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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 7
El Ahijado

 

Ese día, Draco no se encerró en su despacho como solía hacerlo. En vez de eso, se fue de compras al callejón Diagon, invirtiendo casi dos horas de su valioso tiempo recorriendo las mejores tiendas en búsqueda del regalo ideal para el festejado del día. Y no lo hacía porque sintiera algo especial por él, oh, no. Ni tampoco porque estuviera encontrando en esa ocasión el móvil perfecto para disculparse y acercarse de nuevo al tutor de su hijo, por supuesto que no.

 

Simplemente que, como su clase y su buen nombre se lo dictaban, tenía que comportarse a la altura y ser el anfitrión que se esperaba fuera él. Nada más.

 

Así que, en cuanto encontró algo que lo dejó medianamente satisfecho, lo compró y regresó a casa. Se duchó y se colocó una túnica nueva —una de diseñador, hecha a la medida y que había estado guardando para un evento especial—, intentando no pensar en los motivos que lo estaban llevando a considerar aquel simple almuerzo como una ocasión digna de estrenar. Frente al espejo, revisó su apariencia durante minutos completos, asegurándose de que su afeitada le hubiese quedado perfecta y que la túnica y su peinado estuvieran más que impecables.

 

Observándose con ojo crítico, llegó a la conclusión de que era una pena que aquella oportunidad no se le hubiese presentado unos veinte años antes, cuando era un joven bello y lleno de vitalidad.

 

Tal como lo era Ted Lupin en ese preciso instante.

 

Draco desvió la mirada del espejo, temeroso de encarar la dura realidad. Él ya no era un jovenzuelo. Era un hombre de más de cuarenta, casado y con un hijo. ¿Quién lo querría así, comparándolo con un veinteañero soltero y sin compromisos? ¿Por qué Potter se fijaría en él, si era obvio que le gustaban jovencitos?

 

Pero, ¿por qué demonios estaba él pensando en esas cosas si se suponía que había decidido no intentar nada con el cretino?

 

De pronto y sin razón aparente, Draco recordó la mirada cargada de deseo que Albus Potter le había dirigido a Scorpius hacía unos pocos días. Y, cosa imposible meses atrás, en ese instante anheló con todas sus fuerzas que su hijo pudiera corresponder de alguna forma a los sentimientos del joven Potter. Porque así, al enamorarse de otra persona, tal vez ya no se sentiría tan herido si su padre intentaba algo con su tutor.

 

Pero, ¿cómo Scorpius iba a corresponder nada si de seguro ni siquiera se daba cuenta de que Albus gustaba de él? El chico Potter parecía todavía más torpe que su padre, y Merlín, eso ya era decir.

 

Bufando con enfado, Draco se retiró del espejo sin hacer caso de su reflejo que le aseguraba: “Eres el Malfoy más bello que ha pisado la Tierra, Draco. Te lo digo yo que he reflejado generaciones completas”, sintiéndose miserable por pensar en él como un viejo, y todavía peor, por estarse lamentando de eso. Porque antes de que Potter irrumpiera en su vida como estaba haciéndolo, a Draco nunca le había molestado su edad. Jamás había tenido problemas para ligar ni se había sentido inseguro. Jamás.

 

Hasta el día que el tutor Potter entró por la chimenea de su salón para convertirse en su peor pesadilla, tal como él lo había presentido al verlo arribar.

Esperó, desde que faltaban cinco minutos para las doce, parado ante la puerta de la biblioteca. No les daría a los Potter la oportunidad de encontrar un modo de escapar, oh, no. Se quedaría ahí hasta que no tuvieran otro remedio que…

 

La puerta se abrió y Potter fue el primero en salir. Se detuvo en seco frente a Draco, abriendo los ojos con sorpresa y mirándolo —rápida pero apreciativamente— de arriba abajo. Y al elevar los ojos a la altura de los de Draco, éste pudo percibir cómo su verde mirada estaba nublada de deseo frustrado.

 

Semejante descubrimiento dejó a Draco mudo y con el corazón convertido en un caballo desbocado. Pero al mismo tiempo, le brindó la fortaleza que tanta falta estaba haciéndole, haciéndolo sentirse —de nuevo— seguro de él mismo y de su apariencia. Sonrió casi imperceptiblemente, satisfecho de haberse arreglado con tanto esmero.

 

Tal vez y a pesar de la edad que tenía, el espejo no le había mentido al decirle que seguía viéndose tan bueno como antaño.

