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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

 

Capítulo 5
Compañero de Clase

 

Durante esa mañana y después de casi veinte horas de haber ocurrido el incidente de la biblioteca, Draco y Scorpius continuaban sin dirigirse la palabra más que lo necesario y sólo delante de Astoria. Draco podía percibir el terror y la incertidumbre en el comportamiento de su hijo: seguramente Scorpius estaba esperando un castigo ejemplar después de lo que se había atrevido a hacer durante el día anterior delante de su profesor. Sin embargo y a propósito, Draco dejó pasar las horas sin ni siquiera pedirle a Scorpius una conferencia en privado, lo que sólo parecía estar volviendo loco al muchacho.

 

Draco, sonriendo internamente ante los evidentes nervios crispados de Scorpius, creía firmemente que no habría mejor escarmiento —porque llamarlo “tortura” ya era exagerar— que dejar pasar el tiempo sin decirle más.

 

Y a pesar de que Scorpius había estado evitando encontrarse a solas con Draco, cuando terminaron de desayunar y se retiraron de la mesa a sus respectivos quehaceres, éste notó que su hijo lo seguía a corta distancia, esperando que su madre se perdiera de vista.

 

—Papá… —lo llamó Scorpius cuando Astoria ya no se encontraba en las cercanías. Draco detuvo su ascenso por las escaleras y se giró. Era curioso que ya tuviera pizca de enojo en el ánimo; sólo una gran impotencia por no poder arrancar, él mismo y con sus propias manos, aquella obsesión enfermiza que sentía Scorpius por el tutor—. Papá —repitió Scorpius—, ¿deberé prepararme para tomar la clase o…?

 

No terminó la frase y, en cambio, enrojeció, visiblemente avergonzado. Draco suspiró. Al menos el muchacho parecía estar al borde de un ataque de algo; y eso era mejor que no demostrar nada en absoluto.

 

—Deberías —le respondió severamente—. Tu tutor llegará como siempre, a las nueve en punto.

 

El rostro de Scorpius pareció resplandecer, todo él pura incredulidad y alegría.

 

—¡De acuerdo! —exclamó mientras subía como una exhalación hacia su habitación, con toda la energía que sus dieciséis años de vida le otorgaban.

 

Y Draco no pudo evitar una enorme sonrisa de satisfacción al pensar en lo que le esperaba a su hijo cuando arribara a la biblioteca. Tal vez, eso sí podría considerarse como “tortura”, y Draco estaba seguro de que no podía habérsele ocurrido un castigo mejor.

Scorpius estaba furioso. Y el otro chico, por lo que Draco podía escuchar, estaba mucho peor.

 

Sentado tras el escritorio de su despacho y con el libro abierto delante de él, Draco no podía evitar sonreír y congratularse por la magnífica idea que había tenido y la cual, Potter había apoyado totalmente sin protestar.

 

Bueno, no era como si hubiera tenido mucha alternativa, la verdad.

 

“Bien, chicos, ahora que ha quedado clara la teoría, vamos a practicar un poco”, dijo en ese momento la voz de Potter, emergiendo fuerte y clara desde las hojas del libro que Draco mantenía abierto y que no estaba leyendo, sino escuchando.

 

“Para tal efecto, he traído un boggart conmigo. Aquí… en este baúl.” Se oyó un leve ruido sordo, como si Potter hubiera golpeado algo. “Por turnos, voy a liberarlo para que ejecuten, como mejor puedan, sus hechizos defensivos en contra de él.”

 

“¿‘Para que ejecuten’? ¡¿Los dos?! ¡Eso me suena a mucha gente!”, exclamó el cachorro Potter en tono indignado. Draco soltó una risita; era como volver a estar en la mazmorra de Pociones y escuchar a Harry Potter reclamándole alguna injusticia a Snape. Se notaba que su hijo era igual de fastidioso que él. “Papá, por favor… ¡yo obtuve una ‘E’ en mi TIMO! Sabes que sé cómo hacer un Riddikulus, no como otros estúpidos que sacan ‘T’ y que sus papis les tienen que pagar tutorías para aprobar...”

 

“Yo obtuve una ‘E’ en mi TIMO…”, se escuchó la voz de Scorpius, remedando en tono de burla lo recién dicho por el chico Potter. “Pero solamente obtuviste siete TIMOs en total, cuando yo, en cambio…”

 

“¿Y a ti, quién te habló, cara de culo?”, se volvió a escuchar la voz del hijo de Potter, todavía más enojado.

