Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

Perla Negra - Harry Potter Slash Fanfiction

El Tutor

 

Capítulo 9
Sólo con Harry

 

—Pero, ¿tu casa no tiene encantamiento anti-desaparición, como en Hogwarts? —le preguntó un ansioso Albus a Scorpius—. Creía que sí.

 

Scorpius asintió, el ceño fruncido con gran enojo.

 

—Sí lo tiene, si lo que quieres es salir al exterior o entrar de él. Pero —Scorpius miró a su padre antes de completar—… las protecciones sí te permiten desaparecerte y aparecer aquí mismo, dentro de los terrenos. —Giró su cuerpo hacia la casa—. O dentro de la Mansión.

 

—Pero, ¿por qué harían eso? —chilló James en un tono incrédulo—. Y, ¡¿adónde se han ido?!

 

Todos se miraron entre ellos y guardaron un incómodo silencio, la respuesta a la pregunta de James flotando encima de sus cabezas. Todos sabían exactamente por qué había ocurrido eso, aunque nadie lo diría en voz alta; mucho menos Draco, aunque por dentro podía haberse deshecho en pedazos a la desazón.

 

James se puso tan rojo como su cabello.

 

—¡Maldito Teddy! —masculló.

 

Dio un paso hacia atrás, haciendo el intento de correr. Seguramente la vergüenza que sentía era demasiada como para soportarla, o tal vez pensaba en ir a buscar a su padre a cada rincón de la Mansión. Pero antes de que pudiera pegar carrera, Draco se adelantó hasta él y lo detuvo sosteniéndolo de un brazo.

 

—No, James —le ordenó. El chico miró a Draco con gesto sorprendido, pero obedeció y se detuvo. Draco, sin soltarlo, continuó diciéndole—: Tienes que comprender que Ted y tu padre son dos adultos hechos y derechos, y como tales, pueden y deben arreglar sus problemas... a solas.

 

James miró a Draco con resentimiento, al comprender que el hombre tenía conocimiento del famoso secreto que envolvía a su padre y al chico Lupin. Sus ojos castaños estaban llenos de lágrimas que no se atrevía a derramar.

 

—Pero, señor Malfoy… eso, eso no está bien. No es normal.

 

Draco notó, por rabillo del ojo, que Albus se removía inquieto ahí donde estaba parado ante lo dicho por su hermano.

 

—¿Normal? —preguntó Draco en tono mordaz, todavía sin soltar al chico—. ¿Quién establece lo que es normal? ¿Quién pone las reglas de eso? —James no dijo nada, sólo frunció los labios; parecía decepcionado de que Draco no apoyara su planteamiento—. En todo caso, James —continuó Draco—, lamento informarte que tú tampoco eres normal. ¿O acaso es normal que tú, siendo un mago, hayas jugado un deporte muggle en el jardín de mi casa? ¿Tú te consideras normal? Recuerda que a los magos los quemaron vivos durante muchos años, porque la gente creía que eran anormales. ¿Qué me dices a eso? ¿Aceptas que alguien te tache de "anormal" sólo por ser quién eres?

 

James pareció pensarlo durante un momento, pero entonces, de un tirón, se zafó del agarre de Draco y corrió a toda velocidad hacia la casa. Albus iba a correr detrás, pero Draco lo detuvo con una seña.

 

—Déjalo, Albus. Necesita asimilarlo. Ya lo entenderá.

 

Albus asintió y clavó la mirada en el suelo, completamente sonrojado y apenado ante lo sucedido. Parecía sentirse fuera de lugar y sin saber cómo actuar.

 

Entonces, inesperadamente, Scorpius se acercó a él. Tanto, que sus brazos casi quedaron uno junto al otro. El corazón de Draco dio un vuelvo al ver ese gesto. Albus también se sorprendió; levantó la cara rápidamente, observando a Scorpius con estupefacción. Era un gesto de apoyo, silencioso, pero más que elocuente.

 

—¿Quieres… —comenzó a decir un dubitativo Scorpius—, quieres ir a mi cuarto para… bueno, para que te des una ducha y puedas ponerte tu ropa de nuevo? Sólo si quieres, claro.

 

A Albus casi se le cayó la mandíbula hasta el suelo.

