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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

Epílogo I

 

 

Regla 13

Antes de obsequiar un regalo, espera primero a ver qué es lo que el otro gilipollas te da a ti. Y entonces, regálale algo mucho más costoso. Sólo para hacerlo sentir mal.

 

Excepción

… O para hacerlo mucho más feliz de lo que él te hizo a ti.

 

 

________________________________________

 

 

El día que Draco Malfoy cumplió veinticuatro años, llevaba casi tres meses unido a Harry Potter, dos de ellos como novio oficial. Para ese entonces, en el apartamento de ambos reinaban los cambios que suelen realizarse en pro de una convivencia de pareja, o al menos, eso era lo que Harry alegaba cada vez que le proponía a Draco renovar algo.

 

Por ejemplo, habían elegido la mejor recámara (la de Draco, obviamente, que era la que tenía la ventana más grande) para dormir juntos. Harry había usado todo el sueldo de su segundo trabajo como guardaespaldas para adquirir montones de muebles nuevos y de la más alta calidad, consintiendo cada capricho de Draco. La moderna y comodísima cama tamaño King que un día apareció en su cuarto, les mereció una larguísima sesión de dulce sexo con la excusa de que debían estrenarla de inmediato.

 

El otro cuarto, el de Harry, había sido acondicionado como estudio/oficina, lo cual resultó muy útil para los negocios de los dos. Draco se pasó una semana completa quejándose de que no sabía cómo diablos había aceptado mudarse en un principio con Harry a ese apartamentito con sólo dos habitaciones, cuando él, por lo menos, necesitaba una más para tener sus libros, papeles de trabajo y un lugar medio decente en donde recibir a sus clientes al momento de firmar los contratos de compraventa de las casas. Harry tuvo que darle mucho sexo para que al fin dejara de quejarse, claro está, además de que Draco tuvo la excusa de que debían estrenar cada mueble de su reluciente oficina. Escritorio, sillón ejecutivo, sillas para las visitas, armarios… Le dieron tanto uso a esa nueva habitación que, la primera vez que Draco atendió a una pareja de potenciales compradores ahí, tuvo que luchar con todas sus fuerzas para eliminar la erección que estuvo con él durante todo ese tiempo. Culpa de que cada mueble en ese sitio le recordara una noche o tarde pasada ahí con Harry.

 

Y más tarde, Harry pagó las consecuencias de eso. Porque con un Malfoy no se juega ni se le provoca sin compensarlo después. Así que Draco lo amarró a la cabecera de la cama y lo puso a cuatro patas sobre su recién estrenado colchón, dándole un justo castigo por haberlo hecho pensar en él de aquella manera mientras vendía una casa. Bueno, no fue como si Harry se hubiera quejado demasiado durante el castigo, a decir verdad. Draco tomó nota de eso y de hacérselo mucho más duro para la siguiente ocasión.

 

Por lo tanto, para el 5 de junio de ese año, el apartamento de ambos lucía como el hogar de una pareja, y no como el de un par de amigos que sólo viven juntos y comparten el pago del alquiler. La diferencia no era mucha, pero Draco podía apreciarla, y aunque a veces lo asustaba, la mayor parte del tiempo lo hacía estúpidamente feliz. Tan estúpidamente que se avergonzaba y buscaba cualquier pretexto para pelear con Harry de inmediato, porque si no, le entraba un ataque de pánico; es que, ¿cómo se podía ser tan feliz y que no estuviera a punto de pasar nada malo?

 

Y cuando se levantó el día de su cumpleaños número veinticuatro, sabía —de alguna manera sabía— que iba a ser el mejor cumpleaños que había pasado en mucho, mucho tiempo. Simplemente, vivir con Harry de esa manera, ya lo hacía bueno.

 

Aunque tampoco era que estuviera esperando un gran despliegue de originalidad de parte de alguien tan poco agraciado mentalmente como lo era Harry. Por eso, al despertar, no le sorprendió mucho que el moreno le llevara el desayuno a la cama, procediera luego a hacerle el amor de la manera más dulce, y después, le informara que esa tarde tenían reservación a las seis para cenar. Cuando Draco le preguntó de cuál restaurant se trataba, Harry sólo enrojeció y le pidió esperar. Entonces, salió a toda prisa del apartamento a un supuesto negocio que tenía pendiente en algún sitio fuera.

 

Draco, quien había decidido tomarse ese día libre, tuvo que hacer un espacio en su agenda de holgazanería para limpiar con magia el estropicio que Harry había dejado en la cocina después del desayuno (detalle que ya le cobraría a Harry más tarde) y, luego, se dio un largo baño en la tina nueva que Harry había instalado en el baño de su cuarto. Se moría de ganas por ver hasta dónde podía llegar la creatividad de su Harry.

 

Era increíble. Merlín, ¿quién hubiera pensado que vivir como novio de alguien podía ser tan empalagosamente bueno? Si no hubiera sido porque Draco sabía que sonreír demasiado causaba arrugas, esa mañana su cara hubiera sido una sonrisa permanente y constante.

 

 

Harry regresó poco antes de las cuatro, le dio un largo beso a Draco a manera de saludo, y enseguida le comunicó que debían darse prisa, pues esa noche tenían varios sitios a los cuales ir y su agenda estaba muy apretada. Dejando a Draco con la duda de a qué se refería con eso, Harry puso manos a la obra para convertirse en un novio decente del que el rubio no se avergonzara, y se marchó al baño para ducharse y arreglarse. Draco, por su parte, pasó un rato un tanto apurado soñando despierto con cierta parte de la anatomía de Harry que también estaba apretada y que en ese momento el cretino tenía que estar enjabonándose.

 

Tanto estuvo pensando en eso que, cuando Harry salió de ducharse, Draco también tuvo que bañarse otra vez.

 

 

Faltando cinco minutos para las seis, Harry se paró frente a él, lo miró a los ojos y le sonrió nervioso.

 

—Sólo espero haber hecho lo correcto y que… no me mates —le dijo.

 

Draco abrió la boca para preguntarle a qué se refería, pero Harry no lo dejó. Dando un paso hacia Draco, lo abrazó fuertemente y se desapareció con él.

 

En medio de la vertiginosa sensación que siempre le producía la desaparición (sobre todo la conjunta cuando era ejecutada por alguien más), Draco no pudo dejar de maravillarse al darse cuenta que era la primera vez que Harry lo hacía desde el día que había ido a buscarlo a la casa de Richmond. Si había estado practicando, Draco lo ignoraba. Pero si era la primera vez que lo hacía desde entonces, Draco lo mataría por temerario y por atreverse a llevárselo a él de corbata en su experimento.

 

Se aparecieron en medio de un soleado y verde paisaje, demasiado familiar para los dos y cargado de dolorosos recuerdos. Estaban en Wiltshire, frente a la Mansión Malfoy.

 

En cuanto se recuperó de la aparición, los ojos de Draco se dirigieron de inmediato hacia su antiguo hogar. El sol de la tardía primavera todavía bañaba la casa a pesar de lo avanzado de la hora, y los grandes ventanales de la Mansión parecían ser ojos, negros y muy abiertos, algo tenebrosos y sin dejar entrever lo que sucedía en su interior. Y por todo el descomunal jardín delantero, los pavos albinos que siempre habían estado ahí desde su infancia, aún seguían pululando sin pena, gozando del tibio clima y hermoso ocaso de aquel día.

 

Aunque a Draco le alegraba visitar la Mansión —y más ahora que su padre no estaba ahí—, no pudo evitar sentir un poquito de decepción. Había esperado pasar ese día a solas con Harry, no con su madre y vete tú a saber quién más interrumpiendo su intimidad.

 

—¿Narcisa nos espera? —preguntó mientras abría la verja y permitía que Harry entrara antes que él, haciendo su mejor esfuerzo para no demostrar su desilusión; no quería parecer un bobo romanticón delante de Harry ni de nadie.

 

—No —fue toda la respuesta de Harry, quien prestamente comenzó a caminar hacia el lago en vez de hacia la casa. Draco lo siguió, cada vez más desconcertado y preguntándose qué tipo de sorpresa podrían haber planeado dos personas tan peculiares como lo eran su amante y su querida madre.

 

El largo paseo por los jardines fue muy agradable, tanto, que después de un rato, a Draco se le olvidó el motivo de su estadía ahí. En un momento dado, llegaron ante el árbol donde solía estar la casita de madera que…

 

Un momento.

 

Draco se detuvo en seco, mirando hacia el árbol cuyas ramas ahora estaban vacías.

 

—¡¿Qué diantre pasó con mi…?! —comenzó a exclamar, interrumpiéndose mientras su cerebro trabajaba en un intento de explicarse la ausencia de su pequeña mansión.

 

Lo único que se le ocurría era que tal vez Lucius había tenido algo que ver con eso, pero… ¿Cómo? No era posible, el hombre estaba en Azkaban. Entonces, ¿qué había sucedido?

 

Harry llegó hasta su lado y lo abrazó firmemente.

 

—Oye, mira hacia allá —le dijo Harry con voz suave, indicándole con un gesto de la cabeza hacia otro árbol mucho más grande que estaba aproximadamente a unos cien metros de ahí.

 

Draco suspiró con alivio cuando vio su casita en aquel otro árbol, y tuvo que parpadear varias veces ante la ilusión óptica que lo hacía verla mucho más grande de lo que en realidad era. ¿Quién demonios se había atrevido a cambiarla y por qué? Giró su cabeza hacia Harry.

 

—¿Tú sabes quién es el responsable de esto? —preguntó Draco y Harry se sonrojó de inmediato—. ¿Potter?

 

Harry pareció encogerse en su sitio, pues a esas alturas de su relación, que Draco le llamara a Harry por su apellido era un signo de que estaba realmente cabreado o, al menos, a punto de estarlo. Draco abrió la boca con mucha indignación, pues el gesto de culpa que Harry demostraba, no le estaba gustando.

 

Pero antes de que pudiera preguntar nada, Harry lo tomó de la mano y lo arrastró con él el trecho que los separaba del otro árbol, tan rápido que Draco tuvo que mirar a su alrededor para comprobar que nadie lo estaba mirando correr así tomado de la mano de Potter. Y conforme se acercaron al árbol, Draco se vio imposibilitado para echarle la bronca al moreno, ni por lo de la casa ni por llevarlo a trompicones por el jardín.

 

Su sorpresa fue inmensa al darse cuenta de que no se había imaginado que su casa era más grande, sino que realmente era así. ¡Su diminuta casa del árbol, en la que no había podido entrar desde la adolescencia, ahora era de tamaño… normal! ¡O sea, tamaño adulto! Pero… ¿cómo?

 

 

—¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó con un susurro al llegar al pie del árbol y mirar hacia arriba de la trampilla, extasiado ante la posibilidad de poder ingresar de nuevo en su antiguo refugio si quería.

