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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

De Rodillas

Capítulo 2

 

Sábado 21 de septiembre del 2004, 8:07 a.m.

 

La peste a moho me golpeó una vez que mi estómago regresó a mí. Ah, estaba en casa.

 

—¿Aquí es donde vives? —Potter sonaba mucho más que impresionado.

 

No me molesté en responder. Agotado hasta la muerte, me trepé en la cama con la ropa puesta y con el propósito de dormir dieciséis horas al menos.

 

—Malfoy, está como un congelador aquí dentro.

 

—Diez puntos para Gryffindor —murmuré y me acurruqué, apretando la manta fuertemente bajo mis nudillos. Un encantamiento de calefacción llenó el cuarto; el calor bañó mis mejillas. Oh. Oh. No pude evitar dirigir mi rostro hacia él. Oh, la calidez.

 

—Este encantamiento durará cuatro horas. Necesitarás conjurar otro o tus rodillas te dolerán otra vez. ¿De acuerdo? Y quiero tu trasero en mi oficina la semana que viene. El jueves a las cuatro.

 

No respondí, sólo le sonreí al calor. Me dormí en cuanto escuché el “pop” de la desaparición de Potter.

 

El descanso del fin de semana me ayudó un poco. Podrás lastimar a un Malfoy, pero te las verás muy duras para mantener al cabrón tirado por completo. Estaría mintiendo si no admitía que, entre el constante dolor de cabeza y las nauseas persistentes, arrastrarme hasta mi trabajo fue un infierno más difícil de lo usual. Como resultado de eso, esa semana ni siquiera me preocupé por escribir ninguna carta. A Brown le debió haber dado un ataque preguntándose por qué su trabajo se habría triplicado. Perra estúpida. Seguramente mojaba las pantaletas pensando que de repente se había vuelto más popular.

 

Cada noche pasé mi turno arrastrándome para poder terminar, demasiado cansado y con la piel verde por las agallas de no comer nada más que un par de piezas de pan humedecido con mermelada. Para el viernes, mis pantalones se me caían hasta las caderas, y mis rodillas estaban tan jodidas como habían estado antes de que sufriera la conmoción. De regreso a la agonía habitual, tuve que resignarme a visitar la Casa de Penes y Pociones de Chalmers la tarde del siguiente día.

 

Por todo lo anterior, cuando el sábado por la mañana me encontré a Potter en mi cuarto, prácticamente yo estaba hecho polvo. Para lograr subir aquellas endemoniadas escaleras había tenido que sentarme en cada escalón y empujarme hacia arriba con las manos para lograr subir el culo al siguiente. Todo lo que quería hacer era treparme a mi cama y desplomarme sobre ella. Sostener una batalla a gritos con Potter, lo que fue inevitable al menos hasta donde a mí concernió, fue el final perfecto para una semana de mierda; sin embargo, el pensamiento de obtener al menos una pizca de alivio para el dolor…

 

Aún si yo hubiera podido fingir que las malditas rodillas no me estaban matando, aunque fuera sólo por cinco minutos, no importaba. Potter tenía que haberme oído, soltando palabrotas en voz alta mientras subía las escaleras. La más ligera presión en mis rodillas era la más completa y total agonía. La única razón por la que nadie me había lanzado alguna maldición para silenciar mis lamentos era, seguramente, porque mis vecinos continuarían paralizados por todo el alcohol que se habían metido durante la farra de la noche anterior.

 

—Malfoy, cómo eres estúpido. Sabía que no podía confiar en ti. ¿Dónde diablos te metiste el jueves? Aquí está como un puto congelador. Pensé que te había dicho que…

 

Traté de moverme hacia delante. Me dolió.

 

Hubiera caído hasta el suelo si Potter no me atrapa. Murmuró algún encantamiento y mis rodillas dejaron de punzarme. Pasó un brazo alrededor de mi cintura y me ayudó a llegar hasta la cama para poder acostarme.

 

Potter llenó el cuarto con un calor maravilloso y glorioso, y yo pude desplomarme sobre mi almohada. Más calor. Una vez terminada mi libertad condicional, me prometí a mí mismo que obligaría a mi madre a que se mudara conmigo al Trópico. No podía imaginarme cómo sería pasar el invierno ahí. Lo más seguro era que, para enero, tendría miedo hasta de cerrar los ojos, no fuera a ser que me muriera congelado mientras dormía.

