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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 7

Eres gay, no niñita; por lo tanto jamás provocarás lástima ni pedirás ayuda para nada. Recuerda que cualquier favor que alguien te hace hoy, te lo cobrará con creces mañana.

 

Excepción:

Ya que lo preguntas… podríamos hacer una ligera excepción tratándose de un Gryffindor. Hay que tomar en cuenta que ese complejo de héroe que tienen les hace creer que salvarte a ti es su obligación.

 

 

-------------------------------------

 

 

 

Sin decir una palabra, bastante incómodo tanto por estar en ese sitio que tanto odiaba como por el temor a ser escuchado por alguien más que aún rondara los solitarios pasillos del Ministerio, Draco acompañó a Harry a través del corredor que estaba a un costado del Atrio hasta el elevador más cercano. Una vez dentro, se sintió un poco más relajado como para conversar.

 

—No sé si tú lo sabes, Potter, pero yo detesto este lugar.

 

Miró a Harry sonreír. Pero había sido una sonrisa apagada, casi triste.

 

—Lo sé, Draco. Pero ha sido necesario venir aquí. No tengo otra manera de mostrártelo.

 

¿Mostrarme qué? Draco no sabía porqué, pero había algo en todo aquello que estaba empezando a ponerlo nervioso.

 

—Como tu amigo, Potter, tengo que recomendarte encarecidamente que no veas tantas películas de suspenso. Tu aire de “Ven, Neo, tómate esta píldora y descubrirás lo que es Matrix” no me gusta para nada… ¿Para qué demonios necesitamos estar aquí? ¿Qué tiene qué ver el Ministerio con tu jodida fobia a aparecerte? ¡Ah, ya sé! Lo que pasa es querías venir a despedirte de tu lujosa y amplísima oficina del piso tres y te daba miedo venir so…

 

—¡Merlín, Draco, ya cállate! —exclamó Harry casi juguetonamente, meneando la cabeza en un gesto negativo, pero sin mirar a Draco a los ojos. Tenía la mirada clavada en la puerta cerrada del ascensor—. ¿Has notado lo mucho que parloteas cuando estás nervioso?

 

—Yo no estoy nervioso, Potter —afirmó Draco sin mucha convicción—. No soy una niñita como tú.

 

Harry abrió la boca para replicar algo, pero fue interrumpido por la suave y femenina voz del elevador, que les hizo saber que habían llegado a la segunda planta. Departamento de Seguridad Mágica, que incluye al Cuartel General de Aurores, la Oficina Contra… empezó a recitar la empalagosa voz, pero Harry y Draco no se quedaron a escuchar.

 

Salieron del elevador y se internaron por un amplio pasillo cuyas paredes estaban abarrotadas de carteles publicitarios, avisos oficiales y hasta anuncios de conciertos.

 

El cerebro de Draco trabajaba a toda máquina, intentando resolver ese puzzle de jodido misterio. ¿El cuartel de los Aurores? Qué diablos…

 

Soltó una despectiva carcajada, intentando disfrazar su cada vez mayor nerviosismo.

 

—Ahh, ya entiendo… —empezó a decir cuando Harry volteó a verlo sin dejar de caminar—, lo que sucede es que quieres hacer realidad conmigo alguna de tus insanas fantasías; ¿no, Potter?

 

Harry sonrió tensamente.

 

—No entiendo de qué demonios estás hablando, Draco.

 

—No finjas. Casi puedo imaginar cómo trabaja tu cerebro de Gryffindor… son tan predecibles. —Harry bufó pero Draco continuó sin comprender porqué no podía quedarse callado—. Fíjate, mi teoría es esta: debido a tu resentimiento contra los Aurores, uno de tus mayores sueños húmedos es traerme hasta la oficina de Corner, robar uno de sus uniformes y, tan sólo con la bragueta abajo, follarme furiosamente encima de su escritorio, y dejarle al imbécil el lugar apestando a sudor y a… —fue bajando la voz hasta enmudecer.

 

Frunció el ceño al presentir que había hablado de más. ¿Desde cuando exteriorizaba en voz alta sus más secretas y oscuras fantasías? Rogó porque Harry no se diera cuenta de que acababa de ponerse en evidencia él solito. Mierda, yo y mi bocota. Era hora de reconectar la lengua con el cerebro, por favor.

 

Afortunadamente, o tal vez no tanto, Harry no lo entendió así. Sonrió ampliamente y se ruborizó un poco, pero no dijo nada ni dejó de caminar por el oscuro corredor. Llegando al final de este, giró a la izquierda, tomando el camino que llevaba a las celdas provisionales del cuartel.

 

De pronto, Harry se detuvo abruptamente ante una puerta cerrada. La miró con aprehensión durante unos momentos antes de decir:

 

—Aquí es.

 

Draco levantó la vista y leyó el letrero. Sala de Interrogatorios. Miró a ambos lados del corredor y confirmó que estaban completamente solos en el lugar. Arqueó una ceja sin poder evitar pensar en todo lo que se podía hacer ahí dentro: él y Harry teniendo sexo en una oscura mazmorra, jugando al amo y al esclavo… Bondage y sadomasoquismo.

 

Mmmm… A pesar de haberse tirado a Harry justo en la mañana, no pudo hacer nada para evitar que su miembro reaccionara con un jaloncito de placer anticipado ante los meros pensamientos.

 

Interrumpiéndole sus fantasías, Harry abrió la puerta y le cedió el paso a Draco sin decir más. Cerró la puerta a su espalda y, con su varita, la aseguró mágicamente. Mientras, Draco echó un vistazo por el lugar.

 

La impresión fue casi como un golpe literal, un gancho directo al hígado y con intención de noquear. No era una mazmorra como se lo había imaginado (adiós a su fantasía de juego sadomasoquista, bruto y pasional) sino sólo una amplia oficina de estilo normal. Pero lo peor fue cuando se dio cuenta de que él ya había estado ahí. Alguna vez, hacía varios años ya.

 

Tragó saliva pesadamente, intentando recordar cómo… por qué. Perdió el aire cuando los recuerdos acudieron dolorosos y frescos, como si hubieran sucedido el día anterior.

 

Ese era el lugar donde, a sus escasos dieciocho años, los Aurores los habían interrogado (hostigado, mejor dicho) a él y a Severus, hasta el agotamiento. Ansiosos por arrancarles una confesión que los satisficiera; incrédulos y aún más agresivos cuando se enteraron de que Draco en realidad no era un Mortífago, los vapulearon más, deseosos de endilgarle algo, lo que fuera, con tal de ver saciada su sed de venganza. Y como en aquella ocasión Draco había ingresado a esa sala completamente aturdido después de una serie de Desmaius injustificados, había olvidado el camino.

 

Hasta ese momento.

 

Súbitamente molesto, se giró hacia Harry.

 

—Potter, tengo que decirte que en este sitio, hace algunos años…

 

Se silenció al descubrir que Harry ya no estaba parado a su lado, sino que se había movido hasta el rincón más alejado de la sala y ahora estaba ante un enorme Pensadero que descansaba sobre una mesa. Y para enorme sorpresa de Draco, Harry lo estaba utilizando. Justamente en ese momento se estaba sacando un pensamiento de la cabeza con ayuda de su varita, de la misma manera en que Draco y Snape lo habían tenido que hacer cuando los Aurores se los exigieron.

 

—¿Qué haces, Potter? —preguntó Draco, sintiéndose irritado y confundido, acercándose a él y olvidándose momentáneamente de los desagradables recuerdos que le traía el lugar.

 

Harry no le respondió. Se llevó un dedo a la boca pidiéndole silencio y, cerrando los ojos, se concentró en su tarea. Le llevó un par de segundos terminar de sacarse los hilos plateados y echarlos en la humeante esencia del Pensadero. Y fue cuando Draco comprendió.

 

Harry no lo había llevado al Ministerio para una sesión de sexo salvaje y prohibido en alguna de sus oficinas. Lo había llevado para poder tener acceso a aquel Pensadero y mostrarle así, de una vez por todas, aquel duro o bochornoso recuerdo suyo y que era motivo de su fobia a la aparición.

 

Harry por fin bajó su brazo, muy cansado o muy derrotado, era difícil de decir. Suspiró tan fuerte que fue audible para Draco. Entonces, éste se decidió y caminó los pocos pasos que le faltaban para estar junto a su amigo y Harry pareció no darse cuenta de nada de lo que Draco hacía (lo cual lo molestaba un poco, tenía que admitir). Harry miraba fijamente el fondo del recipiente mágico, como si aún dudara en arriesgarse y mostrárselo. Draco aguardó en silencio, completamente decidido a no interferir.