 

A su lado, Harry comenzó a explicar con un gesto algo abochornado.

 

—Narcisa me contó lo importante que era esta casita para ti, y lo mucho que te había dolido el día que ya no pudiste entrar en ella, el primer verano que regresaste de Hogwarts. Así que pensé que… no sé, tal vez ha sido una idea terrible, pero yo quería… quería…

 

Draco desvió su mirada de la casa hacia Harry. El moreno estaba rojo y se rascaba la nuca con desesperación, evidentes signos de su gran nerviosismo. Draco luchó para tragar el nudo de su garganta.

 

—¿Cómo lo hiciste? —fue su nueva pregunta.

 

Harry se atrevió a encararlo cuando se dio cuenta que Draco, a su vez, lo miraba a él. Observó el rostro de Draco durante un momento, tal vez buscando alguna señal de enojo, y al no encontrarla, procedió a explicarse, mirando alternadamente entre los dos árboles y gesticulando con ganas:

 

—Le aplique un engorgio a todas y cada una de las piezas que integran la casita… Bueno, pero antes de eso, primero tuve que moverla del árbol anterior a éste, porque el otro no era lo suficientemente grande como para haber sostenido el peso de la casa una vez aumentada de tamaño. —Se rió un poco antes de continuar, como si rememorara algunos buenos ratos pasados ahí. Draco pudo apreciar la chispa sin igual que brillaba en los ojos verdes de Harry, la chispa de la aventura y la travesura, y tuvo ganas de besarlo sólo por eso—. Debiste vernos, a los elfos y a mí. Porque tu madre me los prestó. Estuvimos trabajando durante una semana entera, y justo terminamos apenas ayer. Los pobres elfos y yo casi nos volvimos locos, porque primero tuvimos que desarmar la casita, pieza por pieza, transportarla hasta acá, y, antes de armarla de nuevo, yo les aplicaba el engorgio, y un elfo, el que parecía  más listo de todos, fue quien me dijo cuál pieza unir con cuál, y Merlín, yo que nunca fui bueno con los rompecabezas, me costó…

 

De pronto se silenció, y miró hacia Draco con preocupación.

 

—¿Te molesta? —le preguntó ansiosamente.

 

Draco tragó, luchando por contener sus emociones. Meneó la cabeza en un gesto negativo, dándose cuenta de todo el tiempo y esfuerzo que Harry habría tenido que invertir en ese proyecto, y teniendo mucho miedo de preguntarle al respecto.

 

—Pero, el engorgio no es permanente, Harry. ¿Cómo haces para que la casa no vuelva a su tamaño normal?

 

Harry pareció volver a la vida cuando Draco le preguntó eso en vez de pegarle un puñetazo o lanzarle un hechizo; suspiró y relajó su postura. Se rió un poco antes de responder.

 

—Pues lo mantengo.

 

Draco se quedó boquiabierto durante unos segundos.

 

—¿Lo… mantienes?

 

—Pues sí. Si no, ¿de qué otra manera podrías disfrutarla? Aunque sea solo por un día, yo quería que… pudieras volver a entrar. Y… y si te apetece invitarme… Sólo si tú quieres, claro. Pero si deseas entrar solo, lo comprenderé. En serio.

 

Draco sonrió, incrédulo, dándose cuenta de la enorme cantidad de magia que Harry tendría que estar empleando momento a momento para sostener tantos malditos encantamientos engorgio al mismo tiempo y sin cesar. Merlín, eso no tenía que ser nada fácil. No podía ser fácil.

 

Draco meneó la cabeza en un gesto negativo al pensar lo poderoso que era Harry como mago, y lo ingenuo que resultaba al ignorarlo por completo.

 

—¿No? —preguntó Harry, evidentemente decepcionado y malinterpretando el gesto que Draco acababa de hacer con la cabeza—. Bueno, en ese caso… ¿quieres que te deje a solas?

 

Harry comenzó a caminar hacia atrás, más rojo que un momento antes, pero Draco levantó un brazo y lo alcanzó. Tiró de Harry hacia él y lo tomó entre sus brazos, apretándolo fuerte, atrapando sus labios con los suyos y besándolo con furia, porque no podía demostrarle su agradecimiento de otra manera menos vergonzosa, porque tal vez no sabía cómo hacerlo, porque…

 

—Merlín, Harry —suspiró Draco contra los labios de Harry, y éste estaba jadeando, ambos besándose y acariciándose como si fuera la primera vez que lo hacían—. ¿Qué hice mal para terminar queriendo así a un idiota como tú? Respóndeme porque yo no lo comprendo.

 

Harry se quedó congelado y Draco sintió cómo abría los ojos. Draco también sintió el impulso de abrirlos y arrojar a Harry lejos y decirle que no era cierto lo que acababa de confesar, pero se contuvo.

 

Después de todo… era cierto.

 

Lo que Draco hizo en vez de huir de su propia revelación, fue volver a besar a Harry, sin darle tiempo de pensar ni de preguntar, y éste se dejó dominar, permitiendo que el beso que Draco le estaba otorgando pasara de la desesperada furia pasional a un gesto mucho más cálido y suave, mucho más tranquilo… más lento. Draco acunó las mejillas de Harry con sus manos y lo besó durante lo que parecieron ser horas, lamiendo y mordisqueando sus enrojecidos labios, sin cansarse de hacerlo, gozando con cada gemidito y pujido emitido por el moreno, separando sus caras al fin y mirándolo a los ojos con gran sinceridad.

 

Harry lo miró expectante.

 

—¿De verdad me quieres? —le preguntó en un susurro.

 

Draco se mordió los labios, obligándose a no bajar la mirada.

 

—Eso fue lo que dije, ¿no?

 

Y entonces, fue Harry quien lo besó a él.

 

Aunque no demoraron mucho en esa actividad, pues Harry de pronto pareció recordar que su agenda estaba apretada e insistió en continuar con su horario. Invitó a Draco a pasar a la casita (ahora toda una casa en forma) y él entró detrás del rubio.

 

A Draco casi se le humedecieron los ojos de la emoción al ver el interior tal como lo recordaba, pero no iba a permitirse la debilidad de llorar por semejante tontería. Así que sólo soltó un par de risitas nerviosas mientras recorría las habitaciones que tenía la casa, mientras tocaba cada lujoso y hermoso mueble, muebles que su padre le había mandado a hacer y que eran réplicas en miniatura de algunos de los que los Malfoy poseían en su Mansión. Aunque, claro, en ese momento ya no eran más miniaturas, sino muebles de tamaño real.

 

Harry y él se pasearon por cada rincón, Draco narrándole a Harry todas las aventuras pasadas ahí, todas las anécdotas ocultas tras las cosas y juguetes que habían permanecido guardados en ese sitio durante más de una década y de cuya existencia Draco se había olvidado. Le habló de la tarde en la que llenó la casita con todos los animales que se pudo encontrar en el bosque con miras a realizar un zoológico, de las noches pasadas ahí junto con Crabbe y Goyle, los tres muertos del miedo y arrepentidos de no haber pernoctado en la Mansión, de la ocasión en la que llevó a Pansy y ésta trató de besarlo casi a la fuerza, aún siendo tan sólo una niña de diez años, pero muy precoz.

 

—Fue tan repugnante que no me cupo duda alguna de que yo era más gay que esta casa misma —comentó Draco, más entusiasmado con sus recuerdos felices de lo que se hubiera atrevido a afirmar ante Harry—. Imagina, por culpa de Pansy, a los diez años ya sabía que era marica.

 

Harry se rió sin decir nada. De hecho, durante todo ese tiempo no había dicho gran cosa, sólo miraba a Draco y todo lo que le mostraba, asintiendo contento con la cabeza a cada frase dicha por él. Pero a pesar de su mutismo, sus gestos eran más que expresivos; sus ojos brillaban con una satisfacción y un orgullo que Draco pocas veces le había visto al moreno.

 

Terminaron el recorrido en el elegante comedor, cuya mesa sólo poseía seis sillas en vez de las treinta y dos que tenía el comedor principal de la Mansión.

 

—Sentémonos un momento aquí —le pidió Harry.

 

Draco se sentía demasiado excitado como para sentarse y descansar, pero aún así, hizo lo que Harry le pidió. Y en cuanto se sentaron, apareció sobre la mesa la cena que Harry le había prometido, aunque a esas alturas a Draco ya se le había olvidado aquel ínfimo detalle. Miró los alimentos, seguramente enviados por los elfos de la Mansión desde la cocina de allá, y no pudo evitar reírse alegremente al darse cuenta de cuáles platillos eran.

 

—¡Por todos los dioses! ¡Toad in the Hole! —exclamó alegre y soltó un par de buenas carcajadas—. ¡Mira, Harry, éste era mi platillo favorito cuando niño! Y la verdad, hacía años que no lo comía.

 

Señaló con una mano la fuente de horno que contenía el plato principal de la cena. Se trataba de un plato típico inglés muy simple y considerado poco elegante, el cual había sido su adoración de pequeño (desde una ocasión que lo probó en el Caldero Chorreante), y que había causado que Narcisa se estremeciera del horror. Sin embargo, su amor de madre (y unas cuantas pataletas de Draco) lograron que se resignara a regañadientes a consentir que los elfos se lo guisaran de vez en cuando.

 

El platillo constaba de unas salchichas fritas y enormes, horneadas en budín de Yorkshire, dando como resultado un delicioso pastel listo para servir. Miró los otros platos que acompañaban la cena y casi jadeó de placer: puré de patatas, patatas y nabos asados, salsa de carne, verduras al vapor, y crumble de frutas con helado, un postre por el cual Draco era capaz de asesinar.

 

Asombrado, levantó la mirada hacia Harry, quien en ese momento tenía en la cara el gesto de culpabilidad más grande en la historia de gestos culpables de la humanidad. Y al instante, Draco supo por qué era eso.

 

—¿Tú lo cocinaste? —preguntó en tono divertido, no tan sorprendido de que Harry hubiera hecho tal cosa por él, pues en ese momento ya nada le parecía imposible.

 

Harry asintió, una abochornada sonrisa casi oculta en su gesto, agachando la mirada y tomando un plato de la mesa.

 

—Le pregunté a Narcisa, y ella me contó… —murmuró bajito y tratando de no sonreír mientras comenzaba a servir una buena ración de cada platillo—, cuáles eran tus platos favoritos cuando eras niño. Y yo, bueno, vine y los preparé en la tarde, cuando te dejé en el apartamento. Los elfos me hicieron el favor mantenerlos calientes, y les di instrucciones de que los mandaran para acá en cuanto las protecciones les indicaran que nos habíamos sentado.

 

Terminó de servir el plato y se lo pasó a Draco, quien lo tomó sin saber qué decir.

 

—¿Vino o cerveza? —le preguntó Harry con una enorme sonrisa, quizá presintiendo en el silencio de Draco el agradecimiento que éste sentía.