 

Potter, a diferencia de Draco, llevaba puestas sus túnicas formales y sencillas de siempre, nada del otro mundo, nada de qué admirarse. Sin embargo, a pesar de ese aire de rectitud con el que — Draco creía— Potter intentaba cubrirse, el mago exhalaba sin querer un aura de sensualidad que resultaba casi imposible de soportar para los que estaban a su lado. Y era en esos momentos, cuando Draco sentía eso, que podía comprender por qué Scorpius y Ted Lupin se habían encaprichado con Potter al grado de que no les importase nada con tal de seducirlo.

 

Draco y Potter no se habían visto desde que éste se había enojado, cuatro días atrás, y Draco advirtió que el estómago le daba un doloroso vuelco al darse cuenta lo mucho que lo había extrañado. No podía comprender por qué la vista de aquel hombre lo alteraba tanto.

 

“Porque es un maldito pedazo de hombre, que te tiene loco y desesperado”, dijo su yo interno, el cual sonaba muy parecido a su reflejo bocazas del espejo mágico de su cuarto. “Y porque cuando lo tienes enfrente no puedes más que pensar en lo que se sentiría tenerlo encima de tu cuerpo, olvidándote de que tu pobre hijo también está enamorado de él”.

 

Draco gimió en su interior. Si su maldita consciencia pensaba eso de Potter… entonces, él, el Draco real, podía considerarse irremediablemente perdido.

 

Se había enamorado de Potter. Otra vez. Como en sus días de colegial.

 

Aterrorizado, endureció sus facciones, mirando a Potter lo más fríamente que pudo hacerlo, y Potter le devolvió una mirada igual de indiferente. Scorpius y Albus asomaron sus cabezas a cada lado de Potter, como para ver qué era lo que lo estaba deteniendo en su camino para salir de la biblioteca.

 

—Buenas tardes —saludó Draco, cayendo en la cuenta de que él y Potter llevaban segundos enteros sólo mirándose sin decir nada.

 

—Buenas tardes, Malfoy —saludó Potter.

 

Draco lo miró sin poder evitar entrecerrar un poco los ojos. El tono gélido (pero amable) que usaba Potter para dirigirse a él lo estaba lastimando mucho más de lo que hubiera pensado. No podía creer que un maldito e inocente comentario de su parte (y el cual había sido malinterpretado por Potter, además) hubiera desatado todo eso.

 

—Papá… —dijo Scorpius, mirándolo de una manera extraña, como con suspicacia—. ¡Qué elegante vas! ¿Esas túnicas son nuevas?

 

Draco tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no sonrojarse cuando Potter arqueó una ceja. Miró hacia Scorpius y supo que el muchacho, de alguna manera, se había dado cuenta de que Draco se había arreglado así a propósito y estaba tratando de delatarlo.

 

Slytherin tenía que ser.

 

—Por supuesto que son nuevas —dijo Draco y barrió a su hijo con la mirada antes de continuar—, pero no sé por qué te sorprendes, Scorpius. Sabes que a los magos de nuestra clase se les exige el continuo renovar de su guardarropa.

 

—Claro. Yo nada más decía —respondió el chico con tono de inocencia y ocultando una rara sonrisa.

 

Hubo unos momentos de incómodo silencio, donde nadie dijo nada y todos se quedaron parados ahí, a la entrada de la biblioteca.

 

—Hemos terminado con la clase de hoy, como podrás notarlo —dijo Potter al fin—. ¿Necesitabas algo?

 

—Sí —respondió Draco. Te necesito a ti, maldito cabrón, follándome hasta la extenuación. Tragó—. En realidad, más que necesitar, venía a pedirles, a tu hijo y a ti, que nos concedan el honor de acompañarnos el día de hoy en la mesa. Astoria ha preparado algo especial con motivo de tu cumpleaños, e, incluso, ha invitado a tus otros hijos y... Ellos no deben tardar en arribar. Astoria ha mandado a Mandy a tu casa a recogerlos; ella se encargará de traerlos a la Mansión con seguridad. Espero que no te moleste que nos hayamos tomado semejante atrevimiento sin consultarte, pero Astoria insistió en darte la sorpresa.

 

Draco había estado a punto de decirle que también Andrómeda Tonks y Ted Lupin estaban convidados, pero, como su misión era lograr que se quedara de buena gana, no espantarlo para que saliera corriendo, oportunamente se había abstenido de hacerlo.

 

Aunque, pensándolo bien, ¿realmente le aterrorizaría a Potter la presencia del joven Lupin ahí?

 

Potter abrió mucho los ojos. Parecía sinceramente halagado e impresionado.

