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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 2

Nunca debes tomarle cariño a nada ni a nadie. Métete en la cabeza que en este mundo sólo te tienes a ti y a nadie más que a ti. Ah, y jamás le presentes ningún amigo a tu madre.

 

Excepción:

La única excepción a esta regla es que en caso de excepción, nadie debe enterarse.


________________________________________

 

 

Odiaba ese lugar. Merlín bendito, sí que lo odiaba. Tanto, que en cuanto se apareció en él se sintió casi físicamente aplastado por el aroma característico a pergamino que solía imperar en las grandes oficinas y la presencia de tantos magos y brujas haciéndose los tontos mientras decían estar trabajando en pro del mundo mágico.

 

Pocas veces había estado ahí y en realidad se podía decir que sus primeras visitas habían sido hasta cierto punto agradables. Cuando era adolescente y acompañaba a su padre a entrevistarse con importantes personajes que los trataban con enorme respeto y deferencia, incluido el mismísimo Ministro en persona, aún en ese entonces ya detestaba el recinto. La absoluta hipocresía e interés evidente de aquellas personas lo hastiaban hasta enfermarlo.

 

Pero ahora las cosas eran diferentes. Aunque Lucius había salido libre de Azkaban al cumplir su condena, el prestigio de la familia se había ido irremediablemente por el caño. Las visitas privilegiadas al Ministerio eran cosas del pasado.

 

Y por si fuera poco, estaban los recuerdos de la última vez que se había encontrado dentro de ese edificio. Encadenado de pies y manos, con un auror vigilándolo a cada costado. Soportando un juicio en presencia del Wizengamot y todo tipo de gente: periodistas y entrometidos, hambrientos del anhelado espectáculo dónde condenarían al único hijo de Lucius Malfoy a prisión. Pero para desilusión de muchos (o de casi todos, creía Draco), fue absuelto. No había más cargo que el intento de asesinar a Dumbledore durante su sexto año en Hogwarts, pues después de aquello no había vuelto a participar en ninguna misión de los Mortífagos. Snape se había encargado muy bien de eso.

 

Para enorme sorpresa de Draco, en aquel juicio Harry Potter testificó a su favor. Casi se muere de la impresión cuando escuchó al Elegido informar que había sido espectador de lo acontecido en la torre, y al escucharlo narrar fielmente lo sucedido no le cupo duda que decía la verdad. Eso, sumado al testimonio de Snape donde aseguraba que Draco había actuado bajo coacción y de que aún no portaba la marca, fueron pruebas suficientes para dejarlo en libertad.

 

Incapaz de agradecerle a Potter, salió al mundo recién liberado de Voldemort sin mirarlo a la cara ni una sola vez. Incrédulo de que por fin podría volver a la Mansión Malfoy al lado de su madre y vivir en paz después de pensar que nada volvería a ser igual. Pero jamás olvidó lo que su rival hizo por él. Harry Potter lo había salvado ese día y lo volvió a hacer tiempo después. Y aquella segunda vez fue cuando Draco no pudo evitar caer en las redes del encanto del moreno, aunque tuvo que conformarse con su amistad pues el noviazgo que ya sostenía con el estúpido de Creevey lo había dejado sin oportunidad de otro tipo de acercamiento.

 

Después de suspirar y componiendo el rostro para no demostrar la repugnancia que sentía, Draco salió de una de las tantas cabinas utilizadas para aparecerse que estaban en un pasillo del octavo piso del Ministerio. Se reacomodó la impecable camisa y recorrió el atrio dando pasos largos y firmes con dirección a los elevadores; sabía que Harry trabajaba en el tercer piso a pesar de que jamás lo había visitado en su oficina antes de esa tarde. Y no lo habría hecho nunca si su madre no le hubiese dejado otra alternativa.

 

Franqueó la recepción con aire digno y sofisticado, ignorando la mirada asombrada de la bruja de mediana edad que estaba tras el escritorio. Llegó ante el mago de seguridad y tuvo que entregar su varita para poder ingresar. Por lo regular se permitía a los visitantes conservar la varita después de la revisión, pero el caso de Draco era diferente. Ex convicto por tentativa de asesinato. Hijo de un Mortífago. Estigmas que lo acompañarían y segregarían por siempre, sin contar que para muchos no era más que un indeseable maricón.

 

Ni siquiera miró al oficial a los ojos cuando éste le entregó el pedazo de pergamino con el cual podría recoger su varita al salir. Aún sin verlo podía adivinar el desprecio que manifestaba hacia él y que no era causa solamente por haberse tratado de un antiguo reo.

 

En el elevador se topó con un par de magos casi ancianos que charlaban animadamente entre sí y con una bruja muy bonita y de aspecto delicado. Los hombres cesaron su cháchara en cuanto Draco entró, frunciendo el ceño y alejándose notoriamente de él lo más que el reducido espacio les permitió. Draco respiró profundamente y elevó el mentón. Jamás se había avergonzado de su condición de homosexual y no iba a empezar en ese momento. Al diablo todos aquellos magos prejuiciosos y de mentes estrechas, si tanto les molestaba su presencia entonces que usaran las escaleras.

 

En cambio, la chica lo miró con otro tipo de interés. Draco la observó de reojo, suponiendo que tal vez ella ignoraba que era gay… O quizá no le importaba. No era la primera vez que tropezaba con una bruja dispuesta a hacerlo reconsiderar a cualquier manera su postura sexual.

 

Draco hizo gesto de aburrimiento, esperando que la chica notara que él era caso perdido. Si Lucius Malfoy no había conseguido hacerlo cambiar de opinión –y vaya que había empleado métodos persuasivos-, por Merlín que nadie más podría. Porque si de algo se jactaba Draco, era de haber superado exitosamente cuanto obstáculo se le había cruzado en su camino para convertirse en el mago gay más promiscuo y célebre de toda Inglaterra. Tal vez sólo rivalizando con Harry… en cuanto a la fama, claro está.

 

Cuando la puerta del ascensor se abrió y la voz anunció: “Tercera planta: Departamento de Accidentes Mágicos y Catástrofes…” Draco salió, caminando lo más erguido y majestuoso que pudo hacerlo y sin hacer el mínimo caso a las miradas reprobatorias y a los murmullos que suscitó su presencia. Miró el directorio colgado en una pared para buscar la ubicación exacta de la oficina de Harry y no pudo evitar arrugar la nariz. Le descomponía enormemente el ambiente burocrático del lugar.

 

Oficina núm. 3. Comité de la Excusa Digna para el Muggle.

 

Bueno, pues aquí es, pensó mientras traspasaba la puerta que ostentaba el letrero. Veamos que mierda haces aquí, Harry. No tenía un buen presentimiento. Harry nunca hablaba de su trabajo en ese departamento. Una sola vez Draco se lo había preguntado y fue casi por mera cortesía, y al haber obtenido escueta respuesta y un rápido cambio de tema, captó enseguida el mensaje de que Harry no deseaba compartir eso con él.

 

De lo único que tenía conocimiento era que Harry había deseado ser auror pero la Academia no lo había aceptado. Después de todo, Harry, al igual que Draco y varios magos y brujas de su generación, no habían terminado la escuela y jamás pudieron conseguir sus ÉXTASIS. Nadie pensaba mucho en estudiar en medio de una sangrienta guerra.

 

Draco sabía que Harry se había tenido que conformar con un trabajo casi mediocre de oficinista… Le costaba creer que los miserables del Ministerio no hubieran podido hacer una excepción tratándose de quien les había salvado el culo a todos y que desperdiciaran su enorme potencial mágico sentándolo detrás de una mesa a revisar papeles.