 

Al fin, Harry volteó a verlo y le dio una sonrisa aguada.

 

—¿Listo?

 

Draco le correspondió la sonrisa, no sin un poco de trabajo.

 

—Por supuesto.

 

Suspirando otra vez, Harry le hizo una seña con la mano hacia el Pensadero, invitándolo a entrar en él.

 

—Las reinas del drama primero.

 

Draco lo miró con el ceño fruncido.

 

—Que te den, Potter. —Y sin esperar respuesta, se dejó caer de cabeza en el recuerdo de su amigo.

Draco abrió los ojos y tuvo que ahogar un jadeo al verse de pie justo en el exterior de la verja que delimitaba la propiedad de la Mansión Malfoy. Antes de recuperarse de su sorpresa, Harry llegó a su lado. Draco se giró hacia él.

 

—¿Potter? ¿Qué significa esto? —le masculló completamente desorientado.

 

Harry le murmuró:

 

—Este recuerdo es del día antes de… de tu accidente. —Draco lo miró arrugando el ceño, cada vez más confundido. Harry continuó explicando, mientras ambos veían acercarse a lo lejos la figura de un joven que Draco supuso era el Potter del recuerdo—. Tu madre me mandó una lechuza donde me… suplicaba que la encontrara aquí. Y, pues, eso hice. Vine a verla.

 

El Harry del recuerdo se acercó más y más por el camino de grava, andando hacia ellos con el paso digno y firme de quien tenía poco tiempo de haberse enfrentado al peor Señor Oscuro de todos los tiempos.

 

Al lado de Draco, Harry se silenció como si temiera que el otro Potter pudiese escucharlos. Instintivamente, ambos se movieron un poco para dejarlo pasar, aunque no era necesario. Sabían que si el recuerdo chocaba con ellos simplemente los atravesaría como si fueran de humo.

 

Asombrado y boquiabierto, Draco se dejó embargar por la visión de ese Harry casi cuatro años más joven que el actual. Llevaba el negro cabello mucho más largo, los mechones desordenados casi le cubrían los ojos por completo, dándole un aire oculto y misterioso. Y además parecía más fornido, más seguro de él mismo, y esa ropa que traía puesta, le quedaba muy bien…

 

Un momento…

 

Con un sobresalto casi amargo, Draco cayó en cuenta de algo que lo hizo arrugar el entrecejo todavía más. El Potter del recuerdo vestía túnicas de Auror en entrenamiento.

 

Draco volteó hacia Harry con la muda pregunta en los ojos. Pero Harry sólo lo miró y con un gesto le pidió silencio.

 

—Te juro que te contaré todo, Draco —le susurró—. Tarde o temprano resolveré todas tus dudas, pero ahora quiero que mires lo que pasa.

 

Un poco más conforme, Draco se giró hacia el Harry vestido de Auror sintiendo que la sensación de incertidumbre y miedo que lo dominaba se incrementaba a pasos agigantados.

 

El Harry del recuerdo llegó hasta la puerta de la propiedad, la cual ostentaba el escudo Malfoy en la parte superior. Suspiró, al parecer molesto o enfadado, y entonces se apoyó contra el tronco de un árbol cercano. Parecía aguardar por algo o por alguien, y no con gesto muy paciente que digamos.

 

Repentinamente, Narcisa se apareció a su lado provocando que Draco pegara un respingo.

 

—¿Madre? —masculló Draco antes de poder evitarlo y abriendo los ojos como platos.

 

Obviamente, la Narcisa del recuerdo no lo escuchó. Rauda y veloz, se acercó al Harry apoyado contra el árbol y lo saludó con una cordial y nerviosa inclinación de cabeza.

 

—Potter —dijo la mujer en voz baja—. Te agradezco mucho que hayas acudido a nuestra cita… Y sobre todo, que hayas venido solo, guardando la discreción que te pedí. —Diciendo eso, Narcisa echó un vistazo alrededor, como para asegurarse de que, en efecto, nadie más hubiese acompañado o seguido a Potter hasta ahí.

 

Draco, cada vez más nervioso, no pudo dejar de notar la palidez y el rostro demacrado que su madre ostentaba y trató de hacer memoria… ¿Realmente había estado tan mal en esos tiempos? Si ese era el día antes del ataque de Draco, probablemente su madre estaría angustiada por saber que él estaba en Londres sin trabajo y casi sin dinero… Sí, eso tenía que ser. Maldiciendo por lo bajito, se enfureció con él mismo por haber sido la causa de tal inquietud y preocupación en su hermosa madre.

 

El Potter del recuerdo dio un paso adelante con actitud altanera y arrogante, como si creyera que al haber acudido ahí le estuviese haciendo a Narcisa el favor más grande del mundo. Draco tuvo ganas de patearlo por atreverse a mirar de esa manera a su madre y recordó porqué entonces lo había odiado tanto.

 

—Espero que comprenda, señora Malfoy, lo que me estoy arriesgando al hacer esto, ya que no es la manera regular de proceder y se salta todas las normas de la Academia y del Departamento de Aurores. Si me descubrieran, me expulsarían sin ningún miramiento. Abuso de poder y cohecho, podrían decir. —Narcisa abrió la boca para discutir algo, pero Potter no se lo permitió, pues siguió hablando—: Necesito que le quede claro, señora, que lo hago sólo por solidaridad y que de ninguna manera aceptaré la dádiva monetaria que me ha ofrecido en su carta. De igual modo, voy a confiar en que sea verdad lo que usted me ha asegurado: que Lucius no se dará cuenta de que he sido yo el que se llevó a Draco. No quiero más problemas de los que la situación ya está provocando.

 

Con cada palabra que decían Potter y su madre en el recuerdo, Draco se confundía aún más. ¿De qué demonios se trataba eso? ¿Su madre intentando sobornar a Potter? ¿Con qué finalidad? Y lo peor de todo… ¿Acaso ese intento de soborno había sido la causa de que Harry perdiera su oportunidad de ser Auror?

 

Narcisa comenzó a hablar en voz tan baja que Draco tuvo que hacer sus pensamientos a un lado para poder prestarle más atención.

 

—Así será, Potter —afirmó ella, pero Draco pudo percibir en sus ojos cierto brillo que, él sabía, delataba que estaba mintiendo—. No estaría arriesgando tu brillante futuro como Auror si no estuviera completamente segura de que Lucius no se interpondrá. Y no lo hará porque nunca sabrá qué fue lo que pasó. —Endureció la mirada y Draco la observó con inherente orgullo—. Te doy mi palabra.

 

¡Ja! Pensó Draco en ese momento, mirando como el Potter del recuerdo caía redondito en la mentira de Narcisa. Bufando, se dio cuenta de lo crédulos que eran los Gryffindors. Nunca le creas a la serpiente que te ofrece la manzana y te promete que no habrá consecuencias, Potter.

 

—¿Y bien? —preguntó bruscamente Potter, como si tuviera mucha prisa o deseara acelerar las cosas antes de arrepentirse de haber accedido—. ¿Cuál será el procedimiento? ¿Será hoy mismo o…?

 

—Mañana en la noche —respondió Narcisa, interrumpiéndolo y hablando con rapidez—. Lucius y el Doctor no estarán en la Mansión… —Su rostro se descompuso en un gesto de amargura al explicar—: Ya te podrás imaginar, una reunión de viejos amigos.

 

Potter no dijo palabra, sólo arqueó las cejas indiferentemente. Ante su casi repugnante indolencia y viendo que no respondía nada, Narcisa se sacó entonces un galeón de un bolsillo de su túnica y se lo entregó.

 

—Este Traslador… —le explicó—, se activará a la hora en que ellos salgan de casa, trayéndote directamente a su habitación. Ahí lo encontrarás, está… —se interrumpió y continuó explicando—: Para salir de ahí, deberás usarlo de nuevo. Te llevará de regreso al punto de donde llegaste. Yo… —La voz de Narcisa se quebró y Draco dio un paso adelante, olvidando por un momento que sólo era un recuerdo y que por lo tanto no podía reconfortarla—. Estaré esperando noticias. De que todo haya salido conforme a lo planeado y qué Draco esté... bien. Y entonces, te mandaré el dinero necesario para su manutención… y su sanación, por supuesto.

