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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Manual del Perfecto Gay

 

Regla 10

La fidelidad es una característica solamente de los aparatos de sonido, nada que ver contigo. Ni la des, ni mucho menos la exijas. Cada quién sabe lo que hace con su vida.

 

Excepción:

Bueno, se supone que un Gryffindor es fiel por naturaleza, ¿no? En ese caso, la culpa ya no es mía. Pobre él que tiene que atenerse a cómo es.

 

 

________________________________________

 

 

 

Harry iba colocándose la chaqueta conforme bajaba las escaleras a toda prisa. No creía que se retrasase mucho, ni tampoco creía que Draco fuese a despertar (después de todo ya pasaban de las ocho de la noche) así que no se había molestado en dejarle una nota.

 

No era que quisiera reconocerlo, pero tenía el secreto presentimiento de que Draco se enfurecería si descubría que Colin estaba ahí en Soho, queriendo verlo. Así que mejor no decírselo. Además, no era que Harry estuviese haciendo nada malo. Sólo charlaría con él un rato y le contaría de su relación con Draco.

 

Harry salió al fresco de aquella noche de abril (Merlín, cómo había extrañado el clima londinense estando en Atenas) y cruzó rápidamente la calle, evitando coches y peatones. Caminó una manzana completa hasta llegar a la otra esquina, donde un pequeño Starbucks se erguía orgulloso en medio de una de las avenidas más importantes de la ciudad.

 

A Harry nunca le había gustado el café de ese lugar, pero a Colin sí. Su ex tenía un extraño gusto por las marcas populares y como había sido él quien había elegido el lugar de la reunión, pues a Harry no le había quedado más remedio que aceptar su invitación. Sonriendo para sus adentros, Harry pensó que tal vez Colin era mucho más americano de lo que él mismo creía. No se sorprendía de que hubiera aceptado un trabajo en el Nuevo Mundo.

 

Abrió la puerta y entró en la diminuta cafetería, la cual estaba llena de bancos y mesas en diferentes tonos de verde, casi rebosante de clientes. Colin estaba justo junto a la entrada, esperándolo con una taza de latte entre las manos. Se le iluminó el rostro en cuanto vio a Harry entrar.

 

Harry sonrió y sintió un extraño sentimiento de cariño removerse en su interior. También algo muy parecido a la culpa. Siempre se había sentido así con Colin. Culpa por no corresponderle y no poder quererle como Colin lo quería a él.

 

Pero ese día Colin se veía muy bien: traía las mejillas sonrosadas como siempre que hacía frío y vestía ropas finas y caras. Harry se sintió feliz por él. Tal vez fuera que ya había dejado de sufrir por el moreno.

 

—Hola —saludó Harry con un poco de timidez mientras se sentaba frente a él. Las mesas eran bastante pequeñas y las rodillas de ambos chicos chocaron y se quedaron tocándose las unas a las otras debajo de ella. Por más que Harry intentó acomodarlas de otro modo, no pudo lograrlo—. Te ves muy bien —añadió, nervioso.

 

—Dios, Harry —dijo Colin casi anhelante—. Tú también. Te ves… —Negó con la cabeza, como si no pudiera encontrar el término adecuado—. No sé. ¿Feliz? ¿Radiante? ¿Satisfecho? —Se rió y completó en tono de broma—: ¿Recién follado?

 

Harry se sonrojó completamente antes de poder evitarlo. Sabiéndose descubierto, miró hacia otro lado. Colin soltó un resoplido.

 

—¿No me digas que he adivinado? —Se rió de nuevo, pero esa vez su risa era casi amarga, dolorosa—. Vaya, yo que sólo había estado bromeando.

 

Harry tuvo que hacer acopio de valor para mirarlo de nuevo a los ojos.

 

—Lo siento, Colin. No sabía que vendrías, y bueno, me has cogido de sorpresa. Estaba en el apartamento preparando té cuando llegó tu lechuza, y acababa de…

 

—¿Follar con otro?

 

La cruda pregunta fue hecha con resentimiento, aunque Harry sabía que Colin luchaba contra eso. Pero el chico nunca había sido bueno para disfrazar sus sentimientos.

 

Harry asintió con la cabeza, no muy seguro de saber qué más decir. Colin lo miraba directamente y tenía la duda en los ojos. Harry sabía que él sabía, y por supuesto que no iba a negárselo. ¿Qué caso tendría?

 

—Malfoy, ¿verdad? —preguntó Colin, confirmando las sospechas de Harry.

 

Harry tragó saliva y volvió a asentir. Vio a Colin morderse los labios con rabia y ahora él fue quien desvió la mirada.

 

—Por lo visto, he llegado tarde —dijo en un susurro. Y de inmediato añadió a toda prisa—: Pero sigo pensando como antes, que ese cabrón no te merece, Harry. Seguramente en un par de horas se habrá olvidado que lo hizo contigo y saldrá a un club a buscar algún tío más joven que tú.

 

Harry suspiró, sintiendo la urgencia de justificarse aunque sabía que no tenía porqué hacerlo.

 

—No es la primera vez que pasa, Colin. De hecho, ya llevamos un mes juntos.

 

Colin estaba boquiabierto.

 

—¿Un mes? —repitió en tono sorpresivamente dolido.

 

Harry asintió.

 

—Sí, tenemos un tipo de… relación, por así decirlo. Y Draco me ha sido fiel, aunque parezca difícil de creer, aún cuando yo me fui de viaje a Grecia, además…

 

—¡Pero, ¿un mes?! —exclamó el chico rubio en voz alta, interrumpiendo a Harry—. Entonces, no entiendo nada, Harry. ¿Para qué me has escrito, entonces? ¿Para qué me hiciste venir?

 

—¿Para qué-qué? —tartamudeó Harry, confundido—. ¿Te refieres a la nota que te acabo de mandar hace unos momentos?

 

Colin estaba furioso, como Harry pocas veces lo había visto.

 

—¡Claro que no! Me refiero a la carta que me has enviado a Nueva York, suplicándome que viniera por ti, donde decías que me amabas y querías irte conmigo. ¿Fueron sólo mentiras, Harry? ¿Lo hiciste sólo para darle celos al maldito Malfoy en algún arranque de rabia, o qué?

 

Durante un par de segundos, Harry se quedó mudo de asombro.

 

—Colin, no sé de qué carta me hablas… yo no te he escrito a Nueva York, no sé quién p…

 

—No lo niegues, por favor —La voz de Colin había dejado atrás el enojo para volverse suplicante—. Era tu letra.

 

Harry abrió la boca sin saber qué decir, no tenía idea de quién podría haberle jugado esa cruel broma a Colin, mandándole una carta falsificada.

 

—Tal vez así era, Colin, pero yo no he…

 

—¡Espera, Harry! —exclamó Colin, tomándolo de la mano repentinamente. Harry observó su mano apresada por la de Colin encima de la mesa, sintiéndose atrapado en un callejón sin salida. ¿Cómo salir de esa sin herir de nuevo los sentimientos de Colin?—. Supongo que escribiste la carta en algún momento de desconsuelo y quiero que sepas que yo también me he sentido así —continuó Colin con la más pura desesperación en la voz—. Muchas veces.

 

—No, Colin, no es lo que crees…

 

—Yo sé que Malfoy te gusta, Harry, siempre lo he sabido. Pero él no te merece, en cuanto se le presente la oportunidad te engañará con cualquiera. En cambio, yo te amo sin…

 

En ese momento, a espaldas de Harry, la puerta de la cafetería se abrió y Colin se interrumpió, mirando hacia ella y entrecerrando los ojos. Apretó más la mano de Harry y así fue como éste supo sin lugar a dudas quién era la persona que acababa de entrar.

