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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 9

Acostarnos con quien queremos y cuando queremos es el derecho divino de los gays. No debes desaprovecharlo teniendo sexo con un solo tío ad náuseam. Qué desperdicio de energía.

 

Excepción:

Se podría hacer una excepción si y sólo si el tío en cuestión produce adicción en vez de hartazgo. ¿Cómo negarse a semejante placer?

 

________________________________________

 

 

 

Como Draco no había desayunado, Harry le sugirió irse a casa para prepararle el almuerzo. Todavía avergonzado por su reciente manifestación de sentimientos, Draco aceptó sin atreverse a mirar a Harry a la cara.

 

Se reacomodaron la ropa sin decir más. Harry observaba a Draco sin decidirse a confesarle que sabía ya todo acerca de su plan, que a pesar de estar profunda y locamente enamorado de él aceptaría sólo su amistad, que siempre estaría a su lado y haría todo lo que estuviera en sus manos para proteger su integridad.

 

Pero no lo dijo. No tenía idea de cómo podría reaccionar Draco y lo último que quería era espantarlo justo cuando acababa de convencerlo de regresar a casa.

 

Cuando pareció que ambos estaban listos para partir, Harry buscó los ojos de Draco.

 

—Esto… mm, ¿podrías llevarnos tú a los dos a casa? —le preguntó. Ante la mirada socarrona de su amigo, Harry continuó—: Todavía no me siento muy cómodo apareciéndome por mi cuenta, ¿sabes?

 

—Lo puedo imaginar —respondió Draco sonriendo por vez primera desde que habían terminado de hacer el amor.

 

Mientras Draco se acercaba a Harry y lo tomaba firmemente de un brazo, Harry se vio momentáneamente impactado por su propio pensamiento. Hacer el amor. Él jamás había sentido las sesiones de sexo con Draco como sólo eso. Para él había sido hacer el amor, ni más ni menos.

 

Tragando saliva y cerrando los ojos ante la sensación de la aparición, Harry trató de dejar de pensar en esas cosas.

 

Draco los apareció a ambos en medio de la sala, y Harry, recordando lo que había pasado ahí durante la mañana, usó su varita para convocar todas las cartas que estaban sobre su cama.

 

Sintiéndose repentinamente alegre, Harry sentó a Draco en una silla del comedor, colocándole enfrente toda la correspondencia que había recibido horas antes.

 

—¿Qué es todo esto? —preguntó Draco de mal humor, mirando con el ceño fruncido el montón de cartas. Viendo que todas estaban dirigidas a Harry, sonrió presuntuoso y añadió—: ¡No me digas que te han fundado más clubes de admiradores! Creí que al irse Creevey se acabaría la pesadilla…

 

Harry rodó los ojos.

 

—La culpa de esto es tuya, de hecho.

 

—¿Qué? —preguntó Draco más extrañado.

 

Harry se dio la vuelta y caminó rumbo a la cocina.

 

—Siéntete en libertad de revisarlas si te apetece. Voy a preparar algo para almorzar.

 

Rápidamente y haciendo uso de su varita, Harry le cocinó a Draco un abundante desayuno tardío a base de huevos, salchichas y bacon; también preparó café e hizo tostadas. Llevó todo a la mesa encima de una bandeja y, complacido, observó que Draco estaba revisando las cartas y que tenía en la cara una extraña expresión de satisfacción y sorpresa mezcladas.

 

—Vaya —dijo Draco, haciendo las cartas a un lado y tomando el plato que Harry le ofrecía—. No pensé que la respuesta de la gente sería así de rápida.

 

Harry le dedicó una enorme sonrisa, resistiendo las ganas de abrazarlo y demostrarle su agradecimiento de maneras poco castas. No sabiendo qué decir que no sonara sentimental, optó por quedarse callado.

 

Draco captó su titubeo y lo miró fijamente durante unos segundos, antes de clavar su tenedor en una salchicha y empezar a devorar su comida.

 

—Está bien, Harry —dijo sin mirarlo a los ojos—. No fueron solamente mis recomendaciones, ni que ciertos amigos me hicieran el favor de esparcir el rumor. Ayuda mucho que seas famoso y toda esa mierda. ¿Viste como es la gente? Es competencia y mercadotecnia, solamente. Todos quieren tener de lo mismo cuando han visto que le ha funcionado a otro, sobre todo si ese otro es un desprestigiado mago gay e hijo de un ex Mortífago.

 

—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry mientras su sonrisa desaparecía.

 

Draco se encogió de hombros, como si el asunto de su desprestigio le importara un soberano cacahuete. Y de hecho, así era.

 

—Ya sabes… —respondió después de haberle dado un mordisco a su tostada—. Ese asunto infantil de si él puede, yo también. Y ese tipo de cosas. —Meneó la cabeza en un gesto negativo—. Estoy seguro que muchos se estarán quebrando la cabeza preguntándose porqué no se aventuraron a ser los primeros en solicitar los servicios del grandioso mago inglés, vencedor de Voldemort y esas monsergas.

 

Harry sonrió de nuevo.

 

—Jamás se me habría ocurrido trabajar en algo así. Cuando me liberaron de Azkaban y me di cuenta que mi expulsión de la Academia era un hecho, el mundo se me vino encima. El Ministro charló conmigo y me dijo que, en agradecimiento a mis servicios anteriores y toda esa mierda, lo único que podía hacer por mí era ofrecerme un trabajo de oficina donde yo no tuviera que usar la magia contra las personas.

 

Draco dejó de comer durante un momento, sus ojos se entrecerraron con la más pura indignación.

 

—¿Contra las personas? —masculló—. Maldito Ministro, ¿cómo se atrevió...? ¿Y tú por qué aceptaste?

 

Harry se encogió de hombros mientras usaba su tenedor para juguetear con su comida. A diferencia de Draco, él sí había desayunado y en ese momento no tenía mucha hambre.

 

—Creí que no tenía alternativa.

 

Draco tomó su taza de café y se la llevó a los labios.

 

—Siempre hay alternativas, Harry. Sólo hay que saber buscarlas porque rara vez llegarán solas hasta ti.

 

—O tal vez sea tu mejor amigo quien se encargue de traerlas, ¿no? —dijo con una gran sonrisa—. Esto —señaló las cartas—, es lo que en el mundo muggle llamarían guardaespaldas o agente privado. Tipo de gente que por lo general sabe de armas y de defensa personal, pero con un pasado lo suficientemente negro como para pertenecer a ninguna corporación o sin ganas de ponerse al mando de nadie. Lobos solitarios.

 

—En tu caso, se aplica completamente —dijo Draco tras su taza de café—. Pero más que lobo, eres un león. —Hizo una pequeña pausa mientras depositaba la taza en la mesa y continuaba comiendo de muy buena gana. Por lo general la comida preparada por Harry era recibida por Draco con enorme beneplácito, ya que él era bastante deficiente en ese cometido—. Si yo hubiera sabido que la pasabas así de mal en el Ministerio, te lo hubiera sugerido desde hace siglos. —Miró a Harry a los ojos—. Debiste decírmelo, Harry.

 

La mirada de Draco estaba tan cargada de sentimiento que Harry sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. —Yo, no… pude. Me sentía avergonzado. Y más porque no tenía ninguna razón válida para justificarme ante ti.

 

Se encogió de hombros.

 

—¿Y cuál vas a aceptar primero? —preguntó Draco antes de tomar un gran bocado de huevo frito.

 

Harry suspiró. Le producía un curioso sentimiento tener tanta variedad de trabajos a escoger. Se sentía como el niño que, dentro de una dulcería, le dicen que todo lo que abarcaban sus ojos es suyo, pero solamente de uno a la vez.

 

—No lo sé. Supongo que primero optaré por uno de los mejores renumerados para darle un incremento significativo a mi cuenta en el banco. Pero a la larga terminaré trabajando para todos.

 

—¿Para todos? —Draco lo miró arqueando las cejas y sonriendo condescendiente. Cogió una de las cartas, una escrita en un pergamino tan viejo que parecía que se desharía—. ¿Incluso para este ancianito que quiere que vayas y saques un boggart de su refrigerador?

