Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Síntomas de un Amor no Correspondido

You are far when I could have been your star.
You listened to people who scared you to death and from my heart.
Strange that I was wrong enough to think you'd love me too.
I guess you were kissing a fool...
You must have been kissing a fool.

 

Kissing a Fool, George Michael

 

 

Capítulo 3

 

Con los ojos bien abiertos a pesar de que no veía más que piel morena y abundante cabello negro, Draco no pudo evitar jadear de la impresión, todavía bastante abrumado como para hacer algo al respecto, todavía no pudiendo creer que eso estuviese ocurriendo y que de verdad Potter se estaba atreviendo a besarlo. Y Potter, aprovechado y ladino como siempre, sacó ventaja de su jadeo para introducir de manera brusca su lengua en las profundidades de la boca de Draco.

 

La sensación de aquel músculo fuerte, sedoso y mojado, hurgando con decisión dentro de Draco, fue electrificante. Draco, que jamás había sido besado de aquella manera, cerró los ojos y gimió de satisfacción, correspondiendo el beso de Potter con acrecentada vehemencia, temiendo que no fuera más que una burla o un modo cruel de vengarse, pero sabiendo muy en el fondo que aquel mago era demasiado Gryffindor, demasiado sincero y honesto como para poder fingir que estaba disfrutando de aquello si no era cierto.

 

Porque vaya que Potter lo estaba disfrutando, oh, sí. Draco se dio cuenta de eso porque Potter correspondió a su reacción, suspirando con ansias y pasando las manos por la espalda del rubio, abrazándolo completamente y pegando su cuerpo al de él. Draco se dejó hacer, perdido en el momento, cada vez más asombrado de que un simple beso pudiera sentirse así de bien; porque Potter lo estaba haciendo mirar puntos blancos bajo los párpados, lo estaba haciendo jadear y gemir de placer, lo estaba haciendo que se le pusiera dura y que deseara, con todas sus fuerzas, ser él a quien Potter se llevara a una habitación de aquel hostal en vez de aquel jovencito insípido, que deseara que se lo follara hasta dejarlo ciego, que…

 

Draco abrió los ojos de repente.

 

Dios mío, ¿qué era lo que acababa de pensar? ¿Qué era lo que estaba sucediendo? ¡Potter lo estaba besando y Draco estaba correspondiendo! ¡Y no sólo eso, sino que incluso ya estaba queriendo terminar la maldita noche en una habitación con él!

 

—Oh, Merlín —gimoteó con angustia, separándose bruscamente de Potter y arrojándolo lejos de él. Se llevó una mano a la boca para limpiarse los restos de saliva, mirando Potter y a su grandísima cara de desconcierto—. ¡Potter! ¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO? —le gritó Draco con creciente ira.

 

Pero aún antes de que Potter pudiera responder, aún antes de que tuviera tiempo de asimilar la pregunta —creía Draco—, éste, más furioso con él mismo que con el otro, sacó la varita de su chaqueta con un solo movimiento raudo y preciso. Potter vio eso y, por instinto, se movió hacia atrás, tal vez creyendo que Draco le arrojaría una maldición. Pero Draco, ciertamente, tenía otros planes en mente y otro hechizo que realizar.

 

Francamente horrorizado de las acciones y reacciones de Potter, pero muchísimo más de las suyas propias, Draco convocó la desaparición y se largó rumbo a su mansión, ahogando un gemido al notar la mirada de ansiedad que Potter tenía clavada en él antes de hacerlo.

 

Llegó a su cuarto y se paseó como troll enjaulado durante algunos minutos, tirándose el cabello y no queriendo ni pensar en los motivos que los habían llevado a ambos a tener semejante comportamiento. Decidió ducharse —sí, con el agua más helada que pudo usar—, completamente resuelto a no darse el gusto de satisfacer a su todavía necia erección, intentando no discernir en nada relacionado a Potter ni al ardiente beso que acababan de compartir; intentando no pensar en que Potter podía estar en esos momentos compartiendo esos besos con cualquier otro, tal vez un jovenzuelo muggle en un hostal perdido de Glencoe. Y no sólo compartiendo besos, sino algo más, mucho más que…

 

Draco gimió y se obligó a pensar en Campbell, no en Potter; en su futuro como jefe de aurores, en ganarle el puesto a Potter. Fallando miserablemente al darse cuenta de que cualquier evento o circunstancia en su vida también lo llevaba directo a pensar en Potter.