Starbucks, por Valium
Starbucks, por Valium

 

Mierda. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Lentamente, giró la cabeza y efectivamente, ahí estaba Draco, respirando agitado y mirándolos a los dos con una mezcla de odio e incredulidad en la cara. ¿Habría escuchado lo último dicho por Colin? se preguntó Harry con aprehensión.

 

Bajo las potentes luces de neón de la cafetería, el desaliño de Draco se hacía más evidente aún. Tenía los ojos inyectados de sangre, como si no hubiera dormido en días o estuviera muy drogado, y la palidez y demacración de su rostro era tan aguda que Harry se horrorizó. En las penumbras de su habitación no había sido capaz de notarlo.

 

—Malfoy —masculló Colin a manera de saludo, sin soltar la mano de Harry.

Starbucks 2, por Valium
Starbucks 2, por Valium

 

 

Draco clavó sus ojos grises en Colin, afilados como dagas. Apretó los labios cuando se dio cuenta que tenía la mano de Harry firmemente atrapada con la suya. Harry luchó por liberarla, consiguiéndolo al fin.

 

Entonces, Draco lo miró solamente a él. Y Harry tuvo que sostenerle la mirada. El dolor y la rabia que encontró en sus ojos lo impresionó.

 

—Draco… —comenzó a decir, con la boca seca—. Colin ha venido desde Nueva York —aclaró estúpidamente, intentando pensar cómo salir de ésa, cómo librarse de Colin y llevarse a Draco a casa antes de que…

 

Draco entrecerró los ojos, respirando cada vez más rápido. Harry creía que si no se controlaba le daría un ataque de algo.

 

—Sí —completó Colin con voz dura—. He venido porque Harry me lo pidió. Quiere irse conmigo a América.

 

Harry se giró tan rápido a mirar a Colin que casi se desnuca.

 

—¡Colin! ¡Mierda, te digo que no he sido yo! No sé quién te pudo haber escrito eso, pero te juro que yo…

 

—¡CÁLLATE, POTTER! —bramó Draco, interrumpiendo a Harry y haciendo que se girara rápidamente hacia él. Demonios, ¿cómo se atrevía a gritarle así?— No quiero escuchar una sola palabra más… ¡Hasta aquí dejé de ser el tonto!

 

Draco sacó su varita y apuntó directamente al pecho de Colin, atrayendo la atención de toda la gente en la cafetería. Colin se quedó muy quieto, pero no dejó de mirar desafiante hacia Draco.

 

—¡DRACO! —gritó Harry a su vez, levantándose del asiento y tomando con una mano el brazo de Draco—. ¿Qué demonios estás pensando? ¡El lugar está lleno de muggles!

 

Sin dejar de apuntarle a Colin, Draco volteó a ver a Harry a los ojos. Estaba tan furioso que sus pupilas parecían brillar.

 

—¿Realmente crees que me importa, miserable mestizo? —fue la cruel respuesta de Draco, dejando a Harry atónito. Desde que eran amigos nunca había vuelto a usar insultos de ese tipo—. Debí haber sabido que alguien de tu calaña no sería capaz de ser leal.

 

—¡No le hables así! —gritó Colin, levantándose también de su silla y provocando murmuraciones entre todos los parroquianos, que seguían la escena con sumo interés—. ¡Ya quisiera un bastardo hipócrita como tú ser la mitad de leal que…!

 

El gesto de Draco se contrajo de rabia y entonces, se abalanzó sobre Colin, interrumpiéndolo, tomándolo de la ropa con su mano libre y tirándolo hacia él. Colin también metió las manos, aferrando fuertemente a Draco de su camiseta.

 

Harry, que todavía sostenía el brazo derecho de Draco, se vio arrastrado por él en su afán de hechizar a Colin. Durante unos instantes, los tres formaron un nudo de cuerpos donde sólo se escucharon resoplidos y maldiciones murmuradas entre dientes. Draco queriendo utilizar su varita, Harry y Colin intentando detenerlo.

 

De repente y de alguna manera, Draco pudo agitar el brazo con el que sostenía la varita y, con un rápido movimiento, lanzó un silencioso hechizo que ocasionó un profundo corte en la mejilla de Colin.

 

La cara del chico empezó a sangrar profusamente, arrancándole gemidos de dolor y haciendo que soltara a Draco. Se llevó las manos a la cara, pero la sangre le brotaba a borbotones. Cayó sobre su silla y de ahí, hasta el suelo. La gente comenzó a gritar.

 

—¡NO! —gritó Harry también, arrojándose sobre Draco, no queriendo creer que eso estuviese ocurriendo. En su furia y desesperación repentina, tomó a Draco de ambas muñecas, olvidándose de sacar su propia varita.

 

—¡TE ODIO! —chillaba Draco cuando Harry consiguió tirarlo al suelo y quedó encima de él—. ¡TRAIDOR, TE ODIO! ¡Lo sabía, sabía que me engañarías!

 

—¡Dra-Draco, no! —decía Harry entre forcejeos, tartamudeando por el esfuerzo de sostener a un increíblemente fuerte Draco contra el suelo—. ¡No es lo que piensas, te lo juro! ¡MIERDA! ¡Suelta la varita!

 

A su alrededor, los parroquianos parecían haberse vuelto locos. Había un par que se habían acercado a Colin para tratar de auxiliarlo, pero la mayoría estaban saliendo a todo correr de la cafetería, volcando sillas y derramando cafés por todos lados.

 

—¡TE MATARÉ! —seguía gritando Draco, completamente fuera de sí, el rostro enrojecido de rabia y peleando contra Harry con furor—. ¡JURO QUE TE MATARÉ!

 

Harry estaba aterrorizado por la reacción insólita de Draco. Eso no era normal. ¿Qué diablos le había pasado durante los días que Harry había estado ausente, para comportarse así?

 

Entonces, soltando un bramido que más parecía de un animal herido que de un ser humano, Draco pareció hacer acopio de toda su fuerza y consiguió levantarse contra Harry, tirándolo a él contra el suelo. El moreno no podía creerlo.

 

Cayó de espaldas sobre el frío suelo, golpeándose fuertemente la nuca contra el mármol y perdiendo las gafas. Ahogó un gemido de dolor, intentando no soltar a Draco a pesar del golpe sufrido. Pero Draco consiguió zafar su brazo derecho del agarre de Harry, y todavía con la varita empuñada, le dio un fortísimo golpe en la mandíbula al moreno, reventándole el labio, haciéndole ver estrellas y casi provocando que vomitara del dolor.

 

Casi noqueado y en medio de las brumas que le ocasionaba no traer las gafas puestas, Harry, como pudo, volteó hacia Draco. Sabía que tenía lágrimas en los ojos, pero no era ni por el dolor ni el miedo. Sabía que algo no estaba bien con Draco. Algo le había pasado y él no había estado ahí para ayudarlo.

 

A pesar de su miopía, fue claro para él cuando Draco le apuntó hacia la cara con su varita. Harry se congeló, respirando agitadamente y luchando por no perder la consciencia.

 

—Estás muerto, Potter —le dijo Draco con la voz cargada de odio. De un odio añejo y olvidado y que Harry había creído jamás le volvería a escuchar.

 

—No, Draco, espera —susurró, pensando frenéticamente en algo que pudiera decir para tranquilizarlo. Seguramente los Aurores no tardarían en llegar y todo aquel desastre los metería en un problema gordo—. No estás bien, Draco, algo te está obligando a actuar así.

 

¿Drogas? ¿Alguna poción ilegal? Harry no atinaba a descubrir qué era lo que el rubio había tomado y le estaba afectando tanto la personalidad.

 

Draco se rió con una risa seca y sin humor.

 

—Claro que algo me obliga a actuar así. ¡Tú y tu repugnante traición! —Frunciendo el ceño en un gesto de furia, Draco levantó su brazo derecho, dispuesto a hechizar a Harry—. Y, ¿sabes qué, Potter? Si tú no vas a ser mío, tampoco lo serás de Creevey ni de nadie. ¡Ava…!