 

El Harry del recuerdo recibió el galeón de manos de la mujer y las facciones de su rostro al fin parecieron ablandarse un poco ante la evidente desesperación de la madre de Draco.

 

—No se preocupe, Narcisa, esos detalles ya los arreglaremos después. Primero nos ocuparemos de lo urgente, y eso es sacarlo de ahí. Así que, aquí estaré mañana para llevarlo conmigo a casa.

 

Narcisa asintió en un gesto frenético que en verdad ya estaba empezando a preocupar a Draco. No entendía nada. ¿Llevarlo de dónde a dónde? ¿No estaba viviendo ya en Londres? ¿Qué demonios se había perdido?

 

Debía ser algo grave considerando la apariencia casi desfalleciente de Narcisa, quien por lo habitual era bastante fría y soberbia en su comportamiento. Sin embargo, en ese momento parecía tan agradecida con Potter que Draco juraba que se estaba reprimiendo de abrazarlo y comérselo a besos.

 

—Puede ser que no me creas, Potter —empezó a decir ella intentando recuperar un poco de su compostura aristócrata—. Pero de verdad lamento que seas tú el único a quien pude haberle pedido ayuda. Si no me hubiese quedado sin nadie más a quién recurrir… —completó ella con un gesto de desdén en la cara que a Potter tampoco le pasó desapercibido, ocasionando que de nuevo entrecerrada los ojos con suspicacia—. Ninguno de los amigos de Draco quiso saber nada al respecto. Todos se pusieron de parte de la zorra de Parkinson, y además, tú… —se interrumpió un momento, como si dudara que lo que iba a decir fuera buena idea—, tú eres el único…

 

El Harry del recuerdo se mordió los labios en un duro gesto antes de completar la frase que Narcisa no se atrevía a decir:

 

—¿El único mago que conoce con la misma condición que su hijo? ¿El único imbécil que aceptaría jugarse el pellejo para salvar a alguien que le hizo la vida imposible en el colegio? ¿O el único en todo en Mundo Mágico que cree, al igual que usted, que lo que están haciendo con Draco es cruel, anticuado e inhumano? —Potter sonrió con burla antes de completar—: Es bueno tener un as Gryffindor bajo la manga; ¿no, Narcisa?

 

Narcisa se ruborizó violentamente y frunció los labios. Draco supo que al menos, una o más de las sentencias de Potter habían sido acertadas y la pregunta de a qué se refería con “cruel, anticuado e inhumano” le estaba atenazando el alma casi de manera dolorosa… ¿De qué coño estaban hablando?

 

—Digamos que… sí. Que es un poco de todo eso —reconoció Narcisa intentando recuperarse de su sonrojo—. Pero no será gratis, Potter. Ya te dije que te pagaré por ello.

 

—Y yo ya le dije a usted que no lo hago por el dinero, señora —replicó Potter todavía de mal talante—. Simplemente, estas son cosas que no puedo dejar pasar. No me importa si se trata de mi mejor amigo o de un Malfoy arrogante y elitista como es su hijo.

 

Narcisa apretó aún más los labios y Draco sabía que se estaba controlando de sacar su varita y hechizar a Potter ahí mismo. Y todo porque, obviamente, necesitaba estar en buenos términos con él.

 

Al ver que ella no decía más, Potter resopló y volteó el rostro.

 

—Tengo que irme, señora. La veré mañana a donde sea que me lleve su Traslador.

 

—¡No! —gritó Narcisa, deteniendo a Potter y espantando más a Draco—. Yo no estaré ahí, tú tendrás que actuar solo —Draco la miró pasar saliva y supo que estaba conteniendo el llanto—. ¿A qué crees que me refería cuando te dije en mi carta que no puedo entrar a verlo? No lo he visto desde hace dos semanas, Potter. Dos semanas durante las cuales me han tenido engañada, ese maldito Doctor y Lucius… Sino fuera por el elfo doméstico que limpia la recámara de Draco, no me habría dado cuenta… Fue el elfo quien lo vio y me ha dicho lo que realmente hacen con él.

 

Ella no pudo continuar, o si dijo algo más Draco ya no se enteró porque en ese preciso momento el recuerdo terminó y todo se volvió negro. Draco sintió que era jalado hacia arriba como si un tornado lo hubiese atrapado y se vio de nuevo en la sala de interrogatorio con Harry a un lado.

 

El brusco cambio a la realidad sólo provocó que su confusión y ansias de averiguar de qué se había tratado todo eso aumentaran más. Clavó su mirada en Harry, esperando que éste comenzara con la explicación prometida. Después de todo, de eso se trataba; ¿no?

 

—¿Y bien? —preguntó Draco al ver que Harry, con la mirada fija en el Pensadero, no le decía nada.

 

Harry se sacó su varita y cogió el recuerdo del Pensadero, introduciéndoselo de nuevo en la cabeza y posteriormente liberando uno diferente. Suspiró con profundidad y mirando a Draco a los ojos, empezó su relato.

 

—Supongo que te habrás dado cuenta de que tu madre me pidió que te sacara de la Mansión y te trajera conmigo; ¿no? —Impaciente, Draco asintió de mala manera deseando que Harry prosiguiera—. Bueno, pues esa es la verdad, Draco. El día que te llevé a San Mungo no te encontré en un oscuro callejón de Londres, sino que te saqué de tu misma recámara.

 

Draco tragó saliva con tanta dificultad que hubiera creído que tenía la garganta llena de arena.

 

—¿De mi recámara? Pero… ¿y las heridas y golpes que tenía? ¿Quién…? —Se silenció. Harry lo miró con enorme culpa y temor y Draco tuvo miedo de saber. ¿Había sido Lucius? ¿O el mismo Harry? ¿O tal vez…?—. ¿Quién es ése Doctor que mencionaba mi madre? ¿Un médico muggle? ­

 

La idea de que Lucius se asociara con alguien no mágico le parecía a Draco demasiado ridícula para siquiera considerarla. Harry negó con la cabeza y le respondió:

 

—No precisamente. Es un Sanador que también estudió técnicas de medicina muggle. Aparentemente con un objetivo en concreto, que fue especializarse en cierto método de la psiquiatría. Un método que, por cierto, ya está en desuso entre la medicina muggle, pero que él aplica con toda libertad y cobrando una fortuna a los familiares del… enfermo—terminó Harry pronunciando la última palabra con enorme resentimiento.

 

—¿Y de qué estaba enfermo yo, Potter? —preguntó Draco cargado de amargura, conociendo de antemano cuál era la respuesta. Harry lo miró a los ojos con gran dolor y comprensión.

 

—De homosexualidad, por supuesto.

 

Draco sintió que el mundo se abría a sus pies. Respirando agitadamente comenzó a comprenderlo todo. Lo habían engañado, Potter y su madre, su familia. Todos. Había sucedido algo completamente diferente a lo que le habían contado y durante tres años él creyó esa mentira. Y la verdad, la verdad de lo ocurrido parecía ser tan espantosa que Harry lucía a punto de desfallecer tan sólo por tener que decírsela.

 

Draco meneó la cabeza en un gesto negativo. ¿Cómo pudo haber sido tan ingenuo como para creer que Lucius se quedaría de brazos cruzados y simplemente lo correría de la Mansión al enterarse de su condición? Era obvio que no. La posibilidad de tener herederos se le escurría como arena entre los dedos ante la negativa de Draco de casarse con Parkinson. Había tenido que hacer algo. Siendo un Malfoy, un Slytherin, tuvo que hacerlo.

 

—¿Un Sanador, eh? —preguntó Draco casi con miedo—. ¿Y… de qué tipo de terapia o curación… estamos hablando?

 

Antes de que Harry le respondiera nada, Draco bajó los ojos, incapaz de soportar la mirada llena de comprensivo dolor que su amigo le brindaba.

 

—Quisiera no tener que habértelo dicho nunca, Draco. No así. Cuando pasaron las cosas, yo fui de los que no estuvieron de acuerdo con que se te ocultara la verdad. Pero al mismo tiempo, no sé si habrías podido recuperarte si no lo hubieses olvidado. Pero que te quede claro que no me muero de la felicidad por ser yo quien te lo tenga que mostrar. —Potter suspiró y completó: —Quisiera que lo vieras con tus propios ojos, aunque no es agradable. Por lo tanto, te dejo a ti la decisión. Si no quieres presenciarlo, puedo solamente hablarte de ello, describirte lo que…

 

—Quiero verlo —afirmó Draco con una seguridad que estaba muy lejos de sentir. Ya que de alguna manera Potter había sido partícipe de todo eso, ahora tenía que ayudarle a recordar, por más que pregonara que le dolía hacerlo. Y Draco creía que sólo viendo, podría revivir lo que en verdad había sucedido.