 

—¡Potter esto, Potter aquello, estoy harto! —le gritó a la soledad del baño—. Ya mañana será otro día, mañana lo pensaré… ahora, ahora lo que necesito es dormir —murmuraba mientras salía de la ducha y, temblando de frío, se ponía un pijama limpio—, descansar porque mañana… Tengo que atrapar a Campbell. Yo. No él. No Potter...

 

Y así se acostó, tercamente obligándose a pensar en la manera de congraciarse con Shacklebolt, en las tácticas de persecución aprendidas durante toda su vida, en…

 

—Mañana —susurró, enterrando la cabeza en la almohada, casi dormido—… mañana, lo atraparé. Lo atraparé y... Potter será mío.

 

Cayó en un profundo sueño sin darse cuenta de que, por más que él insistía en pensar en Campbell y no en su odiado rival, sencillamente su subconsciente se había divertido con ganas traicionándolo con ese desliz freudiano.

 

 

 

Pánico, vértigo y la sensación de estar dentro del agua despertaron a Draco a quién sabe qué horas de la madrugada. Se sentó sobre su cama, jadeando en un supremo esfuerzo por respirar después de haber albergado la terrible sensación de estar mojado, de haber resbalado y caído, al mismo tiempo y dentro de un sueño. Pero, por sobre todo, lo que más lo había afectado y lo que, realmente, lo había llevado a despertar con tanta brusquedad a deshoras de la madrugada, había sido el intenso y terrible miedo que todavía no lograba sacudirse de encima.

 

Temblando como hoja al viento, Draco tomó su varita y conjuró la hora. Las cinco y media de la mañana. Dios mío, todavía le quedaba un poco menos de dos horas para levantarse. ¿Podría volver a dormir?

 

Se pasó una mano por el cabello y al rozarse la frente, gimió de dolor. ¿Por qué le dolía tanto ahí? Se frotó distraídamente, intentando recordar si durante la tarde anterior se había dado un golpe o algo. La verdad era que no lo recordaba, aunque, dadas las circunstancias, con tantas piedras volando, Campbell atacándolo y Potter empujándolo, aquello parecía bastante probable.

 

Restándole importancia, se acurrucó en posición fetal, se arrebujó con las sábanas y cerró los ojos apretadamente, intentando reencontrarse con Morfeo. Había estado durmiendo bastante plácidamente considerando los eventos ocurridos el día anterior —casi aplastado por una roca y todavía PEOR, haber sido besado por el imbécil de Potter— hasta el momento en que esa pesadilla invadió sus sueños.

 

Mientras se sumergía lentamente en el océano de la inconsciencia, Draco trató de recordar de qué había ido aquella pesadilla y por qué lo había asustado tanto. Pero no podía hacerlo. Sencillamente, ninguna imagen acudía a su mente. Había sido simplemente la sensación de perder el equilibrio, de caer, de morir. La sensación del miedo a perder algo… algo demasiado valioso para Draco y que había estado en gran peligro. Algo que debía estar protegiendo porque su pérdida le provocaría un dolor y vacío inmenso.

 

Había sentido miedo. Simple y llanamente, mucho miedo de perder algo que no comprendía qué era, ni mucho menos si realmente lo poseía.

 

 

 

A partir de esa pesadilla, todo fue de mal en peor. No consiguió dormir bien y tuvo que levantarse temprano para ir al trabajo. Eso sí, no hasta después de haberse aplicado un encantamiento contra la hinchazón y las ojeras. Porque un Malfoy podría estar trasnochado y cansado, pero impresentable, jamás.

