aquel contacto, pero no lo salvó de que Pucey depositara sus asquerosos labios sobre su cuello, sitio donde lo atrapó entre sus dientes y mordió a Draco con enorme saña.

 

Draco ahogó un grito; no quería demostrar su dolor, no le iba a dar ese gusto a Pucey, tenía que resistir. Gimió y peleó por soltarse, pero la fuerza de los golpes y la caída lo habían dejado sin aire y debilitado, y Pucey, en cambio, aferraba sus muñecas cada vez con más fuerza. El otro mago se rió con ganas del vano esfuerzo que Draco hacía por soltarse mientras levantaba la cara de su cuello y trataba de besarlo de nuevo en la boca.

 

—Eres toda una puta, Malfoy, eso es lo que eres, ¿verdad? Un calientapollas, desconsiderado y presuntuoso —se burlaba Pucey con crueldad mientras llenaba de saliva el rostro y el cuello de Draco, lamiéndolo y mordiéndolo sin misericordia—. Pero te lo quitaré… Te juro que en media hora estarás rogándome perdón por haber estado provocándome.

 

—¡No! —masculló Draco, luchando por liberar sus manos, empujando a Pucey con el cuerpo, intentando quitárselo de encima, girando la cabeza de un lado al otro para evitar sus repugnantes besos—. ¡No, no, suéltame...! ¡Suéltame, te digo!

 

—Porque si no, ¿qué? —se rió Pucey, acercando las manos de Draco hacia su propia cabeza de modo que consiguió sujetársela y ya no pudo moverla.

 

Pucey sonrió triunfante y lamió los labios de Draco antes de sumergir su lengua dentro de su boca, llenándolo de su apestoso aliento e invadiendo cada uno de sus sentidos de manera exagerada e insoportable. Draco estaba seguro de que vomitaría en cualquier momento, el asco, el miedo y el dolor comenzaron a hacer mella en su mente, oscureciendo todo a su alrededor. Pero Draco no podía permitirlo, perder la consciencia significaba rendirse y permitir que Pucey tuviera total disposición de su cuerpo, de su integridad, de su vida. Porque, ¿quién no le aseguraba que el maldito no lo asesinaría al terminar?

 

Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, Draco soltó una exclamación de rabia y movió rápidamente la cabeza hacia delante. Golpeó la frente de Pucey con su coronilla, provocando que éste se moviera un poco hacia atrás y dejara de besarlo. Pero si creyó que con eso Pucey lo liberaría, se equivocó.

 

Pucey, más enardecido que antes, soltó varios juramentos mientras cerraba los ojos, seguramente dejando que el dolor por el porrazo menguara un poco pero sin soltar a Draco.

 

Éste jadeó horrorizado. Si semejante golpe no lo había ayudado a quitarse de encima a Pucey, ¿qué más podía hacer? Comenzó a retorcerse de nuevo, luchando por empujar a Pucey, ansioso por aprovechar ese momento de… Pero Pucey abrió los ojos y los clavó, llenos de odio, en un horrorizado Draco que no dejaba de moverse debajo de él.

 

Draco podía sentir la dureza de la erección del otro justo sobre su estómago, y eso no hacía más que llenarlo del funesto presentimiento de que aquello iba a terminar muy mal.

 

—¡HIJO DE PUTA! —le gritó Pucey mientras su mano derecha soltaba a Draco—. ¡¿CÓMO TE ATREVES?!

 

Y antes de que Draco pudiera aprovechar para hacer algo con su mano libre, el puño de Pucey se estampó sonora y durísimamente contra su cara por tercera ocasión, con tal intensidad que la cabeza de Draco giró hacia un lado, se golpeó contra el piso de piedra y aún antes de darse cuenta de nada, Draco se descubrió con la boca tan llena de sangre que tuvo que escupir. Gimoteó y cerró los ojos apretadamente, dejándose perder en el entumecimiento del dolor, rindiéndose ante su agresor pues no le quedaba nada más con qué pelear, moviendo un poco la lengua y percibiendo cómo se le soltaba un diente.

 

Un diente. Había perdido uno de sus hermosos y perfectos dientes. ¿Qué más iba a perder por culpa de aquel cretino pervertido?, pensó Draco de manera ausente, divagando a propósito en tonterías, buscando cualquier excusa para liberar su mente del horror que estaba viviendo en ese momento.

 

—¡Me lo pagarás! ¡Ya verás, Malfoy, no quedará rastro de ti! —gritaba Pucey junto con otros insultos que Draco ya no escuchaba.

 

No escuchaba más porque Pucey lo había tomado de los hombros para levantarlo y azotarlo de nuevo contra el suelo, golpeando su nuca contra la piedra, nublándole la visión, haciendo que lágrimas involuntarias escaparan de sus ojos y provocándole tanto dolor que ya ni siquiera podía quejarse ni gritar. Una y otra vez Pucey lo vapuleó contra el piso, quedándose al fin satisfecho cuando Draco ya no tuvo más ánimo para oponerse a su ataque y quedó reducido a nada más que un cuerpo fláccido y apenas consciente.