 

Levantó la mirada hacia Harry y lo vio asentir con la cabeza.

 

—Bien. Pero primero quiero mostrarte otro recuerdo. Ven.

 

Sin decir más, se sumergió en el otro pensamiento y Draco, sin pensarlo mucho, lo siguió.

 

Draco cayó junto a Harry en el que de inmediato reconoció como su antiguo hogar, el número 12 de Grimmauld Place. Se encontraban en la sala y ahí mismo estaban un Harry ya con ropas de civil y un Creevey tan joven que parecía un niño aun. Estaban discutiendo, y aunque a Draco siempre le encantó presenciar las peleas de enamorados que protagonizaban ambos, en ese momento se vio inundado de un nerviosismo que no le permitió gozar la ocasión.

 

—Pero es que… ¡No lo entiendo, Harry! —exclamaba un desesperado Creevey ante el Harry del recuerdo—.¡No entiendo por qué tienes qué hacerlo tú!

 

—¡Ya te lo expliqué mil veces, Colin! —le respondió Potter en el mismo tono hastiado. Parecía como si hubiesen discutido eso tanto, que ya ambos estaban igualmente hartos.

 

—¿Por qué esa señora no llama a las Autoridades y te deja a ti en paz? ¿Qué responsabilidad puedes tú tener en eso? —cuestionó Creevey.

 

—¡No puede solicitar la intervención de las Autoridades porque lo que le están haciendo a Draco NO es contra la ley! —gritó Harry en respuesta—. ¡No hay nada que los Aurores puedan hacer para rescatarlo de su supuesto tratamiento de sanación, porque no existe una maldita ley que diga que un padre no puede sanar así a su hijo!

 

—¡AH! —gimió Creevey, cada vez más indignado—. ¿Y desde cuando lo llamas Draco, Harry? ¿Por qué tanta familiaridad y consideración por ese cabrón?

 

El Potter del recuerdo se dejó caer en un sillón y aparentemente aburrido de aquello, se llevó las manos a la cara. Después de unos segundos en los que luchó por no perder la paciencia y en los que suspiró varias veces, levantó de nuevo el rostro y continuó explicándole al cabeza dura de su novio.

 

—Mira, Colin. Voy a hacer esto, lo entiendas o no. Tus celos son absurdos e incompletamente infundados. El hecho de que Malfoy sea gay NO significa que me guste o algo parecido, tú mejor que nadie sabe lo mucho que lo detesto. —Miró a Creevey a los ojos en espera de una reacción. Al ver que no había ninguna, continuó—. Te estoy contando esto a pesar de que la señora Malfoy me ha pedido absoluta discreción, y deberías pensar que igual pude haberlo hecho sin decirte ni una palabra. ¿No es eso prueba suficiente de que puedes confiar en mí?

 

Creevey pareció darse cuenta que su escena de celos no lo llevaría a ningún lado y cambió de táctica.

 

—Bien, de acuerdo, Harry —accedió—. Si estás tan dispuesto a arriesgarte al rescatar a ése imbécil hijo de puta que nunca hizo nada bueno por nadie, es tu problema y tú sabrás lo que haces. Pero… yo también voy a tomar una decisión. Voy a ir contigo.

 

—No —fue la rápida respuesta de Potter.

 

—¡Voy a ir, Harry! —puntualizó Creevey sin dejar lugar a discusión—. Te ayudaré con él y cubriré tu espalda, todo será más fácil y seguro. ¿No lo ves?

 

Harry pareció pensarlo un momento.

 

—De acuerdo, pues. Tal vez tengas razón, aunque espero que Narcisa me haya dicho la verdad y no se presente ningún problema. Así que… —se puso de pie y le tendió la mano a Creevey, quien sonreía triunfante—. Será mejor que me tomes de la mano cuando el Traslador se active, lo que supongo no debe demorar demasiado…

 

El recuerdo terminó abruptamente ahí. Potter y Creevey se desvanecieron y entonces, Draco y el Harry actual se vieron jalados hacia arriba de nuevo. En cuanto salieron del Pensadero, Harry se puso a trabajar en guardar ese recuerdo y sacar otro más.

 

Draco estaba tan absorto en todo eso que no hizo más preguntas en lo que duró el procedimiento. ¿Por qué era tan importante para Harry que Draco supiera que Creevey insistió en acompañarlo? Volteó a mirarlo, pero antes de que pudiera formular la pregunta en voz alta, Harry ya tenía el siguiente recuerdo listo en el Pensadero.

 

—¿Vamos? —le preguntó con voz tensa.

 

El estrés de Harry era tal y tan evidente, que por un momento Draco deseó decir que no. Después de todo; ¿no era cierto ese dicho muggle de que “ojos que no ven, corazón que no siente”? ¿No sería mejor dejarlo todo así, y que Harry simplemente le contara lo acontecido sin tener que presenciarlo?

 

Pero al mismo tiempo, Draco quería saber. La simple imagen de Lucius encerrándolo en su propia habitación, obligándolo a ver un Sanador o Doctor o lo que fuera para supuestamente aliviarlo de su condición gay era demasiado repugnante como para no averiguarlo con sus propios ojos. Intuía que eso lo haría odiar mucho más a su padre de lo que ya lo odiaba y por alguna razón, ese pensamiento lo animó.

 

—Vamos —le dijo a Harry firmemente, y se clavó de cabeza en el Pensadero seguido de inmediato por su amigo.

Era su recámara. O algo así.

 

Draco fue consciente de demasiadas cosas al mismo tiempo: de Harry actual llegando a su lado y tomándolo del brazo; y del Potter del recuerdo acompañado de Creevey apareciéndose en ese justo momento a unos cuantos metros de ellos. Por instinto, miró hacia su cama y se vio a él mismo, tendido sobre ella… ¿Dormido?

La escena lo hizo jadear. A poca distancia de ellos, Creevey ahogó una exclamación.

 

—Circe bendita —murmuró Creevey mientras se llevaba una mano a la cara para cubrirse la nariz. A pesar de sonar ahogada, su voz tenía un tinte de horror que agitó las entrañas de Draco—. Harry... ¿qué es lo que le están haciendo?

 

Sí, exacto. Ésa era la pregunta. ¿Qué coño le estaban haciendo?

 

No era la primera vez que Draco usaba un Pensadero, pero sí era la primera vez en que era consciente de que también en esas memorias se almacenaban los olores vividos en el momento del recuerdo. Y se dio cuenta porque ese olor no podía pasar inadvertido. Ni en un millón de años. Y al igual que Creevey, Draco también se cubrió la nariz creyendo que se pondría enfermo en cualquier momento.

 

A su lado, Harry era una máscara de dolor y congoja. Y el Potter del recuerdo no estaba mejor: tenía el cejo fruncido de indignación, destellaba furia y, a diferencia de todos los demás, fue lo suficientemente valiente como para no cubrirse la nariz ni la boca. Caminó a grandes zancadas hasta la cama, donde el Draco del recuerdo yacía en un estado casi inconsciente.

 

—¡Malfoy! —lo llamó Potter, obviamente no muy alto para no ser escuchados fuera de la habitación y sin atreverse a tocarlo.

 

Draco dio un paso adelante para poder observarse mejor. A cerciorarse de que ése de la cama realmente fuera él. Tuvo el estúpido impulso de tomar una manta para cubrir la total desnudez que presentaba… Miró una vez más hacia Potter y hacia Creevey, odiándolos por estarlo mirando en ese estado de indefensión, odiando a Creevey más que nunca por tener ese gesto de asco en el rostro, incrédulo; odiando a Harry por haber presenciado aquello y no habérselo dicho hasta ese momento.

 

Se echó un paso para atrás sin dejar de cubrirse la boca. Estaba a punto de gritar, de vomitar, de salir corriendo de esa habitación, de ese recuerdo. Miró de hito en hito a su otro yo sobre la cama… Estaba desnudo, descubierto, atado de pies y manos. Tan delgado que a Draco le parecía imposible no haber muerto y, lo peor, completamente sucio. Sucio de vómito y de sus propios deshechos porque, en apariencia, nadie le había permitido ir al baño y por lo tanto había tenido que hacer ahí, ahí… sobre su cama, sobre sus sábanas, casi sobre su cuerpo.

