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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

Regla 8

No hay nada que arruine más tu vida sexual que la autocompasión. Así que, olvídalo. Jamás sientas lástima de ti mismo. Habría que agregar que tampoco debes sentirla por nadie más, pero creo que eso ya lo mencioné en otra ocasión.

 

Excepción

Sólo en caso que la autocompasión sea camino directo a los brazos y el culo de alguien, se podría pensar en una excepción. Sí, hombre; a veces el sexo reconfortante está bien hasta para un Malfoy.

 

 

-------------------------------------

 

 

 

Sin dejar de observar a Draco, Harry se retorció los dedos de las manos, sumamente nervioso y a punto de ponerse tan enfermo como se veía su amigo. Aquellos recuerdos lo habían atormentado durante mucho tiempo, pero jamás había imaginado que sería tan terrible verlos de nuevo desde la perspectiva tan real que brindaba el Pensadero.

 

Y lo que faltaba por mostrarle a Draco era todavía peor.

 

—Draco —se atrevió a llamar a su amigo, y éste levantó la cabeza. La había mantenido agachada con la mirada clavada en la pequeña mesa de madera. Respiraba con agitación y la amargura y dolor que Harry encontró en sus ojos no dejó de hacerlo estremecer, aunque en realidad había estado esperando esa reacción.

 

—¿Por qué, Potter? —masculló Draco—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué ahora?

 

Harry se sobresaltó un poco, más espantado por la última pregunta que por la primera. Habló con rapidez, presa del nerviosismo.

 

—No había podido, Draco. Tu madre… se lo prometí, todos se lo prometimos.

 

Draco se enderezó, irguiéndose en toda su estatura en un gesto que a Harry se le antojó intimidante.

 

—¿Y por qué lo hiciste hoy? ¿Han dejado de importarte tus promesas?

 

Harry frunció el ceño. Conocía a Draco bastante bien como para saber que sus palabras no eran más que un modo de desviar la atención de lo importante a lo intrascendente, como si gritara desde su abismo de angustia y miedo: vamos, resaltemos lo traidor que eres, Harry. Y así no nos detendremos a analizar lo mucho que sufro al enterarme de lo que mi padre me estaba haciendo.

 

—Tu misma madre me lo ha permitido —respondió en tono brusco—. Ella, como yo, estaba harta de tenerte engañado con respecto a Lucius. Por tu propia seguridad, te conviene saber lo que él es capaz de hacer.

 

Draco empezó a reírse de manera histérica, sonidos que le pusieron a Harry la carne de gallina.

 

—Ahh, vaya —dijo entre risas, dando un paso hacia Harry pero con tanta furia en los ojos que éste, instintivamente, se movió un poco hacia atrás—. Ya veo. El jodido héroe, siempre haciendo lo correcto, ¿no? Siempre justificando cada acción con el bienestar de los demás como bandera. —Dejó de reír y dio un fortísimo puñetazo contra la mesa, casi provocando que el Pensadero cayera de ella—. ¡A LA MIERDA, POTTER! Tú y tu maldita conciencia me dejan frío. No me importa lo que tú y mi madre piensen, crean o teman… ¡NO DEBIERON OCULTARME ESTO!

 

—Draco… —comenzó Harry, pero Draco ya estaba caminando a paso veloz hacia la puerta. Usando su varita para abrirla de golpe, pasó a través de ella dejando a Harry solo en el salón.

 

Apretando los labios con frustración, Harry recuperó aquel doloroso recuerdo del Pensadero y lo llevó de nuevo hacia su cabeza, sin poder dejar de pensar en lo que había sucedido después de que se había desaparecido de la Mansión Malfoy y necesitando confesárselo a Draco… aún a riesgo de que no se lo perdonara jamás.

Regresó a casa, pero Draco no estaba ahí. Un repentino mareo le recordó a que no habían almorzado; aunque no era hambre lo que sentía, sólo la debilidad por tener ya tantas horas sin probar bocado. Pensó en prepararse algo, pero sentía el estómago lo suficientemente revuelto como para no consumir nada sin rechazarlo, así que se sentó en el sofá de la sala a esperar el regreso de su amigo.

 

Los minutos pasaron lentamente. Harry probó de todo para distraerse: intentó mirar la tele, hojeó el periódico del día y hasta fue y lavó un poco de ropa. Al cabo de un par de horas, se cansó de aguardar. Dejó todo y salió del apartamento.

 

Tocó con fuerza la puerta y Cliff atendió después de unos segundos. Vestía un par de vaqueros rotos y gastados, y traía una pañoleta atada en la cabeza. Sonrió de oreja a oreja en cuanto vio a Harry, y se apartó para dejarlo entrar.

 

—¡Harryyyy, querido!! Pasa, pasa. ¡Qué sorpresa! Pero cariño, ¿por qué no avisaste que venías? Me has pillado haciendo la limpieza.

 

Cliff le señaló el camino al salón, pero Harry rechazó la invitación negando con la cabeza.

 

—Cliff, ¿está Draco aquí?

 

Cliff lo miró extrañado.

 

—¿Draco? Él nunca viene aquí, cariño. Creí que lo sabías. ¿Ha pasa…?

 

—¿Me puedes prestar tu móvil para llamarle? —lo interrumpió Harry.

 

—Claro, claro —Cliff asintió extrañado y tras brindarle una curiosa mirada a Harry, alcanzó su teléfono de una mesa y marcó un número en él. Se lo pasó a Harry—. Listo, sólo póntelo en la oreja… Sí, así.

 

Mordiéndose los labios, Harry esperó. Timbre tras timbre, y después de unos momentos, la voz mecanizada de una señorita que indicaba que nadie atendía el número recién marcado.

 

—¿En serio? —dijo Harry para él mismo, mientras le devolvía el teléfono a Cliff—. Creo que no está.

 

Cliff le cogió el móvil sin decir palabra. Pero su rostro era más que elocuente y en sus oscuros ojos empezaba a destellar la preocupación.

 

—Harry… —comenzó a decir—, ¡demonios, sabía que pasaría esto! —exclamó dándose un palmada en la frente—. ¡Coño, coño!! Jodido Draco, yo le dije que te dejara en paz, pero, ah, no… tuvo que ir y hacer su maldita escena de celos en el club y largarse contigo cuando tú pudiste haber follado con quien quisieras y ahora seguramente te ha plantado, pues sí, yo se lo dije… Harry necesita una relación estable, necesita un novio, y no me hizo caso, tenía que comerse el pastel, no se pudo quedar con las ganas…

 

Harry lo miraba boquiabierto intentando comprender lo que Cliff estaba farfullando con tanta rapidez que era difícil seguirle el hilo.

 

—Cliff, espera, no es…

 

Cliff lo ignoró y continuó hablando sin parar y ahora paseándose por el corredor.

 

—… sé que le gustas mucho, sé lo mucho que te quiere, está aterrorizado, sinceramente no sé si sea capaz de mantener una relación que dure más de una noche, ya sabes lo mucho que le encanta ir a los clubes, ¿qué novio podría soportar eso? Pero era evidente que ahora que Colin se fue y le dejó el campo libre no iba a aguantar esperar sentado a que llegara otro chico que se instalara en tu corazón después de todo lo que sufría al verte con él…

 

Harry abrió aún más la boca.

 

—¿Qué?

 

—… ¡Y el plan! —Cliff dejó de caminar y se llevó ambas manos a la cabeza, como si estuviera en medio de un ataque de nervios—. ¡El plan, Harry! ¡Teníamos un plan, y ahora el gilipollas lo ha echado a perder! Después de que casi se mata en el río con el caballo demoníaco ese, después que fue a propósito que se deshizo de su exterminador para que fueras tú quien le hiciera el trabajo…

 

—¿QUÉ? —Harry no podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Se deshizo de su exterminador por mí?

 

Cliff llegó hasta él y lo tomó de la camiseta, sacudiéndolo frenéticamente, mientras lo despeinaba y le tiraba las gafas en el proceso.

 

—¡SÍ! ¡Todo fue un plan suyo, para hacerte creer que necesitaba ayuda! Sabía que no te negarías, que irías a su casa a ayudarlo a librarse de la plaga… —Se quedó pensativo y soltó a Harry antes de agregar—: Aunque ciertamente jamás planeó que casi moriría devorado…

 

—Pe-pero… —tartamudeó Harry—. Yo estaba con él cuando lo llamó su exterminador para cancelar la cita; fue en la Mansión, cuando… —Cliff lo miró condescendiente y entonces Harry lo comprendió—. ¡Fuiste tú, Cliff!! ¿Tú lo llamaste fingiendo que eras el exterminador? —Cliff asintió ante su pregunta—. Pero, ¿por qué…?

 

—¡¿No te digo que era un plan?!

 

—¿Un plan para qué?

 

Cliff bufó.

 

—Harry, de verdad estás ciego. ¿Tú crees que con lo mucho que Draco te quiere iba a permitir que deambularas por la vida con una autoestima de mierda y un trabajo mediocre y degradante?

 

A Harry le dolían las quijadas de tener la boca abierta. ¿Un plan? ¿De Draco, para ayudarlo a él? Pensó rápidamente en lo que había sucedido la última semana, y se dio cuenta que todo encajaba… Había comenzado el día que Draco lo había visitado en el Ministerio y se había dado cuenta lo mal que lo pasaba. Después de eso, todo se había precipitado: Su petición de ayuda para combatir los imps (que no resultaron ser imps, después de todo, sino algo mucho peor), la invitación a cenar que resultó ser otro elaborado plan para humillar a sus ex colegas de la oficina, la invitación a bailar para que Harry se diera cuenta lo atractivo que resultaba para los demás… incluyendo a Draco.