 

—¡Claro, me encantaría! —contestó al instante. Scorpius sonrió, y Albus pareció arrepentirse de ser tan obvio. Para disimular, bajó la mirada hacia sus pantalones llenos de lodo—. Digo… más bien…. Te lo agradecería porque sí… lo necesito. Creo.

 

Si Draco no hubiera tenido el corazón tan oprimido como lo sentía, tal vez se hubiera reído de buena gana de la cara de felicidad que Albus llevaba mientras se alejaba caminando junto con Scorpius rumbo a la casa. Y en cuanto ellos se adelantaron un poco, Draco también comenzó a andar, tratando de no pensar —pero haciéndolo, de todas formas— en Ted y en Harry, en dónde estarían en ese momento… o qué sería lo que estarían haciendo.

 

Evitó pasar por el saloncito donde estaba Astoria con sus invitadas, y subió rápidamente las escaleras rumbo a su despacho. Su mente no dejaba de trabajar, intentando descubrir qué era lo que había pasado y en qué maldito momento él había perdido a Harry a ese grado. Y cuando llegó a la puerta de su querida oficina, fue cuando cayó en cuenta de algo.

 

Si Harry o Ted —cualquiera de los dos— se habían aparecido en algún lado de la Mansión, tendría que haber sido en un sitio que conocieran previamente. Y, si mal no recordaba Draco, los dos sólo conocían, aparte de los lugares habituales como el comedor, el salón, las escaleras o el vestíbulo…

 

La biblioteca.

 

Draco aceleró la velocidad de sus movimientos. Entró como tromba a su despacho y se dirigió enseguida al escritorio. Llegando a él, dudó por un momento —no debía, no tenía derecho, sólo se haría daño—, pero finalmente, se decidió. Levantó la mano y abrió la tapa del libro encantado.

 

El estómago se le contrajo dolorosamente al escuchar la voz de Ted emergiendo de él.

 

"… no hago otra cosa, Harry, no lo hago. Siempre eres tú el que ocupa mis pensamientos, no he podido olvidarte… Por favor…"

 

Draco se desplomó sobre su sillón, de pronto demasiado débil como para sostenerse de pie.

 

"Te necesito. ¡Puedes regresar al trabajo, sé que Shacklebolt te devolvería tu puesto de jefe en un dos por tres, sólo tendrías que pedírselo! Por favor, Harry… ahí ya nada es lo mismo sin ti."

 

"No, Teddy. Ya no puedo regresar ahí. Me gusta mi trabajo como profesor, ya no quiero arriesgar la vida. Necesito pensar en mis hijos, y más ahora que Ginny no está. Y no entiendo por qué estamos volviendo a hablar de algo que, yo creí, ya había quedado claro."

 

Draco se cubrió la cara con las manos cuando escuchó la voz de Harry. Dios, el dolor que desgarró su alma no tenía comparación a nada que hubiese sentido antes. ¿Por qué Harry sonaba de aquella manera, tan jadeante, sin aliento…? ¿Por qué?

 

"¿Y yo? ¿No te importa que yo esté en peligro constante? ¿Ya no cuidarás de mí?"

 

"No intentes chantajearme con eso, Teddy. Tú elegiste ese camino. Ahora, hazme el favor de quitar las protecciones que has puesto y…"

 

"Sí quise ser auror fue sólo para estar junto a ti…"insistió el chico, sin hacer caso de lo que Harry le pedía. ¿Protecciones, había dicho Harry? ¿Entonces Ted lo tenía atrapado en la biblioteca? "Vaya con el cabroncete, auror aprovechado", pensó Draco con rabia. Pero, ¿qué demonios esperaba Harry para hechizarlo, quitarle su varita o algo?, se preguntó con desesperación.

 

"Pues muy mal hecho", respondió Harry con tono enfadado y casi paternal . "Debiste pensar en ti primero." Draco escuchó que Harry suspiraba profundamente, como si estuviera hasta el gorro de la situación. "Teddy, en serio, será mejor que quites las protecciones, no me obligues a…"

 

Algo interrumpió a Harry. Sonidos de forcejeo y gemidos brotaron del libro, taladrando sin piedad los oídos de Draco.

 

—¡¿Qué diablos esperas para quitártelo de encima, Potter?! —le gritó al libro, aunque sabía que no tenía caso. Del otro libro encantado no podían salir voces, sólo servía sólo para captar los sonidos de su alrededor.

