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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Sherlock Slash Fanfiction

Como arena en un instrumento de precisión

Capítulo 4

 

Como si fuera una tormenta de octubre –lluvia torrencial que amaina hasta convertirse en una leve pero adorable llovizna-, de esa misma manera el beso que compartía con Sherlock gradualmente fue tornándose menos duro y menos demandante, pero no por eso menos intenso ni impactante. Su lengua había dejado de violar mi boca –la agresividad anteriormente empleada quedando en el pasado- y en vez de eso, aquel músculo húmedo y tan largamente ansiado comenzó a entrar y salir entre mis labios de manera gentil, nunca quedándose quieto, nunca dejando de explorar cada rincón que podía alcanzar. Hurgando debajo de mi propia lengua, atrás de los dientes, el recoveco entre éstos y mis hinchados labios… la sensación de éxtasis picándome la piel y amenazando con hacerme estallar.

 

Los largos y delgados dedos de Sherlock continuaban acariciándome la nuca y, si yo no hubiera estado tan patéticamente ocupado disfrutando del mejor beso que me habían dado en toda mi vida, me habría congratulado ante el hecho de que, al fin, esos dedos estaban demostrándome que realmente eran los talentosos instrumentos de un violinista tal cual como yo los había imaginado; enredándose entre las hebras de mi cabello con la maestría digna del mejor concertista, lentos, suaves, obteniendo de mí la mejor nota cómo sólo un músico experto podría hacerlo con un maltratado y viejo instrumento.

 

Porque yo no podía dejar de hacer ruido por más que quería. Simplemente, no podía.

 

Ese beso, esos dedos en mi pelo, esa otra mano habiendo liberado la tela de mi bata para simplemente posarse sobre mi pecho… todos juntos estaban tocándome y sacando música de mí, arrancándome los más impúdicos y sonoros gemidos, los cuales –esperaba yo- no estaban llegando a oídos de Sherlock porque morían ahogados entre los labios de los dos.

 

Yo tendría que haber actuado con un poco más de cordura, ahora lo sé. Pero esa noche fui incapaz de hacerlo. Con Sherlock besándome así, difícilmente podía hacer otra cosa que no fuera disfrutar el momento; mi cerebro desconectado de mi cuerpo, mi sentido común en renuncia total. El sitio y las circunstancias parecían haberse evaporado por completo, lanzándome de cabeza a ese territorio tan poco explorado por mí donde sólo las sensaciones del oh, dios mío, quiero más, quiero más, que nunca acabe esto por favor, importaban y mandaban a la mierda cualquier intento de raciocinio.

 

Sabía que eso se estaba saliendo de control. Lo sentía. Sentía a mi cuerpo responder anhelantemente al beso; estaba temblando de pies a cabeza, tenía el cerebro obnubilado y un sentimiento de felicidad tan intenso que podría haber llorado. Una erección rebelde e inoportuna comenzando a levantarse por más esfuerzos que hacía por evitarlo, porque después de todo, no creía que Sherlock quisiera llegar a más allá de ese beso… no que yo no estuviera deseando lo contrario, la verdad.

 

Finalmente mi amigo dejó de besarme y con gentileza me empujó del pecho con su mano derecha. Fue apenas un leve movimiento, pero yo capté la indirecta y tuve que incorporarme un poco para permitirle respirar. Entonces fue cuando me di cuenta de que yo tenía los ojos firmemente cerrados.

 

No me atreví a abrirlos. Me quedé así, quieto e inhalando con agitación, percibiendo el sonido de las respiraciones de ambos y la sensación ardiente del hálito de Sherlock sobre mi tez, esperando en aquella posición, sin querer retirarme por completo porque, Dios me ayude, pero yo quería más. Necesitaba más. Yo no podía –no en ese momento, no después de ese beso- simplemente levantarme y mirarlo a la cara como sin nada, despedirme y regresar a mi habitación. No podía hacerlo y de verdad que no quería.

 

Así que me quedé esperando a que Sherlock hiciera algo. Lo que fuera. Lo que él quisiera.

 

Pero los segundos pasaron y para mi grande y profunda decepción, Sherlock ya no hizo ningún intento por volver a besarme. Tuve que resignarme para no quedar en ridículo (¿más?, se burló mi subconsciente) y lentamente, abrí los ojos y lo miré a través de la penumbra de su cuarto de hospital.

 

Me estaba observando con una expresión preocupada que no pude interpretar, pero que consiguió –con gran efectividad- que yo me preocupara también. Por acto reflejo me incorporé con rapidez; Sherlock tuvo que soltar mi nuca, su mano deslizándose por mi espalda y mi brazo hasta caer laxa a su lado. Yo me quedé parado a un costado de la cama –un buen par de pasos atrás para alejarme de la tentación-, temblando de deseo, de frustración, de vergüenza. Muriéndome por salir corriendo de ahí y no volver a verle la cara hasta que ambos pudiéramos fingir con firmeza que ahí no había pasado nada.