 

¡Desmaius!

 

El rayo rojo del hechizo de Colin golpeó a Draco y éste se desplomó, inerte, encima de Harry.

 

—¡Iba a matarte, Harry! —gritaba Colin furiosamente, pero Harry no lo miraba a él. Sólo tenía ojos para Draco—. ¡No puedo creerlo, el muy desgraciado iba a matarte!

 

Harry observó el cuerpo inmóvil de Draco, tendido sobre su regazo y el suelo. Mudo de asombro y perplejidad, le quitó la varita del puño, aunque sabía que ya no era necesario.

 

Era cierto. Lo que Colin decía era cierto. Draco había estado a punto de matarlo. Era inverosímil, completamente ilógico. Por todos los dioses, ¿qué mierda se había tragado Draco que lo había dejado en ese estado de locura?

 

Harry miró hacia Colin, quien estaba cubierto de sangre y parecía al borde de un desmayo. Miró alrededor de la cafetería, los pocos clientes que quedaban lo observaban impactados sin decir nada, testigos de un extraño enfrentamiento entre amantes donde se provocaban heridas y desmayos tan solo con palitos de madera.

 

Y Harry se quedó ahí en el suelo, sosteniendo a un Draco inconsciente, en medio de todo el desorden que habían causado ellos con su pelea y los clientes al salir en desbandada.

 

Los Aurores no tardarían en presentarse. Harry cerró los ojos, temiendo lo peor.

Un vial fue depositado sobre la mesa enfrente de él. Harry, con indiferencia mal fingida, levantó apenas la cabeza para mirarlo. Entonces clavó los ojos en la joven Auror que se lo había ofrecido.

 

—Veritaserum, señor Potter —le dijo la Auror—. Es necesario que lo beba antes de tomar su declaración.

 

Harry no iba a discutir. De cualquier manera no tenía intenciones de mentir en ningún aspecto. Si con eso conseguía que el interrogatorio terminara lo antes posible, le daría a la mujer lo que pidiera.

 

La Auror comenzó a hacerle preguntas y Harry se escuchó a él mismo narrando los hechos. En ese momento Colin y él estaban encerrados con varios Aurores en la sala de interrogatorios del Ministerio, la misma donde estaba el Pensadero que un mes antes utilizó para mostrarle a Draco sus recuerdos.

 

—Repita las palabras de los hechizos que el señor Malfoy usó contra usted, señor Potter —pidió la Auror.

 

Harry la miró.

 

Ava —respondió con voz hueca.

 

—¿De Avada Kedavra? —preguntó la mujer sin disimular el regocijo que la situación le causaba.

 

Harry le sostuvo la mirada, frunciendo los labios con rabia.

 

—No lo sé. Probablemente. ¿Conoce usted algún otro hechizo que comience con esa sílaba? —preguntó con sarcasmo.

 

La Auror lo miró con gesto indignado antes de escribir algo en sus notas. No le respondió la pregunta.

 

—¿Va a levantar cargos por el intento de asesinato?

 

—No.

 

La Auror y todas las otras personas presentes en la sala, incluyendo a Colin, lo miraron a la vez.

 

—¿No? —preguntó la Auror, con una estúpida sonrisa de incredulidad en la cara.

 

—No —repitió Harry, armándose de paciencia y tragándose la irritación.

 

—¡Pero, Harry…! —masculló Colin a unos metros lejos de él. Harry ni siquiera se giró para mirarlo.

 

—Señor Potter, tengo entendido que si el señor Creevey no lo hubiera detenido, Draco Malfoy hubiera completado la maldición asesina sobre usted. ¿No piensa levantar cargos?

 

Harry suspiró y bajó la mirada. ¿Cuántas horas más duraría ese interrogatorio de mierda? Necesitaba estar libre para empezar a arreglar la situación de Draco y averiguar qué era lo que le pasaba.

 

—Dije que no, señorita —replicó de muy mala manera—. ¿Podemos pasar ya a lo siguiente?

 

La Auror dejó de insistir en el tema, arrugando el ceño en un gesto de indiferencia.

 

A espaldas de Harry, Colin bufó un "No puedo creerlo".

 

Harry volvió a ignorarlo. Sabía que a Colin le costaría mucho más trabajo entender que Draco jamás hubiera tratado de asesinar a Harry por más celoso que hubiera estado, que eso que había pasado en la cafetería tenía que deberse a otra explicación.

 

Hablaría más tarde con él al respecto.

Un rato después, los Aurores se llevaron a Colin a San Mungo para atenderle la herida que Draco le había ocasionado en la cara. Habían tratado de sanársela entre ellos, pero aparentemente había sido causada con algún hechizo de magia oscura que no permitía la cicatrización. Harry recordó el Sectumsempra y tuvo que reprimir un escalofrío de culpabilidad.

 

Por más que Harry había insistido en que lo dejaran ir, los Aurores parecían felices de retenerlo el mayor tiempo posible. Harry no tenía idea de qué hora era, pero calculaba que en ese momento ya estaba amaneciendo.

 

A ratos, Harry escuchaba conversaciones entre Aurores acerca de la situación de Draco y no resultaban nada alentadoras; aunque era cierto que, por experiencia previa, había aprendido a no creerse todo lo que los malditos decían.

 

—Su padre está allá afuera, trae un ejército de abogados con él.

 

—Claro, con tanto dinero. Seguro que lo saca libre esta misma noche aprovechándose de algún vacío en la ley.

 

Harry se enfureció y su impaciencia se acrecentó. ¿Qué diablos estaba haciendo Lucius ahí? Era Harry quien debería estar ayudando a Draco, no aquel hijo de puta.

 

—Bueno, es que en realidad los cargos no son graves. Como Potter no ha querido acusarlo de intento de homicidio, los otros delitos no son nada. Saldrá en un día o dos.

 

—Me dijo Sherley que estaban alegando locura transitoria provocada por los celos, o algo así. Que iban a traer a un Sanador de San Mungo para revisarlo, ya que todos lo que lo conocen juran que ha perdido completamente el juicio.

 

—En ese caso, en vez de prisión será una estancia en el hospital. Yo no dudo que esté más loco que una cabra. ¿No has oído como grita cuando no lo tienen sometido?

 

Harry se removió inquieto en su asiento, preguntándose por enésima vez qué era lo que le estaba ocurriendo a Draco para actuar así.

 

Temiendo por él, por su salud y por la cercanía de Lucius, lo único que le quedaba era rogar porque lo dejaran irse ya.

 

En cuanto le permitieron salir de la sala de interrogatorios, se dirigió a toda prisa a las celdas provisionales del Ministerio. A pesar de haber pasado toda la noche sin dormir, tuvo la suficiente energía para imprimirle fuerza a sus pasos y endurecer la mirada a tal grado que, cuando llegó ante la puerta de las celdas, los dos Aurores que la franqueaban lo miraron intimidados.

 

—Potter —saludó uno de ellos, mirando de reojo al otro.

 

Harry no devolvió el saludo.

 

—A un lado. Vengo a ver a Malfoy.

 

Los dos Aurores negaron con la cabeza y lo miraron como si creyeran que se había vuelto loco.

 

—No puedes, Potter. Las visitas están restringidas mientras valoran su estado. Los abogados de su familia dicen que se ha vuelto loco y es altamente agresivo y peligroso.

 

—¡Ya sé todo eso! —exclamó Harry. Trató de pensar en algo, pero su cansado cerebro no daba más—. Miren, sólo será un momento, lo prometo. Sólo quiero verlo y hablar con él, saber si…

 

—Potter —La helada voz de Lucius Malfoy se escuchó detrás de él. Harry se giró lentamente, sin responderle el saludo.