 

La larga ducha caliente y el tiempo frente al espejo le restaron minutos a su desayuno, y apenas sí alcanzó a bajar por un té y unas tostadas antes de tener que salir por la chimenea del salón rumbo al Ministerio. Lucius y Narcisa, quienes tenían la firme convicción de que ser auror era sólo un capricho de su hijo para continuar compitiendo contra Potter, que pronto se cansaría de vivir peligros y desventuras y regresaría al redil de la cómoda vida aristocrática, miraron con malos ojos su terrible aspecto matutino.

 

—Buenos días, madre, padre —saludó Draco, tomando una tostada y metiéndosela en la boca—. Adiós, madre, padre —se despidió Draco, quitándose la tostada recién metida en la boca para poder darle a su madre un beso en la mejilla. Narcisa apenas sí tuvo tiempo de reaccionar cuando Draco ya estaba saliendo corriendo del comedor. Abrió la boca para pedirle explicaciones, pero Draco la atajó—: ¡Lo siento, mamá, hablaremos después! ¡Un maníaco anda suelto tratando de joderme el puesto de jefe de aurores, y tengo que ser yo el que lo atrape! ¡No puedo retrasarme, Potter ya debe estar buscándolo!

 

Y sin más, los Malfoy escucharon el rugido de la chimenea al tiempo que Draco se lanzaba a la red flu. Lucius suspiró con resignación antes de volver a sumergirse en El Profeta. Narcisa, en cambio, se quedó bastante rato con un gesto de gran preocupación en el rostro.

 

—Qué curioso —dijo al fin, y Lucius tuvo que dejar de leer para prestarle atención a su esposa—. Flaco, ojeroso, cansado… y sin más ilusiones que ganarle en todo a Potter —enlistó Narcisa con lentitud—. ¡Cualquiera diría que está enamorado! —exclamó de repente, tan alto y tan rápido que provocó que Lucius brincara en su asiento—. ¡Pero eso es imposible!

 

Lucius suspiró de nuevo y dejó el periódico en la mesa.

 

—No me digas que continúas creyendo esa fábula que te contó tu madre acerca de tu ascendencia, Narcisa, por favor… —dijo el hombre con fastidio. Después de todo, ¿cómo podría él creerlo cuando la misma Narcisa le demostraba tanto amor y devoción?— Sólo ustedes los Black, en medio de toda su vanidad, podrían tomar en serio semejantes patrañas.

 

Lucius se interrumpió cuando su mujer clavó sus hermosos y azules ojos en él y pareció resplandecer de ira. O de Lucius no sabía qué. Pero de que resplandeció, resplandeció, estaba completamente seguro.

 

Y entonces, tuvo que admitir que tal vez, sólo tal vez, aquellos cuentos no fueran tan falsos después de todo. Pero historias verdaderas o no, Lucius tuvo que recordar los motivos que había tenido para casarse con ella y que, al fin y al cabo, nada habían tenido que ver con el amor. Se ocultó de nuevo tras su periódico, intentando pensar en algo para cambiar de tema.

 

—¡Oh, cariño, mira! —dijo de pronto, mostrándole un anuncio de ocho columnas a su mujer—. Tu joyería favorita tiene mercancía nueva, costosa y reluciente… ¿Te gustaría ir a comprarte algo?

 

Narcisa sonrió alegremente, y su pálido rostro pareció brillar con la belleza que caracterizaba a la familia Black y que siempre había dejado a Lucius con la boca abierta. Se inclinó hacia él y, sin decir palabra, le dio un cariñoso beso en la mejilla, haciéndolo sentir como un niño pequeño que recibe un premio por su buen comportamiento.

 

Después de eso, Lucius recordó el porqué nunca le había importado que su mujer no estuviera "enamorada" de él; al menos, no en aquellos términos en los que los poetas solían hablar del amor y del romance. Porque su vida con ella había sido bastante satisfactoria a pesar de haberse tratado de un matrimonio concertado y además, Lucius estaba casi convencido de que tal vez eran otro tipo de sentimientos y de lazos los que mantenían un matrimonio unido y feliz como lo era el de los exitosos Malfoy.