 

—Deja de usar eso de inmediato. —Potter hizo un gesto con su cabeza hacia el ungüento que reposaba en mi mesita de noche. El ungüento por el que prostituía mi boca. Potter continuó gruñendo mientras se sentaba en mi cama y hacía más de esas asombrosas cosas sobre mis rodillas con su varita—. Sé que te hace sentir mejor, pero a la larga te producirá un daño permanente en las rodillas. El asunto es que no sentirás los efectos adversos hasta que sean irreversibles. ¿Cómo diablos puedes pagarlo?

 

—¿Cómo crees? —le dije cansinamente—. Se la chupo a un tipo a cambio.

 

Potter no dijo nada durante un rato.

 

—Deja de usarlo, ¿de acuerdo? —Y yo pude escuchar el sonrojo en su voz.

 

—Necesito trabajar. No puedo caminar sin el ungüento.

 

—Te daré algo diferente. Gratis. No necesitas… —Se silenció durante los siguientes quince minutos. Me recosté boca arriba y cerré los ojos, permitiendo que continuara haciendo su magia. Ah, se sentía tan bien. Mejor que tener sexo. O, al menos, lo que yo podía recordar de cómo era el sexo. El sexo real. No el prostituirme a mí mismo por, bueno, por lo que necesitara en ese momento.

 

Su varita tocó mi frente.

 

—Tu conmoción no está tan mal como pensé. Puedes regresar al trabajo el lunes, si quieres hacerlo.

 

—He estado trabajando toda la semana —le respondí—. Necesito el dinero.

 

Los resortes de la cama rechinaron cuando Potter se levantó, y luego, sólo hubo silencio. Abrí los ojos. Potter continuaba parado ahí, sólo mirándome.

 

—No tienes idea de lo raro que es esto. Escucharte decir que ignoras mis consejos porque necesitas el dinero.

 

Me encogí de hombros y cerré los ojos. Me sentía como si no hubiera dormido en años.

 

—No tienes idea de lo raro que es tenerte a ti sanándome en vez de que estés tratando de matarme.

 

Potter se rió.

 

—Tienes razón. Todo es muy extraño. Tienes que poner un encantamiento de calefacción cada cuatro horas; tus rodillas lo necesitan. Pon una alarma para que no lo olvides.

 

—No puedo —bostecé y me metí bajo las mantas—. Este mes mi cuota de hechizos ya está muy reducida.

 

—¿Cuota de hechizos?

 

Ya estaba medio dormido cuando respondí:

 

—Se me están acabando. No puedo hacer encantamientos de calefacción. Tu mejor amigo, Weasley, limita el tipo de hechizos que puedo hacer y también la cantidad. Es un cabrón vengativo…

 

Me giré hacia una repentina ráfaga de calor y caí profundamente dormido.

Sábado 28 de septiembre del 2004, 2:24 p.m.

 

Cuando desperté, el cuarto continuaba caliente. Potter había transformado mi única silla en un sillón reclinable y ahí estaba acostado, dormido, con su varita fuertemente agarrada contra su pecho y con el ceño fruncido. Demonios, si Potter no podía dormir bien, con todos sus “objetivos” logrados (el Señor Tenebroso eliminado, casado con una Weasley, con una carrera que consentía bien su patético complejo de héroe), entonces, ¿qué diantres nos esperaba a los demás, a quienes nos habían reducidos a pedazos nuestros “objetivos”? Idiota malagradecido.

 

Flexioné mis rodillas y supe instantáneamente lo que Potter había estado haciendo con su varita. Mis rodillas continuaban sin dolor. La habilidad de Potter como vencedor de Señores Tenebrosos se había traducido hasta convertirlo en un sanador grandiosamente bueno. Me levanté para hurgar un par de bolsas que estaban en la mesa. Potter había comprado emparedados y sopa. Buen trabajo. Eso me ahorraría un par de galeones.

 

Mientras colocaba todo sobre la mesa, Potter se despertó.

 

—El jugo de calabaza es para mí. Recuerdo que en el colegio a ti no te gustaba mucho. Hay té en un termo —bostezó, sin preocuparse por cubrirse la boca.

 

—¿Podrías conjurar otra silla y calentar la sopa? —le pedí. Cuando me miró con las cejas arqueadas, le recordé—: Cuota de hechizos.