 

En cuanto entró a la enorme oficina divida por lo menos en una docena de cubículos ridículamente reducidos y los cuales estaban ocupados por magos que miraban a Draco como si fuera un excremento de hipogrifo caminando, empezó a entender porqué Harry nunca conversaba acerca de su trabajo.

 

Sin dejarse intimidar y sin corresponder a las miradas socarronas de los demás, Draco continuó andando hasta que localizó un cubículo con el nombre Harry Potter empotrado en uno de sus muros falsos. Se asomó y de lo primero que se percató fue que Harry no se encontraba dentro. Y una décima de segundo después, parpadeó y reaccionó a los que sus ojos estaban viendo.

 

En los otros cubículos estallaron risas mal disimuladas y resoplidos de burla. A través de su estupor, Draco los escuchó y tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no ir con el oficinista del lado, arrebatarle la varita después de haberle partido la cara y hechizar a todos los demás para obligarlos a que se callaran la boca de una buena vez. Varias maldiciones oscuras desfilaron por su mente como candidatas a ser probadas en esos malnacidos en cuanto tuviera la oportunidad.

 

Pero Draco estaba acostumbrado a no demostrar sus emociones por más intensas que fueran, así que su rostro no se descompuso ni un poco y la furia que estaba sintiendo no le alcanzó ni a sonrojar las mejillas. Lo cual era un gran logro, pues lo que acaba de encontrar en la diminuta oficina de Harry lo indignaba como pocas cosas lo habían hecho en su vida.

 

Tragó saliva al escuchar pasos por el corredor. Miró por encima de su hombro hacia un lado y vislumbró a Harry que venía hacia él caminando lentamente, cargando lo que a Draco le pareció que eran cientos de carpetas llenas de papeles.

 

Deseó con todas sus fuerzas haber tenido su varita a la mano y así haber podido deshacer eso antes de que Harry llegara y lo descubriera… Aunque por otra parte, tal vez era bueno que se diera cuenta por él mismo del desprecio de sus compañeros y tomara medidas de una vez. Pero la vocecilla del sentido común le dijo que si Harry tenía ya varios años trabajando ahí, lo más obvio era que ésa no fuera la primera vez que sucedía algo así.

 

-Potter –lo saludó al tiempo que intentaba una sonrisa despreocupada. Harry hizo un gesto de incrédula alegría al verlo.

 

-¡Por las barbas de Zeus, si es el mismísimo Draco Malfoy de visita en mi oficina! –dijo risueñamente cuando llegó hasta él. Draco se hizo a un lado y Harry entró a su cubículo. -¿A qué debo tal ho…? –No terminó la frase, la cual se quedó congelada en sus labios mientras que su cara enrojecía por completo y fruncía el ceño. Lentamente cerró la boca, dejó las carpetas en el escritorio y sacó su varita mientras susurraba: -Malditos hijos de puta.

 

No volvió la cabeza atrás y Draco lo entendió. Podía sentir la vergüenza de su amigo como propia; y que aquellos bastardos agradecieran eternamente que no trajera su propia varita consigo, sino… Harry levantó la suya y después de suspirar profundamente, empezó a borrar las huellas de aquella pesada broma. Aunque para la opinión de Draco, hostigamiento era la palabra adecuada.

 

Con un finite, Harry terminó con el encantamiento que había pintado todos sus muebles y pertenencias del color rosa más chillón que Draco hubiese visto nunca, devolviéndolos a su color original. Con un evanesco, se deshizo de decenas de condones colocados por doquier, algunos embutidos en sus cosas y otros más inflados y flotando como globos por encima de su escritorio; a Draco no le pasó desapercibido que algunos tenían degradantes insultos contra los gays escritos sobre ellos. Y para finalizar, Harry levantó su mágico instrumento y borró las grandes palabras que estaban fijas justo en la pared del fondo y que brillaban tanto como un llamativo anuncio de neón: OFICINA DEL MARICA.

 

Terminado aquello y luciendo completamente derrotado, Harry bajó el brazo y continuó dándole la espalda a Draco, quien lo observaba desde atrás y virtualmente con el corazón en un puño. La sangre le hervía al escuchar las risitas de esos malditos a su alrededor, y cuando echó un vistazo por el pasillo pudo notar como un par de magos se escabullían presurosos y muy satisfechos de haber puesto al maricón en su lugar.

 

Draco apretó las mandíbulas, furioso e impotente. Incrédulo, tanto por el comportamiento de esos imbéciles como por la tolerancia de Harry ante ese tipo de trato.

 

-¿Por qué lo soportas, Potter? –le murmuró sin poder contenerse. –No tienes necesidad de esto. ¡Demonios! Yo sabía que el Ministerio era un hervidero de intransigentes racistas, pero la verdad es que jamás me ima…

 

-¿A qué has venido, Draco? –lo interrumpió Harry con voz glacial y todavía sin voltear a verlo.

 

Draco se mordió el labio inferior, dándose cuenta que ese no era el momento ni el lugar para hablar con Harry sobre eso. Se sintió terrible, como un intruso que sorprende a alguien haciendo algo que jamás debió haber sido visto. Sabiendo que ahora más que nunca, Harry se avergonzaría de su denigrante y poco satisfactorio empleo.

 

¡Qué ganas de sacudirlo y hacerle entender a guantadas si era preciso que él no se merecía eso! ¡Qué el era uno de los mejores magos de todos los tiempos, el que acabó con el Señor Oscuro, que logró lo que muchos ni siquiera soñaron hacer! Harry era tan imbécil que Draco no podía evitar querer protegerlo más que nunca en ese momento.

 

-Vengo para llevarte conmigo –dijo simplemente, dejando a un lado el alarmante pensamiento de que ése sentimiento sin nombre que Harry despertaba en él, se intensificaba día a día.

 

Harry se giró, guardándose la varita en el pantalón mientras lo hacía. Iba vestido con ropas muggles como la mayoría de los magos jóvenes que ahora se resistían a seguir usando las anticuadas túnicas. Y Draco llegó a la conclusión de que a Harry los vaqueros le sentaban mucho mejor que las sueltas ropas de mago.

 

-¿Contigo? ¿Adónde? –preguntó el moreno, sacando a Draco de sus pensamientos.

 

Puso cara de fingida exasperación mientras le respondía:

 

-Con mi madre. La próxima semana es su cumpleaños y quiere que tú y yo vayamos a tomar el té hoy con ella. –Miró su reloj de pulsera antes de completar: -Nos espera en la Mansión en poco menos de treinta minutos. Así que… -Draco hizo un gesto que esperaba le indicara a Harry que se diera prisa y empezara a mover su trasero.

 

-¿A la Mansión? –preguntó Harry aprensivo y desviando la mirada. Siempre se ponía un poco nervioso cuando iba al antiguo hogar de Draco, a pesar de que llevaba muy buena relación con Narcisa y ella lo adoraba. Después de todo, no olvidaba que Harry había salvado a su nene por lo menos en dos ocasiones. –Pero… ¿estás seguro que tu padre no…? –titubeó Harry, antes de poner cara de obviedad. –Olvídalo. Supongo que si tu madre quiere que vayamos hoy es porque evidentemente Lucius no está en casa, ¿cierto?

 

-Evidentemente –confirmó Draco, intentando no darle importancia a que las veces que visitaba a su madre debían ser cuando su padre no andaba cerca. Por más que quisiera demostrar lo contrario, no terminaba de acostumbrarse ni dejaba de dolerle que Lucius lo despreciara por su inclinación sexual. –Para el fin de semana le ha organizado a mi madre una recepción por todo lo alto, ya sabes… para esos pocos amigos de la alta sociedad mágica que aún les quedan. –Y sonriendo, se acercó a Harry y levantó las manos para acomodarle el cuello de la camisa mientras concluía: -Pero hoy le apetece festejar con sus dos niños favoritos, y dijo que los elfos han hecho esos pastelillos rellenos de crema que tanto te gustan, sólo para ti.

