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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Magic Works

 

Capítulo 8

La Casa de los Gritos

 

 

Una bola de nieve falsa lo golpeó en la cabeza. De inmediato, Tom se giró y chilló:

 

—¿Quién está ahí?

 

Silencio.

 

Y, entonces, el esperado grito de Cuarón que pareció movilizar el mundo entero:

 

—¡Corte!

 

Todos en el plató comenzaron a cuchichear y a relajarse mientras Cuarón continuaba hablando, repitiendo las mismas líneas de siempre, como si también sus indicaciones fueran parte del guión.

 

—Muy bien, chicos. ¡Cinco minutos de descanso y lo hacemos de nuevo por última vez!

 

Tom suspiró con resignación al mismo tiempo que llegaban las mujeres de maquillaje a sacudirle los falsos copos de nieve y a darle el adecuado retoque de sonrojo a sus mejillas —efecto necesario para dar la impresión de que estaban en un exterior helado sufriendo las inclemencias del clima.

 

Tom era muy consciente de que esa “última vez” que siempre prometía el director estaba muy lejos de ser real, pero era algo que todos sabían ya. Así que no era como si importase mucho. Y a él le importaba  menos si una de sus compañeras de filmación era Emma Watson, tal como sucedía en ese momento.

 

Como si la hubiera invocado con el pensamiento, la chica se acercó a él justo en el mismo instante en que las de maquillaje se alejaban. Tom tragó saliva y sonrió ampliamente, reprimiendo un escalofrío cuando Emma levantó sus enguantadas manos hacia su cara y, rozándole las sienes con las puntas de sus dedos envueltos en cuero, sujetaba el gorro negro que Tom traía puesto.

 

Emma tiró de su prenda juguetonamente, riéndose alegre y enseñando sus bellos dientes. Provocando que Tom tuviera ganas de robarle un beso ahí delante de toda la gente.

 

—Adoro la ropa de Malfoy, ¿sabías? —susurró ella mientras lo soltaba y lo miraba de arriba abajo—. Tan sexy y malvada —completó rápidamente antes de alejarse un paso de él, sin dejar de sonreír ni un instante.

 

Tom sintió que se sonrojaba. Levantó una mano y toqueteó los bordes de la bufanda de Gryffindor que Emma traía envuelta alrededor de su cuello.

 

—En cambio, la ropa de Hermione… Ugh. —Arrugó la nariz e hizo un gesto de fingido asco.

 

Emma se rió más, completamente dueña y segura de ella, como si supiera que se vería guapísima aunque trajera encima el disfraz de Hagrid.

 

Y eso era cierto. Tom tuvo tiempo de recordar cómo se había visto Emma con aquellos pantaloncitos a la cadera que había lucido el día que los dos comenzaron a ser algo más que amigos. A Tom le había parecido tan sensual, ¡y era un simple pantalón, por todos los santos! Pero claro, la prenda de vestir no sería nada sin el cuerpo que la ostentaba. Eso ni dudarlo.

 

Emma era dueña y señora de una cintura bellamente esbelta, cualidad de la que parecía estar muy consciente de poseer, pues no dudaba ni tantito en mostrársela al mundo entero, incluyendo a Tom. Y Tom no había podido resistirse más a no ir directamente a conseguir lo que sus deseos le dictaban, sobre todo cuando Emma parecía no haberlo encontrarlo a él tan feo aún si era el peor vestido de la fiesta. (Nota mental: no dejar que su madre le volviese a comprar un traje jamás).

 

Eso había sucedido el memorable día en que la película “La Cámara de los Secretos” se había hecho merecedora a un premio por ser el mejor DVD —según el sabio punto de vista y los votos de los niños que miraban el Disney Channel. En esa ocasión, Dan y Rupert, demasiado ocupados en la filmación, se habían quedado a trabajar mientras que Tom y Emma asistían a la infantil premiación. Y fue en ese evento donde Tom, ciertamente, se había quedado mucho más embobado por ciertos “atributos” demostrados por su femenina compañera que por el trofeo que había sido depositado en sus manos.

 

Tom se había sentido torpe y feo al asistir todo embutido en unos horrorosos pantalones y camisa negros —que le quedaban enormes—, mientras Emma había aparecido con algo tan sencillo como unos pantalones bajos y una coqueta blusa ajustada. Corta, que mostraba su deliciosa cintura y esbeltas caderas.