 

—Incluso para él. Y para todos. Si están recurriendo a mí, seguramente es porque el Ministerio les ha dado la espalda o ellos ya no son lo suficientemente capaces para lidiar con ese tipo de problemas mágicos. No todos los magos son poderosos ni hábiles, Draco —concluyó Harry.

 

—Dímelo a mí que estudié junto a Crabbe y Goyle —afirmó Draco asintiendo con la cabeza. Suspiró y, moviendo a un lado las sobras de su desayuno, se estiró sobre la silla—. Dioses, estoy muerto. Anoche no dormí nada bien, el hotel donde me quedé estaba lleno de fantasmas de ésos que se la pasan arrastrando cadenas.

 

Harry asintió, tratando de imaginar a Draco durmiendo lejos de él y sintiéndose terriblemente desolado por eso. La noche anterior había sido también un infierno para él. Después de tres años de dormir bajo el mismo techo que Draco, se había acostumbrado a la sensación de saber que el rubio estaba con él a pesar de dormir en cuartos separados. Era un alivio y un confort.

 

Draco se puso de pie, sacó su varita y levitó los restos de su desayuno hasta la cocina.

 

—Te prometo que después de la siesta regresaré y lavaré los platos, ¿de acuerdo? —le dijo a Harry.

 

—No hay problema —dijo Harry sorbiéndole a su café y saboreando la idea de irse a su cama a dormitar un rato también. El hecho de saber que Draco ya estaba en casa seguro lo haría caer como tronco durante un largo rato—. Que descanses. Yo también iré a acostarme un rato.

 

Durante unos pocos segundos, Draco lo observó a los ojos detenida y curiosamente, pero no dijo nada. Nervioso por el escrutinio, Harry intentó no desviar la mirada. Entonces, Draco se dio la vuelta y se alejó hacia su habitación.

 

Harry lo siguió disimuladamente con la mirada, sintiendo una terrible mezcla de sentimientos debatiéndose en su interior. Le causaba una felicidad enorme tenerlo de nuevo en casa, que lo hubiese perdonado. Se sentía libre al haberse confesado. Pero, al mismo tiempo…

 

Escuchó a Draco cerrar la puerta de su cuarto y soltó un profundo suspiro, el cual le dolió más de lo que hubiera querido creer.

 

Se había terminado. Lo que había sucedido entre Draco y él, lo que fuera que hubiera pasado, se había terminado. Seguramente esa noche su amigo volvería a los clubes, junto a Cliff y en busca de lo de siempre. Baile, bebida y chicos con quien follar.

 

Repentinamente angustiado, Harry se tragó el contenido de su taza y la depositó en la mesa tan fuerte que casi rompe la porcelana. Se dio cuenta de que las manos le estaban temblando y se preguntó cómo, en nombre de todos los dioses, iba a poder soportar aquello.

 

Torciéndose los dedos, se aferró a su anterior decisión. Tenía que hacerlo. Era eso o perder la amistad de Draco, y esto último, no era una opción.

 

La puerta del cuarto de Draco se abrió de nuevo y Harry volteó bruscamente hacia el pasillo.

 

Draco no salió. Pero su voz llegó hasta Harry, fuerte y clara, pero escondiendo en sus palabras ansiedad y deseo. Percatarse de eso agitó el alma del moreno.

 

—Harry, ¿quieres venir a acostarte aquí?… ¿Conmigo?

Cuántas horas durmieron, Harry nunca lo supo. De lo único que fue consciente al despertar fue que Draco estaba aferrado fuertemente de su cuerpo, que tenía su cabeza apoyada en el hueco formado entre su pecho y su brazo y que tenía en la cara una expresión de paz.

 

La habitación estaba empezando a quedarse a oscuras; tras la ventana, las luces de la calle estaban encendidas ya. Era casi de noche. Harry se maravilló. Tenía años que no tomaba una siesta así, y realmente se sentía muy bien.

 

Uno de sus brazos estaba debajo de la espalda de Draco, atrapado entre la cama y él. Harry miró fijamente al rubio, y creyendo que estaba lo suficientemente dormido como para no sentirlo, usó el otro brazo para pasárselo por encima, a la altura de su pecho. Draco sólo gruñó un poco pero no despertó.

 

Envalentonado, Harry lo apretó contra su cuerpo. Hundió la nariz en su cabello y cerró los ojos deseando poder quedarse así para siempre, preguntándose ansioso cuándo terminaría, hasta cuándo Draco lo dejaría acercarse así a él.

 

No tenía idea y la incertidumbre lo estaba matando. Deseaba a Draco con todas sus fuerzas. Lo amaba. Pero encima de todo eso, lo consideraba su mejor amigo. Y firme a su propósito de no perder su amistad, lo único que le restaba era continuar cerca de él mientras Draco lo permitiera. Pero saber que estar así (los dos abrazados y en la misma cama) no sería para siempre, lo lastimaba mucho más de lo que había pensado.

 

Entre sus brazos, Draco se removió y su respiración se tornó más agitada. Durante un segundo, Harry se avergonzó de ser sorprendido abrazándolo con semejante anhelo y estuvo a punto de soltarlo, pero al final decidió que no haría tal cosa. Quería a Draco y de ese momento en adelante no se abstendría en demostrárselo, pensara el rubio lo que pensara. Que se jodiera.

 

—Harry —sonó la voz ahogada de Draco, pues tenía la cara volteada hacia el pectoral del moreno.

 

Ambos estaban completamente vestidos, pues antes de acostarse sólo se habían sacado los zapatos. Draco había invitado a Harry a dormir con él y no había vuelto a decir palabra. Correspondiendo, Harry había entrado a su habitación y recostado a su lado sin decir nada.

 

—¿Sí? —dijo Harry con la boca seca, pensando que Draco estaba a punto de pedirle que saliera de ahí.

 

—La tienes dura.

 

Harry sintió que la sangre le abandonaba la cara. Bajó los ojos y se dio cuenta que era verdad: ahí estaba, un enorme bulto en sus pantalones. Evidente y culpable. Tragó saliva.

 

—Como todos al despertar, ¿no? —dijo a modo de defensa, aunque no estaba muy seguro de que eso fuera verdad.

 

Draco no respondió, pero Harry podía escuchar su respiración agitándose cada vez más. No podía verle la cara, pero estaba seguro que tenía los ojos clavados en su erección y eso… Dios, eso… Bastó para que se le pusiera más dura de lo que la había tenido jamás.

 

Escuchó a Draco soltar una risita y sintió su cuerpo agitarse levemente.

 

Harry aflojó un poco su abrazo, empezando a sentirse ahora sí un poco avergonzado. Draco estaba acostado de lado, por lo que Harry no podía ver si él estaba excitado o no.

 

—No seas gilipollas y no te burles, ni que fuera cosa del otro mundo —le dijo Harry—. Ya se me pasará.

 

Draco continuó sin decir nada. Harry comenzó a respirar profundamente y a tratar de pensar en cosas que fueran lo que sea menos pasionales, con la ilusión de deshacerse de aquello lo más rápidamente posible. Pero parecía no estar funcionando mucho.

 

Sintió un cosquilleo en el muslo que estaba del lado de Draco y tardó unos segundos en darse cuenta que eran sus dedos. El rubio le estaba acariciando por encima de los vaqueros, pasando las puntas de sus largos dedos hacia arriba y hacia abajo, rozando apenas a unos centímetros de su erección.

 

—¿Draco, qué haces? —preguntó Harry con voz ronca.

 

Por toda respuesta, Draco llevó sus dedos hasta el bulto de Harry y comenzó aquel desquiciante roce justo encima, y Harry tuvo que cerrar los ojos y morderse los labios para no gemir.

 

Draco estaba trazando con sus dedos la forma de su pene, desde la punta hasta la base, la forma de sus testículos y de nuevo, de regreso a su dura erección. Como si tratara de guardárselo en la memoria. Sintiendo que su pulso se aceleraba, Harry abrió los ojos para seguir observando.