 

—Ninguno —respondió Draco con gesto serio, el cual, evidentemente, descolocó un poco a Harry.

 

Sin decir más, Draco depositó en la mesa el plato que Harry le acababa de dar, y se levantó de la silla con decisión. El gesto de Harry se descompuso en uno de gran preocupación.

 

—Pero, ¿qué…?

 

No pudo terminar la frase porque Draco se paró frente a él y, tomándolo de la camisa, tiró de Harry para levantarlo. Y una vez que ambos estuvieron de pie, Draco le metió zancadilla para tirarlo al suelo, y Harry aterrizó ahí haciendo un ruido sordo y arrastrando a Draco con él.

Draco tira a Harry, por Cirsea
Draco tira a Harry, por Cirsea

 

 

         Harry tuvo que sofocar un gemido de dolor porque de pronto Draco estaba completamente encima de su cuerpo, haciendo el mayor contacto posible como si quisiera hacerse uno con él, besándolo con mucha más pasión que el momento previo que habían compartido bajo el árbol, quitándole cualquier oportunidad de pensar, hablar o quejarse.

 

Pero pronto Harry era completamente materia disponible y dispuesta, flojito el cuerpo y la boca abierta, permitiendo el asalto de Draco y recibiéndolo con indudable gusto y placer. Draco sintió las manos de Harry aferrarse de su camisa a la altura de su cintura; luego, ir más arriba, hacia su espalda, y tirar de la tela como si quisiera quitársela. Lo escuchó gruñir dentro del beso y ese pequeño sonido gutural fue que lo terminó de enloquecer.

 

Sintiéndose explotar de ansiedad, Draco tuvo que sentarse a horcajadas sobre Harry para apoyar su peso en las piernas y así poder llevar las manos hacia el pantalón del moreno.

 

Harry gimoteó un desesperado y falto de aliento “Dios, Draco” en cuanto se dio cuenta cuáles eran las intenciones de éste sobre él.

 

—Maldito seas, Potter —masculló Draco, todavía inclinado todo su torso sobre el de Harry, sin dejar de besarlo, comenzando a desabrochar su bragueta, los dedos temblando—. Te haré pagar por esto. Nadie me hace sentir así sin… sin…

 

Draco sabía que sólo estaba diciendo tonterías y que en realidad lo que su boca deseaba era gritar lo mucho que quería a Harry y el enorme agradecimiento que aquellos regalos le hacían sentir. Pero no podía, aunque quisiera, no podía, así que mejor optó por quedarse callado y besar a Harry hasta el cansancio. Intentando demostrarle de esa manera —a besos, a mordidas, a caricias— todas esas emociones desconocidas para él hasta hacía poco y que en ese momento lo estaban sobrepasando.

 

Y Harry se dejó hacer por Draco, sin dejar de acariciar su espalda por encima de la tela de su camisa, levantando las caderas para ayudar a Draco a bajarle el pantalón y los calzoncillos, y resoplando incoherencias cuando el rubio terminó de desvestirlo de la parte inferior.

 

Draco, que había tenido que arrodillarse para poder desnudar a Harry, arrojó las prendas de éste a un lado y, más hambriento por el cuerpo del otro que por la cena en la mesa, tragó la saliva que llenaba su boca ante la simple visión que se presentó ante él. Harry lo miró, abriendo las piernas aún más y suspirando entrecortadamente de pura insatisfacción. Su erección, acunada entre brillante vello negro y completamente dispuesta parecía llamar a Draco, una minúscula gotita de pre-eyaculatorio brillando en la punta esperando a ser lamida por él. Draco casi se dejó caer sobre su regazo, y de inmediato, comenzó a chupar aquella sedosa y morena piel.

 

—Oh, Draco —gimoteó Harry, arqueando las caderas de manera involuntaria hacia arriba, deseando obtener más de la boca del otro—. La comida… —Una lamida a todo lo largo de su dureza y Draco lo escucho sisear largamente—. Ssssiii… Y… y… nuestra agenda. Es…ehhhhstaba… ¡está muy apretada! Necesitamooos… —Draco depositó la erección completa dentro de su boca, apretando los labios y moviendo su lengua con fuerza. El cuerpo de Harry respondió con un movimiento involuntario, con su piel erizándose toda—. Oh… Dios, sí. Así… —suspiró, rindiéndose al fin.

 

Draco se rió lo más que el miembro de Harry en su boca se lo permitió, pensando en esa estrechez que tanto ansiaba probar y que no tenía nada que ver con la agenda de Harry y que ya en ese momento lo estaba volviendo loco.

 

—Lo siento, Harry —le dijo, separando su boca de la erección del moreno, dejándola empapada de saliva, brillante e hinchada—, pero yo necesito comprobar realmente cuán estrecha es… —le cerró un ojo mientras le separaba las piernas todo lo que era posible—, tu agenda.

 

Harry gimió y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás y arqueando las caderas al instante que un dedo ensalivado de Draco se sumergía dentro de él. Todavía con la camisa puesta, arrugada casi hasta la altura del pecho, apretando los puños y con las rodillas levantadas de tal manera que le ofrecía toda una vista a Draco, Harry se veía deliciosamente sensual. El sudor perlaba su frente y provocaba que su cabello se le pegara a la cara, despertando en Draco las ganas de comérselo vivo a mordidas, a besos, a polvos… a lo que fuera. Excitado hasta un punto que le obnubilaba el cerebro, Draco movió su dedo dentro de Harry en búsqueda de su próstata, encontrándola y haciendo que su adorable amante se sacudiera en medio de un gran sobresalto de placer.

 

Mordiéndose los labios para no jadear, Draco se llenó con aquella vista mientras continuaba dilatando la apretada entrada de Harry, acariciándolo por dentro con la mayor suavidad y tino que podía hacerlo, haciéndolo estremecerse, vibrar, retorcerse. Sin embargo, la saliva en su dedo se secó rápidamente, por lo que, algo desesperado y tembloroso, Draco usó su otra mano para buscar por los bolsillos de su pantalón el tubo de lubricante que siempre cargaba con él. Lo abrió y casi lo vació por completo sobre la mano que ya trabaja en Harry, apresurado y exaltado como se encontraba.

 

Aprovechándose de la inesperada y abundante lubricación, Draco enterró un dedo más en la exquisita entrada de Harry, la cual devoró sus dos dígitos casi con avidez, y Draco gimió ante eso, deseando preparar a Harry a toda velocidad pero obligándose a ir lento, a ir suave, sacando y metiendo aquel par de dedos mientras se desabrochaba su propio pantalón con su otra mano.

 

No se dio tiempo para sacarse nada de su ropa ni para quitarle a Harry nada más. No podía hacerlo. Las ansias y el deseo que venía acumulándose en él desde un par de horas antes, cuando Harry se había metido a duchar —y que el hecho de que Harry le hubiera hecho el amor en la mañana de nada había servido para mitigar—, se desbordaron en ese momento, obligándolo a preparar a Harry lo más rápido que podía, a pesar de que su mente le gritaba que tuviera cuidado, que lo hiciera lento y con prudencia para disfrutarlo, pero no podía, no podía, porque necesitaba con todas las fuerzas de su alma entrar en Harry, poseerlo, adueñarse, estar seguro que ese pedazo de hombre tan bueno y generoso, tan poderoso como león y al mismo tiempo tan tierno como gatito, era suyo, sólo suyo y de nadie más.

 

Y así, sin quitarse su propio pantalón y sólo bajándolo un poco para liberar su húmeda erección, Draco retiró los dedos de la entrada de Harry, dejándola ya lista, ya a punto, elevando sus muslos hasta su pecho y depositándose lentamente en él, ahí, follándoselo en el mismo piso de madera del refugio de su niñez, donde algunas veces jugó con un amigo imaginario que, él sabía, había tenido el nombre de El Niño-que-vivió, pero donde jamás se le ocurrió siquiera pensar que llegaría a estar así con él.

 

Harry se dejó poseer de aquella manera, gimiendo y lloriqueando de puro goce, arqueando el cuerpo hacia Draco cuando éste se retiró, tirando de su nuca para besarlo cuando Draco volvió a penetrarlo, murmurando puras y adorables incoherencias contra su boca, contra su cuello o contra su hombro cubierto con la tela de una de sus mejores camisas de diseñador. Los gestos de Harry y su manera de dejarse hacer el amor eran tan de entrega, que Draco se sintió su dueño y señor, y con el pensamiento de que era el hombre más afortunado del universo, acrecentó la marcha, aceleró sus movimientos, entrando, saliendo, oh, por Merlín, su polla húmeda de lubricante dentro del cuerpo ardiente de Harry, calor, estrechez, humedad, y sus ojos se quedaron en blanco, la adorable vista de un Harry sudoroso y apasionado desapareciendo, sólo podía ver blanco y más blanco, puntos brillantes como el sol de afuera, y por dentro de su cuerpo una ansiedad indescriptible creciendo, aumentando cada vez que su erección entraba en Harry y se veía rodeada con semejante estrechura y oh-dios-mío, todo se salió de control cuando sintió una mano de Harry reptar entre ellos y buscar la polla del moreno, quien comenzó a acariciarse con furia y rapidez.

 

En su mente podía ver la deliciosa erección de Harry siendo pajeada por él mismo. En su mente y en sus sentidos, los cuales le gritaban que Harry no podía resistirlo más.

 

—Dra-Draco… —jadeó Harry sin nada de aliento—, así, así, por Dios, no pares… ya casi, sí, así… ahí

 

Draco apretó las piernas de Harry para apalancarse, y sacando fuerzas dios sabía de dónde, golpeó con mayor rapidez, buscando el ángulo preciso y logrando que Harry liberara un grito tan ronco que lo hizo gimotear a él también.

 

Harry se corrió con tanta fuerza que Draco sintió los chorros de su semen golpetear su pecho y abdomen, su entrada estrujando alrededor de él, y, no pudiendo más, Draco también se permitió culminar, intentando no gritar, no gemir, mordiéndose los labios y enterrándose en Harry tanto que temió hacerle daño, dejándose perder en uno de los mejores orgasmos que había experimentado con él.

 

Y cuando al fin todo terminó, Draco se dejó caer sobre el cuerpo tibio y sudoroso de Harry, abrazándolo y repitiendo en su mente sin parar las dos palabras que su corazón gritaba desde hacía mucho pero su boca y orgullo no le habían dejado decir, y que en ese momento parecía cuestión de vida o muerte no permitirles salir.

