Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 6
Escurridizo como Snitch

 

Durante el lunes de la última semana de julio (cuarta ya de la tutoría), Draco, quien por supuesto no se moría de ganas de hablar con Potter después de dos días sin verlo, tuvo la necesidad de consultar cierto libro que, recordaba, estaba en la estantería de la biblioteca. Caviló en la posibilidad de mandar a Mandy a buscarlo, pero creyó que la pequeña caminata le ayudaría a despabilarse un poco para poder continuar con su trabajo. Además, no era bueno abusar de los pobrecillos elfos, no, señor. Suficiente tenían con cumplir las órdenes de Astoria.

 

Convenciéndose de eso, decidió hacerlo él mismo.

 

Después de todo, no era que tuviese muchas actividades pendientes en su despacho. La verdad de las cosas era que, durante las tres horas que duraba la clase de Potter, el trabajo de Draco quedaba reducido a su mínima expresión. Toda la culpa la tenía el mismo tutor, pues escucharlo dar clases a través del libro encantado distraía lo suficiente a Draco como para impedirle su concentración en las cuentas o negocios del día. Algo que nadie tenía por qué saber, por supuesto. Vamos, apenas sí era capaz de reconocerlo él.

 

Draco sabía —porque lo acababa de oír— que en ese momento los chicos estaban trabajando con sus patronus; elemento extra que, Potter decía, les servía más para salvarles la vida que para otorgarles una buena calificación, por lo que se volvía estrictamente necesario para cualquier mago saber convocarlo. Draco había escuchado a Potter mandar a los chicos a realizar un ensayo, así que pensó que no pasaría nada si les robaba la atención del profesor sólo por un rato.

 

—Buenos días —saludó Draco mientras abría la puerta de la biblioteca. Tres pares de ojos lo miraron con atención y, en el caso de Scorpius, con un poco de furia. Era hora que el chico todavía no le perdonaba a su padre que hubiera encasquetado a Albus en su clase particular de Defensa contra las Artes Oscuras—. Vengo por un libro. Por favor, sigan con lo suyo.

 

Albus y Scorpius retomaron sus ensayos. Potter se quedó de pie junto a ellos, echándole continuas miradas a Draco mientras éste caminaba hacia la estantería que estaba junto a la ventana y, a su vez, fingía que no se había bebido con los ojos al ex auror en cuanto lo había tenido a la vista.

 

Ligeramente nervioso al no tener ninguna excusa con la cual invitar a Potter a su despacho, Draco se asomó hacia el jardín por la ventana, intentando pensar en algo. Afuera, miró a Denny podando los bellos y estilizados rosales blancos que su madre había sembrado décadas atrás. El joven andaba en mangas de camisa y estaba luciéndose, torciendo los brazos en forma exagerada para resaltar sus músculos. Esa fanfarronería hizo sonreír a Draco; era obvio que Astoria andaba por ahí cerca contemplándolo.

 

—¡Malfoy! —susurró Potter de repente, y Draco pegó un brinco. Sin que se hubiera dado cuenta, Potter había llegado hasta él.

 

—¿Sí? —respondió, intentando no demostrar el susto que se había llevado.

 

Potter echó una nerviosa mirada hacia afuera, como para confirmar algo. Draco notó que localizaba a Denny y luego, palidecía un poco.

 

—¿No quieres sentarte… —comenzó a preguntar Potter, muy nervioso sin razón aparente—, allá, más al fondo? Está más fresco porque no da el sol… como aquí.

 

Draco lo miró durante unos segundos preguntándose si el tutor se había vuelto loco. Pero de repente, comprendió; soltó un bufido de risa que atrajo la atención de los dos chicos sentados ante el escritorio.

 

Intentó controlarse mientras Potter lo miraba con desconcierto y Albus y Scorpius retomaban sus deberes.

 

—Potter, Potter, Potter —canturreó Draco con enorme diversión pero con la voz lo suficientemente baja para que los chicos no alcanzaran a escucharlo—. ¿Nunca dejarás de lado tu papel de héroe salva-todos-los-culos-del-mundo, cierto? ¿De verdad estás intentando que yo no “descubra” a mi esposa flirteando con el jardinero?