 

Pero no era mi costumbre salir corriendo de las situaciones peligrosas. No lo había hecho antes y no iba a comenzar esa noche por culpa de Sherlock Holmes. Así que me armé de valor y di un paso hacia su cama, pero entonces Sherlock me miró con esa expresión suya que tan bien sabía ponerme nervioso, como si dijera "Adelante, John, intenta iluminarme con tus escasas dotes deductivas que no tienen ni punto de comparación con las mías" y haciéndome dudar todavía más de lo que iba a decir a continuación.

 

—Sherlock, yo… tú… —comencé, dándome cuenta tardíamente de que no era yo quien tenía que dar explicaciones. ¿O sí? (Después de todo, maldita fuera mi estampa, yo había permitido que el beso prosiguiera su endiablado curso, en ningún momento poniendo trabas ni marcando un final)—. Esto… eso… Eso fue…

 

—¡Lo sé, John, lo sé! —exclamó Sherlock de repente, incorporándose hasta quedar sentado en su cama y arrugando la cara en un gesto de dolor cuando la pierna se le movió por el cambio de posición—. ¡Descomunal descarga de endorfinas! Realmente adictiva si uno se permite ser dominado. La peor de las drogas y la más peligrosa.

 

—¿Endor…? ¿De qué estás…? —comencé a preguntar, pero la frase murió en mis labios al ver a Sherlock mirando a ambos lados de su cama como buscando algo, tan indiferente y campante como si compartir besos de ese tipo fuera de lo más normal para él.

 

Me sentí el perdedor más grande del mundo al recordar que yo había estado pensando que ese había sido el mejor beso que alguien alguna vez me hubiera dado en mi vida, y en cambio, Sherlock…

 

—¿Dónde diablos está la maldita palanca para subir esto? Ayúdame, John. Quiero sentarme para hablar contigo. Y enciende la luz —me ordenó.

 

Apretando los labios para tragarme la respuesta indignada y sarcástica que luchaba por escapar de mí (después de todo, el hombre me debía a mí su estadía en el hospital, demonios), me agaché y con la mano de mi brazo bueno, busqué el botón que permitía acomodar la parte superior de la cama. Lo mantuve así hasta que se elevó lo suficiente y Sherlock pareció contento. El hombre se apoltronó entre sus almohadas mientras yo encendía la luz –luz horrible y blanca que, como un eficaz contrahechizo, llegó a romper cualquier magia que hubiese existido ahí entre los dos, terminando de fulminar cualquier rastro de excitación.

 

Me fue imposible no notar un enorme y cursi arreglo floral que descansaba sobre la mesita de noche –una punzada de celos mordiéndome el estómago-, pero rápidamente leí la nota colocada entre las flores ("Que te recuperes pronto, Sherlock. Con cariño, Molly") y pude volver a respirar. También noté su teléfono móvil y su computadora portátil en la otra mesita y no pude evitar preguntarme quién demonios podía habérsela traído desde nuestro apartamento.

 

Finalmente miré hacia Sherlock y éste me dedicó una estúpida sonrisa que yo quise interpretar –si es que no quería asesinarlo ahí mismo- como de agradecimiento.

 

—Mucho mejor —susurró él—. ¿En qué estábamos?

 

Yo abrí mucho la boca y por Dios, juro que podía haberlo matado. Y ahora que lo pienso, me doy cuenta de que fue la misma estupefacción causada por su desfachatez lo que me mantuvo ahí parado ante él y no me dejó reaccionar a tiempo como para salir de aquel cuarto con la poca dignidad que todavía tenía en mi poder.

 

Tal vez Sherlock notó mi cara de desconcierto, porque de pronto abrió los ojos en un gesto de sorpresa y casi gritó.

 

—¡Oh, cierto! Mi teoría —me dijo, su sonrisa desvaneciéndose y poniendo cara de seriedad.

 

—Tu… ¿tu, qué…? —mascullé, cada vez más duro para mí el poder creerme el descaro de ese hombre.

 

Sherlock se movió un poco hacia delante como si quisiera acercarse a mí. Pero yo, por si las dudas, di un paso hacia atrás. No volvería a caer en las garras de ese loco jamás.

 

—Tengo una teoría contigo y conmigo, John —dijo con algo que yo podía jurar sonaba casi como tristeza—. Y cosa lamentable, la hemos comprobado en este instante. —Se calló y se me quedó mirando. Yo hice lo mismo en espera de que él dijera más—. ¿No me digas que no te diste cuenta de que acabo de besarte?

 

—¡¿Cómo diablos no iba a darme cuenta, Sherlock, por todos los santos? —grité sin poder contenerme, la palabra "lamentable" resonando en mis oídos con atronadora furia, el desenfado e indolencia que Sherlock demostraba ante un hecho que a mí casi me había partido en dos, que casi me había derretido, que casi me había hecho morir de placer, torturándome. ¿Qué clase de monstruo sin corazón era ese hombre?