 

—Harry, eres un idiota, un idiota… Por tu culpa he profanado el sitio sagrado de mi niñez —murmuró, deseando decir lo que sentía pero optando por bromear para salir del paso. Pero entonces escuchó a Harry reírse bajito, lo cual lo hizo sonreír a él también y le dio el valor que tanto estaba requiriendo. No pudiendo contenerse, prosiguió hablando, o mejor dicho, suspirando, pues no tenía nada de aliento en los pulmones como para hablar con propiedad—: Es tu maldita culpa que te ame tanto, siempre es tu culpa por ser cómo eres, es tu culpa que yo no tenga más opciones que quererte de esta manera. Merlín, como te sigo odiando algunas veces por hacerme sentir así… Por hacerme amarte así.

 

Harry, quien se había quedado muy callado, de pronto suspiró un “Yo también te amo, Draco” y lo abrazó apretadamente, y Draco sintió, más que vio, cómo las mejillas de Harry se impregnaban de una humedad ajena totalmente a su actividad sexual.

 

Sin decir nada, Draco se incorporó un poco y le limpió a Harry la cara con los pulgares, un mudo gesto que intentaba pedir perdón por haberse demorado tanto en confesar su amor, arrancando una sonrisa agradecida del adorable rostro sonrojado de Harry.

 

Y mucho rato después, la cena continuaba en la mesa sin ser tocada por ellos, mientras se abrazaban, bromeaban y reían en el piso de madera de la casita. Sin embargo, el aroma que desprendían las viandas terminó de despertar su apetito, y entonces, Harry los limpió a los dos con un movimiento de su mano antes de levantarse y acomodarse la ropa.

 

Draco observó aquel inocente despliegue de magia sin varita, y meneó la cabeza con incredulidad. Aun así, la admiración que sentía por Harry como mago, no podía superar a la que le profesaba por ser un ser humano tan excepcional.

 

Aproximadamente una hora más tarde, cuando hubieron terminado de cenar a las apuradas y riéndose sin parar, Harry le dijo a Draco que debían marcharse ya si es que querían llegar a tiempo a su siguiente parada. Sin decir más, se adelantó hacia la trampilla que conducía abajo, dejando a Draco a solas en la casa del árbol.

 

Harry terminó de bajar las escaleritas y trató de armarse de paciencia para esperar, distrayéndose en escuchar los ruidos que emitían los insectos nocturnos y contemplando las luces mágicas que iluminaban el fastuoso parque de la propiedad. Quería permitir que Draco tuviera la intimidad suficiente como para despedirse de aquel sitio que, según le dijo Narcisa a Harry, había sido donde corría a ocultarse cuando la vida no resultaba fácil para él. Lo cual había ocurrido en muchas más ocasiones en las que cualquier niño lo hubiera merecido.

 

Pateando una piedra y sentándose en un banco cercano, Harry cavilaba en que no sabía que había sido peor, si haber sido huérfano y haber vivido con los Dursley, o haber tenido un padre como Lucius Malfoy. Sin embargo, algo en su interior le decía que la opción de Draco tenía varias atenuantes: haber tenido una madre como Narcisa y, al menos, no haber pasado hambre. Suspiró profundamente, alegrándose de que las cosas al fin estuvieran componiéndose en la vida de su adorado rubio y decidiendo dejar de lado esas comparaciones odiosas. Nervioso, miró su reloj de pulsera y se puso de pie pensando en que era hora de llamar a Draco pero sintiendo mucha pena por tener que hacerlo.

 

Afortunadamente, no fue necesario. Draco venía bajando justo cuando Harry se acercó de nuevo al árbol. Esperó de pie a que su novio —todavía le costaba creer que Draco fuera justamente “eso”— terminara de llegar hasta el suelo, y entonces, lo abrazó fuertemente en cuanto lo tuvo al alcance. Fue un abrazo donde deseaba decirle tantas cosas, y ofrecerle su cariño y comprensión, y Dios mío, no puedo creer que me hayas dicho que me amas, y siento mucho todo lo malo que te ha pasado.

 

—¿Debes terminar con el encantamiento, verdad? —le preguntó Draco a Harry al separarse de él, y éste notó que evitaba mirarlo a los ojos.

 

Harry asintió, tratando de no sentirse ofendido y sabiendo que si Draco se comportaba así, era porque tal vez estuviese algo sofocado por la emotiva situación.

 

—Sí —le confirmó, sin dejar de sentir algo de tristeza—, tengo que terminarlo. No creo poder aguantar un día más con tanta de mi magia depositada aquí. Lo siento.

 

Draco meneó la cabeza, clavando la vista en su casa de madera.

 

—No lo sientas. Ha sido… —se silenció un momento—. Ha sido un regalo fenomenal. A mí nunca se me hubiera ocurrido, ni mucho menos me hubiera molestado en trabajar tanto sólo para poder volver a entrar… ahí.

 

Harry se acercó a Draco y le pasó un brazo por los hombros, todavía evitando verlo a la cara para no abochornarlo más. Al momento que pegó su cuerpo al del otro, sintió un enorme bulto en dirección del bolsillo de su pantalón. Harry se separó un poco y le preguntó, intentando contener una sonrisa:

 

—¿Qué llevas ahí?

 

Draco abrió mucho los ojos y durante un largo momento no dijo nada. Harry juraba que estaba algo sonrojado, pero el parque ya estaba tan oscuro a esa hora que era imposible precisarlo. Draco tragó, se movió hacia un lado hasta soltarse completamente del abrazo de Harry, y respondió con un evasivo pujido que sonó algo parecido a “Cosas”.

 

—¿Algún recuerdo de la casa? —presionó Harry, cada vez más divertido—. ¿Un juguete olvidado por ahí, tal vez?

 

Draco se negó a responder. Sólo se removió nerviosamente en su sitio y pidió con voz estrangulada:

 

—Vamos, Potter. Termínalo de una puta vez. ¿No te lo has pasado berrando que nuestra agenda está muy apretada?

 

Harry soltó una risita y decidió no seguir tentando a su suerte con Draco. Suspiró, y levantando su varita hacia la casa, murmuró:

 

Finite.

 

Y con eso, en medio de mucho crujir de madera y movimiento, la casita recuperó su reducido tamaño normal. Draco inclinó la cabeza hacia un lado para verla mejor; Harry supuso que era porque en ese árbol se le veía mucho más pequeña que en el anterior, seguramente porque ese roble era de mayor tamaño.

 

—Mmmmm. Vaya que es pequeña —caviló Draco.

 

—¿No te gusta aquí? —Se apresuró a preguntar Harry—. Si quieres puedo regresarla a su árbol original, pero me temo que tendrá que ser otro día, porque hoy…

 

—No, no —lo interrumpió Draco—. Déjalo así. No queda mal, a decir verdad.

 

Draco suspiró profundamente, sin decir más pero sin decidirse a retirarse, los ojos aún clavados en la pequeña construcción. Harry presentía su tristeza, y pensó que era una verdadera pena que en la familia Malfoy no fuera a haber más niñitos que gozaran de aquella monísima casita. Miró de nuevo su reloj de pulsera y casi pega un brinco al ver la hora que era.

 

—Merlín, Draco, ¡se nos hace tarde! —le dijo al rubio, y éste lo miró—. Y tenemos que llegar a la función de las ocho.

 

—¿Función de las ocho? —preguntó Draco con gesto desconfiado—. ¿De qué?

 

Harry sonrió ampliamente al pensar en el siguiente regalo que le tenía preparado.

 

—Te voy a llevar al cine —le dijo con tono triunfante.

 

Draco hizo una mueca de incomprensión y no tuvo tiempo de más, pues Harry lo abrazó más fuerte y se desapareció junto con él.

 

No era que la aparición ya fuera pan comido para él, pero la emoción del momento y el haber estado conjurándola sin parar en los ratos libres de su anterior trabajo, le daban la confianza necesaria para volver a realizarla y, sobre todo, para llevarse a Draco junto con él sabiendo que jamás volvería a hacerle daño. Claro que jamás le confesaría al rubio que había sido su compañero de trabajo —aquel alemán que le había enseñado a hacer el doppelgänger y de quien Draco se había sentido tan celoso— quien lo había ayudado a vencer totalmente su fobia a la aparición, obligándolo a practicar una y otra vez en sus descansos de trabajo.

 

Situación que Draco no necesitaba conocer. Para nada. Porque ahora, después de cierta insinuación que Luca Lang le había hecho a Harry durante una de aquellas ocasiones, éste se había dado cuenta que los celos del rubio no eran nada infundados.

 

Olvidándose del tema, Harry se concentró con todas sus fuerzas en el momento. Logró aparecerlos a los dos de vuelta en su apartamento, pero no bien se habían materializado sobre el suelo cuando Harry ya estaba tirando de la mano de Draco para sacarlo de ahí, y éste, mareado y sorprendido, no tuvo tiempo ni de quejarse. Harry lo hizo bajar volando por las escaleras, pero al llegar a la calle, Draco pareció recuperar la capacidad de gritar y le paró el alto.

 

—¡Harry, detente! —exclamó, y Harry obedeció, mirándolo fijamente y respirando con agitación debido a la carrera—. Me niego a seguir corriendo —continuó Draco, jadeando sin aliento—. Cualquiera que sea el sitio a donde vamos, creo que no importará si llegamos unos pocos minutos tarde.

 

Harry miró su reloj otra vez. Bueno, eran las ocho menos cinco. En realidad, era la hora perfecta.

 

—Está bien —dijo, encogiéndose de hombros y sonriéndole a Draco—. Caminemos con calma.

 

Le tendió una mano a Draco y éste, arqueando una ceja con desconfianza, le preguntó:

 

—¿Seguro? ¿No me volverás a arrastrar de esa manera tan indigna?

 

Harry se rió de buena gana.

 

—No, hombre. Te lo prometo.

 

Draco sonrió y le tomó la mano sin decir más. Harry lo dirigió directo a la avenida Shaftesbury y, de ahí, recorrieron con toda tranquilidad las pocas manzanas que los separaban del cine Curzon. Harry se estremecía de alegría contenida, sabía que aquello le iba a encantar a Draco.

 

Llegando a la esquina del cine, Harry compró las entradas y regresó por Draco, quien, parado en la acera, leía la cartelera con sumo interés y algo que parecía susto.

 

—¿Listo? —le preguntó Harry, ofreciéndole la mano y una sonrisa alentadora.

 

—Pero… ¿es una pantalla grande, dices? —cuestionó Draco y Harry asintió—. ¿Y habrá mucha gente dentro?

 

—Puede ser, es un estre… —comenzó a responder Harry, pero Draco lo interrumpió.

 

—¿Y si no logro contenerme, y me emociono, y los muggles me miran raro? ¡Me rehúso a pasar vergüenzas el día de mi cumpleaños!

 

Harry se sonrió.

 

—No te preocupes por eso, lo tengo resuelto.

 

Le cerró un ojo y le volvió a tender la mano. Draco tragó, pero aceptó. Le cogió la mano a Harry y caminó junto con él por la entrada principal, las escaleras y el corredor.

 

—¿Cuál película vamos a ver? —preguntó Draco en voz baja, impactado por la elegante y enorme sala de cine pero intentando disimularlo.