 

Y justo cuando Draco creyó que todo estaba perdido, cuando comenzó a sentir las ávidas manos de Pucey moviéndose como serpientes sobre él, acariciándolo con feroz perversión, abriéndole el pantalón, rompiéndole la camisa… Draco cerró los ojos lo más apretado que pudo, gimiendo entre dientes y suplicando por desmayarse para no darse cuenta de lo que ocurriría a continuación.

 

Tan desfallecido estaba que cuando el sonoro "bang" de la puerta abriéndose con magia retumbó por la sala de archivo como si de un trueno se tratara, Draco ni siquiera se sorprendió. No pudo abrir los ojos para ver lo que estaba sucediendo, pero sintió que Pucey se quitaba de encima de él como si alguien lo hubiese empujado, y también oyó los gritos de muchas personas llenando la sala, gente peleando y hechizándose. Draco se percató de que alguien de grandes manos lo sostenía de los brazos, que lo sacudía un poco como si tratara de despertarlo y luego intentaba ayudarlo a incorporarse.

 

Pero Draco, derrotado y humillado, adolorido y con ganas de evadirse, se permitió sumirse en la piadosa negrura de la inconsciencia, ignorando la voz ronca y angustiada que le estaba hablando por su nombre; apenas dándose cuenta, justo antes de desmayarse, que las manos que un momento antes habían intentado levantarlo, ahora recorrían su rostro con dedos temblorosos y tiraban de su ropa rota tratando de cubrir su desnudez.

 

Sabiendo que se encontraba a salvo y sintiéndose extrañamente reconfortado, Draco se dejó perder.

 

 

 

Draco despertó y los recuerdos de lo vivido acudieron a su mente de inmediato. Contuvo la respiración durante un momento, acordándose de la paliza que le habían dado y temeroso de que todavía le doliera todo el cuerpo. Exhaló con lentitud y se sorprendió gratamente al descubrir que ya no le dolía nada. Con la lengua tanteó el hueco del diente que había perdido y, feliz, notó que lo tenía de regreso, sano y salvo, enterito en su lugar.

 

Suspiró profundamente, aliviado de no sentir malestares pero muchísimo más aliviado de no estar condenado a ser un feo desdentado. Era una suerte que quien lo había curado (un sanador, seguramente) lo hubiera dejado como nuevo antes de despertar.

 

Abrió los ojos no sin algo de trabajo. De inmediato reconoció el pabellón de San Mungo reservado para el departamento de aurores y en el que él jamás había estado internado. No, sólo había estado ahí visitando a otros tontos que sufrían accidentes o recibían hechizos a horas de trabajo (Potter era el paciente más asiduo), pero a él jamás le había sucedido nada.

 

Hasta ese momento.

 

Con un estremecimiento, recordó la paliza que le había dado Pucey y casi se maravilló de no haber quedado con daño cerebral. Pero más allá de la mera golpiza, Draco pensó en todas las demás consecuencias y casi quiso gemir de la frustración al suponer que todos sus colegas sabrían ya cuál era el motivo de su estadía en el hospital. Maldijo entre dientes, horrorizado de verse a sí mismo como la casi víctima de un asalto sexual que no supo defenderse por sus propios méritos. Porque, ¡él era un auror, válgame los dioses! ¡Un mago altamente calificado, un sobreviviente de la guerra, uno de los mejores del departamento!

 

¡Uno de los dos candidatos a jefe, compitiendo a la par con el Niño que Vivió!

 

"¿O ex candidato, mejor dicho?", le susurró cruelmente la voz de su consciencia.

Draco volvió a cerrar los ojos. Su consciencia tenía mucha razón. Dudaba mucho que Shacklebolt continuara considerándolo como candidato a jefe después de semejante bochorno. Maldito Pucey, además de haberlo golpeado hasta casi matarlo, también había arruinado sus posibilidades de ganarle de una vez por todas al Cuatro Ojos más fastidioso de todos los cuatro ojos que el mundo había tenido el desagrado de parir…

 

—Malfoy —le habló alguien desde un rincón—. ¿Cómo te sientes?

 

Draco abrió los ojos, furioso y avergonzado por la intromisión. Giró su cabeza hacia dónde había provenido la voz.

 

Era Potter. Ahí, junto a la ventana con el paisaje falso, estaba el héroe todavía con la misma ropa con la que Draco lo había visto esa mañana (¿cuántas horas habían pasado?) y todavía con el mismo enorme chichón en la frente. Si no se hubiera sentido tan débil, Draco se habría reído de buena gana de la torpeza sin límites de Potter.

 

—Por amor de dios, ¿ni siquiera en el hospital puedes pedir que te quiten ese chichón? —le dijo con sorna—. Ese tipo de golpes salen con magia, ¿sabes?

 

Potter se llevó la mano a la frente, tan distraído que parecía no darse cuenta de lo que hacía.

 

—No tiene importancia. En realidad, acabo de llegar —dijo Potter con inusitada seriedad—. Shacklebolt me mandó para ver cómo estabas, no creas que vine porque me intereses o algo.