 

—Veo que tomaste nota —dijo, esbozando una sonrisita fingida que no le duró ni medio segundo en la cara—. Bueno, entonces podrás concordar conmigo en que el resultado es una clara muestra de que entre nosotros dos se ha desarrollado un inoportuno enamoramiento.

 

—¿Inoportuno? —repetí a media voz, pensando seriamente en pellizcarme. Porque eso, eso, tenía que ser una pesadilla y no la realidad.

 

Sherlock entrecerró los ojos y se llevó las manos frente a la cara, colocándose en su típica postura analítica.

 

—Así es. Inoportuno, desastroso y, lo peor, completamente ilógico. Porque por más que razono los hechos, no puedo comprender cómo pudo haber sucedido algo así cuando lo obvio, lo natural, lo predecible, hubiera sido que tú te interesaras en la señorita Sawyer y no en mí… ¿No se suponía que eras heterosexual, John? Además, aparte de que soy un hombre, a veces, según veo, me comporto como un verdadero patán contigo.

 

—En eso tienes toda la razón —jadeé a toda prisa, mi corazón acelerándose por una razón muy diferente de la que había acontecido un momento antes.

 

Sherlock me ignoró y continuó hablando en voz baja.

 

—Y yo… cierto es que mis necesidades siempre se inclinaron hacia personas de mi mismo sexo, pero había aprendido a acallar esos estúpidos impulsos que, dejando de lado que son completamente inútiles, también son perjudiciales. Estaba casi seguro de que si me lo proponía no volvería a suceder. Sin embargo, contigo… —levantó sus ojos hacia mí—. Es que tengo que reconocer que tú eres…

 

Sherlock guardó silencio, mirándome fijamente, y yo aproveché para decir algo ahora que el grandísimo bocón se había callado.

 

—No me importa en lo más mínimo lo que tú creas que soy —dije lo más despectivo que pude, consciente de que el corazón se me estaba estrujando dentro del pecho de un modo tan doloroso que por un momento realmente pensé que si las cosas seguían así, sufriría un infarto—. Guardarte tus opiniones donde mejor se te acomoden, Sherlock.

 

Miré hacia la puerta, pensando en salir de ahí ya. Porque si no me iba en ese momento, si no me iba pronto de ahí, no sabía qué acto demencial podría ser capaz de realizar. Matar a Sherlock, lo más probablemente.

 

—Porque por más que lo considero, John —continuó mascullando Sherlock casi para él mismo, ignorando lo que acababa de decirle e ignorando también mi lenguaje corporal que le gritaba "Voy a matarte, jodido Fenómeno de mierda, y luego podré huir del país porque sé que Donovan me ayudará gustosa a conseguirme un pasaporte falso"—… nada de esto tiene lógica. Han transcurrido exactamente 35 días desde que supe con certeza que tú presentabas un cuadro típico de enamoramiento: largos silencios, mirada fija en el vacío, suspiros profundos y prolongados sin razón aparente, falta de apetito y … —De pronto, clavó sus ojos en mí y yo, sin estar seguro si podría soportar que me mirara así, di otro paso hacia atrás—. Además, ¡visitabas a Sarah casi a diario! Gastabas tu dinero y tu tiempo en ella; era lógico, ERA OBVIO, digo, ¡tenías que estar enamorado de Sarah! —exclamó enojado—. ¿Qué fue lo que falló ahí? ¿Por qué no te enamoraste de Sarah, John?

 

En ese momento, más que nunca antes, me enfureció ser un maldito libro abierto para la metódica y suprema mente de Sherlock Holmes. Me enfureció que pudiera leerme de aquella manera, que supiera tanto de mí cuando yo ni siquiera podía prever lo que él haría a continuación. Me enfureció tanto que el cuerpo entero me temblaba de rabia y de ganas de dormirlo con una trompada.

 

—Lamento informarte que por esta vez te equivocas, Sherlock. Yo estoy enamorado de Sarah —mascullé entre dientes, mintiendo con toda la presteza que fui capaz. No iba a permitir que Sherlock continuara humillándome, eso tenía que parar—. Tus conclusiones y tu experimento apestan y no son nada, no demuestras nada, un maldito beso entre tú y yo no es nada porque Sarah y yo, aunque te cueste creerlo, tenemos…

 

—Una relación platónica en la que jamás ha habido sexo y en la últimamente ni siquiera han llegado a darse un beso —me atajó él con una seguridad que me hizo estremecer.

 

Lo sabía, el cabrón lo sabía. No era posible que Sarah le hubiese contado eso, pero de alguna manera, el maldito lo sabía. Dios mío, cómo, cómo odié en ese momento que Sherlock no fuera una persona normal, que como otro cualquiera, podía dejarse engañar.

 

Meneé la cabeza en un gesto negativo, soltando una risita sarcástica que fue lo único que, creía yo, podía salvarme de la humillación que me estaba tragando vivo.