 

La noche de sexo espectacular.

 

Con un sofoco se dio cuenta de que entonces todo había sido un engaño, tal vez hasta la sesión de sexo había sido falsa. Miró a Cliff a los ojos mientras le preguntaba con el corazón en la garganta:

 

— ¿Draco me folló sólo para AUMENTAR MI AUTOESTIMA?

 

—Dios, Harry, no —explicó Cliff poniendo los ojos en blanco—. ¡Al contrario! Eso era algo que no estaba dentro del plan —dijo con tono frustrado, como si estuviera enojado con Draco por haber hecho eso—. Se suponía que esa noche te dejaríamos follando con alguien más por ahí, ¡no con Draco!... pero el imbécil no pudo resistirlo.

 

—¿No pudo resistir, qué?

 

Cliff suspiró y se pasó una mano por la cabeza, quitándose la pañoleta cubierta de polvo.

 

—Verte con alguien más. No después de todo lo que ha pasado durante estos años.

 

La revelación le cayó con el peso de un elefante, lo bañó como agua helada. Pero no lo pudo creer, no se permitió creerlo.

 

—Cliff… exactamente, ¿qué es lo que quieres decir?

 

Cliff lo miró a los ojos, los cuales brillaban con resignación.

 

—Bueno, supongo que no puedo cagarla más, así que… si Draco va a matarme que lo haga por algo que valga la pena. —Suspiró y completó—: Tú siempre le has gustado a Draco, créemelo. Se moría de celos cuando estabas con Colin. Era por eso que no lo podía ver ni en pintura. Aunque claro, esto jamás lo reconocerá. Pero hay que ser un imbécil para no haberse dado cuenta.

 

Un repentino calor interior sustituyó el frío que Harry había sentido con anterioridad.

 

—¿En serio? —preguntó apenas en un murmullo.

 

—¡Dios mío, sí! —exclamó Cliff, rodando los ojos—. Nunca conocí otro par como ustedes. ¿No lo ves, Harry? Se muere por ti y está aterrorizado porque no sabe qué hacer con eso. Tiene pánico de perderte como amigo, porque si te pierde a ti… bueno, solamente le quedaría yo y creo que no soy gran cosa —completó rascándose la cabeza.

 

—Ah —dijo Harry por toda respuesta. No sabía qué más decir. Demonios, ni siquiera sabía qué pensar. La noche anterior en el club ya había llegado a la conclusión de que Draco lo deseaba y que estaba luchando contra ese deseo por miedo a perderlo; pero jamás se hubiera imaginado que fueran años los que llevara sintiéndose así. Jamás pensó que estuviera en verdad celoso de Colin. Que hubiese elaborado todo un plan para hacerlo recapacitar respecto a su trabajo y a su completa vida.

 

Ahora que a Cliff parecía habérsele pasado el ataque de pánico, volvía a mirar a Harry como quien observa a alguien que se le ha muerto su cachorrito.

 

—Pero, Harry —comenzó a decir en voz baja—, no te hagas muchas ilusiones. Draco es… quiero decir, no está hecho para tener pareja. Ni siquiera sabe cómo. Él es…

 

Harry negó con la cabeza, interrumpiéndolo.

 

—Sé muy bien lo que es Draco, Cliff. —Levantó un brazo y depositó la mano en el hombro de su amigo—. No te preocupes por mí. Todo el tiempo he sabido que esto sólo sería de una noche, que Draco no… —se encogió de hombros—. Lo sabía y aún así lo acepté.

 

—¿Entonces no estás enojado con él? —preguntó Cliff con ojos ansiosos.

 

Harry sonrió tristemente.

 

—Por supuesto que no.

 

—¿Y seguirás siendo su amigo?

 

—Sí, Cliff, seguiré siendo su amigo. —Harry empujó a Cliff por el corredor mientras cerraba la puerta a su espalda—. Ahora, necesito que te vistas porque quiero que me acompañes a buscarlo.

 

La búsqueda resultó infructuosa. Cliff lo llevó (sin hacer muchas preguntas, afortunadamente) a los restaurantes, cafeterías y pubs de la zona que abrían los domingos y que él sabía, eran frecuentados por Draco.

 

Pero no lo encontraron en ningún sitio.

 

Casi anochecía cuando Harry regresó por fin a su apartamento, no sin antes haber sido obligado por Cliff a cenar en uno de los últimos lugares a los que llegaron. Casi como lo había imaginado, Draco no estaba. Suspirando y acongojándose por la enorme preocupación que sentía, decidió hacer uso de un recurso de magos que nunca fallaba a la hora de localizar a una persona: su lechuza.

 

Con manos temblorosas, buscó un poco de papel y un bolígrafo. Con ellos, se sentó a la mesa (sin dejar de echarle furtivas miradas a la puerta, por si Draco regresaba) y decidió confesar por escrito lo que Draco no le había permitido mostrarle en el Pensadero.

 

Y de cierta manera, Harry agradecía el hecho de no tener que haber hecho uso de ese recuerdo precisamente. Resultaba bastante repugnante con el puro hecho de narrarlo… no quería ni pensar en lo que sería revivirlo otra vez.

 

Draco:

 

Perdona que te moleste de esta manera, espero que la llegada de Hedwig no te provoque ningún problema dondequiera que estés.

 

Sólo quería decirte que me gustaría tener la oportunidad de verte para terminar de explicarte las cosas, para poder disculparme. Por favor, no te vayas así. Si no quieres regresar aquí, dime en dónde más te puedo encontrar. Yo iré a verte en donde estés.

 

No logro comprender porque no has vuelto. Cualesquiera que sean tus motivos, espero que no sean definitivos. Este apartamento en tan tuyo como mío, y a pesar de lo que ha sucedido entre nosotros

 

Hizo una pausa mientras mordisqueaba el bolígrafo. ¿Por qué Draco tenía que ser tan difícil? Harry no tenía idea si la razón por la que no regresaba era por lo que había visto en el Pensadero o porque ellos habían tenido sexo.

 

Suspiró y decidió dejarlo así, sin especificar.

 

continúa siendo tu casa y yo continúo siendo tu amigo. Si regresas, prometo no importunarte ni molestarte. Jamás tocaré el tema de nuevo si lo quieres así.

 

Pero antes de concluir con esto, quisiera agregar algo más. Hoy, en el Ministerio, te fuiste antes que terminara de contarte todo lo que ocurrió, y aunque una parte de mí lo agradece e insiste que lo deje así, hay otra que me dice que debo hacerlo para demostrarte que estoy dispuesto a no volverte a ocultar nada.

 

Bueno, existe algo más que tú no sabes, que sucedió aquella noche. ¿Recuerdas que después de que tu padre nos atacó en los jardines de la Mansión, me desaparecí contigo? Bien, pues como te imaginarás, mi intención era llevarte a San Mungo, pero algo salió mal, muy mal.

 

Justo al momento que conjuré la desaparición, en vez de enfocarme en un solo objetivo, en realidad lo hice en dos: tenía a San Mungo en mente pero al mismo tiempo pensaba en mi casa, en Grimmauld Place, donde esperaba que Colin hubiese regresado. Y fue por eso, por hacer las cosas sin pensarlas bien, por la enorme prisa que corría al tener a los Aurores tras de nosotros, que convoqué la aparición pensando en Colin y en ti al mismo tiempo. Las consecuencias fueron desastrosas.

 

Lo que tu padre y el Doctor no habían podido hacer… matarte, quiero decir, casi lo consigo yo. Resulta que por mi falta de decisión y destino lo único que provoqué fue que tanto tú como yo llegáramos despartidos a San Mungo y a mi casa de Grimmauld Place. Y de hecho, de no haber sido por Colin… creo que tú no lo hubieras contado.

 

El mal estado en el que te encontrabas, tu debilidad y desnutrición provocaron que la despartición casi te causara la muerte. Cuando Colin llegó al hospital con las partes de nuestro cuerpo que habían aparecido en casa, tú ya estabas prácticamente muerto, sin pulso. Los medimagos hicieron un magnífico trabajo al unirnos y lograron estabilizarte, pero estuviste más de una semana en estado de coma. Por culpa mía.

 

No puedo describirte la de noches en que esa situación vuelve a mí como la peor de mis pesadillas. Recordar los pedazos de ti que llegaron conmigo al hospital, el saber que la vida se te escapaba a momentos y la desesperación por no poder hacer más, me han atormentado hasta el día de hoy. Y todo porque no me concentré lo suficiente. Porque estaba pensado en Colin al mismo tiempo, sabiendo que lo que había sucedido en tu habitación no había sido a posta, que fue un accidente y que él estaría muerto de angustia en casa, sin saber que había sido de mí y de ti.

 

Ahora que lo sabes, que sabes que casi te causé la muerte por segunda ocasión, lo único que me resta es pedirte perdón. Por eso y por no haberte podido decir toda la verdad.

 

Regresa a casa, Draco. Prometo no ser ruidoso y no molestar.

 

¿Te espero a cenar?

Harry

El sueño lo venció en algún punto de la madrugada pero aún así, inconscientemente se mantuvo a duermevela, pendiente de cualquier ruido; ya fuera causado por una aparición o por la puerta abriéndose.