 

“Albus…”, susurró Potter y su hijo se silenció de inmediato. Draco pestañeó, sorprendido del carácter fuerte que Potter parecía manifestar cuando se trataba de imponer disciplina a sus alumnos, y la potencia de su presencia para controlarlos sin necesidad de levantar la voz. Nunca lo había visto desempeñarse ni como profesor ni como padre y, no sabía por qué, pero había creído que sería sólo un pelele. Parecía que se había equivocado al pensar así de Potter.

 

“Tú primero, Scorpius. Levántate, ponte en guardia, y yo abriré el baúl. ¿Listo? De acuerdo, ahí va…”

 

A continuación, se escucharon varios sonidos: el rechinar de una silla, alguien que se movía pesadamente, un baúl abriéndose… y una risa estridente.

 

“¡Albus!”, regañó Potter a su hijo ahora sí en voz más alta, y las risas del muchacho sólo parecieron aumentar en intensidad.

 

Draco, en vez de sentirse apenado por Scorpius, se felicitó de nuevo por haberle pedido a Potter que llevara a su hijo ahí. El chico no tenía pelos en la lengua y le cantaba a Scorpius sus verdades tal cual eran, situación que, Draco pensaba, Scorpius se lo tenía bien merecido. Si hubiera aprobado su TIMO, nada de eso le estaría pasando.

 

“Es que… ¿Una máquina para hacer capuchinos?”, exclamó Albus Potter y se rió más. Draco juraba estar escuchando, muy por debajo de las risotadas, bufidos de indignación de parte de Scorpius. “¿Quién puede tener miedo de una máquina de ésas?”

 

“¡Riddikulus!”, bramó la voz de Scorpius, seguido del ruido de zumbido provocado por su encantamiento.

 

Draco se preguntó en qué podría su hijo haber convertido la máquina de capuchinos para que resultara en algo tan gracioso que pudiera romper el embrujo de terror, arma principal de los boggarts.

 

“Heeeey… ¡Eso no tiene gracia, Malfoy!”, gritó Albus Potter.

 

Draco escuchó la risa alegre de Scorpius y una carcajada sofocada que tenía que ser la de Harry Potter. “Muy bien, Scorpius. Guardaré el boggart, y ahora será el turno de Albus… Puedes sentarte”, dijo Potter, y Draco podía escuchar una sonrisa en esas palabras.

 

“Gracias, profesor.”, respondió Scorpius con voz acomedida, y Draco alcanzó a escuchar al hijo de Potter mascullando maldiciones y remedando a Scorpius con sorna.

 

Creyendo que era suficiente, Draco cerró el libro y las voces de las tres personas que en ese momento estaban en la biblioteca, dejaron de escucharse.

 

—¡Mandy! —llamó Draco a su elfina, y ésta se apareció frente a su escritorio con un suave pop—. Ve a la biblioteca y pregúntale al profesor Potter si puede venir de inmediato a mi despacho. —Mandy obedeció, y en menos de cinco minutos, Potter estaba tocando ante su puerta—. Adelante —dijo Draco.

 

Potter entró a los dominios personales de Draco con una actitud mucho más relajada y feliz que la que había tenido apenas dos días antes, la primera vez que se habían visto ahí. Y por alguna extraña razón, ver a Potter así de alegre y animado tuvo un curioso efecto en Draco: se sintió orgulloso de ser él el posible causante de ello debido a la evidente tregua que se había establecido entre los dos.

 

Eso sí que era raro.

 

—Buenos días, Malfoy —saludó Potter intentando ocultar una sonrisa.

 

—Buenos días —respondió Draco—. ¿Puedes contarme qué te resulta tan gracioso?

 

Potter, quien parecía no poder soportarlo más, se permitió sonreír ampliamente.

 

—Son los muchachos —dijo, meneando la cabeza—. No sé si Scorpius alguna vez te lo haya contado, pero ellos no se llevan nada bien. —Suspiró—. Ya sabes, siendo uno de Gryffindor y el otro de Slytherin… pareciera que están destinados a ser los rivales por antonomasia.

