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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

Capítulo 8
El quidditch de los muggles

 

Afuera, en el enorme jardín de la Mansión, se formaron los equipos para el juego. Teniendo Harry Potter ventaja en fuerza y maña, y siendo que Draco se rehusó a jugar, Albus y su padre integraron ellos dos un solo equipo, mientras que Ted, James y Scorpius, componían el otro.

 

Scorpius, radiante y sonrojado debido al sol de la tarde y la emoción del momento, les explicó a grandes rasgos en lo que consistía el juego, todo el tiempo maniobrando con la pelota ovalada, que era un regalo de sus amigos muggles del pueblo y la cual se sentía muy orgulloso de poseer. Potter también conocía las reglas, pero no interfirió en la lección dada por el muchacho. Sólo asentía de vez en cuando como confirmando algo dicho por él, lo que hacía que Scorpius resplandeciera de satisfacción.

 

—El rugby no es como el quidditch —dijo Scorpius mientras los otros a su alrededor y Draco sentado en un banco de piedra a unos cuantos metros de ellos, lo escuchaban con atención—, no podemos jugar con las túnicas puestas. Así que… el que traiga algo abajo, quítesela. El que no, vaya a mi habitación y tome algo prestado para la parte inferior —finalizó, sonriendo con picardía.

 

Albus y James fueron los únicos que dijeron no traer nada debajo, así que Albus, que ya conocía el camino, se dirigió a la Mansión llevándose su hermano con él. Desde su punto de observación en el banco, Draco miró a Ted susurrarle algo a Scorpius, y, acto seguido, éste caminó hacia su padre con gesto enfadado.

 

Llegó hasta él y se sentó pesadamente a su lado.

 

Draco, que se había aflojado los botones superiores de su túnica nueva para soportar mejor el calor veraniego —el cual se sentía pesado aún estando a la sombra de un árbol como él se encontraba en ese momento—, giró el cuerpo hacia su hijo, no sin antes echarles una preocupada mirada a Potter y Ted, quienes, a unos metros delante de ellos, parecían estar charlando animadamente. Potter, incluso, estaba sonriendo; y eso hizo que el ceño de Draco se arrugara con molestia.

 

—¿Ocurre algo? —le preguntó Draco a Scorpius, pero éste sólo se encogió de hombros y negó con la cabeza. Draco, mirando alternadamente entre su hijo y los dos hombres de enfrente, comenzó a inquietarse cada vez más cuando se percató de que Ted tenía una mano sobre el brazo de Potter—. ¿Qué te dijo Ted, Scorpius?

 

—Nada. Sólo que me perdiera por un rato porque tenía algo urgente y de adultos qué hablar con su padrino —dijo el chico, recalcando con amargura las dos palabras. Era obvio que no le agradaba que le recordaran que él todavía era menor de edad.

 

Draco lo miró atentamente, intentando encontrar en Scorpius alguna señal de celos o de algún sentimiento parecido. Scorpius parecía molesto, claro, pero no con la molestia que un joven expresaría si estuviera reventando de rabia. ¿Qué significaría eso?

 

Scorpius se cruzó de brazos.

 

—Odio cuando Ted se pone en ese papel de "muy grandote" —comenzó a murmurar casi como para él mismo—. Se cree mucho porque es auror y todo eso.

 

Draco quiso reírse ante semejante despliegue de "madurez" demostrada por Scorpius, pero se contuvo. En vez de eso, preguntó:

 

—¿Es eso lo que te molesta? ¿O es porque Ted fue… ya-sabes-qué, de Potter?

 

Scorpius, sin descruzar los brazos, pareció enfurruñarse más. Gruñó, se removió y pateó la tierra con los pies.

 

—También eso. No quiero que el profesor Potter esté con él porque… bueno, porque —miró hacia su padre de reojo, como si tuviera vergüenza de lo que iba a decir—, preferiría que estuviera contigo. —Draco abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. Miró fijamente a su hijo y notó que hablaba con sinceridad—. Es que, si tú y el profesor fueran… más amigos de lo que ya son… supongo yo que todos los veranos serían como éste —se explicó Scorpius con lentitud—. Quiero decir, él y Albus estarían con nosotros, y tú y yo… no estaríamos tan…

 

Hubo un largo silencio, donde Scorpius parecía haber desistido de hablar. Draco, quien intuía lo que hubiera venido a continuación, no pudo evitar sentirse mal al completar:

 

—¿Solos?