 

—No voy a preguntarte cómo lo averiguaste, Sherlock, pero quiero que sepas que de todas maneras, eso no demuestra nada. Aunque Sarah y yo no tengamos sexo, no quiere decir que yo no quiera hacerlo y…

 

—Deja de mentir, John —me interrumpió Sherlock, inclinando todavía más su cuerpo hacia mí y bajando la voz—. Sé que no la amas, sé que ni siquiera te atrae sexualmente, y sé que su amistad tampoco vale tanto para ti como para estar perdiendo el tiempo en estúpidas socializaciones como lo haces. Tenía mis dudas acerca de todo esto, pero ayer, mientras investigábamos el caso de la Liga, lo he averiguado por fin —dijo con voz triunfante y cruel.

 

—No —susurré, dando otro paso hacia la puerta—. No quiero saberlo. Te suplico que te calles, Sherlock.

 

—Puedo decirte cuál es el día exacto en que la besaste por primera vez, puedo decirte cuántos días duró ese romance barato y cuál fue el día preciso en que terminó —dijo con rapidez, sin hacer caso a mi petición—. Olvidas que la saliva, al igual que cualquier otro fluido corporal vertido sobre la piel o la ropa, tiene un aroma persistente que no desaparece sino hasta que te has lavado —afirmó con su enorme sonrisa de sabihondo.

 

—¡Eres un cerdo, Sherlock! —le grité—. ¿Es eso lo que has estado olfateando en mí? ¿Rastros de la saliva de Sarah?

 

—Saliva, sí… entre otras cosas —me respondió él sonriendo ferozmente—. La ausencia de saliva me indica "Nada de besos", y también sé que no has tenido sexo con ella por la ausencia de… otros aromas.

 

—¡Dios mío, Sherlock, hoy sí que te has superado a ti mismo! —exclamé, tan horrorizado que apenas sí podía creerlo—. ¿Por qué has estado espiándome? Y sobre todo, ¿por qué empleas esos métodos tan… tan asquerosos para hacerlo?

 

Sherlock se encogió de hombros.

 

—Porque puedo —me respondió y yo abrí la boca sin saber qué decir—. Porque puedo y porque tenía curiosidad por saberlo. No ha sido nada difícil, John. Es obvio que no estás prendido de ella. A Sarah le gustas, lo sé. Le gustas lo suficiente como para tener sexo contigo, por lo tanto, si ustedes dos no han llegado a ese punto, pude deducir con facilidad que es porque tú en realidad no has querido hacerlo.

 

Agaché la cara, sintiéndome derrotado.

 

—De acuerdo —reconocí en voz baja—. Tienes razón, Sarah y yo sólo somos amigos. Pero eso no demuestra que yo sienta algo por… —me callé, incapaz de completar la frase, lo cual sólo delataba más mi culpabilidad, lo sabía bien.

 

—Por supuesto que lo demuestra —dijo el muy animal con voz suave, como si quisiera sonar comprensivo—. Me pregunté durante muchos días el motivo de tu extraña actitud, ¿por qué intentar fingir ante mí que sostenías una relación con ella? ¿Cuál era el objetivo de semejante sinsentido? Concluí que tenía que ser algo importante. Si no, ¿cómo explicar que te largaras todos los días a disipar tu exigua pensión junto con ella sin obtener a cambio la retribución sexual que es normal en estos casos?

 

—¡Oh, Sherlock, cállate ya! —le pedí casi a gritos, sorprendido de que todavía no nos hubiesen escuchado desde la estación de las enfermeras—. ¡Usando esas palabras lo degradas tanto, haces que suene como si…!

 

Sherlock se rió con ganas de mí, echando la cabeza hacia atrás. Yo, sintiéndome tan vulnerable como si estuviera haciéndole frente a un enemigo armado sin tener yo nada con qué defender mi vida, di más pasos hacia atrás hasta que al fin mi espalda tocó la puerta del cuarto.

 

—Pero, ¿qué otra cosa es eñ galanteo entre hombre y mujer si no es eso, John? Quitándole los apelativos románticos que le han puesto a través de los siglos, la verdad es que no es más que un vulgar intercambio de tiempo y de dinero por sexo, y nada más. En el caso del hombre. La mujer, aparentemente, intercambia sexo por atención. Vamos, John —dijo con desprecio al ver mi gesto incrédulo—. No puedes salirme ahora con que tú crees en esos ideales románticos del tipo te amaré como Romeo amó a Julieta y hasta que la muerte nos separe—dijo con voz burlesca—. No un soldado como tú, John. Oh, no podría sentirme más decepcionado de ti si supiera que aspiras a lograr el mal llamado "amor eterno" conmigo o con quien sea.

 

—¡Suficiente! —grité, sintiéndome extremadamente lastimado, mi dignidad hecha pedazos, colocando la mano de mi brazo sano sobre la manija de su puerta—. No tengo por qué seguir oyendo tus sandeces. Yo… yo sólo vine a darte las gracias por haberme salvado, para ver si necesitabas algo, pero tú… —Lo miré con toda la furia que sentía en ese momento—. Ya hablaremos cuando nos den de alta, allá en casa. —Estuve a punto de abrir la puerta para salir de ahí cuando me sentí con la urgencia de aclarar—: Sólo diré algo más, señor Holmes: estás completamente equivocado en tu maldita deducción por más que te moleste aceptarlo. Yo no estoy enamorado de ti ni lo estaré jamás. No te lo merecerías, creémelo.

