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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 4
Todo buen gay debe ostentar la bandera con orgullo y joderse a los heterosexuales dándoles donde más les duele: superándoles su éxito.

Excepción:
Ninguna posible. Si un amigo se desvía del camino de la dignidad y empieza a caminar con la cabeza gacha, es deber de todo buen homo ayudarlo a entrar de nuevo en circulación, por la no siempre fácil; autopista del orgullo gay.

________________________________________



Después de cerrar la puerta de su habitación lo más lento y delicado que pudo, Draco se volteó y apoyó la espalda desnuda contra la helada madera. Su respiración era agitada y tenía las quijadas tan apretadas que le dolían, y todo por haberse obligado a no sucumbir a la necesidad de pedirle a Harry que regresara. De pedirle que volviera y le permitiera dar una explicación y decirle que… ¿Decirle qué?… Pensó durante algunos segundos y se dio cuenta que no había respuesta posible. ¿Qué podría haberle dicho?

Draco meneó la cabeza en un gesto negativo y cerró fuertemente los ojos. Era un verdadero estúpido. Lo que había hecho ya no tenía remedio; había tomado su decisión y no había vuelta atrás. ¿Cómo iba a revelarle a Harry que el cariño que sentía por él era tanto que se hacía necesario alejarse de él para no seguir lastimándolo más?

Abrió los ojos casi horrorizado por su reciente comportamiento. Había humillado a Harry, lo sabía. Probablemente a su amigo ni siquiera se le había pasado por la cabeza cobrarle la ayuda que le brindó en la casa de Richmond, era seguro que sólo le había estado siguiendo el juego.

Y sintiéndose completamente ruin e impotente, Draco había tenido que ver y tragarse todas las emociones que reflejó el rostro de Harry, tan evidentes como si se las hubiese gritado… Confusión, negación… decepción. Dolor. Y al final, furia e indignación. Si por lo menos el imbécil no tuviera los ojos más transparentes que el mismo cristal de sus gafas. Si tan solo Draco no hubiera sentido que hubiera dado la vida por abrazarlo, por retractarse de sus palabras e impedir que siguiera sufriendo, por…

El miedo de haber exagerado en su proceder y que eso lo llevara a perder la amistad de Harry lo azotó de pronto. Intentó consolarse jurándose que aunque como amante fuera un puto desastre, le demostraría a Harry que como amigo siempre le sería fiel. Esa noche le probaría su agradecimiento por todo lo que había hecho por él, pues en esa ocasión era el turno de Draco para ayudar, para intentar mejorar la vida de su amigo como Harry lo había hecho con él.

Un golpeteo repentino en la ventana casi lo hizo saltar de la impresión. A pesar de que afuera ya estaba oscuro, las luces de los numerosos negocios de la avenida le permitieron a Draco distinguir claramente a la lechuza que estaba batiendo sus alas contra el vidrio.

Durante un par de segundos Draco sólo se quedó de pie contra la puerta observando al ave. Absolutamente nadie –a excepción de su madre- le mandaba correo y menos a esa hora de la tarde. De tres grandes zancadas estuvo ante su ventana y la abrió. Aquella lechuza era tan ordinaria que no había modo alguno de que perteneciera a los Malfoy, por lo que Draco le permitió la entrada sin dejar de preguntarse de parte de quién vendría.

La lechuza se posó en uno de sus muebles y permitió que le sacara la nota. Entonces y al ver que no habría recompensa para ella, emprendió el vuelo de regreso, perdiéndose entre los edificios de manera inmediata.

Draco cerró la ventana con una mano mientras que con la otra abría su carta, cada vez más extrañado.

Malfoy:

De acuerdo, has ganado. Lo aceptamos aunque no lo celebramos, que conste. Sólo quiero que recuerdes que te mantendré bien vigilado y que no necesito una bola de cristal para pronosticarte que si le haces daño, Buckbeak regresará por ti y ahora serán tus bolas lo que se llevará entre el pico y las garras.

R. Weasley

PD. Hermione dice que ya no es más Buckbeak, sino Witherwings. Yo digo que igual te romperá la cara.



Draco leyó la nota tantas veces como sus entrecerrados ojos le permitieron, sin entender del todo a qué se refería Weasley. Si ése era el modo en que manifestaba su indignación por creer que Draco había influenciado a Harry para que no regresara con Creevey, entonces no podía comprender cómo demonios había obtenido un empleo como corresponsal de El Quisquilloso. Cualquier elfo se expresaría mejor.

Mi muy querida y culta Comadreja:

Habrás de excusar que me encuentre en la inopia y tu interpretativo mensaje no me haya quedado del todo claro, por lo que deberé arriesgarme a aventurar. Si te estás refiriendo a lo de Potter y Creevey, te aseguro que yo no tengo nada que ver con la decisión que ha tomado tu amigo. Aunque sí pienso que deberías sentirte agradecido de que Potter se haya deshecho de semejante chantajista poca cosa. ¿No crees que después de todo lo que ha pasado, se merece alguien mejor?

Habemos otros por aquí que sí nos preocupamos por el bienestar de Potter, así que no te mortifiques tanto ni pienses demasiado, que eso no es recomendable para personas de bajo coeficiente intelectual.

D. Malfoy

PD. Dale un beso de mi parte a tu hipogrifo-cómo-se-llame y dile que el verdugo del Ministerio y yo lo esperamos a tomar el té el día que guste.



Terminó de vestirse aún con el amargo sabor del remordimiento en la boca y el de la culpa en el alma. Jamás en toda su vida había tenido que fingir que no quería follar con alguien. Generalmente si tenía ganas lo hacía, pues pocos se le resistían. Y si no le apetecía hacerlo, simplemente daba el plantón y ya.

Al salir de su habitación no pudo evitar mirar hacia la puerta de Harry, la cual estaba cerrada y no dejaba salir ni un ruido a través de ella. Suspiró y fue hacia el pequeño patio que estaba detrás de la cocina y donde la lechuza de su amigo, la vieja Hedwig, dormitaba sobre su percha.

-¿Me harías un favor, Hedwig? –le preguntó Draco en voz baja. El ave lo miró como si creyera que se había vuelto loco; Draco jamás la usaba y ni siquiera le dirigía la palabra. –Vamos, anda, es sólo una carta para la Comad… quiero decir, para Ron Weasley. –La lechuza continuaba sin levantar la pata y Draco se rascó la barbilla con la nota de papel. -¿Y si te aseguro que es una importantísima misiva de la cual depende la felicidad de tu amo, de todos los Weasley y las lechuzas del Reino entero? ¿La llevarías?

Hedwig ululó no muy convencida, pero al final accedió y permitió que Draco le atara la carta. De inmediato partió como una blanca exhalación hacia, Draco supuso, La Madriguera.

-¿Qué haces, Draco? –la voz de Harry le llegó desde la cocina, sobresaltándolo. -¿Estás usando a Hedwig?

-Eh, sí –respondió Draco rápidamente mientras se giraba para encararlo. –Espero que no te cause problemas, sólo es una nota para mi madre que no deja de retarme por lo de… -La voz de Draco fue disminuyendo de volumen hasta desaparecer. Sólo atinó a mirar a su amigo casi con la boca abierta y agradeciendo estar bajo la penumbra del patio.

Harry estaba condenadamente guapo. Con el cabello aún húmedo y completamente desordenado, era notorio que acababa de salir de la ducha. La moderna camiseta con enormes letras que rezaban RUEHL No.925 se le pegaba al tórax como una segunda piel; y para maldita suerte de Draco, se había puesto los vaqueros más viejos y ajustados que el cabrón tenía. Draco tragó saliva lo más discretamente que pudo hacerlo. Por alguna razón que no quiso ni pensar, se le había hecho la boca agua.