 

Draco notó que Harry se relajaba un poco y que sus líneas de expresión se suavizaban hasta casi sonreír. Era bien sabido por los dos que cuando a Narcisa se le metía una idea en la cabeza más les valía a ambos no contradecirla. Y era en esos momentos cuando Harry se burlaba de Draco al decirle que ahora entendía de dónde había sacado su legendaria tozudez.

 

Sin soltar la prenda de Harry a pesar de que ya estaba más que arreglada, Draco dejó sus manos descansando sobre los hombros del moreno, contemplándolo directamente a la cara. El verlo esbozar esa media sonrisa le removió algo en su interior, una extraña y hormigueante sensación que lo hacía desear usar las manos para tocar sus mejillas y comprobar si realmente eran tan suaves como parecían, así… cuando lo tenía tan cerca… tan cerca que…

 

Harry dio un paso atrás mientras carraspeaba y Draco lo soltó, espantado por lo que había estado a punto de hacer.

 

-Qué remedio, entonces –dijo Harry con un suspiro. –Tendré que pedir permiso para salir un poco más temprano hoy… Le diré al jefe que le repondré las horas durante la semana siguiente.

 

Draco se mordió la lengua una vez más para evitar decir lo que pensaba al respecto del jefe de Harry y en cuál parte de su anatomía se podía meter la varita, él y todos los otros patanes del lugar, pues sabía que sólo empeoraría el estado anímico de su amigo. Ya pensaría en algo más sutil para convencer a Harry de que el Ministerio no se merecía tenerlo con ellos o por Merlín que se dejaba de llamar Draco Malfoy.

Harry no pudo evitar mantenerse mirando disimuladamente a Draco mientras fingía estar concentrado en su té y en su quinto pastelillo de crema. El mal humor de su amigo lo hacía sentir culpable, especialmente porque sabía que realmente la culpa era suya.

 

En cambio, Narcisa parecía encontrar la situación muy divertida. Eran pocas las veces que Draco la agasajaba con su visita y por lo visto no iba a molestarse por detalles tan insignificantes como una cara larga y unos pocos refunfuños. Además, era obvio que estaba más que habituada a los berrinches que su vástago solía armar a la menor provocación como para darles importancia.

 

Harry se limpió los labios con la elegante y sedosa servilleta que ostentaba el escudo de los Malfoy bordado en ella –casi considerando que era indigno ensuciarla con restos de crema-, mientras intentaba ponerle atención a la charla de Narcisa y al mismo tiempo fijando su mirada de vez en cuando en Draco. El rubio, sentado en una fina poltrona revestida con colores dorados, no cesaba de sacudir con enfadados manotazos su pulcra camisa blanca, como si el encantamiento de limpieza que él mismo se había aplicado al salir de la chimenea no le hubiese eliminado hasta el último rastro de hollín. Desde su arribo no había dejado de renegar de lo mucho que odiaba trasportarse por la red flu habiendo modo –a Merlín gracias- de aparecerse a las puertas de la enorme propiedad de los Malfoy.

 

Pero por más rabietas que hubiera hecho, no logró convencer a Harry de aparecerse junto con él. La grandiosa y poca convincente excusa que Harry le había dado, fue que la distancia desde la verja de entrada al jardín hasta la casa era excesiva, y que después de trabajar durante todo el día lo que menos le apetecía era recorrer todo ese trayecto bajo el sol vespertino. Como si en pleno marzo hiciera un poco de calor en aquella parte de Inglaterra.

 

Si el rubio se tragó el cuento de Harry, fue gracias a que no tenía idea de que si había algo que el moreno adoraba aún más que visitar la Madriguera para comer lo que Molly preparaba, era precisamente pasear por los majestuosos jardines y terrenos de la finca de los Malfoy.

 

Draco, por su parte, odiaba usar las chimeneas. Pero entre un necio y otro peor, había tenido que ceder ante Harry. La amenaza de comprarle un regalo muggle a Narcisa si insistía en aparecerse, había sido aliciente más que suficiente. Draco no se arriesgaría a que su madre sufriera un infarto o los arrojara al lago de la propiedad con todo y el regalo, que seguramente sería lo más espantoso que Harry podría encontrar en el pasillo de ofertas.

 

La conversación con Narcisa siempre era agradable y amena, y también lo fue en esa ocasión a pesar de los constantes gruñidos de Draco. La mujer estaba más que feliz con su encuentro, y el precioso brazalete de plata con incrustaciones de zafiros que Draco le había obsequiado la tenía completamente extasiada.

 

Harry sonrió al deducir que no era tanto el valor de la alhaja en sí –porque intuía que la señora tendría tesoros mucho más costosos que ése guardados en su joyero- sino por la complicidad y comprensión que existía entre madre e hijo y que lograba que ella apreciara cualquier baratija comprada con el sudor y esfuerzo de su retoño.

 

Sin dejar de observarse la mano donde traía puesto el brazalete, Narcisa comentó:

 

-Me da gusto que tu negocio ya esté marchando bien, hijo. Aunque sigue sin agradarme demasiado la idea de que todos tus tratos sean solamente con muggles… ¿No existirá alguna forma de trasladar tu campo de acción al mundo mágico?

 

Draco rodó los ojos antes de responder algo que Harry sabía, le había repetido mil veces a Narcisa.

 

–Madre, ya te expliqué que el éxito de mis ventas se debe justamente a que las residencias que adquiero pertenecieron a muggles. Y por lo regular, ninguna familia de magos compra una casa muggle salvo muy raras excepciones.

 

Como la nuestra, pensó Harry con tristeza. Si existía una razón por la que habían decidido alquilar un apartamento en una zona enteramente muggle, era por el enorme desprecio que los magos manifestaban hacia los homosexuales. Hasta donde Harry tenía conocimiento, no existía comunidad mágica alguna donde los gays fueran bien vistos y tratados con tolerancia.

 

-… los muggles están tan desesperados por deshacerse de lo que ellos consideran que es una casa embrujada –continuaba diciendo Draco, -que el bajo precio al que acceden venderme la propiedad es casi ridículo. Entonces así es como funciona: compro barato, mi exterminador arregla el “problemita pertinente” y yo puedo vender a buen monto. Un negocio redondo.

 

Narcisa sonrió mientras asentía, pareciendo satisfecha de que Draco estuviera tomando ventaja de los muggles y mientras que así fuera, entonces estaría bien tener “negocios” con ellos. Harry estaba tomando otro pastelillo, cuando un elfo que salido de la nada, le dio un susto de muerte al servirle más té en su pequeña taza.

 

De improviso, una heroica tonada proveniente del cuerpo de Draco se dejó escuchar en el fastuoso salón. Narcisa miró horrorizada a su hijo como si se hubiera convertido en algo menos que un hurón y Harry por poco se atraganta con la merienda al no poder contener la risa. El teléfono móvil de Draco reclamaba su atención ni más ni menos que con el tema musical de Indiana Jones.

 

Fulminando a Harry con la mirada, Draco se llevó la mano hacia un bolsillo y extrajo su móvil.

 

–Disculpa madre, debo contestar. Podría tratarse de un cliente. –Torciendo una ceja, observó la pantallita de su teléfono y luego bufó. –No es ningún cliente, tan sólo es Cliff –mencionó con voz fastidiada, aunque sus ojos chisporrotearon entusiasmo. Una llamada del alegre y juerguista amigo de Draco, Cliff, nunca se quedaba sin ser atendida por aquel.

