Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 4
Caja de Sorpresas

 

Parado ante la puerta de la biblioteca, Draco todavía no podía asimilar que Astoria lo hubiera convencido de ir ahí a pedirle a Potter (“Ahora sí, de manera educada y sincera, Draco… O te las verás conmigo”) que honrara a la familia quedándose a almorzar con ellos. Bueno, la verdad de las cosas era que Draco había aceptado invitarlo porque estaba seguro de que Potter diría que no. Así, mataría dos pájaros de un tiro: le echaría la responsabilidad a Potter y él dejaría de ser culpable ante los ojos de su esposa, además de que se divertía un rato jugando con el ánimo del profesor. Con suerte, hasta podrían volverlo loco entre todos los Malfoy, lo encerrarían en San Mungo y el mundo mágico se los agradecería.

 

Suspirando para darse valor, Draco golpeó la puerta un par de veces. Esperó. Y esperó. Y continuó esperando.

 

Extrañado, pegó la oreja contra la puerta, pero adentro no se escuchaba absolutamente nada. Se separó de la madera y estaba a punto de volver a golpear, cuando Harry Potter abrió apresuradamente. Draco se quedó con el puño elevado a la altura del pecho de Potter (Oh, mi dios, los pectorales que habrá debajo de esa ropa), y rápidamente, bajó la mano.

 

—Buenos días —saludó con la boca un poco seca.

 

Por alguna razón, Potter parecía nervioso y acalorado. Parpadeó un par de veces debajo de sus nuevas y modernas gafas (oh, no, Draco no estaba pensando en lo bien que se le miraban, claro que no) antes de responder con rapidez y casi a gritos:

 

—¡Malfoy! ¡Buenos días!

 

Se quedaron mirándose un minuto completo. Draco creyó que ya no había necesidad de tratar de volver loco a Potter: el pobre hombre estaba irremediablemente tonto de remate.

 

—¿Serías tan amable de permitirme ingresar a mi biblioteca, Potter? —le pidió Draco irónicamente, intentando no demostrar lo divertido que estaba con la situación.

 

—Ah, sí, lo siento… —dijo Potter mientras se retiraba de la entrada. De repente pareció haber recordado cómo tenía que llamarle a Draco, porque añadió—: Pase usted, señor.

 

Draco frunció el ceño; toda la diversión que había estado sintiendo un segundo antes, esfumándose de inmediato. ¿En qué había estado pensando cuando creyó que era buena idea que Potter lo tratara con semejante respeto? Tal vez el día anterior había sido entretenido, pero en ese momento lo hacía sentirse mucho más viejo.

 

Pasó a un lado de Potter sin decir más, adentrándose en la biblioteca; recinto que, por mucho, era uno de sus lugares favoritos en la Mansión. Era un salón bastante amplio, revestido de estanterías que iban desde el piso de madera hasta el techo, con una chimenea de mármol blanco que, en ese momento, se hallaba carente de fuego. Contaba con una sola y enorme ventana que daba a la parte trasera de la casa; y aprovechando el cálido clima, Potter y Scorpius la mantenían abierta, permitiendo que se colara a través de las cortinas una tenue y fresca brisa. En un rincón, una escalera de caracol de hierro forjado conducía a un segundo piso también abarrotado de estanterías, todas ellas con más libros de los que Draco o cualquiera hubiera podido leer en toda su vida. Y en medio del acogedor salón, los reyes del lugar: un grupo de sillones y sofás acolchados invitando a una cómoda lectura.

 

Draco buscó a Scorpius con la mirada. Como lo imaginó, lo encontró sentado ante el único escritorio en la biblioteca, un precioso y ornamentado mueble de cedro colocado junto a la ventana. Scorpius estaba fingiendo que leía un libro —que el diablo se llevara a Draco si éste no se daba cuenta cuando su hijo estaba fingiendo algo—, y en el momento que Draco se acercó a él, Scorpius se sobresaltó y levantó la mirada.

 

Draco apretó los labios con furia cuando percibió que Scorpius, al igual que Potter, estaba sonrojado y tenía en la cara el gesto de culpabilidad más grande de toda la historia de gestos culposos de la humanidad.