 

"Oh, Harry. Por favor… recuerda… recuerda lo mucho que…"

 

"¡No, Teddy, NO!"

 

Ruidos de más jadeos y un golpe sordo, como si algo hubiera caído. Draco sólo rogaba que no fueran ellos dos, el uno sobre el otro.

 

"Pero, ¡¿por qué?! ¡Ya te dije que ahora sí estoy dispuesto a hacer lo que quieras, lo que me pidas, lo que…!"

 

"¡Eso ya no importa! Ya no puedo estar contigo. Yo… me he enamorado de otra persona. Y a ti sólo te quiero como a un… bueno, no así. No de esa forma."

 

Draco se quedó boquiabierto durante algunos segundos, incapaz de creer lo que acaba de escuchar. Soltó un suspiro de alivio, de felicidad, Merlín, no sabía de qué… pero haber oído aquello se sentía inmensamente bien.

 

"Mentiroso, sólo lo dices para que no insista."

 

"No es así. Te juro que es verdad. Es alguien de mi misma edad, y yo… simplemente, estoy loco por…"

 

"¡¿Quién es?! ¿Es una mujer? ¿La conozco?" preguntó Ted con la voz tan llena de dolor que Draco "casi" pudo sentir lástima por él.

 

"Es… mira, Teddy, no puedo decírtelo. Yo… en realidad no sé si me corresponde, o si de verdad tengo alguna oportunidad. Si las cosas salen bien, lo sabrás a su debido tiempo."

 

Draco soltó un resoplido de incredulidad. ¿Qué si él le correspondía a Harry? Merlín, este hombre realmente era caso perdido.

 

"Ahora, quita el encantamiento de la puerta o la haré explotar" continuó Harry, sonando cada vez más enojado e impaciente, "No me importa si llamamos la atención de todo el mundo, incluyendo a tu abuela. Y si ella viene aquí, le diré lo que hemos estado haciendo. Tú decide, Ted."

 

"Pero, Harry… yo todavía…"

 

"Teddy. Basta. Simplemente… déjalo pasar. Se terminó, ¿entiendes? Esto se terminó."

 

Hubo una larga pausa y, finalmente, Draco escuchó que la puerta se abría. Pasos apresurados, y, enseguida, unos más desganados que siguieron a los primeros. Entonces, la biblioteca se quedó en silencio y Draco, al fin, pudo respirar. Cerró el libro con gran lentitud, sintiendo una especie de aturdimiento en todo el cuerpo.

 

Dios, cómo necesitaba un whisky de fuego.

 

Casi se había bebido la botella completa cuando alguien tocó a su puerta.

 

—Adelante —dijo, arrastrando la voz.

 

La puerta se abrió y fue Harry quien asomó la cabeza.

 

—Malfoy, ¿puedo hablar contigo un momento? —le rogó. Draco escuchó el tono culpable en su voz, y se regocijó inmensamente con ello. Era reconfortante saber que también Harry estaba experimentando, al menos, un poco del sufrimiento que Draco había tenido que pasar por su causa.

 

—Ya lo estás haciendo, ¿no? —respondió con frialdad, acomodándose en su sillón y girándolo hacia un lado para no mirarlo de frente.

 

Harry entró y cerró la puerta tras él. Draco lo miró de reojo.

 

Se había duchado. Eso, o se había aplicado algún encantamiento de limpieza, porque el sudor y el lodo, productos del juego de la tarde, habían desaparecido de su cara y pelo. Y de nuevo traía puestas sus sencillas túnicas de profesor. Caminó hasta el escritorio y se sentó sin esperar a ser invitado.

 

—Malfoy… —comenzó con tono angustiado—. Siento mucho lo que pasó.

 

Draco negó con la cabeza, moviendo una mano como restándole importancia.

 

—Pues no lo sientas, Potter. Tú y Ted Lupin son dos adultos muy libres de hacer lo que les dé la gana. —Se giró hacia Harry y lo miró a los ojos, siendo más cruel de lo que debía, porque sabía que, al final, no había ocurrido nada entre ellos—. Pero, para la siguiente ocasión que quieras follarte a tu ahijado, te suplicaría que no usaras mi casa para… eso.