-¿Para tu madre, eh? –preguntó Harry cruzándose de brazos. Draco hizo gestos al notar la musculatura que se marcó en ellos y que las pequeñas mangas no alcanzaban a cubrir. Aquello iba a ser un infierno. –Sólo espero que Hedwig no llegue a media recepción y Lucius la muela a Crucios.

Draco abrió mucho los ojos; había olvidado que esa noche era la fiesta de cumpleaños de Narcisa.

–Le di indicaciones para que le entregara la carta a la elfina de mi madre. No tendrá dificultades con eso, espero.

Harry lo miró con desconfianza durante un momento, pero al final lo aprobó.

-De acuerdo, no es que represente un problema. De cualquier forma yo te había dicho que podías usarla cuando quisieras.

A pesar de sus modales corteses y aparente amabilidad, Harry estaba extraño. Draco hizo un esfuerzo para dejar de mirar esas piernas anchas enfundadas en vaqueros y concentrarse en cambio en el rostro de su amigo. Buscó la mirada de Harry sin éxito; tras las gafas, el moreno le rehuía el encuentro. Draco sintió que algo le se resquebrajaba en el alma.

-Lo sé, por eso me atreví a tomarla sin avisarte primero –le respondió Draco sin perder un ápice de compostura. –Veo que ya estás listo. ¿Nos vamos?

Caminó junto a Draco por la avenida Charing Cross sin dirigirle la palabra más que lo estrictamente necesario. Harry se mantuvo todo el tiempo con la mirada puesta en cualquier cosa o persona menos en su amigo, sumergido en sus pensamientos mientras se dejaba guiar por él.

Todavía no lograba entender qué hacía allí con él. Su primer impulso después de su encuentro en el pasillo había sido mandarlo a la mierda y luego encerrarse en su habitación y no salir hasta el siguiente lunes para irse a trabajar. Con un sentimiento que iba más allá de la rabia, había entrado a la ducha con la intención de empaparse en agua helada y deshacerse de la pasión que lo abrasaba desde dentro.

El frío no ayudó. La enorme erección que ostentaba lo hacía sentirse humillado, estúpido, increíblemente iluso… ¿Cómo pudo haber pensado por un solo instante que Draco querría algo con él? ¿Cómo pudo? La necesidad del desahogo se impuso sobre el orgullo y sin poderse controlar más, se había hecho la paja más furiosa y ruda de toda su puta vida. Castigándose. Pensando en él. Recordando los jodidos besos que le había robado en el jardín de Richmond y en su habitación. A punto de caer sobre la cama. Imaginando sin poder evitarlo, lo que hubiera sido estar dentro de él.

Eyaculó gimiendo ruidosamente en lo parecía haber sido no una muestra de placer, sino una manifestación de su dolor; los ojos cerrados en un esfuerzo por evitar el llanto de amargura y vergüenza; el alma atenazándole por haber sido sólo el pasatiempo momentáneo del que creía era su mejor amigo. Rasguñando el frío azulejo de la pared del baño, se había desplomado hasta caer de rodillas bajo la cortina de agua, maldiciéndose una y otra vez por haber sido tan crédulo.

Se había quedado tanto tiempo bajo el agua fría que pronto empezó a sentir calambres por todo el cuerpo. Se enfurecía con él mismo al recordar que les había asegurado a Hermione y a todos los Weasley, que Draco sí era de fiar. Que casi les había garantizado que Draco sí le tenía cariño sincero. Que si aceptaba ser su pareja, tendrían que acceder a que Harry lo llevara a su boda en Francia. Había peleado, había gritado, jurado y perjurado que todo saldría bien, que él confiaba en Draco.

Por tu propio bien esperemos que no te equivoques, Harry, le había dicho un preocupado Ron cuando ya no hubo argumento que pudiera rebatir. El dolor que les iba a causar a sus amigos cuando les dijera que al final todo había sido un error y que Harry estaba enamorado de Draco sin esperanza de ser correspondido, lo había abrumado más que su propio pesar.

Y entonces, ese pensamiento lo había impulsado a tomar una determinación. Era verdad que se había equivocado tal como Ron lo pronosticó, pero eso no quería decir que no fuera para su propio bien. De algún modo y como de otras cosas peores, Harry saldría ileso. Tenía que hacerlo. Se lo debía a sus amigos y a él mismo.

Y de la misma manera que la imagen de Ron y Hermione le había servido para invocar su Patronus alguna vez, en esa ocasión lo sacudió desde las entrañas al tener la certeza que si se deprimía, lo más seguro era que sus amigos cancelarían la boda. Incorporándose al fin, se había jurado que no permitiría que sucediera eso. Que tenía que salir de ese agujero por él mismo, sin ayuda de Draco, ni de Colin ni de nadie.

Y para empezar se quitaría de encima la lápida que desde “el accidente” le estaba tapando la salida: el secreto de lo sucedido a Draco. Le mostraría a su amigo toda la verdad de lo que había ocurrido aquel día tal como se lo había prometido y sin temor a lo que pudiera pasar después. Si Draco quería odiarlo, pues que lo odiara. De alguna manera tenía que sacárselo del corazón y si Draco se largaba de su lado, tal vez sería lo mejor.

Pero también había decidido acudir a su cita con él para demostrarle que, siendo un casi-Slytherin, Potter también podía tener helada sangre de serpiente en las venas.

-Aquí es, Potter –murmuró la voz de Draco sacándolo de su ensimismamiento.

Harry levantó la vista asombrado, pues apenas se habían alejado un par de manzanas de su apartamento.

-¿El Caldero Chorreante? –dijo con el ceño fruncido y la voz incrédula. No pudo reprimir un latigazo de decepción, pues también se había imaginado que lo llevaría a un lugar mejor. -¿Aquí es adónde se te ocurre venir a cenar? Merlín, Draco, en ese caso mejor hubiéramos ordenado una pizza.

Draco tenía ésa enigmática sonrisa que Harry solía asociar a la emoción anticipada de una fabulosa noche de marcha.

–No aquí, idiota –respondió con la vista clavada en el anuncio colgante de metal. –Es adentro, en un local del Callejón Diagon.

A pesar de que Harry había tomado la resolución de ignorarlo, no podía dejar de lastimarle que Draco le hablara sin mirarlo a los ojos. Aunque después de todo, ¿por qué tendría que hacerlo si Harry también estaba evitando su mirada?

Draco entró en el establecimiento y Harry lo siguió mientras repasaba en la mente todos los lugares dentro del Callejón a donde se podía ir a cenar. Al menos que hubiese algo nuevo que no conociera, en realidad no recordaba ninguno que valiera la pena.

–Draco, pero… ¡Draco!

Su amigo atravesó rápidamente el famoso pub y llegó ante la pared de ladrillos del patio, sacando la varita para tocar los adecuados con la punta. A Harry no le había pasado desapercibido que al pasar, los zarrapastrosos comensales del Caldero Chorreante les habían brindado más atención de la que era amable. Ni Harry ni Draco se habían molestado en saludar: ambos sabían que de hacerlo nadie les habría respondido.

Cruzándose de brazos y cada vez de peor humor, Harry esperó a que Draco terminara de abrir la pared. No comprendía que mierda estaban haciendo ahí, pues ambos solían evitar ese centro comercial más que para lo rigurosamente indispensable. Harry creía que soportar las bromas que le gastaban en el trabajo era más que suficiente como para encima aguantar las miradas de asco y reproche que la gran mayoría de los magos y brujas le dirigían descaradamente.

Y por lo que Harry sabía, a Draco le iba todavía peor. Dejando aparte su abierta homosexualidad y libertinaje sexual, era el hijo sangrepura de un aristócrata ex Mortífago y odiado por medio mundo. Un poco avergonzado, Harry tuvo que reconocer que la mayor parte del tiempo Draco parecía más Gryffindor que él.