 

Scorpius asintió y no dijo más.

 

Draco no sabía qué decir al respecto. Se sentía abrumado por el peso de la confesión de su hijo, y aunque era verdad que la había estado deseando, ahora que la tenía, le parecía difícil de creer. Tal vez entre Albus y Scorpius no existiese nada sexual ni romántico, pero era obvio que a Scorpius le agradaba la compañía del otro muchacho. Eso, sumado a que hacía casi un mes que estudiaban juntos, volvían probable que a Scorpius al fin se le hubiese pasado el capricho hacia Harry Potter y que en vez de él, ahora estuviese entusiasmado por la amistad floreciente que parecía haber entablado con Albus.

 

Por otra parte, era natural que se sintiese solo en aquella gran Mansión. Draco también se había sentido así. Todavía se sentía así. Y más desde que el gran momento de sus días eran los breves ratos que pasaba con Potter.

 

Draco tuvo que hacer a un lado los recuerdos de tantas tardes de soledad echando de menos las conversaciones con el tutor de su hijo, y aunque se sintió tentado a seguir interrogando a Scorpius al respecto de sus sentimientos, prefirió dejarlo así. Sabía que con los adolescentes funcionaba mejor dejarlos a su aire y que fueran ellos mismos los que expresaran lo que quisieran decir, y lo que no, que se lo callaran. Si Scorpius tenía algo más que confesar, lo diría a su debido tiempo.

 

Draco no pudo evitar sonreír, agradecido de que, de cierta manera, su hijo le estuviera dando luz verde para lograr algo con Potter y que, incluso, estuviese celoso por él.

 

—Es que… ¡míralo, papá! —espetó Scorpius de pronto, bastante enojado y señalando con la cabeza hacia el frente—. ¡Velo, cómo se está luciendo frente al profesor!

 

Draco giró rápidamente la cabeza hacia delante, y, si no soltó un jadeo de indignación, fue porque justamente tenía a Scorpius a un lado. El joven e "inocente" Ted no sólo estaba luciéndose delante de Potter… ¡estaba intentando seducirlo! No había otra palabra para eso, porque el muy cretino se estaba despojado de sus túnicas, bajándolas cadenciosamente por su cuerpo, dejándolas atoradas en las caderas y pasándose una mano por el torso desnudo. Sí, desnudo. El muy descocado no traía nada debajo, ni camisa ni nada más.

 

Potter, junto a él, parecía querer mirar hacia otro lado, pero inevitablemente sus ojos parecían trabados en los pectorales del muchacho.

 

—¡OYE, TED! —gritó Scorpius, provocando que Draco pegara un brinco. Estaba furioso, se notaba, aunque luchaba por disimularlo—. ¿Quieres que te preste una camisa, o qué?

 

Ted giró su cabeza hacia donde estaban Scorpius y Draco, y les sonrió ampliamente. Draco sintió que la sangre le hervía al comprender lo que Ted se traía entre manos.

 

—No, primo, gracias. Así estoy bien. Hace suficiente calor como para no traer nada. —Dicho eso, ignoró a los Malfoy y volvió a poner toda su atención en Potter, quien todavía continuaba mirándolo con ojos incrédulos—. Mira, Harry, aquí… —comentó Ted mientras se pasaba un dedo (lenta e impúdicamente) por una gran cicatriz que le cruzaba justo en medio de una de sus tetillas—. Esta es la marca que me quedó cuando aquella redada en Bristol, ¿te acuerdas? Cuando trataron de matarme y luego, tú me llevaste a San Mungo, salvándome la vida.

 

—A-ajá —escuchó Draco que Potter respondía—. Creo que sí… lo recuerdo.

 

—Descarado sinvergüenza —susurró Scorpius y su padre no pudo estar más de acuerdo.