 

Se quedó congelado. Draco, sin decir palabra, había comenzado a desabrocharle los vaqueros.

 

Harry soltó a Draco y se aferró fuertemente a las sábanas a los costados de su cuerpo. Los dedos de Draco terminaron de bajarle la bragueta y, hurgando bajo sus calzoncillos, liberaron su erección.

 

Y ahí, en la semi oscuridad de la recámara de Draco, sin prisas y con un trato tan suave que casi parecía devoción, Draco comenzó a acariciar el miembro de Harry con su mano completa, de arriba abajo y toqueteándole la punta con un dedo, aferrando toda su erección y deslizando su mano hasta acunar delicadamente sus testículos, antes de regresar hacia arriba y volver a hacer lo mismo.

 

Draco levantó la cabeza hacia Harry y lo miró a los ojos. Harry le correspondió la mirada y se dio cuenta que Draco tenía la suya nublada de placer y de algo más que era imposible definir, pero que estaba ahí y le sacudía la mente y el corazón.

 

—¿Te gusta, Harry? —preguntó el rubio en voz baja. Ni una nota de burla o sarcasmo en su tono, sólo sensualidad y lujuria.

 

—Mucho, Draco —susurró Harry—. No pares, por favor.

 

Draco le dio un particularmente duro apretón que lo hizo gemir, mientras lo miraba profundamente.

 

—¿Cuándo?

 

Harry estuvo muy ocupado gimiendo durante varios segundos antes de poder contestar.

 

—¿Cuándo… qué? —resopló.

 

—¿Cuándo querrás que pare, Harry?

 

En medio del placer vicioso que Draco le estaba proporcionando, Harry tuvo que hacer acopio de todo su valor Gryffindor para concentrarse en la pregunta de su amigo. Volvió a enfocarse en sus ojos y supo que la pregunta de Draco iba más allá, que se refería a la extraña relación que se estaba gestando entre ellos.

 

Su corazón hubiera gritado Nunca, Draco. No quiero que esto pare nunca. Pero sabía que eso no era lo que Draco quería escuchar. Tragando fuerte y casi sobrepasado por la ardiente atención de Draco sobre su erección, masculló:

 

—Hasta el momento que tú quieras, Draco. Sin compromisos. Y jamás me perderás como amigo. Lo ju…

 

No alcanzó a realizar su juramento. Draco sonrió satisfecho, demostrándole al moreno que había estado en lo correcto y premiándolo con un húmedo lengüetazo por todo lo largo de su erección.

 

Para decepción de Harry, Draco se alejó. Pero lo había hecho para hincarse en la cama, justo a su lado, y entonces, le bajó los pantalones por completo, llevándose también su ropa interior en el proceso. Harry, todavía sin creer que Draco deseaba continuar teniendo sexo con él, que deseaba continuar con él, levantó las caderas para facilitarle el trabajo, jadeando tanto de placer como de asombro.

Draco le sonrió para agradecerle el gesto. Arrojó los pantalones de Harry a un lado y de inmediato, sus ojos se lanzaron como dardos hacia su erección. A la hermosa y totalmente erecta polla de Harry. A Draco se le hizo la boca agua ante la mera imagen y, tragando saliva, se inclinó sobre el cuerpo de Harry porque sentía la urgencia de probar.

 

No era muy bueno dando mamadas. Mejor dicho, no era bueno, a secas. No tenía mucha experiencia en el rubro, pues en su enorme y larga lista de polvos de una noche jamás se había tomado el cuidado para lamer o chupar el miembro de su compañero. Simplemente no era cosa que se le antojara demasiado.

 

Pero con Harry era diferente. La sola imagen de aquel miembro completamente endurecido y que apenas unas horas atrás había estado dentro de su cuerpo, le producía una sensación de antojo que jamás había experimentado. Era una polla extraordinaria, bonita, gruesa… y era la de Harry.

 

Harry, por quien Draco la había tenido permanente dura desde hacía tres años. Harry, en quien Draco pensaba cuando se follaba a cualquier otro más. Harry, que era ingenuamente bello, insospechadamente guapo, extraordinariamente genial.

 

Harry.

 

Que había aceptado a Draco hasta el momento que el quisiera. Sin compromisos ni ataduras. La perspectiva era grandiosa y Draco se entusiasmó ante eso mucho más de lo que hubiera estado dispuesto a aceptar.

 

Se inclinó sobre Harry y lo escuchó retener el aliento. Incapaz de mirarlo a los ojos, sacó tentativamente la lengua un poco y lamió la punta, recogiendo con su suave músculo la pequeñísima e invisible gota de preseminal que Harry tenía ahí. Sintió el cuerpo de Harry tensarse bajo su peso, y esa reacción lo animó a continuar.

 

Bajó un poco la cara y le dio largos lengüetazos a un lado de cada testículo, justo en el lugar donde terminaban las piernas, sintiendo en sus labios y mejillas la suave piel de Harry, intoxicándose con su varonil aroma y su ligero sabor salado. Con la nariz, hurgó la morena y sedosa piel de los testículos, abriendo la boca por puro reflejo y tomando uno de ellos dentro de su boca.

 

Harry gimió y dio un brinco sobre la cama, dándole valor a Draco, quien se permitió una sonrisa engreída. Vaya, para ser su primera vez en serio no lo hacía tan mal.

 

Repitió el mismo movimiento con el otro testículo, obteniendo más de ese Harry a punto de disolverse sobre la cama a base de puros quejidos, gemidos y movimientos de serpiente. Sintió un tirón en el cabello y apenas en ese momento se dio cuenta que Harry le estaba sujetando con sus dos manos, animándolo a proseguir y casi imperceptiblemente, jalándolo hacia arriba.

 

Draco comprendió. Dejó los testículos y pasó su lengua, húmeda y ansiosa, por toda su dureza. Llegó hasta la punta de nuevo y la sumergió dentro de su boca, chupando, sorbiendo, volviendo loco a Harry. Inclinándose sobre él y apoyado sobre sus rodillas para tener mejor acceso, Draco tomó la base de la erección de Harry con una mano mientras se dedicaba a meter en su boca lo más que podía, sintiendo la punta del miembro de su amigo golpearle el fondo de la garganta.

 

Era imposible que Harry pudiera gemir más de lo que ya hacía en ese momento. Era imposible que la pudiera tener más dura. Era imposible que suplicara más.

 

Draco aplastaba su lengua contra él, apretaba su mano alrededor de él, muriéndose del deseo, devorando, chupando, saboreando; jamás se cansaría de eso, de ese sabor, de ese tacto suave y firme contra su lengua y del aroma… Dios, su aroma.

 

Debajo de sus propios pantalones la tenía tan dura que sentía que le explotaba. Con la mano que tenía libre, luchó contra su bragueta y su botón, quitándose lo más rápido que pudo sin separar la boca del miembro de Harry. Necesitaba tocarse o sino explotaría.

 

—Oh, Dios, Draco… —jadeó Harry cuando Draco le dio una chupada particularmente fuerte y Draco no pudo más, se llevó su propia mano hasta su necesitada erección, acariciándose tan duro que estaba seguro eyacularía primero que Harry.

 

Jamás se hubiera imaginado que hacerle una mamada a alguien le pudiera poner tanto. Harry empujó sus caderas contra él; durante un breve momento estuvo seguro que la totalidad de la polla de Harry estaba en su boca y el pensamiento de eso fue tan viciosamente erótico que no pudo soportarlo más.

 

Liberó la erección de Harry y se arrastró por su cuerpo hacia arriba, llegando con su cara hasta la del moreno y fundiéndose con él en un apasionado beso. Sintió la húmeda polla de Harry rozar la suya, completamente seca, y la sensación fue avasallante.

 

Gimió y subió más. Dioses, era increíble, era… necesitaba esa polla dentro suyo, era suya, era… Necesario. Pellizcando los pectorales de Harry de pura ansiedad, se arrastró más hacia arriba, elevando sus piernas hasta lograr tener los pies plantados sobre la cama, sentándose a horcajadas sobre Harry.