 

—¿Astoria ha hecho todo eso… por mí?

 

Draco asintió.

 

—Te tiene en gran estima, Potter, a ti y a tus hijos. Bueno, al menos, al que tiene el gusto de conocer —dijo, mirando hacia Albus e inclinándose un poco. El chico se sonrojó de una manera muy parecida a como lo hacía su padre, y Scorpius, al otro lado, se removió nervioso. Draco volvió a mirar a Potter y le preguntó con tono mordaz—: ¿Acaso no te habías dado cuenta?

 

Harry Potter también se sonrojó. Mucho menos que su hijo, pero lo hizo.

 

—Por supuesto que me he dado cuenta. Sólo que… me desconcierta. Nadie había hecho algo así por mí… Bueno, nadie que no fuera un Weasley.

 

Draco hizo una mueca que intentó fuera una sonrisa de comprensión.

 

—Te dije que los Malfoy éramos todos una caja de sorpresas. —Potter y él fingieron una tensa sonrisa, como si esa frase les recordara a ambos cosas que deseaban olvidar—. Eso quiere decir que aceptas, supongo.

 

—Bueno, sí… no deberían haberlo hecho, pero se los agradezco mucho. Sobre todo, por invitar también a Lily y a James. Es, como dices, toda una sorpresa. Pero una muy grata.

 

Sí, claro. Draco intercambió una rápida mirada con Scorpius y notó que su hijo estaba pensando lo mismo que él: en la impresión que Potter se llevaría cuando descubriera quiénes eran los otros invitados a la mesa.

 

—Scorpius —le habló Draco—. Por favor, ve a tu habitación a cambiarte de ropa. Eres uno de los anfitriones y debes estar a la altura. —Scorpius apretó los labios y asintió. Se dio la vuelta y, estaba a punto de alejarse caminando a grandes zancadas, cuando la voz de su padre lo detuvo—. ¡Espera! Quiero que lleves a Albus contigo y le permitas tomar prestado algo de tu armario; estoy seguro que sus hermanos vendrán con sus mejores galas y no es mi deseo que él se sienta menos. Con amabilidad, ¿de acuerdo? —añadió Draco cuando su hijo se sonrojó con furia, recalcando con cuidado las dos palabras.

 

Enojado y todo, pero Scorpius no se negó. Buscó la mirada de Albus, y éste, todavía sonrojado y medio atónito, sólo abrió mucho los ojos, seguramente muy sorprendido de que Scorpius hubiera aceptado así de fácil prestarle algo de su ropa.

 

—¿Vamos? —fue todo lo que Scorpius dijo. Albus, asintiendo, se fue tras él.

 

Internamente, Draco sonrió al pensar en el banquete visual que le estaba esperando al hijo de Potter y confiando en que el niñato supiera aprovechar semejante oportunidad. Esperó a que los dos muchachos desaparecieran escaleras arriba antes de volver a mirar hacia Potter, quien, de pie en el mismo exacto lugar donde se había detenido al ver a Draco ahí, esperaba por lo que éste tuviera que decir.

 

—Creo necesario advertirte, Potter —comenzó Draco, haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder mirar al otro a los ojos, y seguir mostrándose indiferente—, que también Andrómeda Tonks y Ted Lupin están invitados a almorzar.

 

Potter, efectivamente, empalideció.

 

—¿Qué? —jadeó.

 

—Astoria los invitó en honor a que eres el padrino del chico. Ella no tiene conocimiento, como podrás suponer, de lo que ha ocurrido entre ustedes. —Le dio unos segundos a Potter para que pudiera asimilar la idea, y entonces, continuó—: Lo siento, Potter, pero no pude hacer nada para evitarlo. Haberle pedido a Astoria que no los invitara, implicaba tener que darle una explicación, y… creo yo, esa “explicación” es un asunto privado del que tú no deseas que nadie se dé cuenta. ¿O me equivoco?

 

Potter, ya un poco más repuesto, negó con la cabeza.

 

—No, no te equivocas. La verdad es que yo quisiera que nadie jamás se hubiera dado cuenta. —Se llevó una mano a la frente—. Dios mío, sólo espero que Andrómeda no sepa nada… ¿cómo podría yo verla a los ojos otra vez?

 

Draco soltó un bufido.

 

—Potter, en serio… ¿Por qué no puedes comprender que no has seducido a un niño, que no te aprovechaste de un menor inocente? ¿Por qué no te metes en la cabeza que Ted Lupin ya estaba en edad de saber lo que hacía, y que fue él quien te persiguió a ti?