 

—Sí, pareciera… —dijo Draco, perdiéndose en los recuerdos de cuando los rivales más encarnizados de Hogwarts habían sido ellos mismos—. ¿Por qué no te sientas? —Potter le hizo caso y depositó toda su buenísima humanidad en la silla delante de Draco. En el proceso, la túnica de Potter se le ajustó alrededor del cuerpo, mostrando la estupenda silueta que el cabrón tenía y obligando a Draco a mirar hacia otro lado durante unos segundos para poder calmarse. Al fin, Draco tragó, se compuso y lo encaró de nuevo—. Así que, ¿asumo que tu hijo no está muy feliz de haber venido?

 

Potter negó con la cabeza, todavía sonriendo mucho.

 

—No, no está nada feliz. Pero lo tolerará, porque yo se lo he pedido como un favor especial. Por supuesto que no le he dicho los motivos verdaderos. Le dije que el programa de estudio requería que Scorpius tuviera un compañero con quien practicar.

 

—O mejor dicho, un compañero con quien avergonzarse y así, dar lo mejor de sí, ¿no? —bromeó Draco y Potter sonrió más—. ¿En qué convirtió Scorpius a su boggart que ha molestado tanto a tu hijo?

 

Potter soltó una carcajada, sonido que pareció cimbrar cada célula del cuerpo de Draco.

 

—¡Dios, fue fenomenal, ojalá lo hubieras visto! Scorpius tiene un talento innato para la defensa mágica, lo sé, pues ha combinado su necesidad de defenderse del boggart con sus ganas de responder la afrenta que significó la burla de Albus. Hizo que a la terrorífica máquina de capuchinos le brotara una cara: ¡la cara de Albus, Malfoy! —Potter se rió con más ganas, como si no le importara en lo más mínimo que Scorpius se hubiera defendido del boggart burlándose de su propio hijo—. Pero era una cara graciosísima, con un gesto de tonto como si Albus estuviera retardado o… —de pronto, Potter enmudeció y miró a Draco con rostro asustado—. ¿Cómo sabes que Scorpius ha conjurado el Riddikulus y que eso ha molestado a Albus?

 

Draco sólo sonrió, y, arqueando una ceja, levantó la tapa del libro que tenía frente a él. Potter abrió mucho los ojos cuando la voz —airada, fuerte y clara— de su hijo Albus, brotó de las hojas apergaminadas del libro:

 

“¿Te crees muy gracioso, no, Malfoy? Ya verás cuando sea mi turno de pelear con el boggart, lo convertiré en un culo… ¡pero con tu cara!”

 

“Uy, qué miedo.”, respondió Scorpius en tono de burla. “¿Se supone que tengo que asustarme? Eres un imbécil sin nada de tacto, Potter. Si querías que me sorprendiera tu boggart, no debiste haberme dicho en qué lo convertirías. Pero claro, pedirle circunspección a un Gryffindor, es imposible.”

 

“¿Pedirme círculo-qué? ¿Podrías hablar en inglés, por favor? ¡Te crees muy listo y no eres más que un snob de mierda!”

 

“¿Un snob? ¿YO? Mira, Potter, yo no tengo la culpa de que tú seas un tonto iletrado. De hecho, eres taaaan tonto que, en un concurso de tontos, te tendrían que dar dos medallas: una por ganar, y otra, por si la pierdes.”

 

“Ja-ja-ja, qué gracioso, Malfoy. ¿Tus chistes, los compras por kilos, o te dan muestras gratis? Porque son malísimos… ¡Imbécil!”

 

“¡Estúpido!”

 

“¡Gilipollas!”

 

Draco sacó su varita y, ante un Potter boquiabierto y azorado, apuntó hacia libro. Un pequeño encantamiento y las voces bajaron de intensidad hasta que sólo fueron un murmullo que apenas se oía.

 

—No lo cierro completamente para no dejar de escucharlos. No vaya a ser que comiencen a hechizarse mutuamente y se vuelva necesaria tu intervención para separarlos —se explicó Draco.

 

—¿Has… has estado escuchándonos así todo este tiempo? —preguntó Potter, escupiendo cada palabra con indignación.

 

Draco negó con la cabeza rápidamente.

 

—Claro que no —mintió con total descaro y soltura—. He comenzado apenas el día de hoy. En la biblioteca tengo el libro gemelo de éste. Ambos están encantados y conectados; mientras estén los dos abiertos, yo puedo escuchar.

 

De pronto, Potter pareció apagarse un poco, como si estuviera algo… decepcionado.