 

Potter conjuró los encantamientos, y luego dijo:

 

—¿De qué se trata eso de tu cuota de hechizos? —Estaba mirando en otra dirección y yo no podía verlo a los ojos.

 

Tomé un sorbo de la sopa. Me escaldó la lengua pero no me importó. Estaba caliente.

 

—No quieres saberlo, Potter, créeme.

 

—Sí, sí quiero —insistió él, pero no me miró a la cara, luciendo más que nunca sus espantosos modales mientras se comía el emparedado.

 

Cuán Gryffindor de su parte.

 

—Ten cuidado con lo que deseas. Como sabes, tu Weasley es el oficial encargado de mi libertad condicional. Él tiene la autoridad de limitar cuáles y cuántos hechizos puedo usar. Dispongo de cien hechizos al mes. Nada defensivo, nada más que simples encantamientos y conjuros, lo cual, esencialmente, quiere decir que soy un squib con algo de ventaja. No puedo usar la aparición, y la red flu, solamente entre el Callejón Diagon y el Callejón Knockturn. No salgo si no tengo que hacerlo, porque el noventa por ciento de la población estaría encantada de verme retorciéndome bajo las maldiciones más atroces conocidas por los magos… lo cuál sería, por supuesto, antes de matarme. Prácticamente, soy un prisionero en este cuarto. Trabajo, compro comida, y leo. Esa es la suma de la totalidad de mi existencia.

 

Potter dejó de comer durante un momento.

 

—Entonces, si yo quisiera matarte en este mismo momento, no podrías defenderte.

 

—Lo has entendido de una sola vez. Bravo, tiremos la casa por la ventana. Si me mataras, dudo mucho que seas procesado. De hecho, si todavía no han declarado un día en tu honor, el matarme seguramente provocará eso y más. ¿Quieres saber cuál es mi repertorio de hechizos? Lo único que podría hacer es limpiarte las zapatillas o afeitarte antes de que tú me avadakedavrees a mí. Cierto es que eso no nos lo enseñaron en las clases de Defensa contra las Artes Oscuras. Encantamientos para afeitar en treinta lecciones. Pero bueno, yo siempre creí que la educación de ese colegio era de muy baja calidad.

 

—No bromees con esto —espetó Potter.

 

—Bromear es lo que me mantiene cuerdo. ¿Quieres que me ponga serio? Me pondré serio, entonces. Apuesto lo que quieras a que en menos de dos años estaré muerto. Weasley ha planeado todo para que sea así. Él no puede deshacerse de mí porque no es inmune a la ley si perdiera los estribos y me lanzara un Imperdonable, pero me ha puesto un tiro al blanco en la espalda para asegurarse, el muy maldito, de allanar el camino para cualquier otro que quiera hacerlo.

 

—Él no haría eso —gritó Potter.

 

Y así, regresamos al status quo. Si Potter se enojaba un poco más, mis ventanas se harían añicos. ¿Cómo, en nombre de todos los dioses, Potter había podido sobrevivir a la guerra y continuar siendo así de ingenuo?

 

—Piensa lo que quieras.

 

No dijimos nada durante los siguientes minutos. Pansy habría estado mucho más que divertida con todo eso: Potter y yo compartiendo una comida en mi cuarto de mala muerte. En ese momento podía visualizar el artículo en El Profeta.

 

“El honorable Draco Malfoy, ex mortífago y actual paria, fue el anfitrión de un almuerzo al que estuvo invitado Harry Potter, héroe de guerra y actual sanador. Los hábiles hechizos ejecutados por la varita del señor Potter mantuvieron a raya a las ratas que usualmente cohabitan con el señor Malfoy, y así, todos pudieron gozar de un alegre rato de esparcimiento. Los emparedados no estaban tan mal, y la sopa estaba caliente. Al menos un pollo ofrendó su vida para la realización del festín.”

 

—¿De qué te ríes?

 

—De lo que Pansy habría dicho si nos hubiera visto así. Tú y yo, a menos de un metro de distancia, sin matarnos y almorzando juntos. Es medio alucinante, ¿no?

 

—Un poco —admitió él—. ¿Por qué Ron te limita el número de hechizos, Malfoy?