–Draco, sinceramente no creo que esto sea una bue… -Draco lo ignoró y, guardándose la varita, se introdujo por el boquete recién abierto. -¡Draco! –rezongó Harry siguiéndole los talones. –Pero, ¿qué disparates se te han metido en la cabeza?

-Ya lo verás –explicó Draco con una extraña sonrisa en la cara. Siguió adelante con Harry a su lado, ambos esquivando hechiceros malhumorados que salían de trabajar; pasando junto a brujas que los miraban con repugnancia y les quitaban a sus hijos pequeños del camino como si la simple vista de Draco y Harry los fuera a pervertir; chocando hombros con varias brujas jóvenes que les dirigían miradas curiosas pero bastante insinuantes y encontrándose con algunos pocos rostros conocidos que de igual manera terminaban dándoles la espalda.

Siendo la noche de un sábado muchos de los negocios estaban cerrados a excepción de aquellos donde se podía consumir un helado, una cerveza o disponer de la cena. De repente Draco dobló en una esquina y se adentró en una callejuela repleta de pubs, cafeterías y restaurantes de baja categoría.

Cada vez más extrañado, Harry tuvo que correr un poco para alcanzarlo. Y cuando estaba dispuesto a enfrentarlo y pedirle una explicación, Draco se detuvo al fin delante de uno de los bares. Harry levantó la vista hacia el letrero. Dos bates de Golpeador entrecruzados exactamente sobre el nombre del pub y Harry arrugó el entrecejo.

-¿”Los Bates de los Hermanos Broadmoor”? –masculló en tono desconfiado. Completamente indignado, le gritó: -¡¿Acaso has perdido la cordura, Malfoy?!

Draco lo miró a su vez sin perder aquella indescifrable sonrisa y asintiendo en un gesto afirmativo.

–Así es. Después de todo, ¿qué sería de la vida sin un poquito de locura?

-¡Ah, creo que eso nunca lo sabré! –espetó Harry con sarcasmo. –Siempre he vivido rodeado de locos… ¡Empezando por ti!

Draco entrecerró los ojos y con una sonrisa presuntuosa, le preguntó:

-¿Asustado, Potter?

Harry abrió la boca sin saber qué responder. Eso era un golpe bajo y directo al hígado, y Draco lo sabía muy bien. Ambos conocían el tipo de magos que frecuentaban aquel bar de tipo deportivo: En su mayoría del género masculino, ahí se reunían amantes del Quidditch para beber como trolls, manejar apuestas, conversar sobre partidos pasados y pronosticar qué equipo ganaría el siguiente. Un lugar donde un gay no entraría ni por casualidad y donde su sola presencia podía desatar tormentas. Harry lo sabía a la perfección porque infinidad de veces había escuchado a sus compañeros de oficina hablar de aquel pub: era su punto favorito de reunión después del partido amateur de los sábados.

Harry se estremeció e instintivamente dio un paso atrás. Entrar a ese lugar siendo gay ya era lo suficientemente malo, pero saber que sus colegas del Ministerio también estarían ahí lo volvía todo peor. Draco soltó un bufido malicioso al notar su titubeo.

-Asustado entonces –afirmó meneando la cabeza y evidentemente decepcionado.

Harry lo enfrentó, muy enojado y sin entender su propósito.

–No es miedo, Malfoy, es sólo que no quiero meterme en problemas. Sé que mis compañeros de la oficina están ahí y tú ya has visto cómo se las gastan conmigo por ser gay… ¡Ahora imagina lo que harán si entramos a intentar codearnos con heterosexuales intransigentes! ¡Es como meterse a la cueva del lobo, Draco!

-Cierto –respondió Draco tranquilamente. –Pero entrar a la cueva del lobo sólo representa peligro para los corderitos, Potter –continuó, bajando la voz y entrecerrando los ojos en un provocativo gesto. –El hecho que seamos gays no quiere decir que tengamos que ser maricas. Ni gallinas, ni niñitas. Yo soy un puto chupapollas, pero, ¿sabes qué? También soy un jodido Slytherin: astuto y de lengua viperina. Mago sangrepura, joven, fuerte y con un montón de hechizos de magia oscura bajo la manga. Si me gusta joder con hombres, en vez de mujeres, es mi maldito problema y en absoluto me quita habilidades ni poder. Yo sé quién soy, Potter… ¿Y tú? ¿Sabes quién eres?

Harry no le respondió. A pesar de lo sucedido en el apartamento una hora atrás y de la decepción que le había causado saber que Draco no quería nada con él, no pudo evitar olvidarse de todo eso momentáneamente. Agraviado por la manera en que su amigo le hablaba y le restregaba en la cara su llana cobardía, apretó las mandíbulas al darse cuenta que Draco tenía toda la razón… ¿En qué momento de su vida se había vuelto tan odiosamente prudente y pusilánime?

Draco continuó hablando, despiadado y con la voz cada vez más dura y cortante:

-Estoy seguro que si te colocaran de nuevo el Sombrero Seleccionador… -hizo una pausa y soltó un bufido, provocando que Harry crispara los puños de pura ira. –No sé que casa pudieras representar en este momento, pero estoy seguro que no sería Gryf...

-¡CÁLLATE! –le gritó Harry al tiempo que se abalanzaba sobre él y aferraba el cuello de su elegante camisa. -¡NO SABES DE LO QUE ESTÁS HABLANDO!

-¡POR SUPUESTO QUE LO SÉ! –bramó Draco sin dejarse intimidar, agarrándolo también de la camiseta y apretando la tela tan fuerte que Harry podía sentir que le pellizcaba la piel. –¡Sé que te avergüenzas de tu condición, sé que tienes miedos irracionales, sé que sufres por eso! –Draco sacudió a Harry tan duro que éste se vio obligado a soltarlo, viéndose de repente dominado por el enojo del rubio. -¡Ya no quiero verte así! ¡Quiero que vuelvas a ser el mismo Gryffindor arrogante, imprudente y valiente que conocí en la maldita escuela!

Harry lo miró con los ojos muy abiertos, completamente desconcertado ante la abrupta reacción de su amigo. Y como si Draco se hubiese arrepentido de ella, lentamente soltó a Harry y comenzó a alisarle la camiseta para borrar las marcas de su fortísimo agarre. Su mirada gris se suavizó hasta dejar muy atrás la dureza del metal y convirtiéndose entonces en mercurio líquido. Harry tragó saliva ante eso, traicionado por sus propias emociones y percibiendo como todo sentimiento negativo lo abandonaba.

–Es sólo que… -comenzó a decir Draco pausadamente y aún con las manos sobre el pecho de Harry. -Yo… quisiera que tú…

Risotadas y escandalosos pasos se dejaron oír callejuela arriba y Draco soltó a Harry como si le quemara. Harry dio un paso atrás sin dejar de preguntarse qué diablos sería lo que Draco había estado a punto de decirle. La curiosidad le aguijoneó el alma casi dolorosamente, pues era consciente de que tal vez no se volviera a presentar la oportunidad.

Un grupo de cinco jóvenes magos se acercó hasta ellos y fue justo bajo la luz del letrero del pub que Harry reconoció a sus odiados compañeros de jornada laboral.

-¡Por Merlín y la bruja que lo parió! –gritó el imbécil de Milford Moore al descubrir a Harry y a Draco entre las sombras. -Con razón al acercarnos se intensificaba más y más el olor a flores. ¡Miren quién está aquí!

Las carcajadas burlescas y alimentadas por las copas que ya llevaban encima, taladraron los oídos de Harry haciéndolo enrojecer de rabia. Miró a Draco de reojo, sorprendiéndose al notarlo increíblemente tranquilo y… ¿Por qué demonios estaba sonriendo? Harry arrugó el entrecejo pensando que cada vez entendía menos a Draco.