 

El moreno le ayudó sosteniéndolo del culo, tomando cada una de sus nalgas con sus manos y oprimiéndoselas de modo indecente, posesivo, llevando un par de dedos casi hasta su entrada.

 

Y sin preparación previa ni lubricante, nada más que el deseo de ambos, desnudo y salvaje, Draco se dejó caer sobre la durísima erección de Harry, empalándose en él sin más humedad que la su propia saliva.

 

Lentamente, controlando la velocidad conforme su entrada se acostumbraba a semejante invasión, Draco se fue sentado sobre Harry, mordiendo su lengua mientras el otro siseaba de placer.

 

Llegó el instante en que Draco quedó completamente sentado sobre Harry, con la totalidad de éste dentro de él. Harry suspiró sonoramente y llevó una mano hasta la propia erección de Draco, la cual se erguía completamente casi pegada al estómago del rubio.

 

Draco gimió cuando Harry comenzó a acariciarlo con largos y lentos movimientos. Sosteniéndose del pecho del moreno, comenzó a levantarse de él, dejándose caer nuevamente con la mayor suavidad que pudo hacerlo. Debajo suyo, Harry parecía estarse muriendo.

 

Draco se aferró a los pezones de Harry mientras abría los ojos. Se sorprendió al descubrir que Harry los tenía abiertos y lo miraba con tanta devoción que Draco se sintió conmovido.

 

—Draco…

 

Draco arqueó las cejas en respuesta. No podía hablar. Sabía que si lo intentaba no podría hacerlo. Aumentó la velocidad de sus movimientos de sube y baja sobre Harry, y éste por inercia imitó el ritmo en las caricias que le prodigaba sobre su miembro.

 

Con la otra mano, Harry le acunó la nuca y lo jaló para besarlo de nuevo.

 

Draco se lo permitió durante unos momentos, pero su total atención estaba ya en la sensación de estar siendo follado teniendo él el control. No pudiendo responder más que a las descargas de placer que el miembro de Harry le mandaba por todo el cuerpo, separó su rostro para incorporarse sobre el moreno y lograr que su polla encontrara su próstata.

 

Clavó la vista en los labios rojos e hinchados de Harry. Esos labios que repetían su nombre una y otra vez entre meros suspiros y que eran música en sus oídos, que lo llamaban como nunca antes nadie lo había hecho. Y lo único que su derretido cerebro podía pensar era que estaban tan bellos que deseaba besarlos, comérselos y tenerlos pegados a él para siempre porque habían dicho que siempre estarían a su lado mientras Draco lo quisiera así, porque lo transportaban al cielo, porque eran…

 

Suyos.

 

Dejó los pezones de Harry para atrapar su cara, acariciando sus labios con los pulgares. Vio a Harry abrir un poco la boca, jadeando, lamiendo la punta de sus dedos, y Draco quiso escuchar de nuevo, quiso verlos decir su nombre. Lo que fuera. Mientras no fuera el nombre de otro, de nadie más. Jamás.

 

Pensando en que Creevey siempre había sido el pasivo, Draco se enfureció repentinamente. Apretó el culo y comenzó a moverse con más fiereza sobre Harry, consiguiendo que el moreno se arqueara bajo su cuerpo y aullara su nombre. Una vez más.

 

Draco sería lo mejor que Harry hubiera tenido. Sería mucho mejor que Creevey. Harry jamás volvería a extrañarlo teniendo a Draco a su lado. Y lo haría gritar su nombre las veces que fuera necesario hasta que borrada de su cuerpo, mente y lengua cualquier rastro del gilipollas Parker.

 

Pero Harry ya no lo dijo más, sólo gemía. Gemía sin control, deliciosamente. Draco se movió un poco, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás, empujando su cuerpo mientras sus caderas subían y bajaban cada vez con mayor velocidad, provocando que la maldita y dura y deliciosa polla de Harry prácticamente le quemara la próstata y lo mandara en una espiral de placer indecible y asfixiante y…

 

Se corrió y abrió la boca lo más que pudo en un esfuerzo por atrapar un poco de aire. La mano de Harry sobre su erección no dejó de moverse sobre él hasta que liberó la última gota de semen, sintiendo con nitidez la manera en que su ano se apretaba alrededor del miembro de Harry, provocando que el moreno liberara un gemido ronco, largo y gutural y se vaciara también dentro de él.

 

Las manos de Harry lo tomaron de los brazos, empujándolo hacia abajo. Draco, más muerto que vivo, se dejó hacer. Se permitió ser abrazado por Harry, ser acunado sobre su pecho.

 

Suspirando de contento, sin importarle el desastre de semen y sudor que se sentía entre su cuerpo y el de Harry, Draco cerró los ojos. No tenía idea cuánto duraría eso, pero lo increíble e indecible estaba ocurriendo: cada vez que hacían el amor le gustaba más y más y Harry no dejaba de parecerle atractivo.

 

—Eres como una jodida droga, Harry —masculló y sin esperar respuesta, volvió a quedarse profundamente dormido.

Draco salió de la ducha con una toalla envuelta en la cintura, lo que era un poco absurdo si consideraba que no había nadie en casa que pudiera verlo.  Con el ceño fruncido y de evidente mal humor, fue hasta su armario y buscó entre sus ropas algo ligero para ir esa noche a un club con Cliff. No tenía muchas ganas de hacerlo, pero le había prometido a Harry que lo haría y Cliff no había dejado de darle la lata, así que ahí estaba. Cumpliendo con su deber y su palabra.

 

Sacó unos vaqueros ajustados y una camiseta azul marino. No tenía idea de porqué, pero no quería verse muy llamativo. Aunque claro, si veía algún chico lindo con quién follar siempre disponía de otros recursos para atraer su atención. Draco sabía bien cómo sacar partido de su atractivo.

 

Sonriendo presuntuoso y sabiendo que debería sentirse emocionado, comenzó la labor de vestirse. Terminando, regresó al baño a peinarse. Se miró a los ojos en el espejo y tuvo que reconocer ante su imagen que no había nada que lo emocionara menos que follar con otro que no fuera Harry.

 

Y no entendía por qué.

 

Tocaron la puerta y sabiendo que era Cliff, se dio el último vistazo ante el espejo y salió a abrirle a su amigo.

—Y, ¿cuándo vuelve Harry?

 

Draco rodó los ojos.

 

—Mañana en la noche, Cliff. Te lo dije desde el día que se fue, hace dos semanas.

 

—Mmmm —fue toda la respuesta de Cliff mientras caminaban hacia su pub favorito. Se mantuvo echándole furtivas miradas a Draco como lo había estado haciendo desde el día que Harry se había largado a Grecia a trabajar—. Harry es increíble, cada día que lo conozco me sorprende más. Mira que no cualquier novio te dejaría continuar con tu horrible vida de degenere y libertinaje mientras él está de viaje. Ahora entiendo por qué lo quieres tanto…

 

—Harry no es mi novio —espetó por enésima vez Draco, interrumpiéndolo—. Te lo he repetido hasta el cansancio. No somos novios. Simplemente, somos… —se encogió de hombros mientras clavaba la vista en la acera frente a sus pies—, amigos con derecho, o algo así.

 

—Claro, claro… con derecho a joder con cualquier otra persona, ¿no? —comentó Cliff en tonito de burla—. Tal como tú no lo has hecho desde que Harry se fue.

 

—Cierra el pico, Collier —respondió Draco de peor humor.

 

Cliff soltó una risita y Draco fingió no escucharlo. No quería ni pensar en el motivo por el que, en esas dos semanas que Harry llevaba fuera, sus más cercanas experiencias al sexo habían sido la ducha y su mano derecha, y nada más.

 

No era que realmente echara de menos a Harry. Claro que no. Nada tenía que ver que cada paja que se había hecho durante todo ese tiempo hubiera sido en honor del moreno, ni tampoco que hubiese salido del apartamento solamente para ir a trabajar. Ni que hubiese hecho oídos sordos a cada súplica de Cliff de ir a bailar con él, ni que el mejor momento del día fuera cuando la vieja Hedwig llegaba con la diaria carta prometida.