 

—No vas a quitar el dedo del renglón, ¿cierto? Como sea. Porque es un imbécil vengativo que no puede desquitarse directamente con Voldemort, quien fue la persona que realmente mató a Fred… o a George, o quienquiera que haya sido el que murió (gracias por haber acabado con Voldemort, por cierto), así que se desquita conmigo. Debiste haber visto su cara cuando se dio cuenta de que mi trabajo sería limpiar la mierda de los demás. Prácticamente se orinó en sus pantalones cuando miró mi paga. El hecho de que yo tenga que elegir entre estar caliente o rasurarme, hace su día más feliz. Cien hechizos y/o encantamientos al mes. Haz la división. Son apenas tres hechizos al día, y unos pocos más.

 

Me levanté, me dirigí hacia la cama y me metí bajo las mantas.

 

—Supongo que no debería quejarme. Él ha sido muy generoso al permitirme elegir cuáles encantamientos quiero usar, así que, si está realmente frío, puedo calentar mi cuarto, pero eso significa que sólo me quedarán dos hechizos para usar en el trabajo. Y los malditos cubos de basura del sótano siempre están muy pesados. Por lo tanto, ahí gasto un encantamiento de levitación, o dos, si el día ha sido muy ajetreado. Y se acabó. —Me giré hacia la pared. Todavía tenía un par de horas antes de tener que cojear hacia lo de Chalmers.

 

—¡Él no es así! —fue el furioso grito que escuché detrás de mí.

 

—Estás repitiéndote. Vete al diablo —le grité y me cubrí la cabeza con las mantas.

 

—Fred está muerto… eso lo ha hecho cambiar —dijo, lo suficientemente alto como para obligarme a escucharlo aún sobre el peso de un par de mantas.

 

Me destapé y con un quejido tan fiero que no me hubiera sorprendido si me quebraba al menos una costilla, me giré hacia él para encararlo.

 

Yo no lo maté. Y, honestamente, no veo cómo lo traerá de vuelta el hacer mi vida miserable —me senté y grité—: miserable. ¿Quieres hablar de muertes y pérdidas? ¿Quieres hablar de Pansy muriéndose de neumonía en Azkaban porque nadie la llevó a ver un sanador? “Es sólo un resfrío”, era lo que decían. La última vez que la vi fue durante mi juicio; los aurores la sacaron a rastras después de que brindara su testimonio, y ella peleaba contra ellos, gritando “Te amo, Draco”, una y otra vez, arrastrando la voz por culpa de todo el Veritaserum que la habían obligado a tomar. Y yo no pude responderle nada. Estaba amordazado. Y de todas las humillaciones que he sufrido a lo largo de estos cinco años, esa fue la peor.

 

—“Él no es así” —lo remedé—. ¡Me lleva el maldito demonio si él no es así! Mandó a Greg Goyle de regreso a Azkaban sólo porque no pudo encontrar trabajo. Se ahorcó con sus sábanas al minuto de que cerraron la puerta de su celda. Yo tengo que arrastrarme a la oficina de la comadreja una vez a la semana. Se da cuenta de que apenas soy capaz de caminar, y creo que incluso se excita nada más al verme así de tullido. Seguramente, en cuanto yo me voy, corre hacia el baño para poder pajearse a gusto. Así que no me digas, no me digas…

 

¿Cuál era el maldito objeto de todo aquello?

 

—Gracias por ayudarme, Potter. Ahora sé un buen mártir y, por favor, lárgate de aquí. —Me eché las mantas encima de la cabeza, tratando de no pensar en Pansy muriendo como murió. Sola.

Domingo 29 de septiembre, 2004, 5:43 a.m.

 

Cuando me desperté, tenue luz parpadeaba a través de las cortinas. Era el amanecer. ¿Potter me había puesto algo en el té o era simplemente que yo había estado tan exhausto que pude haber dormido más o menos veinticuatro horas sin parar? El cuarto estaba otra vez helado, la punta de mi nariz estaba absolutamente congelada. Potter tenía que haber hecho su agosto conjurando encantamientos después de que yo me dormí, porque me encontraba sofocado debajo de veinte kilos de edredones y mantas que yo no poseía.

 

Me quedé acostado por varios minutos, saboreando el hecho de que realmente me sentía descansado, de que mis rodillas no me dolían ni mi hombro malo tampoco; Potter tenía que haber hecho algo también con la vieja lesión de ahí. Oh, por los testículos de Merlín. Incluso hasta tenía una erección, algo que no me había pasado en años. El dolor crónico es la mejor manera de acabar con tu vida sexual.