 

El padre de Draco lo miraba con una extraña sonrisa satisfecha y un peligroso brillo en los ojos. Eso, más la ausencia de Narcisa, no hizo más que incrementar la preocupación de Harry por la situación completa.

 

—Por lo que veo, no te has cansado de ocasionarle problemas a mi hijo —siseó Lucius—. Ahora insistes en terminar de destrozarle la poca cordura que le queda.

 

Harry crispó los puños a los costados.

 

—Si estás insinuando que Draco está así por culpa mía…

 

—¿De quién sino, entonces? —lo interrumpió Lucius, haciéndole señas a los Aurores para que lo dejaran pasar. Éstos se movieron a un lado después de abrir la puerta. Lucius caminó hacia ella, pasando a un lado de Harry y deteniéndose un momento justo frente a él—. Si no hubieras metido tus heroicas narices donde no te llaman —le dijo en voz baja—, hace mucho tiempo que Draco estaría felizmente casado y con herederos en camino, no envuelto en esa asquerosa vida de degeneración a la que se ha entregado por culpa tuya y que ahora lo ha llevado a la locura.

 

Harry entrecerró los ojos, furioso.

 

—Claro, como tu tratamiento lo estaba haciendo una persona tan feliz y equilibrada… —dijo mordazmente.

 

Lucius sólo sonrió socarronamente antes de dirigirse a los guardias.

 

—Queda bajo su responsabilidad que este individuo no se acerque a mi hijo. Sería una lástima que su valeroso pellejo Gryffindor fuera el culpable de que Draco se convirtiera en asesino. —Echó una última y despectiva mirada a Harry antes de finalizar—. Aunque no sería una gran pérdida a lamentar, sinceramente.

 

Con eso, entró en el pasillo que conducía a las celdas. Harry trató de seguirlo, pero los dos Aurores habían sacado sus varitas y le impidieron el paso.

 

—No, Potter. Su padre es el único que tiene permiso de verlo.

 

Harry se quedó mirando la espalda de Lucius alejarse hasta que los Aurores cerraron la puerta de nuevo.

 

Sin decir palabra, Hermione se sentó a su lado. Ahí en el sillón de su sala donde tantas veces Draco y él se quedaron hasta la madrugada mirando alguna película por la televisión, y donde en ese momento Harry estaba despatarrado, devanándose los sesos y tragándose su angustia y frustración.

 

Después de comprobar que no lo dejarían ver a Draco hasta que éste hubiese sido llevado a San Mungo y los Sanadores determinaran que era lo que le estaba afectando la conducta, Harry, completamente agotado, se había retirado a su apartamento a descansar un poco. Y ahí, se había topado con la sorpresa de que Ron y Hermione habían volado desde París sólo para ir a verlo.

 

Después de todo, no extrañaba que se hubieran enterado. La noticia del casi asesinato de Harry Potter a manos de su propio amante había sido primera plana ese día en todos los periódicos mágicos del continente. Harry lo sabía y odió a la prensa por desprestigiar aún más el ya tan enlodado nombre de Draco.

 

Y esa tarde, al llegar a casa, se había sentido contento y agradecido con la presencia de sus mejores amigos. Al principio, porque después de discutir durante la tarde completa sobre lo que había pasado con Draco, Harry ya no estaba tan seguro de estar feliz de tenerlos ahí.

 

Después de unos momentos de silencio, Hermione lo tomó de la barbilla y le giró el rostro hacia ella.

 

—Voy a sanarte, Harry. ¿De acuerdo?

 

Harry se encogió de hombros, realmente su herida era lo que menos le interesaba. Hermione suspiró y, con su varita, le curó el golpe que Draco le había propinado en la cara hacía casi veinticuatro horas, en el Starbucks de la esquina. Le había roto el labio e hinchado la mejilla izquierda.

 

—Qué bueno que pudieron venir, chicos —dijo Colin con voz cansada. Estaba sentado ante la mesa del comedor junto con Ron. Había llegado apenas un par de horas antes, proveniente de San Mungo—. Ha sido todo tan horrible… los interrogatorios de los Aurores, las heridas que nos hizo el desgraciado… ¡Merlín, es increíble que el bastardo haya reaccionado así! Ojalá se pudriera en la cárcel.

 

Harry frunció el ceño, cruzándose de brazos y sin mirar directamente a su ex novio.

 

—Colin… —comenzó a decirle, intentando controlar su voz para no sonar tan molesto como en realidad se sentía—. De verdad me duele mucho que Draco te haya herido de esa manera… y que haya asustado a una docena de muggles en la cafetería, pero creo que esas no son razones para que se pudra en ningún lado.

 

Harry casi pudo sentir la furia de Colin vibrando por la habitación.

 

—¡Es que debiste haber levantado cargos en su contra, Harry! ¡Lo que trató de hacerte no tiene nombre!

 

—Colin… —intervino Hermione y el chico se quedó completamente en silencio. Harry no sabía si era por la fuerte personalidad de la chica, pero Colin le tenía mucho respeto y estima a su ex prefecta de Hogwarts y la obedecía como si se tratara de una hermana mayor.

 

—Claro que tiene nombre —opinó Ron en voz baja—. Se le llama intento de asesinato.

 

Harry rodó los ojos.

 

—¿Cuántas veces tengo que explicarles que ese Draco de la cafetería no era el de siempre? Algo le ha sucedido, algo que no logro explicarme.

 

—Sabía que no sacarías nada bueno de su amistad con él —murmuró Ron con voz amarga, ignorándolo completamente—. ¡Joder, lo sabía! No debimos dejarlo solo con Malfoy, Hermione.

 

Hermione no respondió de inmediato. Harry la miró de reojo y la descubrió frunciendo los labios en claro desacuerdo con las palabras de su prometido.

 

—No lo sé, Ron. Creo que Harry tiene razón. Todo parece tan raro. Y más por la carta que Colin recibió y que Harry jura no haber escrito ni mandado. No me parece casualidad, más bien es… como si alguien les hubiera tendido una trampa o algo así.

 

—Lástima que haya dejado la carta en mi apartamento de Nueva York —dijo Colin en voz baja y cada vez más resignada—. Tal vez pueda escribirle a un vecino para que me la mande por correo. Pero él es muggle, no sé cuánto pueda demorar en llegar.

 

Harry volteó a verlo, sintiéndose aliviado y agradecido de que por fin pareciera estar comprendiendo las cosas. El que no parecía muy convencido era Ron.

 

—De cualquier manera, carta de Harry o no, lo que Malfoy hizo… Mira que estar a punto de Avadakedavrear a Harry después de todo lo que ha hecho por él —insistió el pelirrojo.

 

—Sí, Ron —dijo Hermione, ganándole la palabra a Harry—. Pero debemos otorgarle a Malfoy el beneficio de la duda. Si Harry lo cree así…

 

—Y no sólo lo digo yo, Ron —agregó Harry poniéndose de pie—. En el Ministerio también están convencidos que hay algo anormal en Draco. Llevaron un Sanador a verlo y éste determinó que debe ser trasladado a San Mungo para hacerle más estudios y descubrir porqué actúa así.

 

—El cabrón no está demente, sólo está podrido por dentro —masculló Ron—. Es mala semilla. Igual que su padre.

 

—Nadie dice que esté demente, Ron —acotó Hermione, cada vez más enojada—. Lo más probable es que sea consecuencia de algún hechizo, poción o…

 

Se quedó callada mirando de reojo a Harry.

 

Harry se removió inquietamente en su sitio, bajando la cara hacia el suelo y sabiendo qué era lo que estaba pensando ella.

 

—Lo sé, Hermione. También pudo haber sido una droga muggle la causante de su estado. Después de todo, no sería la primera vez que Draco las prueba. Pudo haber sufrido alguna… sobredosis o algo así.