 

Potter miró a Draco, y éste se quedó impactado al descubrir el miedo y la vergüenza que llenaban esos hermosos ojos verdes. Y de inmediato, Draco se vio asaltado por una extraña sensación de impotencia al descubrir que Ted Lupin realmente le había hecho mucho daño a Potter. Incluso, podía entender por qué había renunciado a su puesto de auror.

 

—Sí, pero… —respondió Potter, pálido y preocupado—, aún así, Malfoy. Aún así, yo debí… yo debí… O mejor, dicho, no debí haber caído.

 

Draco, no pudiendo soportar más, avanzó un paso y tomó a Potter fuertemente del brazo. Éste lo miró con la boca abierta, pero no intentó soltarse.

 

—Escúchame bien, Potter. Vas a bajar conmigo a disfrutar del delicioso almuerzo que te ha preparado Astoria, tu amiga Astoria (porque donde me digas que no la consideras tu amiga, te cruceo el culo), y si Ted Lupin llega a aparecerse por aquí, te comportarás con él como si nada hubiese ocurrido entre ustedes. ¿Quieres mantener el secreto, o no? —Potter, con los ojos muy abiertos, asintió—. Entonces, tú mismo comienza a comportarte como si realmente nunca hubiera pasado nada. ¿Comprendes el punto?

 

Potter volvió a asentir, mirando a Draco de un modo inusual. El miedo parecía haber desaparecido, y Draco sólo distinguía un profundo sentimiento de dolor y tristeza. Recordando lo que él mismo le había dicho en su despacho y dándose cuenta de que todavía estaba sujetándolo, soltó su brazo y se alejó de él.

 

—Bien. ¿Vamos? —le pidió, comenzando a caminar hacia las escaleras.

 

Potter, sin decir nada y todavía muy pálido, lo siguió.

En cuanto Draco y Potter bajaron hasta el salón, Mandy llegó escoltando a los otros dos hijos del tutor: una señorita de quince años que era el vivo retrato de su madre, y un joven alto y bromista que a Draco le recordó a uno de los tantos Weasley que había pasado por el colegio, aunque en ese momento no se acordaba de cuál. Los dos Potter recién arribados —completamente pelirrojos y tan diferentes a Albus—, saludaron con bastante cordialidad, integrándose con facilidad a la reunión y conversando animadamente con su padre, con Astoria y con el mismo Draco.

 

Draco supo, por la confianza y cuasi-amabilidad que demostraban Lily y James, que Albus o el mismo Harry Potter les habían dado buenas referencias de la familia Malfoy. Se notaba, y eso provocaba que el corazón de Draco se hinchara con un sentimiento de orgullo y algo parecido a la felicidad. ¿Sería que, a pesar de los problemas, también Harry Potter lo consideraba ya como a un amigo y tenía en estima a su familia?

 

Apenas unos minutos después de la llegada de Lily y James, Scorpius y Albus bajaron al salón. Draco se quedó anonadado en cuanto los vio, pues sabía que la ropa que traía puesta el chico Potter era una de las mejores túnicas que Scorpius poseía. No podía creer que su hijo se las hubiese dejado, y la esperanza de que ambos chicos estuvieran comenzando a entenderse, le aligeró el alma bastante.

 

Merlín, si alguna vez alguien le hubiera dicho que se alegraría ante la perspectiva de que su hijo y el de Potter estuvieran liándose, jamás lo habría creído.

 

Con un retorcijón en el estómago, Draco vio su chimenea arder de nuevo con altas llamaradas verdes y supo que los otros invitados estaban llegando. No pudo evitar girar su cabeza hacia Potter, ansioso como estaba de descubrir su reacción; vio que Potter estaba tenso y nervioso, parecía querer salir corriendo de ahí. Draco esperaba que eso se debiera a que realmente no quería ver a Ted, y no por lo contrario.

 

Giró su cuerpo hacia la chimenea. La angustia lo dominaba por completo y tuvo que obligarse a componer su rostro con una fingida sonrisa para recibir a su tía y a Ted.

 

—Querida tía —saludó Draco en cuanto la mujer de avanzada edad salió del fuego. Se acercó hasta ella para besarla en la mejilla, y por el rabillo del ojo pudo mirar a su sobrino llegar.

 

Draco nunca supo cómo pudo haber abrazado a Andrómeda sin estrujarla hasta matarla, de la impresión que le produjo ver a Ted. Tuvo que retirarse bruscamente de su tía, que afortunadamente no percibió nada anormal en su frío saludo y quien de inmediato volcó su atención en los demás invitados a comer.