 

Levanté las caderas para bajarme los calzoncillos y luego doblé las rodillas. Jodido Dios, podía doblar las rodillas. Mi erección se balanceó, rogando por atención. Era tan increíblemente normal; una erección matutina era algo que todos los hombres de veintitrés años debían tener, que casi lloré, porque esa no había sido mi normalidad durante mucho tiempo.

 

Escupí en mi mano y comencé a acariciarme con ella. Jesucristo bendito, era jodidamente bueno. Con la otra mano acuné y acaricié mis bolas. Lo hice tan lento como pude. Vete tú a saber cuándo podría pajearme otra vez. Rehuí el orgasmo durante unos quince minutos. Un suave golpecito aquí y allá, sobre la punta, un pulgar travieso acariciando toda la parte inferior, y cuando ya no pude soportarlo más, me llevé dos dedos a la boca, los chupé hasta que quedaron brillantes con saliva y me acaricié más rudamente mi miembro mientras me metía aquellos dedos húmedos justo en el trasero.

 

—Por todos los malditos demonios —gemí cuando mi cuerpo se arqueó por encima de la cama en un gesto de entrega, antes de hundirme de nuevo en la almohada—. Qué bueno estuvo eso.

 

—Me alegro de oírlo, Malfoy —dijo Potter arrastrando la voz, justo antes de conjurar otro encantamiento de calefacción.

 

Seguramente no debí de haberlo oído aparecerse, tan inmerso que estaba con mi paja. No me sonrojé. No podía ni imaginarme que tendría que ocurrirme por aquellos días para obligarme a sonrojarme. Busqué mi varita y usé uno de mis preciados hechizos para conjurar un encantamiento limpiador.

 

—Actualmente no gozo de muchas erecciones, Potter. Decidí ponerme a planchar mientras la plancha estuviera caliente. Gracias por las mantas extra. Te ves como mierda —le dije alegremente.

 

—Jódete tú también. Tu preocupación me conmueve, Malfoy. —Comenzó a frotarse los ojos, como si le dolieran, y sus hombros se curvaron hacia delante en un gesto de derrota—. ¿Cómo están tus rodillas? ¿Felices después de tu pequeña paja?

 

—Muy felices —sonreí—. Y soy un Dios con los hechizos de limpieza, como podrás imaginarte, considerando mi trabajo actual. Mira. —Me retiré las mantas para que él pudiera echarle un vistazo a mis rodillas.

 

—Súbete los calzoncillos, Malfoy. Obviamente, tu polla está funcionando muy bien y no necesita revisión.

 

Me reí e hice lo que me pedía.

 

Reír. Eso también se sentía normal.

 

Mientras Potter agitaba su varita encima de mis rodillas, lo observé. Como siempre lo había hecho. Bueno, para ser honestos, nos observábamos mutuamente. Pasamos casi siente años observándonos el uno al otro. Conocía la cara y el cuerpo de ese hombre tan bien como los míos. Una tarde de nuestro sexto año, mientras cenábamos en el Gran Comedor, Potter y yo nos mirábamos con un odio tan espeso que podías cortarlo con un cuchillo y untar tu tostada con él, y Pansy comentó: “Es una bendición que ustedes estén obsesionados el uno con el otro, porque si nada más fuera uno de los dos el obsesionado, bueno… sería muy raro y muy triste.”

 

—Te ves muy mal —le repetí a Potter.

 

—Sí, lo sé —respondió él—. Tus rodillas están respondiendo, lo cual es una buena señal. No es un daño irreversible. Existe un tratamiento para la artritis que parece hecho justo a tu medida. Necesitarás sumergirte en una tina durante treinta minutos todas las noches. Toma. —Sacó un pequeño vial de su bolsillo—. Pon tres gotas en el agua caliente, y cuando digo caliente, justo a eso me refiero. También te ayudará con tu hombro. —Se puso de pie—. Te daré más cuando se te termine. —Se sonrojó—. Mándame una lechuza. Bueno, necesito ir a dormir un poco. Fue una mala noche… Espera un minuto, ¿tienes tina en el baño, Malfoy?

 

Negué con la cabeza. Lo único que tenía era una ducha compartida, tan propensa a llenarse de moho que a veces tenía que ducharme con zapatos.