 

Y así fue como aquel evento de premiaciones llevado a cabo en un famoso teatro de Londres, había concretado lo que Tom llevaba meses fraguando: un romance entre Emma y él. Romance que, cosa curiosa, había venido a ser como un grandioso regalo de cumpleaños para el chico, ya que justo el día después de la fiesta había celebrado su decimosexto aniversario.

 

Lamentablemente, debido a las muy peculiares situaciones que reinaban en la vida de ambos, se habían visto obligados a mantener su “noviazgo” en secreto. Además de que el tiempo para estar juntos o salir como lo haría una pareja normal, era casi inexistente para ellos. Por lo que Tom y Emma, cuando estaban delante de los demás, tenían que conformarse con toquetearse o abrazarse un poco, usando la excusa de que sólo bromeaban y jugaban como con cualquier otro compañero. Debían contentarse con darse tímidos y rápidos besos entre el material de utilería en su camino a la cafetería, y con charlar y tontear durante esos ratos robados entre toma y toma tal como estaba sucediendo en ese momento.

 

Y como si no fuera poco que sus momentos juntos fueran leves y escasos, a eso tenían que sumarle la desastrosa realidad de que éstos estaban a punto de terminar. La filmación de la tercera película estaba por finalizar en esos días. Y para Tom, esas escenas afuera de la Casa de los Gritos, donde Hermione y Draco se hacían de palabras y llegaba un supuesto Harry invisible al rescate, eran sus últimas para la película. Terminando eso, se iría a casa y adiós, no tenía idea de cuándo volvería a Londres ni de cuándo volvería a ver a Emma. Seguramente hasta el estreno de la peli, lo que equivalía a muchos meses más.

 

Eso estaba pensando Tom cuando uno de los asistentes del director se acercó hasta ellos y le pidió amablemente a Emma que regresara a su lugar. Tom se burló y le sacó la lengua, riéndose discretamente por la cara de cachorrito que puso la chica ante el regaño, mientras que los chicos de utilería borraban sus huellas impresas en la nieve falsa. Tom intercambió una mirada de complicidad con Jamie y se encogió de hombros; todos sabían ya lo traviesa que era Emma y que no podía quedarse quieta en un sitio durante mucho tiempo.

 

Tom suspiró hondamente mientras se reacomodaba la chaqueta al más puro estilo Malfoy, echando un vistazo alrededor y agradeciendo de que en el plató tuvieran el aire acondicionado encendido de tal manera que realmente parecían estar en invierno. Al menos ahí dentro, ya que en el exterior, el verano calentaba con toda su potencia.

 

Aquel nevado plató era tan azul y blanco que deslumbraba. Era un poco difícil distinguir nada cuando dirigían los ojos hacia las cámaras, pues de ese lado todo era oscuridad y siluetas moviéndose entre las heladas sombras. Tom, concentrándose para mantenerse muy quieto en su posición y no provocar que los asistentes lo riñeran, clavó su mirada en la pequeña Casa de los Gritos de utilería que, posada al fondo del plató, daba la apariencia de profundidad y de mayor tamaño a pesar de no medir más de dos metros de alto. Tom se imaginó que dentro de la película se vería completamente auténtica y de tamaño normal, lo cual estaban bien, pues las cosas creadas digitalmente no engañaban ya a nadie, ni siquiera a los niños pequeños. Cuarón era un obsesionado por hacer las cosas así, rechazaba digitalizar nada a menos que no hubiera  más alternati…

 

El muy familiar movimiento de un cuerpo, visible apenas por el rabillo del ojo, capturó la atención de Tom. Lentamente y sintiéndose un poco nervioso, Tom giró su cabeza hacia las cámaras, donde un chico de baja estatura se había parado con los brazos cruzados, observando a los actores con intensidad.

 

A pesar de que no lo distinguía bien y no le veía la cara, Tom supo quién era él. Era Dan, estaba tan seguro que podía apostar. Tom tragó pesadamente, sintiéndose alterado. Observado y confundido, sin saber a ciencia cierta porqué.

 

El resto de la tarde pasó entre errores y tomas interminables, y Tom, con los nervios a flor de piel, sabía bien que Dan no le quitaba los ojos de encima. Lo sabía porque lo sentía.

