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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 11

Si le vendiste el alma al diablo, no dudes que tarde o temprano vendrá a por ti. Jamás creas que te has librado. Y menos cuando ese diablo vive en este mismo mundo y es más sagaz que tú.

 

Excepción:

Yo no sé si exista una excepción. Cuando venga a reclamarte, tal vez ni siquiera tu Gryffindor de cabecera pueda salvarte.

 

 

________________________________________

 

 

 

 

Harry sintió una gota de sudor escurrirle por la sien debido al esfuerzo, pero pronto, éste rindió sus frutos. Tras la mente velada de Cliff, logró ver algo.

 

Estaba oscuro, pero distinguía algunas luces de colores, tenues y borrosas, como en un sueño. Y había música, la cual era apenas perceptible. Harry se concentró y pronto logró escucharla a muy alto volumen. ¡Era un club! Harry se alegró mientras se concentraba en obtener más nitidez. Se vio a él mismo sentado ante una mesa y a Draco a su lado. Se recordó que eso era porque vería el recuerdo desde la perspectiva de Cliff.

 

Escuchó risas y vio a Draco fruncir el ceño y abrir la boca para replicar algo. Entonces, dos chicos llegaron a su mesa y les invitaron un trago. Demonios, eran dos tíos bastante guapos, pensó Harry sintiendo una punzada de celos recorriéndolo. Riñéndose por dejarse llevar por sus sentimientos, intentó dejar lo personal a un lado para concentrarse en su tarea.

 

Así lo hizo y fue testigo durante un largo rato de cómo Cliff charlaba con ellos mientras Draco se quedaba en silencio, sólo observándolos. Vio al rubio tomar una de las bebidas que habían puesto los dos sobre la mesa y sintió cómo Cliff también se tomaba la suya. Casi de inmediato, una agobiante sensación de mareo lo invadió.

 

Cliff miró hacia Draco, notando que también él parecía más ebrio. Parpadeaba furiosamente como si tratara de aclararse la mente y no caer dormido. Entonces, Harry supo. Los habían drogado… ¡Esos dos eran la clave de todo!

 

Los observó más detenidamente, pero no eran nadie que él conociera. Parecían ser un par de muggles comunes y corrientes, aunque muy bien parecidos. Abruptamente, la charla terminó y los dos intrusos los invitaron a su casa. Cliff aceptó y casi cae al ponerse de pie. Draco parecía no querer irse con ellos; sujetó a Cliff y le dijo que algo estaba mal. Arrastraba la voz y se veía muy preocupado.

 

Cliff no accedió a lo que Draco le decía, y sin hacerle más caso, lo dejó en la mesa. Salió a buscar a los dos tipos, que lo esperaban a unos metros de distancia. Llegó ante ellos, emocionado ante la perspectiva de que, si Draco no venía, los tendría a los dos para él.

 

Pero los chicos no compartían esa idea.

 

—Necesitamos al otro —dijo uno, fornido y cabello castaño—. Si él no viene, tú tampoco.

 

Cliff quiso decir algo cuando, para su fortuna, Draco apareció en la puerta del club. Tambaleándose, llegó hasta ellos. Cliff sonrió feliz, ahora sí todo era cuestión de…

 

Pero Draco parecía tener otros planes. Lo volvió a sujetar y a insistir que debían irse a casa, que no estaban bien. Cliff se negó rotundamente, Draco se inclinó para decirle algo al oído.

 

—Estoy seguro que éstos imbéciles nos pusieron algo en la bebida, me siento demasiado… —le dijo a Cliff y justo en ese momento, les colocaron una varita enfrente, tanto a él como a Draco.

 

Instintivamente, Cliff se movió un poco hacia atrás. Él sabía de varitas; había visto a sus amigos usarlas un montón de veces. Y sabía que podían significar peligro, mucho y verdadero peligro.

 

Comenzó a respirar agitadamente, entrando en pánico. Sintió que Draco lo soltaba y se rebuscaba entre los bolsillos del pantalón. Pero antes de que lograra encontrar la suya propia, el otro tipo rubio que le estaba apuntando a él le disparó un rayo rojo y Draco cayó pesadamente hasta el suelo, inconsciente.

 

—¡DRACO! —gritó Cliff.

 

El tío fornido que lo tenía amenazado le dijo:

 

—Si respondes un par de preguntas, no te mataremos… ni a ti ni a tu amigo.

 

Frenético, Cliff asintió de buena gana. Menos mal que ésos dos sólo querían entrevistarlo, los había que pedían dinero o joyas.

 

—¿Dónde está Potter en este momento? —comenzó a preguntar el otro, casi a gritos.

 

—En Gre-Grecia, ¡trabajando! —fue la temblorosa respuesta de Cliff.

 

—¿Cuándo va a regresar?

 

—Mañana en la noche —susurró Cliff, aunque en ese momento ya no estaba muy seguro de nada. Confiaba en que eso fuera cierto.

 

—Dinos el nombre completo de algún novio que haya tenido Potter. Un enamorado, un admirador… lo que sea.

 

Cliff los miró más que extrañado… ¿Qué tipo de preguntas eran ésas?

 

Pero el rubio le encajó la varita en el tórax y Cliff respondió a toda prisa.

 

—¡Es Draco! —dijo, señalando a su amigo tirado en la mugrienta y fría acera—. ¡Draco es con quién Harry está saliendo en este momento!

 

—¡Eso ya lo sabemos! —gritó uno de ellos—. Queremos el nombre de otro. De otro como ustedes. Alguien que guste de Potter y de quien Malfoy pueda sentir celos.

 

Cliff dudó. Ese interrogatorio ya no le estaba gustando para nada. Tuvo el presentimiento que esa información sería usada para algo malo. Tenía que mentir.

 

—Ehm… ¿Indiana Jones?

 

Un duro golpe en el estómago le sacó el aire y lo hizo doblarse del dolor.

 

—¡No te hagas el graciosito, sabemos quién es ése! Somos magos, no estúpidos, ¿sabes?

 

Cliff no podía respirar por más que abría la boca e intentaba atrapar oxígeno. Creyó que moriría y una lágrima rodó por su mejilla antes de que pudiera evitarlo.

 

—¡Ohh, mira Milford! —se burló el fornido—. ¡El maricón está llorando como la niñita que es!

 

El otro agarró a Cliff del cuello y lo obligó a levantar la cabeza.

 

—Nos dirás lo que queremos saber o te irás a criar malvas de una vez… supongo que te encantará, ¿no, bujarrón?

 

Cliff aspiró aire lo más que pudo, intentando sacar fuerzas para hablar.

 

—Ha-Harry tenía un novio llamado… llamado Colin Creevey. Ahora vive… en Estados Unidos.

 

Los dos se sonrieron el uno al otro. Uno de ellos sacó una moneda de oro de uno de sus bolsillos y la tocó con su varita. Al instante, otro mago apareció de la nada justo a su lado. Cliff tuvo que ahogar un grito de terror debido a la impresión.

 

El aparecido se acercó hasta los otros dos. Cliff lo miró, asombrándose de la apariencia del mago, a pesar del miedo que sentía y de la certeza que tenía que ésa sería su última noche en la tierra.

 

¿Cómo no sorprenderse, si aquel hombre era la copia de Draco? Hubiera sido casi idéntico, sino fuera por la diferencia de años. Tenía el mismo color de cabello, los mismos ojos grises... aunque los de Draco eran mucho más cálidos que los de ese hombre, que miró a Cliff como si fuera la peor de las escorias sobre la Tierra.

 

Cliff le devolvió la mirada con rabia. No conocía muchos detalles sobre la vida de Draco, pero sí estaba seguro de que ese hombre había sido un infeliz con él. Le dieron ganas de escupirle en la cara.

 

El hombre de ojos helados observó a su hijo, desparramado en el suelo. Parecía tener deseos de patearlo, de matarlo; el desprecio y la furia eran más que evidentes. Cliff tragó de nuevo, comenzando a aterrorizarse. Si iban a asesinarlos, ¿por qué no lo hacían de una vez?

 

—¿Y bien? —preguntó el recién llegado a los otros pero con la mirada aún fija en Draco. Cliff se dio cuenta que el hombre poseía la voz de alguien que ha pertenecido a la alcurnia toda su vida y está acostumbrado a mandar y ser obedecido.

 

—Ya tenemos la información, señor Malfoy. Colin Creevey es nuestro hombre, según dice éste.

 

El padre de Draco sonrió maquiavélicamente.

 

—Y, ¿en dónde encontramos a nuestro amigo Creevey? —preguntó

 

—El muggle afirma que vive en América.

 

—¿Y Potter?

 

—Llega mañana en la noche.

 

—Perfecto. Si mandan la lechuza hoy mismo, el señor Creevey tendrá tiempo de llegar a buena hora durante el día de mañana. Levanten a Draco.