 

Potter se llevó una mano a la frente y comenzó a murmurar para él mismo.

 

—Cristo. A Ron va a darle un ataque, pero él se vendrá conmigo a casa. Tengo como diez tinas ahí. Además, puedo encantar las chimeneas para mantenerlo caliente… sus rodillas nunca se aliviarán si se queda aquí…

 

Estaba hablando solo.

 

—Potter, ¿finalmente has perdido la chaveta?

 

Me miró.

 

—Tal vez. Anoche perdí a alguien. Siempre me pongo mal cuando eso me sucede… pero anoche… era un antiguo compañero. Michael Corner. ¿Lo recuerdas? Se emborrachó hasta morir. Tenía tanto alcohol en el cuerpo que yo casi me embriagué mientras estaba tratando de salvarlo.

 

Yo apenas sí recordaba a ese Corner, pero algo me sonó conocido.

 

—Él fue novio de tu esposa en algún momento, ¿no?

 

Potter asintió.

 

—Lo siento. —¿Qué más podía decirle? Habíamos llegado al punto que casi me sorprendía más cuando escuchaba que alguno de nuestros compañeros de escuela continuaba estando vivo.

 

—Así que te vienes a casa conmigo. Sin discutir. Sin comentarios sarcásticos. Sin nada. Te quedarás conmigo hasta que te encontremos otro lugar para vivir. Vas a tener que hacer esta curación con la tina al menos durante tres meses si es que quieres que tus rodillas sanen, así que necesitas vivir en un sitio con tina. ¿Comprendes? Y no tienes que chupármela para poder pagar. —La voz de Potter se había estado elevando cada vez más, y al terminar, ya estaba gritando—. Esto es una jodida mierda. ¿Mi mejor amigo? Ni siquiera puedo reconocerlo. Quiero decir, suena como Ron, pero las cosas que dice… La gente continúa muriéndose, tú tienes que hacer mamadas para poder comer… para poder caminar… y yo estoy tan harto de esto… Creí que se terminaría cuando…

 

Se llevó las dos manos a la cara y se oprimió los ojos, como si estuviera conteniéndose para no llorar, pero cuando se las retiró del rostro, no tenía lágrimas en los ojos.

 

—¿Listo?

 

—¿Por qué haces esto, Potter?

 

Ahí parado, con los hombros caídos y los ojos opacos por el cansancio, Potter lucía muy vulnerable y muy viejo.

 

—Aparentemente, el complejo de héroe sirve-para-todo-propósito, también aplica para antiguos y aborrecidos compañeros de colegio venidos a mortífagos. Mi vida sería mucho más sencilla si sólo pudiera ignorarte y dejar que te las arreglaras a tu suerte, pero no puedo. Eso es lo que soy, Malfoy. Necesito mirarme todos los días al espejo. Dado los exámenes que te he hecho, no puedo imaginar el tipo de dolor que tienes que soportar cada vez que vas al baño, ya ni hablar de tener que trabajar como lo haces. No te queda nada de cartílago en las malditas rodillas. ¿Me escuchaste?

 

Esa última frase la había dicho a gritos, como si estuviera tratando de convencerme. Cerró fuertemente los ojos y, cuando los abrió de nuevo, ya había conseguido calmarse un poco.

 

—Ron cree que te lo mereces. Yo no estoy seguro de qué es lo que creo, pero sé que estoy demasiado agotado como para disfrutar de tu sufrimiento, y tú estás demasiado desesperado como para rechazar mi ayuda. Pienso que eso resume todo en pocas palabras.

 

Alcancé con mi mano la suya abierta.

 

Cuatro años en Azkaban te hacen prácticamente a prueba de balas, pero tengo que admitir haberme encontrado completamente impactado cuando Potter me apareció en Grimmauld Place. Había asumido que nos estaríamos apareciendo en su casa de Hogsmeade, pero más tarde me di cuenta de lo absurdo de esa idea. Como si su esposa fuera a estar muy feliz de tener a un mortífago en su hogar. Muchas veces, cuando niño, yo había visitado Grimmauld Place, mi madre mostrándole su precioso y bien educado hijo a esa perfecta arpía, mi tía abuela. Me parece recordarme a mí mismo recitando unos versos horribles mientras vestía un espantoso traje de terciopelo azul. Mi madre no tenía muchos lapsos de mal gusto, pero cuando los tenía, eran mucho más que espectaculares. No había estado ahí desde hacía más de quince años, y, en ese entonces, la magia oscura había penetrado cada centímetro de la casa y podía morderte la nuca cada vez que entrabas a una habitación. Pero ahora todo eso había desaparecido, aunque continuaba siendo sombría, húmeda y fría, y los corredores apestaban a ratas muertas.