-¡Muchachos, cuiden su trasero que hay bujarrones sueltos en la zona! –exclamó otro de los colegas de Harry, el gordo Terence Fowler y quien siempre era, junto con Moore, los que solían jugarle las bromas a Harry en la oficina. -¿No estarán pensando entrar al bar, cierto? –preguntó provocando más risas entre los demás. -¡Por si no se han dado cuenta, este pub es sólo para hombres de verdad!

-¿En serio? –preguntó Draco en voz baja y confiada, atrayendo la atención de todos los que se reían. –Supongo que eso los llevará a la quiebra muy pronto, pues entre maricas como nosotros y cabezas de troll como ustedes, no se ha visto ningún hombre por aquí en toda la noche.

Los cinco alborotadores se quedaron en silencio, sopesando las palabras del rubio y con una expresión en la cara que a Harry le recordaba bastante a la que solía poner Dudley cuando no comprendía de lo que su primo se burlaba.

-Malditos muerdealmohadas, son una plaga para la sociedad –masculló Moore. –Alguien debería hacernos el favor de acabar con ustedes. -Dicho eso, desapareció por la puerta del pub, arrastrando a los otro cuatro con él.

Fowler volteó hacia Harry y lo miró con mal disimulada repugnancia antes de decirle:

-Ya nos veremos las caras el lunes en la oficina, Potter.

-Cuando quieras, Fowler –respondió Harry altaneramente y casi sorprendido por haber contestado así, sintiendo por sus venas una energía y valor que hacía mucho no se hacía presente en su estado de ánimo.

-Corrígete, Potter. Hay que hablar con propiedad –intervino Draco antes de que Fowler se alejara. –Seremos solamente nosotros quienes les veremos las caras y será más pronto de lo que creen. ¿Qué te parece en la edición dominical de El Profeta, Fowler?

-No sé de qué demonios hablas, jodido pijo de mierda –le respondió Fowler, mirándolo aún con más asco que a Harry. –No quiero volver a ver tu pálido rostro frente a mí nunca más, o te arrepentirás el resto de tu vida.

Terminó de desaparecer tras las hojas de la puerta, dejando a Harry y Draco en el callejón. Harry miró de nuevo hacia su amigo, evitando pensar en lo que sucedería el lunes en la oficina y sintiéndose extrañamente contento en cambio. Era la primera vez que no se enfrentaba a solas con aquellos bravucones, y el hecho de que hubiese sido Draco su compañero en eso, lo hacía muy feliz.

Draco respiró hondo y se alació la camisa que las manos de Harry le habían desarreglado. Todavía sereno y contento, apenas sí alteró su gesto cuando Hedwig hizo su repentina aparición en la callejuela, sacándole a Harry un susto de mierda.

-¡Hedwig! –le habló mientras el ave daba un par de vueltas alrededor de Draco. Llevaba una pequeña nota en la pata y Harry supuso que sería la respuesta de Narcisa para su amigo. –Debe ser para ti, Draco.

Draco levantó un brazo, mirando a la lechuza con cierta aprensión mientras se posaba en él y se dejaba sacar la carta.

–Eh… gracias, Hedwig –le dijo. Harry se acercó para acariciarla un poco, lo que el ave le agradeció con un leve ulular antes de emprender el vuelo hacia su percha.

Draco, quien de repente parecía un poco nervioso, no leyó su carta de inmediato. Se la guardó en un bolsillo del pantalón mientras murmuraba algo sobre los continuos regaños de su madre y que no deseaba arruinarse la noche leyéndolos.

Caminó entonces hacia la puerta del bar mirando a Harry mientras lo hacía. Tenía en los ojos cierta chispa de malvada travesura y que Harry no le había visto desde sus antiguos días de escuela, justo cuando Draco estaba a punto de decirle algo bastante desagradable sólo por fastidiarlo.

–A ver si sacas las garras y muestras la fibra Gryffindor de la que estás hecho, Potter. ¿Entramos?

Harry no pudo evitar un resoplido.

-¿No has tenido suficiente de esos gilipollas? ¿Quieres más todavía?

-Lo que quiero es invitarte a una cena que no olvides nunca –Draco estiró un brazo y atrapó el de Harry, jalándolo para obligarlo a entrar junto con él. -¿Sabes que aquí sirven una estupenda cena que se saborea mejor si está fría?

-¿Qué? -Harry estaba muy seguro de que en un pub apestoso como ése y frecuentado por machos que idolatraban el Quidditch más que a su propia vida, no podían servir nada bueno de cenar.

El lugar, oscuro y con música estridente interpretada por grupos locales, estaba lleno de magos de la clase trabajadora, sudorosos y todos ya en gran grado de intoxicación etílica a pesar de la temprana hora. Carteles de diferentes equipos de Quidditch dominaban las paredes por completo, además de algunos implementos de deporte colgados por ahí y por allá... Y justo en el centro del muro de atrás de la barra, estaba un cartel enorme de Kevin y Kart Broadmoor, Golpeadores estrella de los Falmouth Falcons y cuyo lema de equipo estaba escrito al pie de la fotografía: “Ganaremos, y si no, romperemos algunas cabezas”.

Harry pensó que el bar no podía haber ostentado mejor nombre, el cual había sido seleccionado en honor de aquellos dos brutos que balanceaban amenazadoramente sus bates desde el cartel.

Draco lo dirigió a la única mesita sin ocupar que había en el establecimiento, y ante la mirada de incrédulo desagrado de todos los parroquianos, Harry tomó asiento mientras Draco iba a la barra en busca de un par de bebidas. Harry localizó a sus colegas, quienes desde su lugar –afortunadamente bien alejado-, parecían no poder dar crédito al atrevimiento de su compañero de oficina.

Nervioso por el descarado escrutinio del que era objeto, Harry concentró su atención en Draco, quien charló durante un par de minutos con el tabernero, y el cual; extrañamente, parecía escuchar absorto y boquiabierto lo que Draco le estaba contando.

Al final, Draco tomó dos vasos llenos con algún brebaje preparado con ingredientes de dudosa procedencia y se encaminó hacia Harry. Detrás de él, el tabernero le dirigió al moreno una rara mirada y de inmediato dejó la barra para desaparecer por una pequeña puerta, a lo que seguramente era la trastienda.

-¿Qué demonios fue eso? –le preguntó Harry a Draco en cuanto éste se sentó junto a él y colocó sus bebidas sobre la mugrosa mesa. Ante la mirada de fingida inocencia de Draco, Harry sólo entrecerró más los ojos sintiendo ya plena desconfianza. Un Malfoy intentando poner cara de pascua no era ninguna buena noticia y Harry lo sabía muy bien.

-¿Esto? –preguntó a su vez Draco, levantando su vaso y examinándolo desde abajo. –Pues no lo sé a ciencia cierta, pero el tabernero mencionó algo que parecía ser whisky de fuego en los ingredientes. Creo.

Harry rodó los ojos.

–Sabes bien que no me refiero a eso, sino a lo que le has dicho al tabernero para que saliera disparado así rumbo a Merlín sabe dónde.

-No tengo idea de qué estás hablando –explicó Draco con voz jocosa. Harry estaba a punto de responderle algo más grosero cuando un enorme rugido proveniente de unas mesas cercanas interrumpió su pensamiento. Aparentemente alguien acababa de hacer un muy buen chiste sobre gays, pues todos los borrachos del lugar estaban con la vista fija sobre ellos y las risas y vítores no se habían hecho esperar. –Qué manera de desperdiciar sus pocas neuronas… Patéticos.

-Exacto –completó Harry mirando a Draco cómo si fuera la primera vez. –Eso es precisamente lo que yo pienso y es lo que me hace preguntarme una y otra vez porqué demonios me trajiste aquí. –Echó un vistazo hacia el mostrador donde un pergamino viejo y manchado mostraba un escueto menú de bebidas preparadas y cerveza. –Dijiste “cena” y aquí me parece que no tienen comida ni para las ratas del lugar.