 

—Indiana Jones —sonrió Harry.

 

—¿Indiana Jones? ¡Pero, si ya las hemos visto todas cientos de veces! ¿No me lo has dicho tú mismo?

 

Harry sentó a Draco en un buen sitio casi al mismo tiempo que las luces se apagaban e iniciaba la proyección.

 

—Sí, pero esta es una nueva.

 

—¿Nueva? —gritó Draco, provocando que la gente a su alrededor exclamara “shhh” en diferentes niveles de intensidad y molestia—. Pero, yo ni me había enterado, y…

 

Harry levantó una mano y murmuró:

 

Muffliato.

 

Draco lo miró sin decir más, seguramente comprendiendo que Harry acababa de formar un escudo a su alrededor que no permitiría que los demás en la sala escucharan los gritos y vítores que acostumbraba soltar cuando una película lo excitaba. Una enorme sonrisa comenzó a dibujarse en las facciones del rubio, quien, al final, no pudo evitarlo y soltó una carcajada.

 

—¡Merlín, Harry! ¡Tenía años que no usaba ese encantamiento y lo había olvidado!

 

—Ahora podrás gritar todo lo que quieras, mi adorara reina del drama.

 

Draco lo miró con los ojos entrecerrados e hizo un mohín de afectación.

 

—Qué te den. —La película dio inicio con unos chicos vestidos con la moda de los 60’s paseando a toda velocidad en un coche de la época, y Draco gimió de placer, llevándose los puños cerrados a la boca para contenerse—. Ahhh, qué grande se ve todo… —susurró para él mismo, volcando toda su atención en la pantalla y olvidándose de Harry.

 

Pero éste jamás se hubiera sentido ofendido por eso. Para él fue un enorme placer mirar a Draco hacer todo tipo de gestos mientras la cinta corría, observarlo gritar de emoción cuando la sombra de Indiana Jones se proyectó contra uno de los autos de los rusos, pujar con algo de decepción cuando se dio cuenta que también por Harrison Ford habían pasado los años y que ya no era más el joven apuesto de las primeras películas.

 

—Bueno, pero ahora es un viejito interesante… y sigue siendo atractivo, sin duda alguna —continuaba murmurando Draco sin parar, sin tener la menor consideración y haciendo que Harry se congratulara de haber colocado el encantamiento muffliato a su alrededor, aunque los muggles más cercanos a ellos no cesaran de picotearse las orejas debido al zumbido que seguramente estarían escuchando.

 

Draco se emocionó tanto durante las escenas de acción —y sintió mucho asco con las de romance barato— que Harry se preguntó seriamente si los muggles en la sala no encontrarían extraño el hecho de que aquel rubio estuviera gesticulando exageradamente, moviera los labios sin parar y, no obstante, no emitiera sonido alguno. De vez en vez, Harry echaba un vistazo alrededor para cerciorarse de que no hubiera nadie mirándolos en exceso. Sin embargo, no quiso recordarle a Draco que los muggles sólo no lo escuchaban, porque sabía muy bien que Draco, de no estar tan excitado y olvidado de todo, se mortificaría terriblemente de saber que los demás lo estaban viendo hacer caras como si fuera un mimo profesional. Después de todo, a veces la ignorancia era una bendición…

 

Y cuando lograba quitarse de la mente lo raro que los dos lucían en la sala de cine, Harry se perdía extasiado contemplando a Draco, aprovechándose de que éste no le hacía el menor caso, de que la emoción por la magia del cine lo embargara tanto que lo hacía olvidarse de mantener la pose y las máscaras que, por lo regular, regían su diario actuar. Harry miraba y miraba y no podía creer en su suerte, en que ese maldito y guapísimo hijo de puta lo hubiera elegido a él teniendo la oportunidad de estar con cualquiera, y, sobre todo, que apenas hace un par de horas le hubiera repetido que lo amara en la que seguramente había sido la primera ocasión en que semejante declaración salía de su adorable boca.

 

Harry tenía mucha suerte. Desde el día que Voldemort no pudo matarlo, debió haber sabido que había nacido con más estrella que nadie. Y esa buena fortuna lo había llevado, después de varios años de celos y sinsabores, directo a los brazos de Draco. Harry no podía pedir nada mejor que eso.

 

Y así, los minutos pasaron y la película terminó, volviendo a todo el mundo a su realidad. Y cuando los créditos aparecieron en la pantalla y toda la gente comenzó a abandonar la sala, Draco —quien estaba todo sonrojado por las emociones vividas en esas dos horas— hizo un intento por levantarse de la silla. Pero Harry lo detuvo tomándolo del brazo.

 

—Espera, Draco —le pidió con la voz lo suficientemente alta como para hacerse oír sobre el tema de Indiana Jones que amenizaba los créditos—. Todavía falta.

 

—Pero… —Draco se sentó de nuevo—. ¿No se ha terminado ya?

 

—Espera. Sólo un poco y verás —le suplicó Harry, pues esa era la única oportunidad de ver lo que estaba por pasar. Era sólo en esa función y nada más que en esa función, en la que los directivos de los cines Curzon habían accedido a proyectar aquello.

 

Draco frunció el ceño con extrañeza, pero aceptó esperar sin decir nada más.

 

Transcurrieron un par de minutos más mientras la gran mayoría de las personas se retiraron. Como siempre, unos pocos fanáticos de ésos que adoran hasta beberse los créditos, esperaron hasta lo último, confiando en que a veces después de eso las películas traen alguna sorpresita extra.

 

Pero en esa ocasión, la sorpresa era sólo para el fan número uno de Indiana Jones en Inglaterra, aunque nadie más que Harry pudiera saberlo.

 

Cuando terminó por completo todo lo relacionado con la película, el rostro maduro pero atractivo de Harrison Ford —todavía caracterizado como su personaje estrella— apareció en la pantalla, llenándola por completo y saludando a la audiencia. Draco, que no quitaba los ojos de la pantalla de cine y que apenas sí parpadeaba, los abrió mucho más cuando el actor pidió una disculpa y avisó que “estaba aprovechando la ocasión para mandarle un saludo de cumpleaños a su más grande admirador en el Reino Unido: el joven Draco Malfoy”.

 

 Las pocas parejas y amigos que quedaban en la sala comenzaron a murmurar y a buscar a su alrededor, sin comprender de qué se trataba aquello. En cambio, Draco tenía los ojos clavados en la pantalla, y Harry sudaba frío, rogando a todos los dioses que eso no hubiera sido un error y que Draco no lo matara en cuanto Ford terminara de hablar.

 

—Me han contado de este chico que, desde que descubrió las maravillas del Séptimo Arte, ha sentido una especial fascinación por mis tres cintas anteriores de Indiana Jones —decía Harrison Ford, mirando a la cámara que lo filmaba y acomodándose en la cabeza el sombrero del personaje—, lo cual es sumamente halagador para mí dada la existencia de tantas y tantas cintas mucho mejores que las mías. —Se rió con esa risa tan sensual que poseía, y sin dejar su mueca torcida, continuó hablando—: Así que aquí estoy, aprovechando el estreno de El Reino de la Calavera de Cristal, que casi coincidió con el cumpleaños de mi amigo Draco, para mandarle un gran saludo y decirle… —Miró hacia la cámara, directo, como si al que estuviera viendo fuera al mismísimo Draco, y concluyó—: Feliz Cumpleaños, Draco Malfoy. Espero que te guste lo que he enviado para ti.

 

Harrison Ford guiñó un ojo y con eso, la filmación terminó.

 

La gente de la sala, quien seguramente jamás imaginó que el mencionado “joven admirador” estuviera presente ahí mismo con ellos, salió sin mirar hacia donde Draco y Harry aún continuaban sentados. Draco estaba en verdadero shock; no se movía, no hablaba, no parpadeaba. Harry tuvo miedo de que ni siquiera respirara.

 

—Eh… ¿Draco? —lo llamó Harry, comenzando a preocuparse—. ¿Te… te gustó?

 

Draco giró la cabeza hacia él. Bueno, al menos seguía vivo. Pero el mutismo en que estaba sumido asustaba cada vez más a Harry.

 

—Harry —comenzó a decir Draco, y éste se consoló en el hecho de que no lo hubiese llamado “Potter”—… Harry…

 

—¿Sí?

 

—¿Dónde está el regalo que me ha enviado Indiana Jones? —le preguntó tomándolo de los brazos—. Merlín, ¡lo quiero YA!

 

Harry soltó una carcajada que retumbó por toda la sala del cine.

 

—¡Espera, espera! —le pidió cuando Draco comenzó a zangolotearlo.

 

—¡Potter! —decía Draco—. ¡Esto no es gracioso! ¿Acaso de das cuenta? ¡Harrison Ford me ha enviado un regalo! ¡A MÍ!

 

—¡Claro que me doy cuenta, Draco! —respondió Harry entre risas—. ¡Si hemos sido nosotros quienes se lo hemos… eh, pedido! —Harry se contuvo a tiempo de decir “comprado”, pues no quería arruinarle el momento a Draco. Suponía que los regalos no le sabrían igual si se enteraba de que Harry había pagado una pequeña fortuna por ellos, en vez de ser un regalo espontáneo de su estrella de cine favorita tal como lo estaba creyendo.

 

Al oír aquello, Draco dejó de sacudirlo y se puso mucho más serio que lo que había estado en todo el día.

 

—¿“Nosotros”? —preguntó con voz funesta—. ¿Tú y quién más?

 

Harry rodó los ojos, sabiendo que Draco ya sabía quién era el otro “quien”.

 

—Luego te cuento, ¿quieres? Ven, tengo tu regalo en la casa, justo debajo de la cama. Sabía que nunca se te ocurriría buscar ahí.

 

Draco arqueó una ceja con fingida molestia. Harry sabía que eso era demasiado tentador como para decir que no. Y así, Draco se permitió ser arrastrado hacia el apartamento de regreso, aunque eso de “arrastrado” fue un decir. Porque, en realidad, fue él quien casi llevaba a Harry corriendo junto a él, siendo que apenas unas horas antes había proclamado que tal cosa le daba vergüenza extrema.

 

Un par de horas más tarde, en el famoso club Heaven, Harry y Cliff estaban apoyados de espalda contra la barra, tomándose una cerveza helada mientras, enfrente a ellos, Draco bailaba con el sombrero de Indiana Jones puesto en la cabeza.

 

Harry no tenía ojos para nadie más que para ese bastardo rubio, el cual irradiaba atractivo y una enorme carga de puro erotismo a cada movimiento que hacía. Incluso, a ratos, Harry se olvidaba de que tenía una botella en la mano esperando a ser bebida por él, la boca abierta y casi babeando por el espectáculo que Draco le estaba ofreciendo. Y Draco, a su vez, parecía no estar bailando para nadie más que para su moreno; pues a pesar de estar rodeado de otros hombres, el rubio no tenía pareja ni danzaba con nadie en particular, todos sus sensuales movimientos y seductora sonrisa estaban dedicados nada más que para Harry.