 

—¿Qué tal las lecciones? —le preguntó Draco en tono mordaz, deteniéndose a su lado, cruzándose de brazos y mirando el libro que Scorpius parecía estar estudiando con tanto ahínco. El muchacho quiso evitar que su padre leyera el texto, pero fue demasiado tarde—. “El Cactus como ingrediente indispensable en las pociones curativas de origen prehispánico” —recitó Draco mientras leía el título de la lección. Quitó los ojos del libro y los clavó en su hijo, taladrando al pobre chico y ocasionando que éste desease poderse fundir en su silla—. Interesante elección para estudiar Defensa contra las Artes Oscuras, Scorp. ¿Ahora los contrincantes de un duelo mágico se arrojan cactus el uno al otro?

 

Scorpius no pudo soportar más los sarcasmos de su padre ni la tensión del ambiente. Enrojeciendo hasta la raíz de sus rubios cabellos, se levantó de golpe y abandonó la biblioteca corriendo a toda velocidad, sin mirar atrás y sin despedirse de nadie. Draco siguió la carrera de su hijo con la mirada, hasta que éste salió y cerró la puerta.

 

Y de inmediato, Draco se giró hacia Potter, que, de pie atrás de él, parecía estar esperando esa conversación.

 

—Houston, tenemos un problema —siseó Draco sin nada de humor.

 

—Lo sabes, entonces —dijo Potter, y no fue una pregunta.

 

—Me di cuenta ayer —soltó Draco, y de pronto no supo por qué lo había confesado. No estaba en sus planes descubrirse así ante el héroe mágico, pero tal vez fuera necesario para controlar aquella situación—. Reprobó a propósito. Yo lo sabía, conozco a mi hijo y sé que todo esto que tú le enseñas, él ya lo sabe. Así que, presintiendo algo turbio detrás de sus intenciones, no descansé hasta averiguar por qué.

 

Potter asintió, comprendiendo el punto. Se pasó una mano por la cara, como si estuviera demasiado cansado, pero al mismo tiempo, se le veía tan tenso que parecía un resorte a punto de brincar a la menor provocación.

 

—¿Y bien? —presionó Draco, arqueando una ceja en un peligroso gesto—. ¿También tú tienes alguna turbia intención al brindar esta tutoría, Potter?

 

Potter negó firmemente con la cabeza mientras comenzaba a tartamudear:

 

—¡No-no, claro que no! Escucha, Malfoy… yo… yo jamás me atrevería a faltarle al respeto a tu hijo. Comprendo si te sientes furioso y tal vez, hasta quieras matarme. No sé, me imagino que yo reaccionaría igual si se tratara de uno de mis hijos. —Miró a Draco intensamente—. Pero necesito que sepas que todo esto es nuevo. En realidad, él se había portado muy bien en el colegio. Muy correcto y formal, durante todo el año. Fue un magnífico estudiante. Por eso mismo, cuando McGonagall me dijo que había reprobado la materia, no podía creerlo. —Suspiró antes de proseguir, rascándose la nuca—. Entiendo que te sientas preocupado y molesto. Mira, si quieres podemos buscar otro tutor para Scorpius, no es necesario que… que informemos al colegio de esto, ni… Merlín, estoy frito, ¿verdad? —Hizo una pequeña pausa y susurró como para él mismo —: ¿Cómo puedo pensar que no usarás esto para hundirme más?

 

Draco, que había clavado los ojos en el hermoso tapete persa que estaba en medio del salón, levantó la mirada hacia Potter. Se sorprendió al descubrir temor en unos ojos en los que jamás había visto brillar tal sentimiento, y de pronto comprendió que Potter estaba preocupado de que Draco levantara algún cargo en su contra, opción que sí había pasado por su cabeza, pero que en realidad no había considerado muy en serio.

 

—¿Qué es exactamente lo que ha sucedido entre tú y él? —preguntó con urgencia. Si Potter estaba así de nervioso, tal vez había sucedido algo más grave de lo que él creía.

 

Potter, ante él, levantó las manos en un gesto defensivo.

 

—¡Absolutamente nada, te lo juro! Mira, yo había presentido que Scorpius tenía esta… especie de encaprichamiento hacia mí, pero no había estado seguro hasta ayer y… por-por lo que pasó hoy —terminó, tragando pesadamente.

 

Draco, más y más asustado a cada momento que pasaba, le exigió con voz siniestra:

 

—Potter… te doy tres segundos para que me digas qué fue lo que pasó hoy.

 

—¡Nada, Merlín, Malfoy! ¡Créeme! Es sólo que… él… —Potter enrojeció, y Draco, a pesar de toda la pena y la vergüenza que sentía en ese momento, no pudo dejar pasar el hecho de que Potter se veía adorable así—. Él hace… ciertos ruidos y…

 

—¿Ruidos? —jadeó Draco.