-Mmmm –respondió Draco distraídamente mientras miraba al tabernero que en ese momento regresaba a atender la barra.

-¡Draco!

Harry y Draco en el pub, por Suiris E'Doluc
Harry y Draco en el pub, por Suiris E'Doluc

-¿Sabes qué, Potter? –dijo Draco de repente, girando su cuerpo hacia Harry y poniéndole de pronto total atención. –¿Has oído aquello de que para poder deshacerse de una fobia tienes que enfrentar una situación extrema de lo que te causa miedo?

Harry se quedó boquiabierto durante unos segundos sin saber qué decir. Cuando logró encontrar su voz de nuevo, explotó:

 

-¿A eso me has traído? Deliberadamente sabías que ellos estarían aquí, ¿cierto? –Draco sólo se encogió de hombros y Harry se dejó caer en el respaldo de la silla. –No puedo creerlo. Ahora resulta que la serpiente cautelosa y sigilosa quiere pelea. ¿En serio quieres que tenga un duelo con ellos?

-¿Un duelo? Por favor, Potter. No seas primitivo. Esos tiempos de duelos mágicos ya quedaron en el pasado. Te llevarían a Azkaban en un dos por tres, y más considerando que te encanta utilizar magia negra para rebanar a tu oponente de un tajo.

Harry se ruborizó como siempre que ese tema brotaba entre ellos.

–Ya sabes cómo lo siento, Draco. Te he explicado mil veces que ni siquiera estaba enterado qué demonios hacía el Sectum… ¡Espera un momento! No cambiemos de tema. Si no quieres que pelee con ellos, entonces, ¿cuál es tu grandiosa idea?

Draco lo miró largamente, ocultando una sonrisa apenas perceptible detrás de su vaso.

-¿Qué fue lo que siempre quisiste ser, Potter? ¿Auror, cierto?

Harry tardó unos segundos en responder.

-¿Auror? Francamente ya no estoy tan seguro. Con toda la mierda que hay en el Ministerio y con lo mucho que odio toda esa burocracia, a veces creo que aunque pudiera haberlo hecho, no sería Auror. Sólo el imaginarme bajo las órdenes del imbécil de Corner hace que se me ponga la carne de gallina. ¿Puedes creer lo rápido que ése estúpido ha llegado a semejante puesto? Claro, me supongo que ser el marido de la hija del Ministro tiene sus ventajas.

-Y no ser gay también –añadió Draco. No era la primera vez que le insinuaba a Harry que, desde su desconfiado punto de vista, la razón principal por la que no le habían permitido a Harry ingresar a la Academia de Aurores había sido su condición sexual y no la falta de sus EXTASIS. –Entonces, la carrera de Auror queda descartada. ¿Qué te parece… jugador profesional de Quidditch?

Harry resopló mientras echaba una resentida mirada hacia toda la tropa de trogloditas que en ese momento estaban gritando insultos a un periódico cuyo encabezado reportaba un resultado poco favorable para su equipo.

-¿Realmente crees que todos estos mente-estrechas apoyarían la idea de un gay en las filas de su equipo, sea cual sea? No me hagas reír, Draco. Sabes que eso todavía no es posible en el mundo Mágico.

-Ése es el punto al que quiero llegar, Potter –le dijo Draco cruzándose de brazos en un indolente movimiento. A causa de los recientes eventos, Harry había olvidado por completo las medidas que según él iba a aplicar en el trato con su amigo y en las cuales incluía no mirarlo como un bobo y no pensar en lo bueno que se veía.

-¿Qué punto? –preguntó más por inercia que por verdadero interés. Apoyó la cara sobre una mano y el codo sobre la mesa, para así poder disfrutar más la visión de Draco enfundado en ligera ropa negra y mirándolo otra vez a los ojos.

-Que el Ministerio y la sociedad mágica apestan. No nos toleran hoy y tal vez no lo hagan nunca, y por lo tanto nunca te permitirán trabajar con ellos. Ya lo has comprobado tú mismo, no es nada nuevo que venga a contarte. –Hizo una pequeña pausa y suspiró. -¿Por qué te imaginas que yo inicié un negocio propio en vez de atarme al escritorio de alguna empresa?

Harry sonrió sarcástico.

-¿Porque los Malfoy son mucha mierda para ser sólo empleados? ¿Porque en ningún sitio necesitaban a alguien que sintiera que les hacía un favor al trabajar con ellos? ¿Porque tenías el dinero necesario para hacerlo?

Draco le correspondió la sonrisa. No era un secreto para Harry que Draco había tenido que hacer uso de todos sus ahorros y pedirle un pequeño préstamo a Narcisa para poder realizar la compra de su primera propiedad y las posteriores reparaciones. No fue mucho pero sí suficiente. Y aunque Draco no lo decía abiertamente, Harry sabía que en el fondo añoraba la vida de millonario y soñaba con que su padre lo aceptara de nuevo en los negocios de la familia para así poder heredar la fortuna Malfoy.

Pero como estaban las cosas, era mucho más probable que Harry consiguiera un contrato para jugar Quidditch que Lucius le perdonara a Draco ser gay.

-Hay negocios propios bastante lucrativos y que no necesitan inversiones iniciales, Potter. Al menos, no muy copiosas.

Harry presentía cuál era el tiro que Draco estaba a punto de lanzarle, sin embargo le preguntó:

-¿Ah, sí? ¿Cómo cual?

Draco levantó las cejas en un gesto indiferente.

–No lo sé… agricultor de plantas mágicas, domador de dragones, bailarín nudista, investigador privado, cazarecompensas, guardaespaldas, profesor privado de brujitas ricachonas, eliminador de plagas… -Harry se rió ante tanta profesión absurda, pero en el fondo tenía que reconocer que jamás se había dado la oportunidad de pensar siquiera en dejar el Ministerio y buscarse otro tipo de empleo. –Y lo más gratificante es ser tu propio jefe, Potter. Adiós a los mandamás idiotas, a los colegas imbéciles, a los horarios de trabajo absurdos.

-Todo eso suena muy lindo, Draco, pero… -Se vio interrumpido cuando las puertas del pub se abrieron de golpe y una pareja de magos entró. Uno de ellos llevaba una enorme bolsa de piel que cuidaba con celo y que a Harry le pareció profundamente conocido. –Yo conozco a ese tipo –le comentó a Draco. –Y no en un contexto muy agradable.

El mago que acompañaba al de la bolsa era un poco más joven y apenas al entrar, se puso a mirar nerviosamente a todos los hombres del lugar. Al posar los ojos en Harry los abrió con agradable sorpresa como si hubiera encontrado lo que buscaba. Se giró hacia su compañero, le cuchicheó algo y luego los dos se dirigieron a la barra sin dejar de echar constantes miradas hacia la mesa de Draco y Harry.

De pronto, Harry recordó.

-¡Ya sé quién es! ¡Es el fotógrafo que solía acompañar a Rita Skeeter cuando visitaba Hogwarts en el Torneo de los Tres Magos! Eso quiere decir que el otro es…

-El bueno para nada de Lyman Bullock –rectificó Draco con una sonrisita complaciente. –Aprendiz de la vieja Skeeter, brillante bruja siempre imitada y jamás igualada, Merlín la tenga en su gloria… -Harry rodó los ojos y Draco continuó: -Bullock ocupa su puesto en El Profeta como cazador de chismes para nutrir a nuestra inteligente y tolerante comunidad mágica.

Una alarma se disparó en el cerebro de Harry.

-¡Mierda! ¿Crees que estén aquí por nosotros? Pero, ¿qué piensan que vamos a hacer en un lugar lleno de gente? ¿Desnudarnos y bailar encima de las mesas?

Draco arqueó una ceja sin dejar de sonreír.