 

Potter lo miró con enorme vergüenza y, para delicia de Draco, con un intenso sonrojo. En realidad, y pese a lo hilarante de la situación, a Draco le gustó el gesto caballeresco de Potter, y se preguntó si lo había hecho para ayudar Astoria o para evitarle a él un disgusto. Se entusiasmó al permitirse creer que era por el segundo motivo.

 

—¿Lo sabes? —preguntó Potter con un hilo de voz, excesivamente incrédulo, mirando alternadamente entre Draco y Denny—. ¿Y no te… molesta? ¿No te importa?

 

Draco suspiró.

 

—La respuesta a eso es una larga historia que tal vez sea conveniente abordar en otro sitio… —Se mordió los labios, temeroso de ser rechazado si… Oh, qué diablos. Usando el tono de voz más indiferente que pudo conseguir, soltó—: ¿Podemos ir un momento a mi despacho? Tal vez tengamos tiempo de tomarnos un té mientras los chicos finalizan con su ensayo.

 

Para su sorpresa, Potter se sonrojó más.

 

—¿En tu despacho? ¿Ahora? —Draco arqueó una ceja y Potter casi se tropieza con sus propios pies al caminar hacia atrás—. Claro que ahora, eso es obvio… Mmm. De acuerdo, ¿te sigo? —Se giró hacia los chicos, y les indicó—: Voy un momento con el señor Malfoy a hablar de… Bueno, regreso en diez minutos y quiero ese ensayo sobre los patronus terminado. —Los chicos gimieron con pesar, pero Potter los ignoró—. Incluyendo su conclusión acerca del tema de los pensamientos felices necesarios para su convocación y la psicología aplicada a la forma animal de los mismos.

 

Scorpius, que pareció molestarse infinitamente por el aviso del profesor, crispó la mano que sostenía su pluma de tal forma que ésta salió volando de su puño y aterrizó en el suelo con un movimiento suave y ondulante. Bufando con rabia y seguramente olvidando que podía convocarla con magia, el chico se inclinó sobre su silla para alcanzarla, dejando todo su trasero enfundado en túnicas ante la vista de su acompañante de estudio.

 

Potter estaba demasiado distraído como para notar nada, pero Draco no se perdió detalle de lo que sucedió a continuación. Scorpius, totalmente doblado en su silla y con el culo hacia arriba, luchaba por coger su pluma; mientras tanto, Albus, desde su posición erguida, clavaba una codiciosa y larga mirada en las nalgas del hijo de Draco, mordiéndose los labios con ansiedad.

 

Draco abrió la boca con sorpresa, pero no dijo nada. Albus, que parecía no darse cuenta de que Draco lo había pillado observando el trasero de su hijo, volvió los ojos rápidamente a su ensayo cuando Scorpius consiguió atrapar su pluma y regresó a su silla. Continuó escribiendo como si ahí no hubiera pasado nada.

 

“Vaya, vaya…”, pensaba Draco mientras Potter y él salían de la biblioteca con rumbo a su despacho. “Eso sí que es interesante”. ¿Cómo podía haber estado tan ciego como para no haberlo notado antes?

—Y esa es la historia de mi vida con Astoria —finalizó Draco, mirándose las uñas y fingiendo una indiferencia que no sentía en absoluto. Era la primera vez que le narraba a alguien tal y como habían sucedido las cosas dentro de su matrimonio y las circunstancias de la concepción de Scorpius. La primera vez que confesaba abiertamente que era gay y que se había casado sólo para cumplir con el deber familiar.

 

Aunque apenas tres semanas atrás había estado en sus planes hacer todo lo posible por evitar que Potter se enterara de la situación en su vida marital, ahí estaba ahora, contándoselo todo él mismo. Esperando su veredicto porque, aunque no lo reconocería, la verdad era que le importaba demasiado la opinión del otro.