 

Draco, cuyos ojos parecían haberse quedado como los de Potter (clavados en la semi-desnudez de Ted), tenía ganas de levantarse del banco e ir a ponerle fin a semejante libertinaje. Sobre todo porque el cuerpo del chico no estaba nada mal… bueno, para ser sinceros —y para dolor de Draco—, la verdad era que estaba muy bien. Demasiado bien, tenía que admitir Draco, quien no perdía nota de la manera en que los dedos de Ted se sumergían y deslizaban entre los huecos y líneas formadas por sus pronunciados músculos.

 

Y la mirada de Potter… Draco casi sintió un dolor físico al descubrir que Potter estaba mirando al chico con la boca abierta. Con enorme decepción —porque había creído que Ted había cedido en sus intentos de volver con el ex auror—, Draco comprendió que el chico en realidad sólo había estado conteniéndose delante de su abuela Andrómeda. Y si ésas eran las maneras en que se insinuaba a Potter delante de otras personas, Draco no quería ni imaginarse cómo lo haría cuando estaban los dos a solas.

 

¡Con razón Potter había corrido del departamento de aurores! Con semejante acoso, Draco hubiese hecho lo mismo.

 

Y cuando éste pensaba que la cosa no podía ponerse peor, sucedió el acabose. Ted empujó sus túnicas hacia abajo y descubrió la parte inferior de su cuerpo, la cual, sólo traía cubierta con unos (sensuales) calzoncillos de algodón.

 

—¡TED LUPIN! —gritó Draco, poniéndose de pie, incapaz de contenerse más. ¿Acaso el muchacho había perdido la chaveta? Nada más faltaba que su propio sobrino confundiera el jardín de su casa con un campo nudista—. ¡VÍSTETE DE INMEDIATO! —le ordenó—. ¡Esta es… es… —la indignación lo hacía tartamudear—, es una casa decente y familiar, y las damas podrían salir en cualquier momento al jardín!

 

Sí, claro. Como si realmente fuera eso lo que le estuviera importando. Y ahora que lo pensaba, Draco estaba seguro que Astoria adoraría presenciar ese espectáculo en primera fila.

 

Ted soltó una risita mientras pateaba su túnica para salirse de ella, dejando al descubierto su grandioso par de largas y musculosas piernas. Se agachó a recoger la prenda del suelo, inclinándose delante de Potter y así, mostrándole el trasero. Y Draco supo que, aún enfundado en calzoncillos, eso tuvo que haber sido todo un espectáculo, pues el sonrojo impresionante de Potter lo estableció así.

 

Scorpius, no pudiendo soportarlo más, también se levantó.

 

—¡Yo nunca dije que el rugby se jugaba desnudos, imbécil!

 

—Cálmate, primo —dijo Ted mientras sacaba su varita de algún bolsillo de su túnica—. No por nada soy un genio con la Transformación.

 

Diciendo eso, se apuntó hacia sus calzoncillos y los convirtió en unos pantalones vaqueros, muy ajustados y descarados para el gusto de Draco. Scorpius pareció relajarse ante eso, pero ya no volvió a sentarse. Draco, al contrario, se sentó de nuevo sobre el banco de piedra, aunque no se podía decir que se sintiese tranquilo.

 

Porque en realidad no se sintió mejor de ver a Ted vestido (bueno, medio vestido), pues el daño ya estaba hecho. Además, el pensamiento de que Ted no traía nada debajo de esos vaqueros (pues prácticamente ellos eran su ropa interior… al menos, hacía un par de segundos todavía lo eran), resultaba inquietante hasta para Draco. No quería ni imaginarse cómo se sentiría Potter ante eso, y más sabiendo que estaba a punto de jugar un partido de rugby contra él.

 

Casi con resignación, Draco dirigió su mirada hacia Potter, pero la actitud del otro no le decía nada, no le dejaba nada en claro. Lo que sí, Potter había evitado todo contacto visual con Draco, como si estuviera muy avergonzado de la situación como para encararlo. ¿O sería, en todo caso, que estaba demasiado extasiado con el joven Ted como para fijarse en un cuarentón como él?