 

Pero no. Draco no llegó en toda la noche, y a la mañana siguiente, Harry seguía sin tener noticias de él.

 

El día anterior, Hedwig había regresado sin una carta de respuesta apenas media hora después de que la mandara a buscar a Draco, señal que no debía andar lejos y que al menos había recibido su misiva. Harry se mordía las uñas, pensando lo peor. No dejaba de abrumarle el hecho de que, por una razón u otra, parecía haber perdido a Draco para siempre.

 

Fiel a su decisión, esa mañana no fue a trabajar al Ministerio. Envió su carta de renuncia a primera hora y, con el ceño fruncido y el corazón en un puño, preparó un desayuno para dos con la esperanza de que Draco regresase en cualquier momento.

 

Abatido, se sentó en la mesa, comiendo casi con desgana. El Profeta se apareció como cada mañana y casi cae encima de su plato. Sin darle ni un vistazo, Harry sólo lo hizo a un lado con fastidio.

 

Lo que no pudo ignorar fue la lluvia de lechuzas que llegó un momento después. Usando la puerta abierta del patio de la cocina, toda una bandada de lechuzas mensajeras llegó hasta su mesa, peleándose entre ellas para ser las primeras en realizar su entrega.

 

—Pero, ¿quién diablos…? —exclamó Harry mientras se apuraba a desatar todos los pergaminos de las patas de las aves que gustosas estaban dando cuenta de su desayuno.

 

Una vez reunido todo su correo y habiendo espantado a los oportunistas animales, Harry comenzó a abrir las notas, las cuales eran de remitentes desconocidos para él. Con los ojos muy abiertos y el corazón desbocado, recordó las palabras de Draco cuando lo sucedido en la casa de Richmond: Espera a que los demás corredores de bienes raíces se enteren de lo que has hecho aquí, y verás que dejarás a Marion sin trabajo.

 

Eran todas ofertas de empleo. Algunas, proposiciones casi millonarias. Magos y brujas solicitándole, rogándole que fuera el mismo Harry Potter quien se encargara de su seguridad, de su familia, de sus casas o propiedades.

 

Por lo que Harry pudo averiguar con sólo leer (por el tipo de carta y por la suma ofrecida) se trataba de familias de magos de todo tipo y no sólo del Reino Unido. Desde simples amas de casa que le imploraban su ayuda para deshacerse de algún monstruo, fantasma o plaga que asolaba a sus hogares y a sus hijos, hasta multimillonarios en busca de protección. Algunas de las cartas lo hicieron bufar de risa, como la de un jeque árabe que se había molestado en añadir que no le importaba que fuera homosexual, que de hecho eso le agradaba pues el trabajo ofrecido consistía en cuidar a sus hijas, cuatro bellas y jóvenes brujitas amenazadas de secuestro por un viejo enemigo.

 

Harry estaba estupefacto. Y entre más leía y se enteraba, más seguro estaba que todo eso era obra de Draco. No entendía cómo ni cuándo, pero su amigo había corrido la voz, pregonando entre la comunidad mágica una maravillosa historia de salvamento protagonizada por Harry Potter cuando su trabajo había sido solamente eliminar una plaga. Y por lo visto, toda la gente pensaba que si el hijo de Lucius Malfoy podía tener a Potter como su guardaespaldas, entonces todos podían y todos lo querían. Al precio que fuera.

 

Lentamente, casi como en estado de letargo, Harry fue colocando todas aquellas cartas, una a una, en un pequeño montón. Se sentía demasiado anonadado como para pensar en aceptar cualquiera de esas ofertas. Aunque había empezado a entusiasmarse con la idea de ayudar de esa manera a magos y brujas que parecían no despreciarlo por su condición sexual, que le pedían auxilio al verse inmersos en situaciones de verdadero peligro.

 

Empezó a calcular, no sin un poco de culpa, que si aceptaba un trabajo bien renumerado después podría realizar varios más de personas que no podían pagarle demasiado, pero que igual necesitaban su ayuda.

 

Dobló las cartas sintiendo una curiosa emoción crecer en su interior. Después de todo, después de haber frustrado su sueño de ser Auror… tal vez, quizá… de una u otra forma, sí podría terminar auxiliando a la gente que lo necesitaba. Y sin tener que estar bajo las órdenes de ningún jefe imbécil como Corner o el mismo Ministro. Un calorcito agradable le recorrió el cuerpo y le provocó que los pelos de la nuca se le erizaran de tan sólo pensarlo. Ayudaría a la gente en apuros y algunos hasta le pagarían por ello.

 

Se levantó de la mesa, llevando consigo las cartas como si fueran un tesoro. Las puso sobre su cama, haciéndose la promesa de releerlas después y empezar a aceptar trabajos. Pero, antes de otra cosa, tenía que pensar en cómo encontrar a Draco.

 

Una melodía conocida comenzó a sonar a lo lejos, proveniente de la sala. Harry se asomó al corredor del apartamento, nervioso y aliviado a partes iguales: era el tono de Indiana Jones del móvil de Draco.

 

Negándose a correr para no perder la dignidad pero caminando a paso veloz, llegó hasta la sala a buscar a su amigo. Extrañado, se dio cuenta que no había nadie. Pero, aunque el teléfono ya no estaba sonando, podía jurar que lo había escuchado.

 

La melodía repiqueteó otra vez, y Harry descubrió al teléfono sobre la repisa de la chimenea. Las vibraciones emitidas lo estaban haciendo moverse por el mueble y estaba a punto de caer al suelo. Descorazonado, Harry caminó hacia la chimenea, concluyendo que seguramente a Draco se le había olvidado ahí desde el día anterior, cuando habían marchado al Ministerio.

 

Entonces se le ocurrió que tal vez fuera el mismo Draco llamando a ese teléfono. Ansioso, Harry levantó el aparato y lo respondió.

 

—¿Diga? ¿Draco?

 

—¿Señor Malfoy?

 

Una desconocida voz masculina al otro lado de la línea lo hizo perder la ilusión de poder comunicarse por fin con su amigo.

 

—No, él no habla. Por el momento el señor Malfoy no puede responder este teléfono, ¿quiere dejarle un mensaje?

 

—Sí, por favor —respondió el hombre un tanto nervioso—. Mi nombre es Simon Cunningham. Dígale que llamé para avisar que vamos con retraso a nuestra cita con él para ver la casa. La de Richmond. Habíamos acordado mirarla hoy a las doce del día, pero lamentablemente mi esposa ha tenido un contratiempo y llegaremos unos diez minutos tarde, aproximadamente. Pero ahí estaremos.

 

Harry miró el reloj. Eran las once treinta.

 

—De acuerdo, se lo diré.

 

Colgó el móvil y se lo metió en el bolsillo de los vaqueros. Ansioso, corrió al baño a lavarse. Ya sabía donde podría encontrar a Draco.

 

Fastidiado, Draco revisó otra vez su reloj. Demonios, qué gente tan impuntual. Se estaban demorando y ni siquiera se habían tomado la molestia de avisarle… Ahh, cierto, su móvil. Con un meneo de cabeza recordó que lo había dejado en casa.

 

En casa.

 

Frunció el ceño y casi sin darse cuenta encorvó la postura. No podía seguir considerando aquel apartamento como su casa ya más. No después de saber que todo había sido un montaje, una mentira. Que la amistad de Harry nunca fue tal.

 

Apretando las mandíbulas, observó el auto último modelo de los Cunningham llegar por la calle adoquinada y estacionarse frente al inmueble. Draco los saludó con una inclinación de cabeza y les brindó la mejor de sus sonrisas. Falsa, por supuesto, pero eso ellos no lo sabrían.

 

Maldito Potter y su puta amistad, más falsa que el oro leprechaun. Los Malfoy no aceptaban la lástima de nadie, y esa era una lección que Draco le iba a enseñar.

 

La joven pareja se apeó del auto. Todos sonrientes y charlando animadamente, los tres se dirigieron hacia el interior de la hermosa residencia en venta. Draco les ofreció té y pastas que había preparado con anterioridad (y con magia, por supuesto) e iniciaron el tour por la casa. Antigua, pero bellamente restaurada. Tres pisos y cinco enormes habitaciones. Hermoso jardín frontal y otro posterior aún más grande.

 

La señora Cunningham se mostró encantada por la majestuosidad de la sala y la cocina. El señor Cunningham no dejó de parlotear sobre lo bien que navegaba y de todos los botes que se compraría para atracar en su futuro puerto privado.

 

A pesar de la dolorosa y punzante angustia que envolvía su corazón desde un día anterior, Draco se permitió sonreír sinceramente, aunque fuera un poco. Por lo menos, ya tenía esa casa prácticamente vendida.

 

Harry salió del baño y volvió a mirar el reloj. Ya pasaba de las doce. Enfadado, supo que en el subterráneo jamás llegaría a tiempo. Su única opción era… aparecerse.

Un ataque de pánico lo invadió ante el puro pensamiento. Las imágenes de Draco y las de él mismo hechos pedazos en el suelo del hospital no hacían más que alimentar su inseguridad y miedo.

 

¿Qué pasaría si se despartía de nuevo? ¿Cuánto tiempo transcurriría hasta que alguien pudiera encontrarlo para llevarlo a San Mungo? ¿Y si se demoraban mucho y moría como Draco estuvo a punto de hacerlo?