 

—Sí, así como… eso, como… —Potter estaba imposiblemente rojo y parecía querer salir corriendo de ahí—. Yo le indico que lea alguna lección, y mientras lo hace, comienza a… gemir y yo… bueno, lo he estado ignorando, pero hoy… bueno, creo que lo he visto que… él hacía algo así como…

 

—¡Por Circe, Potter! ¡DÍLO YA!

 

Potter bajó la cabeza y se cruzó de brazos.

 

—Estaba acariciándose —dijo con rapidez—. Ya sabes. Sus… partes. ¡Sobre el pantalón, claro! Pero… creo que lo hacía a propósito, porque me buscaba la mirada mientras yo trataba de fingir con todas mis fuerzas que no estaba dándome cuenta —concluyó, hablando con tanta velocidad que Draco apenas sí comprendió lo que estaba escuchando.

 

—Se… acariciaba —repitió casi con dolor—. ¿Y qué pasó después?

 

Potter levantó la mirada, todavía de brazos cruzados y removiéndose nerviosamente en su lugar.

 

—Nada más. Justamente eso era lo que estaba haciendo cuando tú llegaste a golpear.

 

Draco se sentó pesadamente en el sillón más cercano a él, mirando a Potter y encontrando que la actitud avergonzada y culpable que demostraba el héroe, en realidad lo hacía sentir un poco mejor. Había pensado que reaccionaría de la peor manera, acusando a los Malfoy de enfermos sexuales o algo así, lanzando hechizos mientras salía corriendo de la Mansión.

 

—Lo siento mucho, Malfoy —continuó Potter, como si en verdad él tuviera la culpa—. Justamente estaba pensando en presentar mi renuncia a la tutoría, pero no tenía idea de qué decirte como excusa. Yo creí que… pensé que… y más por lo que me sucedió con, eh… Pensé que dirías que yo… que creerías que yo…

 

—¿Qué? ¿Que eres un pervertido cuarentón, corruptor de menores y cosas así? ¿Que te acusaría ante la ley, el colegio y el mundo entero?

 

Potter soltó una risita nerviosa.

 

—Sí, algo así. No sabía que lo sabías. Me alivia que… bueno, yo… mira, quiero mucho a Scorpius, como el magnífico alumno que es, por supuesto, no así. Espero que me creas, Malfoy. Él… ¡Merlín, él tiene la edad de mis hijos! Jamás hubiera pensado en él de otra manera.

 

Draco lo miró fijamente sin decir nada, sintiéndose extremadamente cansado. No sabía por qué, pero le creía. Le creía a Potter. Sobre todo porque él mismo era testigo de que todo ese juego de “seducción alumno/profesor” había sido cosa de su hijo. Sería totalmente deshonesto de su parte no reconocerlo.

 

—Está bien, Potter. No te mortifiques tanto, no voy a crucificarte. Pero lo que creo es que tú y él no pueden seguir tomando estas clases privadas. Parece que Scorpius a solas contigo es un verdadero peligro.

 

Para su enorme y frustrante sorpresa, Potter le sonrió en cuanto terminó de decir eso.

 

Pero no fue una sonrisa irónica. No parecía estarse burlando de lo que sucedía con Scorpius. Al contrario: la sonrisa enorme que desplegó ante Draco era más bien un gesto de comprensión, de compañerismo, de un “Lo sé, lo entiendo, estamos en el mismo barco”. Fue una sonrisa de simpatía, casi de… ternura. Como si aquel encaprichamiento de Scorpius hacia él fuera algo que le produjera sentimientos de afecto.

 

Draco, que había esperado que Potter le brindara pelea, que le reclamara, o al menos que se burlara de los sentimientos de su hijo, se sintió terriblemente desarmado al ver la reacción contraria.

 

Jamás lo hubiera esperado.

 

—Lo comprendo —respondió Potter, visiblemente más relajado—. Pero el problema es que en este momento no hay ningún otro profesor disponible para dar la clase. Él se quedaría sin su TIMO, cosa realmente de dar pena, porque no es ningún incapaz…

 

—Lo sé —gimió Draco.

 

—Sus compañeros, todos los demás, lo han hecho tremendamente bien. Albus… mi hijo, ha obtenido su única “E” en esta materia, y yo creo que…

 

Draco se levantó de improviso, asustando a Potter y ocasionando que se silenciara.