 

En cambio, Harry sintió que el corazón le caía hasta el estómago. No era que Cliff le desagradara. Todo lo contrario, al igual que Draco, le tenía especial cariño. El problema era que por lo regular, cuando Cliff buscaba a Draco, era con la intención de quedar para ir a bailar y ligar cada uno por su lado. Lo que significaba que esa madrugada habría un nuevo amante en la cama de Draco, gemidos por todo el apartamento y una paja solitaria para el moreno. Dejó el pastelillo en el plato, habiendo perdido todo apetito de repente.

 

Narcisa no perdía de vista a Draco, completamente boquiabierta. Parecía estar segura que ese aparatito con luces y sonido era todo menos mágico y la sola idea de que Draco usara chismes muggles la seguía escandalizando.

 

–Harry, querido –le habló al moreno pero todavía mirando hacia su hijo, quien se había levantado de su asiento y salía del salón mientras respondía el teléfono. Dio la vuelta por el pasillo y entonces Narcisa giró su cabeza hacia Harry. -¿Cómo está tu novio?... Parker, creo que se llama, ¿verdad?

 

Disimulando una sonrisa ante el error en el nombre de Colin que seguramente era por culpa del apodo que Draco le había dado, Harry tuvo que fijarse en los azules ojos de la mujer para darse cuenta de que no estaba ironizando y de que su interés por su ex novio era real a pesar de que Narcisa normalmente pretendía que no existía.

 

–Es Colin Creevey, señora Malfoy. Pero… -Harry se puso más serio. –Desde hace poco más de un mes que ya no es mi novio.

 

-¿Ah, no? –cuestionó Narcisa, quien no parecía muy apenada por la noticia sino todo lo contrario.

 

-No. Le ofrecieron trabajo en Estados Unidos, en una revista internacional que al parecer es el sueño dorado de todo fotógrafo.

 

-¿Sueño dorado? ¿Tan importante como para dejar atrás al amor de su vida? –preguntó ella mirando insistentemente a Harry a los ojos. -¿O pudiera ser que él te pidió que lo acompañaras y tú te negaste?

 

Harry sintió como si una trampilla se hubiera abierto a sus pies y se desplomara en vertiginosa caída libre. La mirada penetrante de la sofisticada mujer lo estaba empezando a poner nervioso.

 

–Eh… No exactamente, señora, pero él... Quiero decir, él no… –Narcisa arqueó una ceja del mismo modo que Draco lo hacía y Harry tuvo que ver hacia otro lado mientras completaba: -Me dijo que no se iría si yo… Bueno, si yo en verdad lo amaba, y pues…

 

-Déjalo ya, cariño –lo interrumpió Narcisa con suave voz. –Me ha quedado suficientemente claro. –Bajó el tono aún más y se inclinó hacia delante, acercándose a Harry. –Tal vez el destino les esté dando el momento justo para que tú y Draco tengan la oportunidad de relacionarse... ya sabes, de una manera más íntima. –Harry abrió desmesuradamente los ojos y enrojeció hasta las orejas mientras ella exclamaba un poco más alto: -¡Estoy segura que serían la pareja perfecta! Han sido amigos durante años, se conocen al dedillo, se han protegido siempre el uno al otro… sólo les falta convertirse en amantes. –En ese punto, Harry definitivamente no le pudo sostener más la mirada a Narcisa, quien hablaba del tema tan tranquila como si estuviera haciendo planes para organizar una fiesta. -Y si te soy sincera Harry, confesaré que nada me haría más feliz que ver a Draco establecido con alguien. Pero no con cualquiera, sino contigo.

 

-Pero… él no… digo, es que él no es… -tartamudeó Harry, dejando su tacita de té en la mesa. Las manos le estaban temblando y temía derramar el líquido sobre la costosa alfombra. –Él no… Yo no le gusto. Por lo menos, no de ese modo.

 

-Tonterías, Harry. Deberías aprender a abrir esos hermosos ojos que tienes y fijarte con detenimiento en su comportamiento hacia ti. En la manera en que te mira. Desde que llegaron aquí, te aseguro que ambos no han hecho otra cosa más que…

 

Draco reapareció justo en ese instante, con el teléfono móvil ya bajo buen resguardo en uno de los bolsillos de su pantalón.

 

-Te pido me excuses, madre, pero tuve…

 

-¿Se puede saber quién es ése tal Cliff? –preguntó Narcisa con voz suspicaz e interrumpiendo a Draco, quien se quedó de una pieza justo cuando iba a sentarse de nuevo. A Harry le pareció que Narcisa se demostraba más celosa de su hijo que él mismo, y entonces frunció el ceño ante ese pensamiento. Sin quererlo así, estaba reconociendo que lo que había sentido ante la llamada de Cliff habían sido celos, ni más ni menos.

 

-¿Cliff? –Draco abrió mucho los ojos ante la pregunta, volteando a ver a Harry como pidiéndole una explicación a la actitud de Narcisa. Harry solamente se encogió de hombros, deseando con fervor que Draco no notara el rubor que seguramente todavía lucía en la cara. Las palabras de Narcisa continuaban rebotando en su cerebro tan insistentemente que lo que menos le preocupaba en ese momento era que Draco tuviera que explicar quién demonios era Cliff. Draco encaró a su madre más que extrañado, y respondió: –Cliff es… un amigo. Eso es lo que es.

 

Narcisa entrecerró los ojos, escudriñando la veracidad de la respuesta de su hijo.

 

-¿Y por qué no lo has traído contigo? Sabes que cualquier amigo tuyo siempre será bienvenido en la Mansión.

 

Draco rodó los ojos.

 

–Madre, créeme cuando te digo que él no… Cliff Collier tiene demasiados defectos como para que tú toleres su presencia en esta casa. Es un muggle, nacido de muggles y que vive entre muggles. Muggle hasta el tuétano de los huesos, cuyo único lazo con la magia son los dos grandes hechiceros que tiene como amigos.

 

-¿Harry y quién más?

 

Draco abrió la boca indignado mientras Harry soltaba una risita.

 

-¡Hablo de mí, por supuesto! ¡Dioses, madre! No me tengas tanta estima.

 

-Sólo bromeo, cariño. Ya sabes que… -El tema de Indiana Jones interrumpió de nuevo la conversación, ocasionando que Narcisa frunciera el ceño. -¡Draco! ¡Finaliza el encantamiento que tiene esa cosa de una vez!

 

Draco miró de nuevo hacia su móvil mientras levantaba una mano como pidiendo silencio.

 

–Lo siento, madre, pero ésta de verdad la tengo que responder. Es mi exterminador. –Se colocó el teléfono en la oreja mientras Harry miraba divertido cómo Narcisa parecía estar a punto de arrebatárselo y arrojarlo al fuego de la chimenea. -¿Diga? Sí, ¿qué hay, Marion? Ajá, mañana en la casa de Richmond, exacto… -Hizo una pausa y de repente se enfureció. -¿Cómo qué no puedes?... ¡Me importa poco lo que necesite tu otro cliente, tú tenías ese compro…! ¿Qué…? ¿CUÁNTO? –Draco abrió mucho la boca mientras que Harry y Narcisa intercambiaban una mirada cómplice. Sabían que cuando ese tal Marion tuviera a Draco enfrente, saldría con varios dientes menos del encontronazo. -¡Estás como una cabra, ya te dije que sólo son unos pocos imps y nada más!... ¿Sabes qué? ¡Vete a la…! –Le echó un vistazo a Narcisa y rápidamente se corrigió: -¡Estás despedido!