 

Una punzada de amargura y aquel terrible sentimiento de inseguridad volvieron a hacer mella en el ánimo de Draco. No podía creer que las cosas estuviesen tomando ese rumbo cuando apenas una hora antes, Draco había estado casi seguro de que Potter correspondía sus sentimientos, cuando Potter le había jurado que no quería saber nada más de Ted Lupin, que estaba demasiado abochornado por haber caído en la tentación y que jamás lo volvería a hacer.

 

Sin embargo, ahí estaban las pruebas de que Ted no le era indiferente a Potter, después de todo. ¿Y cómo podría, si era joven y tan atractivo? ¿Estaría Potter añorándolo, recordando los momentos de pasión pasados con él?

 

Esas reflexiones fueron demasiado para Draco. De golpe, se levantó del banco.

 

—Me regreso a la casa —le dijo a Scorpius.

 

—No —le respondió su hijo, girándose hacia él y poniéndosele enfrente—. No, papá. Si renuncias ahora… —Scorpius lanzó una significativa mirada hacia Ted y Potter—. No, yo no podría soportarlo. Por favor. No.

 

Draco miró a su hijo, incrédulo ante su petición, pero incapaz de decirle que ver aquello lo lastimaba demasiado, que necesitaba poner tierra de por medio, que no lo soportaba más.

 

—¡Dios, Harry! Siempre te dije que te veías muy bien en vaqueros.

 

La voz de Ted provocó que Draco y Scorpius se giraran a verlos. Y en efecto, Potter también se había quitado su túnica, quedándose sólo en camisa y pantalón. Y, bendito Merlín, aunque Draco odiara estar de acuerdo con Ted, la verdad era que Potter se veía buenísimo así. Sus vaqueros, aunque no tan ajustados como los que se había "convertido" Ted, se le apretaban alrededor de las piernas como una segunda piel, oprimiendo la deliciosa carne de los enormes muslos que había debajo. Draco lo miró boquiabierto mientras Potter se giraba para colocar su túnica encima de otro banco, demostrando que Draco no se había equivocado al jurar que su trasero era espectacular. Y entonces, Potter se incorporó y se rió torpemente ante lo dicho por Ted, como si fuera un niño pequeño, y acto seguido, comenzó a doblarse las mangas de su camisa.

 

—Exageras —fue todo lo que Potter le respondió a su ahijado.

 

Pero no. Ted no había exagerado. Draco tuvo que cerrar la boca y hacer un esfuerzo para tragar toda la saliva que se le había acumulado, ahora embobado por los brazos de Potter. Dios, es que eran perfectos. Musculosos y cubiertos de un fino vello negro, tal y como habían sido los brazos soñados por Draco durante décadas. Se imaginó esos brazos completamente al desnudo, apoyados sobre una cama y con él en medio. Se imaginó acariciando el torso encima de él mientras su cuerpo era invadido por una polla deliciosa, dura, grande…

 

Se desplomó sobre el banco, sentándose tan pesadamente que sobresaltó a Scorpius. Éste le lanzó una mirada que era mitad preocupación y mitad diversión, seguramente presintiendo que su padre ahora sí comprendería por qué el profesor Potter era un sueño vuelto realidad.

 

—Deberías jugar con nosotros, papá —fue todo lo que le dijo.

 

Draco negó con la cabeza, todavía demasiado mareado como para pensar con claridad.

 

—No, no. Yo me… divertiré observándolos. Prefiero que sean otros los que se rompan la cabeza, y no yo.

 

Scorpius soltó una risita.

 

—De acuerdo. Ah, mira. Ahí vienen Albus y Po… quiero decir, ahí vienen los Potter. Ya era hora.

 

Scorpius se sonrojó ante su desliz y no dijo más, pero Draco sonrió muy discreto, aparentando que no había escuchado nada. Y también fingió que no se daba cuenta cuando Scorpius devoró con la mirada a Albus, quien, enfundado en uno de sus pantalones más viejos, se veía jodidamente bien para su edad.

 

Draco meneó la cabeza, suspirando y preguntándose qué diablos tenían los Potter que ejercían ese encanto sobre los pobres e inocentes Malfoy. Y luego, la gente se preguntaba por qué no los soportaban.