 

Harry negó tan rápido con la cabeza que Draco juraba que se había desnucado, como mínimo.

 

—No, Malfoy, te equivocas. Sé que eso es lo que pudo parecer, pero te aseguro que entre Teddy y yo no pasó nada. Solamente estuvimos hablando. —Draco no dijo nada, y Harry pareció comenzar a desesperarse. Se removió inquieto en la silla y continuó balbuceando—: Lo siento mucho, en serio. No fue mi intención hacer algo que, ante los ojos de todos pareció… bueno, lo que pareció. Yo… he hablado con Ted. Sabe que hizo… que hizo mal en desaparecernos así dentro de tu casa. Está dispuesto a pedirte una disculpa.

 

—Dile a tu amorcito que no se preocupe, que su tío Draco no está enojado —ironizó Draco con una sonrisa fiera y altanera.

 

—¡Él no es mi amorcito, Malfoy! —respondió Harry con voz dolida—. Tú, mejor que nadie, sabe eso. No fui yo quien convocó la desaparición conjunta, ¿de acuerdo? Fue él, pero… aún así. ¡No pasó nada entre nosotros, por Merlín! ¡Tienes que creerme!

 

Draco se levantó intempestivamente y apoyó las manos sobre el escritorio.

 

—¡¿Y para qué, Potter?! ¡¿PARA QUÉ?! ¡Ya te lo dije, no me importa! Tú eres libre, y yo, yo… soy un hombre casado y…

 

Harry también se puso de pie, en absoluto intimidado. Tenía una mirada de fuego en los ojos, pero no era odio. Era algo más intenso que Draco no podía reconocer.

 

—Los dos sabemos que no estás realmente casado —le espetó—. Que si quieres, puedes… puedes…

 

El titubeo de Harry hizo reír a Draco. Y su risa desconcertó a Harry, quien sólo lo miró guardando silencio.

 

—¿Qué, Potter? ¿QUÉ? —gritó Draco, dejando de reír de inmediato, rodeando el escritorio y casi tropezando con sus piernas en el proceso. Llegó hasta Harry y se paró apenas a un palmo de distancia de él—. ¿Qué es lo que puedo hacer, Potter? ¡Dime que es lo que puedo hacer, porque ni yo mismo lo sé! —bramó y Harry entrecerró los ojos, pero no se movió—. ¡Dime que puedo pararme ante ti, y decirte lo mucho que te deseo, lo mucho que te he deseado desde que estábamos en el colegio, que a mí no me importa si tengo que guardar mil secretos con tal de…! Con tal de… —Harry estaba boquiabierto, y Draco, aterrorizado por sus confesiones, dio un paso atrás—. Con tal de… estar contigo.

 

Harry cerró la boca que había tenido abierta. Sin decir nada, sólo miró a Draco a los ojos, como intentando saber si el hombre hablaba con la verdad. Draco, desesperado, continuó:

 

—Si tú quieres mantenerlo oculto, por mí está bien. Si quieres publicarlo en El Profeta, también. No me importa. No quiero estar con Potter, el héroe. Sino con Harry… sólo con Harry.

 

Bajó la mirada, sintiendo tanta rabia por haberse confesado, como había sentido un par de horas antes, cuando creía que Harry caería de nuevo bajo los encantos de Ted Lupin. Sólo que en ese momento, la rabia era contra él mismo. Y contra Astoria, que tenía la culpa de todo, por decirle las cosas que le había dicho.

 

La cara le ardía de vergüenza, semejante declaración sería digna de un Hufflepuff, no de un Slytherin como él, y quería que la Tierra se lo tragara, y más porque pasaban y pasaban los segundos y Harry no hacía nada, no decía nada… y…

 

Y entonces, unas manos poderosas lo tomaron de los brazos, obligándolo a caminar un paso al frente y a levantar el rostro. Harry estaba ahí, agarrándolo con tanta fuerza que sus manos parecían tenazas sobre Draco, lastimándolo. Draco lo miró a la cara y descubrió que Harry lo estaba observando con tanta intensidad que parecía querer atravesarlo.

 

—Draco —suspiró, y su aliento, cálido y dulzón, llegó hasta la boca de Draco, provocando que la abriera sin poder evitarlo, ocasionando que un estremecimiento lo hiciera temblar—… si no fuera porque sé que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad…

 

Draco frunció el ceño.