 

Colgó su teléfono tan furioso que parecía desprender chispas por donde se le mirara. Harry sabía bien que en esos casos era mejor no dirigirle la palabra y esperar a que el rubio despotricara un rato, con lo que aparentemente lograba sentirse mejor. Pero Narcisa decidió no aguardar:

 

-¿Problemas, cariño?

 

Draco soltó un resoplido exasperado mientras se pasaba sus largos dedos por el cabello.

 

-¡Ése estúpido hijo de…! –Narcisa arqueó una ceja y Draco suspiró, controlándose. –… Mi querido exterminador quiso jugarme la treta de que es un profesional muy importante y solicitado para así poder aumentarme el precio de sus servicios. –Meneó la cabeza mientras su semblante cambiaba de uno de gran enojo a otro de preocupación. –Y ésa casa de Richmond junto al río… Ya tengo varios clientes interesados en ella y querían verla durante la próxima semana. ¡Maldición! Me urge acabar con la plaga de imps que hay en el jardín y ése imbécil es el único exterminador en todo Londres.

 

Harry se percataba de que eso era un verdadero problema para su amigo. El éxito de su negocio se debía precisamente a la capacidad de su exterminador para eliminar plagas mágicas de las casas muggles antes de que el Ministerio tuviera conocimiento de ello. Porque si se daban cuenta, de inmediato una patrulla del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas llegaba a hacerse cargo de la situación y Draco podía irse despidiendo de su ganancia, ya que después de acabar con el problema, el Ministerio solía devolver la casa a los anteriores dueños previo hechizo desmemorizante.

 

Y lo peor del caso es que los imps ni siquiera eran unas criaturas tan temibles como para no poder acabar con ellas fácilmente. Parecidos a los pixies de Cornualles que Gilderoy Lockhart había soltado en aquella memorable clase de su segundo año, los imps eran unos pequeños y feos duendecillos cuyo único peligro residía en conseguir darle un chapuzón a la persona que pasaba a su lado.

 

-Draco, mi amor –empezó a decir Narcisa como si fuera algo muy obvio. -¿Por qué no lo haces tú mismo? Te quitas a ese hombre tan irresponsable de encima y además te ahorras el dinero.

 

Draco miró a su madre como si sopesara sus palabras por un momento, pero al final negó con la cabeza.

 

–Madre, alguien como tú que maneja diestramente una gran propiedad como la Mansión Malfoy, sabe mejor que nadie que un mago no puede hacer de todo. Hay ocasiones en que se requieren, tú sabes… especialistas. –Suspiró hondamente antes de proseguir. –Créeme que he comprado casas en las que hay verdaderos problemas y sinceramente, no me creo muy capaz de enfrentarlos yo solo. ¡No voy a arriesgar mi pellejo sólo por economizar unas cuantas libras!

 

-¿Libras?

 

-Es el dinero muggle, señora Malfoy –explicó Harry. Se rió un poco antes de dirigirse hacia Draco: -Supongo que ahora lamentarás no haber prestado la debida atención en la clase de Defensa contra las Artes Oscuras, ¿eh, Draco?

 

-Piérdete, Potter –renegó el rubio con enfado. Pero de pronto, una idea pareció surgirle en la mente porque el semblante en su rostro cambió tanto que se le iluminó. Miró a Harry como si fuera la última coca-cola en el desierto y le dijo con voz sugerente: –Pero yo recuerdo muy bien quién es aquí el experto contra artes oscuras. ¿Eh, Potter? Y vaya que sabes hacer un buen trabajo, no olvido que dejaste la casa de Grimmauld Place como nueva. ¿No crees que tú…?

 

-Ah, no –Harry negó frenético. –No sé que sea lo que vas a proponer, pero la respuesta es no. Yo ya tengo empleo y lo que menos quiero es meterme en problemas con tus plagas caseras.

 

-Vamos, Potter –insistió Draco poniendo ese gesto de desamparo que siempre lograba desarmar la voluntad de Harry. –No te estoy pidiendo que renuncies a tu trabajo, sólo que me ayudes en esta ocasión mientras consigo otro exterminador. Te pagaré bien, justo lo que le daba al otro. –Harry empezó a dudar y Draco pareció darse cuenta porque siguió presionando. -¿Por favor? Sólo son unos poquitos imps, nada a lo que no te hubieras enfrentado antes en la clase del licántropo.

 

-Del Profesor Lupin, Draco –lo corrigió Harry con fingido disgusto en la voz. En realidad, la idea de ayudar a Draco a eliminar un hatajo de bichos mágicos le estaba empezando a resultar atractiva. Después de todo, tenía tanto tiempo de no usar su magia como Dios manda que a veces creía que olvidaría conjurar hasta los hechizos más simples… Quizá sería bueno desentumir un poco los músculos y la varita. -¿Sólo es una plaga de imps? ¿Estás seguro?

 

-Palabra de Slytherin –juró Draco levantando una mano y con cara de triunfo.

 

-Sí, eso es exactamente lo que me preocupa –susurró Harry. Draco puso cara de fingida indignación y siguió haciéndole la pelota, determinado a no dejarlo escapar.

 

-¿Qué son unos estúpidos duendecillos contra el genial Potter, vencedor de señores oscuros y el mejor mago de la actualidad?

 

-Cierra el pico, exagerado –susurró Harry empezando a sonrojarse. Le echó una furtiva mirada a Narcisa y la descubrió sonriendo ampliamente y con un gesto que parecía aclamar “te lo dije”.

 

-Perfecto –dijo Draco más relajado, apoyándose en el respaldo de su poltrona con aires de haber cerrado el trato de su vida. –Iremos mañana a primera hora, aprovechando que es sábado y no tienes que trabajar en el Ministerio. Así puedo empezar a mostrar la casa a partir del lunes.

 

Harry no dijo nada. Esperaba no haberse metido en un problema demasiado gordo y se hizo la acotación mental de llegar al apartamento a revisar sus notas y libros de Defensa contra las Artes Oscuras. Tenía el presentimiento de que lo iba a necesitar.

 

Un destello verde proveniente de la chimenea que estaba encendida a sus espaldas y el rugido característico de la red flu activándose, sacaron a Harry de sus cavilaciones y lo pusieron completamente en alerta. La carga de adrenalina que se disparó por su cuerpo lo movilizó con una energía que hacía mucho tiempo no sentía; y aún antes de que pudieran darse cuenta de quién era el recién llegado, Harry ya estaba de pie, con la varita al ristre e interponiéndose con su propio cuerpo entre Draco y la persona que saldría por la chimenea.

 

-¡Potter! –soltó Draco. -¿Qué diablos te sucede?

 

La mujer rubia que emergió de entre las llamas miró a Harry con gesto divertido más que asustado o molesto. Sonrió y los saludó alegremente:

 

-Buenas tardes a todos. Vaya, Harry. Tú sí que estás listo y en guardia todo el tiempo… Qué pena que no hayas podido ser auror.

 

Harry tardó un par de segundos en darse cuenta de que se trataba de Andrómeda Tonks, la hermana mayor de Narcisa. Ella, al igual que Draco, solía visitar la Mansión sólo cuando Lucius no estaba presente. Harry bajó lentamente la varita, sintiendo el corazón latir tan rápido que le dolía. El alivio que experimentó al darse cuenta de que no era quién él creía, se vio rápidamente opacado por la vergüenza del error que acababa de cometer.

 

–Lo siento, señora Tonks –masculló. –Por un momento pensé que… -volteó a ver a Narcisa, quien a diferencia de su hermana, estaba con el semblante serio.

 

-Él nunca llega por esta chimenea, Harry –le dijo Narcisa con voz tensa. –Siempre usa la que está en su despacho. Además, yo no los habría hecho venir si no estuviera completamente segura de que él no se aparecerá por aquí sino hasta mañana.