 

Jamás en su vida se había sentido tan agobiado, al punto de que perdía hasta el temple, sólo por estar siendo observado por un simple espectador.

 

~

 

Un par de días después, Tom había terminado de filmar por fin todas sus escenas y además, había averiguado que el día en que se había sentido morir de los nervios por creer que Dan estaba entre las cámaras, realmente éste no había tenido llamado. Lo que volvía muy grande la probabilidad de que sí hubiera sido Dan el invisible pero intenso observador. Tom decidió que deseaba tener una charla con Dan antes de marcharse a casa. Las cosas no podían quedarse como estaban.

 

Así que, en cuanto se quitó de encima la ropa y el maquillaje que lo convertían en Draco Malfoy, Tom buscó su teléfono móvil y marcó el número de Dan. Sin embargo, sólo le respondió el buzón. O era que el chico todavía se encontraba trabajando, o era —lo más seguro y probable— que lo estaba evitando.

 

Caminando lentamente como para así retrasar el momento de llamar a su hermano que pasaría a buscarlo, Tom recorrió los pasillos de los estudios con la secreta esperanza de encontrarse con Dan. No era como si hubieran sido los mejores amigos del mundo o algo parecido antes de que… bueno, antes de que Dan se alejara de él, pero de igual manera, Tom sentía la necesidad de hablar con él. Al  menos, para saber el porqué.

 

Preguntando por aquí y por allá, Tom averiguó por fin en cuál plató estaba trabajando Dan. Filmando escenas con los grandes, con esos señores actores con quienes Tom apenas sí cruzaba palabra.

 

Llegó hasta el plató que le habían indicado, pero éste ya se encontraba vacío. Tom volvió a cuestionar a algunos trabajadores que limpiaban ahí y por fin alguien le dio un dato concreto. ¿El tráiler del señor Oldman? Oh, cielos.

 

Sin estar muy seguro de que si era lo correcto o no, sin estar plenamente convencido de lo que hacía, Tom salió a la zona donde estaban estacionados los tráilers de las estrellas del plató. Pero en cuanto el fresco aire del mes de septiembre le dio de lleno en el rostro, se detuvo en seco. ¿Qué demonios era lo que estaba haciendo? ¿Cómo iba a irrumpir así como así precisamente en el tráiler de Gary Oldman, de entre toda la gente? Era un enorme atrevimiento del cual no se sentía capaz.

 

Se quedó parado justo fuera de la puerta, esperando. No sabía qué. De nuevo, sacó su teléfono móvil, y de nuevo,  marcó el número de Dan. El tono se dejó escuchar un par de veces y, al fin, el chico respondió.

 

—¿Sí?

 

A Tom no le extrañó el tono frío e impersonal empleado por su compañero. Pero aún así, aún esperándolo, no fue nada grato escucharlo. Hizo una mueca antes de hablar.

 

—Hola, Dan, soy Tom —aclaró, aunque era obvio que Dan sabía que era él el que estaba al habla—. ¿Sabes? Hoy el mi último día en el estudio, y yo… —Se tiró de los pelos, inseguro y terriblemente mortificado, ¡qué papelón estaba haciendo!— ¿Podrías salir un momento para… para hablar?

 

Tom tenía el corazón desbocado, y se odiaba por eso. Las pocas milésimas de segundo que Dan se demoró en responder le parecieron una eternidad en el infierno.

 

—Pues… no lo sé, Tom. ¿Sabes? Estoy con el señor Oldman, y él, amablemente, me está enseñando a tocar el bajo, no sé si recuerdas que me regaló uno cuando… —Dan se silenció y Tom escuchó de fondo la voz inconfundible de Gary Oldman indicándole a Dan que por él no había problema, que lo podían hacer en otra ocasión—. De acuerdo —dijo Dan al fin—. Estoy en el tráiler del señor Oldman. ¿En dónde estás tú?

 

Tom cerró los ojos, creyendo que en cualquier momento ardería en combustión espontánea debido al calor producido por la infame vergüenza que estaba experimentando.

 

—Justo aquí afuera… en la salida del estudio —respondió con un hilo de voz.

 

—Bien. Te veo en un momento —respondió Dan, y colgó.

 

Tom devolvió su móvil a uno de los bolsillos y aguardó, cada vez más nervioso y embutiendo las manos dentro de sus vaqueros para poder secarse el sudor. Se atrevió a levantar la mirada hacia el rumbo donde sabía estaba el tráiler de Gary Oldman y, entonces, lo vio.