 

Draco, inmóvil y paralizado en medio de la conglomeración, sabía —su mente se lo estaba gritando— que tenía que dar un paso hacia Ted Lupin y saludarlo como correspondía, pero, simplemente, no podía hacerlo.

 

El chico estaba mucho, mucho más guapo de lo que Draco recordaba. Era alto, delgado y de bellas facciones, y llevaba el cabello —de un discreto color azul rey— recortado en un juvenil peinado. Sus ojos, grandes, expresivos y los cuales también podía cambiar de color a voluntad, le hacían juego a su pelo. Draco casi jadeó de la impresión. Jamás había visto —aparte de los de Potter— unos ojos tan bonitos como aquellos.

 

Ojos que ni siquiera lo voltearon a ver.

 

En cuanto dio un paso fuera de la chimenea, Ted buscó con la mirada a su padrino. Lo encontró justo detrás de todos los demás, y no perdió ni un segundo —ni para saludar a Draco ni a Astoria— antes de caminar a grandes zancadas hasta él. Draco, horrorizado, notó que Potter daba un paso hacia atrás como deseando huir antes de verse envuelto entre los dos largos y fornidos brazos de su ahijado, quien lo estrujó con enorme efusividad.

 

—¡Harry! —exclamó Ted con una voz llena de calidez—. Cuánto tiempo sin verte... ¡Feliz cumpleaños!

 

Potter miró a Draco por encima del hombro del muchacho, casi suplicándole ayuda con la mirada. Draco se encogió levemente de hombros, intentando dominar la furia que comenzaba a invadirlo por momentos al darse cuenta de lo apretado e íntimo del abrazo que Ted le estaba dando al tutor.

 

—Pero —jadeó Potter, abrazando también a Ted pero con mucho menos entusiasmo y casi con timidez—… mi cumpleaños es hasta mañana.

 

—Pues mañana te abrazo otra vez —dijo Ted alegremente sin soltar a su padrino—, justo estaba pensando en invitarte una copa por la noche, si es que no tienes otros planes.

 

—Bueno…

 

—Oh, pero sí que tiene otros planes —dijo de pronto Scorpius en voz muy alta, y quien estaba parado a un lado de Ted y Potter. Draco, que no había visto en qué momento su hijo había caminado hasta aquellos dos, notó que el chico tenía el rostro contraído de furia mal disimulada—. Justo Albus me estaba contando que mañana su papá los va a llevar a cenar con los Weasley. ¿Verdad, Albus?

 

Scorpius giró su cuerpo hacia Albus, quien sólo lo miró con los ojos muy abiertos, como si no supiera de qué le estaba hablando el otro. Scorpius le hizo un gesto que tal vez pasó desapercibido para todos —menos para su padre— y de pronto, Albus comenzó a asentir.

 

—Ah, sí. A cenar, con los abuelos. Cierto, Teddy, eso nos prometió papá.

 

—Sí, eso, ya-ya sabes cómo es Mo-Molly —tartamudeaba Potter mientras intentaba desprenderse del abrazo de Ted—. Para otra vez será, Teddy…

 

Pero Ted no parecía dispuesto a dejar ir a Potter tan fácilmente.

 

—Bueno, en ese caso —dijo mientras lo abrazaba más fuertemente, si cabía—. ¡Déjame felicitarte también por mañana!

 

El abrazo protagonizado por esos dos definitivamente estaba haciendo que a Draco le doliera el estómago, especialmente cuando las manos del descarado metamorfomago se deslizaron por la espalda de Potter hasta casi llegar a su trasero. Potter abrió mucho los ojos, intentando alejarse sin conseguirlo.

 

Draco, sin poderlo soportar más, llegó hasta ellos y tiró de Ted.

 

—¡Querido sobrino! ¡Dichosos los ojos! —y lo abrazó, quitándoselo de encima a Potter y recibiendo una mirada de agradecimiento de éste. Por supuesto, eso había sido un gesto muy generoso de parte de Draco, realizado con el único motivo de ayudar a Potter y no porque se hubiese sentido celoso ni mucho menos.

 

—Hola, tío Draco —lo saludó Ted sin mucho entusiasmo y mirándolo de manera extrañada mientras lo soltaba.