 

Se llevó una mano al pecho y, cerrando los ojos, trató de respirar con profundidad. Su fobia era absurda y lo sabía. Aparecerse era el único medio para alcanzar a Draco en Richmond antes que terminara la visita de la casa, y en esa ocasión no tenía porqué repetirse el accidente de San Mungo… ahora no estaba siendo perseguido por nadie y tendría tiempo suficiente para poder concentrarse en un solo lugar. Sí, eso haría. No le quedaba más camino.

 

Se cruzó de brazos como abrazándose a sí mismo y cerró los ojos bruscamente. Se concentró en la casa de Draco, en su hermoso y exuberante jardín trasero. Recordó cada planta, cada piedra. El pequeño puerto a la orilla del río, justo en donde el kelpie había cogido a Draco. Pensó en el punto donde Draco había reaparecido después de llevarse a Cliff y regresar por Harry; ese mismo lugar donde lo había besado un momento después.

 

Tragando saliva, se dejó envolver por el recuerdo. Casi pudo saborear los labios de Draco otra vez, pudo escuchar su ronco gemido de sorpresa y oler la fragancia de su piel. Se imaginó la escena tan fuertemente que podía verse parado ahí, y las ganas que sentía de volver a ver a Draco sano y salvo y de aclarar las cosas con él, le otorgaron la decisión que requería para completar el encantamiento.

 

Sabía que podía hacerlo. Lo iba a hacer. Suspirando por última vez, giró sobre sí mismo y desapareció.

El señor Cunningham parecía no cansarse de admirar el pequeño atracadero y de charlar con su mujer de las tardes que pasaría navegando con sus amigos; y Draco tuvo que armarse de paciencia. De pie rígidamente detrás de ellos, esperaba a que le dieran el anhelado “sí” que los llevaría a los tres a firmar el contrato de compra-venta. Se embutió las manos en los bolsillos del pantalón sin perder un ápice de su elegante postura, tratando con todas sus fuerzas no permitir que acudieran a su mente ninguno de los recuerdos de los momentos que había vivido con Harry en ese jardín.

 

Un pequeño ruido de aparición mágica, seguido por los estridentes gritos de terror de la señora Cunningham, bastó para hacerlo brincar en su sitio y sacarlo de sus cavilaciones.

 

—¿Qué diablos…?

 

Harry se había aparecido ahí en medio del jardín, justo y curiosamente en el mismo jodido punto donde lo había besado hacía dos días ya. Lívido y con apariencia de estar a punto de desmayarse, Harry brincó hacia atrás ante los alaridos de espanto que la pareja de muggles emitían a coro mientras se abrazaban el uno al otro. En menos de un segundo, tenía la varita en la mano apuntando hacia los Cunningham.

 

—¡POTTER! —bramó Draco, sacando su propia varita y reprimiéndose las ganas de hechizarlo—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Son muggles!

 

—¿Qué somos, qué? —exigió saber el señor Cunningham, haciéndose oír por encima de los gritos de su esposa, la cual estaba colgada de él y a punto del desvanecimiento—. ¿Qué es todo esto? ¿Alguna broma de cámara escondida?

 

Sin responder a sus preguntas, Draco caminó hacia ellos meneando la cabeza con enorme disgusto. Los dos dieron varios pasos hacia atrás, no muy convencidos que los palitos de madera que Draco y el otro llevaban en la mano no pudieran ser usados como arma letal. La señora Cunningham gritó más.

 

—¡Merlín! —gritó Harry a su vez—. Olvidé que estarías con muggles… ¡Draco, ¿qué vas a hacer?!

 

—¿Tú qué diablos crees, imbécil de mierda? —rugió Draco mirándolo apenas por encima del hombro. Ya arreglaría cuentas con él después; ahora lo urgente era callar a esa mujer que chillaba más que una banshee con uña encarnada. Llegó ante ellos y la pareja de muggles ya estaba hincada a sus pies, abrazándose fuertemente y mirando con terror a Draco y a Harry alternadamente. —Por todos los Dioses, estos muggles no aguantan nada… —masculló Draco mientras les apuntaba con su varita—. Obliviate, por amor a Merlín.

 

Los muggles se callaron por fin y se quedaron ahí, con caras inexpresivas y bocas abiertas, mirando a Draco como por vez primera y permitiendo que el rubio los jalara para ponerlos de pie.

 

—Señor y señora Cunningham, permítanme acompañarlos a su auto. —Draco los llevó a empujones por el camino de piedra que llevaba al frente de la casa, regalándole a Harry una mirada furiosa al pasar junto a él—. Fue un placer haber recibido su visita. Por favor, si están interesados en la casa, llamen para concertar una cita —les dijo mientras los metía a su auto y les arrojaba una de sus tarjetas de presentación por la ventanilla.

 

Totalmente desconcertado, el señor Cunningham respondió:

 

—Sí, claro. Uhm. Gracias, supongo.

 

Y arrancó el auto, alejándose junto con su esposa por la tranquila y solitaria calle soleada.

 

Draco los miró marcharse sabiendo que la venta estaba arruinada e intentando darle más importancia al asunto de la que en realidad se merecía. En el fondo sabía que pronto los tendría llamándolo por teléfono para volver a ver la casa, pero por el momento estaba disfrutando bastante poder tener una excusa para enojarse con Harry y no quería desperdiciarla. Volteó hacia atrás, hacia la casa. Harry no estaba a la vista. Seguramente el gilipollas estaría parado como el idiota que era en el jardín de atrás, esperando por Draco.

 

Pasando saliva, Draco estuvo tentado a desaparecerse en ese mismo momento y lugar, así evitaría el encuentro y la charla que había estado posponiendo. Pero pensándolo bien... ¡Qué diablos, él no tenía miedo de Potter! Más enojado que un momento antes, se giró sobre sus talones y caminó con paso decidido hacia la parte posterior.

 

Tal como lo imaginó, Harry continuaba ahí. Cruzado de brazos y haciendo que los músculos de la espalda se le marcaran de un modo que era imposible no sentirse ávido tan sólo de mirarlos. Cerrando los ojos durante un segundo, Draco hizo ese pensamiento a un lado, lo rodeó para plantársele enfrente; cruzándose también de brazos y otorgándole la más dura y enojosa de sus miradas. Casi pudo ver a Potter pasar saliva miserablemente.

 

—Lo siento, Draco; sé que te arruiné la venta…

 

—Déjalo, Potter. ¿Qué diablos quieres?

 

La pregunta fue formulada en el tono helado y duro que Draco solía emplear con Potter cuando eran enemigos jurados en la escuela, y no le extrañó que Harry arqueara las cejas de la sorpresa.

 

—Ayer te mandé una carta con Hed…

 

—Sí, sí. La recibí. ¿Algo más?

 

Ante eso, Harry pareció no saber que más decir. Pestañeó durante unos momentos, antes de rebatir con amargura:

 

—¿Eso es todo lo que vas a decirme?

 

Draco se enfureció todavía más, si cabía.

 

—¿Qué demonios quieres que te diga, Potter? —gritó respirando agitadamente—. ¿Qué me halaga que por fin, después de tres malditos años, te hayas decido a contarme la verdad? Porque oh, sí… eso es justamente lo que uno espera de sus amigos: Sinceridad y lealtad ante todo. —Hizo una pequeña pausa, mirando a Harry a los ojos con el mayor resentimiento que podía hacerlo—. Y sobre todo, que no otorguen su amistad por lástima.

 

Harry abrió mucho la boca.

 

—¿Lástima? ¿Quién demonios te tuvo lástima?

 

Draco bufó y miró hacia el río durante un momento. ¿Dónde diablos estaban los kelpies cuando se les necesitaba?

 

—Eres mucho más idiota de lo que siempre he pensado, Potter. Pero lo peor es que crees que yo también lo soy. —De nuevo lo miró a la cara, y continuó—: Recuerdo que cuando desperté en el hospital y te miré ahí, a ti y al imbécil de Creevey junto a mi madre, me pregunté si no estaría delirando. ¿Por qué demonios le podría yo preocupar al grandioso San Potter?, pensé. Entonces, mi madre me contó que me habías encontrado en un callejón, herido y toda esa demás basura que seguramente recuerdas, y claro, yo estaba agradecido. Pero aún así continuaba sonando una alarma en mi cabeza: todo eso era demasiado raro.

 

Harry no comentó nada. Sólo miraba a Draco con sus enormes ojos verdes completamente abiertos y avergonzados, y Draco tuvo que mirar a otro lado.

 

—Yo me preguntaba porqué demonios no te largabas, porqué no me dejabas en paz, aunque en el fondo me halagaba tu preocupación, que tuvieras a tu maldito novio muerto de los celos por causa mía. No entendía tus motivos para estar ahí todos los días, brindándome compañía y comprensión, las cuales acepté, confuso pero satisfecho. Contento, porque… la verdad, siempre quise tu amistad. Pero hoy entiendo porqué me la otorgaste con tanta facilidad.

 

—Draco, no…

 

—¡NO HE TERMINADO, JODER! —gritó, interrumpiendo a Harry—. Me conquistaste, Potter. Me sedujiste, en el buen sentido de la palabra. Lo que nadie había logrado hacer nunca, ni siquiera mis compañeros de casa en Hogwarts, lo lograste tú en esos malditos días de hospital —continuó con voz quebrada, aunque no era su intención delatarse de esa manera—. ¿Entiendes lo que quiero decir? Lo que yo creí era interés genuino en mí y en mi salud, lo que me hizo verte con otros ojos, permitir que te convirtieras en mi amigo y aceptara tu proposición de irme a vivir contigo… Todo fue mentira. Todo fue falso.