 

—El primer cuarto de la derecha será el tuyo. Está en una esquina de la casa, y el sol entra en él toda la mañana y toda la tarde. Se conserva tibio todo el día. Además, tiene su propio baño.

 

Potter marchó a tropezones mientras recorríamos nuestro camino lentamente hacia arriba por las escaleras. Esperó por mí mientras yo me tomaba mi tiempo con cada escalón. Mis rodillas no me dolían tanto, pero tampoco funcionaban muy bien.

 

—Pensé en darte uno de los cuartos de la planta baja, pero ésos no tienen baño. Así que, me temo, tendrás que arreglártelas con las escaleras. Aquí es.

 

Abrió la puerta del cuarto que iba a ser mío durante las siguientes semanas. Apenas sí podía reconocerlo. Cuando era niño, ese cuarto había sido una auténtica tumba, cubierto con metros y metros de tapiz color morado oscuro que no había sido cambiado desde finales de los 1800s. Alguien había quitado el papel tapiz de las paredes, pintado el cuarto de color amarillo y, luego, colocado —bastante torpemente— un estampado floral. Mediocre, pero mucho mejor que el morado funeral. Me asomé en el baño en suite. Tenía una tina lo suficientemente grande como para dos personas. Una cosa que tenían estos victorianos era que les gustaba limpiarse los pecados a todo lujo.

 

—Gracias, Potter. Está bonito… muy de clase media y perfectamente plebeyo, pero bonito.

 

El relajado lenguaje corporal de Potter —la adultez no le había quitado su tendencia a andar encorvado— desapareció. Sus hombros se tensaron y sus puños se elevaron como si fueran a golpearme.

 

—Vamos a compararlo con ese cuchitril dónde acabamos de estar, ahí donde los alféizares de las ventanas están llenos de hoyos porque las ratas se lo pasan royéndolos. Malfoy, si quieres sanar, te sugiero que te guardes tus comentarios durante todo este tiempo. Los remordimientos que me hacen ayudarte podrían verse completamente neutralizados por tu infalible habilidad para ser un hijo de puta. Pórtate amable o te largas de aquí. Yo intentaré hacer lo mismo, ¿de acuerdo?

 

Derrotado, tuve que asentir lacónicamente. Al menos, Potter no me estaba pidiendo mamadas para curarme.

 

—Muy bien. ¿Cuándo tienes que regresar al trabajo?

 

—Mañana en la noche. Necesito estar ahí a las diez. Trabajo en el turno nocturno.

 

—Podemos darte un par de tratamientos antes de que pongas tensión en esas rodillas. Quiero que estés acostado hasta entonces.

 

Era casi divertida la manera en que la voz de Potter sonaba tan segura cuando impartía órdenes médicas. En la escuela nunca había sido así de confiado, era sólo un chico torpe cuya ineptitud siempre escondía su poder. Constantemente yo lo había subestimado por culpa de eso. Se sonrojaba, tartamudeaba, y de repente, hacía algo como partirte en dos pedazos. Su destreza mágica siempre me impresionó. Fue mi error. Fue el error de Voldemort.

 

Un movimiento de su varita y un fuego rugió en la chimenea.

 

—Te durará hasta que me despierte. Descansa las rodillas —me recordó y señaló hacia la cama.

 

—¿Alguien te ha dicho lo mandón que eres? —gruñí mientras me dirigía hacia la cama.

 

—No —dijo con algo de sorpresa—. Si tienes mucha hambre, en la cocina hay un poco de pan, mantequilla y mermelada. No esperaba huéspedes, así que tendrás que arreglártelas con tostadas. Iré de compras en un futuro próximo. ¿Puedes preparártelas por ti mismo? Como te dije antes, fue una noche muy difícil. Necesito ir a dormir. Te haremos tu primer tratamiento cuando despierte.

 

—Ve. Estoy bien —le aseguré.