 

—Entonces —comenzó Potter lentamente, y Draco levantó los ojos hacia él. Se consoló en el hecho de que Potter no lucía escandalizado—… ¿eres gay? —preguntó en voz baja, casi como si fuera demasiado bueno para creerlo. Draco asintió, sintiéndose ridículamente emocionado—. ¿Y tú y Astoria son, como quien dice, solamente… amigos?

 

Draco sonrió ampliamente.

 

—Los mejores amigos. Incluso, nos hemos ido juntos de “viaje de negocios” a Roma y Madrid…. Si entiendes lo que quiero decir con “negocios” —arqueó ambas cejas—. Hasta nos hemos peleado por ver quién se queda con el mejor chico.

 

Potter se rió. Se rió. Y eso, fue como si el Paraíso abriera sus doradas puertas ante Draco, porque, si Potter se alegraba de aquella manera por el verdadero status de su matrimonio, entonces… quería decir que...

 

Draco tragó fuerte, temiendo con todas sus fuerzas el permitirse creerlo. ¿Sería acaso que, después de tres décadas de haberlo deseado, por fin podría cumplir uno de sus más húmedos sueños?

 

—¡Qué genial! —exclamó Potter cuando terminó de reír, pero pareció arrepentirse de decirlo, porque de inmediato puso un rostro más serio y se disculpó—: Lo siento, no digo que sea genial que… Merlín, lo que quiero decir es que… digo, que me parece bueno que no se engañen mutuamente, si no que ambos sepan… y que sean amigos, y que su hijo no los pierda. —Potter agachó la mirada, clavándola en el suelo y sonriendo con nostalgia—. Me parece que, aún con todo y que no son una pareja “real” —usó los dedos para enfatizar las comillas—, tienen un matrimonio mucho más armonioso que… otros que sí… o que se supone que… —suspiró y se rindió—. En fin. Creo que ni yo me entiendo.

 

Draco lo miró intensamente, intentando adivinar en su tartamudeo y en sus medias frases, alguna verdad que estuviera negando a revelar abiertamente. ¿Sería acaso que su matrimonio con la comadrejilla no había sido tan feliz como la gente se lo pasaba cantando?

 

—Pues sí, tú lo has dicho —dijo Draco, todavía mirando con fijeza al renuente tutor—. Nuestra vida es mucho más feliz así. Y Scorpius, que siempre ha estado al tanto de la verdad, no ha demostrado tener ningún trauma ni mucho menos. Incluso, está enterado de mi homosexualidad y no se hace problemas con eso.

 

Potter se sonrojó y sonrió enigmáticamente.

 

—No, supongo que no… Y por lo visto, él sigue tus pasos, ¿no? —bromeó sin dejar de sonreír.

 

Draco soltó una risita. Que un rayo lo partiera en ese instante y la Tierra se lo tragara, pero, en verdad, cómo disfrutaba de esas insulsas charlas con Potter. ¿Cómo había podido vivir tantos años sin ellas?

 

—Si te refieres a su gusto por lo masculino, la respuesta parece ser “sí”. Pero si te refieres a lo otro, estás muy equivocado, Potter. Yo jamás intenté seducir a un profesor.

 

—Empezando por la triste realidad de que nunca tuvimos un profesor atractivo impartiéndonos clase —dijo Potter, atreviéndose de nuevo a mirar a Draco a los ojos, de esa manera tan perturbadora que tenía para hacerlo.

 

—¿Qué? —espetó Draco, fingiendo indignación—. ¿Y qué pasa con Snape? ¿No me digas que no te parecía atractivo? Siempre creí que su nariz y su melena le daban un aire sexy, como de misterio. —Potter fingió que vomitaba sobre su taza de té, y Draco se rió con ganas—. ¿Y qué me dices de ti, Potter?

 

Potter sonrió seductor y Draco sintió un escalofrío.

 

—¿Estás insinuando que soy un profesor atractivo?

 

Draco se rió más y negó con la cabeza, aunque la verdad sí estaba muy de acuerdo con esa afirmación.

 

—No, Potter. Estoy preguntándote por tus gustos hacia lo masculino.