 

Draco no entendía nada del juego que se estaba llevando a cabo. De repente, todos corrían hacia un lado, y luego, hacia el otro; la mayor parte de las veces, alguien llevaba el balón, y algunas otras pocas, lo pateaban. Para anotar, tenían que llegar a un extremo y golpearse contra el suelo junto con el balón, en vez de pasarlo por un aro o algo similar. Y por lo regular, el que traía el balón solía ser aplastado por los del equipo contrario en el intento de detenerlo.

 

Potter y su hijo Albus, que se suponía integraban un equipo, luchaban por llevar el balón hacia la derecha de donde Draco estaba sentado, mientras que los otros tres lo hacían al lado contrario. Todos se habían quitado sus zapatos y calcetines, y de verdad parecían estar pasando un muy buen rato, derribándose unos a otros a base de empujones, tirones de ropa o "placajes", como había dicho Scorpius que se llamaba a ese movimiento de arrojarse con todo el peso hacia el cuerpo del oponente, abrazándolo o sujetándolo para que soltara el balón.

 

Le bastaron unos pocos minutos de observación para llegar a la conclusión de que los jugadores de rugby tenían que ser todos gays. Si no, Draco no se explicaba cómo demonios un heterosexual podía soportar que lo manosearan de aquella manera. Bueno, era cierto que se trataba de algo involuntario, pero no por eso dejaba de ser manoseo, al fin y al cabo.

 

Y era por eso que Draco estaba pasando uno de los peores momentos de su vida (y a los cuarenta y tantos, eso ya era mucho decir). Podía apostar su fortuna a que Ted Lupin estaba tocando a Potter mucho, mucho más de lo necesario.

 

Claro que hubiera sido muy fácil evitar aquel sufrimiento: hubiera bastado con levantarse y regresar a la Mansión a encerrarse en su despacho o a charlar con las mujeres, pero… Draco no podía hacer eso. Porque hacerlo equivalía, como Scorpius le había dicho, a dejarle el campo abierto a aquel cretino. Y aunque entre Draco y Potter no había sucedido nada ni existía ningún compromiso, Draco no podía darse por vencido hasta estar seguro de que aquellas miradas cargadas de significado que Potter le había dedicado en la mesa, no habían expresado lo que él había creído: que Potter, de algún modo, sentía lo mismo que él.

 

Potter, mucho más bueno en aquel deporte y mucho más arrojado que Albus, era quien llevaba el balón a su favor la mayoría de las veces, motivo por el cual estaba más expuesto a los placajes de los demás. Y como Ted Lupin era el más rápido entre los integrantes de su equipo, siempre dejaba a James y Scorpius atrás (especialmente si se trataba de placar a su padrino). Qué casualidad.

 

Draco estaba que se lo llevaba el tren. ¿Es que nadie más que él lo notaba? ¿Nadie decía nada? ¿Eso no estaba prohibido por el reglamento o algo? Miraba a Potter ser placado una y otra vez por Ted y se sentía tan furioso que sabía que en cualquier momento se levantaría a hechizar a algo o… a alguien. Especialmente si ese alguien era un joven de cabello azul.

 

—¿No se da por vencido, cierto?

 

La voz de Astoria atravesó la neblina de rabia que obnubilaba el cerebro de Draco. Éste levantó la cabeza hacia su izquierda y ahí estaba ella, mirando con atención, no a él, sino al partido. Los jugadores, risueños y divertidos, ni siquiera notaron su presencia.

 

—¿Quién? —preguntó Draco, moviéndose a un lado para hacerle espacio a su esposa.

 

Astoria se sentó junto a él suspirando con profundidad.

 

—Teddy. Digo que no cede en su empeño por… reconquistar a Harry.

 

Draco miró a Astoria sin sorprenderse mucho de que ella ya supiera la verdad. Con su don, podía haberlo visto en la mente de cualquiera de los muchos que conocían el supuesto "secreto" de la relación entre Ted y Potter.

 

—Mi tía Andrómeda no está enterada, ¿cierto? —preguntó Draco con aprensión, recordando a Potter y su mortificación al respecto.

 

Astoria negó con la cabeza, girándose al fin hacia Draco y sonriéndole con comprensión.