 

-¿Él? –exclamó Draco, poniéndose intempestivamente de pie y dirigiéndose a Narcisa. -¿Acaso la persona a la que se están refiriendo es mi padre?

 

Su madre no le respondió. Por lo menos, no con palabras. Pero su silencio le bastó a Draco para saber que la respuesta era afirmativa.

 

-Eh… -empezó a decir Andrómeda, acercándose lentamente hacia ellos. –Siento haber interrumpido de ese modo, pero sólo pasaba para…

 

-¿Qué demonios pensabas hacer con eso, Potter? –le preguntó rudamente Draco a Harry, refiriéndose a la varita e interrumpiendo la disculpa de su tía. Casi acuchillando a Harry con una incisiva mirada. -¿Ibas a atacar a mi padre? –chilló con incredulidad. -¿A mi padre, Potter, y en su propia casa? ¿QUÉ COÑO TE PASA?

 

-Yo no… no… -farfulló Harry viendo a su amigo a los ojos y asustándose de la helada furia que encontró en ellos. –Yo… No sé qué me sucedió. Lo siento mucho, Draco.

 

-¡Ya lo creo que lo sientes!... ¡Sientes que tu complejo de soy-el-héroe-que-va-a-acabar-con-todos-los-mortífagos te supera! –rugió Draco cada vez más enojado. -¡Por si no lo sabes, mi padre ya ha cumplido su condena y no ha vuelto a dañar a nadie, así que hazme el favor de grabártelo bien en tu enorme cabeza! –Dejó de gritar pero agregó con aquel tono arrastrado y sarcástico que Harry no le había escuchado desde sus tiempos de escuela: -Ah, pero me temo que eso es imposible para ti, ¿verdad, Potter?… Por un momento olvidé que los aires de grandeza que tienes dentro no dejan sitio para nada más.

 

-¡DRACO MALFOY! –estalló Narcisa parándose también. -¡Contrólate!

 

Al grito de su madre Draco se silenció, pero no despegó la mirada de Harry. Lo observó con ojos interrogantes y enfurecidos, mientras que Harry apretaba las mandíbulas sin atreverse a responder. El corazón se le estrujaba dolorosamente en el pecho al tiempo que intentaba no sentirse lastimado ni ofendido por las palabras de su amigo… pero era difícil no hacerlo.

 

Respirando agitadamente, Draco cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado. Aparentemente tomó una decisión y con aire resuelto, se dio la vuelta rumbo a la puerta del salón que daba al exterior de la casa. –Manda por mí cuando Potter se haya ido, madre. Estaré afuera.

 

Y diciendo eso, abrió la gran puerta de cristal y salió, dejando a las tres personas en el salón enmudecidas por completo. Lentamente y sin voltear a ver a nadie, Harry se guardó de nuevo la varita en el pantalón, mordiéndose los labios con rabia mientras lo hacía. No había podido evitarlo, ni siquiera lo había pensado. Todo sucedió antes de que se diera cuenta, había sido el instinto el que lo hizo reaccionar de esa manera. Después de todo, tenía sus buenas razones para desconfiar de Lucius Malfoy y temer por Draco. Y eso, Narcisa lo entendía muy bien.

 

-Harry, cariño… –le llamó la mujer con la voz cargada de amoroso agradecimiento. Harry levantó sus abatidos ojos hacia ella y por primera vez notó incertidumbre en la mirada azul que generalmente era firme y determinada. – ¿Crees tú que aún sea tiempo de que Draco sepa la verdad? -Harry pasó saliva en un intento de humedecerse la garganta repentinamente seca. Suspiró profundamente y antes de responder nada, Narcisa lo cortó, negando con la cabeza: -Si, ya sé lo que vas a decirme. Qué tú nunca estuviste de acuerdo con esa mentira.

 

-Todos te dijimos que no era buena idea, Cissy –comentó Andrómeda cruzándose de brazos.

 

-Pero es su hijo y fue su decisión, señora Malfoy. Yo sólo me he limitado a cumplir lo que le prometí –respondió Harry con voz triste.

 

-Pues te relevo de esa promesa, Harry –dijo la mujer recuperando su actitud segura y distinguida de nuevo. –Eres libre para decírselo a Draco, si es que así lo deseas y lo consideras necesario.

Draco se alejó de la Mansión a pasos lentos pero firmes y sin mirar atrás, con rumbo al que fuera su escondite preferido cuando niño: una pequeña casa de madera construida sobre el árbol más frondoso a la orilla del lago.

 

Recorrió el camino de piedra que serpenteaba entre césped, rocas y flores, llegando al fin ante su antiguo refugio de la infancia. Se detuvo frente al árbol, sabiendo que por su actual estatura ya no tendría modo de caber dentro del pequeño palacio que los trabajadores de su padre habían edificado para él. Admiró con nostalgia las ventanas cerradas y la trampilla en la parte inferior donde las escaleras terminaban. Ese sitio había sido el único donde Draco se permitió llorar, las pocas veces que lo había hecho siendo un pequeño. En aquellas ocasiones en que había sido demasiado asfixiante ser un heredero sangre pura; cuando le había sido tan necesario como el respirar, venir y desahogarse… Olvidarse durante un rato de los terribles castigos a los que Lucius le sometía.

 

Tragó saliva al darse cuenta de que el desagradable y molesto sentimiento que le estaba empezando a abrumar el alma era arrepentimiento. Volteó su cabeza hacia la casa de sus padres, pensando que tal vez se había sobrepasado con Potter. Bueno, no tal vez… embutiendo las manos en los bolsillos de su cazadora, estuvo seguro que ahora sí se había pasado de la raya. Que su reacción había sido exagerada.

 

Su padre había sido tan terriblemente frío y distante con él que a veces se preguntaba cómo lo había soportado. En cambio, Harry era todo lo contrario… cálido y noble; y su amistad era para Draco un remanso de dulzura y paz como la superficie de aquel lago. ¿Cómo había sido tan estúpido para enfrentar a su mejor amigo de aquella manera y sobre todo, por Lucius?

 

Después de todo, Lucius era… bueno, pues era un Malfoy ni más ni menos. Orgulloso y temeroso del qué dirán, casi había derribado la casa desde sus cimientos cuando supo que Draco era homosexual.

 

Sin despegar los ojos de la Mansión, Draco se preguntó si Harry se habría ido ya. Seguramente usaría de nuevo la chimenea, pues por lo visto estaba determinado a no desaparecerse más. Suspiró profundamente al pensar en su amigo, y arrugó el ceño al darse cuenta que ahora tendría que pedirle una disculpa. Después de todo, no quería perderlo. Tener su amistad era una de las mejores cosas que le había pasado y no estaba dispuesto a renunciar a eso, ni siquiera por su padre. Allá Potter si quería cargárselo por el motivo que fuera, decidió que lo no le importaría. Que se arreglaran entre ellos como los adultos que eran.

 

Aparte de todo, para Lucius Draco había muerto el día que una despechada Pansy Parkinson llegó a la Mansión a contarle que su hijo había deshecho el compromiso establecido entre sus familias para que contrajeran matrimonio, informándole a la chica que él no tenía ningún interés en ella. O mejor dicho, no le interesaban las mujeres en absoluto.

 

Lucius, quien prácticamente acababa de salir de Azkaban y apenas empezaba a disfrutar su libertad y su casa de nueva cuenta, armó la hecatombe del siglo. “O te casas o dejas de ser un Malfoy”... Ni un galeón, ni un privilegio, ni un lugar más en su mesa ni en su casa.