 

—¿Quién dijo que estoy borracho? —preguntó con indignación, aunque la inestabilidad de su cuerpo afirmaba lo contrario—. Yo no estoy borracho, Potter, te equivocas y pu…

 

Pero Draco no "pu" nada, porque la cara de Harry se acercó a la suya, lenta pero constante, y con una última mirada de reconocimiento, Harry cerró los ojos (Dios, Draco podía verlo, podía ver sus pestañas tan negras, tan cerca), y lo besó.

 

El agarre que Harry tenía sobre sus brazos pareció apretarse todavía más, mientras que sus labios tocaban los de Draco con tanta suavidad, con tanta delicadeza, que Draco tuvo que gimotear ante la intensidad de esos sentimientos. Y fue ese sonido, el de su involuntario gimoteo, el que pareció darle a Harry el valor para cubrir por completo la boca de Draco con la suya, oprimiendo fuerte y duro, gimiendo de puro gusto, pasando la lengua por el labio inferior de Draco, inclinando la cabeza a un lado y llevando una mano hasta su nuca. Draco sintió esa mano peinarle el cabello y fue como un choque eléctrico que casi lo hizo saltar. Merlín, si así se sentía sólo eso, no quería imaginarse lo que sería lo demás.

 

Separó sus labios, ansioso por probar. Harry volvió a gemir y sumergió sin miramientos la lengua en las profundidades de la boca de Draco, obligándolo a jadear. Pero de repente, Harry se movió para atrás, separándose bruscamente y dejando a Draco con una terrible hambre de más.

 

—Espera —jadeó, y Draco lo miró quitarse las gafas y arrojarlas encima del escritorio. Harry sonrió y volvió a poner su mano donde estaba antes, pasándola primero por la mejilla y cuello de Draco, provocando que se estremeciera de placer—. Así está mejor. No he estado esperando tanto por este momento, como para sacarte un ojo con las gafas —murmuró Harry, sonriendo.

 

Draco cerró los ojos, ladeando la cabeza hacia la mano de Harry, invadido por una alegría que era difícil de describir. La mano de Harry se enterró de nuevo en su pelo, y la otra lo tomó de la barbilla, dirigiéndolo de nuevo hacia un beso. Draco se dejó llevar, permitiéndose ser tomado así por Harry, y, sin poder aguantar más sin tocarlo, elevó sus manos —le estaban temblando, por Merlín— hasta aferrarlas de la túnica del moreno a la altura de su pecho.

 

—Harry —susurró contra los labios del otro cuando una breve pausa entre beso y beso se lo permitió—. Dios, Harry.

 

El beso se convirtió en algo más fiero; la boca de Harry aplastaba la suya, el peso de su cuerpo comenzó a empujarlo hacia atrás. Draco, medio ebrio como se encontraba, trastabilló un poco, incapaz de conservar bien el equilibrio.

 

Y entonces, Harry, sin dejar de besarlo, lo tomó de nuevo de los brazos para poder tirar de él. Los giró a ambos y apoyó a Draco de espaldas contra el escritorio, y acto seguido, se oprimió por completo contra su cuerpo.

 

Draco, que no se había dado cuenta lo excitado que estaba hasta ese momento, percibió una dureza gemela a la suya: era el miembro de Harry justo contra el de él, tocándose, restregándose, reconociéndose. Y el siseo liberado por Harry ante aquella audaz caricia no fue nada comparado al gemido que salió de los labios de Draco.

 

—A tu cuarto —comenzó a suplicar Harry sin dejar de besarlo, sin dejar de oprimirse contra él, desesperado, desabrochando los botones de la túnica de Draco—, llévanos a tu cuarto…

 

Draco negó con la cabeza.

 

—No puedo —lloriqueó—, estoy demasiado ebrio.

 

Harry se separó algunos centímetros de él, pero no por eso dejó de abrirle la túnica. Le sonrió de una manera que sólo se podía clasificar como encantadora.

 

—Tienes razón —dijo Harry sin dejar de sonreír, acariciando el pecho de Draco sobre la tela de su camisa y arrancándole indecorosos jadeos—, lo dejaremos para otra ocasión, cuando estés un poco menos… alegre.