 

No estaba nada cansado, pero me quedé acostado ahí durante una hora hasta que estuve seguro de que Potter estaría dormido. Entonces, me levanté y comencé a husmear. Un surtido de raídas camisetas y calcetines sin par llenaban los cajones, y varias camisas de vestir sin botones colgaban en el armario, tendidas precariamente junto a un revoltijo de corbatas con diseños tan atroces que sospeché que Potter tenía que haber estado borracho cuando fue a comprarlas. Pude distinguir su mal gusto repartido por todo el cuarto como si fuera una snitch de veinticinco kilos de peso: Potter me estaba dejando dormir en su propia habitación.

 

Mi buen Dios, el complejo de mártir de Potter no conocía límites.

 

Todos los otros cuartos en ese piso eran como el mío. Aquellas pesadas y ornamentadas galas victorianas tan gustadas por mi tía abuela, habían sido remplazadas por varias capas de pintura y montones de diseños florales de pésimo gusto impresos en alegres colores pastel. Basándome en sus corbatas, pude deducir que el espectro de colores de Potter se limitaba al rojo y al dorado, así que asumí que el decorado de los cuartos era obra de la comadrejilla. Seguramente era aficionada a las revistas de decoración llenas de artículos titulados “Borra los Tristes Tiempos de la Guerra: Alegra tu casa con Cretona”.

 

El resto de la casa estaba como yo la recordaba. En el piso inferior estaba el cavernoso comedor, con sillas para veinticuatro personas y suficientes urnas y tazones de plata como para equipar un típico castillo; la sala de estar, la cual ya había sido despojada del aroma a rata muerta; y la biblioteca… ¡ah! La vista de todos aquellos libros me hizo salivar. Para llegar a la cocina había que bajar otro tramo de escaleras. Un rápido emparedado de mermelada, un viaje a la biblioteca para sustraer un libro, el lento ascenso de regreso a mi cuarto, y pasé el resto de la mañana y una buena parte de la tarde, leyendo.

 

Alrededor de las cuatro, un golpe en mi puerta y Potter entrando a tropezones a mi habitación. Se había quitado la ropa, quedándose sólo en calzoncillos y en camiseta interior.

 

—¿Cómo estás, Malfoy? —Parpadeó y se pasó una mano a través del cabello. Era sorprendente que pudiera hacer eso: atravesar con esos dedos tan bruscos la salvaje mata de pelo que tenía en la cabeza.

 

—Siguiendo tus instrucciones: dándole descanso a mis rodillas. Tú sigues viéndote como mierda —comenté. Y era verdad. Líneas de cansancio enmarcaban cada lado de su boca—. Regresa a la cama, yo estaré bien.

 

—Estoy bien —bostezó en respuesta, demostrando que era obvio que no estaba bien, que continuaba sintiéndose exhausto. Se apoyó en el marco de la puerta, deslizando una mano bajo su camiseta para rascarse el estómago—. Necesitas tu tratamiento.

 

—¿Tratamiento? —repetí sin poner atención realmente, porque en lo único que podía concentrarme era en esa “V” de vello oscuro que adornaba el estómago de Potter, la cual, yo sabía muy bien, dirigía directamente hacia su pene. Maldita sea, mi primera paja en años y ahora estaba desesperado, pensando seriamente en cómo serían las partes privadas de Harry Potter.

 

El sexo en la prisión se había limitado a lo que dijera el cabrón que llevaba la batuta y la varita, así que yo consideraba que mi vida sexual había dejado de existir durante todos aquellos años; por lo tanto, no era sorprendente que cualquier persona remotamente masculina y que no vistiera el uniforme de guardia de Azkaban, me hiciera babear con ganas. Yo trabajaba solo, y a las únicas personas que veía fuera del trabajo eran Chalmers y el maldito de Weasley. Y el día que uno de ésos cabrones me la pusiera dura, sería el día de mi suicidio.

 

Levanté las rodillas para esconder la erección que tenía en ese momento y regresé mi atención al libro.

 

—Duérmete otra hora. No voy a ir a ningún lado. Todavía me quedan dos capítulos para terminar este libro.

 

—De acuerdo —accedió él y avanzó torpemente de regreso a su cuarto.

 

Esa paja ni siquiera la saboreé. Prácticamente me arranqué la piel para obligarme a terminar lo más rápido posible.

 

 

 

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