 

—Creo que tengo una idea —dijo Draco, permitiéndose una sonrisita—. Yo me encargaré de hacer entrar en razón al chico, y mientras tanto, le buscaremos una carabina.

 

—¿Una carabina? —preguntó Potter frunciendo el ceño.

 

—Sí, claro, una carabina, chaperón, dama de compañía… Cómo quieras llamarle. Alguien que esté todos los días en medio de ustedes dos para que no vuelvan a quedarse a solas. Sólo mientras encontramos un profesor sustituto. —Sonrió triunfante antes de concluir—: Delante de otra persona, jamás volverá a atreverse a faltarte al respeto. Tendrá que comportase. Necesitamos un compañero de clase para él.

 

—¿Compañero de clase? —preguntó Potter y Draco sonrió más.

 

Era un puto genio. Incluso, ya tenía resuelto quién sería la amable “carabina” de su hijo. Draco asintió antes de decir:

 

—Mientras tanto, ¿podrías hacerme el honor de acompañarme al comedor y quedarte a almorzar con nosotros? Astoria estaría bastante complacida si decides aceptar.

 

Había formulado la invitación en un tono tan amable, sincero y desprovisto de toda ironía, que él mismo se sorprendió. Vaya. Seguro que Astoria habría estado muy orgullosa si lo hubiera escuchado.

 

Potter pareció quedarse sin saber qué decir, atónito y boquiabierto. Draco esperaba que ese evento ocurrido con Scorpius y el hecho sobresaliente de que hubieran podido resolverlo sin dejar que corriera sangre hasta el río, lo obligarían a aceptar. Potter pareció pensarlo mucho.

 

—No lo sé, Malfoy. Ayer me dijiste que…

 

—Olvida lo que dije ayer —exclamó Draco, complacido al darse cuenta de que Potter ya no estaba hablándole de “usted”—. El punto es que Astoria te quiere almorzando con nosotros hoy, y no creo que sea de caballeros negarse al deseo de una dama, ¿no lo piensas así?

 

Potter apretó los labios.

 

—Esto sí que es raro —dijo al fin—. Yo creí que me matarías al descubrir lo que estaba ocurriendo, ¿y resulta que, en vez de eso, me invitas a almorzar?

 

Draco arqueó una ceja y sonrió muy pagado de él mismo.

 

—Así somos los Malfoy. Todos, unas hermosas cajas de sorpresas.

 

—¿Cajas de sorpresas? De Pandora, querrás decir —bromeó Potter antes de sonreír ampliamente.

 

Durante un segundo, ante la vista de aquella brillante y sincera sonrisa, Draco se olvidó de respirar. Su propia sonrisa se diluyó rápidamente al sentir el ánimo invadido por una extraña emoción que no podía explicar, pero que le estaba poniendo la piel de gallina y le aceleraba el corazón. Desvió la vista hacia la puerta, temeroso de que Potter captara la rara expresión que seguramente tenía instalada en la cara.

 

—Adelante, pues. Astoria y Scorpius ya deben estar esperando en el comedor —dijo y salió, confiando en que Potter caminaría detrás de él.

Un par de horas después, Draco marchó rumbo a su despacho a ocuparse de sus asuntos del día, sin poder sacarse a Scorpius de la cabeza. El chico no había bajado a almorzar; había mandado decir con un elfo que se sentía indispuesto.

 

Con una mueca de dolor, Draco recordó que el anuncio del elfo había provocado que Potter y él intercambiaran una mirada de reconocimiento y preocupación, y ante la cual, Draco no sabía cómo sentirse ahora que pensaba en ello. Haciendo un recuento, tenía la certeza de que era la primera vez en toda su vida que miraba a Potter, y que éste lo miraba a él, y que no era odio asesino lo que se reflejaba en los ojos de los dos.

 

Se sentía extraño.

 

Y después de aquel momento de debilidad, Draco se había concentrado en su ensalada sin volver a dirigirle la mirada —ni mucho menos, la palabra— al tutor de su hijo, causante indirecto de todas las desgracias de su familia. Pero no pudo evitar escuchar la plática que éste y Astoria habían sostenido tan animadamente durante toda la comida, sorprendiéndose al descubrir que Potter era un buen conversador y que sabía mucho más de lo que aparentaba.