 

Harry soltó una risita mientras se inclinaba sobre Draco de nuevo y le mordía y lamía el cuello. Merlín, aquello era fabuloso, Draco estaba tan caliente, tan fogoso, que sentía que ardería en llamas en cualquier momento. Las manos de Harry, hábiles y gentiles, comenzaron a desabrocharle el pantalón.

 

—Pero no me voy a ir —dijo Harry, incorporándose y mirando a Draco a los ojos—, sin probarte primero.

 

Lo besó en la boca de una manera tan profunda, tan lenta y entregada, que Draco supo que no había en la vida algo mejor que eso. Y después de lo que parecieron ser minutos completos del mejor beso que había experimentado jamás, Harry se separó, le sonrió, y se hincó frente a él.

 

—Oh, mi-mi Dios —tartamudeó Draco cuando se dio cuenta de qué era lo que Harry estaba a punto de hacer.

 

Harry, con lentitud y manos temblorosas, le bajó el pantalón, permitiendo que éste cayera por sí solo hasta sus tobillos. Miró el bulto que Draco tenía debajo de sus calzoncillos, y éste podía jurar que escuchó la manera en que Harry tragaba saliva.

 

—No tienes idea —dijo Harry con voz ronca, mirando un breve instante hacia arriba, hacia los ojos de Draco—, lo demente que me estaba volviendo tu presencia. Hubo días en los que pensé renunciar a la tutoría de lo mucho que te deseaba, de lo loco que me ponía saber que estabas casado y que jamás podríamos... Pero entonces, me dijiste que tú y Astoria no… Y yo… Dios mío, desde ese día sólo he pensado en hacerte esto.

 

Como si no pudiera contenerse más, Harry bajó la mirada y se inclinó, depositando su boca sobre la erección de Draco, gimiendo y liberando una ráfaga de hálito ardiente que casi hace caer al rubio encima de él. Draco llevó las manos a cada lado del escritorio y se aferró de ahí, cerrando los ojos y perdiéndose en esa magnífica sensación.

 

El aire frío que cubrió su miembro cuando Harry lo liberó y le bajó los húmedos calzoncillos, lo hizo estremecer. Abrió los ojos y miró cómo Harry empujaba su prenda íntima hasta abajo, observando con ojos codiciosos la polla de Draco, hinchada, enrojecida, goteando de la punta.

 

Harry le dio un lengüetazo justo ahí, bebiéndose el preseminal de Draco como si fuera el más dulce néctar, liberando un "Mmmm" de placer, y Draco tuvo que cerrar los ojos de nuevo, aunque no quería hacerlo. Harry abrió la boca por completo, sumergiendo la erección de Draco lo más que pudo hacerlo, y Draco podía sentir su lengua caliente lamiéndolo, pudo sentir la garganta de Harry chocando contra la cabeza de su miembro, pudo sentir sus dientes, raspando apenas levemente, sus labios apretando con fuerza, y… Y las manos de Harry acariciando sus caderas, sus testículos, sus piernas.

 

Harry se movió hacia atrás, casi liberando la polla de Draco. Éste gimió; así de avasallante había sido la sensación. Harry soltó una risita y volvió a comérselo por completo.

 

Entonces Draco sintió que Harry se movía, que hacía algo con sus manos… Draco no sabía qué, estaba demasiado extraviado en su lucha por mantener los ojos abiertos, de no perderse ni un solo segundo de aquella deliciosa vista, de esa cabeza de cabello negro bombeando enfrente de su entrepierna, de su propia polla entrando y saliendo de aquella boca tantas noches por él soñada, y de pronto, los dedos de Harry hurgaron por debajo de sus testículos, y Draco los sintió demasiado húmedos, demasiado resbalosos…

 

—Sí… —suspiró cuando se dio cuenta de las intenciones de Harry al percibir que sus dedos estaban impregnados con lubricante. Abrió las piernas tanto como pudo, y Harry, contando con el permiso implícito con aquel movimiento, sumergió uno de sus dedos en las profundidades de la carne de Draco.

 

Draco echó la cabeza hacia atrás, gimiendo largamente, abriendo más las piernas, casi derrumbándose. El dígito de Harry había entrado con experta facilidad y de inmediato toqueteó en búsqueda de su próstata, mientras aquella boca no dejaba de chuparlo, de besarlo, de lamerlo.