 

Los otros dos soltaron a Cliff, quien trastabilló un poco hacia atrás. Asombrado de que lo hubieran liberado así nada más, Cliff los observó levantar a Draco del suelo, utilizando sus varitas y un hechizo nada gentil.

 

Por un mísero instante, Cliff pensó en huir, pero no lo hizo. Jamás se atrevería a dejar a Draco abandonado a su suerte con esos malvados. Se plantó en el suelo a esperar lo que el destino decidiera, justo junto a su amigo, pues dudaba mucho poder ser capaz de ayudarlo en algo.

 

—¿Quiere que lo despertemos?

 

—Si me hacen el favor —pidió el padre de Draco—. Es necesario para el hechizo.

 

Uno de los magos indicó algo apuntando su varita hacia Draco, y enseguida, éste despertó mientras era sostenido por los dos, uno de cada brazo.

 

—¡Draco! —gritó Cliff en cuanto lo vio reaccionar, dando un paso hacia ellos pero sin atreverse a acercarse demasiado—. ¿Estás bien?

 

Draco no le respondió; parecía un poco desorientado. Echó un rápido vistazo a su alrededor. Descubrió a su padre enfrente de él y el semblante de confusión le cambió por uno que hablaba de años de rencor. Le dedicó a su progenitor una profunda mirada de odio, una que Cliff jamás le había visto y que, incluso a él, hubiera paralizado de terror.

 

—¡MALDITO CABRÓN! ¡BASTARDO! —le gritó Draco a su padre, provocando que Cliff pegara un respingo—. ¡Ya sé qué fue lo que me hiciste! ¡Y a Harry! ¡MALDITO! ¡Te juro que me lo pagarás!

 

El padre de Draco se burló de los gritos de su hijo con la risa más terrorífica que Cliff alguna vez le había escuchado a nadie, poniéndole la carne de gallina. De repente Cliff se preguntó si no era ése el mago tenebroso que, Draco aseguraba, Harry había matado alguna vez.

 

Repentinamente, el padre de su amigo dejó de reírse y apuntó con su propia varita a Draco. Éste lo miró con profundo resentimiento y se quedó en silencio, simplemente esperando.

 

—Deja ir al muggle, por favor —le suplicó de pronto, en voz baja, sin voltear a ver a Cliff—. Él no tiene nada que ver con esto.

 

Su padre lo ignoró olímpicamente.

 

—Sé que ahora me odias, Draco, pero algún día me lo agradecerás. Cuando vivas de nuevo en la Mansión, que es el lugar donde debes estar y no aquí, entre repugnantes muggles —dijo, mirando alrededor de la calle con evidente desprecio y asco—. Con la esposa que mereces y el heredero que le debes a tu casta… Tomando con orgullo el sitio que te corresponde en la sociedad y llenándome a mí de satisfacción. Habiendo olvidado completamente a Potter y a esta vida de porquería que has llevado hasta hoy. Entonces, sé que me lo agradecerás.

 

Draco soltó un bufido que bien podía ser una risa incrédula. Luego, negó con la cabeza.

 

—¡Vete a la mierda! ¡Tus ojos jamás me verán hacer eso!

 

Su padre sólo sonrió. Una sonrisa terrible, déspota, sin rastro de humor.

 

—Ya lo veremos, Draco —dijo en un tono que encerraba una cruel promesa

 

Entonces, el señor Malfoy apuntó la varita hacia su hijo justo en la frente, en medio de los ojos. Cliff vio como su amigo se movía sólo un poco hacia atrás, no teniendo manera de escapar del agarre de los otros dos magos.

 

Cliff contuvo el aliento mientras observaba la escena, Draco retorciéndose entre el agarre de los otros dos, murmurando una súplica que no era atendida por su progenitor.

 

—No, padre, espera…

 

No pudo soportarlo. Cliff estaba seguro que lo que el padre de Draco iba a hacer no era nada bueno. Si no pensaba matarlo, estaba seguro que le haría algo mucho peor. No lo pensó. Se arrojó encima del señor Malfoy y lo tomó del brazo que sujetaba la varita.

 

—¡Espere, por favor! No lo haga, señor, se lo suplico…

 

Todos lo miraron boquiabiertos. Incluso Draco. Y su padre, parecía no poder creer en su atrevimiento.

 

—¡No, Cliff! —gritó Draco—. ¡No te metas! ¡NO, DÉJENLO!

 

Draco había gritado eso porque uno de los magos que lo sostenía había apuntado su varita hacia Cliff y lanzado un rayo que arrojó al delgado joven a varios metros de ahí.

 

—¡CLIFF! —gritó Draco mientras Cliff se incorporaba, adolorido y muerto del miedo—. ¡Lárgate de aquí, joder! ¡Lárgate de una vez!

 

Pero Cliff no se fue. Se quedó congelado viendo como el padre de Draco volvía a apuntarle a su hijo y murmuraba un encantamiento.

 

Sicarius Zelus.

 

Al recibir aquel golpe de magia, Draco se quedó muy quieto, casi laxo entre los dos hombres que lo sujetaban. Entonces Cliff se dio cuenta de algo y se quedó mudo del terror: aquellos dos ya no eran los tíos guapísimos que habían conocido en el club; se habían convertido en otras personas, dos tipos comunes y corrientes y más bien algo feos. ¡Habían estado disfrazados!

 

—¡Ha pasado una hora ya, el efecto de la multijugos terminó! —dijo uno de ellos muy asustado, mientras se miraban el uno al otro.

 

—Suelten a Draco, ya he terminado con él —ordenó el señor Malfoy.

 

—¿Está seguro de que el hechizo no dejará rastros? —le preguntó uno de los hombres, a todas luces bastante atemorizado.

 

—Lo ha inventado un buen amigo mío —aseguró el padre de Draco con un tono de voz que sonaba en cierta forma, divertido—. Funciona a nivel cerebral y los idiotas de San Mungo jamás detectarán huellas de él. Sus arcaicos encantamientos de revisión no servirán de nada.

 

—¿Y eso bastará para que su hijo se encargue de Potter?

 

El padre de Draco sonrió con malignidad.

 

—En efecto. Una belleza de encantamiento, es lo que es. Mi propio hijo se deshará de Potter, ustedes tendrán su venganza y yo me llevo a Draco a casa. Todos felices y ganando.

 

Cliff se horrorizó. ¿Querían decir que eso que le habían hecho a Draco lo obligaría a hacerle algo a Harry?

 

—¿Qué hacemos con el muggle? —preguntó uno de los matones, mirando con aprehensión hacia Cliff—. ¿Tenemos que…?

 

Cliff gimió mientras miraba hacia Draco, pero su amigo estaba completamente noqueado. Despierto pero en un estado de letargo, Draco sólo balanceaba la cabeza de un lado a otro… Cliff casi llora ante el espectáculo. ¿Acaso le habrían ocasionado un daño cerebral permanente?

 

—Oblívienlo. Y también a Draco. No queremos despertar sospechas ante el Ministerio, ¿o sí?

 

Cliff no sabía que significaba esa palabra, pero no le gustó cómo sonaba. Uno de los magos (ahora bastante feo) se acercó hasta él y le puso la varita en la cara. Cliff le sostuvo la mirada, intentando ser valiente aunque se estaba muriendo de miedo. Aquel mago dijo algo por fin y un rayo salió de la varita, dándole de lleno en el rostro.

 

El recuerdo terminó y sólo quedaron tinieblas y silencio. Harry abrió los ojos, mirando fijamente a Cliff, quien había vivido el recuerdo al mismo tiempo que él.

 

—Oh, Dios, Harry —masculló Cliff con lágrimas en los ojos—. Hechizaron a Draco para matarte… ¡Su propio padre!

 

Hermione, Ron y Colin, quienes no habían visto el recuerdo y sólo aguardaban, ansiosos por saber, jadearon ante la revelación de Cliff. Todos se giraron hacia Harry,  esperando su reacción.

 

Harry tragó saliva mientras asimilaba eso.

 

Lucius le había arrojado a Draco un hechizo de celos asesinos, lo suficientemente sofisticado para pasar desapercibido ante los Sanadores de San Mungo. Para lograrlo, se había asociado con sus ex compañeros del Ministerio, Moore y Fowler, los dos imbéciles que habían intentado atacar a Draco en el baño de un pub, y todo para que Draco asesinara a Harry en un ataque pasional. Era casi el crimen perfecto; porque de haberlo logrado, nadie jamás lo hubiera descubierto y Lucius habría tenido el camino libre para llegar a su hijo, sacarlo de prisión y doblegarlo a su voluntad.

 

La furia hormigueó en la piel de Harry. Se puso de pie repentinamente.