 

 

 

Draco llegó justo a tiempo a su oficina… sí, justo a tiempo para encontrarse con el vociferador enviado por Pucey de parte de Shacklebolt, donde le daban la reprimenda de su vida por haber permitido la fuga de Campbell y donde se le citaba de inmediato en la oficina del Ministro. Draco salió de nuevo al corredor echando humo por las orejas, preparándose mentalmente para ser humillado por haber fallado por primera vez desde que se había convertido en auror, pero consolándose en el hecho de que Potter y Weasley también tenían que haber recibido una misiva igual e iban a compartir su misma suerte.

 

Llegó al despacho de su jefe y pasó ante un sonriente Pucey sin dignarse a mirarlo siquiera. Se sorprendió sinceramente del hecho de que Potter y Weasley ya estuvieran ahí, de pie ante el escritorio de un mal encarado Shacklebolt y con gesto culpable. Draco saludó a todos con una inclinación de cabeza y se unió a sus —bastante inusualmente— puntuales compañeros, dispuesto a tolerar con su mejor cara la regañina cortesía del hombre de voz profunda que era Shacklebolt.

 

Quizá, en otras circunstancias menos tensas, Draco se hubiese sentido bastante molesto al ver de nuevo a Potter después de que éste prácticamente lo asaltara la noche anterior, pero en ese momento aquella parecía una nimiedad comparada al castigo que seguramente el Ministro iba a otorgarles. Además, Potter ni siquiera se dignó a mirar a Draco a la cara cuando éste entró, situación que Draco aprovechó para pasar página al incómodo asunto.

 

Después de todo, enfrentar a Potter y preguntarle por qué lo había besado la noche anterior era un riesgo que Draco no quería correr. No, porque primero tendría que responderse a él mismo la pregunta que lo estaba torturando desde aquel desafortunado momento: ¿por qué él, Draco Malfoy, le había correspondido el beso?

 

Sobre todo porque no había sido solamente un "Oh, mírenme, estoy correspondiendo un poquito al beso, tal vez abriendo la boca nada más tantito…". Oh, no. Había sido un completo y totalmente vergonzoso: "Estoy correspondiendo al beso más ardiente que me han dado en mi puta vida abriendo la boca como una colegiala necesitada, gimiendo y jadeando, usando la lengua, la polla poniéndoseme dura…"

 

Draco enrojecía nada más de pensarlo. Así que decidió que era más fácil fingir que jamás había ocurrido a tener que ser sincero con él mismo y encontrarse con respuestas que prefería ignorar.

 

 

 

Media hora después, los tres aurores salieron de aquel despacho con la cola entre las patas y más furiosos con ellos mismos que nunca antes. Shacklebolt había sido muy claro al advertirles que si Campbell conseguía huir del país o asesinaba a una sola persona más, todo el peso de su furia caería sobre ellos y los condenaría a ser los asistentes de Pucey por el resto de sus miserables vidas. Semejante amenaza los colocó a los tres en la desesperación total. Tenían que atrapar a Campbell sí o sí, así se les fuera la vida en ello.

 

Lamentablemente, era sólo cuestión de tiempo para que el mago cometiera otro crimen. Después de todo, era una persona que había convertido el matar en algo patológico, como una manera cómoda de deshacerse de lo indeseable. Tal como una persona normal aplica un insecticida para aniquilar la plaga de larvas que asola su jardín. Era de esperarse que tarde o temprano otro muggle tuviera la desgracia de cruzarse en su camino, y entonces…

 

Draco se estremeció sólo de pensar en que Shacklebolt cumpliera con lo advertido. Aprovechando que el Ministro había retirado a Weasley de su cargo de "líder de la misión", Draco, que se sabía sumamente inteligente y hábil para buscar información con rapidez, de inmediato comenzó a dar órdenes a los otros dos.

 

—Sería bueno que nos dividiéramos el trabajo para no perder tiempo, tal como lo acordamos ayer. Yo voy al archivo a revisar los antecedentes de Campbell a fin de establecer algún posible destino en el cual se esté ocultando. Por lo general, los criminales tienden a regresar a su pueblo natal y a los lugares donde tienen familia que pueda ayudarles.