Draco con el sombrero de Indiana, por Cirsea
Draco con el sombrero de Indiana, por Cirsea

 

 

Éste lo sabía, por eso no sentía la menor pizca de celos, a pesar de que todos alrededor de Draco parecían estar esperando el más mínimo momento para saltar sobre él. Harry sabía, de alguna manera, lo sabía, que Draco jamás tendría a nadie más, que sus días del rey de los cuartos oscuros habían quedado en el pasado.

 

Además, después de bailar durante casi una hora sin parar y después de tres polvos en un mismo día (el de la mañana, el de la casa del árbol y el de regresando del cine), Harry estaba al borde del colapso por cansancio. En cambio, Draco, sin usar drogas y casi sin beber alcohol, parecía disponer de energía de sobra como para bailar toda la noche sin parar, y aquello podía deberse —Harry confiaba— a la felicidad de un día entero lleno de satisfacciones.

 

—Sí que le gustó el regalito de Indiana Jones, ¿verdad? —preguntó Cliff alegremente mientras él y Harry veían a Draco inclinarse el sombrero sobre los ojos, imitando a la perfección la sonrisa torcida del héroe, y a todos los hombres de su alrededor, babear codiciosos.

 

Harry casi podía reír de lo orgulloso que se sentía. ¿De verdad era novio de ese pedazo de hombre que parecía despertar los más oscuros deseos en todos?

 

—Sí, vaya que le gustó —le respondió a Cliff con aire ausente, recordando los momentos que acababan de vivir en su apartamento. Suspiró profundamente antes de continuar. Y agradece que lo convencí de que dejara el látigo en casa. —Al oír eso, Cliff se giró hacia Harry y lo miró con cara de incredulidad—. Sí, quería traérselo —le confirmó Harry—. No me preguntes para qué. Sólo… imagínatelo.

 

Cliff soltó una buena carcajada.

 

—Mejor me imagino el uso que debió haberle dado en casa… contigo —comentó Cliff , cerrándole un ojo a Harry y arrancándole un sonrojo espectacular. Cliff no perdió pista de eso y se rió con más ganas, sabiendo que había dado en el blanco—. ¡Qué suerte tienes de tener un novio como Draco! Un pervertido en tu vida, y para ti solito. Mmmm… La de cosas que harán… —Cliff miró alrededor, cómo buscando con quién bailar, o hacer algo mejor que sólo eso—. Tendré que encontrarme mi propio pervertido para mí, a ver si también quiere usar un látigo.

 

Harry se rió, luchando por eliminar su bochorno.

 

—De acuerdo, pero no se lo pidas prestado a Draco, que no creo que lo suelte ni para dormir. Apenas sí puede creer que Harrison Ford lo saludó en la sala de cine y que le mandó el sombrero y el látigo que usó en la película. No ha dejado de preguntarme si no lo hechicé para que simplemente se lo imaginara sin que hubiera sido cierto.

 

—¿Se puede hacer eso? —preguntó Cliff.

 

—Bueno… sí. Es parecido a lo que aquellos cretinos te hicieron a ti, ¿recuerdas? Sólo que en vez de sólo borrar recuerdos, también se agregan unos falsos a la mente de la víctima.

 

—Dios, niño —siseó Cliff y se estremeció en medio de un escalofrío—. No me recuerdes ese episodio, que de verdad me asusta. Ahora me pregunto seriamente cómo diablos no me cagué en los pantalones —agregó y se rió con ganas—. Creo que en el fondo, pero muy en el fondo, no soy tan marica como dice mi padre.

 

Harry se acercó hacia él y le pasó un brazo por los hombros. Se los apretó con fuerza un breve momento, intentando decirle con ese gesto todo lo mucho que le agradecía que hubiese soportado todo lo que tuvo que pasar cuando el juicio contra Lucius Malfoy, sus dos cómplices y el famoso Doctor.

 

—Nada de marica, Cliff. Fuiste muy valiente. Y más al permitir que también los aurores y todo el Wizengamot en pleno vieran tu recuerdo.

 

Cliff correspondió el abrazo de Harry, acurrucándose contra él y pasándole un brazo por la cintura.

 

—No fue por valiente. Lo hice porque se necesitaba para hundir a esos hijos de puta en la cárcel. Es que, ¡es de no creerse! Que hayan querido que Draco te matara… Dios, lo recuerdo y se me pone la carne de gallina. Imagina, si Draco lo hubiera conseguido… jamás en su vida se lo hubiera perdonado.

 

Harry no respondió. Simplemente miró hacia su novio, quien seguía bailando sin mostrar señales de cansancio. No había salido a un club desde aquella terrorífica vez que lo habían asaltado Moore, Fowler y su propio padre, y parecía completamente dispuesto a recuperar el tiempo perdido.

 

Harry, al igual que Cliff, se estremeció ante el mero pensamiento de lo que hubiera pasado si aquellos malvados se hubiesen salido con la suya.

 

—¿Cuántos años fue que les dieron, Harry? —exclamó Cliff alegremente.

 

A pesar del regocijo que Cliff sentía ante aquello, Harry no pudo evitar ponerse serio. El tema no le agradaba en absoluto, y tanto él como Draco, siempre evitaban hablar al respecto. Sin embargo, Cliff parecía no intuirlo.

 

—¿Para qué lo preguntas si ya lo sabes? —le respondió Harry, intentando no sonar enfadado.

 

—¡Me encanta oírlo! —canturreó Cliff levantando los brazos en uno de los gestos más gay que Harry le había visto hacer. Y eso, ya era decir.

 

No pudo evitar sonreírse un poco ante la mariconería del otro. Pero sólo un poco. Aborrecía ese tema porque odiaba imaginarse al padre de Draco en la cárcel, porque detestaba recordar que Lucius había querido asesinarlo simplemente por ser la pareja de su hijo (y peor aún, que hubiera estado dispuesto a convertir en Draco en el ejecutor de eso), y, sobre todo, porque sabía lo mucho que le dolía a Draco que las cosas se hubiesen tenido que dar así.

 

Sin embargo, Harry creyó que podía decirlo. Suspiró con pesar y dijo en voz alta y clara, intentando mostrar con sus palabras que el asunto no le gustaba y deseando que Cliff lo dejara en paz de una vez.

 

—Veinte años para Lucius, Cliff. El intento de homicidio, el secuestro y hechizar la mente de alguien, no es un juego —dijo Harry casi para él—. Moore y Fowler se llevaron cinco años a cada uno, y el Doctor, otros diez y el retiro de su licencia para ejercer.

 

Cliff pareció (¡por fin!) captar el tono serio empleado por Harry, porque no dijo más. Los dos se quedaron en silencio, mirando hacia Draco y, tal vez, creyó Harry, pensando en las mismas tristes cosas.

 

—No se merece un hijo de puta como padre —dijo Cliff, confirmando los pensamientos de Harry.

 

—Sí, Cliff. Pero aún así, es su padre. Y, diablos, no lo sé. Es… es duro tomar partido en contra de él.

 

Cliff suspiró y no dijo más, y Harry deseó de todo corazón que ya diera el tema por zanjado. Se perdió en la vista ofrecida por Draco, y pronto se olvidó de esa escabrosa conversación.

 

Desde la pista de baile e iluminado por las luces de neón, Draco le envió un provocativo beso a Harry y le cerró un ojo, moviendo un dedo como invitándolo a ir con él. Harry le sonrió cálidamente, mordiéndose los labios y negando con la cabeza, dándole a entender que estaba completamente molido y no podía más. Todavía sin poder creer en que Draco sólo desease bailar con él.

 

Cliff, que no perdía detalle de la interacción de ellos dos, sonrió con evidente satisfacción.

 

—¿Y cómo se tomó Draco el detallito de que hubiera sido Parker… digo, Creevey, quien te ayudó a contactar a Harrison Ford?

 

Harry sonrió al recordar la escena de celos que Draco le había organizado en el cuarto al enterarse de eso, pero que fue rápidamente apaciguada cuando el moreno sugirió que podía usar el látigo original de Indiana Jones (oh-dios-mío-el-que-usó-en-la-película) para castigarlo a él. Desnudo. Y atado.

 

—Bueno, pues bien… supongo —dijo con ese tonito que había usado antes y del cual Cliff no tardó en adivinar qué tenía escondido debajo. De nuevo, Cliff se rió  mucho y Harry continuó hablando en un esfuerzo por disimular su vergüenza—. Al principio le costó entenderlo, pero le hice comprender que, de otro modo, hubiera sido imposible para mí llegar hasta el señor Ford. Colin, en cambio, gracias a su trabajo como fotógrafo de semejante revista influyente, tiene un montón de contactos.

 

Cliff arqueó las cejas en un gesto de escepticismo.

 

—¿Y Creevey? ¿Cómo se lo tomó?

 

—Muy bien, Cliff, de verdad que sí. Después de todo lo que pasamos, creo que Colin ve a Draco con otros ojos. Parece que por fin ha aceptado lo nuestro, pues antes de irse me dijo que su único deseo es que yo sea feliz… aun si es con Draco —finalizó Harry encogiéndose de hombros.

 

Cliff asintió, bebiéndose el resto de su cerveza de un trago.

 

—Bien por él. —Desvió su mirada hacia un lado y gritó—: ¡Dios mío, o eso que viene ahí es una mujer de verdad, o es el mejor travesti que he visto en muchos años!

 

Harry se giró para ver de quién hablaba Cliff. Casi se cae con todo y cerveza al comprobar que la mujer que Cliff le señalaba era nada más ni nada menos que Narcisa Malfoy.

 

—¡Es la madre de Draco! —chilló Harry, no sabiendo cómo sentirse ante eso.

 

Narcisa, majestuosa y elegante en un hermoso vestido largo, caminaba entre el montón de gays sudorosos y semidesnudos que brincaban y bebían por todo el lugar. Harry creyó que su mandíbula había caído hasta el suelo, pues no sólo era asombrosa la presencia de aquella bruja ahí  lo que lo tenía maravillado, también era la manera en que iba vestida y arreglada: sencillamente espectacular, nada que envidiarle a ninguna famosa actriz muggle. Ataviada con un vestido negro que gritaba su alto costo, maquillada y peinada con discreción y elegancia, Narcisa se veía guapísima, recordándole  a Harry a cierta belleza antigua, como del estilo de Coco Chanel. Jamás en toda su vida, Harry recordaba haberla visto vestida de muggle, y, sin embargo, no lo hacía nada mal para ser su primera vez.