 

Visiblemente desesperado, Harry agitó la cabeza en un gesto negativo.

 

—No, no, Draco. Las cosas no fueron así.

 

Draco soltó un resoplido de burla.

 

—¿No? ¿En serio? Mírame a los ojos y niega que lo que te tuvo atado a mi cuarto de hospital fue la lástima que sentiste por mí y tu sentimiento de culpa. ¡NIÉGALO, POTTER!

 

Harry no lo negó. Se mordió los labios angustiosamente, mirando a Draco con ojos asustados. Draco se sintió abrumado; sabía que tenía razón, pero ver que Harry no era capaz de rebatir eso lo destrozó. Debió haber imaginado que él nunca merecería tener un amigo como Harry a la buena. Agachó la cabeza, ocultando del moreno el rictus de dolor que tenía en el rostro.

 

—No puedo negártelo porque es cierto —comenzó a decir Harry, provocando que Draco soltara un bufido de desprecio—. Pero sólo fue al principio, Draco. Después, todo cambió. Créeme. Y justamente lo que siento por ti ahora no tiene nada que ver con la compasión que despertaste en mí en aquel momento. Aprendí a conocerte y a… a pesar de que no estoy de acuerdo con la mitad de las cosas que haces y piensas, me encantó el ser humano que descubrí en ti desde entonces. Te admiro y respeto por quien eres, no estoy contigo por lo mucho que hayas sufrido o porque casi te matas por culpa mía de nuevo. No es nada de eso.

 

Draco tragó saliva y levantó de nuevo la mirada, clavándola en los ojos de Harry. Semejante discurso lo había desarmado emocionalmente y no supo que responder. Porque Harry era sincero, Draco lo sabía; y también sabía que su argumento de negarse a seguir siendo su amigo por la supuesta lástima que sintió o sentía por él, no era más que una excusa.

 

Draco estaba consciente de eso, pero era un experto ocultando la verdad hasta para él mismo.

 

Lo que en realidad le tenía aterrorizado era el dolor que sentía, la vergüenza por lo que le había ocurrido. El temor a encarar todo aquello y salir mal parado. Prefería dejar a Harry atrás y empezar de cero, con gente que no conociera ese terrible pasado y no lo obligaran a recordar que lo había vivido, que había sido real. Y con Harry no podía hacer eso. Cada segundo a su lado era un recordatorio de ello, de esos momentos vividos en el Pensadero, de saber que si Harry había perdido su oportunidad de ser Auror era por culpa suya, por haberlo rescatado. De saber que su fobia a la aparición y todas sus inseguridades era también causa de ese fatídico día.

 

Merlín, ¿qué podría ser peor que todo eso?

 

Negando con la cabeza, le espetó al moreno.

 

—Nuestra supuesta amistad comenzó mal y terminará mal, Potter. Y más si tú sigues empeñado en ocultarme toda la verdad.

 

Harry abrió mucho los ojos; Draco supo que había dado en el blanco.

 

—¿Cuál verdad?

 

—No insultes mi inteligencia, Potter… —masculló Draco amargamente—. ¿Por qué no comienzas narrándome lo que ocurrió contigo durante los días que estuve en coma?

 

—¿Qué ocurrió de qué? No-no entiendo de qué hablas. Te visitaba todos los días, y…

 

—¡BASTA, POTTER! —rugió Draco, frunciendo el entrecejo y apretando los puños—. ¡Estoy cansado de toda esta farsa! Quiero que dejes de subestimarme, que dejes de ocultarme cosas... quiero sinceridad de tu parte. Tú ibas a ser Auror y eso se arruinó por lo sucedido conmigo y mi padre en la Mansión, pero, ¿qué más ocurrió? —Harry lo miró sin decir nada. Dado que paciencia era lo que Draco poseía menos ese día, se acercó hasta él y le masculló enojado, justo frente a su cara:—¿Me lo vas a decir tú como el amigo que se supone eres, o prefieres que lo investigue en los periódicos de la época?

 

Harry bajó los ojos un momento, suspiró resignado y al final, miró a Draco de nuevo.

 

—Me arrestaron. En cuanto los medimagos me unieron de nuevo, los Aurores ya habían llegado por mí. Me… me llevaron a Azkaban sin dejarme saber si tú ibas a vivir o no… me acusaron de homicidio imprudente por aparición conjunta mal conjurada. Luego, tu padre levantó más cargos en mi contra, como te podrás imaginar: Cohecho, abuso de autoridad, abuso de poder, invasión a propiedad privada, secuestro

 

Confirmadas sus sospechas, Draco soltó un bufido.

 

—Pero, ¿homicidio? —preguntó.

 

A Harry parecía costarle la vida hablar de ello.

 

—Sí, claro. Estando tú en peligro de muerte, es el procedimiento regular. Ya sabes, mantener al acusado a buen resguardo mientras la víctima decide morir o no —intentó bromear, pero la sonrisa que tenía en la cara no era precisamente de alegría. Desvió la mirada mientras parecía sumergirse en aquel recuerdo—. Pero lo peor de haber estado tras las rejas fue que no tenía idea de si en realidad estabas muerto o no. Hasta hubo un celador que por el simple hecho de molestar me habló de lo sonado que había sido tu funeral.

 

Se detuvo. Draco lo miró tragar saliva y casi pudo ver a Harry, con ese enorme corazón Gryffindor que poseía, encerrado en una celda, muerto del miedo y la pena por creer que había matado al que había tratado de salvar.

 

—Pero, ¿tus amigos, o mi madre, no te decían la verdad?

 

Harry negó con la cabeza.

 

—Durante ese tiempo no pude recibir visitas, así que el único contacto con seres humanos que tenía eran los celadores que estaban más que encantados por tener un mago famoso en desgracia de quien burlarse. Pasaba las noches y los días pensando en ti y en mi estúpido error.

 

—¿Cuánto tiempo?

 

—¿Estuve encerrado? Casi tres semanas.

 

—¿Tres semanas? —Draco no entendía—. Pero, ¿cómo puede ser? Si cuando desperté del coma te ví ahí, y me dijiste que sólo estuve inconsciente por una semana.

 

—Sí, pero… —Harry se rascó la nuca antes de responder—. Cuando por fin me liberaron y fui al hospital a verte, tu madre me puso al tanto, y me pidió que…

 

—¿Qué, Potter?

 

—Bueno, debido a mi entrenamiento de Auror, yo… tenía cierta habilidad con el Obliviate.

 

Draco suspiró, sintiéndose enfadado y conmovido a partes iguales. Así que todavía, aparte de todo, le debía su falta de recuerdos al mismísimo Potter.

 

—¿Así que fuiste el artífice de las locuras de mi madre, encima de todo?

 

—Es que no te recuperabas, Draco —le respondió Harry hablando con rapidez, como si estuviera ansioso por justificarse—. Estabas muy mal, deprimido… pasabas los días dormido, no querías saber de nada. Tenías pesadillas, sufrías de náuseas y vomitabas constantemente debido a las secuelas de la terapia que te habían aplicado. Tu madre creía que si no olvidabas todo, jamás saldrías del hospital. Les rogó a los medimagos que te aplicaran un Obliviate, pero como se negaron… entonces me lo suplicó a mí.

 

Claro, Draco sabía lo persuasiva que lograba ser Narcisa.

 

—Después de haber estado en prisión y haber perdido tu puesto de en la Academia de Aurores por culpa del lío en que mi madre te metió, ¿todavía seguías confiando en ella?

 

Harry lo miró como si no comprendiera su pregunta, como si la respuesta fuera demasiado obvia.

 

—Por supuesto que confiaba en ella. Después de todo, se lo debía.

 

—¿Qué le debías?

 

—Draco, casi mueres por mi culpa.

 

Draco se enfureció otra vez.

 

—¡Qué no fue culpa tuya, mierda! Sólo fue un accidente, desagradable y desafortunado, ¡pero accidente al fin y al cabo! Además, desde mi punto de vista, por el camino que ese maldito Doctor me llevaba, me hubiese terminando matando. Tú me salvaste de eso, Potter.

 

Harry se quedó en silencio un momento, como si no atinara a creer que a Draco en verdad no le importara que lo hubiese despartido hasta casi matarlo. Como si realmente hubiera estado esperando que Draco lo odiara por ello. Draco suspiró otra vez. Gryffindor estúpido.

 

—Como sea —comenzó a decir Harry en voz baja—, yo le debía mi libertad a Narcisa. —Draco lo miró interrogante y Harry continuó explicando—: Ella consiguió que Lucius retirara los cargos en mi contra. Hizo un de arreglo con él.

 

—¿Ah, sí? —preguntó Draco no muy seguro de querer escuchar el resto.

 

Aunque se imaginaba qué tipo de arreglo había sido aquel. Y así quedaba resuelta la pregunta que se había estado formulando de porqué su madre continuaba al lado de Lucius después de que se habían enfrentado tan abiertamente por el hijo de ambos, al grado de lanzarse hechizos y maldiciones en la Mansión.

 

—Sí —prosiguió Harry—. ¿No te digo que sólo pasé tres semanas en prisión? Por los cargos que me imputaban, me hubieran dado al menos cinco años. Pero tu madre habló con Lucius. Consintió quedarse a su lado e intentar… darle otro heredero a cambio de… que retirara los cargos contra mí y a ti, te dejara en paz.