 

Sherlock me miró arqueando las cejas.

 

—Por supuesto que lo estás —dijo con voz baja y ronca, un tono que pareció atravesarme la piel misma y no sólo los tímpanos—. Sé que lo estás porque, al darme a la tarea de tratar de averiguar por qué jugabas a fingir que salías con Sarah, me di cuenta de varias cosas. Primero: esa situación fraudulenta parecía elaborada por ti sólo para que yo me la creyera. Después de mí, no te importaba lo que pensara nadie más, ni siquiera tu hermana. Segundo: analizando la situación que me presentabas, me percaté de que era obvio que intentabas engañarme y de que estabas enamorado de alguien, pero ese alguien no era Sarah. ¿Entonces? —Me miró con burla antes de concluir—. Vamos, John. Eso fue demasiado sencillo. Lo hubiera sido hasta para ti. Me bastó añadir un par de experimentos para comprobar la teoría: una escena que despertara tus celos cortesía de Lestrade y, para finalizar, un beso como prueba de fuego.

 

Tuve que aferrarme a la manija de la puerta para no caer. Las rodillas me temblaban y no, simplemente no podía creer que Sherlock fuera así de cruel.

 

—Eres… —le susurré, no pudiendo encontrar una palabra lo suficientemente vil como para describir lo que en ese momento pensaba yo de él—. Eres… No sé lo que eres, Holmes, pero… pero quiero que sepas que cualquier cosa que yo hubiera podido sentir por ti, acaba de morir en este momento.

 

Sherlock hizo un gesto despectivo mientras se frotaba la pierna herida alrededor de su venda.

 

—Sabes que eso no es cierto, John —dijo en voz baja y muy seria—. No se puede dejar un enamoramiento de lado así de fácil.

 

Me reí con ganas, más de miedo y de nervios que de otra cosa.

 

—¿Y tú cómo podrías saberlo, señor Frío Calculador, si eres el anti-amor en persona? —me burlé.

 

Sherlock levantó la mirada hacia mí y me miró con profundidad, todo rastro de socarronería había desaparecido de su rostro y sólo quedaba una gran gravedad.

 

—¿No lo has adivinado, John? —Se silenció un momento y como yo me negué a responderle nada, continuó—: Yo sé muy bien lo difícil que es luchar contra ese torrente de testosterona y endorfinas causadas por la atracción física porque… porque yo también estoy siendo víctima de ella —arrugó el entrecejo como si le hubiera costado mucho decirlo. Bajó los ojos antes de concluir—: El beso no fue fingido, John. Lo hice tanto para comprobar si tú te sentías atraído por mí como para comprobar de una vez por todas si lo que yo sentía por ti también era… lo mismo. O peor, porque es mucho más que sólo algo físico.

 

De repente fue como si el mundo se hubiera vuelto de cabeza. ¿En qué momento Sherlock había decidido dejar de burlarse de mí para exponerme sus propios sentimientos? Negué con la cabeza, pensando que semejante confesión, si es que resultaba verdadera, no hacía nada más que confundirme al grado de que creí que me volvería loco. No entendía nada, por Dios. ¿Por qué Sherlock era tan complicado?

 

—Pero… —comencé a hablar—. ¿Cómo… cómo…?

 

Sherlock soltó una risita sardónica.

 

—Mi querido doctor, tan acostumbrado al desamor que no se da cuenta cuando alguien lo ama, cuando ese alguien es capaz de dar su vida por él. Aun teniéndolo enfrente, aun siendo besado por él. En serio, John… a veces me pregunto porque a pesar de tu torpeza, yo te encuentro tan fascinante.

 

Se cruzó de brazos e inclinó la cabeza, enterrando la barbilla en su pecho y aparentemente, negándose a decir más. Suspiró y frunció el entrecejo, presentando el cuadro de un hombre verdaderamente triste y casi haciéndome sentir compasión por él. Como por arte de magia, yo sentí como si con esa confesión me hubiera desagraviado completamente.

 

Me quedé parado ahí, apoyado contra la puerta. Con lentitud, mi manó cayó de la manija hasta quedar a mi costado. Mis ganas de largarme de ahí postergadas por el momento; después de todo, no todos los días tenías al estoico Sherlock Holmes confesando su amor por ti.

 

—Sherlock, yo… yo no sé qué decir. Esto es…

 

—Antes del suceso en la bóveda del banco —me interrumpió él, hablando rápidamente y sin mirarme a los ojos—, cuando me di cuenta de lo que tú sentías por mí, me sentí enojado contigo porque yo había sido muy claro en lo que respectaba a mis ideas sobre el amor y las relaciones de pareja. Pensaba hablar contigo en cuanto finalizara ese caso. Pero luego, te hirieron y… —suspiró con profundidad—… descurbí que si yo prefería morir antes de verte muerto a ti, era… era porque… —Levantó la cara y vi una impotencia tan grande en su expresión que me costó creerlo—. Bueno, creo que ya podrás imaginarte que en ese momento sólo fue cuestión de sumar dos más dos.