 

—Y… ¿si Malfoy en verdad tuviera algún tipo de trastorno? —comentó Hermione casi tímidamente—. ¡Dioses, hay que recordar lo que tuvo que vivir cuando Lucius le aplicó aquel tratamiento!

 

—¡Entonces que se quede encerrado en San Mungo donde no será un peligro para Harry! —gritó un indignado Ron.

 

—¡RON! —regañó Hermione.

 

—Creo que mejor me voy a dormir. Buenas noches —dijo Harry, completamente harto de todo aquello y de tener que dar explicaciones.

 

—¡Harry! —lo llamó Hermione—. ¿No vas a cenar?

 

—No tengo hambre —respondió sin mirar atrás mientras caminaba hacia el pasillo con rumbo a su habitación. Cerró la puerta y se arrojó sobre la cama, ansiando dormir un poco. Necesitando dormir un poco.

 

Al día siguiente se levantaría temprano e iría a San Mungo a ver a Draco. A intentar verlo. Y lo conseguiría, porque necesitaba hacerlo. Necesitaba mirarlo y hablar con él, saber que todo iba a estar bien, que lo que fuera que le hubiese ocurrido tenía solución, y que Draco pronto volvería a ser el de siempre, el mismo cabrón paseando por las calles del Soho en busca de chicos guapos con quien ligar.

 

Ese pensamiento hizo sonreír a Harry durante un momento. En el fondo sabía que eso no era lo que él quería. Harry deseaba que Draco sólo tuviera ojos para él y que no necesitara ligar con mil chicos diferentes para sentirse bien, pero sí tenía que escoger entre su anterior comportamiento o la extraña locura en la que había caído, definitivamente prefería lo primero con creces.

Iba caminando hacia el reptilario del zoo, siguiendo a una silueta alta delante de él. Se sabía pequeño y escuálido, apenas a punto de cumplir los once años. Aquel adulto al que seguía no era su tío Vernon ni su tía Petunia: era un hombre alto y de andar elegante, de pasos firmes que se abría camino entre la gente con facilidad.

 

Aunque Harry no creía conocerlo, no le parecía raro estar siguiéndolo. El hombre entró al santuario de las serpientes y Harry lo alcanzó sin dudar.

 

Pasaron varios de los cristales que retenían reptiles y anfibios en su interior hasta llegar a un terrario enorme. El hombre que dirigía a Harry se detuvo ante el cristal y esperó. Harry, muerto de la curiosidad, se asomó por el vidrio en busca de la serpiente exhibida ahí.

 

Por unos momentos no vio nada. Pero entonces, algo se movió. Detrás de unos troncos y plantas, salió un niño no mayor que Harry. Era sorprendentemente rubio y muy, muy bello. A Harry no le sorprendió que lo tuvieran ahí en el zoo. Después de todo era tan bonito que todos merecían verlo. Tenía el cabello tan sedoso y de un color increíble, uno que Harry nunca había visto en nadie más. Ni siquiera Duddley lo tenía así de rubio como él.

 

El niño clavó sus ojos en Harry y éste se estremeció. Eran de un color gris casi como la plata, pero llenos de dolor y nostalgia. Harry levantó las manos y las apoyó en el cristal, deseando poder traspasarlo para poder tocarlo. ¿Por qué alguien tan bonito estaba así de triste?

 

Porque no quiero estar aquí.

 

Harry oyó la respuesta aunque el niño no había movido la boca en absoluto.

 

¿No eres de aquí?

 

No pertenezco aquí. Yo soy como tú.

 

¿Cómo yo? le preguntó Harry. El niño asintió con la cabeza, y Harry se emocionó. ¿De verdad él era como ese niño tan hermoso? ¡Pero si era como un ángel!

 

¿No te das cuenta, Harry? le preguntó el niño y Harry ni siquiera se cuestionó el porqué sabía su nombre. Esto que ves no es lo que en verdad soy.

 

¡Claro, eso era! El niño no debía estar en ese terrario porque no era una serpiente… ¿Cómo no lo había visto antes?

 

¡Lo sé, Draco!, le dijo. Te sacaré de ahí.

 

Desesperado, Harry revisó el cristal en busca de alguna puerta. Tenía que sacarlo y llevárselo con él. Pasó las manos encima de la totalidad de la superficie del vidrio cuando de pronto, un bastón que tenía la cabeza de una serpiente le golpeó la mano, atrapándola contra el cristal.

 

Harry gritó de dolor y retorció el brazo, luchando por liberarse. Volteó hacia el hombre alto al cual había acompañado. También era rubio y tenía los mismos ojos que el niño del terrario.

 

—¡Suélteme! —le gritó Harry—. ¿No ve que tengo que sacarlo de ahí?

 

El hombre sonrió malévolamente y negó con la cabeza.

 

—Has sido un niño malo, Potter. ¿No te he dicho que no debes hablar con las serpientes?

 

Harry quiso gritar que ese niño no podía ser una serpiente, que era demasiado bello, demasiado triste… pero no pudo hacerlo. El hombre dio un último apretón a su bastón, tan fuerte que Harry estaba seguro le perforaría la mano, y entonces lo soltó.

 

Harry tomó su mano herida con la otra, demasiado dolorido e impactado para decir nada. Entonces, el hombre sacó una varita mágica de su bastón y apuntó al niño rubio del terrario, que se encogió de terror en una esquina, sin tener a dónde escapar.

 

El terrible hombre miró a Harry y, con la cara contraída de furia, masculló:

 

—Lo prefiero muerto a saberlo contigo, Potter.

 

Entonces, giró su cabeza de nuevo hacia el cristal y agitó su varita, de la cual brotó un rayo verde que lo atravesó. Harry gritó ¡NOO! pero ya era tarde. El niño rubio yacía inmóvil sobre las plantas del terrario.

 

—¡DRACO, NO! —se escuchó gritar mientras se incorporaba, respirando con agitación y completamente bañado en sudor.

 

Estaba en su habitación, todo había sido un sueño. Miró a su alrededor. Su cuarto estaba en penumbras, y no se oían ya las voces de sus amigos desde la sala.

 

Temblando de pies a cabeza, Harry se levantó y se dirigió afuera, al pasillo. Descubrió que Colin estaba dormido en el sofá; seguramente se había quedado a acompañarlo. Parecía estar profundamente dormido y Harry agradeció enormemente no haberlo despertado. No tenía ánimos para cuestionamientos.

 

Regresando sobre sus pasos, Harry se quedó parado en el pasillo, intentando estabilizar su respiración y pulso acelerado. Aparentemente Hermione y Ron no estaban en el apartamento, así que Harry supuso que habrían ido a La Madriguera a pasar la noche. Y en vez de Draco, era Colin el que estaba esa noche con él.

 

Harry tragó fuerte, intentando pasar el enorme nudo que tenía en la garganta. Qué sueño tan horrible había tenido.

 

Levantó la vista hacia la puerta de la habitación de Draco. Estaba cerrada, ninguno de ellos se había atrevido a entrar ahí después de que volvieran del Ministerio. Harry la estuvo observando durante tanto rato que perdió la noción del tiempo, intentando imaginar el sonido de la respiración de Draco al otro lado de la puerta, tal como la había escuchado cada noche desde hacía tres años.

 

Caminó hacia ella con pasos titubeantes y la abrió. Dentro, todo estaba como siempre… a excepción de la cama de Draco, que en vez de estar impecablemente arreglada, tenía las sábanas y mantas en total desorden. Pero aparte de eso, todas sus demás cosas estaban en su lugar: sus lociones, cremas y productos para el pelo en su tocador; y su teléfono móvil, el que recibía llamadas con la melodía de Indiana Jones, descansaba en la mesita de noche.

 

¿No te das cuenta, Harry?