 

No dijo más, pero ya no era necesario. Draco pudo imaginarse aquellas escenas. Para Lucius, seguramente no habría mayor deshonor que ser abandonado por su esposa después del escándalo suscitado y de que toda la comunidad mágica se hubiera enterado de que su único hijo era gay. Pudo ver a su madre ofreciéndole aquel tipo de acuerdo, escudándose bajo la excusa de salvar a su propio hijo y a Potter pero en realidad deseando volver a la Mansión y a los lujos de vivir como una Malfoy. Porque si existía algo real en la vida de su madre, era el hecho que ella amaba esa casa tanto como detestaba al hombre que la había desposado.

 

Era curioso que gracias a esa idea de Narcisa, todos habían obtenido un beneficio al final: él y Potter, la libertad. Su padre, a su esposa de nuevo en casa y la posibilidad de tener otro hijo. Su madre, su vida cómoda y todo el oro que divorciada jamás podría volver a manejar.

 

Suspirando profundamente, pensó que no podía culparla por seguir al lado de Lucius. Al menos físicamente, porque emocionalmente siempre había estado del lado de Draco.

 

—Además —continuó Harry, ajeno a todos los pensamientos que embargaban a Draco—, la amenaza de obligar a los elfos domésticos a testificar que Lucius había usado Imperdonables contra ti y contra mí, fue también una razón de peso para que Lucius nos dejara tranquilos —concluyó Harry sonriendo.

 

Draco lo miró, recordando los terribles Crucios que tanto Harry como él mismo habían sufrido a manos de Lucius. Sentimientos encontrados fluctuaban en su interior, provocándole mareos y sensaciones de vértigo. De cierta manera estaba agradecido con Harry de que le hubiese dicho la verdad y al mismo tiempo se odiaba a él mismo por haber sido la causa de tantas desventuras en la vida del moreno.

 

—Pero —dijo Draco con la boca seca—, a pesar de quedar libre de los cargos, ¿no te aceptaron de nuevo en la Academia, verdad?

 

Harry negó con la cabeza y se encogió de hombros, como si eso no importara más.

 

—Creo que todos ellos sólo estaban esperando una buena excusa para expulsarme. Ya sabes como es eso, siempre se ponían nerviosos a mi lado, en las duchas y los vestidores. Como era el único gay ahí…

 

Pero por más importancia que Harry le restara, a Draco le abrumaba el peso de saber que por su causa no había logrado su sueño de ser Auror. Abrió la boca, pero las palabras simplemente no acudieron a él. Estaba mudo, estaba desgastado. Cansado. Después de todo, la noche anterior no había dormido nada bien.

 

—Draco… —lo llamó Harry con voz suplicante—. ¿Me has perdonado?

 

Draco soltó una risita seca, desanimada. ¿Y todavía Potter era quien le pedía perdón? ¿Él, pedirle perdón a Draco, cuando había sido Draco quién le había arruinado la vida mientras que Potter no hacía nada más que salvarlo una y otra vez?

 

—No seas imbécil, Potter. No hay nada que perdonar.

 

Harry pareció sorprenderse ante eso, y Draco juraba que su cara se iluminó.

 

—Eso quiere decir que… ¿volverás a casa?

 

¿A casa? Draco miró hacia el río y pensó en la mansión Malfoy. Su casa. Su antiguo hogar el cual había cambiado por un pequeño apartamentito muggle en el centro de Londres y con Potter de compañero, de entre toda la gente. Pero sí, ese lugar era su casa, al que se había acostumbrado a llamar hogar.

 

—Claro. ¿Por qué no habría de hacerlo? Después de todo, no voy a regalarte la mitad del alquiler que ya pagué por adelantado, Potter.

 

Harry se rió despacito, casi imperceptiblemente. Draco desvió la mirada del río para observarlo: casi se cae de espaldas cuando lo vio caminar hacia él, a paso veloz y bastante firme.

 

—Ven acá, estúpido —dijo Harry cuando llegó hasta Draco, y acto seguido, lo abrazó.

 

Draco se quedó con los brazos laxos a los costados, atónito y sin poder corresponder. Pero a Harry parecía no importarle: lo estrujó fuertemente durante unos momentos y finalmente lo soltó, dando un paso hacia atrás y un poco sonrojado, como si no pudiera creer su atrevimiento.

 

—Me da gusto que estés… bien —dijo Potter como para explicarse—. Estaba preocupado por ti.

 

Se quedaron mirándose a los ojos por un rato, ninguno parecía saber qué decir. Draco tragaba saliva trabajosamente, no entendía porqué su lengua se sentía como un pedazo de cartón dentro de su boca. Se negaba a aceptar lo mucho que le había gustado ese abrazo, lo bien que se había sentido entre los fuertes brazos de Harry. Seguro, protegido. Querido.

 

Al fin, Harry se aclaró la garganta en lo que parecía ser un gesto para armarse de valor.

 

—Si alguna vez quieres hablar al respecto, yo… siempre estaré ahí para escucharte, Draco. Y si al contrario, ya no quieres saber nada en absoluto y fingir que nunca ocurrió; cualquier opción para mí está bien. —Suavizó su mirada antes de concluir—: Sólo quiero que sepas que no me arrepiento de nada de lo que hice en aquella ocasión, y que si tuviera que hacerlo de nuevo… lo haría exactamente de la misma manera y sin dudar, Draco. Tu vida misma vale mucho más que un mes en Azkaban y el maldito puesto de Auror.

 

Draco sintió que enrojecía. Se vio invadido por un sentimiento que no comprendía del todo, pero que lo hacía sentirse acalorado y le recorría el cuero cabelludo mandándole pequeñas ondas eléctricas y placenteras por todo el cuerpo. Se sacudió en medio de un gran estremecimiento y rogó porque Harry no se hubiese dado cuenta.

 

—Lo sé, Potter —atinó a decir—. Sé que tu maldito instinto de caballero con armadura te obligará a salvarme siempre que lo necesite.

 

Harry se rió a carcajadas y Draco tuvo el impulso de acercarse a él y besarlo para callarlo. Tuvo que mirar a otro lado para poder soportar las ganas.

 

—¡Merlín, has reconocido que si aquí hay una damisela en apuros, ésa eres tú! —decía Harry entre risas—. Muy bien, vamos progresando.

 

Harry dio un paso hacia él, pero Draco, horrorizado, retrocedió.

 

Harry se dio cuenta de su movimiento y se detuvo; Draco estuvo seguro de ver dolor y decepción relampaguear un momento por sus ojos. De inmediato, buscó un tema indefenso con que salir airoso de la situación.

 

—¿Y… a qué se debe que de repente la aparición haya dejado de resultarte aterradora?

 

Harry seguía mirándolo con esa maldita expresión de perrito triste y Draco supo que era el momento crucial. Que Potter iba a decirle lo que había estado temiendo desde la mañana que había despertado en su recámara. Y Draco tenía la culpa total por haberlo seducido en el club. Pasó saliva trabajosamente.

 

—No es que de repente haya dejado de resultarme aterradora —respondió Harry en voz baja y con una profunda mirada, como si en realidad lo que estuviera pensando no tuviera nada que ver con lo que hablaba—. De hecho, casi me dio un ataque de pánico. Sólo que… bueno, supongo que tuve demasiada decisión, destino y todas esas putas D necesarias para aparecerse.

 

Draco sonrió.

 

—¿Incluyendo la D de Draco?

 

Harry le correspondió la sonrisa.

 

—Incluyendo la D de Draco. —Se acercó otro paso hacia él; en esa ocasión, Draco no retrocedió—. Y ahora que lo pienso, creo que esa fue la más importante de todas.

 

Draco tuvo un escalofrío, no lo pudo evitar. Sabía que Harry estaba a punto de besarlo y no estaba en sus planes impedirlo. Sabía que debía cortar por lo sano, que si no estaba interesado en mantener una relación con Harry debía decírselo ya. Pero, había algo, algo que no sabía explicar, que le suplicaba por un poco más… sólo unos pocos besos más, un poco más de sexo. Sólo un poco.

 

Su miembro comenzó a endurecerse sólo de pensar en volver a tener sexo con Harry. No lograba explicarse porque lo seguía deseando tanto, había creído ingenuamente que con una noche a su lado sería suficiente para aplacar la enorme pasión que se despertaba en él.

 

Justificándose mentalmente, intentó convencerse de que tal vez una noche más bastaría… además, y jamás lo admitiría ni bajo tortura, pero en ese momento sentía la necesidad de ser abrazado, de sentirse amado. De saberse aceptado a pesar de su condición de homosexual, especialmente por alguien como Harry.

 

Pero Harry no parecía decidirse. Estaba de pie a un paso de él, sonrojado y respirando agitadamente, y Draco supo que estaba pensando lo mismo que él. Lo miró a los ojos y apenas perceptiblemente se lamió el labio inferior, intentando dándole a entender al imbécil que estaba bien, que Draco también lo quería… que lo tomara ya.

 

Harry comprendió. Dio un paso más y bajó su cara hacia él, al tiempo que levantaba una mano y lo tocaba en un brazo. El movimiento fue tan suave y tan rápido que Draco no se dio cuenta de qué manera, pero de pronto Harry ya lo estaba besando. Y él, se dejó hacer.