 

—En parte, te comprendo —masculló, mirando a Draco a los ojos—. Si fuera la integridad de uno de mis hijos la que estuviera en riesgo, yo también me aseguraría de que nadie les hiciese daño.

 

—No es desconfianza hacia ti, Potter —insistió Draco al ver que el semblante del hombre se ponía muy serio. Se alegraba de no tener que mencionarle que al principio sí había sido por esa razón—. Simplemente deseaba ver… bueno, deseaba oír cómo se desarrollaban las cosas ahora que tu hijo estaba aquí. —Sonrió antes de agregar—: Me mataba la curiosidad, si he de ser sincero.

 

Potter frunció el ceño durante un momento, como asimilando todo eso. Al final, pareció comprender y sonrió un poco.

 

—Qué ingenioso, este sistema de espionaje. Yo tengo un pedazo de espejo que… bueno, no importa.

 

Los dos se quedaron callados durante un momento, poniendo toda su atención a las voces procedentes del libro encantado. Podían escuchar, muy levemente, cómo Scorpius y Albus continuaban discutiendo, cada vez con insultos más originales y ofensivos.

 

—Creo que es mejor que vuelva con ellos antes de que lleguen a los golpes —dijo Potter de repente, sonriendo con indulgencia.

 

Draco se sintió un poco decepcionado de que el otro quisiera marcharse tan rápido, pero se recompuso rápidamente.

 

—Por supuesto. Perdona que haya interrumpido la clase. Sólo una cosa más, Potter… —Agachó la cara hacia el libro, incapaz de mirar a Potter a los ojos mientras le pedía—: ¿Podrían tú y tu hijo acompañarnos a almorzar el día de hoy? Astoria me ha pedido que los invite, y bueno, parece ser que ella ha encontrado muy grata tu presencia y, además, se muere de ganas de conocer a tu hijo… y yo no soy capaz de oponerme a sus deseos.

 

Aquello era una gran mentira. Astoria no le había dicho absolutamente nada, aunque Draco sabía que estaría tan gustosa como si la idea hubiese sido suya.

 

Miró a Potter, deseando que no notara el leve nerviosismo que se había apoderado de él. Debía ser el estrés, porque no era posible que él, Draco Malfoy —el frío Malfoy y ni más ni menos que a sus cuarenta y dos años— estuviera poniéndose nervioso solamente por pedirle a Potter que se quedara a comer con ellos. Afortunadamente, Potter siempre había sido un poco corto de vista —y de luces— como para notarlo.

 

—Claro, será un honor —respondió Potter, sonriendo discretamente—. Creo que Albus estará encantado de conocer a tu esposa. Al menos, me imagino yo, puede ser entretenido para él conocer a un miembro de la familia Malfoy que no le pondrá su cara a un boggart. Para variar.

 

Draco arqueó una ceja.

 

—No estés tan seguro, Potter. De hecho, acá entre nos, te advierto que tengas cuidado con Astoria. Ella es mucho más maléfica de lo que aparenta, y muy capaz de… —Leer tus pensamientos sin que te des cuenta, se contuvo de decir—, de las peores maldiciones oscuras.

 

Potter se rió.

 

—No lo dudo, pero, hombre, Malfoy… es una mujer fascinante, inteligente y hermosa. —Hizo una pausa mientras se miraba los zapatos—. Ella tiene… quiero decir, tú tienes suerte de tenerla como esposa.

 

Entonces, levantó la cara y miró a Draco con tanta intensidad y con un gesto tan serio en el rostro, que Draco se sintió completamente aguado. Si no hubiera estado sentado en su sillón ejecutivo, quién sabe si sus rodillas lo hubieran sostenido. Los recuerdos de la conversación con Scorpius acerca de las preferencias sexuales de Potter acudieron a su mente con tanto vértigo, que se sintió mareado. ¿Sería posible que esa mirada que Potter le estaba dirigiendo en ese momento, fuera de…? ¿De…? Merlín, ¿de qué era? ¿Por qué demonios lo miraba así?

 

De pronto, con monumental desazón, Draco comprendió que tal vez esa mirada era muestra de la envidia que Potter sentía de él. Envidia de la esposa maravillosa que Draco poseía. Tristeza por haber perdido él a la suya tan prematuramente

 

Y así, en cuestión de segundos, Draco probó la gloria y el infierno casi al mismo tiempo. Lo malo fue que se quedó varado en el último sitio al comprender que Potter jamás lo vería con los mismos ojos con los que Draco lo veía a él.