 

De pronto, Potter se quedó muy serio y comenzó a beber de su té con desesperación.

 

—¿A qué te refieres?

 

—Ya sabes… Masculino. Dícese de hombres atractivos, culos bonitos y pollas deliciosas. —Potter estaba tan rojo como su antigua corbata Gryffindor y Draco pensó que jamás en la vida había gozado más de una simple conversación como en ese momento—. ¿Qué tipo de hombres te gustan? ¿Con cuántos has estado? Porque, por amor a Merlín, Potter… no creerás que me puedes engañar. —Draco se inclinó sobre su escritorio, fulminando a Potter con una intensa mirada—. Sé que eres gay —afirmó, jugándose el todo por el todo.

 

Potter se movió hacia atrás con extrema lentitud mientras depositaba la taza sobre el platito, y luego, el platito sobre el escritorio de Draco. Éste lo miró tragar antes de hablar, conteniendo la respiración el tiempo completo que Potter demoró en responder.

 

—Bueno… a decir verdad… —se aclaró ruidosamente la garganta—. Sólo con uno.

 

Bingo.

 

Draco sintió un escalofrío de alegría triunfal recorrerle la espina dorsal, como si estuviese volando su escoba cada vez más y más rápido, cada vez más cerca de su objetivo. De coger la hermosa y escurridiza snitch.

 

Sólo tenía que ejecutar un par de maniobras más y el premio sería suyo. Sólo tenía que ganarse la total confianza de Potter, de insinuarle lo mucho que lo deseaba y descubrir si el otro le correspondía. Y entonces…

 

—¿Con el chico Lupin, cierto? —preguntó Draco con la mayor naturalidad que pudo hacerlo, a pesar de que en su interior estaba muriéndose de los nervios.

 

Potter asintió y suspiró con algo que parecía derrota.

 

—Sí, con él. ¿Te llegaron los rumores, entonces? —Draco asintió y Potter hizo una mueca de dolor—. Fue un desastre, por cierto. Yo… quiero decir, él… estuvo detrás de mí todo el tiempo, desde que comenzó sus guardias en el escuadrón, y yo, ingenuo de mí —se rió con ironía—, creía que lo hacía por cariño, por… porque soy su padrino.

 

Se quedó callado durante unos momentos, su mente perdida en alguna lejana memoria. Draco recordó que el difunto Sirius Black había sido el padrino de Potter, y no le costó trabajo sumar dos más dos y comprender que Potter había intentado, tal vez, ser para Ted Lupin lo que Black no tuvo tiempo de ser para él.

 

—Pero no —continuó Potter—, lo que Teddy quería de mí era mucho más que mi consejo y mi cariño paternal. Yo siempre lo llevaba conmigo a todas las misiones para poder echarle un ojo, para cuidarlo e impedir que… Merlín, sabía que si le pasaba algo, su abuela se encontraría devastada. Y yo también, por supuesto. Pero él… bueno, y yo… lo comencé a encontrar atractivo. —En ese punto, Potter volvió a enrojecer y Draco se preguntó cómo el pobre hombre soportaba sonrojarse tan constantemente. Él ya hubiera explotado—. No tardé mucho en… rendirme. Fue tan fácil… caer en la tentación. —Se mordió los labios y agachó la cabeza—. Dios mío, si Remus estuviera vivo…

 

—Estaría muy orgulloso de que te hubieras follado a su hijo —completó Draco en tono de fastidio.

 

—¡Malfoy! —Potter alzó la cabeza y miró a Draco como si le hubieran brotado cuernos—. ¿Cómo puedes decir eso?

 

Draco se encogió de hombros. Pensó en decirle a Potter que, desde su punto de vista, Ted traía el “gen homosexual” de herencia, pues Hogwarts jamás había tenido un profesor más gay que Remus Lupin, pero le pareció demasiado. En vez de eso, comentó:

 

—Recuerdo lo mucho que te quería. Además, no es como si te hubieras aprovechado de un púber, ¿o, sí? Digo, el chico ya tenía más de veinte…

 

—Veintiuno —aclaró Potter vehementemente.