 

Harry caminó hasta la cama. La impotencia y el miedo que había sentido al ver morir a Draco en su sueño, todavía lo estaban haciendo temblar.

 

Esto que ves no es lo que en verdad soy.

 

Se dejó caer sobre las almohadas, respirando el aroma de Draco y llenándose los pulmones con él. Apretándolas tan fuerte entre sus manos que creía que las desgarraría.

 

Lo sé, Draco. Lo sé.

 

—¡MIERDA, LO SÉ! —gritó contra una almohada, ahogando el ruido, su desesperación y rabia.

 

Ahí había algo enrevesado y Draco era tan sólo una víctima. Y tal como Harry se lo había jurado, lo ayudaría a salir de esa así fuera lo último que hiciera.

—Ya lo han trasladado a San Mungo.

 

Harry entró en la cocina justo cuando Hermione le decía eso a Colin, quien intentaba preparar algo de desayunar. Ambos se giraron al oír a Harry, que detuvo su marcha justo bajo el umbral.

 

Ninguno de los dos parecía dispuesto a decir más. Harry ignoró a Colin (le dolía mirar la cicatriz que la herida de Draco le había causado) y clavó sus ojos en Hermione, quien se removía nerviosa en su sitio.

 

—¿Han comprobado ya que fue lo que le causó ese estado? —le preguntó Harry.

 

Hermione negó con la cabeza.

 

—Lo único de lo que están seguros es que está demasiado… ejem, obsesionado contigo. Estaban aplicándole encantamientos detectores para descubrir rastros de magia en su cuerpo, por si acaso alguien lo hechizo o envenenó.

 

—Bien —dijo Harry—. Entonces me voy al hospital a esperar el diagnóstico.

 

Colin y Hermione se quedaron boquiabiertos.

 

—¿Qué? —gritó Colin, blandiendo una cuchara ante Harry—. ¿Ya olvidaste que trató de matarte, Harry? ¿Aún así vas a ir a verlo?

 

Harry lo miró incrédulamente por unos segundos, tratando de mirarlo a los ojos y olvidándose por un momento de la terrible marca que le cruzaba la totalidad de la mejilla izquierda. Se sentía dolorosamente culpable por ella ya que los Sanadores no habían podido borrársela, lo que comprobaba que Draco se la había hecho con magia oscura.

 

—Por supuesto que voy a ir a verlo, Colin. ¿Es que no se dan cuenta? —Los miró a los dos alternadamente, negándose a creer que no entendieran—. Draco jamás me hubiera tratado de dañar por voluntad propia. Fue una consecuencia de lo que sea que tenga o le pase. Y yo no voy a dejarlo solo ahí, encerrado como un apestado en ese maldito hospital de mierda.

 

—Pero, Harry… —intervino Hermione, visiblemente nerviosa—. Los Aurores dijeron que Malfoy se ha pasado gritando a los cuatro vientos que te matará a la primera oportunidad que tenga. En todo caso, deberías esperar un poco antes de ir a verlo al hospital, ¿no crees? A que los Sanadores lo tengan controlado y…

 

Harry negó con la cabeza.

 

—Ustedes no entienden nada. Yo no voy a ir a ver a Draco al hospital como si fuera una visita de cortesía. Voy a ir a quedarme con él, a cuidarlo.

 

—¡Pe-pero… Harry! —exclamó Colin—. ¡Es capaz de matarte con lo que tenga a la mano!

 

Harry lo miró directamente.

 

—Colin, entiendo tu punto de vista, pero… —Hizo una pequeña pausa—. Yo no puedo dejarlo solo, a merced de gente que lo odia y desprecia. Y menos con Lucius rondando cerca. Es mi amigo y, además… estoy enamorado de él.

 

Colin se quedó atónito y palideció notoriamente.

 

—¿Enamorado? —dijo a media voz.

 

Harry asintió. En los tres años de relación con Colin jamás había mencionado la palabra amor. Sin embargo, hablando de Draco, parecía ser lo más natural del mundo usarla para definir lo que sentía por él.

 

—Y… —preguntó Colin con los ojos llenos de decepción—. ¿Estás seguro de que él te corresponde?

 

Harry agachó la cara.

 

—No lo sé. Probablemente no. Pero aún así, es mi amigo. Es mi deber cuidarlo y velar por él.

 

—En eso tienes razón, Harry —admitió Hermione en voz baja.

 

Harry salió lentamente de la cocina esperando que Colin o Hermione le dijeran algo más. Al ver que no era así, se dirigió directamente a la chimenea.

 

Las horas pasaron, llegó el mediodía y Harry aún no lograba ver a Draco ni conocer nada acerca de su estado. Sabía que lo habían trasladado desde el Ministerio muy temprano en la mañana, pero nada más.

 

Harry se paseaba sin control entre las sillas de madera, molestando a todas las personas y fastidiando a la recepcionista al ir a preguntarle cada cinco minutos si ya podía pasar.

 

Alguien lo tocó en el hombro de repente y Harry casi pegó un respingo. Giró hacia atrás y se sorprendió al ver a Ron.

 

—Hey, compañero —dijo el pelirrojo a modo de saludo—. Em… Hermione me contó que estabas aquí y pues, vine a ver cómo estaban las cosas.

 

Harry buscó en los ojos de su amigo alguna muestra de desagrado, y al no encontrarlo, se sintió profundamente agradecido.

 

—No me dejan verlo —le contó—. Dicen que está en la Sala de Reconocimiento, sometido a diversos exámenes. Todavía no saben qué es exactamente lo que lo tiene así.

 

Ron alzó una ceja.

 

—¿Sabías que esa Sala está justo apenas entrando por esa puerta? —dijo mientras señalaba con la mano la puerta principal de acceso a los pisos superiores, justo a un lado de la recepcionista—. Sé listo —añadió Ron, y cerrándole un ojo a Harry, se dirigió prestamente hacia la mujer.

 

Usando su altura y corpulenta masa, Ron se colocó de manera que cubría con su cuerpo la vista de la recepcionista, mientras le preguntaba acerca de la salud de Gilderoy Lockhart.

 

Harry alcanzó a ver la cara de asombro que puso la mujer (seguramente nunca nadie preguntaba por aquel infeliz) y aprovechó la distracción para colarse por la puerta entreabierta. Ya en el estrecho pasillo, caminó algunos metros hasta encontrar la mencionada Sala de Reconocimiento.

 

Empujó un poco la puerta, pero no entró. En cuanto asomó la cabeza, se quedó congelado. Adentro, ante una cama donde yacía un Draco profundamente dormido (o profundamente hechizado, lo más seguro) estaban un par de Sanadores y Lucius Malfoy.

 

A Harry se le encogió el corazón ante la vista de Draco. Estaba tan delgado que parecía a punto de quebrarse, además de verse mortalmente pálido. Harry tragó saliva; estaba seguro de que Draco no había comido nada bien durante todos esos días.

 

Temblando de impotencia, sacó la cabeza de la habitación. Se quedó al otro lado de la puerta, escondido de las miradas de los hombres pero donde alcanzaba a escuchar su conversación.

 

—Nada, señor Malfoy. No encontramos nada —decía alguno de los Sanadores—. Ni rastros de pociones, ni de hechizos, ni encantamientos… Hasta hemos descartado algún tipo de envenenamiento o alergia. Simplemente, lo que haya sido, no tiene nada que ver con la magia.

 

Harry no supo cómo sentirse ante eso. Las posibilidades que se abrían ahora le eran aterradoras. ¿Alguna droga muggle? ¿Una enfermedad irreversible?

 

Después de un momento de silencio, escuchó la voz de Lucius, arrastrada y tranquila.

 

—Entonces… ¿cabe la posibilidad que sea una verdadera enfermedad mental?