 

Draco arqueó una ceja. Casi fue como si Potter le estuviese gritando que sí estaba interesado en él "o algo".

 

—Ajá.

 

Potter entrecerró los ojos, y súbitamente, pareció prenderse en llamas.

 

—¡Yo te pregunté si Pucey se traía algo entre manos y tú me dijiste que no! —gritó ante la estupefacción de Draco—. ¿Por qué demonios no nos dijiste que te estaba acosando? ¡Cuando los encontramos en el archivo estaba a punto de violarte, Malfoy, sin contar que te casi te mata a golpes! —finalizó, jadeando como si hubiera corrido un largo trecho y le faltara el aliento.

 

—Yo no dije que no se trajera algo entre manos —comenzó a decir Draco con lentitud, intentando comprender por qué Potter estaba tan enojado—, sólo te dije que no era nada que yo no pudiera resolver sin tu sagrada in…

 

Potter soltó una carcajada burlesca, casi histérica, un tipo de risa que Draco jamás le había escuchado.

 

—¡Oh, por supuesto! —afirmó Potter, dando un amenazador paso hacia la cama de Draco—. Era notorio que lo estabas resolviendo muy bien sin mi ayuda. Si no hubiera llegado a tiempo al archivo, no sé que…

 

—Entonces, ¿fuiste tú quien me quitó a Pucey de encima? —gritó Draco a su vez mientras se incorporaba hasta quedar sentado, no pudiendo creer que su mala suerte llegara a tanto—. No, por favor. No puede ser posible…

 

Potter resopló despectivo y se cruzó de brazos.

 

—Si me sales de nuevo con esa patraña de la deuda de vida, te juro que te traigo a Pucey y lo dejo aquí encerrado contigo durante una semana. —Draco frunció los labios y no dijo más. No era que creyera firmemente en las amenazas de Potter, pero mejor no averiguarlo. Potter pareció satisfecho con su silencio, porque sólo agregó—: Muy bien. Ahora que te has callado, puedo informarte que Pucey está aquí mismo, hospitalizado en calidad de detenido por el ataque perpetrado contra tu persona. Ataque de índole sexual que se agrava por el hecho de que eres un auror. Así que en cuanto te sientas en mejor condición, haz favor de pasar al departamento legal para que tomen tu declaración.

 

Dicho eso, Potter comenzó a caminar hacia la puerta, todo él una oda al peor humor de perros del planeta.

 

—¡Potter, espera! —le pidió Draco y Potter se detuvo, aunque no se giró para encararlo—. ¿Por qué mierda Pucey está hospitalizado si yo no le hice absolutamente nada? —preguntó Draco con indignación.

 

Potter titubeó un poco bajo el marco de la puerta, su cuerpo esbelto y largo balanceándose casi imperceptiblemente.

 

—Porque —respondió sin voltear a ver a Draco—… yo… bueno, al quitártelo de encima, creo que me pasé un poco en el uso de la fuerza que empleé para someterlo y… bueno, eso fue lo que pasó —dijo, saliendo de inmediato de ahí.

 

Draco abrió la boca dispuesto a pedir más explicaciones, pero enmudeció repentinamente al descubrir que justo tras la puerta había otro par de aurores que parecían estar esperando por Potter.

 

—Estoy listo —les murmuró Potter a los otros dos.

 

Los aurores, un par de novatos según recordaba Draco, tomaron a Potter de los brazos como si lo estuvieran custodiando, como si se lo llevaran detenido. Uno de ellos miró hacia Draco y, sin decir nada, cerró la puerta del pabellón, dejándolo con la boca abierta y con muchísimas más preguntas que respuestas.

 

 

 

El sol tenía rato de haberse ocultado cuando Draco salió al fin del departamento legal del Ministerio, acompañado de un extrañamente solícito Weasley que no se había despegado de su lado desde que lo dieran de alta de San Mungo y cuyo raro comportamiento, Draco sospechaba, tenía mucho que ver con "el secreto" que Potter y él le ocultaban. Draco podría haberlo mandado a la mierda desde hacía mucho si no hubiera estado tan perplejo por lo que había sucedido entre Potter y Pucey después de perdiera el conocimiento en el salón de archivo, y cuyo relato había llegado a él gracias a la misma Comadreja.

 

Draco y Weasley llegaron a la oficina del primero, quien se dejó caer pesadamente en su sillón. Apenas sí podía creer lo que había escuchado de labios de Weasley un rato antes, cuando a éste también le habían tomado su declaración.

 

—Así que, ¿bajo arresto, eh? —preguntó con un hilo de voz. Eso explicaba por qué dos aurores lo habían "escoltado" al salir Potter del hospital: lo estaban esperando para encarcelarlo en la celda de seguridad del Ministerio.

 

—Ajá. —Weasley estaba jugueteando con el costoso juego de plumas que Draco mantenía en su escritorio—. Cuarenta y ocho horas, y entonces será libre otra vez —dijo como si tal cosa.

 

Draco casi pierde los estribos ante la exasperante calma del otro.