-¿Es una promesa, Potter?

Harry lo miró con furia mal fingida. No temía un reportaje desagradable de él mismo, sino de Draco. Sabía que cualquier cosa publicada en El Profeta sería leída por Narcisa y no deseaba que la señora pasara un mal rato. Además Lucius también lo vería y Harry no quería ni pensar en las consecuencias de ello.

Draco carraspeó y se estiró cuan largo era, provocando que Harry tuviera que mirar hacia otro lado para evitar clavar la mirada en ese bulto que sus pantalones de marca dejaban ver en la entrepierna. El peligro de tener al buitre Bullock cerca fue olvidado momentáneamente por el cerebro de Harry, el cual se vio inundado por la memoria del sabor de la boca de Draco y del tacto de su trasero bajo sus manos. Apretó las mandíbulas preguntándose si estaba condenado a recordar aquellos instantes por toda la eternidad.

-Lo único que yo sé, Potter –empezó a decir Draco mientras miraba hacia la alejada mesa donde estaban los colegas de Harry, -es que si existe algo que enfurezca a un heterosexual, es que un gay tenga más éxito que él.

-¿Éxito?

-Sí, ya sabes. Un mejor empleo, mucho dinero. Poder joder con quien quieras y vivir feliz. Ellos nos odian de todas formas, y puede ser que nos lo digan en nuestra cara e intenten hacernos la vida imposible o simplemente murmuren a nuestra espalda. Así que lo mejor es darles un motivo para que nos aborrezcan con más ganas y que de paso, nos haga felices. –El tono de voz de Draco se suavizó cuando terminó de decir: -No tienes ninguna necesidad de soportar ese empleo de mierda, Harry. Eres mucho mejor mago que todos ellos juntos y…

Harry sentía el corazón a mil por hora. Draco tenía la mirada posada en él con una intensidad que jamás le había visto, lo estaba halagando y por si todo eso fuera poco, le había llamado Harry sin ni siquiera darse cuenta. Harry juraba que caminaba entre las nubes justo en ese momento.

-¿Y…?

-Y… -Repentinamente Draco pareció darse cuenta que algo andaba mal, porque parpadeó y cuando abrió los ojos de nuevo, su mirada era otra. La de siempre, la fría e indiferente. –Tienes que luchar con todas tus fuerzas por conseguir lo que quieres, Potter. Esa regla aplica para toda la gente en general, pero para los gays es casi una religión. ¿Entiendes por qué?

Harry asintió, decepcionado de que el mágico momento hubiera pasado y al mismo tiempo, deseando darse una patada en el culo por haber sido tan estúpido como para caer en el encanto Malfoy otra vez.

–Porque a los gays todo nos cuesta el doble de trabajo que a un hetero.

-Exacto. Que les den por el culo. –Terminándose su bebida de un solo trago, le guiñó un ojo a Harry y después golpeó la madera con el vaso, tambaleándose un poco y provocando que el moreno se preguntara si estaría ya borracho. Draco volteó de nuevo hacia los compañeros de Harry y para horror de éste, les gritó: -¿Escucharon lo que dije, ministeriales hijosdeputa? ¡QUE LES DEN POR EL CULO!

De repente el pub pareció haber caído en un hechizo silenciador y el único ruido que se oyó fue el del fotógrafo peleándose por abrir su bolsa de piel y lograr sacar su cámara a toda velocidad.

–¡Coño, Malfoy! –masculló Harry intentando que nadie más escuchara. -¿Qué demonios crees que estás haciendo?

Todos los presentes los miraban con algo que rebasaba por mucho la repugnancia y el odio. Clarísima señal de que lo mejor era salir de ahí antes de que cualquiera sacara su varita y comenzara una refriega, con el peligro agregado de salir en la primera plana de El Profeta al día siguiente. Pero Draco no parecía pensar igual que Harry.

Sus colegas estaban rojos de furia. Draco les dirigió la mirada más retadora que Harry le había conocido jamás, y entonces se levantó y se dio la vuelta para dirigirse con paso inseguro hacia los baños del pub.

En cuanto Draco se perdió tras la puerta del baño de caballeros, el bar pareció volver a la vida. Los menos interesados en el asunto y más preocupados por charlar y apostar por el partido de la siguiente semana, se vieron enfrascados de nuevo en sus conversaciones. Bullock, por el contrario, lucía muy decepcionado al igual que su fotógrafo. En cambio los colegas de Harry parecían arder y él no les quitaba el ojo de encima, temeroso de su reacción.

Y justo como lo presentía, Moore y Fowler se pusieron de pie y caminaron a grandes zancadas directo hacia el baño. De inmediato Harry detectó el peligro; incorporándose tan rápido que casi tira la mesa y ante la mirada de desaprobación de los demás, corrió a ayudar a su amigo. Pero justo antes de llegar a la puerta donde recién habían entrado los dos imbéciles tras Draco, cayó de bruces contra el suelo.

¡Hechizo zancadilla! pensó, dejando que su creciente enojo suplantara cualquier atisbo de miedo. Aún antes de golpearse contra el empolvado piso ya había sacado su varita del bolsillo y girándose sobre el suelo, gritó:

-¡Silencio!

Sabía que sus compañeros eran tan torpes con la magia que no podrían hacer un hechizo no verbal si los dejaba sin voz.

Pudo ver a Ware llevarse la mano a la garganta y abrir la boca sin decir más. Sonrió triunfante, pero aún quedaban otros dos y se abalanzaron sobre Harry antes de que pudiera levantarse.

-¡Expelliarmus! –exclamó Mitchell desarmándolo en el acto.

-¡Mierda! –exclamó Harry, estirando su brazo hacia donde había volado su varita. -¡Accio va…!

-¡Relaskio! -El hechizo de Merril le dio en pleno rostro y fue como recibir una certera patada, bastando para interrumpir la convocación de su varita. Harry saboreó su propia sangre cuando la boca se le llenó de ella y el labio inferior se le hinchó rápidamente. -¡Ahora sí la cagaste, Potter! –le gritó Merril. -¡Tú y tu maldito novio nos la van a pagar todas juntas!

-¡No! –gritó gangosamente Harry, intentando al mismo tiempo ubicar su varita, detener con una mano la hemorragia que tenía en la boca y alejarse un poco de sus oponentes para lograr levantarse del suelo. La furia que sentía y el temor de lo que Draco pudiera estar pasando dentro del baño no lo dejaban pensar con claridad. –¡No se atrevan a meterse con Malfoy! ¡Si le hacen algo, les juro que…!

-¿Qué es lo que está pasando aquí?

La potente voz de Draco se dejó escuchar por encima de la escaramuza, la cual ya era observada en ese momento por todos los presentes de pub y gratamente fotografiada por el compañero del periodista.

Los tres atacantes de Harry y él mismo se paralizaron al escucharlo. Levantaron la vista hacia él, sorprendidos de verlo salir de una sola pieza del baño y tan fresco y fragante como mañana de primavera. Con la varita al ristre y apuntando a los otros, de repente ya no parecía tan ebrio como unos minutos antes. Moore y Fowler, los que habían entrado en el baño tras él, no estaban a la vista.

Draco frunció el ceño y apretó los labios con rabia al notar el estado de Harry. Dio un par de pasos hacia él y le dio la mano para ayudarlo a levantarse.

–Así que, ¿un ataque de odio, supongo? –masculló con voz helada. -¿No les basta con lo que le hacen en la oficina para todavía tener que venir a joderlo aquí?

Los tres compañeros de Harry miraron a Draco como si no atinaran a entender qué había sucedido dentro del baño. Estaban tan impactados que simplemente se olvidaron que Harry estaba desarmado y que ellos eran tres contra dos. Draco meneó la cabeza en un claro gesto de reprobación y usó su varita para convocar la de Harry, la cual estaba tirada a unos cuantos metros de ellos.