 

—Pues es una verdadera pena —comenzó a decir con la voz temblando de enojo—,  para Lucius y los otros dos, que la primera parte de su plan haya fallado. Quiero decir, que Draco no haya podido matarme. Porque ahora, tal como se lo prometí a Lucius cuando rescaté a Draco por primera vez, tendrá que pasar sobre mi cadáver antes de que yo permita que le ponga un solo dedo encima a su hijo de nuevo.

 

Nadie de los que estaban con él dijo nada. Sólo lo miraban, impactados y en cierta manera, angustiados y atemorizados ante su determinada actitud. Porque si Harry se veía como se sentía, no dudaba que su aspecto tenía que infundir temor.

 

Pero el único que debía temerle ahora, era Lucius Malfoy.

Se movieron lo más aprisa que pudieron. Ron llevó a Cliff al Ministerio para que presentara su declaración de los hechos. Si los Aurores hacían bien su trabajo, el recuerdo que Cliff guardaba sobre el incidente tendría que bastar para limpiar el expediente de Draco de todos los cargos imputados y en cambio, levantar acusaciones contra Lucius, Moore y Fowler.

 

Sabían que el uso de una maldición ilegal era suficiente como para meter a Lucius a Azkaban por bastantes años, sin mencionar que ésta había sido usada con el propósito de obligar a otro a cometer un crimen. Harry todavía se negaba a creerlo. ¿Cómo era posible que Lucius prefiriera saber a su hijo asesino en vez de homosexual?

 

Mientras tanto, Hermione se trasportó a la Biblioteca para investigar acerca de la maldición. Aunque la verdad era que nadie tenía muchas esperanzas de que ella pudiera encontrar nada si era cierto lo que Lucius había dicho, al referirse a que era un hechizo inventado por un amigo.

 

Era ya bastante tarde cuando Harry llegó a San Mungo, dispuesto a informar a los Sanadores acerca del hechizo de Draco y quedarse a su lado hasta que estuviera sanado, impidiendo a toda costa que Lucius se lo llevará con él. Colin lo acompañaba, y rápidamente, ambos se acercaron a la recepcionista.

 

—Tengo que hablar con los Sanadores que atienden a Draco Malfoy —dijo Harry, tan furioso y preocupado, que seguro de que sólo verlo, la mujer tendría que dejarlo pasar—. Tengo información que servirá para su sanación, señorita. Es urgente.

 

La mujer no dijo nada durante un momento. Revisó una lista que tenía a un lado de su escritorio, le dirigió una mirada despectiva a Harry y dijo:

 

—Lo siento, joven Potter. Al señor Draco Malfoy lo dieron de alta hace una hora y su padre ya se lo ha llevado a casa.

 

Harry se quedó mudo de asombro.

 

—¿Ha-hace una hora, dice? —consiguió preguntar.

 

—Eso fue lo que dije —respondió la recepcionista de muy mal humor.

 

Harry se aterrorizó. No tenía idea de cuáles eran los planes de Lucius para con Draco; tembló de impotencia y miedo de sólo imaginarlo sometido de nuevo a la terapia de aversión.

 

—Y ahora, ¿qué hacemos, Harry? —preguntó Colin.

 

Harry lo miró sin responder mientras pensaba con frenesí… Sabía que la entrevista e interrogatorio que los Aurores le harían a Cliff podía demorar horas enteras, si no es que toda la noche. Y a partir de ese momento, para que los vagos Aurores movieran el culo y consiguieran una orden de detención para Lucius y una de registro para revisar la Mansión y liberar a Draco, podían transcurrir días completos.

 

Se retorció los dedos mientras la recepcionista lo miraba como si se hubiera vuelto loco. No podía arriesgarse a dejar a Draco con Lucius durante días. Además, cabía la enorme posibilidad de que alguien le soltara el chivatazo y huyera del país con todo y su hijo.

 

No, no…

 

No había otro modo de hacerlo. Harry tomó a Colin del brazo y lo alejó de la ventanilla de información.

 

—No tengo más remedio, Colin… Quiero que vayas a buscar a Hermione y le digas que me largo en este justo momento a Wiltshire a intentar rescatar a Draco.

 

—¿QUÉ? —gritó Colin, llamando la atención de toda la gente que estaba en la sala de espera—. No, Harry, no… recuerda lo que pasó la última vez que hiciste eso…

Harry miró a Colin duramente y con eso bastó para que el chico guardara silencio.

 

—Vete a buscar a Hermione a la Biblioteca y dile lo que te he indicado, Colin. Ahora.

 

Colin se dio cuenta que estaba hablando muy en serio; Harry no tuvo que repetir la petición otra vez.

Harry regresó a su ahora solitario apartamento a través de la red flú, con un plan esbozándose en su mente. Rápidamente se dirigió a la mesa y, cogiendo pluma y papel, garabateó una nota para Narcisa. La cerró mientras miraba hacia el patio, desde donde Hedwig lo observaba con los ojos muy abiertos.

 

Harry caminó hacia ella.

 

—Espero que ya no estés molesta, bonita —le dijo en tono amable pero firme—, porque tengo un trabajo para ti. —Le ató la carta a la pata y le indicó—: Quiero que le lleves esto a la señora Narcisa… —Se interrumpió. Si sus cálculos eran correctos, lo más probable era que también Narcisa estuviera, de alguna forma, en líos—. No, olvídalo. Mejor asegúrate que sea la elfina personal de la señora Narcisa Malfoy quien reciba la carta. ¿De acuerdo? Y no regreses sin una respuesta.

 

Hedwig ululó y salió por el espacio abierto del patio hacia el oscuro cielo de la madrugada.

Mientras Harry esperaba el regreso de su lechuza, Colin y Hermione llegaron al apartamento. Ambos parecieron alegrarse mucho de encontrar a Harry todavía ahí. La chica, quien iba mortalmente pálida, abrazó a Harry de puro contento.

 

—¡Qué bueno que no fuiste, Harry! ¿Has decidido…?

 

—¿Encontraste algo? —le preguntó Harry, interrumpiéndola.

 

Hermione soltó su abrazo y negó con la cabeza, mirando a Harry con tristeza y cansancio.

 

—Hay algunas constancias de maldiciones similares usadas a lo largo de los siglos, pero ninguna igual. Parece ser que la única manera de acabar con la maldición es cumpliendo su cometido…

 

—O sea, ¿qué Draco consiga matarme? —preguntó Harry reprimiendo un escalofrío.

 

Hermione asintió mordiéndose el labio.

 

—Así parece. La maldición convirtió a Draco en un ser completamente pasional, esclavo de sus instintos más bajos. Él cree que lo traicionaste y la maldición le dicta que debe matarte. No existe ningún contrahechizo, Harry, y no se me ocurre nada para curarlo… A no ser que su creador sepa algo que nosotros no.

 

Harry fue golpeado por una iluminación. Claro. Su creador. Comenzó a pasearse por su diminuta sala ante la mirada preocupada de sus amigos.

 

—Estoy casi seguro de que el inventor del hechizo es el mismo Doctor que le aplicaba a Draco la terapia de aversión. Pareciera ser el único chiflado lo suficientemente sádico y con conocimientos sobre la psiquiatría como para lograr algo así. Tiene que ser —murmuró casi como para él mismo.

 

—¡Tenemos que hablar con él de alguna manera! —exclamó Hermione—. Obligarlo a que nos diga cómo sanarlo.

 

Harry negó con la cabeza.

 

—Se me ocurre algo mejor. El mismo Doctorcito en persona nos ayudará a remediar su error.

 

—¿Qué quieres decir? —preguntó Colin.

 

—Ya lo verás… sólo necesito que regrese Hedwig para poder escribirle de vuelta a Narcisa Malfoy. —Miró nerviosamente hacia la cocina, deseando que su lechuza ya estuviera ahí—. Mientras, me gustaría que me hicieran un favor.

 

—Lo que quieras, Harry —respondió Hermione con voz ansiosa. Colin asintió, también.

 

—Necesito poción multijugos. Hay que obtenerla como sea y en este mismo instante, si es posible.

 

Hermione y Colin intercambiaron una mirada.

 

—Yo puedo conseguirla —dijo Colin—. Sé de un laboratorio clandestino en el Callejón Diagon. Cuando era periodista aquí, me vi en la necesidad de tener ciertos contactos.

 

Harry liberó una exhalación.

 

—Perfecto. ¿Puedes ir ahora mismo por ella?

 

El chico asintió y salió a toda prisa del apartamento, anunciando que volvería en seguida. Hermione se acercó a Harry, como para hacer latente el apoyo que manifestaba por su causa y por toda la situación completa.

 

—¿Qué es lo que tienes en mente, Harry? —le cuestionó.

 

Harry suspiró.

 

—Que ya es hora de que este guardaespaldas salve a su hombre más valioso —dijo en un susurro—. Después de todo, ¿no dicen que la mejor de las soluciones es siempre la más sencilla?

 

Hermione hizo muecas.