 

—¡¿Cómo demonios puedes estar tan tranquilo, Weasley?! Potter no se conformó con quitarme a Pucey de encima, sino que lo golpeó hasta casi matarlo, y ahora está arrestado por el abuso de fuerza, retrasando nuestra investigación y arruinando su reputación… ¡¿y a ti no te importa?! —bramó con incredulidad.

 

Weasley dejó sus finas plumas en paz y lo miró largamente.

 

—No es que no me importe, Malfoy. Las cosas están bien ahora, ¿para qué preocuparse? A ti no te pasó nada demasiado grave, lo cual a mí no me hubiera importado mucho, deberé confesarte —dijo sonriendo con burla y Draco lo miró con furia. Weasley soltó una risita antes de continuar—: Pucey está lo suficiente vivo como para asistir a su juicio y cumplir su condena, y Harry… —Weasley desvió la mirada antes de completar—: Bueno, Harry las ha pasado peores, créeme. Un rato de encierro no es nada para él.

 

Draco se frotó la cara con las manos. No comprendía a Weasley, no cuando él estaba a punto de un ataque de nervios. Todo eso no hacía más que demorar la misión del escuadrón, sobre todo ahora que sus investigaciones apuntaban a que Campbell estaba oculto en el mismísimo Glencoe, donde la mitad de los habitantes eran sus parientes y de seguro alguno de ellos lo estaba ocultado.

 

Suspiró y decidió enfocarse en eso precisamente, después de todo la noche era joven y Weasley y él todavía podrían trabajar un par de horas antes de irse a descansar. Así que sepultó a Potter en lo más profundo de su mente y le contó a Weasley todo lo que había conseguido averiguar en el archivo acerca de la familia Campbell. Weasley tomó nota con sumo interés y cuando Draco terminó, también le informó el resultado de las pesquisas que habían hecho Harry y él.

 

—En Londres localizamos a una prima segunda de Campbell, squib a mayores señas, y ella nos contó cosas bastante interesantes de toda la familia que se quedó en Escocia. De hecho, el odio que los Campbell le tienen a los no-mágicos, es la razón porque la buena señora tuvo que huir de su pueblo natal a la ciudad. Nos estaba proporcionando algunos nombres de los familiares más problemáticos que ella cree podrían estar ayudando a Campbell, cuando Harry se dio cuenta de lo de Pucey y tú, y entonces tuvimos que interrumpir la entrevista para regresar al Ministerio a buscarlos. Quedamos de regresar con la prima de Campbell, pero sinceramente no creo que sea ne…

 

—¿QUÉ? —lo interrumpió Draco, no muy seguro de lo que acababa de escuchar—. ¿Puedes repetir eso, por favor? —Weasley lo miró como si no comprendiera, y Draco especificó—: ¿Cómo demonios pudieron Potter y tú darse cuenta de que Pucey me estaba atacando en el Ministerio?

 

Weasley palideció tanto que sus pecas parecían moradas.

 

—Yo no dije eso —jadeó.

 

—Oh, sí. Claro que lo dijiste —afirmó Draco—. Y exijo saber de qué se trata si no quieres que regrese a declarar que Potter y tú estaban enterados de antemano de las intenciones de Pucey y no hicieron nada para evitarlo.

 

Weasley pasó del lívido al rojo en menos de un segundo.

 

—¡Eso no es cierto! ¡Ni Harry ni yo seríamos capaces de hacerte algo así, Malfoy! ¿Quiénes te crees que somos?

 

—¡Unos mentirosos que me han estado ocultando algo! —gritó Draco a su vez—. Voy a contarte hasta tres para que me cuentes el secretito que se traen entre manos, porque si no…

 

—¡De acuerdo, de acuerdo! —se resignó Weasley, dejando caer una valiosísima pluma de águila al suelo. Se demoró algunos segundos en responder, apretando los labios, como si se lo pensara mucho antes de hablar—. Harry va a matarme por esto, pero tal vez sea mejor si tú también lo sabes —dijo al fin, mirando a Draco directamente a los ojos con suma seriedad—. Lo que sucede es que Harry ha estado… desarrollando un… un como lazo hacia ti. Algo que lo ata contigo y con tus emociones, aparentemente.

 

—¿Qué? —bufó Draco.

 

Weasley se encogió de hombros.

 

—Sí, hombre. Sé que suena jalado de los pelos, y yo tampoco lo creí la primera vez que me lo dijo. Pero después tuve que aceptarlo, al ver lo mal que lo pasaba y después de lo de hoy, ya no me queda ninguna duda.

 

Draco sacudió la cabeza, intentando despejársela. Tal vez Pucey sí le había ocasionado algún daño cerebral, después de todo.

 

—¿Podrías explicarme con todo detalle a qué te refieres cuándo dices que Potter está atado a mí? —preguntó con gran lentitud.