 

Lo que sucedió después no le quedaba muy claro en la memoria. Al parecer anduvo tratando de conseguir empleo en Londres, rentando habitaciones pulgosas en hoteles baratos con el poco dinero que Narcisa consiguió darle antes de que Lucius lo sacara a rastras de la casa. Pero las cosas no fueron nada fáciles. El mundo mágico estaba muy golpeado por la guerra y no había trabajo.

 

Un mal día, alguien lo asaltó en un callejón oscuro, dejándolo terriblemente malherido. Y fue Harry quien de nuevo lo salvó. Draco cerró los ojos firmemente, intentando acallar la voz de su conciencia que no dejaba de recordarle que si estaba vivo en ese momento, era gracias a que Harry lo había hallado justo a tiempo.

 

Al despertar en San Mungo, lo vio a su lado. También estaba su madre, quien lo visitaba en cuanto tenía oportunidad. El imbécil de Creevey, quien no estaba ahí precisamente porque se preocupara mucho por Draco, sino porque parecía estar cuidando de que le quedara muy en claro que Potter ya tenía pareja.

 

La situación fue, que a causa de una estancia larga y penosa en el hospital, Harry y él llegaron a conocerse tanto que terminaron con algo parecido a una amistad por solidaridad. Casi contra la voluntad de Draco y logrando que por poco Creevey se muriera de celos, Harry se lo llevó consigo a su casa en Grimmauld Place para que terminara de restablecerse. Después de todo, había sido idea de Narcisa y Draco terminó aceptando porque ella le pasaba a Harry una cantidad mensual para sus gastos. Y cuando estuvo recuperado, Draco vivió temiendo el día en que Harry le pidiera salir de su casa, por lo que quedó muy sorprendido cuando en vez de patearle el trasero lo invitó a seguir siendo su compañero de vivienda. Draco (ocultando magistralmente su alegría) se hizo de rogar y al final acordaron mudarse a un apartamento que pagarían entre los dos.

 

Se acostumbró tanto a su compañía, que con el transcurrir del tiempo nació un nuevo temor. Estaba casi seguro de que en cualquier momento Peter-Patético-Parker lo convencería de mudarse con él, pues era su último recurso en la silenciosa lucha de poder que se había desatado entre Colin y Draco por la atención de Harry. Sin decir una palabra y sintiendo que esa inquietud le atenazaba el alma, se volcó de lleno en la recién descubierta vida nocturna de los gays en la gran ciudad. Clubes y chicos. Borracheras y más chicos. A veces drogas y todavía más chicos. Todo era un desesperado intento de alejarse emocionalmente de Harry. De imponer distancias, de demostrar que no le importaba. Así, el día que decidiera “casarse” con Creevey, Draco ya estaría preparado para afrontarlo.

 

Pero las cosas no habían sido así. Draco jamás se imaginó que Colin-Harry-es-mío-Creevey se rendiría y dejaría en libertad al chico que había amado por tantos años. Eso no hacía más que confirmar su teoría de que el amor era una mierda en la que no se podía confiar, que las parejas nunca eran para siempre y que en definitiva, era mucho mejor no comprometerse jamás.

 

Toda su vida, Draco había luchado contra cualquier sentimiento de apego. No se había permitido ni siquiera tener cierta estima por los que eran sus amigos en el colegio. Pero con Harry, esa regla le había fallado al cien por ciento. Por más que analizaba la situación, no encontraba cuál había sido su error… Tal vez que en aquel hospital se sintió tan vulnerable y solitario que dejó que Potter se colara hasta dónde nunca antes nadie había llegado. O quizá fue el agradecimiento que le profesaba por deberle la vida y la libertad.

 

Pero la realidad era que el maldito se le había metido por debajo de la piel, y ahí estaba todavía. Dentro.

 

Le quiero, pensó Draco con horror, reconociéndolo al fin después de años de habérselo estado negando. ¿Cómo era posible, cómo había pasado? No tenía idea, pero de algo si estaba bien seguro: nadie lo sabría jamás y no haría nada al respecto.

 

Cerró los ojos y no pudo evitar ver de nuevo la mirada de Harry cuando él le había gritado hacía apenas un momento, su rostro había reflejado cierta angustia e impotencia que Draco no había comprendido. Y sobre todo, no entendía cómo había sido capaz de decirle esas cosas… Si ni siquiera creía de verdad que Harry tuviese el ego inflado. Conocía demasiado bien a su amigo para saber que en realidad era todo lo contrario.

 

Furioso con él mismo, se giró hacia el árbol y rugiendo de rabia, arremetió tal puñetazo contra el tronco que por un momento creyó que la mano se le había partido en dos.

Despertó temprano y lo primero que hizo fue pensar en Draco y lo que había sucedido en su casa el día anterior. Y luego, un nudo se le formó en el estómago al recordar todo lo que su amigo le había dicho. Pero al mismo tiempo, las palabras de Narcisa revoloteaban en su mente llenándolo de incrédula esperanza.

 

“Deberías aprender a abrir esos hermosos ojos que tienes y fijarte con detenimiento en su comportamiento hacia ti… En la manera en que te mira.”

 

¿Sería verdad y él no lo había notado? Pero de inmediato se negó a él mismo abrigar cualquier ilusión: sabía que no era del tipo de hombre que le gustaba a Draco, ¿qué podría ver en él teniendo todo un catálogo de chicos de portada de revista a escoger?

 

De pronto y aún tendido en su cama, alcanzó a percibir sonidos provenientes de la cocina: Draco se había levantado ya y estaba preparando café. Harry no había visto a su amigo desde la tarde anterior, pues había llegado primero a casa y se había encerrado en su recámara, rogando por dormirse antes de que Draco volviera del club en plena madrugada a tirarse su polvo de costumbre. Y la verdad era que no lo había podido creer cuando lo escuchó llegar temprano y sin compañía al apartamento, pues esa noche era viernes y por ende, su día favorito para ir a cazar. ¿Estaría tan furioso con Harry que le había arruinado el humor hasta para follar?

 

Alguien tocó el timbre y unos segundos después, escuchó a Draco abrir la puerta. Voces amortiguadas que no le decían nada y el aroma a café que se coló hasta su recámara instándolo a levantarse. Estaba cavilando en arriesgarse o no a que Draco le arrojara la cafetera por la cabeza si salía en ese momento, cuando unos suaves golpes en la puerta de su habitación lo sorprendieron.

 

Se estaba incorporando apenas cuando la puerta se abrió y una cara risueña con una enorme y chata nariz se asomó por ella.

 

-¡Hola, bello durmiente! ¿Qué no te piensas levantar hoy?

 

Harry sonrió.

 

–Hola, Cliff. ¿Qué hay? –El chico alto y esbelto entró y cerró la puerta tras él. A Harry le agradaba Cliff, y mucho. Y sorprendentemente, por tratarse de un muggle, también a Draco. De hecho, Harry creía que Cliff era de ese tipo de chicos que nadie puede dejar de tomarles cariño una vez que han convivido con ellos. Draco lo había conocido en un club, y a partir de entonces se convirtió en amigo incondicional de ambos, aunque por tener gustos más similares a los de Draco, pasaba mucho más tiempo con él que con Harry.

 

Y por decisión de los dos, habían permitido que Cliff supiera que eran magos, lo que lo tenía permanentemente fascinado.

 

Cliff suspiró dramáticamente y le comunicó:

 

-Draco me mandó a preguntarte si aún estás dispuesto a brindarle tus servicios de exterminador. –Harry se quedó sin saber qué responder; había creído que Draco ya no querría su ayuda después de lo ocurrido. Ante su duda, Cliff siguió recitando monótonamente: -Dice que lo podrás odiar todo lo que quieras, pero que trabajo es sólo trabajo y que te compensará con una jugosa propina más el sueldo convenido, siempre y cuando termines con toda la plaga hoy mismo.