 

No tenía nada que ver.

 

Simplemente era algo normal. Extrañar a su compañero de apartamento era algo normal y que se podía esperar después de tres años de convivencia. Era como esas piedras en el zapato, que cuando te las quitas no puedes más que darte cuenta cómo te habían estado molestando. Eso era, nada más.

 

—Me pregunto si Harry habrá aprovechado el tiempo mejor que tú —comentó Cliff con la que decididamente era la más maléfica de las intenciones. Suspiró larga y sonoramente antes de agregar—: Con lo guapos que son los griegos, ¿verdad?

 

Draco sintió que un escalofrío de la más pura rabia le recorría la piel desde la nuca hasta los pies. Él mismo ya había pensado eso y no había sido agradable hacerlo. Rotundamente se había negado a que la sola idea volviera a pasarle por la mente, pero claro que siempre había almas caritativas como Cliff Collier para hacer las cosas por ti.

 

—Me dará mucho gusto si lo hace, ¿sabes, Collier? —respondió en tono glacial y mirando a Cliff por el rabillo del ojo—. De hecho, creo que sería un franco estúpido si no aprovecha el montón de carne fresca que tendrá a su disposición.

 

Cliff volvió a reírse entre dientes, claro indicativo de que no había creído ni una palabra de lo dicho por Draco. No era que a Draco le importase. Hacía mucho que había aprendido que las falsas apariencias no resultaban con Cliff.

 

Se tomaron un par de cervezas en un pub y después emprendieron camino a uno de sus clubes favoritos, el Heaven. Draco se mantuvo atento mientras buscaba algún candidato entre la multitud, pero no había nadie de su gusto. Esa noche parecía que era la noche “saca a los feos a pasear”.

 

Cliff se largó a bailar, logrando ligar al menos un par de veces antes de volver con Draco y mirarlo con ojos incrédulos.

 

—¿Nada, Draco? —le gritó para hacerse oír sobre la estridente música, ostentando un gesto en la cara que era más de burla que de fingida preocupación—. ¿Qué van a decir tus admiradores? ¡Tu prestigio se irá a pique!

 

Draco estuvo a punto de abrir la boca para replicar algo bastante grosero cuando la presencia repentina de dos chicos en su mesa lo interrumpió. Se sentaron cada uno a un lado de ellos sin esperar a ser invitados. Cliff abrió mucho los ojos y la boca; cada chico llevaba en las manos un par de bebidas con el claro propósito de invitarlos. Eran bastante atractivos, aún para los estándares de Draco.

 

Cliff, quien estaba acostumbrado a no tirar tan alto, parecía no poder creer en su buena suerte.

 

—¿Qué hay, chicos? —saludó uno de los recién llegados, uno fornido de cabello castaño y ojos almendrados—. ¿Podemos unirnos?

 

Cliff parecía querer dar saltitos en su sitio. Draco frunció el ceño mientras respondía:

 

—Creo que ya se han unido, ¿no? ¿Para qué pregun…? ¡Auch!

 

Después de asegurarse que su patada había dado en el blanco y había sido lo suficientemente dura como para callar a Draco, Cliff tomó una de las bebidas que los chicos les ofrecían y comenzó a sorber con todo gusto.

 

—Gracias, chicos, todo un detalle de su parte. Nosotros somos Cliff y Draco. Y, ¿ustedes?

 

El chico de cabello castaño le echó una rápida mirada al otro, uno de cabello rubio cenizo. Draco enarcó una ceja al tiempo que se frotaba el lugar donde Cliff lo había golpeado.

 

—Yo soy Danny y él es John —respondió el rubio después de titubear un momento. Draco podía apostar la mitad de su ropa de diseñador que eran nombres falsos—. Mucho gusto.

 

—El gusto es nuestro, ¿verdad, Draco? —insistió Cliff, mirando a su amigo con un gesto que decía si por tu culpa no me ligo a uno de éstos, lo pagarás.

 

—Sí, claro —respondió Draco en tono mordaz.

 

Nadie pareció notarlo.

 

Pronto, Cliff se vio inmerso en una charla con los dos chicos, los cuales le confesaron ser nuevos en el barrio pues tenían poco de haberse mudado al centro de Londres. Le preguntaron a Cliff acerca de los mejores lugares para bailar y ligar, y Cliff estaba exuberante desplegando sus conocimientos acerca del tema en cuestión.

 

Casi sin darse cuenta y más aburrido que una ostra, Draco tomó una de las bebidas que los chicos habían llevado a la mesa. Comenzó a bebérsela mientras los escuchaba hablar.

 

Cierto era que cualquiera de los chicos era lo suficientemente atractivo hasta para él. Cierto era que en otros tiempos (entiéndase, antes de Harry) Draco hubiera pasado de Cliff y se los hubiera llevado a ambos al cuarto oscuro a follar. Imaginó un emparedado entre los dos y casi sonrió cuando comenzó a tener una erección. Vaya, menos mal. Eso quería decir que no estaba del todo oxidado.

 

Más satisfecho con él mismo, apoyó la espalda contra su asiento para observar mejor a los chicos y decidirse por uno de una vez. Aunque… había algo que no encajaba, aunque Draco no podía distinguir con exactitud qué era.

 

Los miró disimuladamente durante minutos completos fingiendo que estaba escuchando su conversación. Y de pronto, descubrió qué era lo que no estaba bien: ninguno de los dos estaba coqueteando realmente ni con Cliff ni con él. De hecho, Draco casi podía jurar que, a veces cuando Cliff estaba distraído, a ambos se les ponía la cara como si estuviesen tragando limón. Además miraban sus relojes con cierto nerviosismo, como si tuviesen algún compromiso próximo o…

 

¿Qué demonios…?

 

Antes de darse cuenta, Draco ya se había terminado su bebida. Dejó el vaso en la mesa sintiéndose demasiado mareado. Intentó pensar en cuántos tragos se había tomado esa noche, pero no pudo recordarlo. ¿De verdad habrían sido tantos como para que se pusiera borracho?

 

Cliff parecía estar igual. Draco parpadeó repetidamente, tratando de aclararse la mente. Pero ésta parecía habérsele apagado. Un extraño sentimiento de pánico comenzó a angustiarle el corazón. Se sentía indefenso y esa sensación no le gustaba en absoluto. Se palpó el pantalón en busca de su varita, y al sentirla en uno de sus bolsillos, respiró más tranquilo.

 

Pero, aún así…

 

El chico que dijo llamarse John se puso de pie y anunció:

 

—Bueno, me parece que ya ha sido suficiente de charla, ¿no crees, ehm, Danny?

 

El otro también se paró y meneó la cabeza hacia la puerta del club.

 

—Draco, Cliff, ¿les gustaría acompañarnos a casa? —Arqueó las cejas en lo que tal vez el inepto intentaba fuera un gesto seductor, pero que a Draco le causó tanta gracia que, de haber podido, se hubiese reído en su cara.

 

Cliff se incorporó rápidamente y casi se cae. Uno de los chicos, el que estaba más cerca de Cliff (Danny o John o Draco no sabía quién) lo cogió de un brazo para que no se desplomara hacia atrás. Pero en cuanto Cliff estuvo bien y logró retomar su equilibrio otra vez, el tipo lo soltó como si le hubiera quemado la mano.

 

Draco se rascó la cabeza sabiendo que algo no estaba bien pero demasiado mareado y confundido como para saber qué era. Parecía como si, cuando estaba a punto de atrapar la idea, ésta se le escurría de la mente hasta un rincón donde no la podía coger.

 

Raro, raro, raro. Era todo lo que podía pensar, pero no estaba muy seguro de por qué.

 

Los dos tíos se encaminaron a la salida cuando parecieron estar seguros de que Draco y Cliff los seguirían. Cliff comenzó a caminar tras ellos y Draco lo tomó bruscamente del brazo, casi provocando que ambos cayeran sobre la mesa recién desocupada.