 

Potter, que por lo general siempre discutía las decisiones tomadas por Draco, en esa ocasión sólo asintió.

 

—De acuerdo —informó con voz apagada—. Entonces, Ron y yo intentaremos contactar con sus familiares, posibles amigos, ex vecinos o cualquier otra persona que lo haya conocido.

 

Y fue entonces, justo hasta ese momento, que Draco miró efectivamente a Potter a la cara. Tuvo que tragar pesadamente cuando notó que Potter no estaba mucho mejor de lo que él había estado en la mañana al levantarse, y que además de las ojeras y la demacración, tenía un terrible y enorme chichón en la frente.

 

—Auch, eso debió doler —dijo Draco, señalando con un dedo la fea frente de Potter. Tal vez era hora de enseñarle al tonto que aparte del Expelliarmus también existían otro tipo de encantamientos bastante útiles para el mago moderno que se interesa por su buena apariencia—. ¿Qué demonios te pasó ahí? No recuerdo que ayer tuvieses ese chichón…

 

Potter lo miró a la cara también por primera vez en esa mañana, de hecho, ahora que Draco lo pensaba, parecía como si ambos se hubiesen puesto de acuerdo para ignorarse cordialmente en pro de olvidar el momento bochornoso del día anterior. Pero Potter, a diferencia de él, tenía los ojos inyectados de sangre y nada de brillo en la mirada. Se le veía triste.

 

Se llevó la mano a la frente e intentó ocultarse el golpe con el flequillo negro. Weasley, por su parte, sólo observaba intensamente a Draco, como si estuviese vigilando que no molestase demasiado a Potter. Bueno, al menos no más de lo normal.

 

—¿Se me nota? —preguntó Potter tontamente, todavía tocándose la frente y Draco le dio una larga mirada. Eso le arrancó a Potter una encantadora sonrisa ladeada que le quitó el aliento a Draco durante un momento—. No es nada de importancia, sólo que… en la mañana, cuando me duchaba, resbalé y me golpeé. Creo que todavía estaba algo…

 

—¿Borracho? —sugirió Weasley en tono aburrido.

 

Potter miró con resentimiento a su pelirrojo amigo y Draco, en cambio, sonrió ampliamente. ¿Así que cuando Draco los había dejado en el pub, Potter había bebido de más? Draco, divertido, esperaba que eso significase que no había terminado la noche departiendo con el tal Johnny. Aunque ese pensamiento lo animó bastante, en ese momento no tuvo tiempo de analizar el porqué.

 

—Yo más bien pensaba en "dormido" —le replicó Potter a Weasley en tono contrariado—. Después de todo, eran las cinco y media de la mañana cuando tomé la ducha.

 

Draco jadeó, sinceramente horrorizado.

 

—¡Merlín, Potter! De verdad estás demente, ésas son horas indecentes hasta para levantarse de la cama, mucho más para darse una ducha.

 

Potter, por alguna inexplicable razón, enrojeció súbitamente.

 

—Es que… últimamente no he dormido… muy bien —confesó sin mirar a Draco a los ojos.

 

Weasley soltó un resoplido de enfado, y Draco lo miró inquisitivamente. Desde un tiempo atrás, tenía la ligera sospecha de que Weasley y Potter se traían algo que lo involucraba a él. Como si ambos estuviesen guardando un secreto que seguramente Draco debía saber.

 

—Ya veo —respondió Draco mirándolos a los dos—. Pues te sugiero que tengas más cuidado, Potter. ¿Sabías que, según las estadísticas emitidas por el Departamento de Informática de la Secretaría de Salud muggle, el 10% de todas las muertes accidentales en el país se deben a caídas en la ducha?

 

Potter y Weasley lo miraron inexpresivamente durante algunos segundos.

 

—Estás bromeando, ¿cierto? —dijo Weasley al fin.

 

Draco rodó los ojos.

 

—El punto es que sería extremadamente patético que nuestro héroe nacional muriera por una tontería tan simple como un golpe en la cabeza por agacharse a levantar el jabón cuando ya ha superado tantas otras muertes complicadas e interesantes.