 

—No me gusta cómo suena eso. No estarás pensando en dejarte matar por Draco sólo para sanarlo, ¿o sí?

 

Harry sonrió tristemente.

 

—¿Y dejarlo libre para que ande por todo Soho follando con medio mundo? No lo creo.

 

Hermione le correspondió la sonrisa.

 

—En serio que estás enamorado de él, ¿verdad?

 

Harry no respondió. Lo único que sabía era que si Draco moría, enfermaba o quedaba en manos de Lucius, él no sabría cómo continuar. Si eso no era estar enamorado, entonces no sabía qué nombre tendría. Era algo que llevaba Deseo como nombre de pila y Amistad por apellido, pero Harry estaba seguro que, en medio de los dos alias, llevaba al Amor como mote e identificación definitiva.

Tenía poco tiempo de haber amanecido cuando Lenard Schuyler, mejor conocido en el mundo  mágico como el Doctor, se apareció al límite de la propiedad de los Malfoy, lo más cerca que las protecciones se lo permitieron. De inmediato comenzó a caminar hacia la verja de entrada, pisando furiosamente la hojarasca que cubría el camino hecho de piedra.

 

Iba furioso. ¿Qué demonios se estaba creyendo Lucius Malfoy al mandarle aquel mensaje con su mujer? ¿Ni siquiera era lo suficientemente hombre como para haberle escrito él mismo o, en su defecto, hablar con él vía chimenea al menos?

 

Lo iba a escuchar. Con el Doctor no se jugaba y ahora mismo se lo iba a demostrar. No se había ganado la reputación que tenía ni había llenado su bóveda en Gringotts por ser generoso o suave en su trato con los demás.

 

¿Cómo se atrevía Malfoy a insinuar que si el marica de su hijo no había liquidado a Potter era culpa suya? Y lo peor, ¿cómo tenía las pelotas para pedirle que le devolviera los galeones que le había pagado por el hechizo como si se tratara de mercancía defectuosa?

 

—Demente, maldito demente y arrogante —murmuraba el Doctor mientras se acercaba lo más rápido que podía a la Mansión—. Ahora veremos si tienes el valor de exigirme el dinero de vuelta cuando te amenace con no hacerle la terapia a…

 

No vio a nadie ni escuchó nada, pero de pronto una mano lo estaba agarrando del cuello tan fuertemente que al instante no pudo respirar. Instintivamente, levantó ambas manos y se aferró de esa otra que lo ahorcaba, cuyo brazo giró su cuerpo por completo hasta encarar al dueño, quien, escondido bajo la sombra de los arbustos que bordeaban la propiedad, lo había cogido completamente desprevenido.

 

Potter.

 

Era Harry Potter el que tenía su fortísima mano alrededor de su garganta y lo taladraba con una mirada de odio asesino. Y por si fuera poco, no iba solo. Otro mago y una bruja lo escoltaban, y los tres le apuntaban a él con sus respectivas varitas.

 

Quiso preguntarles qué querían, pero no podía más que emitir gemidos ahogados. Intentó que Potter lo soltara, pero éste apretó aún más su agarre impidiéndole por completo la respiración.

 

—¿Se acuerda de mí, Doctor? —le preguntó Potter, imprimiendo gran desdén en su apodo. El Doctor entrecerró los ojos, luchando con todas sus fuerzas por liberarse pero sin conseguirlo—. Espero que sí —continuó Potter con un tono que helaba la sangre—, porque yo, en cambio, me acuerdo muy bien de usted.

 

Justo cuando el Doctor estaba pensando que moriría ahorcado por ese infeliz, Potter lo liberó. Se dobló sobre su cuerpo mientras intentaba coger el aire que necesitaba para normalizar su respiración, pero Potter no le dio tregua. Lo agarró del poco cabello que le quedaba y le levantó la cabeza, obligándolo a encararlo.

 

—Quiero el contrahechizo de la maldición que tiene Draco Malfoy, y lo quiero ahora —le siseó con una voz que no admitía negativas.

 

A pesar de la certeza que moriría asesinado por ese loco, el Doctor soltó una risita despectiva antes de mascullar.

 

—No existe ninguno, Potter. El señorito Malfoy quedará chiflado sin remedio y para toda la vida.

 

Los otros tres intercambiaron miradas, como si ya hubieran estado esperando esa respuesta de su parte. Entonces Potter se volvió a dirigir a él.

 

—¿Qué se necesita para liberarlo?

 

—Tu muerte, desgraciado —le dijo el Doctor con tanto placer que casi podía reír. Todavía en ese instante no podía creerse el honor de ser él quien hubiese inventado el hechizo que acabaría con Potter cuando el Señor Oscuro no había conseguido hacerlo—. Lo único que le devolvería la cordura sería verte morir. ¿Qué te parece? ¿Estás dispuesto a sacrificarte por él? —le preguntó con enorme sorna.

 

—Harry… —dijo la chica que los acompañaba—. ¿Qué haremos, si…?

 

Potter levantó una mano y la muchacha se calló de inmediato.

 

—Seguiremos con lo acordado. —Miró hacia el Doctor y le masculló—: Sabemos que tiene una cita con los Malfoy, y, ¿sabe qué? Va a tener la amabilidad de invitarnos a ir con usted.

Narcisa pasaba una y otra vez su mano por la frente de Draco, incapaz de hacer nada más que eso. Lo tenía fuertemente aferrado, ella sentada sobre la cama y con la cabeza y espalda de su hijo sobre su regazo, velando su sueño y pidiéndoles a los dioses que no le permitieran despertar. No todavía.

 

Encerrados los dos en su habitación, Narcisa podía ver por la ventana que ya estaba despuntando el alba. Estaba aterrorizada y no había conseguido dormir nada. Si era verdad todo lo que Harry le había dicho por carta, no veía el modo de salir de esa espantosa situación.

 

Bajo sus caricias, Draco se removió un poco y gimió. Narcisa lo observó y los ojos se le llenaron de lágrimas. ¡Estaba tan delgado, seguramente a punto de la inanición! Tenía que comer algo pronto; el mismo Harry le había contado que tenía al menos tres días sin probar bocado. Si todo estuviera bien, ella misma ya lo estaría levantando para desayunar.

 

Pero no estaba bien. Lo que Lucius le había hecho a su muchacho lo tenía al borde de la demencia y Narcisa lo sabía porque lo había presenciado la noche anterior, que Draco ni siquiera tenía cabeza para sentarse y comer. Lo único que quería hacer era escapar de ahí y salir a buscar a Harry para matarlo. Era escalofriante verlo así, paseándose por toda la habitación buscando una salida y gritando como poseído. Narcisa había llorado sin parar presa de un dolor que jamás había creído que pudiera existir.

 

La noche anterior, cuando Lucius había llegado con él, Narcisa —que ya tenía varios días encerrada en su habitación por mano de su propio marido— se había horrorizado al punto de que no había podido contener un grito.

 

Su hijo —su bello y orgulloso hijo—, no era más que un manojo de piel y huesos, sin energía y completamente drogado o hechizado, Narcisa no quería saber qué. Lucius lo había arrojado sobre la cama de Narcisa y ordenado que se ocupara de él, que el chico estaba enfermo por culpa de su degenerado estilo de vida y que era hora, ahora sí, de terminar de una buena vez con eso.

 

Y claro, Narcisa lo había creído durante un par de horas. Incapaz de saber más, hasta había maldecido a Harry por haber permitido que su hijo terminara en semejante estado.

 

Pero entonces, su elfina había aparecido con la primera nota de Harry, donde le explicaba a Narcisa qué era lo que en verdad estaba pasando con Draco. Narcisa había arrugado la carta en la mano, jurando que si salía de esa, mataría a Lucius con sus propias manos.

 

Pero entonces se había serenado y pensado fríamente. Tenía que ayudar. Buscando tinta, le había preguntado a Harry en la misma nota, ¿Qué puedo hacer yo?

 

Y la respuesta de Harry había llegado casi una hora después en forma de una petición. Narcisa, a toda prisa, había escrito la carta para el Doctor, diciéndole lo que Harry le había indicado.

 

En cuanto había despedido a la elfina con aquel mensaje, Draco había despertado. Por fin, pensó Narcisa. Justo estaba por llamar a la elfina de nuevo para que le llevara algo de cenar, cuando presenció la locura a la que habían sometido a su hijo y que Harry ya le había explicado por carta.

 

Y ahora, a la luz del amanecer, Narcisa enjugó una lágrima. Si aún sabiendo que su Draco estaba sometido a una terrible maldición, aún así se había aterrorizado de verlo actuar como un demente… no sabía qué era lo que habría sentido de no haberlo sabido.

 

Apretó a Draco contra ella, intentando imaginar qué era lo haría Harry para sacarlos de ahí y llevar a Lucius ante las autoridades. Y sobre todas las cosas, no podía imaginar qué sería lo que haría para revertir el maligno hechizo que tenía su hijo.