 

Pero, afortunadamente para todos, después de aquel infame e impúdico abrazo, Ted Lupin —bendito Merlín—, no demostró ningún otro signo de que estuviese dispuesto a seducir de nuevo a su padrino. Parecía haber quitado el dedo del renglón en el acoso hacia Harry Potter, y Andrómeda, por su parte, se había mostrado muy cariñosa y normal, señal de que no estaba enterada para nada del asunto.

 

Draco intercambió una mirada con Potter y sonrió con comprensión al notar que el profesor respiraba mucho más tranquilo. Realmente hubiera sido un desastre que, justo en su almuerzo de cumpleaños, aquel chico hubiera hecho quedar a su padrino como un homosexual pervertidor delante de la familia completa.

 

Después de los saludos y abrazos correspondientes, Astoria invitó a todos a pasar al salón comedor. Si Draco no hubiera estado tan distraído cuidando de que Ted no se acercara demasiado a Potter, habría notado que Astoria acomodaba a los invitados en la mesa de manera que Ted y Potter quedaban en extremos opuestos. Y que Potter estaba sentado, convenientemente, justo a un lado de Draco. Pero, ni aún así, Draco se tranquilizó ni bajó la guardia.

 

Sin dejar de observar a los comensales y su interacción en la mesa, Draco se negaba a ponerle nombre a ese sentimiento de angustia, rabia y desesperación que le provocaba la presencia de Ted Lupin en su casa. Se negaba a reconocer que eso que sentía fuera el sentimiento bizarro y destinado solamente a ser experimentado por la gente que no tenía autoestima: los celos. Porque no eran celos los que lo hacían mirar cada dos por tres hacia el punto donde Ted Lupin estaba sentado y desde donde le lanzaba a Potter sonrisas y miradas mucho más que significativas en cuanto tenía oportunidad. Ni tampoco fueron celos cuando Draco se sintió enfurecer al notar que Potter se sonrojaba cada vez que su ahijado lo miraba así. No. Celos no eran. Simplemente era… precaución. Sí, eso. Precaución porque, siendo el anfitrión, Draco tenía que velar por el buen comportamiento de todos en su mesa.

 

Y con ese propósito, Draco se lo pasó el almuerzo completo intentando llamar la atención de Potter, charlando con él de lo primero que se le venía a la mente, y descubriendo —asombrado— lo bien que se sentía tenerlo cerca, lo perfecto que era como conversador y la encantadora sonrisa que ponía cuando Draco decía algo particularmente cínico o arrogante.

 

Poco a poco y casi sin darse cuenta, Draco entabló una animada charla con él, olvidándose por un rato de que al otro lado de la mesa estaba el insufrible sobrino de cabello azul. Y así, entre los humeantes platos de estofado de ternera y el aromático risotto de champiñón, entre las copas de hígado de pollo con brandy y las suaves piezas de pan brioche, Draco pasó aquel almuerzo de una manera mucho más agradable de lo que se hubiera podido imaginar un par de horas antes.

 

Sintiéndose un poco más ligero, Draco —sin dejar de hablar con Potter—, echó una mirada hacia el punto donde Albus y Scorpius estaban sentados, el uno frente al otro. Pudo notar que Albus evitaba todo contacto visual con Scorpius si éste lo estaba mirando. Pero cuando Scorpius miraba hacia otro lado, Albus lo observaba con tanto anhelo que casi parecía tener más hambre de él que de la comida. Draco sonrió con indulgencia, sintiéndose algo compadecido del pobre chico enamorado de su hijo.

 

Scorpius, por su parte, permaneció muy serio durante todo el almuerzo, casi sin charlar con nadie a su alrededor y contestando con monosílabos cuando alguien le preguntaba algo. Parecía cohibido con la presencia de Ted, y aunque en el pasado habían jugado juntos de niños, en ese momento los años de diferencia y el tiempo sin verse —sin mencionar el escándalo “Potter”—, parecían haber abierto una brecha insalvable entre los dos.

 

El comportamiento de Scorpius no dejaba de preocupar a Draco. Recordó la manera en que su hijo se había mostrado celoso de Ted cuando éste había abrazado a Potter, y se preguntó si tal cosa significaba que Scorpius aún estaba encaprichado con el tutor.

 

Fue ese pensamiento, más que la presencia de Ted Lupin, lo que ensombreció el ánimo de Draco durante la comida entera; porque no podía negárselo durante más tiempo, simplemente, no podía negarlo más. Draco estaba enamorado de Harry Potter, y lo supo en ese momento tal como lo había descubierto al verlo salir de la biblioteca un rato antes.