 

—Essspera, Cliffff —dijo Draco arrastrando las palabras aunque no era su intención hacerlo—. Hay algo… aquí hay. Que no me huuuele… Bien.

 

—¿De qué hablas, Draco? —preguntó Cliff un poco menos titubeante que Draco—. Estos tipos son unos bizzzcochos y yo… no me los voy a perder. Quédate tú si quieres y essspera a tu Harry del alma —completó Cliff un tanto molesto.

 

—No, no —intentó explicarse Draco, pero su mente parecía ir más rápido que su habla. Demonios, ¿por qué su lengua estaba tan lenta y no le obedecía?

 

Pero Cliff no se quedó a escuchar su argumento. Caminó lo más rápidamente que su mareado cuerpo le permitió hacerlo, yéndose a alcanzar a los otros dos que ya en ese momento habían salido a la calle.

 

Draco, quien tenía un fuerte presentimiento negativo acerca de todo eso, no tenía la intención de dejar a Cliff a solas con dos desconocidos. Bueno, al menos no con dos desconocidos que eran tan raros.

 

Tenía que convencerlo que eso no estaba bien. No sabía bien porqué, ni tenía una explicación convincente, pero sabía que así era.

 

Lo más rápido que pudo, caminó detrás de Cliff sin lograr alcanzarlo. Lo miró atravesar la puerta y él hizo lo mismo. Ya en la calle, el aire helado de la madrugada lo golpeó en el rostro y ocasionó que su mareo se incrementara más. Tuvo que aferrarse al marco de la puerta del club para no caer.

 

Percibiendo la sensación de pánico y preocupación incrementarse a pasos agigantados, miró a ambos lados de la acera en busca de Cliff. Lo encontró. Estaba con los otros dos, a unos metros de distancia. Los tres estaban parados como si esperaran por él.

 

Intentando imprimirle a sus pasos una estabilidad que estaba lejos de sentir, Draco caminó hacia ellos. Llegó a un lado de Cliff, que tenía la sonrisa más idiota que Draco le había visto jamás —y eso ya era decir— y lo cogió fuertemente de un brazo, jalándolo hacia él.

 

—Nos vamos a casa, Collier —le masculló de manera que los otros dos no oyeran.

 

—¿Qué? ¡No, Draco! No seas aguafiestas… —se rebeló Cliff tratando de zafarse del agarre de Draco.

 

—¡No estamos bien! —casi le gritó Draco, comenzando a enojarse por la terquedad de su amigo. Inclinó la cabeza y le susurró junto a la oreja, lo más bajo que pudo—: Estoy seguro que éstos imbéciles nos pusieron algo en la bebida, me siento demasiado…

 

No pudo terminar la frase. De pronto, una varita estaba frente a su cara, y otra, apuntando al pecho de Cliff. Draco soltó a su amigo e intentó buscar la suya propia, pero antes que pudiera conseguirlo, todo se oscureció a su alrededor.

Feliz de estar de nuevo en Inglaterra, Harry usó la red flu para llegar a casa desde la sección mágica del aeropuerto Heathrow. Salió de su chimenea lo mas cuidadosamente que pudo y frotándose la pierna derecha, ya que la maleta lo había golpeado en medio de las turbulencias del viaje por la red.

 

Depositó la maleta en el suelo y sacó su varita para limpiarle el hollín, así como de su ropa y él mismo, mirando alrededor del oscuro apartamento. Acababa de ponerse el sol y sin ninguna luz encendida, el lugar estaba en penumbras ya. Ese día era domingo y por lo regular Draco no salía a bailar, por lo que Harry se preguntó en dónde estaría en ese momento.

 

Volvió a coger su maleta y se encaminó a su habitación, sintiéndose un poco turbado. Las dos últimas cartas que le había mandado a Draco no habían sido respondidas por éste, y casualmente coincidían con las fechas posteriores a la noche que Draco se había ido a un club con Cliff.

 

Apretando los dientes, Harry casi podía jurar que Draco había vuelto a las andadas. Nada que él pudiera hacer por evitarlo, por supuesto. Pero durante un mes había creído ingenuamente que, de cierta manera, el rubio le estaba siendo fiel.

 

Colocó la maleta sobre su cama y suspirando, procedió a vaciar el contenido. Después de haberle dicho a Draco toda la verdad acerca de lo ocurrido en el pasado y que habían terminado haciendo el amor en su casa de Richmond y posteriormente en la cama de Draco, Harry se había tomado dos semanas sabáticas mientras decidía cuál trabajo escoger primero.

 

Dos semanas que, sin quererlo así, se habían convertido en una especie de luna de miel entre ellos.

 

Harry sonrió con nostalgia al recordar esos días. Había sido grandioso, Draco y él apenas sí habían salido de la cama para comer antes de volver a tener sexo. Habiendo establecido un “compromiso de no-compromiso”, Draco se había sentido libre para demostrarle a Harry lo mucho que lo deseaba. Y Harry no dudó en corresponderle de la misma manera.

 

Por supuesto que Harry hubiera deseado más. Hubiera deseado poder hablar de sus sentimientos, de que siempre sería fiel, de lo mucho que le gustaría que Draco también. Pero esa no era opción. Harry había dicho “sin compromisos” y así había sido. Tenía que respetar su palabra.

 

Y después de aquellas dos semanas de sexo descontrolado y charlas que parecían no tener fin, Harry se decidió por fin a tomar uno de los empleos que le ofrecían. Uno muy  bien renumerado, donde tenía que proteger a las hijas de un empresario ateniense (y eliminar a su enemigo potencial, de paso) en la décima boda del hombre.

 

—Volviste.

 

La voz de Draco, ronca y cargada de deseo, le llegó a Harry desde el umbral de su puerta.

 

Sobresaltándose un poco porque había creído que Draco no estaba en casa, Harry dejó caer unas camisas que en ese momento tenía en las manos y volteó rápidamente hacia la puerta. Ahí estaba Draco, de pie y apoyado en el marco, con un aspecto tan extraño que Harry no pudo evitar entrecerrar los ojos.

 

Draco estaba tan desaliñado que si Harry no lo conociera, hubiera asegurado que tenía al menos tres días con la misma ropa puesta. Estaba despeinado y sin rasurar, lo que le daba a su rostro un aspecto salvaje y oscuro que hizo que Harry tragara saliva sin pensar.

 

Pero aún así, Harry sonrió. Después de dos semanas sin verlo, lo que menos le importaba era una camisa arrugada o una barba de dos días.

 

—Draco —lo saludó con voz cálida y tratando de disfrazar sus anhelos y miedos—. Hola.

 

Draco no le respondió. Sonrió de medio lado, seductor y sensual, y comenzó a caminar hacia Harry, quien instintivamente, se encogió hacia atrás.

 

Draco no se detuvo hasta que estuvo frente a él.

 

—Te estaba esperando —le confirmó en voz baja.

 

Harry volvió a tragar.

 

—¿En serio? Por un momento pensé que estarías afuera, tal vez saliendo con alguien o…

 

Draco se rió un poco antes de responder.

 

—¿Saliendo con alguien? ¿Por quién me has tomado, Harry? ¿No te has dado cuenta que yo sólo te deseo a ti?

 

Harry percibió cómo un violento escalofrío le recorría la piel por completo. ¿De verdad era Draco quién le estaba diciendo eso?

 

—¿Quieres decir que… —se aventuró a preguntar no sin un poco de timidez—, que no has estado con nadie… desde…?

 

La sonrisa de Draco desapareció de su cara. Bruscamente, cogió a Harry de las solapas de su camisa y lo acercó hasta tenerlo a centímetros de él.

 

—¿Acaso tú sí, Harry? ¿Acaso caíste presa de los encantos de un bello griego, y permitiste que te follara hasta perder la consciencia?