 

—Bueno, él dice que desde el día de la Batalla de Hogwarts, cuando los rescatamos del Salón de los Menesteres en llamas, ha sentido —Weasley arrugó el gesto como si le diera asco lo que iba a decir a continuación—… cierta atracción hacia ti. Me jura que fue desde ese momento, y por más que ha hecho para negarlo o para evitarlo, simplemente es así. Inevitable e irresistible, dice. Según él, cuando está cerca de ti siente como si tu cuerpo llamara al de él a gritos, como si fuera una fuerza magnética que lo instara a acercarse.

 

Weasley, más enrojecido que antes, se silenció durante un momento. Era evidente que no estaba mintiendo, se le veía demasiado abochornado como para eso. Suspiró y continuó con su increíble relato:

 

—Cuando me dijo todo eso, yo me reí de él y le dije "Amigo, de dónde yo vengo, a eso le llaman calentura. Si tienes ganas de follarte al hurón, adelante. Hazlo y pasa página" —dijo Weasley y Draco lo fulminó con la mirada—. Pero Harry me juró que era mucho más que eso. Y que presentía que si se acercaba a ti, sería peor, pues con el tiempo se dio cuenta de que además de sentirse atraído, él… percibe cuando estás en peligro. Dice que es como si pudiera sentir el miedo que tú estás experimentando, que sabe que estás en riesgo y que a veces hasta puede sentir dolor o cosas que tú mismo estás viviendo. Harry dice que esa sensación es tan aplastante e insoportable, que necesita salir corriendo a buscarte para ayudarte. —Weasley hizo una larguísima pausa, mirando a Draco con preocupación—. Él cree que podría morir si tú mueres también.

 

Draco comenzó a sudar frío. Aquello era escalofriante y casi pudo sentir lástima por Potter.

 

—Es un hechizo. Una maldición —comenzó a farfullar Draco—. Tiene que ir a San Mungo, que le hagan exámenes y descubran que fue lo que…

 

Weasley soltó una risita.

 

—Malfoy, ¿realmente crees que nos quedaríamos sentados sin hacer nada? ¿Tengo que recordarte que Hermione Granger es nuestra amiga?

 

Draco recordó a la gusano de biblioteca que había sido aquella sangre sucia y negó con la cabeza. Seguramente que semejante bicho ya habría pensado en cualquier posibilidad mencionada en los libros de toda la historia de la humanidad, aparte de haber arrastrado a Potter a consultarse con todos los sanadores disponibles en miles de kilómetros a la redonda.

 

—Entonces, ¿nadie sabe qué es lo que lo provoca? —preguntó nada más para asegurarse, aunque la respuesta era obvia.

 

Weasley negó con la cabeza.

 

—Tenemos la firme sospecha que tiene que ver con… la deuda de mago. Hermione cree que, tal vez debido a que Harry es un mago poderoso y fuera de lo común (tuvo un trozo del alma de Voldemort en él, por si acaso no lo sabes), quizá el encantamiento que se convoca por salvar la vida a otro mago, ha funcionado mal con él.

 

Draco bufó.

 

—Pero, Weasley, seamos realistas… ¿a cuánta gente Potter le salvó la vida durante la guerra e incluso después? —Weasley abrió mucho la boca pero no respondió. Draco sabía que hasta el mismo Potter habría perdido la cuenta—. Exactamente a eso me refiero. A montones, ¿cierto? Entonces, ¿por qué no desarrolló esa… esa… obsesión con todos a los que ha salvado como lo ha hecho conmigo?

 

—Merlín, Malfoy, si lo supiéramos, ya habríamos hecho algo para…

 

—Lo que pasa es que Potter está enamorado de mí, Weasley —afirmó Draco petulantemente, cruzándose de brazos y subiendo los pies a su escritorio. De pronto había recordado el beso que Potter le había dado la noche anterior en el pub, algo que estaba seguro, Potter no hacía con todos aquellos a los que les había salvado el pellejo. Weasley lo miró con incredulidad y Draco añadió—: Por favor, Weasley, no sé de qué te sorprendes. Soy tan irresistible que eso no debería extrañarle absolutamente a nadie.

 

Aunque si Draco era sincero con él mismo, la verdad era que sí le extrañaba que Potter estuviera hasta las manitas por él. Era curioso, pero a pesar de la obsesiva fijación que el Cuatrojos parecía tener por Draco, e incluso, a pesar del beso intempestivo y apasionado que le había dado, éste jamás se había planteado la posibilidad de que fuera porque estuviera enamorado de su persona. Y la idea, cosa rara, ahora no le resultaba tan desagradable del todo…

 

—¡Por supuesto que no está enamorado de ti! —refutó Weasley poniendo la cara de asco más exagerada que había puesto en todo ese rato, y vaya que ya era decir. Draco se sintió profundamente ofendido por eso, pero antes de poder decir nada, Weasley continuó—: ¿Qué podría ver alguien en ti, si eres un cretino? ¡Desde que te conoce, Harry siempre te ha odiado, has sido su rival toda la vida, siempre tratando de opacarlo y molestarlo! No, Malfoy, eso está definitivamente descartado. Tiene que ser un tipo de magia, y lo peor, magia negra. De otro modo, Harry jamás se habría fijado en ti.