 

—Pareciera que sí —dijo el otro Sanador—. Algún tipo de obsesión enfermiza. Lo que los siquiatras muggles llaman trastorno obsesivo-compulsivo. Aunque también pudiera ser algo todavía peor, como una psicosis o una esquizofrenia.

 

Lucius soltó un bufido despectivo.

 

—Si son términos del estúpido mundo muggle, prefiero ignorar cualquiera de esas posibilidades. No me interesa el nombre de lo que tenga, sólo quiero volver a ver a mi hijo sano.

 

Harry frunció los labios pensando que la hipocresía de Lucius no conocía límites.

 

—Bueno… —continuó hablando el Sanador—, existen pociones tranquilizantes que pueden mantener al joven Malfoy relajado durante el día, pero tendría que tomarlas de por vida. Eso, más una terapia de…

 

—¿Cuándo podré llevármelo a casa? —preguntó Lucius interrumpiendo al Sanador.

 

El corazón de Harry dio un doloroso vuelco.

 

¡Ni lo pienses! se dijo con furia. No mientras yo pueda impedirlo.

 

Hubo una pequeña pausa donde Harry supuso que los Sanadores estaban debatiendo el pedido de Lucius. No, por favor, no se lo entreguen a este cabrón.

 

—En cuanto estén listos los papeles —respondió uno de los Sanadores—. Primero, debemos entregar nuestro diagnóstico al Ministerio. Seguramente absolverán al joven de los cargos, siempre y cuando usted pague la multa derivada de los daños.

 

—El dinero no es problema —siseó Lucius—. ¿Eso sería todo?

 

—Antes de darlo de alta, un juez del Ministerio tendrá que dictaminar la incapacidad mental del joven Malfoy para otorgarle la custodia a usted.

 

Harry no podía creer que lo que estaba escuchando. No pudiendo soportar más estar oyendo aquello sin intervenir, dejó su escondite y entró completamente en la sala, dejando boquiabiertos a los Sanadores y a Lucius.

 

—¿Qué hace usted aquí? —exclamó uno de los Sanadores—. ¡Las visitas no están permitidas en esta Sala, y mucho menos la suya!

 

—¿Mucho menos la mía? —preguntó Harry mientras veía cómo Lucius se sonreía engreídamente—. ¡Yo soy la pareja de Draco Malfoy! Tengo más derecho que nadie a estar con él y determinar lo mejor para su…

 

Los dos Sanadores intercambiaron una mirada socarrona y Lucius enrojeció de rabia.

 

—¡No digas estupideces, Potter! —gritó, interrumpiéndolo—. Tú jamás serás nada de mi hijo, mucho menos su… —Frunció la boca en un gesto de asco, no pudiendo terminar de decir la frase aparentemente por el mucho disgusto que le causaba.

 

—Ante la Ley Mágica, son los familiares directos los que tienen la tutela de un discapacitado mental —dijo uno de los Sanadores en tono condescendiente.

 

—¡Draco no está discapacitado! ¡Ni mentalmente ni de ningún otro modo! —bramó Harry, dando un paso hacia ellos—. Si aquí se han agotado todos los recursos para sanarlo, Draco ahora debe ser llevado a un hospital muggle, donde estoy seguro conseguirán devolverlo a…

 

—¡Eso nunca, Potter! —gritó Lucius a su vez—. ¡Aquí el que determina lo que se hace con Draco, soy yo! ¡Y JAMÁS PISARÁ UN MALDITO LUGAR MUGGLE OTRA VEZ!

 

El escándalo pareció despertar a Draco, quien se removió débilmente en su cama. Harry se olvidó durante un momento de todo, mirando ansiosamente hacia el rubio. Draco abrió los ojos y miró alrededor.

 

—¡Draco! —exclamó Harry, moviéndose otro paso hacia la cama. Uno de los Sanadores extendió un brazo, impidiéndole pasar más allá.

 

—Yo no recomendaría que se acercara, señor Potter —le dijo.

 

Harry iba a preguntar qué mierda significaba eso, cuando de pronto, la respuesta llegó sola. Draco lo miró directamente a él, y su pálido y demacrado semblante se transformó en una máscara de furia y coraje.

 

—¿CÓMO TE ATREVES? —empezó a gritar Draco, dirigiéndose a Harry y dejándolo sin aire de la impresión—. ¡ERES UN COBARDE TRAIDOR! —Miró hacia todos lados, como buscando algo y entonces, descubrió a su padre parado a un lado—. ¡Padre, mi varita! ¡DADME MI VARITA!

 

Los Sanadores se le echaron encima, sacando sus varitas de sus túnicas verdes.

 

—¡Cálmese, señor Malfoy, o tendremos que…!

 

—¡QUIERO MI VARITA! ¡TENGO QUE MATARLO!

 

—¡SEGURIDAD! —gritó uno de los Sanadores—. ¡Saquen a Potter de aquí!

 

Los Sanadores le aplicaron a Draco encantamientos tranquilizadores para volver a noquearlo. Harry, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo, se dejó arrastrar por uno de los Guardias de Seguridad del Hospital, quien bruscamente lo sacó a tirones de la Sala.

 

Lo último que Harry vio antes de que la puerta se cerrara, fue la sonrisa triunfante que Lucius le dirigió.

 

—¡Fue él! —gruñó Harry por centésima vez mientras caminaba como un león enjaulado por su diminuta sala—. ¡Apostaría mi vida a que fue él!

 

Hermione, Ron y Colin lo observaban con diferentes grados de escepticismo en la cara.

 

—Bueno —comenzó a decir Colin—, yo sé lo que Lucius Malfoy es capaz de hacer con tal de que su hijo no sea homosexual, pero… ¿Qué fue exactamente lo que hizo esta vez? Si dices que los Sanadores no detectaron magia…

 

—No lo sé con exactitud —intervino Hermione—, pero sé que existen hechizos y pociones que, bien elaborados, son capaces de superar cualquier prueba de detección. Especialmente si son de magia oscura —agregó en voz baja.

 

—Lo ha trastornado al grado que ahora podrá llevárselo a la Mansión aún sin su consentimiento —masculló Harry—. No hay nada que pueda hacer, ¡mierda! Draco quiere matarme y Lucius obtendrá la tutela legal de un momento a otro. Y volverá a hacerle lo mismo que le hacía antes, cuando lo rescaté. ¡Estoy malditamente seguro de que lo hará!

 

—Lo sé, Harry —dijo Hermione en tono angustiado.

 

Harry se dejó caer en el sillón y hundió la cara entre sus manos.

 

—Tengo que hacer algo. Merlín, tengo que hacerlo. No puedo permitir que Lucius se lo lleve.

 

—Pero tampoco lo puedes tener aquí contigo, Harry —dijo Ron—. Te matará a la primera oportunidad.

 

—Además, nunca te darían su tutela —añadió Colin—. Porque su obsesión tiene que ver directamente contigo y porque, vivos sus padres, son ellos a quienes les corresponde la custodia.

 

—Si tan solo pudiéramos descubrir qué fue lo que le sucedió —dijo Hermione—, quizá podríamos revertirlo y sanarlo.

 

Los cuatro se quedaron en silencio. Harry intentaba pensar a toda prisa, tratando de vislumbrar alguna solución.

 

—Piensa, Harry —lo animó Hermione—. ¿En qué momento comenzó Draco a manifestar cambios?

 

Harry lo pensó. Obviamente, aquello había ocurrido en algún punto de su viaje a Grecia, lo que le dificultaría mucho las cosas.

 

Ron se levantó de la silla donde había estado sentado.

 

—Ahora vengo, voy al… eh, ya saben.

 

Se dirigió rumbo al baño. Harry seguía pensando. Las cartas. Draco había respondido todas sus cartas menos las dos últimas… O sea, que eso pudo haber ocurrido en algún momento entre el viernes o el sábado antes de su llegada.