 

La puerta se abrió y, por instinto, Narcisa apretó más a Draco contra su cuerpo. Giró la cabeza hacia el umbral y descubrió a Lucius parado ahí. Lo miró intentado vaciar su mente de cualquier pensamiento que involucrara a Harry y la información que le había dado por carta.

 

—Buenos días —saludó su esposo, entrando a la habitación y cerrando la puerta con su varita. Narcisa miró el instrumento mágico casi con avidez; Lucius le había quitado el suyo al encerrarla ahí y aparentemente, también tenía el de Draco—. Te traigo buenas nuevas, mujer —le dijo Lucius con una enorme sonrisa cruel—. El Doctor vendrá más tarde a revisar a Draco, y seguramente que encontrará una solución aceptable para todos sus problemas… si sabes bien a lo que me estoy refiriendo.

 

Narcisa no respondió nada. Sólo lo miró con odio intenso. Después de todo, desde hacía mucho tiempo había aprendido que discutir con Lucius no iba a llevarla a ningún sitio, pues si había un verdadero demente en ese cuarto, ése era su marido y no su hijo.

 

Al ver que no contestaba, Lucius arqueó una ceja, divertido.

 

—¿No te da gusto, Narcisa? ¿Saber que, tal vez pronto tu hijo nos honre con una esposa y un nieto, al menos? ¿No es eso lo que siempre has querido?

 

Narcisa temblaba de rabia al responder.

 

—Lo único que siempre he querido es vivir en paz y que mi hijo sea feliz, Lucius. Y tú deberías desear lo mismo.

 

—¿Y permitir que nuestro nombre se extinga y que esta Mansión pase a formar parte de las arcas del Ministerio? —Lucius sonrió maléficamente—. No, no lo creo. En todo caso, la culpable de que necesitemos de que Draco contraiga matrimonio eres tú —le indicó con un brillo furioso en sus ojos grises—. Por no haberme dado otro heredero, tal como acordamos.

 

Narcisa se estremeció de rencor, asco y miedo.

 

—¡Yo no he tenido la culpa, Lucius! Han sido tan pocas las ocasiones en que…

 

De pronto, el elfo mayordomo se apareció en medio de la habitación, interrumpiendo a Narcisa. Hizo una reverencia y comenzó a hablar con rapidez.

 

—Amo Lucius, señor —dijo, sin atreverse a levantar la cara—. El señor Doctor ha llegado y espera por usted en el recibidor. El señor Doctor le dijo a Dusty que trae con él el tratamiento que curará al amito Draco, señor.

 

Narcisa intentó no asustarse. Después de todo, eso iba acorde al plan que Harry le había indicado. Tenía que ser él, tenía que ser.

 

Lucius le dirigió una sonrisa satisfecha y salió de la habitación sin decir más.

Los minutos pasaron lentos y desgarradores. A cada segundo Narcisa notaba a Draco más susceptible a despertar de su agitado sueño y ella, por primera vez en toda su vida, deseaba que hijo no lo hiciera. Tenía pavor de verlo comportarse como una fiera enjaulada.

 

Echando miradas hacia la puerta, se reprendía a ella misma por ser tan impaciente. Sabía que en realidad no había transcurrido tanto tiempo, pero así era como le parecía. Al fin, ésta se abrió no de manera muy discreta, y lo primero que Narcisa vio fue al maldito Doctor. De nuevo. Ahí en su casa, de nuevo para torturar a Draco.

 

Abrazó a su hijo con más firmeza.

 

El hombre, tan alto y fornido que imponía respeto y temor, sólo la miró agriamente sin saludarla. Tras de él entró Lucius, y junto con él, un sometido y golpeado Harry Potter.

 

Narcisa jadeó de la impresión. Se obligó a no gritar el nombre del muchacho.

 

Era cierto que Harry le había dicho que, de alguna manera, usaría como coartada la visita del Doctor esa mañana para lograr entrar en la Mansión, pero Narcisa jamás se imaginó que lo haría atado así como iba, con el cuerpo casi cubierto por unas gruesas cuerdas seguramente colocadas con magia, herido y sangrante de la cara.

 

Hecho prisionero por el Doctor y llevado de esa manera a la Mansión.

 

Y tenían que ser ambos quienes parecían ser, porque ella dudaba seriamente que Lucius dejara entrar hasta sus aposentos a magos cuya auténtica identidad estuviese en duda. Tendría que haberles aplicado al menos algún finite al entrar para asegurarse que no fuera algún tipo de hechizo glamour. Aunque, la multijugos era prácticamente indetectable, pensó ella, sintiendo un leve resplandor de esperanza.

 

—Como te decía abajo, Lucius —dijo el Doctor—, me temo que Draco no se verá aliviado de su locura si no termina de una vez con lo que le provoca la obsesión.

 

Lucius entrecerró los ojos, mirándolo con desconfianza.

 

—En realidad, a mí me parece muy bien como están las cosas, Schuyler. No creas que muero de impaciencia por ver a mi hijo convertido en asesino. Existen maneras para mantenerlo controlado. Pociones tranquilizadoras, encantamientos… —Sonrió perversamente antes de agregar—: Los buenos Sanadores de San Mungo me dieron una larga lista de recursos antes de dar de alta a Draco.

 

—Tal vez —insistió el Doctor con voz dura—. Pero yo necesito que tu hijo haga el trabajo. ¿No entiendes que será en beneficio de todos? Potter ya ha descubierto nuestro secreto, no puede continuar con vida. Nos hundirá. —Miró a un escéptico Lucius con furia—. A todos. Porque si me hundo yo, te arrastraré conmigo, Lucius.

 

—Maldito seas por atreverte a venir a mi casa a amenazarme, Schuyler —siseó Lucius, pero no hizo nada más.

 

Ni tampoco denegó la petición del otro. Narcisa, horrorizada al comprender que habían llevado a Harry ahí para permitir que Draco lo asesinara, comenzó a sudar y a respirar con agitación.

 

Dirigió su mirada insistentemente hacia Harry, pero éste sólo tenía ojos para Draco. No decía palabra aunque no estaba amordazado, y Narcisa se preguntó si no hablaba para no despertar a su hijo o porque Lucius o el Doctor lo tenían enmudecido con magia.

 

—¿No entiendes que no tenemos nada qué perder y todo por ganar? —continuó el Doctor—. Simplemente dirás que Potter ingresó a tu casa, de la misma manera como lo hizo la ocasión anterior. Que intentó secuestrar a Draco de nuevo y éste, simplemente, lo mató en defensa propia. Además, debido al estado que presenta, ni siquiera podrán levantar cargos en su contra. Su casa, su defensa, su locura. Potter es el intruso y el que tendrá toda la culpa.

 

Lucius no parecía estar aún muy convencido.

 

—Los muertos no hablan, Lucius —insistió el Doctor con voz silbante.

 

Lucius sonrió con crueldad.

 

—Exacto, mi querido Doctor.

 

El Doctor, comprendiendo la amenaza implícita, dio un paso hacia atrás.

 

—No te atreverías, Lucius. Sabes que me necesitas. Soy el único en toda Inglaterra dispuesto a dar el tratamiento que curará de una vez por todas a tu hijo.

 

—¡No, Lucius! —se atrevió a suplicar Narcisa. No podía soportarlo más, aquello la estaba matando. Esos hombres estaban locos, ¿cómo podían haber llegado a tanto?— Por favor, no permitas que Draco haga eso. ¡Por piedad!

 

—Está bien, Narcisa —habló Harry por fin—. Déjelos.

 

Todos se giraron a ver al chico atado que, con un enorme gesto de resignación en la cara, parecía dispuesto a ofrecerse en sacrificio.

 

—¿Qué estás diciendo, Harry, por amor a Merlín? —exclamó Narcisa con voz estrangulada.

 

—¿No lo ve? —continuó Harry en voz baja, como no deseando importunar a Draco—. Es la única manera en que Draco dejará de estar poseído por esa maldición. Hermione ha leído docenas de libros y averiguó que sólo acabando conmigo Draco quedará sanado… Además, de cualquier manera, ya es muy tarde para mí.

 

Narcisa se escandalizó e hizo un enorme esfuerzo para no soltar el llanto; no quería derrumbarse delante de los otros dos hombres. Si Harry, si el propio Harry Potter, el conquistador del Señor Oscuro, se daba por vencido así, ¿qué les esperaba a todos los demás?

 

Lucius soltó un bufido de burla.

 

—Vaya con el sacrificio. Qué lindo, Potter, todo un detalle de tu parte —dijo con voz sardónica—. Me aseguraré de que tus nietos lo sepan… Oh, qué pena. Olvidé que jamás tendrás. —Harry apretó la mandíbula y Lucius soltó una risita—. Tal vez, con un poco de suerte, se lo cuente a los míos alguna tarde de lluvia.