 

—¿Ves? Es lo que te digo. Quien te acuse de pervertidor, sólo está buscando la manera de joderte la vida y cargarte con una culpa que no es tuya. —Potter miró a Draco con un gesto tan serio y profundo, casi agradecido, ocasionando que el rubio se removiera inquietamente en su lugar—. ¿Y por qué terminó todo? ¿Qué salió mal?

 

—Bueno… —Potter volvió a mudar su expresión a una de torpeza y Draco se sintió mucho más tranquilo. La verdad era que la mirada penetrante que Potter le había dirigido un momento antes, lo había hecho temblar—, yo quería llevar lo… lo nuestro con la mayor discreción posible. Ya sabes, con la muerte de Ginny tan reciente, y yo, bueno… Hubiera sido un escándalo que yo, el jefe del escuadrón, estuviese saliendo con un subalterno y además, de mi mismo sexo… Las cosas no se nos presentaban nada fáciles. Le pedí a Teddy que fuéramos prudentes. Que al menos, por un tiempo, lo mantuviéramos en secreto.

 

—Pero él no aceptó —aventuró Draco.

 

Potter negó con la cabeza.

 

—Me dijo “sí” con palabras, pero… se comportó de manera totalmente contraria a nuestro acuerdo. Estoy seguro que lo hizo a propósito. Que todos nos descubrieran, quiero decir. Yo… no pude volver a confiar en él. Tuve que dejar la jefatura de los aurores para poner distancia entre los dos, porque… sencillamente, no se rendía. No dejaba de perseguirme. Pero es eso precisamente lo que no entiendo, Malfoy… si tanto me quería, ¿por qué no pudo respetar nuestro acuerdo? Fue como… fue casi como si deseara que todo el mundo se diera cuenta.

 

Draco asintió, comprendiendo el punto. Después de todo, si él fuera soltero y estuviera saliendo con alguien como Harry Potter… Merlín, estaría tan feliz y orgulloso que lo gritaría a los cuatro vientos. ¿Es que el hombre no tenía un espejo, ni se daba cuenta de que era un partido fenomenal?

 

—Bueno, eso es, hasta cierto punto, lógico —murmuró Draco, poniéndose en los zapatos de Ted Lupin y detestándose por ello.

 

Potter volvió a clavar en él sus ojos de esa manera tan arrebatada que hacía estremecer a Draco.

 

—¿Lo es? —preguntó Potter, y su voz sonó tan llena de esperanza, que Draco supo.

 

Supo que ahí estaba la snitch. Lista y dispuesta a ser atrapada. En bandeja de plata, sólo para él.

 

La boca se le secó horriblemente —algo que jamás le había pasado—, y percibió cómo se le nublaba la mente. “Piensa rápido, piensa”, se urgió. Porque no iba a confesarle a Potter así, de buenas a primeras y sin asegurarse primero que el otro le correspondía, que él adoraría haber estado en el lugar de su ahijado, en su cama, bajo su cuerpo, con él adentro…

 

—Bu-bueno… —ahora fue el turno de Draco de titubear, y el cambio en las torvas no le gustó para nada, su cerebro todavía trabajando en búsqueda de algo inteligente qué decir—, lo que quiero decir es, ¿de qué sirve estarse acostando con el héroe del mundo mágico, si el mundo entero no puede darse cuenta de eso?

 

Oh, no.

 

Haber dicho eso fue un soberano error, y Draco se dio cuenta de inmediato. El semblante de Potter se endureció casi como por arte de magia, e incluso, el brillo en sus ojos se opacó. Se puso de pie tan rápido que Draco se mareó de sólo verlo.

 

—Tienes razón, supongo que no sirve de nada —dijo en tono funesto y caminó hacia la puerta sin darle tiempo a Draco de ponerse de pie—.Necesito regresar a la clase. Con tu permiso.

 

Potter salió y azotó la puerta, dejando a un azorado y boquiabierto Draco atrás, sentado e inmóvil, viendo, horrorizado, cómo la snitch volvía a escurrírsele de las manos como si fuera de arena, como si fuera de agua.