 

Dan venía hacia él, caminando lento y un poco cabizbajo. Era la actitud que había estado presentando hacia Tom desde el cumpleaños de éste, justo el día después de que Emma y él habían comenzado su pseudo-relación. Aquella tarde, ya en el estudio, los chicos del staff habían realizado un pequeño festejo en honor a Tom, y el beso que Emma le había dado delante de todos había vuelto más que evidente que entre él y ella existía algo.

 

Tom tendría que haber sido un tonto para no sumar dos más dos y darse cuenta de que el hecho de que él tuviera “algo” con Emma era la razón por la que Dan estaba molesto. Lo que no podía comprender era porqué, si el mismo chico le había confesado a Tom que no se sentía atraído por su amiga.

 

Y Tom no quería eso. O sea, Tom no quería a Dan enojado con él. Tom quería al chico parlanchín, cariñoso y seguro de él mismo que siempre había sido Dan. Diablos, nunca pensó que podría decir eso, pero Tom casi podía jurar que extrañaba todo su parloteo e hiperactividad.

 

Sin mirarlo ni una sola vez a los ojos, Dan llegó hasta él. Al igual que Tom, Dan iba vestido con unos simples vaqueros y una camiseta de algodón, aprovechándose de los últimos días cálidos del año. Pronto sería otoño y las lluvias y el frío llegarían otra vez, obligándolos a todos a vestir chaquetas y abrigos en el exterior.

 

Dan se quedó de pie ante Tom y no habló, en espera de que éste fuera el primero en decir algo. Tom se aclaró ruidosamente la garganta, fingió una sonrisa aunque no sirvió de nada —Dan ni siquiera lo estaba mirando a la cara—, y, liberando por fin sus manos de la prisión seca de los bolsillos de su pantalón, le dio a Dan un leve empujón.

 

—Así que tienes ni más ni menos que a Gary Oldman como profesor de música, ¿eh? —le preguntó afectuosamente—. Wow, eso es fantástico, Dan. Qué bien que aprovechas las ventajas de ser la estrella del pla…

 

—¿Qué quieres, Tom? —lo interrumpió Dan con tono irritado, levantando por fin sus ojos del suelo, donde los había tenido clavados todo ese tiempo.

 

Aunque la voz de Dan no había sido ni brusca ni dura, Tom sintió su tono cortante como un golpe al hígado. No había pensado jamás en que Dan podía comportarse así (siempre tan lindo, siempre tan dulce). Sea lo que hubiese sido que lo molestara, tenía que ser algo muy serio como para haberle trastocado tan violentamente su personalidad. Al menos en su comportamiento hacia Tom, porque con todos los demás continuaba portándose igual.

 

—Quería despedirme —fue la simple respuesta de Tom—. Me voy esta noche y no volveré más al plató… ya terminé con todas mis escenas. Será hasta el siguiente año, supongo.

 

Dan lo miró y arqueó las cejas, sin demostrar emoción en ninguna de sus variantes.

 

—¿Y no preferirías estar despidiéndote de Emma, mejor? —Agachó la cara antes de completar—: Digo, como es tu novia y eso…

 

Tom suspiró, sabiendo que su corazonada había sido cierta. Era eso lo que le molestaba a Dan. Que él anduviera con Emma. Mierda. Por lo visto, había supuesto mal al creer que a Dan no le gustaba la chica.

 

—Bueno —respondió Tom rascándose la cabeza—. No sé si “novios” sería la palabra que podría adecuarse a esto que estamos viviendo los dos. No creo que a un par de novios reales les importe tan poco dejar de verse durante meses como nos está ocurriendo a ella y a mí. ¿No? —Sonrió—. Me supongo que los novios verdaderos llorarán y se escribirán cartas de amor y esas cosas. Emma y yo no lo haremos, así que… me imagino que eso quiere decir que en realidad sólo somos amigos.

 

—Pero —insistió Dan, mirándolo a los ojos con intenso escrutinio—. ¿Te gusta, no?

 

Tom lo miró fijamente también. Asintió un poco para responder a la pregunta.

 

—Bueno, sí. Emma es muy guapa. —Le dirigió a Dan una mirada cargada de significado—. Tú también lo crees así, ¿no?