 

El Doctor, que durante todo el tiempo que había durado la breve charla no había dicho palabra, pareció volver a la vida.

 

—¿Lo ves, Lucius? Hasta el héroe está de acuerdo. Hagámoslo, pues.

 

Si Lucius se molestó por recibir indicaciones de aquel patán, lo disimuló muy bien. Levantó su varita y le dijo a Narcisa:

 

—Apártate, mujer. Es hora de despertar al chico.

 

—¡No…! —fue lo que Narcisa alcanzó a decir antes de que el rayo de un enervate cayera sobre su hijo. Éste se removió haciendo gestos de dolor, abriendo los ojos un poco—. Draco… —le habló Narcisa, presa de una gran pena y a punto del llanto.

 

Draco levantó la cabeza y la miró sin decir palabra. Fueron pocos los segundos en que conservó la tranquilidad que da la ignorancia, pues en seguida pareció recordar todo y por lo tanto, esa demencial obsesión causada por la maldición regresó a su mente y corazón.

 

—Madre… —dijo con voz pastosa y con los ojos brillantes por la locura—. ¿Sabes dónde está mi varita? Tengo que matar a Potter.

 

—No —gimoteó ella, cubriéndose la boca con una mano.

 

—Mi querido niño —dijo la hipócrita voz del Doctor—. Mira lo que tu padre y yo hemos traído para ti.

 

Draco miró hacia donde había provenido la voz y sus ojos se clavaron en Harry. El odio y rencor pareció apoderarse de su ser, transformando su cara en una máscara que nada tenía que ver con su verdadera personalidad.

 

—¿Potter? ¿Aquí? ¡Maldito seas! —comenzó a gritar, incorporándose del regazo de su madre con bastante trabajo. Harry sólo lo miró con un gesto de dolor y gran tristeza en la cara—. ¡Tu desvergüenza no tiene límites, malnacido! ¡¿Cómo te atreves a venir a mi casa, a presentarte ante mí y mi familia?!

 

Harry no pareció amedrentarse ni un ápice ante los gritos que Draco le prodigaba. Se quedo estoicamente de pie en el sitio y, en vez de responderle los insultos a Draco, giró la cara hacia Narcisa.

 

—Cuando todo esto termine y Draco esté curado, los Aurores vendrán por Lucius, Narcisa. Y usted y Draco estarán bien.

 

Lucius, que también lo había escuchado, soltó una carcajada.

 

—Mi querido e iluso Potter —dijo cuando paró de reír—, ¿cómo puedes suponer que sucederá eso si será Draco el que se encargará de ti?

 

Harry miró a Lucius con el gesto más despectivo que Narcisa le había visto nunca.

 

—En este momento los Aurores se están enterando de todo lo que hiciste en asociación con mis ex compañeros del Ministerio, contra Draco, contra mí y contra nuestro amigo Cliff. Él es testigo y está presentado su declaración —dijo Harry con una enorme sonrisa de satisfacción ante la cara de estupefacción que puso Lucius—. ¿Sabes cuántos años dan en Azkaban por aplicar maldiciones ilegales que alteran la conducta de los demás, Malfoy?

 

Lucius palideció notablemente, aunque el Doctor ni siquiera se inmutó.

 

—¿Un testigo? —fue todo lo que Lucius murmuró, frunciendo el ceño como si tratara de hacer memoria—. ¿El muggle? —preguntó con enorme desprecio e incredulidad.

 

—Exacto —respondió Harry con una sonrisa de triunfo en la cara—. Quién lo hubiera creído, ¿no? El orgulloso sangre pura Lucius Malfoy, al final, vencido por un muggle y que además, es homosexual. Vaya ironías de la vida…

 

—Maldito seas, Potter —le siseó Lucius, negando con la cabeza—. No permitiré que vuelvan a meterme a esa prisión otra vez. De algún modo… el oro lo puede todo. Pero tú… —Se sacó de la túnica la varita de Draco y se la arrojó a su hijo que, acostado junto a su madre, había estado enmudecido observando la escena—. Tú de esta no te salvas, Potter.

 

Harry miró hacia Draco, al igual que Narcisa y cada presente en la habitación.

 

Narcisa vio a su hijo observar la varita durante un momento. Entonces, levantó la cara hacia Harry y el odio le deformó el gesto.

 

—Adiós, Potter —dijo, apuntándole con su instrumento mágico.

 

—¡NO, Draco, no! —gritó Narcisa, intentando tomarlo del brazo que sostenía la varita. Pero Draco la apartó de un empujón. La mujer, horrorizada por no poder hacer nada para impedir aquello, miró por última vez hacia Harry, asombrándose de no ver miedo y sí un gesto de triunfal alegría en su cara.

 

Avada Kedavra —dijo Draco en voz baja, como si en realidad no fuera él mismo, como si no creyera posible estar haciendo semejante acción.

 

Pero la maldición asesina cayó sobre Harry sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Narcisa ahogó un grito de terror cuando vio el joven y maltratado cuerpo caer como peso muerto sobre el piso de su habitación.

 

Lucius contempló su obra durante un momento, regalándose con el placer de ver por fin al Niño-que-vivió, muerto. Entonces, la realidad pareció golpearlo de nuevo y se dirigió a toda prisa al Doctor.

 

—Schuyler, si es verdad lo que Potter dijo… Me temo que pasarás una gran temporada en Azkaban. Tenemos que discutir el precio por tu silencio y…

 

Narcisa dejó de escuchar a su marido. Miraba alternadamente entre el cadáver de Harry y su hijo.

 

Draco continuaba sentado en la cama junto a ella, mirando hacia el punto donde Harry había estado parado. Poco a poco, un gesto de incredulidad y franco terror fue depositándose en su cara.

 

¿Harry? —se atrevió a llamarlo con la voz llena de pánico.

 

Narcisa lo miró, resistiendo las ganas de golpearlo, de gritarle ¡Lo has matado! Porque sabía que él no era culpable, y en cambio, su corazón se llenó de preocupación… ¿Cómo podría Draco vivir sabiendo que había cometido ese crimen?

 

—¿Madre? —preguntó Draco, girándose hacia ella. Narcisa también lo miró—. Madre… —repitió Draco, y ella escuchó la pregunta implícita en su tono: ¿Qué es lo que he hecho?

 

—Draco… —comenzó Narcisa, pero no supo qué más decir.

 

Desvió los ojos de su hijo, evitando mirar de nuevo el cuerpo de Harry. No podía soportarlo. Observó a Lucius, cuyo gesto de satisfacción parecía no caberle en la cara, parecía estar llegando a buenos términos con ese maldito Doctor.

 

Harry había dicho que los Aurores sabían, que ya estaban a punto de ir a por él. Sólo era cuestión de esperar, pero, ¿qué tal si Lucius conseguía, de alguna manera librarse de ir a prisión? ¿Qué sería de ella y de Draco?

 

Narcisa miró de reojo hacia el Doctor, quien parecía agitado y cansado, como si luchara por respirar. Tenía una mano en el pecho y lucía sudoroso y preocupado. Seguramente era del miedo por lo que se avecinaba.

 

Al lado de Narcisa, Draco se levantó de la cama.

 

—Hijo, no… —Ella trató de detenerlo, pero de nuevo fue rechazada por un firme y brusco empujón.

 

—¿Harry? —repetía Draco, como si no deseara creer que en realidad ese cuerpo tirado en la recámara de su madre le pertenecía a su mejor amigo—. ¡Dios, Harry…!

 

Vestido sólo con un ligero pijama, Draco se arrojó sobre el cuerpo envuelto en cuerdas y sangre que estaba en el piso. A Narcisa se le desgarró el alma cuando su hijo tomó las cuerdas y con ellas, comenzó a agitar a un inmóvil y pálido Harry Potter.

 

—Dios, Dios, no, no… ¡Harry! ¡Despierta, Harry, no no! —Las lágrimas comenzaron a brotar a borbotones de los ojos de Draco, quien se las limpió con un certero manotazo. Narcisa tampoco pudo contenerse más y comenzó a llorar.

 

Entonces, tan repentinamente como había empezado a sacudirlo, Draco soltó a Harry e incorporándose, apuntó su varita directamente hacia su padre.

 

—¿POR QUÉ ME HAS PERMITIDO QUE HICIERA ESTO? —le gritó, opacando los sollozos que Narcisa estaba emitiendo. Miró a todos en la habitación: a su madre, a Lucius, al Doctor—. ¿Por qué nadie me detuvo? —preguntó en voz más baja, casi derrotada—. ¿Por qué? Yo no quería matarlo, no entiendo… no entiendo.

 

La sonrisa en la cara de Lucius mostraba que no le importaba en lo más mínimo el dolor ni la opinión de su hijo. Quizá creía que al aplicarle la terapia de aversión todo aquello caería en el olvido.