 

Respirando agitadamente, Draco tuvo que hacer acopio de una valentía que no sabía que tenía hasta ese momento para no soltar el llanto. Para no llorar de la vergüenza y humillación de verse a él mismo así.

 

Harry llegó hasta él y sin decirle nada, trató de rodearlo con un brazo.

 

Pero Draco estaba tan furioso y alterado que el simple roce lo quemó. Bruscamente, mucho más de lo que había sido su intención, esquivó el brazo de Harry mirándolo apenas de reojo. El dolor y preocupación que vio en los ojos de Harry debían haberlo preocupado, pero en ese momento no estaba para esas sutilezas. Se sentía tan dolido porque le habían mentido; tan derrotado por haber vivido eso y no recordarlo… que no le importó si hería los sentimientos de Harry o no.

 

El enojo que bullía por sus venas lo alentó a no salir huyendo de ahí y quedarse a presenciar, por más degradante y terrible que fuera.

 

El Potter del recuerdo se atrevió a acercarse más al cuerpo inerte del Draco atado y lo tomó de una de sus muñecas, buscándole el pulso.

 

—Aún está vivo —le dijo a Creevey, que lentamente se había acercado hasta su lado.

 

Draco, evitando verse de nuevo a él mismo, clavó la mirada en Potter y en Creevey, dándose cuenta de la cara de profunda indignación del primero y sintiéndose tontamente mejor por eso.

 

—Mierda, Harry… —masculló Creevey—¿Cómo sus propios padres consienten que le hagan esto?... Lo que sea que le estén haciendo.

 

Potter sacó su varita para desatar los amarres de Draco. Con los labios apretados de la rabia, respondió entre dientes:

 

—No su madre, Colin. Sólo Lucius… ese bastardo, cabrón sangrepura de mierda. Cuando Narcisa me dijo que estaban usando la terapia de aversión, realmente no le había creído. O por lo menos, jamás creí que fuera a este grado. ¡Demonios!

 

¿Terapia de aversión? ¿De qué cojones estaban hablando…?

 

Potter terminó de desatarlo y echó un rápido vistazo alrededor. Descubrió el armario de Draco y caminó a grandes zancadas hasta ahí, imprimiendo en cada paso que daba toda la furia que Draco sabía estaba sintiendo. Potter buscó frenético entre sus ropas para seguramente vestir al rubio que aún inconsciente en la cama, seguía exponiendo su maltratado cuerpo.

 

Y fue entonces, mientras que el Potter del recuerdo revisaba entre sus cosas, que Draco se percató de lo que estaba en el muro enfrente de la cama. Pestañeó incrédulo. ¿Qué diablos es eso?

 

—Es la terapia de aversión, Draco —susurró Harry muy suave a un par de pasos de él, como si adivinara su pensamiento. Draco no le respondió nada, dominado por el asombro de lo que estaba viendo.

 

De alguna manera, mágica por supuesto, alguien había logrado desplegar imágenes en movimiento sobre el muro, como si se tratara de un proyector muggle. Draco, que jamás había ido a ver una película al cine pero que había visto la manera en que funcionaba (en películas y programas de televisión, por supuesto) no pudo dejar de admirarse por el truco mágico que permitía eso y la habilidad del mago que lo había ejecutado.

 

Pero lo que lo dejó completamente pasmado fue el contenido de las imágenes que estaban proyectando.

 

Ahí sobre el muro, frente a su otro yo despatarrado, desmayado, muerto de hambre, sucio hasta el alma y atado a su cama, alguien estaba proyectando sin descanso imágenes de mujeres. Mujeres hermosas, desnudas, en proceso de desvestirse.

 

Mujeres.

 

—¿Qué significa eso, Harry? —preguntó Creevey haciendo eco a la muda pregunta que el mismo Draco se estaba haciendo.

 

El Potter del recuerdo, que en ese momento ya volvía del armario con ropa para Draco, echó un despectivo y breve vistazo a las imágenes. Con tanto desprecio en la mirada que si hubiese tenido visión de rayos en los ojos, Draco no dudaba que la habría usado para quemar la pared completa, igual que Superman.

 

El recuerdo de haber imaginado a Harry con las mallas del superhéroe acudió a su mente, lejano y oscurecido como si hubiese ocurrido un mes atrás y no esa mañana misma. Suspirando tristemente, Draco observó a Potter responder con rabia a la duda de Creevey:

 

—Esas imágenes… son el “consuelo” que están usando con Malfoy.

 

Creevey miró de reojo al Draco inconsciente y preguntó:

 

—¿Consuelo?

 

Harry llegó hasta la cama y, con ayuda de su varita, empezó a vestir a Draco. Los bruscos movimientos que tuvo que hacer el moreno con el cuerpo del rubio, parecieron empezar a ayudarlo a recuperar la consciencia. Draco se escuchó a él mismo emitir algunos quejidos casi inaudibles mientras Potter lo vestía.

 

—Sí, consuelo—repitió Potter, tan enojado que Draco creyó que si Creevey no se callaba de una buena vez, terminaría siendo blanco de la furia de su novio—. En la terapia de aversión, después de que… de que los castigan, el consuelo suele ser dejarlos tranquilos mientras les proyectan las imágenes de lo que quieren que “aprendan” a disfrutar. —Terminó de vestir a Draco, y mientras miraba hacia la pared, masculló—: En este caso, mujeres. ¿Entiendes, Colin? No es más que un sádico y jodido lavado de cerebro para que a Malfoy le gusten ellas y no ellos.

 

Creevey parecía tan atónito como el mismo Draco se sentía. Aún con la nariz cubierta, Creevey dijo en tono susurrante:

 

—Mencionaste que antes del consuelo, lo castigan… ¿a qué te refieres exactamente?

 

Potter lo miró duramente durante algunos segundos. Tan duro, que Creevey se retiró un paso como si temiera que su novio lo amordazara mágicamente.

 

—Colin… —dijo Potter al fin—, de verdad que no quieres saberlo.

 

Un repentino “plop” hizo que todos los presentes, menos el Harry actual y el Draco inconsciente, brincaran del susto. Un viejo elfo, al que Draco reconoció como el que solía hacer la limpieza de las habitaciones, se apareció en medio de la recámara con gesto asustado.

 

—Harry Potter, señor —dijo con la voz característica de los de su raza, tal vez un poco más ronca por la avanzada edad—. Mi ama me ha mandado a decirle que tiene que darse prisa, que el amo Lucius y su amigo, el señor Doctor ya están en camino.

 

—¿En camino? —exclamó Potter, reanudando la tarea de tratar de despertar al Draco inconciente a toda velocidad, zarandeándolo tan violentamente que Draco se indignó—. Exactamente; ¿qué quiere decir eso? Que nos queda; ¿cuánto tiempo?

 

El elfo sólo abrió mucho los ojos y desapareció tan abruptamente como había llegado. Entonces, ruidos y voces provenientes del otro lado de la puerta se dejaron oír, provocando que Potter murmurada apresurado:

 

—¡Mierda! ¡Ven, Colin, sujétate de mí! Tenemos que irnos…

 

Colin llegó hasta Potter y lo tomó del brazo. Con el otro brazo libre, Potter envolvió la espalda del aún desmayado Draco y como pudo, se sacó el galeón-Traslador del bolsillo.

 

Pero no funcionó.

 

El picaporte de la puerta empezó a dar vuelta al tiempo que escuchaban a un mago quitar las protecciones para poder ingresar. Irreflexivamente, el pánico invadió al Draco actual de tal manera que empezó a hiperventilar, haciéndose a un lado como si tratara de esconderse de la persona que iba a entrar y olvidándose, otra vez, que eso era sólo un recuerdo.

 

Potter, visiblemente asustado también, soltó al otro Draco y lo dejó de nuevo tirado en la cama, mientras con su varita apuntaba a toda prisa a Creevey y mascullaba un encantamiento que lo volvía invisible. Draco supuso que se trataba del Desilusionador. Y justo un segundo antes que un mago entrara por la puerta, se lo aplicó a él mismo, volviéndose un camaleón y perdiéndose entre los colores y formas de su habitación.

 

Por lo que, cuando aquel hombre desconocido entró, Potter y Creevey ya no estaban a la vista.

 

El tipo vestía una túnica parecida a los Sanadores de San Mungo, por lo que Draco no tardó en deducir.