La muchedumbre empezó a murmurar demostrando su rechazo al ataque del que Harry había sido objeto. Una cosa era ser un gay enfermo y pervertido, y otra muy diferente era atacar con ventaja numérica al que alguna vez les salvó el pellejo a todos ellos.

-Hay que llamar a la Autoridad –dijo alguien. –Esto no se debe quedar así.

Una aprobación general se dejó escuchar. Entonces Ware, Mitchell y Mirrel intentaron colarse entre la multitud con la clara intención de escapar de ahí, pero los demás magos se los impidieron.

–Ah, no… -exclamó el tabernero. -¡No van a ningún lado! ¡Agárrenlos hasta que vengan los del Ministerio!

-Larguémonos de aquí, Potter… Este tugurio de mala muerte no merece que un héroe como tú lo visites… -exclamó Draco en voz suficientemente alta como para que todos escucharan y fingiendo estupendamente una enorme indignación. -Montón de degenerados, primero tratan de violarme en el baño y luego le hacen esto a nuestro héroe.

Harry lo miró horrorizado, olvidando todo lo demás.

-¿QUÉ? ¿Trataron de VIOLARTE en el baño?

-¿Puedes creerlo? –exclamó Draco empezando a hacer pucheros como si estuviera a punto de soltar el llanto. -¿No te dije que Moore y Fowler también son gays? ¡Siempre me han hecho propuestas indecorosas pero como me he negado, ahora intentaron obligarme!

Harry creyó que el mundo estaba girando al revés y todo se había volteado de cabeza. Abrió la boca, pero no estaba muy seguro de qué era lo que quería preguntar primero.
Bullock, quien no perdía detalle de la conversación entre Harry y Draco, se acercó hacia él y le preguntó sin poder ocultar su emoción:

-¿Dice usted, señor Malfoy, que dos empleados del Ministerio lo han estado hostigando sexualmente?

Draco asintió temblorosamente y se sorbió los mocos.

–Así es, señor Bullock. - Señalando hacia el baño, continuó diciendo: -Y como no lograron convencerme ni por las malas, los dos pervertidos se quedaron allá dentro haciendo sus mariconeadas. Seguramente aún se están aplicando a ello aunque yo les dije que cualquiera podía entrar al baño y verlos, pero no me hicieron caso y…

Por la manera en que medio pub corrió hacia el baño -incluyendo a Bullock y al fotógrafo-, cualquiera hubiera creído que Draco les acababa de informar a todos que ahí dentro había una entrada secreta que conducía a Gringotts. Dejando a un lado su papel de víctima llorosa, Draco sonrió ampliamente y arrastró a un confundido Harry hacia la salida del pub.

–Nada de eso es cierto, ¿verdad? –le preguntó Harry, sintiéndose todavía enojado y cuya única preocupación era saber si el intento de violación había sido real o no. Porque si era así, regresaría a buscar a Moore y Fowler y les metería por el culo lo más grande que pudiera encontrar en el pub. La divertida mirada de Draco no pudo ser más expresiva y Harry, ya más tranquilo, le devolvió la sonrisa. –Y luego dices que no hay quien iguale a Skeeter… te juro que tú eres mil veces peor.

-¡Esperen! –les gritó alguien justo cuando pasaban por la puerta. Era el tabernero, quien lucía muy agitado y nervioso. –Sólo quería que supieran que siento mucho lo ocurrido… No es que esté de acuerdo con su modo de vida –dijo sin mirarlos a los ojos, -pero no justifico que se les trate así. Pero por favor, no vuelvan a venir por aquí.

Harry y Draco soltaron la carcajada al mismo tiempo, dejando al pobre hombre más desconcertado.

–No se preocupe, que al fin y al cabo a Potter y a mí no nos gustó nada de lo que tiene en su menú.

-Por cierto –añadió Harry. –Aquí está la liquidación de nuestra cuenta. -Se sacó del bolsillo del pantalón el infame cheque que Draco le había dado un par de horas antes y se lo puso al extrañado mago en la mano, quien se le quedó viendo como si creyera que iba a explotar en cualquier momento. Después de todo, el cheque era de libras y no de dinero mágico. –Quédese con el cambio –le dijo Harry felizmente antes de darse la vuelta y alejarse junto con Draco.

Ninguno de los dos mencionó nada acerca del cheque y Harry se alegró bastante por ello. Pareciera que era un episodio que ambos deseaban olvidar y Harry creía que era lo mejor. Entonces, cuando estuvieron a un par de calles de distancia del pub, Draco se detuvo de repente y se colocó delante de Harry.

-Tu varita, Potter –le dijo mientras se la devolvía.

-Gracias –masculló Harry, intentando limpiarse la sangre seca de la cara con el dorso de la mano.

-Espera, yo lo haré por ti –dijo Draco con la voz extrañamente ronca. Harry tuvo que tragar fuerte y deseó haber podido cerrar los ojos para dejar de apreciar la manera en que Draco lo estaba observando. Casi pegó un brinco cuando su amigo usó sus largos dedos para tomarlo de la barbilla y luego le apuntaba con su varita. –Tergeo... Episkey. –Draco seguía sonriendo pero de manera diferente. Su sonrisa era apagada, casi triste. –Lo siento, Potter –susurró. –No estaba en mis planes que esos idotas te atacaran. Supongo que quisiste jugar tu papel de héroe y fuiste a rescatarme al baño, ¿no?

Harry asintió.

–Entonces, todo esto fue a propósito, ¿verdad? –le preguntó con un falso tono de molestia aunque en el fondo estaba más que divertido. –Desde el principio tu intención fue ir a ese pub porque sabías que ahí estarían ellos y provocarlos para que te siguieran al baño, fingiendo que estabas ebrio e indefenso, ¿o me equivoco?

Draco le obsequió su mejor sonrisa presuntuosa sin un atisbo de culpa en los ojos. –Me ha descubierto, detective Potter. –Levantó las manos hacia el frente, tendiéndoselas a Harry. –Soy todo suyo. Puede ponerme las esposas y hacer de mí lo que quiera.

Harry bajó la vista hacia las manos de Draco, bastante tentado a hacer lo que el rubio le ofrecía. -¿Es una promesa, Malfoy? –le cuestionó en tono jocoso, optando por bromear para salir del paso.

La sonrisa de Draco se ensanchó. -¿Puedo tomar eso como un “te perdono”?

Harry suspiró. –Supongo. Después de todo, ¿Cuándo he podido enojarme contigo por más de dos minutos?

-Creo que nunca –dijo Draco empezando a caminar y pasándole a Harry un brazo por encima de los hombros. –Aunque quizá la excepción sea aquella vez que Creevey llegó a buscarte al apartamento cuando no estabas y yo, por error, le lancé un Petrificus Totalus.

Harry se dejó llevar por Draco, resoplando de risa e intentando convencerse de que el abrazo de Draco era totalmente fraternal y por supuesto que no le estaba haciendo sentir mariposas en el estómago. -¿Por error? ¿Y también fue un error que lo escondieras en el armario y no me dijeras nada hasta el día siguiente?

-Vamos, Potter. No podrás negarme que te salvé de una noche mortalmente aburrida a su lado. ¿Recuerdas lo bien que tú y yo lo pasamos viendo películas? Fue cuando vimos por primera vez los dos filmes de “La Edad de Hielo”… ¡cómo mola la ardillita ésa que siempre va tras la bellota! Y tanto romance gay implícito, porque nadie puede negar que entre el perezoso y el tigre existe algo… tal vez hasta hacían trío con el mamut antes que se hiciera hetero declarado.

-Estás enfermo, Draco –comentó Harry sin poder evitar reírse ante el recuerdo.