 

—No te alarmes, querido, ella no está enterada. Yo sé que ninguno de ustedes quiere que sea así. Ni siquiera Teddy, que sabe que su abuela lo mataría si llega a averiguarlo. —Miró elocuentemente a Draco—. Quiero decir que lo matará a él, no a Harry.

 

Draco apretó los labios y miró hacia el suelo.

 

—Yo no estoy preocupado por Potter, si es lo que estás insinuando. Si por mí fuera, enteraría a mi tía y miraría complacido como ella lo fríe a crucios.

 

—Mentiroso —sonrió Astoria. Draco suspiró y negó con la cabeza, rindiéndose ante la realidad de que jamás podría engañar a su esposa—. No deberías irritarte por lo que Teddy haga o deje de hacer. Harry no regresará con él.

 

—Astoria…

 

—Espera, no me interrumpas. —Astoria lo tomó de la mano y lo miró directamente a los ojos; estaba inquieta por algo—. Lo único a lo que le temo es que tú quieras divorciarte de mí y me pidas que deje la Mansión. No soportaría vivir lejos de aquí, de esta casa. De Scorp y de ti.

 

Draco se rió suavemente.

 

—Pero, ¿qué incoherencias dices, mujer? ¿De qué estás hablando?

 

Astoria apretó mucho más la mano de Draco mientras dirigía su triste mirada hacia Potter.

 

—De ti y de él. De que tengo miedo que él no te acepte si no te has separado de mí.

 

Draco, comprendiendo, le correspondió el apretón a Astoria y le palmeó su pequeña y elegante mano.

 

—Dulzura, si Potter me quisiera, tendría que aceptarme con el paquete completo: esposa, hijo, responsabilidades familiares, neurosis y manías. —Astoria se rió un poco y Draco sonrió desconsoladamente—. El problema es que, después de hoy, creo que no existirá ninguna oportunidad de "aceptación" de su parte. No como veo que se están desarrollando las cosas entre nosotros, y entre él y Ted.

 

Con la cabeza señaló hacia los jugadores de rugby, demasiado temeroso de voltear a verlos y de descubrir a Ted aplastando con su propio cuerpo a Potter, como venía haciéndolo desde que había comenzado el partido.

 

Astoria sonrió y suspiró; parecía mucho más tranquila.

 

—¿Sabes que te amo, cierto? —le preguntó a Draco.

 

Draco sonrió.

 

—Y yo a ti, mujer. Así que déjate de histerismos y regresa a la casa antes de que venga mi tía a buscarte y descubra a su nieto restregándose contra Harry Potter.

 

Astoria se rió.

 

—Cariño, adoro que tengas sentido del humor aún cuando estás muriéndote de los celos. —Draco abrió la boca dispuesto a replicar eso, cuando Astoria lo silenció y continuó hablando—: No te atrevas a negarlo; desde la casa pude ver el humo que estás echando por las orejas. Pero, ¿sabes qué? No tienes por qué angustiarte.

 

Draco la miró levantarse y arreglarse la túnica.

 

—Sin embargo, aunque Harry no piensa regresar con Teddy, no debes dejarle a él todo el trabajo —prosiguió Astoria—. Él necesita estar seguro de que tú no harás lo mismo que hizo Teddy, si no, no hará ningún movimiento hacia ti.

 

—¿De qué estás hablando? —preguntó Draco, sin poder evitar sentirse algo nervioso ante lo mucho que Astoria parecía estar enterada de los hechos.

 

—Harry necesita saber si estás dispuesto a mantenerlo en secreto. Si estás dispuesto a no presumir a todo el mundo que te estás acostando con el "héroe del mundo mágico" y a tomar las cosas con calma para que sus hijos puedan aceptarlo. Y, sobre todo, requiere saber que tú lo quieres por quién es, no por la fama que trae detrás.

 

Draco casi se ahoga.

 

—¡Merlín, mujer! ¿Cómo sabes eso? —Astoria sólo sonrió y Draco negó con la cabeza—. Sí, sí, no me lo digas. Ya sé. Potter es un maldito "libro abierto" para ti, bla, bla.