 

Potter boqueó durante algunos segundos, como si estuviera demasiado estupefacto de que las muertes se pudieran catalogar como "simples" o "interesantes". Pero al final, pareció darse cuenta de algo y en vez de molestarse, sonrió ampliamente.

 

—¿Debo tomar esa advertencia como una señal de que te preocupa mi bienestar, Malfoy? —le preguntó en tono sugerente. Draco resopló con burla, pero Potter continuó, sonriendo de manera depredadora—: ¿Para la siguiente ocasión que se me caiga el jabón en la ducha, podría llamarte a ti para que me lo levantes?

 

Weasley se aclaró la garganta ruidosamente mientras Draco se sonrojaba y miraba a Potter con los ojos entrecerrados. El recuerdo de la excitación que había sentido al ser besado por él la noche anterior acudió a su mente, aferrado como estaba a torturarlo mientras Draco continuara negándose a hacerse la paja correspondiente a semejante tensión sexual.

 

—Primero te ahogarás en tus cochinos sueños húmedos antes de verme hacer eso, Potter —resolló con indignación y, sin decir más, se dio la media vuelta, dirigiéndose prestamente al archivo a cumplir con su tarea.

 

 

 

Después de tres horas y de haberse saltado el almuerzo por temor a enfurecer más a Shacklebolt, Draco se dio cuenta que su labor ahí parecía haber finalizado. Había revisado todos y cada uno de los pergaminos legales que mencionaban a algún mago o bruja de apellido Campbell, y con cierto regocijo, Draco se percató de que la antigua familia de magos eran todos originarios de Glencoe y que jamás ningún pariente había emigrado a ninguna otra parte, a excepción de una prima squib que se había mudado a Londres hacía bastantes años y que parecía haber roto completamente con la familia en Escocia.

 

Por lo demás, todo eso eran estupendas noticias: significaba que el viejo Campbell no podía andar lejos. No tenía a dónde más ir ni a quién recurrir; todo apuntaba a que tenía que estar oculto en ese mismo pueblo o en su defecto, en sus agrestes alrededores.

 

Satisfecho con la información recabada, Draco sacó su varita y comenzó a acomodar los legajos de pergaminos y las cajas llenas de periódicos que había estado consultando. Con un suspiro de cansancio (la trasnochada y la falta de alimento estaban pasándole larga cuenta), comenzó a frotarse la espalda (lo más lejos que su mano izquierda pudo llegar) mientras que con la derecha conjuraba los encantamientos de reacomodo y limpieza.

 

El pensamiento de salir de ese polvoriento archivo y dirigirse directamente hacia la cafetería del Ministerio, animó un poco a Draco. Se dio prisa para terminar de recoger y así poder ir a comer algo porque realmente las tripas se le estaban pegando a las pobres costillas y…

 

¡Expelliarmus! —exclamó una voz detrás de él, no demasiado alto. Al menos, no como para hacerse oír en el corredor.

 

Ante la sorpresa de Draco, su varita salió volando de su mano. Distraído como estaba arreglando el archivo, lo habían cogido con la guardia baja. Se giró con rapidez para encarar al graciosito, y vaya que le iba a dar una lección que no le permitiera olvidarse de que con un Malfoy no se hacían ese tipo de bromas.

 

Era Pucey. Tenía dos varitas en la mano derecha; la suya y la de Draco. El enojo que Draco había sentido comenzó a mutar en verdadera furia cuando notó la mirada de odio con la que Pucey lo estaba observando, y todavía más cuando, con un movimiento de su instrumento mágico, éste cerró firmemente la puerta detrás de él.

 

¿Qué demonios estaba pensando Pucey para sorprenderlo así? ¿Acaso era una broma? La ridiculez de la situación hizo que Draco se riera a carcajadas del otro, que sólo lo miró con gesto estupefacto.

 

—¡¿De qué te ríes, maldita sea?! —gritó Pucey—. ¿No te das cuenta de que te he desarmado?