 

Y como si con aquella epifanía no hubiera sido suficiente, la certeza de su amor por Potter golpeó a Draco con todo su esplendor cuando lo vio sonreír con su completa humanidad al llegar Mandy a la mesa con el pastel; pastel de receta alemana cuya cocción había sido supervisada por la misma Astoria, y el cual tenía su nombre y una pequeña snitch encantada flotando por encima de toda la cubierta de fondant. Potter aplaudió con entusiasmo junto con los chicos y todos los demás, se sonrojó y dio las gracias, y antes de soplarle a las cuarenta y dos velitas, cerró los ojos durante un breve momento y, al abrirlos, lo primero que hizo fue mirar hacia Draco.

 

Era como un niño. A pesar de su edad, a pesar de la vida que había llevado… Potter continuaba teniendo el alma de niño, y Draco, dándose cuenta de eso, sintió quererlo mucho más, y un ansia terrible de protegerlo se apoderó de él. Unas ganas tan grandes de estar a su lado y de cuidarlo. Ganas que se sentían asfixiantes, aplastantes, demandantes. Inaguantables.

 

Y durante esas milésimas de segundo que duró la mirada que Potter posó sobre Draco antes de apagar las velas, éste supo que Potter le correspondía. Que también Draco era algo especial para él. Draco agachó la cabeza, demasiado feliz como para ocultar la enorme sonrisa que pugnaba por dibujarse en su cara y agradecido de que todo el mundo estuviera en ese momento demasiado entusiasmado con el pastel.

 

Al enderezarse, Draco echó un vistazo alrededor y casi se cae de espaldas cuando se percató de que los ojos de Astoria y de Scorpius estaban posados sobre él. La primera, dedicándole una hermosa sonrisa cómplice que no hizo más que incrementar su felicidad. Su hijo, en cambio, brindándole una enigmática mirada que Draco no pudo interpretar.

 

Que las cosas terminaran bien para su hijo, y no una rivalidad con Ted Lupin, era el verdadero obstáculo a vencer en la lucha de Draco por ganarse el corazón de Harry Potter.

Terminando el almuerzo, aquello se volvió, para sorpresa de Draco, en una verdadera fiesta familiar, algo que la Mansión Malfoy hacía muchas décadas que no veía. Aún sin levantarse de la mesa, Astoria y Andrómeda se enfrascaron en un alegre chismorreo que cubría los eventos sucedidos en las familias mágicas de Inglaterra durante todos los años que no se habían visto, y que Lily Potter, según parecía, estaba más que fascinada de poder escuchar, pues se trataba de gente que ella también conocía.

 

Los chicos, en cambio, estaban intentando, muy animadamente, ponerse de acuerdo en lo que harían para pasar la tarde. Ted Lupin parecía ser el líder innato del grupo, y todos los demás —aún el renuente Scorpius—, se mostraban ávidos por complacerlo y acompañarlo. Después de todo, Teddy era “el joven tío auror”, y además —Draco tenía que reconocer, por mucho que le doliera—, el chico Lupin tenía características muy similares a las que había poseído el mismo Potter en su juventud y que lo volvían irresistible a los demás: carisma, un aura de heroísmo que no podía con ella, cierto atractivo y mucha simpatía.

 

Potter y Draco, bastante silenciosos y pensativos, aún se encontraban sentados disfrutando de la sobremesa y escuchando un poco de la conversación de aquí y de allá. A Draco le sudaban las manos. Llevaba minutos completos pensando en levantar la mirada hacia Potter y pedirle que lo acompañara al piso de arriba por una copa de whisky de fuego. Sabía que eso no tenía nada de raro, que nadie los extrañaría ni se preguntaría que estarían haciendo los dos hombres solos en su despacho. Sin embargo, el recuerdo de su última conversación —de su metida de pata— y el miedo a ser rechazado, le oprimían el corazón y no le permitían dar el paso.

 

—Vayamos al pueblo, a esa cosa que los muggles llaman cine —sugirió Albus, aunque su propuesta no tuvo mucho éxito.

 

—Mejor quedémonos aquí y juguemos al quidditch —opinó James, provocando exclamaciones afirmativas entre los otros muchachos.

 

—No, quidditch no —replicó Ted, y todos se giraron a verlo—, hagamos algo diferente. Oye, primo —dijo, dirigiéndose a Scorpius—, mi abuela me contó que tú sabías jugar un tipo de deporte muggle muy parecido al quidditch donde no se necesitan escobas. ¿Podrías enseñarnos?

 

James soltó un bufido.

 

—¡Sí, cómo no! Como si Malfoy supiera algo de los muggles.