 

Astoria volvió a reírse con aquella risa hermosa y cantarina que tenía y que era una de las cosas de ella que más gustaba a Draco.

 

—No tienes idea de lo fácil que es leer a Harry —le dijo cuando terminó de reír—. Es tan trasparente con sus sentimientos, aún más que con sus pensamientos. Por ejemplo, desde el primer día que se sentó a comer a nuestra mesa, me di cuenta que ya estaba mirándote a ti con otros ojos.

 

Draco soltó un bufido al recordarlo. Claro, había sido la tarde que Harry había creído que lo mataría al haber descubierto lo que estaba sucediendo con Scorpius. Miró hacia Astoria, ¿entonces, ella sabía…?

 

Astoria sólo abrió mucho los ojos ante su mirada interrogativa.

 

—¿Te estás preguntando si estoy enterada del encaprichamiento que tuvo Scorp con Harry? —Draco inclinó la cabeza, cerrando los ojos con frustración. Había sido demasiado pedir que ella no lo supiera—. Por supuesto que lo supe, pero no me preocupé. Supe que Harry jamás le faltaría al respeto de ninguna manera. Y menos cuando vi que sólo se derretía mirándote a ti.

 

—¿A mí? —preguntó Draco, removiéndose inquieto en el banco de piedra—. No digas tonterías.

 

—Ay, cariño. ¿Cómo puedes no ver lo evidente? —dijo ella con un suspiro cansado—. Harry ha estado loco por ti casi desde el primer día que puso un pie en nuestra casa, al grado de que hubo una temporada que no podía mirarme a mí a los ojos. Seguro que el pobre hombre se sentía culpable de "desear follarse a mi esposo" más que nada en el mundo —Astoria se rió y Draco la miró boquiabierto—. Bueno, mejor vuelvo a la casa antes de que venga Andrómeda a buscarme —añadió, mirando hacia la Mansión.

 

Astoria le tomó ambos lados de la cabeza a Draco y bajó la cara dispuesta a darle un beso en la coronilla. Pero Draco elevó su rostro y besó a la mujer en los labios, sonriéndole. Astoria, algo sorprendida, se separó de él, le sonrió y, con pasos suaves, se alejó de ahí.

 

Draco miró sobre su hombro cómo Astoria llegaba hasta la casa y entraba por una de las puertas traseras, y entonces, se armó de valor y volvió a mirar al frente. El juego de rugby proseguía como unos momentos antes, y Draco se preguntó si no pensaban parar nunca. Lo que Astoria acababa de decirle no había hecho más que ponerlo más alterado e irritable de lo que ya se encontraba antes, y de verdad, aquella espera —la espera para hablar con Potter, para decirle lo que sentía por él, lo que estaba dispuesto a hacer por él—, lo estaba matando con una agonía lenta y tortuosa.

 

En ese momento, Potter llevaba el balón; iba riéndose y esquivando a los chicos con ágiles movimientos de zigzag. Scorpius intentó placarlo, pero Potter estiró un brazo justo a tiempo y, apoyándose del pecho de Scorpius, pudo moverlo hacia atrás y quitárselo de encima. A consecuencia de eso, Potter se rió más, Albus gritó algo que sonó a "¡Bien hecho, papá!", y Draco tuvo que sonreír. Tuvo que hacerlo porque la felicidad de Potter… de Harry, era contagiosa.

 

Y de pronto, Draco se vio invadido por la emoción del juego, y bastaron unos segundos de desear con todo su corazón que Harry pudiera hacer una anotación para comprender por qué ese deporte de los muggles desataba tantas pasiones. Sin darse cuenta, Draco se sentó más erguido, abrió mucho los ojos y no los despegó de la loca carrera que Harry llevaba rumbo a su meta.

 

—Vamos, Harry, vamos —susurró sin poder contenerse, bebiéndose la imagen de aquel Harry tan despreocupado y libre, tan sonrojado y sonriente; de un Harry corriendo sin zapatos por el césped del jardín de la Mansión Malfoy, con un balón ovalado bajo el brazo, sus vaqueros llenos de lodo y su camisa con algunos botones abiertos, revelando un poco de su morena piel.