 

—¿Ese es el famoso Doctor? —le preguntó a Harry. Éste asintió.

 

—El mismo… y para su buena suerte, este día las cosas sucedieron tan aprisa que no pude encargarme de él. —Había tanta amargura y resentimiento en la voz de Harry que Draco no pudo menos que voltearse a verlo. Lo encontró con la mirada completamente fija en el Doctor, y Draco supo con certeza que, de volverse a topar con él, ése día sería hombre muerto—. Colin y yo estábamos allá, junto a la ventana. Ejecuté un par de Desilusionadores en nosotros y el imbécil del Doctor no nos descubrió. Y desde ahí, observamos… —hizo una pausa y Draco juraba que lo sintió estremecerse—. Lo que el hijo de puta te estaba haciendo.

 

El mago recién llegado era tan alto, fornido y mal encarado, que parecía más un delincuente prófugo de prisión que un Sanador. Pasó justo a un lado de Harry y Draco, provocando que éste cerrara los ojos al esperar un impacto. Tardíamente volvió a recordar que sólo los atravesaría. Era duro tener en mente que sólo estaban dentro de un Pensadero, pues Draco sentía bastante vívida la experiencia.

 

El Sanador se detuvo justo frente al Draco que estaba tirado en la cama y frunció el ceño al verlo. Meneando la cabeza, comenzó a soltar juramentos mientras sacaba su varita y comenzaba a desaparecerle la ropa.

 

—Jodido elfo del demonio, ya le he ordenado hasta el cansancio que no lo vista… ¡Lo voy a acusar con Malfoy para que lo mande a que se despelleje vivo! Ya verá…

 

Draco tragó saliva con mucho, mucho trabajo. El hombre tenía la voz tan gélida y severa que provocaba escalofríos, y eso, sumado al espectáculo de volver a verse desnudo e indefenso frente a un desconocido, le estaba descomponiendo el ánimo y el estómago.

 

Ya no estaba nada seguro de querer seguir observando eso. Al contrario, quería salir. Quería volver a su vida normal y huir de esa pesadilla. Porque ése monigote humillado y denigrado que estaba en la cama no podía ser él, simplemente… no podía. Él no había vivido eso, no lo recordaba. Tenía que ser mentira.

 

Pero no tuvo el coraje para pedirle a Harry que lo sacara de ahí, no iba a permitir que creyera que era un cobarde, aunque lo fuera.

 

Entonces, cuando terminó de desnudarlo de nuevo, el Doctor se giró hacia las imágenes que se proyectaban en la pared y levantó su varia hacia ellas. Antes de desaparecerlas, suspiró.

 

—Adiós, chicas. Eso ha sido todo por hoy —dijo como si aquellas mujeres desnudas pudieran escucharlo—. Ahora seguimos trabajando con la perversión de este muchacho.

 

Meneando la cabeza en un hipócrita gesto reprobatorio, hizo otro movimiento de varita y una nueva serie de imágenes sustituyeron a las anteriores: hombres jóvenes, hombres desnudándose, besándose… haciendo el amor. Gays.

 

Draco no entendía nada.

 

—¿Pero, por qué…?

 

—Es parte del lavado de cerebro, Draco —le indicó Harry con un notable dejo de repugnancia en la voz—. Ahora te presentan lo que ellos quieren que odies, y por lo tanto, mientras lo ves, te inundarán de estímulos negativos.

 

Draco tuvo pavor de preguntar a qué se refería con estímulos negativos. Pero a pesar de su temor, la respuesta llegó.

 

El Doctor, quien de pronto había adquirido un aire sádico y cruel, apuntó con su varita al Draco del recuerdo, que estaba desnudo de nuevo, y le gritó:

 

¡Enervate,estúpido!

 

Y su otro yo, maltratado y agonizante, despertó. Draco no pudo suprimir un gemido de angustia al verse a él mismo en aquel estado, porque ese Malfoy más joven tenía el miedo reflejado en la mirada como nunca antes Draco se había visto a sí mismo.

 

El Draco del recuerdo miró hacia el muro y al descubrir que las imágenes habían cambiado, su expresión pasó del miedo al franco terror. Y entonces, levantando una mano hacia el mago que seguía apuntándole con su varita suplicó:

 

—No… no, por favor, ya no… ya no más…

 

Draco no supo si le dolía más verse a sí mismo así o escucharse suplicarle a alguien de aquella patética manera.

 

El Doctor lo tomó de la nuca y lo obligó a mirar las imágenes.

 

—¿VES? ¿LO VES? —le gritaba y Draco asintió frenéticamente—. ¿Verdad que eso ya no es lo que quieres? ¿Verdad que eso te da asco? ¿Repugnancia? ¿Rechazo?... ¿VERDAD?

 

—¡Sí-sí…! ¡SÍ! ¡SÍ, lo que usted diga, pero ya no me lastime, por favor, por favor…!

 

Draco se mordió el labio y estuvo seguro que se lo estaba haciendo sangrar.

 

Sin hacer caso a las súplicas del joven Malfoy, el hombre le apuntó y con una sonrisa de sadismo, le gritó una y otra vez:

 

¡Fulminis! ¡Fulminis! ¡Fulminis!

 

Con cada golpe de ese hechizo, el Draco desnudo se retorcía y temblaba sin control. Draco escuchó murmurar a Harry algo que sonó como electrochoque y supo entonces que lo que el Doctor le estaba haciendo era infundirle una enorme carga eléctrica por el cuerpo. Fundiéndolo, haciéndolo estremecer de dolor y calor, provocando que perdiera el control de sus esfínteres y se ensuciara otra vez cuando el Potter del recuerdo ya lo había limpiado…

 

El Doctor dejó de gritar aquellos hechizos del demonio y el Draco del recuerdo, sollozante y tembloroso, se acurrucó en posición fetal, todavía murmurando no-no-no sin parar. Y Draco supo que aquello no había terminado, que aún había más.

 

El Doctor, arremangándose y con una aberrante sonrisa de satisfacción, no dejó de gritarle a Draco obscenidades cada vez más vulgares mientras parecía tomar nuevos aires para proseguir.

 

—¿Ya es lo suficientemente sucio para ti, asqueroso maricón? ¿Ya te da el suficiente asco? ¿VES LO QUE PROVOCA TU PERVERSIÓN? ¿Ves a dónde te ha llevado? ¡DATE CUENTA, SER MARICA APESTA!

 

Y continuó con los electrochoques. Draco tuvo el impulso de arrojarse sobre él y golpearlo, callarlo… matarlo. Impotente, tuvo que conformarse con segur mirando hasta que el Doctor pareció considerar que era suficiente o tal vez porque Draco ya parecía haber perdido el conocimiento de nuevo. El Doctor lo agarró de los cabellos y así, le levantó la cabeza para obligarlo de nuevo a mirar las imágenes de los homosexuales en la pared.

 

—Mientras te siga gustando eso, Draco… —le decía—, mientras sigas deseando a los hombres, mientras lo sigas encontrando agradable… ¡este será tu merecido!

 

—¡No, no, no! —gimoteaba Draco con la voz cada vez más débil, provocando que al Draco actual se le partiera el corazón al verse rogarle a alguien así—¡De verdad que no, señor Doctor, se lo juro! ¡No, no! ¡Ya no, ya no…!

 

—¡DEBE DARTE ASCO! —bramó aquel hombre antes de hechizar de nuevo al indefenso Draco—. ¿ENTIENDES? ¡ASCO! ¡FOEDUS!

 

Draco tuvo que cerrar los ojos ante el espectáculo que siguió, no podía verse a sí mismo enfermándose de aquel modo, vomitándose sobre él mismo, haciendo arcadas que a toda vista le resultaban extremadamente dolorosas, viéndose con los ojos llenos de lágrimas suplicando por una piedad que no le era otorgada.

 

Dos semanas. Su madre había dicho que llevaba dos semanas así. Encogiéndose en su sitio, se aferró al recuerdo de ella y de lo poco bueno que había tenido en la vida para no desplomarse, para no hundirse. Y por más que luchó por evitarlo, una sola lágrima, rauda y solitaria, corrió a toda velocidad por una de sus mejillas.

 

Harry se acercó de nuevo hasta quedar pegado a su lado, pero Draco volvió a alejarse instintivamente de él.