 

—Nada debe preocuparte, hijo —le dijo a Draco—. Ha sido en defensa propia, como todos lo hemos presenciado.

 

Draco miró a su padre boquiabierto, las lágrimas corriéndole por las mejillas a gran velocidad y mojando su cuello. Sacudió la cabeza. Al igual que Narcisa, no podía entender a qué punto llegaba la locura y la negación del mayor de los Malfoy.

 

Narcisa lo veía apretar fuertemente su varita y sabía, sabía, que su pobre hijo estaba reprimiéndose las ganas de asesinar al autor de sus días…

 

De pronto, el ruido sordo que hizo alguien al caer llamó la atención de todos en la habitación. El Doctor, por alguna extraña razón, se había desplomado al suelo y yacía a un par de metros del cuerpo sin vida de Harry.

 

Parecía estar en pleno agotamiento. Narcisa y Draco intercambiaron una inquisitiva mirada mientras Lucius se distraía mirándolo.

 

Tu varita le dijo ella con el solo movimiento de los labios. No lo mates, debes esperar, le susurró. Draco asintió apenas perceptiblemente y, con la cara empapada en lágrimas y apretando el agarre de sus dedos alrededor de su varita, la escondió detrás de su espalda, confiando, quizá, en encontrar una manera de escapar.

 

—Pero, ¿qué…?

 

La pregunta de Lucius fue hecha en un momento en el que sucedieron varias cosas al mismo tiempo.

 

Una serie de golpes se escucharon hasta la habitación de Narcisa; ruidos fortísimos como si alguien estuviese tratando de derribar la puerta principal. Dusty, el elfo mayordomo, se apareció en medio de la habitación y pegó un brinco al ver a Harry Potter tirado en el suelo y aparentemente muerto. La criatura soltó un chillido, el cual se incrementó en volumen cuando el cadáver de Harry se desvaneció por sí solo, disolviéndose en volutas de humo negro.

 

Narcisa gritó, creyendo que el elfo del demonio era el culpable de la desaparición del cuerpo de Harry. Draco también gritó, ¡HARRY! pero el elfo chilló ¡Han llegado Aurores, amo Malfoy, mi señor! desapareciendo al instante y entonces, Narcisa se levantó de la cama, agazapándose detrás de su hijo.

 

Lucius pareció procesar todo aquello en menos de una milésima de segundo. Se giró hacia el Doctor que, acostado cuán largo era en el suelo, miraba a Lucius con una gran sonrisa de triunfo. Narcisa no tuvo tiempo de preguntarse qué era lo que estaba sucediendo cuando vio a su marido lanzarse sobre el Doctor.

 

¡TÚ! —le bramó, echándosele encima y soltándole un puñetazo en el rostro—. ¡Debí saber que eras !

 

Narcisa no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Pero entonces, Lucius estaba apuntándole con su varita al Doctor, y Narcisa se alegró internamente de que su marido estuviese a punto de matar a semejante escoria. Sin embargo, Draco pareció no estar de acuerdo.

 

—¡NO! ¡Desmauis! —gritó Draco, hechizando a Lucius antes de que pudiera hacerle cualquier daño al otro mago.

 

Lucius cayó inconsciente justo encima del Doctor, y Narcisa no tuvo tiempo de preguntarle a su hijo a qué se debía la repentina compasión por el hombre que en un pasado lo había estado torturando.

 

Draco se abalanzó sobre su padre y el Doctor, quitándole de encima a Lucius. Le arrebató a su padre la varita de la mano y se la arrojó a su madre, quien la atrapó en el acto. Narcisa la usó para abrir la puerta pero sin quitarle los ojos de encima a Draco y a la extraña escena que tenía lugar.

 

Draco, jadeando y con apariencia agotada, miraba al Doctor, que, tirado en el piso, lo observaba igual de intenso. Fueron largos momentos los que estuvieron así, hasta que por fin, Draco se atrevió a preguntar con voz trémula:

 

—¿Harry?

 

Entonces, el Doctor sonrió, pero no con su sonrisa de siempre —ese gesto de insufrible soberbia y poca piedad que solía tener— sino con algo mucho más sincero y cálido. Y al igual que Draco, Narcisa comprendió qué era lo que estaba pasando.

 

—Gracias a Merlín… —susurró la mujer sintiendo que el alma le volvía al cuerpo.

 

—Está a punto de terminarse el tiempo de la multijugos —susurró el Doctor con otra voz que no era la de él, sino la de Harry Potter—. ¿Estás seguro de que ya no sientes deseos de avadakadavrearme?

 

—¡Maldito seas, Potter! ¡Hijodeputa! —gritó Draco, repentinamente furioso. Se arrojó sobre el Doctor-Harry y le propinó otro golpe en el rostro.

 

—¡Draco! —gritó Narcisa, alarmada. ¿Es que acaso aún estaba bajo los influjos de la maldición?

 

—¡Pero, madre…! —le respondió Draco a gritos también, con un curioso gesto en la cara, como si estuviese haciendo pucheros por ser regañado injustamente—. ¡El muy infeliz me hizo creer que lo había matado! —reclamó—. ¿CÓMO NO QUIERES QUE ESTÉ FURIOSO CON ÉL?

 

Para sorpresa de los dos —o tal vez no tanta—, el Doctor-Harry se comenzó a reír alegremente, frotándose con una mano la magullada cara.

 

—Merlín, Draco… golpeas mucho mejor que tu padre —comentó entre risas—. Se siente la influencia muggle en tu vida.

 

Entonces, antes de que Draco pudiera responder nada más, Narcisa y él fueron testigos del cambio físico que tuvo lugar. Harry volvió a ser él mismo, dejando el cuerpo del Doctor en el olvido y vistiendo unas túnicas de repente muy holgadas. Como no llevaba sus gafas, parpadeó durante un momento, intentando enfocar su mirada en Draco y sonriendo como si intentara pedirle perdón.

 

Narcisa miró de reojo a su hijo. Draco observaba el rostro de Harry como si estuviese viendo el tesoro más cuantioso, la obra de arte de más valor, la cosa más hermosa del mundo. Parecía tan conmovido que ella creía no tardaría en arrojarse sobre Harry de nuevo y no precisamente para volverle a golpear el rostro.

 

Narcisa bajó la mirada hacia Harry, y lo descubrió mirándolo de la misma forma.

 

Narcisa sonrió y sin decir palabra, usó la varita de Lucius contra él mismo para atarlo mágicamente y levitarlo fuera de la habitación. Esperaba que de verdad los Aurores estuviesen esperando abajo y así, poder entregarles el paquete… Ya era hora de que Lucius arreglara sus asuntos pendientes con la ley.

 

Justo antes de salir del cuarto, Narcisa miró sobre su hombro. Tal como lo había esperado, vio que Draco estaba sobre Harry, devorándolo con apasionados y numerosos besos. Sintiendo que podía explotar de la felicidad de verlos a los dos a salvo y amándose de esa forma, la mujer cerró la puerta con una enorme sonrisa en la cara.

 

Vaya que ya era hora de muchas cosas, entre ellas, que Harry y Draco pudieran vivir en paz.

—No sabía que podías hacer un doppelgänger —le comentó Draco a Harry después de terminarse el desayuno que su propia madre le había dejado en la habitación.

Sonriendo ampliamente, Harry le retiró la bandeja de la cama y la depositó en la mesa que estaba al centro del cuarto, junto un enorme florero. Regresó a la cama y se sentó a su lado.

 

—Ni yo tampoco —fue todo lo que dijo con una enorme sonrisa.

 

Draco bufó. Tuvo el impulso de estirar las manos para tocar el rostro de Harry, para sentir su calor y suave tacto, para asegurarse y terminarse de convencer de que en verdad no había muerto por su propia mano.

 

No se contuvo. Levantó los brazos y así lo hizo. Después de haber creído que lo había asesinado él mismo, le parecía idiota y estúpido estar limitando sus ansias por tocarlo.

 

Harry se quedó quieto, mirándolo a los ojos, inclinando la cabeza para obtener más de la caricia de Draco.

 

—Serás grandísimo cabrón —le susurró éste, no queriendo convertir el momento en algo demasiado comprometedor—. Nunca te perdonaré lo que hiciste. Te juro que cuando me sienta con un poco más de fuerzas, ahora sí me levanto y te mato.

 

Harry volvió a sonreír.

 

—Si es a polvos, accedo gustoso.

 

Draco negó con la cabeza, ocultando su sonrisa. El truco que Potter había empleado para fabricar un doble de él mismo y así poder lograr que Draco creyera que lo había matado, era un tipo de magia oscura bastante difícil de realizar. Draco había escuchado que en Durmstrang era materia disponible, pero no era algo que se enseñara en las aulas de Hogwarts ni en Gran Bretaña por regla general.