Aunque prefirió no mencionar lo mucho que Colin se había enfurecido con ambos aquella vez, al grado de estar bastante dispuesto a matar a Draco apenas lo tuviera enfrente. Hizo falta una larga sesión de sexo para contentarlo, pues desde el armario donde había pasado la noche petrificado pudo escuchar con toda claridad lo mucho que Harry y Draco se habían divertido juntos frente al televisor. Y ahora que Harry lo pensaba, tal vez ese había sido el principio del fin de su relación.

Sin darse cuenta, soltó un suspiro entrecortado.

Draco pareció tensarse y repentinamente, lo liberó del abrazo. Se detuvo a media calle y lo encaró. -¿Lo extrañas, Potter?

Harry también se detuvo. -¿Qué cosa?

¿A ti y a mí viendo películas? ¿A ti y a mí riéndonos juntos? ¿A ti y a mí besándonos?

-A Creevey. Que si lo extrañas.

El rostro de Draco era de tal rigidez que el que parecía petrificado era él. Harry frunció el ceño, preguntándose a qué venía ese cuestionamiento si Draco no estaba interesado en él como amante. –Y a ti, ¿qué coño te importa eso?

Si a Draco le molestó su grosera respuesta no lo demostró en lo más mínimo. Su cara permaneció impasible como siempre. Como piedra. Tienes cara y corazón de piedra, Malfoy.

Sintiéndose demasiado herido y harto de esa situación, Harry le dio la espalda y continuó andando hacia El Caldero Chorreante para poder salir al Londres muggle de nuevo. -¡Potter! –lo llamó Draco desde atrás. -¡Potter, espera!

Lo agarró de un brazo y lo giró. El rostro de Draco había perdido su máscara y ya denotaba emociones, dejando a Harry casi asustado cuando lo vio enormemente preocupado. -¿Qué, Malfoy? ¿Qué?

-Necesito saber si extrañas a Creevey, Potter, porque si es así, yo… -hizo una pequeña pausa, donde Harry lo vio tragar saliva y armarse de valor. –Haré lo que sea por traértelo de regreso. Si es eso lo que necesitas para ser feliz... Lo haré.

Harry lo miró durante tanto tiempo que la gente que pasaba junto a ellos los observaba extrañada. No supo si llorar de impotencia o reír de contento. Draco no lo quería como amante, pero lo amaba como amigo. Era capaz de ir por Colin si Harry lo consideraba necesario. Harry deseó estar muerto.

-No, Draco –dijo por fin. –No lo extraño. No lo necesito. En realidad, nunca lo… quise demasiado.

Sino hubiera sido por la luz tan escasa, Harry hubiera podido jurar que los ojos de Draco relampaguearon aunque el resto de su rostro no mostró alteración. –Qué bien, porque el vuelo a Nueva York es bastante caro.

-Lo sé –dijo Harry con una media sonrisa.

Draco suspiró y volvió a retomar camino. Parecía bastante aliviado. –La noche es joven y prometí llevarte a bailar. –Ante la cara de fastidio de Harry, Draco añadió: -Vamos, Potter, no seas aguafiestas. Cliff nos está esperando en el BarCode y no sabes lo bien que se pone los sábados por la noche. –Consultó el reloj antes de decir: -Y si nos damos prisa y llegamos antes de las diez, la entrada será gratis.

El simple pensamiento de entrar a un lugar lleno de sementales que buscaban sexo fácil y bailaban mientras te evaluaban el físico, provocó que Harry tuviera un retorcijón de estómago… aunque pudiera ser que también fuera hambre lo que estaba sintiendo.

-¿Antes de llegar ahí podríamos comer algo? –le suplicó a Draco. –Después de todo, tú me invitaste a cenar y en el pub ni probamos bocado…

Draco se rió. –De acuerdo. Pero no podrás negar que el espectáculo valió la pena.

-¿El espectáculo? –bufó Harry. -¿Te refieres a cuando les gritaste a todos esos machos que les dieran por el culo fingiéndote borracho? ¿O cuando lloraste como niñita con su pundonor manchado?

-Me refiero al que se presentó en el baño y el cual verás mañana en la primera plana del periódico… -Ante la mirada interrogativa de Harry, Draco sólo agregó: -Espera a mirarlo y ya me dirás si no vale oro.

-Entonces… -empezó a decir Harry despacio, cayendo en cuenta de algo. –La aparición del periodista tampoco fue casualidad, ¿cómo hiciste para que…?

Draco soltó una risita.

–Lo único que hice fue contarle al tabernero que tú estabas tan drogado que habías jurado bailar encima de la mesa mientras te quitabas toda la ropa… Supongo que fue por eso que salió corriendo a mandarle una lechuza a Bullock.

-¡Draco! –gimoteó Harry.

-Sí… ¿No es increíble lo que la gente hace por un poco de publicidad?

Llegaron hasta la avenida Shaftesbury y ante la insistencia de Harry y sus evidentes ruidos estomacales, tuvieron que hacer una escala en el restaurante Bella Italia. Draco presionó a Harry a comer aprisa, permitiéndole ordenar solamente una pizza y la cual, una vez depositada en la mesa, fue devorada por ambos. Draco no se había percatado que tenía hambre justo hasta ese momento. Pero por supuesto que el haberse enterado por boca del mismo Harry que éste ya no sentía nada por Creevey, no tenía en absoluto nada que ver con su buen humor y repentino apetito.

Ya era hora de que las cosas mejoraran para Harry, pensaba Draco mientras comía en silencio y observaba a su amigo por el rabillo del ojo. Sonrió al darse cuenta que su plan estaba saliendo a pedir de boca y que lo único que faltaba era que ahora Harry gozara de la mejor noche de sexo loco y apasionado con cuanto chico se le pusiera enfrente… Nada mejor para recuperar la autoestima, creía el rubio.

Pero no pudo evitar fruncir el entrecejo al pensar en ello. Imaginarse a Harry follándose al mejor tipo del club le ocasionaba un amargo resquemor en el alma.

El último bocado de pizza le costó bastante trabajo pasárselo por la garganta.

-¿Sucede algo?

Draco levantó la mirada hasta quedar atrapado en el intenso verde de la de Harry. Maldita pizzería y todas sus jodidas luces que no permitían sombras en qué ocultar nada.

 

–No. ¿Por qué?

-Me pareció que… Olvídalo –respondió Harry en tono alegre. Desde el incidente ocurrido dentro del pub deportivo estaba con el ánimo por todo lo alto y no cesaba de hablar de sus planes de no regresar el lunes al Ministerio.

Draco se refugió tras su copa de vino para que Harry no se percatara del rictus de angustia en el que se había convertido su cara. Después de esa noche, Harry descubría un mundo totalmente nuevo, donde él, atractivo y genial hasta el tuétano de los huesos, podría tener sexo con quien le diera la gana tan sólo con levantar un dedo.

Y así, con su objetivo logrado, podía estar seguro de que Harry no volvería a pensar jamás en Draco.

Lo que más le aterrorizaba era no saber porque esa certeza le dolía tanto.

 

 

 

 

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Notas del Capítulo:

  1. ¿Cómo se veía Harry con su camiseta de súper-moda? Mmm, bueno, yo tengo una idea aproximada acá en el PicSpam de la regla 4 del Manual. ^^
  2. El recorrido por la av. Charing Cross y la Shaftesbury, también puedes verlo en el PicSpam. ;D
  3. Si te quedaste con ganas de saber más acerca de la noche en la que Draco encerró a Colin en un armario mientras él veía con Harry una película, entonces debes leer Malfoy con Hielo, escrito para mí por Selene2000. Es genial, de verdad :D
  4. Como los fanáticos de QaF ya se habrán dado cuenta, los consejos que Draco le da a Harry en este cap. provienen (palabras más, palabras menos) de frases dichas por el Dios-perfecto-Brian-Kinney durante la serie completa. ^^