 

—Ya va a terminar, Draco —le susurró Harry con voz titubeante, mortificado—. Esto fue más de lo que yo pude soportar mirar. Y justo aquí entro en acción; ¿ves?

 

En efecto, ahí estaba el Potter del recuerdo lanzando desde su invisible posición un finite sobre el desfalleciente Draco, liberándolo del maligno hechizo que lo obligaba a vomitar sin descanso. Y antes de que el Doctor hubiera podido averiguar de dónde había vendido el contrahechizo, Potter se apareció justo frente a él y de un puñetazo lo hizo caer.

 

Luchando por recuperar la compostura, Draco se burló de las técnicas de ese Harry.

 

—¿Te sale lo muggle cuando te enojas, eh, Potter?

 

Harry sonrió tristemente antes de responder.

 

—Y todavía hoy me pregunto porqué permití que el Doctor te hiciera todo eso delante de mí. Creo que tenía la esperanza de que saliera pronto de la habitación y entonces pudiéramos escapar sin que lo notaran, pero… como dices, mi vena Gryffindor no toleró más seguir viendo tu tortura sin intervenir.

 

El Doctor apenas había tocado tierra cuando Potter, de una patada, le desarmó de su varita. Le puso el pie sobre el pecho haciéndolo gemir de dolor ante el peso. Draco podía notar la fuerza que Potter le imprimía a su pisada; casi podía escuchar las costillas del hombre crujir bajo su pie.

 

—¡SUFICIENTE! —gritó Potter. —¡Es suficiente, maldito sádico de mierda!

 

Y diciendo eso, le propinó una patada salvaje en el rostro, dejándolo inconsciente. Draco pudo jurar que también le había roto más de dos dientes.

 

—¡COLIN! —gritó Potter, casi fuera de sí y provocando que Draco pegara un respingo.

 

—¡Aquí estoy, Harry! —se escuchó la voz de Creevey justo a un lado de él.

 

Éste se giró hacia donde provenía la voz de su novio y le finalizó también el encantamiento Desilusionador.

 

—¡Tenemos que irnos!

 

—¡Pe-pero… el Traslador no funciona, Harry!

 

Potter pareció pensarlo durante un momento y la mirada pareció iluminársele cuando proclamó:

 

—¡Tal vez Narcisa sólo lo hechizó para que fuera usado por dos personas y no más! ¡Para prevenir que alguien nos siguiera a Malfoy y a mí!

 

—¿Sólo dos? —exclamó Creevey, mirando al casi inconsciente Draco de la cama con enorme terror—. ¿Entonces, qué…?

 

—¡Vete tú con él, Colin! —le ordenó Potter—. Yo… encontraré otro modo de salir de aquí.

 

—¡NO! —gritó Creevey—. ¡No te dejaré aquí, Harry! ¡Y menos por él!

 

—¡COLIN! ¡Este no es momento de resentimientos, mira lo que le han estado haciendo! ¡Está indefenso, al borde del agotamiento! En cambio, yo sí me puedo defender…

 

—¡No, no, Harry! —gritaba Creevey negándose a tocar a Draco. Potter lo empujaba hacia él, ansioso a todas luces.

 

—¡Mierda, Colin! ¡Agárralo para poderte pasar el Traslador!

 

Justo en ese instante, la puerta de la recámara se abrió sin tanto aviso como en la ocasión anterior, y de pronto, todos ellos se quedaron mudos y congelados ante la inexpresiva y gélida presencia de Lucius Malfoy en el dintel de la puerta.

 

—Joder —masculló el Potter del recuerdo, y levantando su varita, le lanzó el primer hechizo al padre de Draco—. ¡Expelliarmus!

 

Lucius reaccionó justo a tiempo y se movió hacia el corredor apenas para evitar ser golpeado por el encantamiento de desarme de Potter. Entonces, éste usó su varita para sacarse el galeón de la bolsa y, mágicamente, se lo lanzó a Creevey no sin antes pedirle primero:

 

—¡Agarra a Malfoy, Colin!

 

Pero algo salió mal. Creevey no cogió a Draco pero sí tomó el Traslador. Y ante la atónita mirada de Potter y del Draco actual, desapareció.

 

Durante un breve segundo, Potter se quedó lívido, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder, pero un bramido de furia de Lucius proveniente desde el pasillo lo devolvió a la realidad de inmediato. Apuntó a la puerta, la cerró y la selló. Aunque sabía que eso no detendría a Lucius para siempre, tal vez creyó que le daría un poco de tiempo.

 

Draco miró como el Potter del recuerdo respiraba hondamente tratando de serenarse y luego, se sentaba justo al lado del Draco de la cama. Draco podía ver la compasión en la mirada verde de Potter cuando, en voz muy baja, comenzó a recitar de nuevo hechizos de limpieza sobre el castigado cuerpo del rubio y a vestirlo de nuevo pieza por pieza. Completamente ajeno a los gritos de Lucius en el exterior y a sus enardecidos intentos de abrir la puerta.

 

La batalla en el corazón de Draco no tenía comparación con lo que sucedía en aquel recuerdo. Ver a Potter mostrándole tal cuidado y clemencia le estremecía el alma hasta lo más hondo, pero al mismo tiempo lo hacía sentir furioso. Abochornado. No era posible que eso hubiese pasado. Odió a todos en ese momento: a Harry, a Lucius, a él mismo. No tenía idea de cómo iba a vivir con eso ahora que lo sabía.

 

El movimiento mágico de las prendas apareciendo sobre su cuerpo pareció despertar a Draco una vez más. Parpadeó muchas veces ante el joven que estaba a su lado, como si no pudiera creerlo o pensara que tal vez ya estuviese muerto.

 

—¿Potter? —masculló con voz pastosa y Potter asintió. Draco tuvo suficiente fuerza como para bufar y seguir hablando—. Debo estar en el infierno, entonces. ¿Ese animal ha conseguido hacerme vomitar hasta morir?

 

El Potter del recuerdo se sonrió ante lo dicho por Draco.

 

—No creo, Malfoy. Eres un cuero muy correoso como para que unos cuantos toques eléctricos te hagan algo más que cosquillas; ¿no? —Durante un momento ninguno de los dos dijo nada, sólo se miraron a los ojos en un mudo entendimiento, hasta que al fin, Potter le aseguró—: Voy a sacarte de aquí.

 

El Draco del recuerdo asintió cansinamente, con los ojos brillantes de nuevo. Y antes de que otra cosa ocurriera, Potter se inclinó sobre él, lo tomó fuertemente de su espalda y piernas y se lo pasó por encima de su cabeza hasta dejarlo colgando sobre sus hombros. Draco estaba tan delgado y seguramente era tan liviano que parecía no pesarle a Potter más que su consciencia.

 

Con Draco a cuestas, Potter apuntó con su varita a la puerta y gritó:

 

¡Bombarda!—haciendo que volara en mil pedazos con un trozo de muro incluido.

 

Obviamente, los gritos de Lucius cesaron al instante y, aprovechando el boquete y el repentino silencio y ausencia de su padre, Potter salió a toda velocidad con Draco encima, colgando dolorosamente de él.

 

El Harry actual se movió hacia el agujero, haciéndole una seña a Draco de que lo siguiera.

 

—Vamos, todavía hay más.

 

¿Más? Draco obedeció automáticamente, aún asimilando todo aquello como la peor película que hubiese visto jamás. Pasaron por encima del montón de piedras, de donde Lucius ya salía visiblemente ileso y con el rencor y la inmisericordia resplandeciendo en sus ojos plata. Draco se estremeció sólo de verlo.

 

Harry corrió por el pasillo y Draco lo siguió, sin dejar de mirar hacia atrás donde Lucius, frenético, le daba órdenes a sus elfos de detener a los dos jóvenes que estaban huyendo. Varios elfos que estaban junto a su padre desaparecieron de inmediato, y Draco se preguntó cómo era que Harry había conseguido sacarlo de ahí.

 

Sabía que su padre tendría que haberlos seguido a pie, pues las protecciones de la Mansión no permitían a nadie usar la desaparición dentro de los terrenos. Y por eso mismo, el Potter del recuerdo tendría, a su vez, que haber corrido con Draco encima hasta la verja de salida para poder escapar. ¿De verdad lo habían logrado?

 

Incapaz de preguntar nada, sólo atinó a seguir corriendo a un lado de Harry, recorriendo los pasillos oscuros de su antiguo hogar y sintiendo tanto miedo como si aquello fuera real. Estaban llegando a la enorme puerta principal, con Lucius jadeando detrás de ellos, cuando la imponente presencia de una enfurecida Narcisa hizo su aparición. Draco casi se cae para atrás.