 

Narcisa, completamente ajena a las parejas que se devoraban a besos lugares más impúdicos que la boca, caminó directamente hacia Draco y le picó un hombro con suavidad. Harry y Cliff, con la boca abierta, miraron al chico reaccionar y girarse hacia su madre, abrir la boca en un grito de terror como si temiera que ella lo cruciara ahí mismo delate de todos. Durante unos segundos todos parecieron contener la respiración, pero al final Narcisa sonrió alentadora y discreta, y Draco pareció darse cuenta de que no había ido ahí para matarlo.

 

Su rostro traslucía la alegría que sentía, y olvidándose durante un instante de su siempre fría y compuesta postura, permitió que Narcisa lo abrazara apretadamente por un momento. Entonces, Draco tomó del codo a la mujer y la condujo con suavidad entre la gente hasta la barra, donde la música era un poco menos estridente y se podía charlar, y donde Harry y Cliff los esperaban mucho más que atónitos. Draco con el sombrero de Indiana Jones y Narcisa vestida de Chanel marchando entre un montón de gays bailando desaforados, era una imagen que Harry nunca en su vida podría olvidar.

 

Ahí, Narcisa saludó a Harry con un cariñoso beso.

 

—¿Cómo va todo, querido? ¿Han pasado un lindo día?

 

Harry asintió, ligeramente avergonzado al recordar las tres veces que había hecho el amor con Draco ese día y, de verdad, deseando que Narcisa no contara a la Legeremancia como una de sus tantas dotes.

 

—Qué bueno —continuó Narcisa, arrugando un poco la nariz—. Pues yo tuve que decidir a aparecerme aquí porque, de otro modo, el día hubiera terminado sin poder darle su abrazo de cumpleaños a Draco…

 

—Madre —la interrumpió Draco—, antes que nada, quisiera presentarte a alguien muy querido para mí. —Tiró de Cliff hasta ponerlo enfrente de la elegante mujer, y él y ella se miraron a los ojos por un momento. Harry tragó saliva, no sabiendo cómo iba a reaccionar Narcisa ante aquel sencillo chico muggle—. Su nombre es Clifford Collier, pero entre nosotros le llamamos Cliff. Es mi mejor amigo… después de Harry, claro. Y es muggle, como podrás suponer.

 

Los cuatro se quedaron callados durante un momento, sólo mirándose con tensión. Harry sabía que aquello era un tipo de prueba que Draco le estaba poniendo a Narcisa, y no comprendía por qué. Harry temía que eso humillara a Cliff, pues se podía dar el caso —lo más probable— que Narcisa ni siquiera aceptara darle la mano.

 

—Cliff —continuó diciendo Draco, quien, al contrario de Harry, parecía muy seguro con la situación—, esta hermosa y noble dama, es mi madre, Narcisa Malfoy.

 

El chico tragó fuerte y extendió su mano hacia la mujer, de esa manera gentil que se usaba entre los más recalcitrantes caballeros ingleses.

 

—Mucho gusto, señora —dijo Cliff con una voz varonil que Harry y Draco casi nunca le escuchaban, y que de seguro era su tono normal cuando no andaba en sus mariconeadas—. Es un verdadero placer conocer a una mujer tan hermosa, y mucho más si es la estimada madre de mi mejor amigo.

 

Pasaron unos pocos pero angustiantes segundos, y Narcisa por fin levantó la mano. Pero, para sorpresa de todos, antes de dársela a Cliff, levantó su otra mano y procedió a quitarse el guante que traía puesto en la derecha. Con mucha parsimonia y elegancia, tiró de cada dedo de la suave prenda de seda negra, terminando al fin de retirárselo y dándole su mano desnuda a Cliff, de modo que éste pudo tomársela y darle un gentil beso en el dorso.

 

—El placer es mío, joven —dijo Narcisa, sonriendo suavemente y aceptando el gesto de Cliff de buen grado—. Me es sumamente grato conocer al mejor amigo muggle de mi hijo. A usted, especialmente, Cliff, porque sé lo mucho que ha ayudado a Draco a integrarse a su mundo —continuó diciendo Narcisa, manteniendo a los tres chicos sinceramente impresionados y boquiabiertos—. De hecho, deseaba poder agradecerle en persona todo lo que ha hecho por él y por mí.

 

El rostro de Cliff se iluminó, y mientras él dejaba ir la mano de Narcisa, Harry pudo observar que Draco respiraba aliviado. Había sido un movimiento temerario, ya que Harry estaba seguro de que era la primera vez en toda la vida de Narcisa que ésta se dignaba permitir que un muggle le besara la mano.

 

Mientras Narcisa charlaba algunas trivialidades con Cliff, Harry aprovechó para tirar de Draco y susurrarle al oído:

 

—Serás cabrón, Draco, ¿cómo se te ocurrió hacer eso? ¡Tu madre bien pudo haber hechizado a Cliff en vez de darle la mano, y lo sabes!

 

Draco sonrió enigmático, le dio un beso a Harry en la mejilla y una palmada en la nalga.

 

—No seas tonto —le respondió—. ¿Después de lo que Cliff hizo por nosotros? Mi madre no tiene con qué pagarle que por fin, gracias a él, la hayan librado de mi padre. Además, piénsalo. Si ha venido al meterse en un lugar lleno de muggles como éste sólo para buscarme, ¿qué crees tú que quiera decir eso?

 

Harry supuso que Draco tenía razón; las cosas no podían ser las mismas entre Narcisa y Cliff, quien además había demostrado una valentía inusual al haberse negado a abandonar a Draco cuando bien podía haberlo hecho (eso había despertado una admiración general por él entre todos los magos presentes en el juicio). Draco le cerró un ojo a Harry y se acercó a su madre, interviniendo en su conversación con Cliff y asegurándole que se moría por saber a qué había ido ahí.

 

—Por favor, madre. Nadie te cree que viniste al Heaven sólo a darme mi abrazo de cumpleaños. Desembucha la sopa ya, ¿quieres?

 

Ante las palabras groseras de Draco, Narcisa miró a su hijo arrugando la nariz en esa curiosa manera que sólo la señora Malfoy podía hacerlo —como si oliera algo terriblemente apestoso— y que a Harry le recordaba el día que la había visto por primera vez, en el Mundial de quidditch.

 

—¿De qué valieron tantos años de la mejor educación? —dijo ella con fingido aire resignado y todos se rieron—. Pero he de reconocer que me conoces mejor que nadie y que tienes razón… No he podido evitar venir hoy a buscarte porque tengo un regalo muy especial para ti. —Sacó un legajo de pergaminos de su enorme bolso y los blandió delante de Draco—. No quise hablarte de esto antes porque quería que fuera una sorpresa. Y el abogado justo me los ha dado esta tarde, pues apenas la Jueza Mágica los ha firmado.

 

Le tendió los papeles a Draco y éste, lentamente, los tomó. Ante la atónita mirada de Cliff —que en su vida había visto pergaminos oficiales del mundo de los magos—, Draco desplegó uno de ellos y lo leyó con rapidez. Harry observó cómo sus ojos se abrían cada vez más conforme iba leyendo.

 

—¿Todo? —exclamó de repente, dejando la lectura y mirando hacia su madre—. ¿TODO? ¿Administrado por mí? Madre, ¿estás segura? —Miró a Narcisa con gran desconfianza y frunció el ceño antes de preguntar—: Pero, ¿esto ha sido legal?

 

A pesar de la oscuridad en el club, Harry pudo notar claramente cómo Narcisa rodaba los ojos ante el exabrupto de su hijo.

 

—¡Por supuesto que ha sido legal! —se defendió ella con tono resentido—. Era necesario nombrar a un curador. Mi abogado sugería que fuera yo, pero le dije que no tengo cabeza ni ganas de retomar negocios, ni de andar persiguiendo deudores, ni nada de esas cosas tan laboriosas y estresantes —les obsequió una encantadora sonrisa que Harry reconoció como la misma que Draco le daba a él cuando quería congraciarse—. Sé que tú lo administrarás mucho mejor que yo.

 

Draco miró a su madre durante lo que parecieron ser horas completas, o al menos eso le pareció a Harry, quien, sumamente desconcertado, no entendía que era lo que estaba ocurriendo entre madre e hijo. Al fin, Draco miró hacia Harry y le informó:

 

—Por los delitos cometidos por mi padre, un jurado lo ha inhabilitado para el uso de la magia… y para un par de cosas más —completó. Harry lo miró sin comprender. Él no sabía mucho (por no decir nada) acerca de leyes mágicas ni de las otras, pero no le extrañaba que después de un intento de asesinato comprobado y los otros delitos, condenaran a Lucius a eso y más. Draco volvió a abrir el documento y se puso a leer en voz alta—: “En la ciudad de Londres, Reino Unido, al día 5 del mes de Junio del año 2004. Considerando que el condenado a prisión de veinte años Lucius Malfoy ha sido inhabilitado para la utilización de la magia dentro del Reino Unido por un tribunal penal, y esto trae aparejada la incapacidad de hecho para su arte y oficio como bien alega la solicitante, esta corte falla a favor de la solicitante y esposa del inhabilitado, Narcisa Malfoy, declarando la incapacidad de administración y disposición permanente e irrevocable del condenado. Esta corte sustenta su resolución en razones del bien común y en el derecho que tiene la solicitante de velar por el futuro de su familia. En consecuencia de esta sentencia, se le decreta inhabilitación total al señor Lucius Malfoy y se le designa un curador con facultades extraordinarias que habrá de obrar en su nombre. Las facultades del curador incluirán: administración de todos los bienes del condenado, el derecho a disponerlos si así lo considera pertinente y las acciones de disposición del curador no requerirán de autorización judicial, se darán por válidas excepto apelación del cónyuge, ascendientes en línea directa y descendientes hasta el cuarto. Las disposiciones contenidas en la presente sentencia comenzarán a regir a partir de las 24 horas del día de la fecha”...

 

Draco se detuvo y elevó sus ojos del papel hacia Harry.

 

—Y como mi madre no apelará... —continuó, mirando insistentemente hacia Harry—. Y no existiendo ningún otro pariente que pueda hacerlo…

 

—¿Te han nombrado curador a ti? —preguntó Cliff, quien era obvio que comprendía todo aquello mucho mejor que Harry.

 

—Sí —respondió Draco  no muy convencido, como si aún dudara de eso—. De todo lo que estaba a nombre de mi padre, aunque… —Miró a Narcisa—. Mi  madre continúa siendo dueña de mucho.

 

Narcisa volvió a sonreír seductoramente mientras se limpiaba con infinita elegancia pelusas inexistentes en su brillante vestido negro.

 

—Por supuesto. Los bienes que heredé de mis padres, incluyendo la parte que les correspondía a mis pobres hermanas. Todo lo de los Black y de los Lestrange —finalizó la mujer. Harry la miró con los ojos muy abiertos; no tenía idea que Narcisa, por sí misma, fuera tan rica.

 

—Pero aún así… —comenzó Draco—, todo lo de mi padre…

 

Harry abrió la boca, mientras se giraba a ver a Draco, comprendiendo las cosas al fin.