 

Draco no podía creerlo. Había perdido la confianza de Potter en un abrir y cerrar de boca cuando le había costado casi cuatro semanas ganársela. Y lamentó, más que nunca, que su mente hubiera pensado “X”, pero su boca, rebelde y nerviosa, hubiera dicho “Y”, como acababa de suceder.

 

Se quedó algunos minutos mirando fijo hacia la puerta cerrada, su cerebro, prácticamente se había quedado en blanco. Y entonces, en medio de la estupefacción que sentía ante la reacción de Potter, un sentimiento de enojo emergió desde el fondo de su ser, haciéndolo reaccionar al fin. Apretando los labios, cogió el primer documento que pudo alcanzar y zambutió su pluma en la tinta casi con furia, dispuesto a comenzar a trabajar cuanto antes y así, dejar de darle importancia al asunto.

 

Maldito Potter, el muy arrogante. ¿Quién se creía que era para salir así, todo indignado, del despacho de su patrón y anfitrión? Era un troglodita sin cerebro y sin modales, como si lo recién dicho por Draco fuera la peor ofensa que pudiera recibir.

 

Además, todo aquello era una tontería. ¿En qué había estado pensando Draco? ¿Cómo pudo cruzar por su mente que él y Potter podían llegar a hacer algo, a ser algo?

 

Draco no podía estar pensando que tenía alguna probabilidad con Potter, porque, en primer lugar, tenía que recordar que Scorpius estaba encaprichado con él, y de la misma manera que podía perdonarle a su padre que hubiera frustrado su amor de juventud, era casi seguro de que, lo que no le perdonaría, sería que se acostara él mismo con ese amor.

 

Sintiéndose un poco más satisfecho y sin dejar de leer y de firmar por aquí y por allá, Draco llegó a la conclusión de que las cosas estaban mejor así. Ni él ni su familia necesitaban más problemas ni habladurías, y Potter sólo significaba ambas cosas. Por lo tanto, debería sentirse feliz de haberse deshecho de él, ¿no?

 

¿No?

 

Dejando a un lado su pluma, apoyó el codo sobre sus papeles y la cabeza sobre su mano.

 

Suspiró profundamente.

 

La verdad era que no. No se sentía nada feliz de que las cosas hubieran terminado así, sino todo lo contrario.

 

Jamás, en toda su vida, le había pesado tanto perder una snitch.

Esa tarde, Potter aceptó a quedarse a almorzar con ellos como cada día, pero se mantuvo toda la comida con los ojos fijos en su plato, y el rostro, arrugado con una mueca de enfado. Las pocas veces que abrió la boca fue sólo para conversar escuetamente con Astoria. Y ni una sola vez, se dignó mirar hacia Draco.

 

A partir del día siguiente y desde muy temprano (“Para no alterar sus planes de familia”, según dijo), Potter se excusó con Astoria para no quedarse a almorzar con ellos tal como ya era costumbre. Draco, oculto detrás de la puerta del salón por cuya chimenea llegaban todas las mañanas Potter padre e hijo, pudo escuchar la disculpa dada a Astoria, quien, como siempre, acudía a recibirlos a las nueve en punto.

 

Atreviéndose a asomar un poco la cabeza, Draco pudo notar el semblante enfadado de Albus; al parecer, el muchacho sí hubiera querido quedarse a almorzar, pero tenía que acatar la voluntad de su padre. Draco se retiró con rapidez y se dirigió a su despacho, sitio de donde no salió en todo el día, ni siquiera para comer cuando Mandy fue a buscarlo.

 

Sucedió exactamente lo mismo el miércoles y el jueves. Draco sentía que se volvía loco; era realmente insoportable saber que Potter estaba ahí mismo, en su casa, a unos cuantos metros de distancia pero, al mismo tiempo, tan inalcanzable, tan lejos. Ahora más que nunca, Draco comprendía tal paradoja, la cual, anteriormente, había considerado sólo como una cursilería barata de los malos poetas.