 

Frunciendo el ceño ante la enormidad de la sensación que estaba experimentado, permitió que la tibia lengua de Harry se abriera paso entre sus labios. La otra mano del moreno acarició su cabello hacia abajo, llegando hasta su nuca y así, jalándolo hacia él para profundizar el beso. Draco abrió la boca y Harry, gimiendo, se inclinó más sobre él para asaltarlo por completo, introduciendo su lengua con el afán de acariciar cada rincón con ella.

 

Draco estuvo totalmente empalmado en menos de un segundo. Sus manos cobraron vida al fin y las levantó a ciegas, toqueteando lo que le pareció era la cintura de Harry y aferrándolo de ahí. Harry le pasó la mano que había tenido sobre el brazo hasta la espalda, y lentamente, mientras lo besaba cadencioso, la llevó hasta su trasero. Descaradamente, pasó sus dedos firmes y duros entre la hendidura de ellas, caricia que aún sobre la tela del pantalón no dejaba de ser terriblemente perturbadora y que declaraba las intenciones de Harry más allá de cualquier duda.

 

Draco jadeó pero negó con la cabeza como pudo hacerlo, logrando separarse de la boca de Harry durante un momento.

 

—No, Potter —suspiró sin abrir los ojos—. Yo nunca voy abajo.

 

Sintió la sonrisa de Harry justo sobre sus labios.

 

—¿Qué no sabes que nunca se debe decir nunca, Malfoy?

 

Harry movió de nuevo esos dedos justo en medio de su culo, ahora buscando camino hacia arriba, y Draco soltó un indigno gemido. ¡Diablos, eso era demasiado bueno! Se permitió disfrutar de los besos y caricias de Harry convenciéndose de que el hecho de que le manosearan el trasero no significaba nada.

 

Harry lo soltó de la nuca y llevó esa mano hacia delante, directo al botón del pantalón de Draco. Lo abrió lentamente, sin dejar de besarlo ni de acariciar su culo respingón. Cuando consiguió su cometido, Draco se empujó hacia Harry, ansioso porque éste tocara su pulsante erección, pero Harry la ignoró olímpicamente y aprovechando la soltura brindada por el pantalón abierto, le acunó el culo con ambas manos.

 

Generalmente la piel de Draco solía estar fresca, y por una razón que no entendía, su culo siempre lo estaba mucho más. Así que cuando las manos de Harry, ardientes como llamas, tocaron piel con piel sin telas intermedias, Draco pensó que se derretiría.

 

Y seguía besándolo. Abrazándolo firmemente, pegado a su cuerpo pero sin frotarse, moviendo sus manos por las nalgas de Draco y rozando atrevidamente su hendidura con los dedos. Draco gimió, abrumado, anhelante. Necesitaba atención sobre su miembro, necesitaba que Harry se apretara contra él. Pero el cabrón no lo hacía, y Draco tenía mucho orgullo como para suplicarle por ello.

 

Entendía el juego de Harry, oh, vaya que sí. El gilipollas lo quería obligar a que rogara, a que accediera a ser follado, pero Draco no le suplicaría nada a Potter, ni en sus más húmedos sueños. Por supuesto que no.

 

—¿Entramos a la casa? —preguntó Harry en un susurro—. Quiero desaparecerte estos pantalones.

 

Draco gimió por esas palabras, a punto estuvo de asentir frenéticamente, pero todavía tuvo la fuerza para asegurarle a Harry:

 

—Más vale que sea porque me la vas a chupar, Potter, porque de otra manera…

 

Harry soltó una risita y se separó, causando que la ausencia de sus manos sobre el trasero de Draco provocara que su pantalón casi resbalara por sus caderas. Mirándolo con fingido enojo, Draco tuvo que sostenerse su prenda de manera muy poco decorosa y caminar a la entrada trasera de la residencia. Harry lo siguió.

 

Adentro, no había muebles, ni siquiera cortinas. Lo que fuera que quisieran hacer, podía ser visto por cualquier persona que se acercara a la casa y se asomara por la ventana. Sintiéndose extrañamente torpe, Draco se quedó de pie y miró a Potter entrar tras de él y cerrar mágicamente la puerta. Tenía en la cara una sonrisa rara, satisfecha y depredadora: como si dijera De esta no te escapas, Malfoy. Draco decidió aceptar el desafío. Quería ver que era lo que el santurrón de Potter era capaz de hacer.

 

Harry caminó hasta la parte delantera de la casa, al vacío salón. Fingió asomarse por la ventana. Como no parecía pensar en moverse de ahí, Draco lo alcanzó y se paró junto a él. Todavía traía el pantalón desabrochado y su erección dolorosamente hinchada, tanto que tenía que luchar con todas sus fuerzas para no pasarse una mano encima en frenética y desesperada caricia.

 

—Linda vista —dijo Harry como si tal cosa. Draco lo miró haciéndole gestos.

 

Miró por la ventana y lo único que alcanzó a ver fue el jardín frontal, la calle adoquinada por la que casi nunca pasaba un auto y el muro de la construcción de enfrente. Draco creía que era bueno no tener vecinos ni en la parte delantera ni en la trasera, pues de cierta manera otorgaba mucha más privacidad. Al admirar la tranquila callejuela no pudo evitar recordar que justo por ahí se habían marchado sus casi compradores y llegó a la conclusión de que Harry le debía una muy buena mamada para resarcir eso.

 

Y mientras miraba hacia afuera y pensaba eso, Harry lo empujó contra la ventana y le bajó el pantalón de un solo jalón, calzoncillos incluidos.

 

—¡Potter! ¿Qué jodidos haces? —exclamó Draco mientras se sostenía del alféizar de la ventana para no golpearse contra el cristal. El rápido movimiento no le dio tiempo de reaccionar, la fuerza del empujón casi lo hace perder el equilibrio y de pronto, las manos de Harry en sus caderas le impidieron moverse hacia atrás.

 

—Espera un momento, Draco —jadeó Harry—. Hay algo que siempre he querido hacer.

 

En efecto, las palabras de Harry fueron un jadeo. De tal suerte que su aliento caliente golpeó directamente el trasero de Draco, húmedo y ardiente, provocando que la boca se le hiciera agua y la piel de todo su cuerpo se estremeciera.

 

—Joder, Harry —suspiró a su vez Draco. No se había dado cuenta en que momento Harry estaba de rodillas detrás de él con la boca justo delante de su culo.

 

Ahora que tenía el pantalón hasta los tobillos, su erección pudo liberarse. Draco miró hacia abajo, hacia su entrepierna. Su miembro estaba tan erecto que le golpeaba el estómago, la punta brillante por una solitaria gota de líquido seminal. Jamás en su vida alguien lo había tenido en tal situación de sumisión.

 

Lo peor era que le estaba gustando.

 

—Espera un momento—volvió a decir Harry, como si Draco en verdad estuviera pensando en irse.

 

Draco soltó un gemido ahogado, sin saber si estaba más desesperado por la imbecilidad de Potter o por lo su indecisión a hacer algo ya.

 

Harry paseó sus manos desde las caderas de Draco hasta su culo. Usó casi todos sus dedos para separárselas, ocasionando que Draco hiciera un involuntario movimiento hacia atrás, agachándose un poco para brindarle más acceso.

 

—Dios, Draco —masculló Harry—. Joder, tienes el culo más hermoso que jamás he visto… tengo que…

 

Draco no sabía que era lo que Harry tenía que, pero en ese momento no le importó mucho. Ante sus putas y solas palabras, Draco ya estaba gimoteando. Una de sus manos soltó el marco de la ventana para irse directo a su erección, empezando a acariciarse rudamente, no pudiendo esperar más para hacerlo.

 

Pero Harry lo tomó de la mano y se la retiró de su miembro.

 

—¡Potter! —se quejó Draco. Harry usó su mano para aferrarle la muñeca y sostenérsela justo sobre el alféizar, donde ya no podía alcanzarse.

 

Y así, sin usar las manos ni para acariciar ni para abrirle el culo, simple y llanamente dejó caer su boca sobre él. Draco exhaló fuertemente de la pura impresión, agachándose aún más y tanto, que su frente quedó apoyada justo sobre el helado vidrio de la ventana.

 

Dioses, eso era… era algo que jamás hubiera creído que Potter supiera o le gustara hacer. Al principio, la lengua de Harry se sintió helada, cosquilleando su entrada casi apenas imperceptiblemente. Draco podía sentir también su nariz, justo encima y resoplando aire hirviente justo sobre su sensible piel. Draco tembló cuando la boca de Harry hizo succión justo sobre su entrada, justo como un beso, liberándolo un momento después y usando su lengua para toquetear y penetrar.

 

Sí, eso era. Harry lo estaba follando con la lengua. El simple pensamiento lo hizo gemir más, nunca le habían hecho algo así. En su larga lista de amoríos de una noche y de múltiples polvos rápidos, jamás ningún amante había tenido el cuidado y la dedicación de tratarle así el trasero.

 

Luchó por liberar sus manos pero Harry las apretó más contra la madera restaurada y recién laqueada. Imposibilitado para hacer otra cosa más que sentir y sólo sentir, Draco se empujaba hacia atrás, para tener más, para dar mayor acogida a Harry, a su lengua, a sus besos. Podía sentir claramente como ese pequeño órgano entraba en él, apenas levemente, apenas…

 

—Dioses, Harry… —gimoteó. Quería pedirle más, pero se recordó que los Malfoy jamás suplicaban y se mordió la lengua.