 

—¿Crees que esté enfermo? —preguntó Astoria, regresando al vestíbulo después de haber acompañado a Potter a la chimenea del salón, y pillando a Draco antes de que estuviera lejos de su alcance. Éste se viró y miró hacia abajo, pues ya estaba a media escalera cuando su mujer le habló. Ella lo observaba con un leve gesto de preocupación en su hermoso rostro.

 

—¿Potter? ¿Lo dices por su cara de idiota? —ironizó Draco—. Oh, no, no te preocupes, querida. Ése es su estado natural.

 

Astoria meneó la cabeza y puso los ojos en blanco.

 

—Me refiero a Scorpius…

 

—Lo sé, mujer —dijo Draco, dándose por vencido y devolviéndose sobre sus pasos. Llegó de nuevo al piso inferior y caminó junto con Astoria hacia su sala de estar favorita, una pequeña y acogedora que estaba ubicada en la parte posterior de la Mansión y la cual poseía un enorme ventanal que daba al jardín. Draco se sentía bien ahí porque era uno de los pocos lugares que no le traían malos recuerdos de cuando el Señor Tenebroso se adueñó de su casa—. No creo que Scorpius esté enfermo —continuó Draco, intentando sonar despreocupado para que Astoria no sospechase que él sabía algo que ella no—, lo vi en la mañana y sólo… se le miraba cansado. Tal vez tanto estudio le está afectando.

 

—Sí, puede ser —comentó ella mientras se acomodaba, toda elegancia y soltura, sobre su butaca favorita, aquella que estaba frente a la ventana y desde donde podía sentarse a admirar a Denny en todo su esplendor afanándose en el jardín. Sin embargo, ahora no parecía tener ojos ni pensamientos para su adorado jardinero, quien, desde afuera, buscaba la mirada de la señora en vano mientras trabajaba—. Eso me hace agradecerte que hayas negociado con Harry el horario de la tutoría. Scorpius no habría soportado cinco horas diarias de estudio de la misma materia, por Dios. Era demasiado.

 

Draco, mientras se sentaba a acompañar a su esposa, rodó los ojos al escucharla llamar a Potter por su nombre de pila, pero no dijo nada. Después de todo, había sido una petición expresa del cretino, quien, encandilado bajo el encanto de Astoria, le había suplicado a ella que lo tuteara. Y Draco, en aquel momento, no había podido evitar sentir un pinchazo de amargura al recordar que él, de manera contraria, le había exigido a Potter que le hablara de usted.

 

Eso, sumado al hecho de haber sido dejado de lado en la conversación desarrollada por los otros dos durante el almuerzo —aunque había sido su propio hermetismo el que lo había aislado, al fin y al cabo—, lo hacía sentirse resentido, y era hora que no comprendía el porqué. Nunca había experimentado celos de los romances que Astoria sostenía con otros hombres, pues ser “agentes libres” era parte de su acuerdo matrimonial.

 

De pronto, notó que Astoria lo miraba con fijeza y sonreía discreta. El estómago de Draco dio un vuelco de pura angustia.

 

—No te atrevas, Astoria. Te lo advierto.

 

Ella soltó una risita.

 

—¿A qué? ¿A leerte la mente? —sonrió y negó con la cabeza—. Querido, sabes que he prometido jamás hacerlo contigo. Además, no necesito de la Legeremancia para intuir a quién le dedicas tus pensamientos y tus suspiros tristes. Creo que me basta con mi sexto sentido femenino.

 

Draco soltó un bufido de indignación.

 

¿Suspiros tristes? Me confundes, Astoria. Los Malfoy nunca suspiramos, y menos de manera triste. Y no sé de quién… o de qué, me estás hablando.

 

—Claro, cariño, claro —dijo ella en tono conciliador, dándole a Draco unas palmaditas en la pierna. Curiosamente, mudó su expresión alegre por una más seria, como si algo le preocupara.

 

Draco la observaba con intensidad pero Astoria parecía ignorarlo, sus ojos perdidos en algún punto del jardín de afuera y con cara de estar cavilando profundamente en algo. Draco se mordió los labios. No, no lo haría. Resistiría la tentación, por más grande que esta fuera. Sí, la resistiría.

 

Porque Draco sabía que Astoria había hecho con Potter mucho más que conversar. Draco conocía a la mujer, y se daba cuenta cuándo los oídos de ella iban más allá de las palabras emitidas por el hablante, cuándo sus ojos veían más allá de lo que el rostro de su interlocutor le mostraba. Draco sabía que Astoria había “leído” a Potter como un a “libro abierto” durante todo el almuerzo, y aunque se moría por saber qué era lo que había descubierto, se negaba rotundamente a preguntárselo.