 

Todo aquello, junto, fue demasiado.

 

Draco eyaculó con fuerza en cuanto Harry acarició el punto preciso. Vació su alma en la boca de Harry con espasmos que parecieron durar siglos y siglos y fueron lo mejor que había experimentado en mucho tiempo.

 

Cuando todo terminó, Draco se desplomó hacia atrás, cayendo de espaldas sobre sus papeles del escritorio y luchando por respirar. Y en medio de aquella increíble sensación de letargo, Draco percibió que Harry retiraba su dedo del interior de su cuerpo y comenzaba a subirle la ropa, lentamente y con cuidado. Draco, con los ojos cerrados y recordando que Harry no se había corrido, peleó contra el sueño, contra el cansancio y aquella deslumbrante sensación que parecía haberle dormido todo el cuerpo. No quería perder la consciencia, no… él quería corresponder, darle a Harry lo mismo, pero… no podía, no podía…

 

—Harry… —fue lo último que dijo antes de que su boca se negara a hablar más. Sintió un suave beso sobre la boca, y mucho después se preguntó si no lo habría soñado nada más.

 

Se despertó en su cama muchas horas después y, sobresaltado, se levantó preguntándose qué hora sería o si acaso ya era otro día. Un terrible dolor de cabeza lo obligó a posarla de nuevo sobre la almohada, y, gimiendo, miró hacia su ventana. Ya estaba oscuro, así que, como mínimo, había dormido hasta el anochecer.

 

Cerró los ojos, mortificado por haber sido tan mal anfitrión para los invitados al almuerzo de Harry. Esperaba que Astoria se hubiese hecho cargo de todo al darse cuenta del estado indispuesto de Draco, cosa que él estaba casi seguro de que así había sido, así que tal vez no tenía motivos para angustiarse.

 

Ya más relajado, suspiró y se reacomodó en la cama, donde, poco a poco, comenzó a recordar los acontecimientos que lo habían llevado hasta ese momento y lugar… Y entonces…

 

¡Jesucristo bendito!

 

Volvió a sentarse de un tirón al acordarse de su confesión a Harry y de lo que había sucedido a continuación.

 

—¡Dios mío, soy un Hufflepuff! —gimoteó abochornado, cubriéndose la cara con las manos.

 

Sin embargo, el placer se sobreponía a la vergüenza, y la esperanza, a todo pesar anterior. El dolor de cabeza ya no pareció importante comparado al recuerdo de Harry besándolo y haciéndole una mamada, a Harry revelándole que él también lo había deseado durante mucho tiempo, a Harry prometiéndole que "dejarían para otra ocasión" repetir algo similar a aquello ahí, en la cama de Draco.

 

Draco se mordió los nudillos de las manos, tan emocionado que creía que soltaría un grito en cualquier momento. ¿De verdad había pasado todo eso o había sido sólo un sueño? Meneando la cabeza en un gesto negativo, Draco se rehusó a creer que aquello no había pasado. No, había sido demasiado real, demasiado… tenía que ser verdad. Y si era verdad, quería decir que él y Harry tenían algo. Tenían algo.

 

Soltó una risita al recordar lo que él mismo le había dicho a Pansy alguna vez: "Primero me nombrarían a mí Hufflepuff honorario antes de que Potter se interese en salir con hombres. Y mucho menos, antes de que se fije en mí."

 

—Bueno, por lo visto yo también tengo dotes de adivino —murmuró, sonriendo ampliamente y sintiéndose algo tonto por ello. Parecía un adolescente enamorado. Era afortunado que nadie lo estuviera viendo.

 

Recordó que en el baño tenía botellas con poción antiresaca, lo que creyó era una bebida perfecta para brindar por lo que parecía haber sido un día perfecto. Decidido, se bajó de la cama y fue a bañarse. No sabía qué hora era, pero presentía que estaba aún a tiempo de alcanzar a Scorpius y a Astoria en la cena.

 

Y mientras se arreglaba, se preguntó una y otra vez cómo haría para soportar esperar pacientemente hasta el lunes para ver a Harry otra vez.

 

 

 

Regresar al Índice

 

Capítulo Anterior                                    Capítulo Siguiente