 

—Harry —llegó la voz de Ron desde el pasillo—. En la habitación de Malfoy hay una cosa con luces que tiene una curiosa música sonando y sonando sin parar. ¿Es importante?

 

Harry se levantó y caminó a toda prisa hacia él.

 

—Es su móvil. Voy a ver quién es.

 

—¿Su móvil? —escuchó que Ron le preguntaba a Hermione mientras Harry caminaba hacia el cuarto—. ¿Se mueve? Yo no vi que se estuviera moviendo…

 

Harry giró los ojos mientras entraba a la habitación. Igual que la noche anterior, le produjo un extraño sentimiento de sacrilegio entrar ahí sin que Draco estuviera para esperarlo en la cama, desnudo y con ganas de hacer el amor.

 

Trató de sacudirse ese pensamiento. Cogió el teléfono y lo observó. Ya no estaba sonando, pero tenía en la pantalla el nombre de Cliff y decía “8 llamadas perdidas”.

 

Algo hizo clic en la cabeza de Harry.

 

Cliff.

 

Rápidamente, oprimió el botón para llamar al número de su amigo.

 

Maldito pijo de mierda, ¿dónde te habías metido? —escuchó que decía la voz de Cliff al otro lado de la línea.

 

—Cliff, no es Draco. Soy Harry…

 

¡Harry, cariño! ¡Volviste! ¿Cómo te ha ido de viaje por Grecia? Dios, me tienes que contar cómo son los chicos por allá… ¿Ligaste mucho? ¿Y cómo…?

 

—Cliff, espera —lo interrumpió Harry—. ¿Podrías venir a casa? Hay algo que quisiera preguntarte.

 

Explicarle las cosas a Cliff fue lo más difícil de todo. No se quedaba callado y no paraba de hacer preguntas, interrumpiendo el relato de Harry cientos de veces. Llegó un momento donde un desesperado Ron lo amenazó con ponerle una mordaza mágica si no se quedaba en silencio de una maldita vez.

 

Cliff lo miró con furia.

 

—¡No me digas! ¿Te crees mucho sólo porque tienes un palito mágico, no? ¡Pues quiero que sepas que Harry es mi defensor personal de los derechos del mucle, y él no permitirá que hagas tal cosa! ¡Pumba!

 

Ron se puso de pie, colorado como tomate.

 

—¿Cómo me llamaste?

 

Cliff también se paró.

 

—¡PUMBA! ¡Eres igual de incivilizado que él!

 

A pesar de lo serio de la situación, Harry y Hermione, que seguramente eran los únicos que sabían de qué hablaba Cliff, soltaron la carcajada.

 

—¡Dios! ¡Pumba! —se rió Hermione, tapándose la boca con una mano—. ¡Es cierto, cómo se parecen!

 

—Yo que tú no me reía tanto —le dijo Cliff mirándola con los ojos entrecerrados—. Después de todo, tú eres Timón.

 

La risa de Hermione desapareció de inmediato. La chica puso gesto austero y no dijo más.

 

Harry no pudo evitar reír ante el recuerdo.

 

—Fue Draco quien les llamó así —le explicó a su amiga.

 

—Draco, ¿eh? Y supongo que tú eres el Rey León —dijo ella bastante indignada—. No deberías dejarlo ver tantas películas, le están atrofiando la imaginación.

 

Harry pensó que si no se daban prisa en resolver el misterio, las únicas películas que Draco vería a partir de ese momento serían las de su terapia de aversión, pero se abstuvo de comentarlo. Todo atisbo de sonrisa desapareció de su rostro y suspirando, sentó a Cliff de nuevo en el sofá.

 

—Y eso es lo que ha pasado Cliff. Tenemos que averiguar si durante el fin de semana ocurrió algo, algo que pueda decirnos qué fue exactamente lo que el padre de Draco hizo con él.

 

Cliff pareció pensarlo.

 

—¿El fin de semana? A ver… el sábado Draco y yo fuimos a bailar, y yo lo noté muy normal. En su papel de soy-el-rey-del-club, como siempre. Aunque se portó demasiado bien, para mi gusto. ¿Creerás que no quiso bailar con nadie?

 

Harry esbozó una sonrisa triste.

 

—¿En serio?

 

—Sí —afirmó Cliff mirándolo directamente a los ojos—. Está hasta los huesitos por ti, Harry. Aunque no lo reconozca.

 

—Entonces —interrumpió Hermione—, ese sábado no pasó nada anormal, dices.

 

—Bueno, si un Draco sin bailar ni follar puede considerarse como algo “normal”, entonces, no, no pasó nada raro…

 

Se quedó callado de repente, frunciendo el ceño y rascándose la cabeza.

 

—¿Ocurre algo? —le preguntó Harry, sintiendo una alarma sonando en su interior.

 

—Sí… —confirmó Cliff—. Ahora que lo pienso, no puedo recordar en qué momento salimos del club. Tampoco recuerdo el camino a casa, ni nada. De lo único que me acuerdo es que estábamos en la mesa charlando de algo y ¡pum! De repente se corta mi memoria. Después de eso, sólo recuerdo haber despertado en mi cama al día siguiente, con un terrible dolor de cabeza.

 

Harry, Hermione, Ron y Colin se voltearon a ver.

 

—¿Un Obliviate? —se aventuró a sugerir Harry.

 

—Muy probablemente —asintió Hermione—. Tendríamos mucha suerte si es sólo eso, pues es fácil de romper.

 

Harry meneó la cabeza.

 

—Lo intentaré yo —dijo mientras sacaba su varita del bolsillo de su pantalón.

 

Cliff lo miró con terror.

 

—¿Harry? ¿Qué piensas hacerme con eso? Tú eres mi defensor personal, ¿recuerdas?

 

Harry le sonrió.

 

—Despreocúpate. Mira, creemos que en ese lapso de tiempo que has olvidado pasó algo y que te borraron la memoria de ese evento. ¿Me permitirías revisar tu mente para ver si…?

 

—No, Harry —negó Cliff con voz suplicante—. ¿Y si me duele?

 

—Te dolerá —afirmó Ron, enojado todavía porque lo habían llamado de algo que no sonaba halagador—. Y mucho. Es como si te partieran la cabeza.

 

Cliff gimió y se tomó la cabeza entre las manos.

 

—¡RON! —lo regañó Hermione, antes de girarse hacia Cliff—. No es verdad, Cliff. Es un poco molesto, una sensación apenas desagradable que ni siquiera llega a dolor. Harry es muy hábil haciéndolo.

 

—¿En serio? —preguntó Cliff mirando hacia Harry.

 

—Claro —respondió éste con una sonrisa—. Defensor de los mucles, ¿recuerdas?

 

—De acuerdo —accedió Cliff todavía temeroso—. Todo tuyo, Harry. Y en cualquier sentido —añadió con una sonrisa pícara.

 

Detrás de ellos, Colin ahogó un bufido.

 

Harry se concentró y levantó su varita hasta Cliff. Le apuntó justo entre los ojos, cerrando los suyos y reuniendo cada pizca de magia que tenía a su disposición. Ahí tenía que estar la respuesta. Tenía que estar. Porque, de otra manera, no quedaba esperanza y no le quedaría más remedio que secuestrar a Draco y huir con él a Sudamérica donde nadie pudiera encontrarlos. Claro, si es que Draco no lo mataba primero.

 

Tragó fuerte y pensó un momento mientras recordaba el nombre del hechizo. Era una variante del Legeremens; Harry lo conjuró en voz baja y, sin abrir los ojos, se internó en los recuerdos perdidos de Cliff en busca de algo que le ayudara a salvar a Draco.

 

Una vez más.

 

 

 

 

 

 

 

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Notas del Capítulo:

  1. Sólo por no dejar, acá un breve picspam de la regla 10 del manual  ^^