 

Otro largo silencio se extendió entre los dos y yo tragué saliva antes de decir:

 

—Pensé… yo pensé que tú no creías en el amor. ¿No acabas de burlarte de mí por eso? ¿No lo llamaste "intercambio por retribución sexual" y no sé qué más? —dije intentando sonar gracioso, una leve llama de esperanza prendiéndose en mi interior.

 

Sin embargo, Sherlock ni siquiera sonrió ante mi comentario.

 

—Es que no creo en el amor, John. El hecho de que me sienta así por ti no cambia nada; ni mi idiosincrasia ni mis propósitos a corto y largo plazo. Te dije que estaba casado con mi trabajo y así es; en mi vida sólo hay espacio para él. No para un… un compañero de ese tipo. Yo soy lo suficientemente fuerte como para luchar y ganar contra esto. ¡El amor! —exclamó con desprecio, comenzando a levantar la voz—. ¡El amor no existe en realidad, John! ¡No hay nada de mágico ni de grandioso detrás de él! Es sólo un cóctel bastante cargado de las mejores drogas cerebrales (y eso tú tienes que saberlo bien, querido doctor); una enfermedad del sistema nervioso que sólo produce angustia, distracción, pensamientos obsesivos, poco rendimiento en tu trabajo y lo peor de todo, ¡dependencia! Dependencia de una persona que, en muchas de las ocasiones, ni siquiera es digna de ti. Pourquoi me mettrais-je la corde au cou?

 

—¿Te das cuenta que cuando hablas en francés no entiendo nada, no? —mascullé, sintiendo tanto dolor y degradación que no comprendía cómo podía estar de pie. La anteriormente débil luz de esperanza que había sentido extinguiéndose ante la ráfaga de su desdeñoso retintín.

 

—Lo siento —dijo sin mirarme—. Me brota sin querer cuando estoy sobrepasado. Mi madre es hija de franceses, ¿nunca te lo conté?

 

Negué con la cabeza. Nos quedamos en silencio durante un momento, mientras yo intentaba darle forma a los mil cuestionamientos que bullían en mi cerebro.

 

—Entonces, debo entender —comencé a hablar lo más lentamente que pude para no permitirme dar rienda suelta a mi lacerante amargura— que tú estás reconociendo que estás… ¿enamorado de mí? —Sherlock no me respondió con palabras, pero su silencio y la manera en que me volteó la cara y clavó los ojos en la ventana, me contestó la pregunta. Suspiré entrecortadamente y proseguí—: Pero a pesar de reconocerlo, te niegas a… te niegas a… ¡Joder, Sherlock! —espeté, desesperado, agitando mi brazo bueno con brusquedad—. ¿A qué demonios estás jugando? ¿A qué es lo que te estás negando si ya tienes pruebas más que suficientes, si ya sabes que yo también me siento así por ti?

 

Sherlock giró de nuevo su cara hacia mí, y la furia plateada que vi en sus ojos me impresionó.

 

—¿Jugando? —gruñó—. ¿Jugando? —repitió un poco más alto esa vez—. ¡Justamente jugar es lo que no quiero hacer! ¿Por qué no puedes comprender que esto del amor es un mal y no un bien? ¿No ves las numerosas desgracias que acarrea? ¿No recuerdas que te dije que no podía darme el lujo de enamorarme? ¡Me impide ser yo, me estorba para actuar con rapidez, para reaccionar con precisión, me imposibilita para tomar las decisiones correctas en el momento justo! ¿No has visto lo que he pasado en la bóveda por culpa de… de… de lo que siento por…? —dudó y se quedó callado, mirándome con incertidumbre.

 

Oh, mi buen Dios. Sherlock se arrepentía de haberme salvado, de haber arriesgado su propia integridad por mí. Tragué con gran trabajo un nudo enorme que tenía en la garganta.

 

—No digas más, por favor —le supliqué en voz apenas audible—. Ya te he comprendido.

 

Para mi enorme sorpresa, Sherlock me hizo caso. No dijo nada más. Sólo se quedó ahí sentado, mirándome con sus imposiblemente penetrantes ojos claros, con los brazos cruzados en un enfurruñado gesto, su ceño fruncido y la boca en un puchero. Si yo no me hubiera sentido tan destrozado, podría haber sonreído ante semejante imagen: Sherlock, mi buen amigo Sherlock, luciendo como un niño pequeño, haciendo berrinche porque le enfurecía haber caído tan bajo al grado de haberse enamorado, por haberse rebajado al mismo nivel de todos los demás mortales con cerebros pequeños que cohabitábamos a su alrededor y que nos dábamos el lujo de "sentir" atracción, deseos y amor.

 

Y yo, increíblemente, comprendía su furia y su miedo. Entendía su pensar y su sentir. Pero el hecho de comprenderlo no significaba que dejara de sentirme lastimado por su decisión.