 

Lo que lo tranquilizaba era el hecho de, ahora sí, saber que las intenciones de Potter hacia su familia no eran malas ni indecentes. Porque, si fuera así, la misma Astoria lo habría matado ipso facto al leerlo en su cabezota. Al menos, eso ya era algo.

“Estás cometiendo el error más grande de tu vida, Draco”.

 

La voz de su antigua amiga, a quien había adorado tanto pero que ahora solía ver tan poco, llegó a Draco a través de las brumas oscuras de un sueño. Inquieto y sabedor de que sólo estaba soñando, Draco se removió en su cama sin lograr despertarse.

 

Tal vez, porque no quería hacerlo.

 

Soñar con Pansy no podía ser tan desagradable después de todo. Habían compartido tanto, se habían querido tanto… Había sido su mejor amiga en tiempos del colegio y durante sus años de soltería.

 

“Estás cometiendo el error más grande de tu vida, Draco”, repitió Pansy, y Draco pudo verla, parada en la puerta de su habitación, ataviada con un hermoso vestido de cóctel. “Este matrimonio no te traerá nada bueno. Sabes muy bien que no es lo que quieres en verdad”.

 

Draco no respondió. Continuó mirándose en el espejo, atándose las cintas de tu elegante túnica, sin mirar a la chica ni una vez.

 

Pansy no se rindió.

 

“Por favor, Draco. El hecho de que Potter se haya casado no significa que tú tengas que hacer lo mismo…”

 

Eso bastó para despertar un odio tan profundo en Draco que consiguió hacer cimbrar el espejo delante de él.

 

“¡Oye!”, gritó su imagen, asustándose ante el peligro de romperse. “¡No hagas eso, que soy de cristal!”

 

Draco se giró sobre sus talones, encarando a una Pansy que no se amedrentó ante su apariencia feroz.

 

“No. Vuelvas. A. Mencionar. Ese. Nombre… JAMÁS.”

 

Pansy se mordió los labios y entrecerró los ojos, pero no dijo más. Draco, temblando de rabia, de miedo, de impotencia, volvió a girarse hacia el espejo. Continuó con su arreglo, su fiesta de compromiso con Astoria Greengrass a punto de celebrarse en unos pocos minutos en el piso inferior de la Mansión. Sabía que Pansy, su confidente, era la única conocedora de su obsesivo amor secreto por Harry Potter. Era la única que sabía que Draco casi había caído enfermo de la depresión al enterarse de que el largo noviazgo que el héroe había sostenido con la comadrejilla culminaría, al fin, en matrimonio. La única que sabía que Draco, aún consciente de que era homosexual, se casaba con Astoria Greengrass por puro despecho y coraje.

 

Pero lo que Pansy no sabía era que también Astoria se había convertido en algo más que una prometida para Draco Malfoy: en una muy buena amiga y grandiosa cómplice.

 

“Sé lo que hago, Pansy. Deja de preocuparte”, le susurró Draco a la chica con voz calmada.

 

Se giró hacia su amiga y le ofreció el brazo. Pansy lo miró durante un largo momento y suspiró antes de envolver su graciosa y linda mano alrededor de él.

 

“De verdad, Draco, espero que sea así y que nunca te arrepientas de haberte casado. Imagina a Potter, divorciado o viudo, viniendo a ti… ¡y tú, con el compromiso encima, casado con Astoria! ¿Qué harás entonces?”

 

Draco soltó una risita irónica.

 

“Mi preciosa Pansy… eso, nunca sucederá. Olvídalo. Primero me nombrarían a mí Hufflepuff honorario antes de que Potter se interese en salir con hombres. Y mucho menos, antes de que se fije en mí.”

 

La vista del salón de la Mansión, lleno de gente en espera de que comenzara la celebración del compromiso del heredero Malfoy, desapareció de la vista de Draco mientras abría los ojos a la oscuridad de su cuarto y recordaba que sólo había estado soñando.

 

Amanecía. En pocas horas, Potter de nuevo estaría ahí, en su casa, y Draco, por más que le doliera admitirlo, estaba que se moría por verlo.

 

Gimiendo de frustración, hundió la cara en la almohada, preguntándose si Pansy, dondequiera que estuviese en ese momento, se alegraría de saber que poseía increíbles dotes de adivina.

 

 

 

Regresar al Índice

 

Capítulo Anterior                                    Capítulo Siguiente