 

—Tienes que enseñarme a hacerlo —suplicó con tono mimoso. Sabía que Harry no se negaría—. Yo quiero saber.

 

Harry le tomó las manos entre las suyas al tiempo que asentía.

 

—Por supuesto. Ya te encuentres mejor. Realmente es un hechizo de bastante utilidad, pero tendremos que guardar el secreto. Ya sabes que está prohibido aquí.

 

Draco asintió.

 

—Claro, claro… pero lo que yo me muero de ganas por saber es cómo diablos aprendiste a hacerlo. —El gesto de Harry se convirtió en uno que gritaba culpable y Draco entrecerró los ojos—. ¿Algo que quieras contarme, Potter?

 

Harry puso cara de fingida inocencia.

 

—No, ¿por qué? —Draco lo miró intensamente y Harry terminó riéndose ante la presión—. Está bien, te lo contaré. En realidad, es la primera vez que lo hago. Es por eso que no podía controlarlo muy bien y, no sé si te fijaste, pero me debilité mucho cuando tú lo “mataste”… me estaba costando bastante esfuerzo conservar la imagen.

 

—¿Es la primera vez que lo haces? —preguntó Draco sin poder ocultar su admiración. Ante el gesto afirmativo de Harry, le preguntó—: ¿Dónde lo aprendiste?

 

—En Grecia.

 

—¿En este viaje que acabas de hacer? —jadeó Draco, todavía sin quitarle las manos de encima—. Pensé que habías ido a trabajar, no a entrenarte en magia oscura —le comentó sin poder esconder muy bien la envidia que lo corroía.

 

Harry sonrió. Seguramente había notado que Draco estaba un poco celoso.

 

—Me lo enseñó otro de los guardaespaldas del magnate que cuidé, un mago alemán bastante capaz que fue a Durmstrang. Estaba bastante impresionado cuando supo que yo era Harry Potter, y… —Harry se sonrojó, interrumpiéndose y mirando hacia otro lado.

 

—Potter —masculló Draco, las sospechas martilleándole el cerebro. Miró intensamente a Harry, tratando de descubrir si lo que maliciaba era cierto o no—. ¿No me digas que te acostaste con ese alemán a cambio? —Harry no respondió nada y Draco sintió que se prendía en fuego—. ¡Pero si yo te pregunté si alguien te había follado y tú me dijiste que no! —gritó, sintiéndose engañado y herido.

 

Harry giró la cabeza de nuevo hacia él, sonriéndole ampliamente. —Tú me preguntaste si un griego me había follado, ¿recuerdas? Jamás hablamos de magos alemanes.

 

Draco jadeó de la indignación. Y al mismo tiempo, algo muy parecido a la decepción se apoderó de su pecho, instalándose ahí y provocándole dolor verdadero. Físico y tangible. Tragó saliva y desvió su vista hacia otro lado. Después de todo, ¿quién era él para exigirle fidelidad a Harry? Draco había sido el primero en desear que su relación fuera de libertad total.

 

Maldita la hora en que había decidido eso.

 

—Estoy bromeando, Draco.

 

Draco regresó sus ojos hacia Harry y lo descubrió mirándolo intensamente. No había burla en sus ojos, tampoco mentiras. Sólo un sincero y directo cuestionamiento. Draco tragó, sintiéndose muy nervioso de repente.

 

—Ya me debes dos, Potter —fue todo lo que se le ocurrió decir.

 

Harry se acercó más a él por encima de la cama. Draco pensó por un leve instante que por supuesto que no se atrevería jamás a tener sexo con Harry ahí en la habitación de su madre, pero si Harry insistía, podía echarle a él toda la culpa…

 

—¿Te hubiera importado? —le preguntó Harry, casi taladrándolo con esos malditos ojos verdes que eran la debilidad de Draco—. Quiero decir, ¿de verdad te importa si me acuesto o no con otra persona?

 

Draco se quedó enmudecido durante un momento. La verdad era que sí le importaba y mucho. Quería a Harry para él solo.

 

Quería a Harry, y punto.

 

—¿Draco? —insistió Harry, cada vez más ansioso. Y Draco no pudo seguir ocultándolo.

 

—Sí.

 

Harry pareció tardar un poco en asimilar la sílaba que había sido la respuesta de Draco. Lo miró a los ojos como si no pudiera creerlo.

 

—Draco, dejémonos de idioteces —le dijo anhelante, inclinándose encima de él, aplastándolo con su peso—. De hoy en adelante, serás mi novio. Y jamás volverás a follar con nadie, ni en un club ni en ningún lado. Sólo conmigo. Y yo, sólo contigo.

 

La perspectiva, imposible para Draco apenas un mes atrás, ahora no hizo más que proporcionarle esperanza y una enorme alegría. Tragó pesadamente y sonrió. Y esa sonrisa pareció ser toda la respuesta que Harry estaba esperando.

 

Se inclinó más y besó a Draco profunda pero suavemente, como sellando así el compromiso que ambos acababan de establecer.

 

—Te amo, Draco. Realmente te amo —le dijo sobre los labios, casi desesperado, angustiado, necesitado. Y de nuevo lo besó.

 

Draco lo tomó de los cabellos, un inconsciente gesto que exigía cercanía y posesión. También él lo amaba, y mucho, pero no encontraba todavía el valor ni las palabras para decírselo. Tal vez, más tarde… después de todo, tenían toda la vida por delante.

 

Incapaz de soportar tanta miel y no hacer nada al respecto, Draco le masculló a Harry interrumpiendo el beso que era cada vez más intenso:

 

—¿Y no existe la posibilidad de que vuelvas a hacer tu truquito del doppelgänger sólo para mí? —Harry se separó un poco y lo miró interrogante—. Ya sabes —continuó Draco con una sonrisa traviesa y guiñándole un ojo—, tú y yo podríamos hacer un trío con él.

 

Harry se mordió los labios para contener la risa. Draco lo tomó de la nuca y lo acercó para devorar su boca, susurrándole antes de besarlo:

 

—Tomaré eso como un sí, mi querido pervertido.

 

Fue una verdadera suerte que Narcisa se asegurara que nadie los molestara durante la tarde completa. Después de todo, todos tenían mucho que hacer brindándole sus declaraciones a los Aurores.

 

Draco creyó que si tener a un Harry para él solo era lo mejor, tener a dos era la manera más óptima de terminar su anterior etapa de promiscuidad y sumergirse de lleno en una vida en pareja. Al lado de Harry.

 

O mejor dicho, de sus dos Harrys. Escuchando a Harry murmurar un hechizo, de repente Draco sintió otro cuerpo cálido justo detrás de él. Sonriendo ampliamente y percibiendo la excitación desbordarse por cada poro de su piel, sólo pudo murmurar:

 

—Oh, mi Dios…

 

Los dos Harrys soltaron una risita.

 

—Ahora te vas a quedar quieto y tranquilo  mientras nosotros nos encargamos del trabajo —dijo uno de ellos.

 

Draco asintió mientras el Harry que tenía enfrente lo comenzaba a desnudar y el que tenía detrás le besaba la nuca.

 

—Recuerda que estás muy débil… no queremos que te desmayes —dijo el otro Harry con voz burlesca.

 

Draco tuvo el suficiente cinismo como para reír a pesar de que lo único que quería era gemir.

 

—¿Desmayarme? ¿YO? —Soltó un bufido despectivo—. Estás hablando con el rey de los cuartos oscuros, ¿lo olvidas, Potter?

 

—El que está a punto de olvidarlo —susurró uno de los Harrys—, eres tú, Malfoy.

 

Una boca ardiente envolvió su miembro mientras otra mordía su trasero, y las luces brillantes que Draco vio ante sus ojos, efectivamente, lo hicieron olvidarse de cualquier otra anterior oscuridad.

 

Vagamente, recordó su viejo manual y decidió que en cuanto regresara a casa, tendría que añadirle una nueva regla…

 

Regla 12. ¿Para que conformarte con uno, si puedes tener dos de lo mismo? Oh, mi dios, que vivan los tríos.

 

¿Excepción? Nooo, no aplica. Para nada.

 

—Bienvenido al cielo —dijo entonces un Harry, comenzando a sumergir una húmeda erección entre las nalgas de Draco.

 

Y Draco tuvo que admitir que sí eso era el cielo, gustoso se dejaba matar en cualquier momento.

 

 

 

 

 

 

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Notas del Capítulo:

  1. Para acompañar y amenizar la odisea que emprende Harry para salvar a Draco, yo había sugerido la canción In this Together, de Apoptygma Berzek. Y para su momento romántico, Far Away de Nickelback. Ambas canciones, su letra y traducción, están en la Música del Manual.
  2. No se olviden de pasar por el picspam de la regla 11 del manual ;D
  3. Para finalizar, quisiera recomendarles el fic Reminiscencias, un PoV de Draco que, de cierta manera, resume todo lo que sucedió en el Manual.