 

—Entonces —dije yo en voz baja después de aquel largo silencio—. Todo termina aquí, ¿no? —pregunté con enorme pesar.

 

Ante mi cuestionamiento, Sherlock pareció relajarse. Descruzó un poco los brazos y su gesto se suavizó.

 

—Yo no he dicho tal cosa. Simplemente estoy avisándote que no estoy interesado en comenzar una relación. Ni contigo ni con nadie más.

 

Agaché la cabeza, luchando con todas las fuerzas por soportar su rechazo sin desbaratarme en mil pedazos.

 

—Si eso era lo que pensabas desde un principio —dije con mucha más amargura de la que era mi intención—, hubiera sido mucho más amable de tu parte no haberme besado, Sherlock.

 

—Oh, John, ese beso fue sólo un experimento —dijo desairadamente—. Una manera de probar que tenía razón. Necesitaba asegurarme antes de tener esta charla contigo. No te lo tomes personal.

 

Apreté los labios y le sonreí con la mayor frialdad que pude hacerlo.

 

—Claro. Perfecto. Es… es bueno saber que tu intención no era herir mis sentimientos —dije con completo sarcasmo.

 

—No, esa nunca ha sido mi intención.

 

Fue todo lo que me respondió. Y lo peor era que él lo decía totalmente en serio.

 

Creyendo que ya había recibido una dosis más que suficiente de la crueldad "no intencional" de Sherlock, abrí la puerta y salí de ahí lo más rápido que mis adoloridos músculos me lo permitieron.

 

Simplemente, a pesar de que no era mi costumbre huir del peligro, en esa ocasión tuve que hacerlo. Llegué hasta mi cuarto sorteando con éxito a las enfermeras y, de manera automática –como en un extraño estado de letargo-, me acosté en mi cama.

 

Sin embargo y a pesar de que me sentía muy cansado, no pude dormir absolutamente nada y cuando la primera enfermera del día llegó a tomarme la presión, me encontró en la misma posición que tenía cuando me había tumbado ahí. Con la mirada clavada en los edificios que podía ver a través de mi ventana y sabiendo que era el mismo paisaje que Sherlock podía apreciar desde la de él.

 


 

Un poco más tarde, los médicos llegaron a hacer su ronda, volvieron a formularme las preguntas de rutina –las cuales respondí sin dar nada de pelea- y al asegurarse de que no tenía ningún daño cerebral de consideración, consintieron darme de alta. Al fin.

 

Me vestí con lentitud y salí del hospital casi arrastrando los pies, pero no por dolor ni por cansancio muscular. Intentando a toda costa acallar el sentimiento de culpa que me asolaba, sobre todo porque, creía yo, tenía todo el derecho de sentirme ofendido contra Sherlock, aunque él ni siquiera supiera por cuál razón podía yo pensar así. Llegué hasta la calle y me apresuré a tomar un taxi y largarme mucho a la mierda de ahí porque no, no iba a visitar a Sherlock en su cuarto para despedirme, ni decirle "Nos vemos luego". No se lo merecía, por supuesto que no. No después de haberme tratado como me trató.

 

Sherlock, el amigo que casi había dado la vida por mí y que después me besaba sólo para comprobar algo, se había quedado hospitalizado un par de días más mientras los médicos se aseguraban de que su herida no sufriera de una infección. Y yo, lleno de sentimientos encontrados y sabiendo que hacía mal, me largué de Barts sin despedirme ni asegurarle que volvería por él cuando por fin pudiera salir.

 

Todavía cuando el taxi estaba a punto de llegar a Baker Street, yo continuaba sintiéndome el peor amigo del mundo por no poder comprender que Sherlock no era como los demás y que, dentro de su mente de genio sociopáta, lo que me había hecho en realidad carecía de toda importancia.

 


 

Al llegar a casa y después de un efusivo recibimiento de la señora Hudson y un par de lágrimas de su parte, le informé que Sherlock estaba bien, que mala hierba nunca muere, que yo iría a sacarlo del hospital en un par de días más. Después de todo tenía una herida de bala en el muslo izquierdo; herida que no le permitiría caminar bien durante un par de semanas al menos. Yo, como su amigo, como su compañero de apartamento, estaría ahí para ayudarle. Y más considerando que el estúpido estaba herido por mi causa.

 

No quise decirle a la señora Hudson (al menos, no en ese momento) que yo estaba considerando la posibilidad de abandonar el apartamento apenas Sherlock se recuperara un poco como para poder caminar por su cuenta y valerse por él mismo, y que si no lo hacía de una vez antes de que el cretino regresara del hospital era porque tenía el horrible y enorme deber moral hacia él por culpa de esa maldita herida de bala.

 

—Oh, mi Sherlock —comentó la señora Hudson enjugándose las lágrimas—. ¡Es todo un héroe, un caballero de armadura blanca! Debe quererlo mucho para haberse arriesgado así por usted, doctor Watson.