 

—Así es, Potter. Mucha suerte —respondió Draco con tono duro, desviando la vista y dándole a entender a Potter que la charla había finalizado—. Ahora, si me disculpas…

 

Potter se quedó en silencio y sin moverse durante algunos segundos, pero al final salió de ahí sin decir más. Draco estuvo un largo rato sin hacer nada, sintiéndose más solo y desdichado de lo que nunca antes se había sentido en su propia casa.

Como si Potter hubiera tenido boca de profeta, realmente resultó cierto su vaticino de que su hijo quedaría encantado al conocer a Astoria.

 

—Albus, quiero presentarte a los distinguidos padres de Scorpius. El señor Draco Malfoy y su señora esposa, Astoria.

 

Draco abrió los ojos algo impresionado. Era raro ver a Potter con aquellas maneras tan correctas.

 

El chico los saludó de mano a los dos y, por el rabillo del ojo, Draco notó que Scorpius parecía arder de rabia. Si las miradas mataran, hace rato que Draco ya hubiera caído fulminado con la asesina que le estaba dirigiendo su vástago.

 

—Mucho gusto, señora —dijo Albus mientras besaba (un tanto torpemente) el dorso de la mano de Astoria.

 

La mujer pareció derretirse en el sitio.

 

—¡Ohhh, pero qué caballerito tan bien educado! —canturreó, llevándose una mano a la cara—. ¡Y tan buen mozo! —Se giró hacia Potter y le cerró un ojo con picardía—. Pero con semejante padre, ¿qué podría esperarse de la descendencia?

 

Los dos Potter enrojecieron, avergonzados ante la avalancha de piropos que Astoria comenzó a dedicarles. Draco, quien a esas alturas ya se consideraba curado de espanto ante los coqueteos de su esposa hacia otros hombres, no pudo evitar sentirse bastante mortificado.

 

Todos pasaron a la mesa, y Astoria comenzó una animada charla con los dos invitados, la cual mantuvo casi todo el tiempo, dejando a Draco y a Scorpius completamente al margen de la conversación. Padre e hijo, sumergidos en un mutismo casi caprichoso, apenas sí se dignaron levantar la mirada de sus platos.

 

Y al finalizar la comida, Astoria no permitió que Potter e hijo se fueran sin antes haberle prometido que, a partir de ese momento, se quedarían a comer con ellos todos los días al terminar la tutoría. Potter no tuvo más remedio que decir que sí, y Draco, apurado entre un montón de sentimientos encontrados, no supo qué pensar al respecto.

 

Lo único que le restó, fue rezar para volverse idiota de repente. Porque así no se daría cuenta de nada cuando Astoria y Potter decidieran tirarse una cana al aire justo ahí en su Mansión.

Los días transcurrieron de manera más o menos rutinaria, con Potter y su hijo llegando todos los días a las nueve en punto, tomando clases con Scorpius hasta las doce, y luego, bajando a almorzar con la familia. Esto último —el almuerzo con los Malfoy— parecía disgustar enormemente a los dos chicos (Scorpius y Albus); o al menos, así fue durante las primeras ocasiones. Pero, con el paso de los días, ambos muchachos parecieron cada vez más y más resignados.

 

Draco continuaba escuchando el progreso de las clases a través de su libro encantado, cada día más divertido por las continuas peleas entre los dos chicos, por los inútiles intentos de Potter para contenerlas y por la manera en que la presencia de Albus parecía sacar lo mejor del mismo Scorpius. Como si el hecho de que el joven estuviera ahí, lo forzara a demostrar que no merecía en absoluto haber obtenido aquella infame “T”. Y Draco casi podía saborear la “E” que seguramente Potter le pondría al final de la tutoría, sobre todo porque su hijo realmente se la estaba ganando.

 

Lo que hacía que todo eso valiera la pena.

 

En realidad, Draco se sorprendía cada día de lo fácil y agradable que estaba resultado todo eso, y estaba casi convencido de que la familia completa se aburría demasiado durante las vacaciones para haber comenzado a apreciar la presencia de aquellos dos Gryffindors ante su mesa.

 

Draco, quien ya se había resignado a que Astoria intentara seducir al atractivo tutor, encontró curioso que, de pronto, la mujer cejara en su empeño. Lo cual era extraño, pues Potter y ella parecían llevarse muy bien y la mayor parte de la charla en la mesa era protagonizada por ellos dos.