 

Scorpius, indignado, se enderezó en su silla y hasta pareció crecer algunos centímetros mientras se erguía.

 

—¿Lo dudas, Potter? —le preguntó a James con tono altanero—. Salgamos al jardín y te demostraré que yo conozco cosas de los muggles que tú ni siquiera has leído en libros… si es que alguna vez has abierto alguno, claro.

 

Ted y Albus soltaron al unísono un “¡Uuuyyyy, eso dolió!” ante el reto lanzado a James, quien enrojeció visiblemente. Draco, divertido ante eso, se atrevió a mirar a Harry de reojo y lo encontró sonriendo ampliamente.

 

Scorpius sonrió presuntuoso, al parecer satisfecho del éxito obtenido por su bravuconería. James, todavía tan rojo como un tomate, se puso de pie.

 

—Vamos, pues. Demuéstranos que tanto sabes del quidditch de los muggles.

 

Scorpius también se paró.

 

—Para comenzar, llámalo por su nombre. Es rugby, no quidditch, Potter.

 

—Como sea —dijo James restándole importancia. Se giró hacia Astoria antes de decir—: Señora Malfoy, señora Tonks… —se despidió con una brusca inclinación de cabeza—, señor Malfoy, papá. Con su permiso.

 

Así, los cuatro chicos se levantaron y se disculparon con los otros comensales. Draco, todavía atento a cualquier movimiento de Ted, no dejó de tomar nota que el chico miraba intensamente a su padrino al despedirse de él, con un gesto tan insinuante que no cabía lugar a dudas lo que estaba proponiéndole con ello. Draco apretó los labios con furia, pero Potter ignoró las insinuaciones de Ted mientras les daba una que otra indicación a sus hijos, y al fin, Ted pareció resignarse y se unió a los demás en su camino al jardín.

 

Draco suspiró aliviado. Se giró hacia Potter y observó que éste miraba a los chicos irse con expresión de nostalgia en el rostro.

 

—¿Pasa algo? —se atrevió a preguntar—. ¿Te preocupa que tus hijos se lastimen?

 

Potter sonrió y negó con la cabeza.

 

—No, nada de eso. Lo que pasa es que… bueno, cuando yo era chico nunca pude jugar rugby en mi barrio, y siempre me quedé con las ganas de intentarlo.

 

—¿No pudiste? Los muggles no tienen ojos, ¿o qué? —preguntó Draco con un resoplido—. ¿No se daban cuenta que eres un jugador estrella?

 

Potter se rió suavemente.

 

—Tal vez lo sea en quidditch, pero en rugby, no. Era demasiado flaco y pequeño para siquiera atreverme a pensar que podía ponerme contra mi primo y sus amigos mastodontes. Me habrían aplastado con facilidad.

 

Draco sonrió.

 

—¿Así de rudo es?

 

Potter asintió, todavía con una sonrisa en la cara.

 

—Golpear con tu cuerpo es mucho peor que con una bludger, te lo aseguro.

 

Draco, que tenía un cuarto de hora pensando en cómo quedarse con Potter a solas, de repente soltó sin saber por qué y arrepintiéndose casi al instante que la pregunta dejó sus labios:

 

—¿Te gustaría ir a jugar con los muchachos? ¿O al menos, a verlos?

 

La cara resplandeciente de Potter le indicó que, al menos por el momento, había hecho el movimiento adecuado, pues justo lo que necesitaba era que el hombre se congraciara con él. Bastante emocionado, Potter siguió a Draco mientras éste le indicaba el camino hacia el jardín.

 

Draco intentó disfrutar que Potter ya no estuviese molesto con él y de nuevo pudiesen hablarse como antes, pero no podía dejar de preocuparse ante el hecho de que él mismo estaba conduciendo a Potter a pasar más tiempo cerca de Ted Lupin.

 

¿En qué demonios había estado pensando cuando le sugirió ir afuera a jugar con los chicos? ¿Acaso se había vuelto loco?

 

Por un leve momento, Draco tuvo el impulso élfico de darse de cabezazos contra una pared. E incluso alcanzó a comprender por qué las pobres criaturas lo hacían con tanta frecuencia y placer. Oh, seguramente Granger lo amaría si pudiese verlo en ese instante, poniéndose en los zapatos de los elfos.

 

Pero Draco no quería el amor de Granger, sino el de Potter. Mirando hacia el hombre que alegremente caminaba a su lado, Draco se preguntó cómo haría para conseguirlo con Ted en medio y sin dañar a su hijo.

 

 

 

 

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