 

Abrí mucho los ojos mientras me dejaba caer en mi sillón de siempre.

 

—Sí —respondí con voz hueca—. Me imagino que sí.

 


 

Esos dos días que tuve el apartamento solo para mí –situación que sólo se había presentado una vez cuando Sherlock había viajado a Minsk a entrevistarse con aquel vulgar asesino que alegaba no saber por qué razón había matado a su mujer y que quería que Sherlock le ayudara a descubrirlo para evitar ser ahorcado-, me dediqué en cuerpo y alma a algo que no podía hacer cuando mi compañero rondaba por ahí: descansar.

 

Y sobre todo, pensar. Porque cuando Sherlock estaba en casa él era, por lo general, el que hacía el trabajo de deducción, trabajo que yo sólo apoyaba en una mínima parte. Además de que la naturaleza de su carácter inquieto no me permitía tener verdaderos momentos de paz excepto cuando el genio se rendía al sueño, pues aún en los ratos en los que se dedicaba al análisis de sus casos, producía ruido y agitación con su querido violín.

 

Aprovechando su ausencia, me atreví a tirarme en el sofá donde sólo Sherlock se acostaba o se sentaba, mi mente extraviada en mil sitios diferentes mientras mi mirada pasaba del techo a la carita feliz que el cínico había cosido a balas en el espantoso papel tapiz de nuestra pobre casera. No podía evitar pensar en él, después de todo, cada maldita cosa en ese sitio me lo recordaba. Pensé en cómo estaría pasándolo en el hospital, en cómo estaría arreglándoselas para entretenerse durante todas esas horas muertas, tratando de decidir si había hecho bien en no ir a visitarlo ya más, sabiendo que hacía mal en abandonarlo pero también justificándome en su trato despiadado y en su propia petición de que no quería involucrarse conmigo más allá de una relación profesional.

 

—¿Eso quiere decir que tampoco me quiere como amigo? —le pregunté con gran pesar a la pared agujerada. Ésta sólo me respondió con el recuerdo de un Sherlock en bata de dormir de color azul. Un Sherlock despeinado, delicioso y acostado justo en el mismo sitio donde estaba yo, molesto con el mundo porque estaba aburrido y su cerebro se pudría sin actividad.

 

Pero, ¿realmente había estado tan enojado por eso? Suspirando, traté de hacer memoria. Aquel día Sherlock había acabado de llegar de entrevistarse con aquel preso en Minsk, así que, lo que se dice aburrido-aburrido, no podía estar. De hecho, ahora que pensaba en eso, me daba cuenta de que Sherlock había hecho su rabieta justo después de que hubiera mencionado que se no se había sentido halagado por lo que yo había escrito en mi blog. ¡Se había ofendido porque lo había llamado "increíblemente ignorante"! O sea que le importaba lo que yo pensara de él.

 

Sonriendo y cerrando los ojos, llegué a la conclusión de que no yo no había necesitado ser un genio en la ciencia de la deducción como Sherlock para darme cuenta de que él ya había estado prendado de mí incluso desde mucho tiempo antes que yo de él.

 

¿Por qué no podía dejarse llevar?

 

Hazle la mamada de su vida y luego que venga y me cuente si lo considera tiempo perdido.

 

Las palabras de Harry resonaron en mi cerebro, haciéndome sonreír. Sin embargo, yo estaba seguro de que Sherlock no se dejaría seducir así de simple.

¿Seducir? Me enfadé conmigo mismo, ¿por qué estaba pensando en eso siquiera? ¡Yo no iba a mover un dedo hacia Sherlock después de semejante desplante de su parte! ¡Faltaba más! Furioso y dispuesto a demostrarle que yo podía ser tan insensible como él, me levanté del sofá y me largué al baño a ducharme, una extraña emoción inundándome (mezcla de miedo y expectación), pues esa era la tarde en la que tenía que recoger a Sherlock en el hospital. A causa de la herida en el muslo, era imperativo que usara un par de muletas para caminar y sostenerse en pie, al menos durante un par de semanas. Debido a eso, los médicos habían solicitado que un familiar o amigo pasase por él y lo ayudara a llegar sano y salvo a su hogar.

 

Yo me había ofrecido inmediatamente, olvidando que Sherlock tenía a su madre y a su hermano que podían haber hecho eso por mí y quizá con más derecho u obligación. Pero yo, al menos hasta donde a mí concernía, me consideraba su mejor amigo a pesar de lo que él mismo dijera y de que la gente a nuestro alrededor se lo pasara afirmando que Sherlock Holmes era un rarito que notenía amigos, sólo colegas.

 

Yo habría dado lo que fuera por saber que al menos una de ésas personas que calificaban a Sherlock como un monstruoso antisocial, hubiera tenido alguna vez un amigo dispuesto a dar su vida por él.

 

Si eso no era amistad, entonces el mundo giraba alrededor de un jardín como un osito de felpa y lo demás en el Sistema Solar eran patrañas, tal como Sherlock se había burlado alguna vez.

 

 

 

 

 

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