 

O tal vez lo que sucedía era que los dioses realmente habían oído el ruego de Draco y en verdad lo habían vuelto idiota, pero él podía jurar con una mano sobre el fuego que Astoria y Potter no tenían nada sexual entre ellos, si no que… sólo hablaban y aparentaban estar convirtiéndose en los mejores amigos. Completamente ridículo, conociendo los estándares de su mujer y sabiendo que más tardaba en localizar un guapo espécimen masculino que en seducirlo.

 

Astoria había dejado de coquetear con Potter, y en vez de eso, había comenzado a tratarlo con suma amabilidad y cortesía —Draco casi podía jurar que con cierto tipo de “cariño”—. Además, increíblemente, había regresado a los brazos de su siempre fiel y amante Denny, el jardinero. En cuanto los dos Potter salían por la chimenea rumbo a su casa en el Valle de Godric, la mujer corría a su puesto en el jardín, al lado de su amorcito de ese verano.

 

Y Draco, fiel a la palabra que se había dado a él mismo, estoicamente resistió la tentación de preguntarle a ella qué pasaba, o qué era lo que había leído en la mente del cuatro ojos para dejarlo en paz. Todo era muy raro, y la curiosidad mataba a Draco cada día, aunque jamás lo confesaría. Llegó a la conclusión de que tal vez Potter aún seguía muy enamorado de la difunta Weasley como para involucrarse con otra… o tal vez era que respetaba demasiado a Draco como para acostarse con su esposa.

 

Draco rogaba a todos los dioses que fuese la segunda opción la que mantenía a Potter a raya. En medio de todo, pensar que había sido por eso, lo hacía sentir un poquito mejor. Como también lo hacía sentirse mucho más tranquilo que Astoria no se hubiera enredado con el tutor. No estaba seguro del porqué, pero Draco creía que, si se hubiera dado el caso, no habría podido soportarlo. No hubiera sido justo que Astoria tuviera de repente aquello que él había deseado tan febrilmente años atrás y le había sido negado.

 

Albus Potter, por su parte, también parecía haber sucumbido a los encantos femeninos de la dulce Astoria. Ella era la única Malfoy con quien el joven se permitía conversar un poco, con quien sonreía un mucho e, incluso, de quien aceptaba piropos de buen grado. A Draco le daba un poco de lástima el chico. Huérfano y todo, tal vez veía en Astoria Malfoy a un tipo de madre sustituta.

 

Scorpius, que también parecía haberse dado cuenta de eso, luchaba con todas sus fuerzas por llamar la atención de su madre a como diera lugar para evitar que ella volcara toda su atención en el muchacho Potter, fallando estrepitosamente y haciendo que su madre lo riñera después. Draco sonreía al recordar cómo también antes Astoria lo había reñido a él por portarse grosero con San Potter, y sonreía más al notar que, gracias a esas nuevas preocupaciones, Scorpius parecía haber olvidado el supuesto “amor” por su profesor.

 

De pronto y casi sin darse cuenta, ya habían transcurrido tres semanas de ese verano; tres semanas de tener a Potter y a su hijo entre ellos. Más de una vez, Draco o Astoria los convidaron a quedarse a cenar, pero Potter siempre declinaba amablemente la invitación, recordándoles que tenía otros dos hijos en casa que estaban esperándolos, y dejando a la Mansión sumida en un extraño mutismo y abandono cuando se marchaba junto con Albus.

 

Con Astoria vuelta a sus andanzas con Denny, y con un frustrado y furioso Scorpius que ya no podía propasarse con Harry Potter por estar siempre Albus presente, Draco podía encerrarse durante horas en su despacho sin recibir visitas ni de su esposa ni de su hijo; y sin querer averiguar por qué, conforme pasaba el verano, él se sentía cada vez más deprimido y solitario.

 

Jamás reconocería que lo único que ansiaba cada día, eran las breves charlas que sostenía de vez en cuando con Potter en la soledad de su despacho; charlas en las que se permitía, al no tener la mirada de Astoria encima de él, bromear y reír con el tutor, y en las que se daba cuenta, asombrado y aterrorizado, de lo feliz que se encontraba de poder convivir así con su antiguo rival del colegio.

 

No quería ni pensar en lo que lo extrañaría cuando el verano llegase a su fin y Potter se largara de ahí para nunca volver.

 

 

 

 

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