 

Las palabras de Weasley lo habían ofendido tanto que durante unos segundos Draco no pudo pensar en qué responder. Afortunadamente, Weasley continuó hablando sin percatarse en lo más mínimo que acababa de irritar profundamente a Draco.

 

—Es algo anormal, algo mágico. Por supuesto que no es amor, es más, ¡ni siquiera es atracción! Si no, ¿cómo explicas que Harry haya sentido tu miedo cuando Pucey te estaba atacando, e incluso le dolieron en la cara los cuatro golpes que el idiota te dio? —gritó Weasley, señalándose las dos partes de la cara donde Pucey había golpeado repetidamente a Draco—. ¡Se puso como loco en la casa de la prima de Campbell, gritando que algo te estaba pasando, que fuéramos a buscarte! Nos aparecimos aquí con la esperanza de que aún no hubieras salido, y Harry, sin saber cómo ni por qué, se encaminó directo al archivo.

 

Draco lo miró boquiabierto. Eso sí que era raro. Weasley continuó, bajando la voz y mirando a Draco con algo que parecía enojo.

 

—Incluso, al llegar ante la puerta, Harry gritó de dolor, se llevó una mano a la boca y exclamó, todavía mucho más furioso que antes: "¡El maldito lo ha vuelto a golpear y le ha tirado un diente!". —Draco se estremeció al escuchar eso—. ¿Cómo te lo explicas, Malfoy? ¿Todas las personas se sienten así por su media naranja cuando están enamorados?

 

Un largo silencio invadió la oficina de Draco. Weasley, furioso, esperaba a que éste dijera algo, y Draco tuvo que tragar un doloroso nudo que se le había formado en la garganta antes de poder pronunciar palabra. No comprendía por qué, pero sentía una gran decepción al saber que el interés de Potter hacia él era resultado de alguna malévola maldición.

 

—No tienes que ser tan sarcástico conmigo, Weasley —rezongó Draco hablando con gran lentitud, temiendo que su voz dejara traslucir la repentina desilusión que estaba sintiendo—. Después de todo, yo no tengo la culpa de lo que le sucede a Potter. Yo no lo hechicé ni pedí que se sintiera así por mí.

 

Weasley suspiró y desvió la mirada durante un momento, sus facciones relajándose un poco.

 

—Sí, tienes razón —accedió—. Lo siento, Malfoy, en verdad ninguno de nosotros cree que tú tengas la culpa. Pero, ¿sabes qué es lo que sí creemos? —dijo con repentino entusiasmo, mirando fijamente hacia Draco—. Que tú podrías ayudarnos a resolver esto.

 

—¿Yo?

 

—¡Pues claro! ¿No es obvio? —dijo Weasley—. Hermione tiene la teoría de que, si esta maldición (sí, porque es una maldición para el pobre Harry, Malfoy, cállate la boca) fue provocada por la deuda de vida, la solución es que tú se la pagues.

 

—¿Que se la pague? —repitió Draco—. ¿La deuda de vida?

 

—Ajá. Hermione cree que todo esto terminará si tú le salvas la vida a él, a Harry. Pero no de cualquier manera, si no poniendo en riesgo la tuya propia.

 

—Estás demente, Weasley. Yo no haré tal co…

 

—¡Fue así que Harry te salvó la tuya, ¿ya no lo recuerdas?! —gritó Weasley, enojándose de nuevo—. Escuchó tus gritos y regresó a buscarte a sabiendas de que también él podía morir entre las llamas si hacía eso. ¡No fue un rescate cualquiera, Malfoy! Harry se arriesgó por ti, y por eso Hermione cree que esta deuda es mucho más especial que cualquier otra. Y tú tienes que corresponder de la misma manera, tienes que estar en peligro tú también. No es como si tengas que tomarlo de la mano cuando se vaya a caer en la ducha o cosas así de fáciles.

 

Algo hizo clic en el cerebro de Draco.

 

—¿Cuando se vaya a caer en la ducha? —preguntó con un hilo de voz, recordando de repente el diálogo que había sostenido con Potter y Weasley acerca de cómo se había hecho su chichón.

 

"En la mañana, cuando me duchaba, resbalé y me golpeé… Después de todo, eran las cinco y media de la mañana", había dicho Potter cuando Draco le preguntó.

 

¿Y qué hora había sido cuando Draco se había despertado, aterrorizado por algo, sintiéndose mojado, sintiendo que caía y con un dolor lacerante en la frente como si se hubiera golpeado?

 

Habían sido las cinco y media de la mañana.

 

Draco se sintió enfermo ante semejante revelación. Un mareo lo invadió y se movió hacia delante, bajando los pies del escritorio y apoyándose sobre él con las manos. Quería vomitar. En serio que sí.

 

—Malfoy, ¿te sientes mal? —le preguntó Weasley—. ¡Te has puesto de color verde!

 

Draco negó con la cabeza.