 

Dan no le respondió.

 

—Entonces, ¿no la consideras tu novia?

 

Tom volvió a rascarse la cabeza, preguntándose cuál era la prioridad para él en ese momento. ¿Quería la amistad de Dan o un noviazgo con Emma? Diablos, qué terrible era que tuviera que elegir.

 

—Dios, Dan, no lo sé. Creo que si te dijera que no, que no la considero mi novia, Emma me mataría… acordamos no decírselo a nadie, pero supongo que puedo confiar en ti. Sin embargo, siento como si, con este receso, ese “noviazgo” fuera a irse por el caño.

 

Dan sólo lo observó intensamente, sus azules ojos llenos de un sentimiento que Tom no podía definir.

 

—Entonces, ¿te gustan las mujeres? —preguntó el chico moreno en voz tan baja que Tom apenas sí lo escuchó.

 

Tom se rió, nervioso y sorprendido ante semejante cuestionamiento.

 

—¡Claro que me gustan las mujeres, Dan! ¡Dios, ¿qué tipo de pregunta es esa?!

 

Para su enorme alivio, Dan le correspondió la sonrisa (aunque ésta tenía un cierto dejo de tristeza) y se encogió de hombros. Bajó los ojos de nuevo al suelo y murmuró:

 

—No lo sé, yo… Jamás he estado con ninguna chica.

 

Tom continuó riéndose nerviosamente, decidido a aprovechar el aparente resquebrajamiento en el hielo para poder derretir el témpano completo.

 

—Bueno, eso no significa que no te gusten. Yo nunca he conducido un coche y me encantan, me muero por tener uno. —Pensó en agregar “Así como te gusta Emma, te gustarán las demás”, pero no se atrevió. Decidió que lo mejor era dejar establecido que lo suyo con Emma no era de gran seriedad, así Dan podría tomar la decisión que mejor le contentase—. Como sea, en serio creo que esto que tengo con Emma no merece llamarse “noviazgo” o “relación”. Y estoy seguro que Emma opina lo mismo que yo.

 

Al decirle eso, Tom sabía que podía estar firmando su sentencia de muerte con respecto a su relación con Emma, pero si con eso podía obtener de vuelta al Dan de siempre, pues bienvenido fuera. Continuaron hablando, dejando el incómodo tema de las relaciones a un lado y abordando otro tipo de tópicos, donde Tom se sentía más seguro y confiado. La sonrisa de Dan volviéndose cada vez más y más amplia y Tom respirando tranquilo otra vez.

 

Sin ponerse de acuerdo y sin dejar de charlar, entraron juntos al edifico de los estudios y se dirigieron hacia la cafetería. Tom invitó a Dan a cenar mientras le contaba de sus propias peripecias como músico y cantante, y de la ocasión en que casi terminó como integrante del coro infantil de una iglesia.

 

Poco a poco y espontáneamente, su amistad pareció retroceder a los días anteriores al cumpleaños de Tom. A aquellos tiempos donde todos los del elenco eran sólo amigos —nada de “noviecitos”— y donde Dan era el más alegre y bocazas de todos, sobre todo con Tom.

 

~

 

Una hora más tarde, cuando finalmente el hermano de Tom llegó por él, el apretón de manos que había recibido de parte de Dan junto con la promesa de constantes y regulares correos electrónicos, regocijó a Tom muchísimo más que los besos furtivos intercambiados con Emma en un oscuro corredor un par de horas antes.

 

Y durante los meses que siguieron a su regreso a casa, nunca se paró a analizar el porqué de esos sentimientos, ni tampoco el motivo por el cual le entusiasmaba mucho más regresar a Londres para hacer música junto con Dan que para volver a besar a Emma. Y mucho menos se cuestionó por qué, el día de Navidad y con Emma al teléfono en llamada de larga distancia, Tom se lo pasó admirando la foto que Dan le había enviado como postal y que le acababa de llegar un día anterior.

 

Si no hubiera estado tan ocupado mandándole besos telefónicos a Emma, tal vez —sólo tal vez— Tom se tendría que haber detenido a pensar por qué demonios sus pulgares parecían haber cobrado vida propia y, sin que él se diera cuenta, estaban en ese momento acariciando con enorme ternura la fotografía navideña, rozando sin parar, una y otra vez, las sonrosadas mejillas de Dan.

 

 

 

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