 

Narcisa se interpuso en el camino de Lucius, y éste, con el rostro encendido y deformado de la ira, prestamente le apuntó con su varita para inmovilizar a su esposa mientras le gritaba.

 

—¡TÚ! ¡Expelliarmus! ¡Tú tienes la culpa!... —Narcisa logró esquivar el hechizo de su marido y contraatacó—. ¡MALA ESPOSA!

 

Draco casi se tropieza con sus propios pies al insistir en mirar hacia atrás, al enfrentamiento de sus padres, sintiendo el inútil impulso de regresar y defender a su madre. Él y Harry lograron salir y a lo lejos vieron la sombra de Potter con Draco encima, esquivando a empujones y puntapiés a los pobres elfos que se le cruzaban en su camino y que, a Merlín gracias, sólo insistían en pedirle por favor que regresara al amo Draco a su habitación. Era afortunado que a Lucius se le hubiese olvidado pedirles a los pobres sirvientes que usaran su propia magia.

 

Dejando atrás los gritos y encantamientos que se le lanzaban sus padres, Draco no pudo ver en qué momento Lucius venció a Narcisa, pero aparentemente así fue. En un santiamén, su padre los pasó a él y Harry corriendo como una exhalación detrás de sus otros yo del recuerdo, quienes, obviamente, iban a paso mucho más lento.

 

A su lado, Harry se detuvo y él hizo lo mismo. Respirando agitados, ambos miraron a Lucius levantar su varita y gritar:

 

¡IMPEDIMENTA!

 

El hechizo le dio de lleno en la espalda al Potter del recuerdo, mandándolo a volar con todo y Draco, el cual cayó inconsciente y desmadejado a un lado, sobre el húmedo pasto. Sin embargo, Potter se recuperó rápidamente y aún sobre el suelo, giró su cuerpo con la varita al ristre.

 

Pero antes de que pudiera convocar ningún hechizo sobre Lucius, éste ya estaba apuntándole al Draco del recuerdo.

 

¡CRUCIO!

 

Draco se quedó estupefacto, mirando como el cuerpo desmayado e inerte de su otro yo se estremecía de dolor por mano de su propio padre. El Potter del recuerdo también lucía atónito, y en vez de hechizar a Lucius giró su varita hacia el cuerpo convulsionante de su antiguo rival para finalizar el encantamiento.

 

¡Finito!

 

—¡Expelliarmus! —gritó Lucius casi al mismo tiempo, logrando desarmar a Potter de una vez. Abrumado, Draco se dio cuenta de que se había tratado de una maniobra para distraer, y el imbécil bueno para nada de Potter había caído redondito—. Crucio —repitió su padre, esta vez para Potter.

 

Draco no pudo evitar el estremecimiento de compasión e inutilidad que sintió ante el espectáculo, y sobre todo ante la carcajada de gozoso triunfo que Lucius emitió. Sin dejar descansar a Potter, Lucius se giró hacia un lado, buscando con la mirada a sus elfos domésticos.

 

—¡Milly! —llamó a la más joven del pequeño grupo de sirvientes—. Ve al Ministerio de inmediato y pide a los Aurores que vengan a recoger a un delincuente que ha entrado a la casa y estuvo a punto de cometer secuestro. ¡Rápido! Tráelos por la red flú.

 

—Sí, amo —respondió Milly y desapareció.

 

—No, no… —alcanzaba a suplicar Potter aún en medio de su tortura y dolor, levantando una mano hacia donde había caído su varita, apenas unos metros alejada de su cuerpo.

 

Draco estaba temblando. Verse a él mismo sufrir así, y todavía peor, ver a Harry… era más de lo que podía soportar, más de lo que podía aguantar. Ya todo eso era demasiado.

 

Con un agresivo movimiento de varita, Lucius al fin tuvo piedad y finalizó el Cruciatus sobre Potter. Éste se quedó laxo y jadeante sobre el hermoso jardín, mirando de reojo hacia el inmóvil cuerpo de Draco.

 

—Estás jodido, Potter —comenzó a decir Lucius caminando hacia él, arreglándose el cabello mientras tanto—. No puedo creer el grado de tu estupidez. ¿Realmente creíste que entrarías a mi casa, así como así, y te llevarías a mi hijo en mis narices? —Potter no le respondió, sólo lo miró con la furia destellando en sus ojos y la respiración todavía alterada. Lucius soltó un resoplido de arrogante burla antes de hablar con voz ponzoñosa—. Me temo que has echado tu carrera por la borda. ¿Con qué te defenderás? Todas las evidencias aquí presentes no te servirán más que para hundirte hasta el fondo, mi estimado ex Auror.

 

Llegó hasta Potter y le asestó una fortísima patada en el costado, acción que hizo brincar a Draco en su sitio y cerrar los puños con ira contenida.

 

—Deberían… —continuó diciendo Lucius, intercalando una patada más—, encerrar a todos los… —otra patada—, que son como ustedes y… —una final en el rostro, volándole a Potter los anteojos y partiéndole el labio—, y aplicarles el mismo tratamiento que curará a Draco.

 

Temblando de dolor, Potter tuvo el valor de encarar a Lucius de nuevo.

 

—No volverás a tocar a tu hijo —jadeó casi sin aliento—. Sobre mi cadáver, Lucius. Te lo juro.

 

Lucius se rió tan fuerte que se dobló hacia atrás, situación que Potter aprovechó para estirar la mano derecha hacia su varita, convocando un silencioso Accio y trayéndola directamente hasta él. En cuanto la varita tocó sus dedos, éstos se cerraron a su alrededor y apuntó hacia Lucius, quien apenas se había percatado del nuevo giro en la situación.

 

¡Desmaius! —gritó Potter, ahora sí dando en el blanco y ocasionando que Lucius cayera como peso muerto en el suelo, con sus elegantes túnicas desparramadas a su alrededor.

 

De inmediato, la tropa de elfos domésticos que habían estado presenciando todo, se acercaron a su amo, alarmados. Potter no perdió tiempo; tembloroso y vacilante, se puso de pie y tal vez pensando que ya no podría cargar a Draco, le apuntó con su varita y usando un Levicorpus, lo levantó.

 

Gritos y pasos se oyeron desde dentro de la Mansión, y el Potter del recuerdo vio con alarma, que una bandada de Aurores venía a toda prisa hacia fuera, alertados por la elfina doméstica. Maldiciendo por lo bajito, dirigió a Draco lo más rápido que pudo hacerlo hacia la verja, hacia el límite de los terrenos del señorío Malfoy.

 

Por lo menos una media docena de Aurores salieron a todo correr de la Mansión, percatándose con enorme asombro que el fugitivo era ni más ni menos que el mismísimo Harry Potter, Auror en entrenamiento y brillante miembro del cuerpo. Empezaron a gritarle pidiéndole que se detuviera, pero Potter sólo aceleró su paso haciendo caso omiso de sus gritos y, logrando llegar con Draco hasta la salida, desapareciéndose con él en el acto.

 

Todo se oscureció de repente y Draco comprendió que ese recuerdo había terminado. Se vio arrojado hacia arriba y hacia fuera de nuevo a la realidad del salón de interrogatorios del Ministerio.

 

Durante más de un minuto, se quedó de pie, aferrándose a la mesa donde se apoyaba el Pensadero y jadeando con rapidez, intentando controlarse para no ponerse enfermo. No fue capaz de mirar a Harry a los ojos y no sabía cuándo podría volver a hacerlo.

 

 




 

 

 

 

 

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Notas finales:
  1. Este capítulo ha sido una de las cosas más duras que he escrito en mi corta vida en el fanfiction, pero era necesario hacerlo. Tan real como la discriminación, tan cruel como la violencia y el maltrato, la terapia de aversión también ha sido un modo de atacar a la población gay escudándose en la patética excusa de buscar su bienestar. Mi mayor respeto y admiración para las personas homosexuales que día a día luchan por salir adelante y encaran un mundo que no los comprende y que los odia por ser diferentes. Este fic es mi humilde manera de homenajearlos y de verdad desearía poder hacer más.
  2. Sin ninguna razón más allá de que creo que le calza bien, recomiendo la canción Hero de Nickelback para acompañar la lectura del capítulo o para complementar. Como todas las demás, la pueden encontrar en la Música del Manual.