 

Pero no tenía el valor de pararse frente a Potter y tratar de arreglar las cosas entre ellos. Porque, después de todo, ¿qué demonios podía decirle? ¿Que si había dicho aquello era porque él, Draco, lo deseaba y lo había deseado desde que estaban en el colegio? ¿Que soñado con él, fue cómo descubrió que era gay? ¿Que ahora ansiaba, más que nunca —estando los dos prácticamente libres de compromiso— comenzar lo que fuera, intentar cualquier cosa, lo que él quisiera? ¿Cómo decirle todo eso si ni siquiera estaba seguro de que Potter le correspondía? Y lo peor, ¿cómo decirle todo eso sabiendo que Scorpius jamás se lo perdonaría?

 

Astoria, contrariamente a su costumbre de meterse en todos los asuntos de su marido, no decía nada ni preguntaba nada; situación que sólo encrespaba más y más los nervios de Draco. Éste pasaba las noches en vela pensando en Potter y preguntándose si Astoria lo sabría todo, o si su pasión por Denny la había hecho olvidarse de la fascinación que parecía haber experimentado anteriormente por el tutor. Draco no comprendía por qué Astoria no iba a buscarlo a su despacho a increparle las ausencias de los Potter en su mesa, o, en su defecto, a exigirle sin lugar a réplica que fuera a convencerlos de quedarse a comer otra vez. Y esos silencios de su mujer, no hacían más que torturarlo.

 

Sin embargo, el viernes, durante el desayuno, Astoria finalmente habló.

 

—Mañana, según sé, es el cumpleaños de Harry.

 

Draco y Scorpius levantaron la vista, mirando fijamente a la mujer, esperando que dijera algo más.

 

—Y quiero que hoy se quede a almorzar. Le he preparado una comida especial, con invitados y todo. —Miró fijamente a Draco, tan furiosos sus ojos que éste sólo pestañeó—. No sé cómo vas a lograrlo, Draco, pero Harry y Albus tienen que quedarse a comer hoy.

 

Draco abrió la boca para reclamar, pero Scorpius le ganó la palabra.

 

—¿A quién invitaste, mamá?

 

Astoria pareció alegrarse ante la pregunta.

 

—Bueno, no a mucha gente. Sólo a sus otros dos hijos y a la tía Andrómeda. La familia más cercana de Harry.

 

Andrómeda Tonks, la tía de Draco. La hermana de su madre y que, desde que ésta había muerto, no había vuelto a aparecerse por la Mansión. Y quien, por cierto… era la abuela del ex de Potter. Draco casi se ahogó con su té al recordarlo.

 

—¿La tía abuela? —preguntó Scorpius con un jadeo—. Dios mío, tengo años que no la veo. ¿Y vendrá Ted con ella?

 

—Bueno, supongo que sí —respondió Astoria un poco extrañada—. De hecho, Teddy es la razón por la que estoy invitando a Andrómeda. Él es ahijado de Harry. ¿No lo sabías?

 

—Claro que lo sabía —contestó Scorpius, intercambiando una mirada de preocupación con su padre—. Pero ojalá que no venga.

 

—¡Scorpius! —exclamó Astoria—. ¿Por qué dices eso?

 

Pero Scorpius sólo se encogió de hombros y no respondió.

 

Draco, sin decir nada, compartió la ansiedad de su hijo y el deseo impetuoso de que aquel chico de cabello raro no se apareciera por ahí. No tenía idea de cómo reaccionaría Potter al verlo… o peor, no tenía idea de cómo reaccionaría Ted al ver a Potter ahí.

 

Draco frunció el ceño al pensar en el pedazo de idiota que era aquel muchacho, pero sin poder olvidar que también era joven, soltero y atractivo. Y lo peor, por su maldita culpa, por haber estado hablando de él, ahora Potter estaba, de nuevo, enemistado con Draco.

 

No supo ni cómo pudo terminar de comerse aquel desayuno, el cual, se le antojó el más insípido y malo de su vida.

 

 

 

 

Regresar al Índice

 

Capítulo Anterior                                    Capítulo Siguiente