 

—Estoy bien, es sólo... la impresión de la noticia —mintió. No iba a decirle a Weasley que él también sufría de "una atadura" hacia Potter y a sus malditas emociones. Oh, no. No diría nada a nadie hasta estar seguro de qué era lo que estaba pasando entre ellos dos.

 

Weasley resopló y meneó la cabeza.

 

—Eres un cobarde. Mira cómo te has puesto sólo porque te hablé de arriesgar la vida… ¡De verdad que a veces…!

 

Draco sólo lo miró con intenso enojo, pero no respondió. Que pensara el cretino lo que quisiera, cualquier cosa era mejor a que supiera que en verdad Draco sentía por Potter algo mucho más allá de una "sana rivalidad" y que Potter no era el único ahí que podía sentir los miedos y peligros a los que se enfrentaba el otro.

 

Draco primero se dejaría matar por cien Puceys antes de reconocer tamaña

verdad.

 

 

 

Aprovechando el encierro temporal de Potter, Weasley arrastró a Draco a una desagradable entrevista con su amiga, la sangre sucia Granger. Ella, al contrario de Draco, se mostró muy feliz de verlo. Bueno, siendo sinceros, se mostró feliz de que hubiese accedido a ayudarlos a "desencantar" a Potter, pues, según dijo, estaba completamente harta de escuchar a Potter suspirar todo el santo día por él, de verlo ojeroso, cansado y, lo peor, sin ilusiones.

 

—No come bien. No duerme como es debido. ¡Todo es culpa tuya, Malfoy! Se la debes a Harry, y se la vas a pagar.

 

Si Draco no hubiese estado tan impactado por el hecho de que se había dado cuenta que a él le pasaba lo mismo que a Potter, Granger no habría vivido para contarlo. Además, ¿qué Weasley no le había dicho que ahí nadie pensaba que fuera su culpa? Por lo visto, Granger tenía una opinión muy diferente al resto.

 

Granger los invitó a sentarse y se pusieron a idear un plan. Siendo que ella había decidido que todo eso era culpa de Draco, éste tuvo que darle dinero para que se largara a comprar lo necesario ("Es que no es barato, ¿sabes, Malfoy? Pero cómo tú eres millonario y todo eso, pues sé que será como quitarle un pelo a un gato…"). Weasley charló con él mientras tanto, intercalando de vez en cuando una que otra amenaza mortal que llevaría a cabo si Draco no salvaba la vida de Harry cuando fuese necesario. Después de un rato de escuchar eso y de preguntarse por qué el señor Destino lo odiaba tanto, Draco se disculpó y finalmente fue a vomitar al baño.

 

Una media hora después, Granger regresó al apartamento con un paquete bajo el brazo. Weasley quiso mirar, pero Granger dijo que primero tenía que aplicarles un encantamiento a los objetos que llevaba ahí, así que se encerró en su habitación a hacerlo, alegando que Draco y Weasley la distraían demasiado. Diez minutos más tarde, salió con los pelos más alborotados que antes y una caja abierta que contenía, al parecer, un par de joyas de plata.

 

—Aquí está. Tú te pondrás esto, Malfoy —dijo Granger, arrojándole a Draco un colgante sujeto de una correa de cuero negro—. Y esto —les dijo, señalando con su varita la otra joya que había quedado en la caja. Draco y Weasley se acercaron a ver. Era un anillo a juego—… será para Harry. Les he colocado un poderoso encantamiento vinculador que hará que Malfoy, cuando toque su colgante y diga "Llévame", se traslade a donde sea que se encuentre este anillo. El cual, por supuesto, estará en el dedo de Harry a partir de esta noche.

 

Sonrió muy satisfecha de ella misma y miró a los dos aurores como esperando el veredicto.

 

—Funciona como un traslador, ¿entonces? —preguntó Draco mientras acariciaba distraídamente su colgante nuevo entre los dedos. Esperaba que Granger no hubiese gastado mucho en él porque no pensaba usarlo más de lo necesario.

 

—Así es. Un traslador cuyo destino será el mismo donde se encuentre el anillo en el momento en que sea activado.

 

—Hermione, yo tengo una duda —preguntó Weasley, poniendo su habitual cara de idiota—, ¿cómo se supone que Malfoy sabrá cuándo está Harry en peligro, si no están juntos todo el tiempo?

 

—Oh. Ah. Eh —Granger abrió mucho los ojos—. Creo que me hace falta pensar en eso.

 

Draco los miró con sorna, preguntándose si debía decirles que a él también se le había desarrollado un radar para percibir cuando Potter estaba en aprietos. Miró a Granger hacer un montón de muecas graciosas mientras analizaba su problema, y al final Draco decidió que no les diría nada. Era más divertido mirarla devanándose los sesos.

 

—¿Puedo irme ya? —preguntó inocentemente, ansiando salir de ese apartamento muggle que le estaba dando comezón.

 

—Supongo que sí —respondió Granger, frunciendo las cejas como si estuviese pensando muy duramente. Seguro que buscaba una excusa para impedir que Draco se fuera y así, seguir torturándolo. Al final, pareció que no se le ocurrió nada, porque suspiró y añadió—: Mientras pienso en lo otro, me encargaré de que Harry tenga el anillo puesto esta misma noche. Le diré que es un regalo adelantado de cumpleaños o algo así.