 

Harry continuaba lamiendo, chupando y besando; y había mucho calor, mucha saliva, y ruido de humedad y succión y mierda, joder, mierda, Draco no podía más, necesitaba correrse, necesitaba…

 

Arrastró su frente hacia abajo por el cristal, sorprendiéndose al darse cuenta que estaba sudando, dejando un rastro húmedo por el vidrio. Quedó tan inclinado con Harry detrás que estaba completamente doblado, rogando sin decirlo, implorando sin ser escuchado.

 

De pronto, Harry le soltó una mano. Y antes que Draco supiera porqué, sintió que la lengua de Harry entraba mucho más profundo en su cuerpo. Jadeó ante la sensación, porque era demasiado larga, demasiado dura, demasiado insuficiente… Y fue cuando se dio cuenta.

 

No era su lengua.

 

A Draco nunca nadie se había atrevido a meterle un dedo en el trasero. Nunca. Él lo dejaba bastante claro. No era pasivo ni sumiso, así que ni siquiera dejaba que se lo sugirieran. Por lo tanto, no sabía, joder, no tenía puta idea.

 

De lo bien que se podía sentir.

 

—Ohhh, Dioses… Oh, Harry, sí, sí, eso está bien, oh, sí.

 

Podía sentir la agitada y caliente respiración de Harry como ráfagas sobre su empapada piel, mientras introducía un dedo y exploraba su interior, haciéndolo sentir cosas que nunca había creído se podían sentir, bien, bien, era bueno, pero era desesperante, hasta angustiante.

 

Draco sintió otro dedo buscarle lugar junto al segundo, y la sensación de sentirse así de lleno, así de invadido lo doblegó. Harry comenzó a meterlos y sacarlos una y otra y otra vez y Draco sólo podía gemir y suplicar por algo que no sabía qué era pero que tenía que hacer que esa sensación tan buena pero al mismo tiempo tan jodidamente inaguantable terminara ya. Porque era demasiado: demasiado buena, demasiado confortante, demasiado basta-ya…

 

—¡Basta, Potter! —gimió—. Dioses, no más, haz algo cabrón de mierda, que necesito…

 

Harry sacó sus dos dedos, dejando el culo de Draco extrañamente vacío, dolorosamente insatisfecho. Draco no supo en qué momento se incorporó a su espalda, pero allí estaba, su cara detrás de su nuca, susurrándole en el oído:

 

—¿Qué necesitas, dulce Draco?

 

Aleteó su lengua sobre su oreja, sabiendo Draco donde justamente la había tenido un momento antes, esa caricia sólo provocó que gimiera más.

 

—¡No sé, no sé! —gimoteó en lo que intentó fuera un grito furioso pero que no fue más que un débil y ansioso quejido—. Eso era, era…

 

La polla de Harry se presionó en la hendidura de sus dos nalgas, enorme e hinchada y Draco supo. Supo donde él quería que eso estuviera en ese justo momento. No podía ser cierto y se negó a pedirlo siquiera.

 

—¿Qué era, Draco? —le preguntó Harry frotando viciosamente su erección entre sus nalgas.

 

—Ohhh, joder —decía Draco con los ojos firmemente cerrados, la mano de Harry de pronto en su miembro, el cual escurría ya tanto líquido seminal que Draco podía sentir cómo los dedos de Harry resbalaban gracias a él—. Era… Quiero… quiero más, Harry, por favor…

 

—¿Más de esto?

 

Y con esas palabras, Harry sumergió la punta de su erección entre sus nalgas, buscando el ángulo en que estaba su entrada, metiéndose apenas un poco.

 

Sin ser capaz de decir nada, Draco afirmó frenético con la cabeza, echando la cadera hacia atrás lo máximo que pudo. Harry se retiró, pero antes de que Draco pudiera protestar, ya estaba de nuevo dentro, y esta vez, un poco más.

 

—¿Sabías lo hermoso que eres, Draco?

 

Draco quiso replicar algo ingenioso, pero su lengua ya estaba desconectada de su cerebro. Entonces Harry empezó un vaivén, entrando y saliendo, murmurando obscenidades y palabras dulces sobre la piel de su cuello, dejando más de él dentro del cuerpo de Draco cada vez, y este estuvo completamente perdido. Sentía como se abría, como se expandía… era inmenso, era imposible. Juraba que no podía ser.

 

Pero era.

 

—¿Sabías… —jadeaba Harry sin detenerse y sin esperar respuestas—, lo mucho que… anhelaba hacerte esto?... ¿Sentir el calor de tu cuerpo alrededor de mi… polla?

 

Draco consiguió negar con la cabeza.

 

Con un último empujón, llegó el instante en que sintió la totalidad de Harry dentro de él, su entrepierna chocar contra su cadera.

 

—¿Lo sabes ahora? —suspiró Harry, quedándose quieto tras Draco, completamente sumergido en él.

 

Draco gimió, despreocupado de lo que Harry pudiera pensar de él, extasiado ante el supremo sentimiento de ser invadido de aquella manera. Cada centímetro suyo alrededor de ese miembro temblaba de ansia, de deseo… de una necesidad innombrable que jamás hubiera pensado podía experimentarse al ser penetrado.

 

Pero era tan bueno que dolía. Y Harry parecía no tener prisa, el desgraciado, se había quedado inmóvil, ahí parado detrás de él, con una mano acariciándole lentamente su propia polla y Draco se movió hacia delante haciendo que Harry se saliera y luego hacia atrás, arrancándole al bastardo un gemido ronco y satisfecho que sólo provocó que Draco se enervara aún más.

 

—¡Mierda, Potter! ¡Muévete, por amor a Merlín! —jadeó casi sin aliento, sintiendo como esa sensación sin nombre se acrecentaba a pasos agigantados hasta convertirse en algo insoportable, en una necesidad de algo. Pero Draco no sabía de qué, sólo sabía que necesitaba…

 

Harry comenzó a moverse con tanta rapidez y brusquedad que provocó que la cabeza de Draco golpeara el vidrio con cada estocada. Su miembro entraba y salía de su culo con tanta facilidad que era imposible de creer, su espalda flanqueada por el pecho sudoroso de Potter, su nuca atrapada por la mordida del cretino, haciéndolo gruñir de doloroso placer.

 

La mano de Harry moviéndose rápidamente sobre su miembro, haciéndolo temblar, escurriendo líquido preseminal por la recién pintada pared bajo la ventana.

 

De pronto y justo cuando Draco pensó que eso no podría ser peor, la maldita polla de Harry estaba frotando el interior de Draco, tan adentro y tan íntimo, que el rubio comenzó a aullar, no lo pudo evitar. Levantó la cabeza hacia atrás, jadeando incoherencias, estremeciéndose cada vez que Harry entraba y le tocaba eso, afirmando con frenéticos gestos de cabeza cuando el moreno le preguntó ¿Es ahí, Draco, justo ahí? y corriéndose en su mano, salpicando vidrio, alféizar y toda su puta piel.

En la ventana, por Tsukari Kurukaze
En la ventana, por Tsukari Kurukaze

 

Pudo sentir como su culo se contraía alrededor de Harry, como éste respondía con frenesí a su movimiento involuntario. Acelerando la velocidad de sus penetraciones al tiempo que Draco creía que el alma se le iba con cada disparo de semen hasta terminar. Agotado, Draco se sujetó de los brazos de Harry mientras éste se corría dentro de él, mordiéndole la clavícula, dejándole marcas que a Draco le excitaba el simple pensamiento de poseer, apretando cada dedo como si quisiera clavárselo en la piel.

 

Se quedaron los dos parados contra la ventana, Harry detrás de Draco jadeando con rapidez, todavía abrazándolo, con su miembro reduciéndose a momentos pero aún dentro de Draco, éste sintiendo la esencia de Harry deslizándose lenta y ardiente desde su culo hasta llegar a la suave piel de sus muslos.

 

Todavía respirando agitadamente, Harry soltó a Draco con un brazo y convocó su varita, la cual voló presta desde su pantalón en el suelo hasta su mano.

 

Draco abrió los ojos. No se había dado cuenta en qué puto momento los había cerrado. La luz y claridad de afuera lo golpeó como un visitante inesperado, como un intruso que llega sin ser invitado. Todavía con un brazo apretadamente alrededor del cuerpo de Draco, Harry comenzó a ejecutar hechizos de limpieza sobre los dos.

 

Con voz baja. Draco no pudo evitar recordar.

 

Y aunque no veía a Harry a la cara, pudo imaginar sus ojos. Pudo ver su mirada compasiva y angustiosa, verde y profunda. Llena de incredulidad. La misma que había tenido cuando se sentó a su lado en la cama y lo limpió y vistió antes de sacarlo de su recámara en la Mansión.

 

Los sentimientos lo sobrepasaron y las lágrimas ardientes que hasta ese momento no había dejado fluir, salieron a borbotones, peleando espacio, empapando sus mejillas y arrancándole sollozos sofocados.

 

Y Harry comprendió. Harry supo porqué. Sin decir palabra, giró el tembloroso cuerpo de Draco de frente hacia él y le evitó la vergüenza de mirarlo a los ojos.

 

Simplemente lo abrazó lo más fuerte y seguro que pudo hacerlo, prometiéndole sin hablar que todo iría bien.

 

Jurándole sin emitir palabra, que tendrían que pasar sobre su cadáver antes de permitir que alguien más le volviese a hacer daño otra vez.

 

Y Draco quiso creer.

 

 

 

 

 

 

 

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