 

El corazón de Draco parecía a punto de explotar. Jamás creyó que podría querer tanto a alguien como lo estaba haciendo en ese momento. Querer a alguien con quien ni siquiera se había besado, a alguien con quien ni siquiera sabía si tenía posibilidades o no. Aquello era un desastre total, pero no podía seguir negándoselo ya. Ni tampoco podía soportar continuar con esa agonía por un día más.

 

Con la mirada fija en la loca carrera que Harry llevaba y esperando a que anotara, Draco no vio de dónde salió Ted Lupin hasta que éste estuvo justo a un lado de Harry, llegando a él con la velocidad y la fuerza de un tren que se ha quedado sin frenos y dándole un violento placaje. Inclinado como iba, Ted llegó hasta Harry con los brazos justo a la altura de las caderas del otro, deteniéndolo en su marcha y haciendo que diera una voltereta en el aire. Y Draco no pudo perderse la mano de Ted que se introdujo en el hueco de las dos piernas de Harry, mano que —maldita fuera—, estaba oprimiendo a Harry justo ahí, en su entrepierna.

 

Harry cayó al suelo boca arriba con los ojos cerrados, todavía sosteniendo fuertemente el balón y llevándose a Ted consigo, pues el cretino tenía su brazo tan atorado entre las piernas de Harry, que no podía haberse liberado.

 

Draco se puso de pie y apretó los puños a los costados, respirando con dificultad. Todavía, todavía encima de que Lupin lo había detenido, ahora el maldito estaba sobándolo. ¿Por qué nadie paraba el comportamiento de ese degenerado?

 

Ted se echó encima de Harry con el pretexto de quitarle el balón. Pero Draco casi gimió de angustia cuando notó la manera en que Ted hacía el movimiento: colocándose a la misma altura que su padrino, pecho contra pecho —"Oh, Dios, ese pecho juvenil y desnudo encima del de mi Harry", pensaba Draco con horror—, y todavía peor, con su cadera sobre la cadera del otro. Y para empeorar la situación, James, Scorpius y Albus se lanzaron encima de Ted, aplastando entre todos al pobre Harry en su lucha por tomar el balón. Pero en lo único que Draco podía pensar era que el peso extra de los tres chicos haría que Ted y Harry estuvieran más pegados el uno al otro. Algo terrorífico, por decir lo menos.

 

Incapaz de esperar más, Draco caminó hacia allá. No tenía idea de qué era lo que iba a decir, pero tenía que hacer algo. La incertidumbre lo estaba matando, necesitaba averiguar si Harry tenía todavía algún interés en el muchacho Lupin o si ya… no…

 

Algo raro ocurrió en el montón de cuerpos sudorosos y llenos de barro que estaba en el suelo. De pronto, pareció como si hubiera disminuido de tamaño, como si los hombres que estaban abajo (Ted y Harry), y que en ese momento no eran visibles, hubiesen sido aplastados contra la tierra o enterrados en ella.

 

James, Scorpius y Albus hicieron diferentes expresiones de dolor cuando cayeron los tres al suelo, soltando palabrotas mientras intentaban incorporarse. Draco miró, con creciente horror, que no había rastro de Harry ni de Ted.

 

—¡Se desaparecieron! —gritó James.

 

Draco y Scorpius intercambiaron una rápida mirada antes de que Draco clavara sus ojos en el sitio donde, un instante antes, Harry y Ted habían estado tirados. No le cupo duda de que uno de los dos había conjurado la desaparición conjunta, arrastrando al otro junto con él.

 

Mientras todos se miraban sin saber qué decir ni qué hacer, los chicos todavía jadeando después de la carrera y el juego, Draco sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Podía apostar su fortuna que eso era obra del cabrón de Ted, quien sabía que los terrenos de los Malfoy te permitían la desaparición siempre y cuando te trasladaras a otra parte dentro de sus perímetros.

 

Apretando los puños a sus costados e intentando disimular su furia y sus celos, Draco no quiso ni pensar en lo que haría el maldito ahora que se encontraba a solas con Harry en alguna parte de la Mansión.

 

Más le valía a Potter saber cómo quitárselo de encima, porque si no, Draco iba a matarlos a los dos.

 

 

 

 

 

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