 

—Si le dices que Malfoy se lo ha regalado, seguro no se lo quita ni para ir al baño —comentó Weasley, echándole un vistazo a la caja para ver la susodicha joya—. Mmm… ¡Qué raro es! ¿Qué demonios significa ese símbolo que tiene grabado?

 

—Eh, ¿cuál símbolo? —preguntó Granger comenzando a enrojecer y alejando la caja de la vista de Weasley— No sé de qué estás hablando, Ron.

 

Draco tuvo un mal presentimiento de eso.

 

—A ver —dijo Draco, y le arrebató la caja a la bruja. Antes de que ella pudiera impedirlo, Draco observó con detenimiento aquel anillo de plata. Estaba tallado con un par de símbolos que Draco sabía, era de origen céltico: un nudo que rodeaba todo el anillo y servía de marco para un par de manos que sostenían un minúsculo corazón, el cual tenía una corona encima.

 

Draco jadeó con indignación. Rápidamente, miró con detenimiento el colgante que tenía en la otra mano y que hasta ese momento no había observado bien. Era un dije redondo, con los dos mismos símbolos del anillo en él.

 

Draco volvió a jadear y fulminó a Granger con la mirada.

 

—¡¿El Claddagh?! Pero, ¡¿acaso tienes escarabajos en el cerebro, Granger?!

 

—¡Oye, Malfoy, contrólate! —intervino Weasley—. ¿Qué demonios es el cladásh, o lo que sea?

 

Granger enrojeció más y pareció dispuesta a no decir nada, por lo que Draco suspiró y le respondió a Weasley:

 

—El Claddagh es un símbolo de origen irlandés que representa la amistad, el amor y la lealtad. Por lo general se usan en anillos de compromiso o de boda, o sea, en regalos que se hacen entre ena-mo-ra-dos —finalizó Draco, recalcando la palabra con odio y asesinando a Granger con la mirada—. ¡Si le dicen a Potter que yo le di eso, creerá que le estoy declarando mi amor!

 

—Tonterías, Malfoy. También se suele regalar como símbolo de amistad —dijo Granger restándole importancia—. Ahora, lo vital es que Ron no se separe de Harry para que, en el momento dado que éste esté en un gran peligro, pueda él comunicarse contigo y acudas a salvarlo… Necesito pensar en algo que…

 

Lo que Granger tenía que pensar, ya no fue escuchado por Draco. Tragando saliva y preguntándose por milésima vez en qué diablos se había metido al asociarse con aquellos dos, Draco se pasó la correa de cuero por la cabeza, colocándose así aquel significativo colgante. No quiso ni imaginarse lo que Potter creería cuando viera el anillo que supuestamente él le había comprado. Su última esperanza era que Potter fuera demasiado espeso para tener idea de qué era el Claddagh.

 

Aunque conociendo a Granger como él la conocía, Draco estaba seguro de que lo había comprado así a propósito para hacer creer al pobre ingenuo de Potter que Draco sentía por él algo mucho más significativo que su famosa y añeja rivalidad. Pasando la mano abierta por encima del colgante que ya pendía de su cuello, Draco suspiró discretamente y tuvo que reconocer que, tal vez, lo anterior no era tan descabellado como se podía creer. Que, tal vez, realmente Draco estaba atado a Potter con lazos que ninguno de los dos alcanzaban a comprender.

 

Pero eso, era un secreto que Draco prefería llevarse a la tumba antes de dejárselos saber.

 

"Después de todo, estos lazos y este interés que sentimos el uno por el otro son sólo resultado de una estúpida maldición, ¿cierto?", pensó Draco no sin cierta decepción, mirando a Granger y a Weasley discutir por algo pero sin prestarles la más mínima atención. "El resultado de una deuda de mago… fallida", concluyó con sarcasmo, sintiéndose inexplicablemente enojado y arrugando el gesto casi sin darse cuenta. Si alguna vez alguien le hubiera predicho que terminaría así, "atado" a Potter por lazos invisibles pero invencibles, Draco se habría dejado consumir por las llamas de muy buena gana allá en el Salón de los Menesteres de donde el mismo Potter lo había sacado.

 

O… tal vez no.

 

Draco agachó la mirada al recordar aquel terrorífico momento. Jamás se le había ocurrido reflexionar en que Potter realmente se había arriesgado para salvarlo a él, que podía haber muerto, que no tenía por qué haber regresado a buscarlo.

 

Si no hubiera estado tan absorto en sus pensamientos como se encontraba, Draco se hubiera muerto de la vergüenza al descubrir que Weasley y Granger ya habían dejado de discutir y estaban mirándolo con genuino asombro. Porque, después de todo, ver a Malfoy con el semblante nostálgico no era cosa de todos los días, y el hecho de que estuviera acariciando el colgante sin darse cuenta, era un gesto bastante revelador.

 

Incluso para alguien tan poco intuitivo como Ron.

 

 

 

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