 

—¡Eres un jodido millonario! —gritó Cliff, completando el pensamiento de Harry y abrazando a Draco, riéndose mucho y provocando que el rubio se lo quitara de encima de un empujón.

 

—¡Cliff! No es para tanto…

 

—¿Cómo que no es para tanto? —reclamó Cliff intentando abrazar a Draco de nuevo—. ¡Seguramente tendrás tanto dinero que hasta podrás alquilar a Harrison Ford una tarde completa sólo para ti!

 

—¿Harrison, quién? —le preguntó Narcisa a Harry.

 

—No es nadie, Narcisa, no creo que Draco en verdad quiera…

 

—Sólo que aceptara hacer tríos, Harry, porque tú vendrías conmigo —interrumpió Draco, pasándole un brazo a Harry por los hombros y cerrándole un ojo—. En realidad, no soy el dueño de nada más que de lo que traigo puesto. La fortuna Malfoy es y seguirá siendo de mi padre hasta el día de su muerte, pero mientras eso sucede, yo seré su administrador, quiera él o no —les explicó a Harry y a Cliff—. ¿Lo ven? En realidad, no soy millonario… Bueno, al menos no todavía.

 

—Y yo seré quien siga viviendo en la Mansión, cariño —le dijo Narcisa en un tono que no admitía réplicas de ningún tipo.

 

Draco la miró con aire ofendido.

 

—Como si hubiera pasado por mi mente siquiera regresar ahí. —Pareció estremecerse en medio de un auténtico escalofrío. Suspiró y volvió a leer los papeles, como si no pudiera creerlo.

 

El cerebro de Harry trabajaba a toda velocidad, intentando imaginar a Draco manejando la enorme fortuna de su padre, que, aunque no fuera suya en realidad (al menos, no todavía), podría asignarse un fabuloso sueldo e invertir en lo que a él más le apeteciera, tal como siempre lo había soñado a pesar de que jamás lo reconoció abiertamente.

 

Una imagen de un Draco rico y con el mundo a sus pies, aterrorizó a Harry de manera indescriptible. Tragó pesadamente y miró al rubio a los ojos.

 

—Y ahora que serás rico… —comenzó a decir, atrayendo la atención de todos y sintiéndose un poco cohibido por eso. Sin embargo, Draco lo miraba atentamente y Harry decidió continuar, intentando darle a su voz un tono informal y despreocupado—: ¿Vas a botarme para comprarte un chico mucho más lindo y joven? —bromeó, aunque en el fondo realmente temía eso—, ¿o seguirás queriendo estar con un humilde guardaespaldas como yo?

 

—Lindo, no creo que ni siendo millonario, Draco quiera botarte —intervino Cliff—, y si lo hace, yo seré el primero en aprovecharme de eso —agregó, acercándose a Harry y tratando de abrazarlo lascivamente.

 

Draco le dio un manotazo tan duro que el golpe se escuchó por encima de la música tan alta.

 

—¡Quieto, Collier, que este guardaespaldas sólo guarda la mía y la de nadie más!

 

—La espalda, y el culo, y las piernas y… —comenzó a recitar Cliff mirando a Draco de arriba abajo y frotándose la mano golpeada.

 

Harry se rió, aliviado y divertido a partes iguales, tanto por la reacción de Draco como de la cara de asco que Narcisa tenía en la cara.

 

—¿Podemos discutir la opción de ir a celebrar a otro lado? —preguntó la mujer en un tono que sonaba más a orden que a invitación.

 

—De hecho —comenzó a decir Draco, ignorando a su madre y abrazando a Harry por la cintura, alejándolo de Cliff—, estaba por preguntarle a Harry a cuánto ascendía su sueldo por todo el año, ya que contemplo la posibilidad de contratarlo para que cuide profesionalmente de mí. Como seré un mago muy importante, cotizado y en peligro, tal vez requiera de un guardaespaldas conmigo. Todo el tiempo. ¿Qué te parece, Harry? —concluyó, mirando fijamente hacia éste.

 

Harry sonrió, pero negó con la cabeza.

 

—No haría eso jamás. —Draco abrió la boca, listo para reclamar, pero Harry continuó—: Piénsalo, Draco: a los cinco días te hartarías de mí. Además, yo necesito ganar mi propio dinero, sino, ¿qué te regalaría en tus cumpleaños, aniversario, días festivos y Navidad?

 

Draco sonrió ampliamente.

 

—Creo que tienes toda la razón. Y si todos mis cumpleaños van a ser tan geniales como éste, ya puedes ir ahorrando para ello desde este preciso momento.

 

Harry y Cliff se voltearon a ver.

 

—Como si hiciera falta que mencionara eso —le dijo Harry a Cliff, y éste asintió.

 

—Lo siento, Harry —dijo Cliff—. Querías al rey de los cuartos oscuros, ¿qué pensabas, que te saldría barato tener semejante artículo de lujo?

 

—¡Oye! —gritó Draco.

 

—¿A qué se refieren con un rey de los cuartos oscuros? —preguntó Narcisa, genuinamente interesada y olvidando que un momento antes ya quería marcharse.

 

A Cliff le brillaron los ojos con malicia mientras se giraba hacia la mujer.

 

—Si gusta, señora, yo la puedo llevar a conocer ese misterioso reino del que anteriormente Draco era dueño y señor… Justo ahí atrás, si usted me hace el honor…

 

—¡NO! —gritaron Draco y Harry al mismo tiempo, evitando que Narcisa tomara la mano que tan gentilmente Cliff le estaba ofreciendo.

 

Y ya con la madre de Draco a buen resguardo, él y Harry la escoltaron hacia la salida, despidiéndose de Cliff a toda prisa y asegurándose de que Narcisa se desapareciera lo más rápido posible con rumbo a su Mansión.

 

Y en unos cuantos minutos, Draco y Harry se encontraron de nuevo a solas en la calle, mirando el punto donde Narcisa había desaparecido y suspirando con alivio de que el demonio redomado de Cliff no consiguiera su cometido de llevarla a conocer los antiguos y oscuros dominios de Draco.

 

—Imagina eso, Harry… —comentó Draco entre risas, abalanzándose hacia el moreno y abrazándolo. Harry también se estaba riendo, sólo pensar en la pobre mujer entrando a un cuarto oscuro le producía escalofríos.

 

—No quiero ni imaginarlo, Draco. Seguramente moriría de un inf…

 

Harry no pudo seguir hablando. Draco, quien parecía ebrio por la manera alocada con la que se desplazaba y actuaba, pero, que al mismo tiempo demostraba que estaba sobrio por la seguridad y fuerza de sus movimientos, aprisionó a Harry contra la pared de la calle con todo el peso de su cuerpo. Harry apenas estaba reaccionando para corresponder el apasionado beso que Draco ya estaba dándole, cuando pudo percibir el bulto ardiente en la entrepierna de Draco, restregándose contra él y haciéndolo gemir.

 

—Dios, Draco —susurró Harry en cuanto el beso ansioso de Draco se lo permitió. Se rió un poco antes de continuar hablando—. ¡Cabrón! ¡No puedo creer que aún tengas ganas después de que lo hemos hecho tres veces el mismo día!

 

—¿Insinúas que soy un ricachón mimado e insaciable? —jadeó Draco contra su cuello, comenzando a morderlo y a desabrocharle el pantalón. Harry no pudo responder. La mano de Draco en su miembro (¿en qué momento se había endurecido, el traidor?) lo incapacitó para hacerlo—. Recuerda… que soy el chico del… cumpleaños —masculló Draco acariciándolo efusivamente.

 

Y aunque eso no era del todo cierto porque el cumpleaños de Draco había terminado ya hacía un buen par de horas, ¿a quién demonios podía importarle si Harry quería seguir celebrando a su novio durante todo el día siguiente?

 

—Cierto. Eres el del cumpleaños... —susurró Harry, abriendo también el pantalón de Draco y gimiendo cuando liberó la hinchada erección de éste. Una gota de pre-eyaculatorio mojó sus dedos y, ansioso, los llevó hasta su boca para lamerlos.

 

Draco gimió al ver a Harry hacer eso.

 

—Diablos, Harry… eres jodidamente caliente —exclamó vehemente, besándolo más y frotando su erección desnuda contra la de Harry, aún aprisionada dentro de sus pantalones—, vámonos a casa, voy a follarte hasta que me supliques que deje de hacerlo.

 

Harry sonrió pensando que no había tenido oportunidad de decirle a Draco que sí, que en realidad sí lo consideraba un ricachón mimado e insaciable. Pero, en serio, ¿quién se estaba quejando de eso?

 

—Sujétate, Ricky Ricón —le ordenó, abrazándolo fuertemente—, ya veremos quién le suplica a quién.

 

Y la enorme sonrisa provocativa de Draco fue lo último que vio antes de desaparecerse junto con él.

 

 

 

 

 

 

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Notas del capítulo:

 

1.    Me he tomado la libertad de hacer coincidir el cumpleaños número 24 de los chicos (que acontece en el 2004) con el estreno de Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, el cual no ocurrió en ese año, sino en el 2008. Espero que puedan perdonarme este anacronismo intencional requerido por la trama (y gracias a Selene por investigarme el nombre del errorcito). ^^

 

2.    Toad in the Hole, el plato que Harry le cocina a Draco, no tiene nombre en español, aunque su traducción literal sería “Sapo en el agujero” xDDD (nombre repugnante a palabras de Suiris, quien me sugirió que mejor lo dejara en el inglés original).

 

3.    Muchas ideas e incluso frases completas son de la autoría de Selene2000 y de Suiris E’Doluc. Draco sacó “algo” de la casita gracias a un consejo de Selene, y el momento estelar entre Narcisa, Cliff y Draco quedó mil veces mejor gracias a los consejos de Suiris. A las dos, les debo también asesoramiento legal en cuestión de condenas y esas cosas técnicas de las que yo no entiendo más de lo que Narcisa entendería a Cliff. Y por si fuera poco, el lujoso vestuario y la elegancia de Narcisa han llegado a ustedes cortesía de Suiris’ Fashion, “Siempre a la última a la hora de volver muggles a las brujas”. Muchas gracias a ellas por tan valiosos consejos y correcciones.

 

4.    También va todo mi agradecimiento y enorme cariño para Isobelhawk, por haber beteado y por estar siempre ahí.

 

5.   También tenemos picspam (fotos con comentarios) de este capítulo (y de todos los anteriores). Si gustan verlo, por favor, pasen a este link. ^^

 

6.    Y por último, la dedicatoria de este epílogo para la peleonera de Inefable, quien se merece esto y más por no cejar nunca en su empeño de darme lata por ello. Para ti, y para todos los que esperaban este epílogo: muchas gracias. ^^ Espero, de verdad y de todo corazón, espero que les haya gustado.