 

—Oh, mi buen Dios —exclamó Draco cuando terminó de reír, mirando a un cada vez más enojado Pucey a la cara—. En serio que cada día te superas a ti mismo en tu sandez. ¿Qué significa esta payasada, Pucey? ¿De verdad piensas que tendiéndome esta estúpida trampa y desarmándome conseguirás lo que quieres de mí?

 

Pucey lo miraba con los ojos tan entrecerrados que Draco no podía distinguir si los tenia abiertos o no.

 

—¿Y cómo sabes qué es lo que yo quiero, Malfoy? —le preguntó con voz peligrosa, cargada de un rencor añejo que provocó un escalofrío involuntario en el cuerpo de Draco—. Lo único que has hecho, desde que te conozco, es burlarte de mí, provocarme sin darme nada a cambio. Pasar por encima de mí sin consideración. ¿Eso te ayuda realmente a saber lo que yo quiero de ti?

 

Ver tanto odio en los ojos de Pucey tendría que haberle advertido algo, pero Draco estaba demasiado enojado como para ser precavido.

 

—Lo único que has querido de mí desde que me conoces lo puedo ver cada día en la manera en que me comes con los ojos y en tus inútiles insinuaciones que cada día son más abyectas e hilarantes —dijo Draco altanera y cruelmente—. Olvida de una vez por todas la idea de meter tu varita dentro de mis pantalones, porque con solo verte —lo miró de arriba abajo con evidente desprecio—, puedo decir que no es mágica. Al menos, no para mí. Ahora, devuélveme la mía y evítate problemas —finalizó, extendiendo la mano derecha hacia el imbécil y caminando con paso resuelto hacia él.

 

Pucey, sin dejarse amedrentar, levantó las dos varitas hacia Draco con actitud amenazante.

 

—¡Eres un maldito arrogante! —bufó Pucey, y Draco, deteniéndose, comenzó a temer realmente por su integridad. ¿En verdad Pucey sería capaz de atacarlo a él, un auror, y poner en riesgo su trabajo sólo por las viejas rencillas que existían entre los dos?—. ¿Así que mi varita no es mágica? —preguntó el otro en tono de burla—. ¿Y jamás podré meterla en tus pantalones? ¡¿Pues quién demonios te crees que eres?!

 

Draco dio un paso hacia atrás, dándose cuenta finalmente de la gravedad de su situación. Estaba acorralado por un Slytherin furioso, un Slytherin al que él había humillado y con evidentes deseos de venganza. El cuero cabelludo comenzó a picarle, sudor helado recorriendo su piel. Sin embargo, no iba a demostrar pizca de miedo, claro que no. Tenía que salir ileso de aquello, y para lograrlo tenía que conseguir recuperar su varita a como diera lugar.

 

Así que sepultó su miedo en el rincón más alejado de su mente y trató de sonreírle a Pucey.

 

—Vaya, vaya, hombre, tranquilízate. Era sólo una broma, ¿dónde está tu sentido del humor? —le dijo mientras se armaba de valor y volvía a caminar hacia él. Si tan sólo conseguía acercarse un poco más y arrebatarle su varita—… No tenemos que recurrir a la violencia, ¿no somos viejos conocidos, después de todo?

 

Pucey lo miró con desconfianza. Mucha. Mierda, iba a ser difícil engatusar así a otro Slytherin. Pero Draco no se rindió; era eso o era… No quiso ni pensar en la otra opción. No tenía idea de cuánta rabia o frustración podía estar sintiendo Pucey contra él en ese momento como para llevarlo a tomar la estúpida decisión de atacarlo en el archivo, pero realmente, Draco no quería averiguarlo.

 

—Si en verdad quieres estar bien conmigo, ¿por qué no lo habías hecho antes? —espetó Pucey, nervioso y alterado. Completamente fuera de sus cabales—. ¡Te lo pasas rechazándome, insultándome, hechizándome! ¡Yo no soy alguien a quien puedas humillar, Malfoy! —le gritó con el rostro colorado—. ¡Soy tan rico como tú, tan sangre pura como tú! ¡Soy más poderoso que tú, soy el maldito asistente del Ministro de Magia! ¡Alguien mucho más importante que un simple auror, mucho más importante que tú! ¿ES QUE NO LO ENTIENDES?