 

—¿Qué? ¡NO! —Harry tomó las muñecas de Draco intentando que lo soltara. No podía creer lo que estaba pasando. ¿De verdad Draco estaba celoso de que él…?— No me he acostado con nadie. Más que con mi mano derecha y… tu recuerdo —se atrevió a decir, envalentonado al ver que Draco también estaba reconociendo que le había echado de menos. Acarició sus brazos mientras le miraba directamente a los furiosos ojos grises—.Te extrañé, Draco —susurró.

 

Como por arte de magia, el semblante de Draco cambió. Su mirada se suavizó y se clavó en los labios de Harry.

 

—¿De verdad?

 

Harry casi jadeó de la impresión. ¿En qué momento Draco se había vuelto tan inseguro y, lo más extraño, fiel?

 

—Por supuesto, idiota. No hacía otra cosa más que pensar en ti y desear que estuvieras ahí, conmigo. Y recordar cada maldito momento que pasamos aquí en casa, y…

 

Draco, que no lo había soltado de la camisa, lo acercó rápidamente hasta él y estampó su boca con la suya. Comenzó a besarlo ávidamente, chupando sus labios, sorbiéndole la lengua, gimiendo de placer contenido.

 

Harry sólo se permitió ser sorprendido durante un mínimo momento. En seguida le correspondió el beso, derritiéndose entre los brazos de aquel nuevo Draco que lo celaba y lo deseaba y lo había esperado durante dos jodidas semanas. Era más de lo que Harry hubiera soñado pues había creído que se encontraría con el mismo Draco distante y promiscuo de antes.

 

Draco sumergió su lengua en Harry y éste abrió su boca gustoso de ser tomado así. La cara de Draco se sentía rasposa y el beso era fiero, pero a Harry no le importó. Que mierda, mientras fuera Draco quien lo estuviese besando así, no le importaba que doliera, que raspara. Era, de cierta manera, erótico.

 

Draco soltó por fin su desesperado agarre sobre la tela de la camisa de Harry y, en movimientos casi frenéticos, comenzó a desabrochársela. Harry intentó reciprocar, pero era un poco difícil hacerlo con los brazos de ambos en el camino.

 

Draco terminó con su camisa y alejó su boca de la de Harry, dejándole los labios hinchados y pulsantes. Harry apenas sí tuvo tiempo de abrir los ojos para ver la cabeza del rubio agachándose sobre su pecho, su boca apoderándose de uno de sus pezones y mordiéndolo tan fuerte que Harry estuvo seguro le dejaría marcas ahí.

 

La lengua de Draco revoloteó encima de su ya erecto pezón y Harry arrojó la cabeza hacia atrás, jadeando. Llevó sus manos a los hombros de Draco, apretándole tan fuerte que sus dedos parecían quererse clavar sobre ellos.

 

Sintió a Draco desabrocharle los pantalones con una mano. Harry sólo podía gemir y gemir, pues Draco no dejaba de besar, chupar, lamer la piel de su estómago y pecho mientras completaba la tarea de abrirle la prenda inferior y la dejaba caer a los pies del moreno.

 

Se desplomó de rodillas ante él y, bajándole también los calzoncillos, tomó la erección de Harry entre sus labios y comenzó a chupar con furia.

 

Harry vio estrellas. Tomó a Draco del cabello, seguro que si continuaba a ese ritmo, lo haría derramarse en segundos. Lo cual era bueno, era genial, porque Harry lo había extrañado tanto, lo deseaba tanto, lo amaba tanto…

 

Usando sus dos manos, Draco empujó a Harry hacia atrás hasta hacerle perder el equilibrio. Harry cayó de espaldas sobre la cama, sobre la maleta y sobre toda la ropa doblada ahí, pero no era que le importara mucho en ese momento. Draco no dejaba de hacer cosas maravillosas con su lengua, no dejaba de casi morder la extensión completa de su miembro, pasando los dientes a todo lo largo de esa manera que Harry adoraba y que seguramente Draco ya se había dado cuenta por lo mucho que Harry se retorcía y gemía y murmuraba sí, así, sí, ohhh, Draco…

 

De algún modo, Draco consiguió quitarle los zapatos y le pasó el pantalón y los calzoncillos por los pies, dejándolo al fin completamente desnudo de la parte inferior. Usó una mano para aferrar la erección de Harry, apretándola y acariciando la parte de ella que no alcanzaba a meterse en la boca.

 

Harry estaba en éxtasis. Ni en sus fantasías más extremas hubiera creído que Draco lo recibiría así. De hecho, casi se había preparado tanto mental como emocionalmente para llegar a casa y encontrarse con un Draco frío que hubiese regresado a su rutina normal. Pero eso… era desquiciante, era grandioso. Y lo peor, era esperanzador.

 

Draco retiró la mano con que lo había estado acariciando y Harry gimió ante la ausencia. La boca de Draco continuó chupando y pronto lo hizo olvidar que había tenido una mano ahí. Y más cuando esa mano, tibia y ensalivada, comenzó a hurgarle debajo de los testículos y, sin previo aviso, sumergía un dedo en su entrada.

 

Harry quiso gemir de dolor e instintivamente movió el cuerpo hacia atrás, pero Draco tomó toda su erección en su boca, toda, y la sensación del fondo de su garganta frotándose contra la punta de la polla de Harry fue sobrecogedora. Harry se olvidó momentáneamente del dedo invasor y ni cuenta se dio cuando Draco metió otro más en él.

 

Pero cuando las puntas de los dedos de Draco rozaron su próstata, Harry se vio obligado a tomarlos en cuenta. Gimió guturalmente, alzando las caderas sin pensarlo, permitiendo que Draco tuviera más acceso.

 

Estaba a punto de correrse, aquello era demasiado. La boca de Draco sobre su miembro, tan demandante, tan dura… raspándole la suave piel con su barba, rasguñándole con sus dientes, sumergiendo la lengua en la pequeña hendidura de la punta. Harry estaba gimiendo sin control.

 

Repentinamente, Draco alejó su boca de la polla de Harry y sacó sus dedos de su entrada. Harry gimió de frustración y abrió los ojos.

 

Draco estaba parado ante él, desabrochándose a toda prisa sus propios pantalones. Fascinado, Harry observó la manera en que los calzoncillos de Draco ya tenían una pequeña mancha de humedad, la manera en que parecían reventar al no poder contener semejante erección, la manera en que Draco se los bajó y reveló ante Harry su hermoso miembro, tan duro, goteando copiosamente líquido preseminal y…

 

Draco se inclinó sobre Harry y lo tomó de los brazos. Bruscamente y provocando que Harry se golpeara contra la maleta que estaba debajo de él, lo volteó contra la cama, dejándolo boca abajo. Antes de que Harry tuviera tiempo para poder quejarse, Draco ya estaba encima de él, apoyando su pecho aún cubierto con camiseta contra la espalda de Harry.

 

—Voy a follarte, Harry —le susurraba sobre el oído mientras su erección húmeda y resbalosa buscaba la entrada de Harry entre sus nalgas—. Tan, pero tan duro que no podrás caminar en semanas y tendrás que quedarte aquí, conmigo.

 

—Mmmmhh —fue toda la respuesta de Harry porque en ese justo momento, la erección de Draco lo estaba invadiendo.

 

Harry jadeó ante la repentina y fuerte sensación de dolor. Después de dos semanas sin uso y sin más lubricante que un poco de saliva, aquello se sentía bastante rudo. Pero le gustaba. Le gustaba que Draco fuera así de posesivo con él.

 

Draco pasó los brazos debajo de los de Harry para tener más punto de apoyo, mientras que terminaba de sumergir la totalidad de su erección dentro de su culo. Harry tenía su propio miembro, pulsante de ansiedad y deseo, atrapado entre su cuerpo y la cama. Intentó meter una mano para acariciarse, pero el peso del cuerpo de Draco encima de él no se lo permitió.

 

—Draco —gimió. Por toda respuesta, Draco retiró su miembro y casi en seguida lo embistió, aún con más fuerza que la primera vez. Harry se mordió el labio para no gritar—. ¡Ahhh, Draco, Dios!