 

Harry no pudo evitar soltar una risita y menear la cabeza con incredulidad; el alivio que sintió fue tremendamente reconfortante. Conocía demasiado bien a su amigo como para no reconocer que en el ofrecimiento de esa propina había una disculpa disfrazada. Y de cualquier manera, Harry lo habría perdonado aunque Draco no se lo pidiera jamás.

 

–Dile a ese hijo de puta que ahora mis servicios son mucho más costosos que ayer, pues tengo tantas ínfulas de grandeza en la cabeza que no puedo evitar creerme el mejor exterminador de toda Inglaterra.

 

Cliff abrió mucho la boca y levantó un dedo índice como dispuesto a rebatir eso, pero al final sólo respondió:

 

-Se lo diré. –Y acto seguido, salió de la recámara.

 

Harry suspiró hondamente y se dejó caer en las almohadas de nuevo. No podía explicar cómo, pero presentía que Draco estaba arrepentido de haberle gritado y eso hizo que de repente la mañana fuera mucho más soleada y bonita.

 

Eso pensaba cuando la puerta se abrió nuevamente, con Cliff y sus cabellos negros y lacios apareciendo otra vez. El chico tomó aire y empezó a enunciar cansinamente:

 

–Dice su majestad que no va a darte un centavo más de lo acordado, que te puedes ir olvidando de la propina… Y que salgas de una jodida vez de la cama si no quieres que él mismo venga y te saque tus aires de grandeza de la cabeza para metértelos a otra parte de tu anatomía. –Cambiando el tono aburrido por su verdadero acento dulzón, completó: -¡Que conste que sólo estoy repitiendo lo que él dijo!

 

Harry tuvo que enterrar la cara entre sus mantas para que Draco no escuchara su carcajada. A pesar de que no estaba para nada molesto con él, quizá lo haría sufrir por un rato. Ya era hora de darle una sopa de su propio chocolate.

 

Media hora después, salía de su recámara listo para combatir imps a diestra y siniestra, cuidándose muy bien de poner cara de buldog y fingir que sólo lo hacía por cumplir con su palabra. Draco y Cliff estaban sentados en la mesita del comedor, esperando por él. Harry notó la mirada de Draco clavada en su espalda cuando entró a la cocina a servirse la primera taza de café.

 

-Buen día, Potter –lo saludó. Harry pudo percibir cierta aprensión en su voz.

 

-Buen día, Malfoy –respondió Harry, poniendo un especial y despectivo énfasis en su apellido. Se giró abruptamente y descubrió que Draco apretaba los labios en una mueca de desagrado. Harry sonrió engreídamente esperando que Draco hubiese captado la indirecta. Después de todo, él nunca lo llamaba por su primer nombre. Siempre era Potter esto, Potter aquello. Nunca Harry. –Espero que la casa tenga chimeneas conectadas a la red flu, Malfoy, porque no pienso llegar de otra manera.

 

Draco volteó su cabeza hacia él mientras fruncía el ceño. -¿Red flu? ¿De qué demonios hablas? ¡Tú sabes bien que es una casa muggle y que no está unida a la red flu! ¡El único modo de llegar es apareciéndose!

 

Cliff, quien seguramente era el muggle mayor informado de todo el Reino Unido acerca de cuestiones del mundo mágico, pareció brincar en su silla de puro entusiasmo.

 

-¿Aparecerse?... ¿Van a aparecerse? ¿Así cómo fushhhh? ¡Vaya, qué emocionante! ¿Me pueden llevar con ustedes?

 

-¡NO! –contestaron rudamente Harry y Draco al unísono, desahogando en su pobre amigo sus mutuas frustraciones.

 

-Puede ser peligroso, Cliff –agregó Harry de inmediato, intentando suavizar su exabrupto.

 

-Peligroso… ¡Ja! –se burló Draco. -¿Ahora resulta que un puñado de imps son peligrosos para el grandioso y valiente Gryffindor?

 

-¿Qué son imps? –preguntó Cliff, pero nadie pareció haberlo escuchado.

 

-¡No lo digo por mí, sino por Cliff! –arremetió Harry, empezando a enfadarse de verdad. –Ya sabes que su diversión principal consiste en arrojar a las personas al agua. Y te lo repito, ¡no voy a aparecerme para llegar ahí!

 

-¡¿Pero, por qué?! –exigió saber Draco.

 

-¡Pues, porque… porque no me gusta la sensación de ahogo que produce! ¡Me da claustrofobia!

 

-¡No seas ridículo, Potter! ¡Cómo si dar vueltas por las chimeneas y salir lleno de hollín fuera la máxima experiencia!

 

-Pues he dicho que no me voy a aparecer, ¡y es mi última palabra!

 

Draco se quedó en silencio por un momento, mirando a Harry a los ojos y destellando furia plateada por ellos. Desde el comedor, Cliff los observaba discutir con una sonrisa discreta oculta tras su taza de café.

 

–Entonces… -dijo Draco en tono peligroso, -¿podrías ser tan amable en sugerir un modo de llegar a esa casa que no sea caminando?

 

Harry se encogió de hombros.

 

–Podemos ir en el subterráneo.

 

-¡Yo no voy a subirme en esa porquería de artefacto mu…! –empezó a gritar Draco, pero tal vez leyó la determinación impresa en la mirada de Harry, porque de pronto se quedó en silencio, aceptando su derrota. –… Está bien, de acuerdo. Tú ganas, señor No-me-aparezco-así-se-me-vaya-la-vida-en-ello –masculló entre dientes mientras se encaminaba a la puerta y tomaba su abrigo.

 

-¿Qué son imps, Harry? –volvía a preguntar Cliff, pero el moreno no le prestó atención.

 

-¡Draco, espera! –lo detuvo Harry, acercándose a él. –Yo no… eh… ¿Dijiste que la casa está en Richmond? –Ante la pregunta, Draco asintió y Harry hizo una mueca. –Eso es muy lejos, y la verdad no sé qué tren es el que debemos de abor…

 

-¡Potter, por todos los dioses! –exclamó Draco empezando a desesperarse. -¿Qué no te subes a esa cosa todos los días?

 

-Bueno, sí pero, ¡yo lo tomo solamente para ir al Ministerio! Son sólo un par de estaciones de distancia; nunca he ido más allá –explicó Harry con abatimiento.

 

Cliff, quien también había tomado su abrigo con cara triste al pensar que no podría unirse a la aventura de sus amigos, se acercó a ellos y les susurró alusivamente:

 

-Si hay alguien en todo Londres que sepa el teje y maneje de los trenes, ése soy yo.

 

Harry y Draco lo voltearon a ver, el uno preocupado, el otro interesado.

 

-¿Nos llevarías hasta Richmond?–le preguntó Draco.

 

-Mi vida, con tal de verlos hacer sus truquitos soy capaz de llevarlos hasta China.

 

-Está bien, Cliff… -aceptó Harry al no ver otra solución. -Sólo… sólo prométeme que cuando lleguemos allá, te mantendrás lo más lejos posible del río, ¿de acuerdo?

 

-De acuerdo, nene. ¡Lo que el experto exterminador diga! –accedió Cliff de muy buen talante, pasando entre Harry y Draco rumbo al pasillo del edificio y casi dando saltitos de contento. Sin mirarse a los ojos y sin decir palabra, Harry y Draco cerraron la puerta y lo siguieron.

 

 

 

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Notas del Capítulo:

  1. ¿Tú sabes a qué suena el tema de Indiana Jones? ¿No? ¡Te invito a escucharlo! En la Música del Manual lo tengo listo para que lo bajes ^^
  2. Y en el Picspam de la regla 2, algunas fotos de Richmond y otras cositas. ;D