 

Draco tragó con dificultad. Tenía la boca tan seca que no podía seguir hablando, pero no iba a darse por vencido, no iba a entregarse a la furia de Pucey sin luchar.

 

—Claro que lo entiendo, Adrian, lo entiendo —masculló, obligándose a mostrarse seductor, obligándose a no demostrar el temblor que le recorría el cuerpo—. Es por eso que no te dije que sí a la primera, ¿no lo ves, tontito? Quise hacerme el importante, porque tenía miedo de que creyeras que soy fácil y me dejaras antes de…

 

—¡CÁLLATE! —bramó Pucey, dirigiendo las dos varitas hacia Draco—. ¡Ya no quiero nada contigo, bastardo! ¡Lo único que quiero es darte una lección, demostrarte que conmigo no se juega, que aquí en el Ministerio no es como en Hogwarts! Has dejado de ser el príncipe consentido de Slytherin, el preferido de Snape… Ya no tienes privilegios, ¿no lo ves? ¡Aquí y ahora me vas a pagar cada una de las que me has hecho! ¡Relaskio! —gritó finalmente, agitando las dos varitas hacia Draco.

 

El doble hechizo le dio en pleno rostro, golpeándolo como si un hipogrifo le hubiese soltado una patada. Cayó hacia atrás, de espalda sobre las cajas llenas de pergaminos que había estado apilando unos momentos antes; ni tiempo tuvo de quejarse ni de llevarse una mano al rostro cuando ya Pucey estaba encima de él, sentándose a horcajadas sobre su estómago y reteniéndolo con el peso de su asqueroso cuerpo. Volvió a golpear a Draco en la cara, pero ahora lo había hecho a puño limpio, al estilo muggle, sin varita.

 

Mientras Draco sentía que la cabeza iba a estallarle del dolor y hacía todo lo posible por no gemir, se preguntó vagamente si Pucey se habría guardado las dos varitas o qué habría hecho con ellas.

 

—Si creías que iba a caer en tu trampa, Malfoy —jadeó Pucey contra su cara—, estás muy equivocado.

 

Draco abrió los ojos justo a tiempo para mirar a Pucey dirigir de nuevo su puño contra él y descargar otro fortísimo golpe contra su mandíbula. Draco no pudo evitar el gimoteo que escapó entre sus labios; el dolor era insoportable, nunca nadie lo había golpeado con tanta saña como en ese momento.

 

Pucey, todavía sentado arriba de Draco, se inclinó encima de él y tomó cada una de sus muñecas con las manos. Draco se negó a mirarlo a la cara, tenía miedo que eso fuera un detonante para otro golpe, así que sólo esperó. Podía escuchar la respiración agitada de Pucey justo a un lado de su cara.

 

—No estaba en mis planes llegar a esto —suspiró Pucey, el hálito caliente de su aliento chocando contra la mejilla de Draco—, aunque… ahora que te tengo a mi merced… creo que no me parece nada mala la idea de demostrarte que en verdad mi varita es mucho más mágica de lo que crees.

 

Draco abrió los ojos y lo miró con intenso odio, descubriendo con horror que los ojos del otro estaban llenos de lasciva y diversión. No, no podía ser. Pucey le sonrió con crueldad y lujuria.

 

—Te mataré —le masculló Draco con toda esa rabia e impotencia que sentía—. Si me pones un dedo encima, no descansaré hasta hacerte pedazos, hasta…

 

Pucey se rió a carcajadas, interrumpiéndolo, antes de oprimirse contra Draco, la asquerosa dureza de su erección restregándose contra el vientre del auror, casi haciéndolo vomitar del asco que sintió.

 

—Eso, mi querido Malfoy —siseó Pucey, hablándole apenas a unos centímetros de su boca, provocándole un miedo atroz—, si queda algo entero de ti después de que hayamos terminado.

 

 

 

Capítulo Anterior                                           Capítulo Siguiente

Regresar al Índice