 

Sin esperar nada más, Draco se salió una vez más y comenzó a penetrar rápidamente a Harry, saliendo y entrando de él con facilidad a pesar de la poca preparación.

 

—Exactamente eso, Potter —masculló contra la nuca de Harry, ronco y jadeante—. Soy tu Dios. Sólo yo… Mmmmhh, Merlín, Harry, eres… Estás tan deliciosamente apretado.

 

Las embestidas aumentaron en velocidad y fuerza, y Harry abrió la boca en un mudo grito. No tuvo necesidad ya de tomarse su erección; ésta estaba ya frotándose contra la cama y así, se sentía bien.

 

—Harry —continuaba susurrando Draco—. Harry, Harry… es verdad, ¿no? Eres mío, nadie más te ha poseído.

 

A pesar del agonizante éxtasis, Harry pudo girar un poco la cabeza hacia atrás, indignado.

 

—¿De qué mierda estás hablando, Draco? Ah por supuesto que… Mmmmh, no he hecho esto con na…

 

Draco lo tomó de los cabellos y le tiró de la cabeza hacia atrás, obligándolo a callarse. Lo besó furiosamente mientras continuaba embistiéndolo, de una manera que en las dos semanas previas al viaje de Harry nunca había hecho.

 

Harry nunca lo había sentido así, tan pasional, tan desinhibido, tan posesivo. Era avasallante, pero al mismo tiempo, atemorizante.

 

—Mío, mío —dijo Draco, separando su boca de la de Harry y golpeando rudamente sus caderas contra su trasero, tan fuerte que la cabecera de la cama no cesaba de hacer ruido contra la pared—. Eres mío, Potter… mío.

 

Sí, sí, lo que digas era lo que Harry atinaba a pensar, sin tener ya la opción de hablar. Su boca parecía haber extraviado la habilidad de hacerlo.

 

Las brutales embestidas de Draco dejaron de ser dolorosas, convirtiéndose en nada más que placer blanco y profundo. Harry levantó las caderas para obtener más, viéndose premiado cuando la erección de Draco rozó acertadamente su próstata.

 

—Ahhh, ohdiosdraco, ahí…

 

Obedientemente, Draco empezó a golpearle en ese ángulo, agachándose para morderle la nuca mientras tanto. Sus manos se aferraron posesivamente de las caderas de Harry, ayudándolo a levantarse para recibirle mejor.

 

—Mío —gemía Draco contra la piel del cuello de Harry, su polla penetrando, sus caderas golpeando las nalgas de Harry, produciendo un ruido de piel húmeda que rivalizaba con los que la propia cama hacía—. Mío. Mío

 

Cada mío era una estocada, cada mío era una mordida. Cada mío era un escalofrío y Harry lo sentía como un mantra, como una realidad, porque así era. Él era de Draco. Aún estando con Colin… él había sido de Draco. Aún estando Draco con todo el mundo… Harry había sido suyo.

 

Draco volvió a golpear ese punto crucial y, con un gemido profundo, Harry se corrió sobre su cama, apretando las mantas entre los puños, arqueando la espalda, entregándole el alma al cabrón que lo estaba jodiendo tan duro que de seguro lo estaba haciendo sangrar.

 

Su propio clímax pareció ser la señal que Draco esperaba, pues sin dejar de emitir palabras que hablaban de lo mucho que Harry le pertenecía y de cómo lo mataría si osaba engañarlo, con una estocada final y quedándose quieto, se corrió dentro de su cuerpo.

 

El orgasmo de Draco pareció prolongarse minutos. Harry, aún en el paraíso de su propia liberación, disfrutó tanto del placer de Draco que no pudo menos que gemir de satisfacción sintiendo la manera en que el rubio se vaciaba en él.

 

Por fin, Draco terminó.

 

Se quedó completamente tendido sobre Harry, su cabeza apoyada contra su nuca y sus brazos aún sosteniéndole las caderas. Respirando ardiente sobre su piel, le dio un último beso a Harry en el cuello, quedándose por fin completamente quieto mientras se normalizaba su respiración.

 

Harry, que apenas sí podía respirar con todo el peso de Draco sobre de él, esperaba que el rubio se quitara de encima suyo en cualquier momento.

 

Pero eso no ocurrió.

 

Después de unos momentos, Harry volteó hacia atrás, dándose cuenta que la respiración de Draco se había vuelto pausada y tranquila.

 

Frunciendo el ceño, Harry vio que el rubio se había quedado dormido, tan profundamente que parecía no haberlo hecho en días. Como pudo y sintiéndose extrañamente alarmado y conmovido, Harry se deslizó de debajo de Draco, consiguiendo desprenderse de su cuerpo y dejando que él siguiera acostado sobre la cama.

 

Harry se levantó, quitó la maleta y la ropa que estaba alrededor de Draco, acomodando entonces a su amigo —¿novio?— sobre ella y cubriéndolo con una manta.

 

Aún con tanto movimiento, Draco no despertó ni dio señales de haberse dado cuenta. Harry, que no sentía ni pizca de sueño pero sí lo dominaba un extraño presentimiento, se quedó un rato observando a Draco dormir, antes de vestirse y salir de la habitación.

 

Había algo chocante en el comportamiento de Draco. No era normal, pero por más que Harry pensaba, no atinaba a descubrir qué podía haber producido ese cambio. ¿Pudiera ser posible que Draco, de verdad, estuviese empezando a enamorarse de él?

 

El moreno negó con la cabeza mientras llegaba a la cocina y procedía a preparar té. Tenía pavor de hacerse semejante ilusión. Había decidido tomar lo que fuera que Draco le entregara, pero esperar que se enamorara de él y dejara a un lado sus anteriores hábitos era como pedirle un abrazo al sauce boxeador.

 

Mientras el agua estaba lista, Harry distraídamente se frotó el trasero e hizo gestos de dolor. Vaya que Draco le había dado duro esa vez. No entendía qué bicho le había picado.

 

Repentinamente, una lechuza entró por la puerta abierta del patio, haciéndolo que pegara un brinco de la impresión. En su percha, Hedwig ululó indignada al haber sido despertada por la otra ave.

 

La lechuza blanca se dio cuenta de la presencia de Harry en la cocina y se indignó más, ululando sin parar y dándose la vuelta para así, mostrarle su áurea espalda a Harry.

 

Harry rodó los ojos.

 

—Acabo de llegar, Hedwig. Y si no te saludé antes fue porque estabas dormida. —Hedwig lo ignoró y Harry se rascó la cabeza antes de girarse hacia la otra lechuza para desatarle la nota—. Vaya con la damita orgullosa —masculló lo suficientemente alto como para que Hedwig lo escuchara.

 

Harry terminó de liberar la carta y la giró para mirar el remitente. Frunció el ceño al darse cuenta de quién era. La abrió y leyó con rapidez, no sabiendo qué pensar de eso.

 

Después de más de dos meses de  haberse ido, Colin había vuelto y le pedía volver a verlo. De hecho, en ese momento estaba esperándolo en una cafetería al otro lado de la calle.

 

Harry sonrió. Más que molesto con Colin por haberlo dejado, sentía un inmenso cariño por su anteriormente compañero de colegio. Tenía unas ganas inmensas de charlar con él y preguntarle sobre su vida en Estados Unidos, así que decidió aceptar su invitación.

 

Rápidamente, garabateó un “De acuerdo, te veo en un momento” en otro pedazo de papel y se lo mandó con la lechuza. Fue al baño a lavarse, dejando la carta de Colin olvidada sobre la mesa y pensando en la cara que pondría cuando le contara que ahora estaba con Draco y que justo acabada de follárselo tan duro que apenas sí podía caminar.

 

Casi podía ver su sonrisa condescendiente y escuchar lo que diría al respecto. ¿Ves, Harry? Te dije que estaba loco por ti.

 

Era verdad que Colin siempre le había dicho eso. Justamente, esa era la razón por la que se había marchado en primer lugar. Por eso y porque insistía que Harry correspondía ese sentimiento.

 

 

 

 

 

 

 

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